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Piel De Migrantes
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Libro electrónico291 páginas4 horas

Piel De Migrantes

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"Piel de migrantes" es un ensayo sobre el maravilloso viaje que es la vida, con experiencias propias, lecturas recomendadas y años de estudios y reflexiones por parte de la autora. Al escribirlo, busca compartir el camino que ha recorrido en años dedicada al servicio como terapeuta, con la intención de sumar a todos los lectores el crecer conscientemente creyendo en sí mismos, y trabajando en equipo, comprometidos con objetivos personales que les permitan fluir en todos los aspectos y asumir conductas de responsabilidad y de liderazgo cuando sea necesario.

«Vivir la vida con conciencia, y vivirla bien, de una manera constructiva, creativa y con empatía, supone actuar respetando la fuerza de la energía que, desde el amor, nos conecte con las causas justas y con valores fundados en la ética. La vida, sin embargo, comprende muchos aspectos para vivirla de una manera integral y responsable. Por esa razón —dice la autora—, desde hace muchos años, convencida de que existe una relación estrecha entre el cuerpo, la mente y el alma, me he dedicado también al estudio y desarrollo de regímenes alimentarios que privilegien una vida saludable, en bienestar nutricional, orgánico y en correspondencia con la preservación del desarrollo sustentable», asegura.

A lo largo de sus páginas, la autora de Piel de migrantes plantea un recorrido por temas fundamentales como la procastinación, el éxito, el perdón y el olvido, las emociones, el mindfulness y las creencias, entre otros tantos, para finalizar con una lista de lecturas recomendadas que le dieron la mano en su recorrido hasta impulsarla a perseverar en la búsqueda de un sentido personal de la vida que ahora comparte con los lectores.

IdiomaEspañol
EditorialMEL PROJECTS
Fecha de lanzamiento25 dic 2020
ISBN9780463354612
Piel De Migrantes
Autor

Maryoset Quintero

Soy administradora graduada en la Universidad de Los Andes, lo que me ha capacitado para desarrollar actividades administrativas. Sin embargo, he realizado varios estudios y cursos profesionales que me han permitido desempeñarme en el campo de las terapias holísticas integrales, como asesora y consultora del control emocional, vinculado a las áreas de la terapia cognitiva, psicología positiva, psicología holística integral y Kaballah.Durante más de diez años he apoyado a las personas en el proceso de superación de sus estados de estrés y depresión; las he ayudado a levantar sus niveles de fortalezas para su autoestima, mejorar su grado de concentración y flexibilizar, fortalecer sus niveles de resiliencia. Para ejercer esta actividad con absoluta responsabilidad y ética, he tenido que des-aprender creencias estando en permanentes estudios y ejercicios que me han permitido descubrir el mundo del holismo.Hoy día me dedico al servicio como terapeuta holística integral, sumando para todos el crecer conscientemente creyendo en sí mismos, y trabajando en equipo, comprometidos con objetivos personales para fluir en otros aspectos y asumir conductas de responsabilidad y de liderazgo cuando sea necesario.Vivir la vida con conciencia, y vivirla bien, de una manera constructiva, creativa y con empatía, supone actuar respetando la fuerza de la energía que, desde el amor, nos conecte con las causas justas y con valores fundados en la ética. La vida, sin embargo, comprende muchos aspectos para vivirla de una manera integral y responsable. Por esa razón, desde hace muchos años, convencida de que existe una relación estrecha entre el cuerpo, la mente y el alma, me he dedicado al desarrollo de regímenes alimentarios que privilegien una vida saludable, en bienestar nutricional y orgánico, en correspondencia con la preservación del desarrollo sustentable. En ese ámbito, he desarrollo estudios y técnicas de cocina, y repostería internacional que están alineadas con una vida responsable con uno mismo, con los demás y con el entorno. Estas son las áreas en las que me conduzco, y en las que ofrezco una experiencia concreta útil para que los demás logren crecer, y descubrir el sentido de vida.He cursado estudios sobre las áreas de terapia cognitiva, psicología positiva, psicología holística integral, neurociencia, mindfulness, kabbalah, desarrollando una fructífera experiencia en la ciudad de Miami. Soy terapeuta sistémico certificada, terapeuta neuroleadership y Maestra en Kabbalah coaching; hago énfasis en la alimentación saludable, orgánica, respetuosa del entorno. Promuevo la armonía del triángulo cuerpo-mente-alma, para lograr un estado de plenitud integral.En 2010 publiqué un libro titulado "Sabor y saber en la cocina" (Bucaramanga, Colombia, Editorial S & C, 270 p.) que cuenta con una presencia activa y constante en el mass media, en especial en las cuentas de Facebook e Instagram, con numerosos seguidores. Mi segundo libro, "Piel de migrantes", fue publicado en 2020, y es un ensayo acerca del maravilloso viaje que es la vida.

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    Piel De Migrantes - Maryoset Quintero

    1 | EL ÉXITO

    A veces siento una gran facilidad para hablar y descubrir cosas de mí misma, pero cuando trato de escribirlas, huyen, se escapan como si fueran un animalito salvaje que no quisiera que lo atraparan y domesticaran para dejar de ser él mismo.

    Estoy muy contenta porque sin darme cuenta, entre tantas cosas escritas, se está armando el libro que yo siempre había querido escribir. Te explico, querido lector, para que me comprendas. Yo soy un poco de todo: tengo algo de clásica, conservadora, irreverente, educada, fina, alegre, optimista, casi ordinaria, natural, espontánea, y a veces un poco agridulce. Pero tengo tres aspectos que son constantes. En mí predominan ciertas cosas: soy de hábitos definidos y profundos, de una gran disciplina y enfocada, y muy perseverante en las cosas que me propongo. Lo descubro en algunas situaciones de mi vida, en la medida en que busco comprenderme cada vez más para sanarme por dentro.

    En esos momentos me propongo enfrentar y hacerme responsable de lo que es mi éxito o asumir mi fracaso y revertirlo. Es como sin querer, queriendo, me autosaboteo, porque sé que soy exitosa, me siento exitosa, como lo podemos ser todos, si nos proponemos con perseverancia y pasión el cumplimiento de la meta que nos hemos trazado.

    ¿Qué es ser exitoso?

    Explicaré lo que yo entiendo por éxito, porque eso varía de acuerdo con las percepciones, la mente, la inteligencia emocional de cada quien, y el ambiente donde uno se desenvuelve.

    El éxito, mi éxito, consiste en tratar de cumplir los sueños que he venido acariciando desde niña, avanzar en esa senda y en ese compromiso. Paso a paso. Luchar por conseguir la realización de esos sueños me hace feliz. Luchar por darles vida, intentar una y otra vez, sin miedo al fracaso, es mi objetivo principal. Esa determinación es en mí algo muy profundo. Se puede decir que estoy altamente motivada para lograrlo.

    Lo primero que se me ocurre es dar gracias a Dios porque eso que siento se está manifestando ahora, en una etapa de mi vida en la que he alcanzado una mayor madurez para comprender y concentrar mis fuerzas en la consecución de esos sueños. Eso que quiero no es cosa de ahora. Yo lo había presentido ya cuando tenía diez años. Pero no tenía la capacidad de comprender esa necesidad ni el sentido de esa motivación. Es como andar en un sendero que uno ya había descubierto desde hacía mucho tiempo antes. Es algo así como llover sobre mojado.

    Para mí es un éxito que muchos de esos descubrimientos, de los que ahora se habla insistentemente en todas partes y por muchos especialistas, ya estaban en mí desde que era niña, de una manera vaga, cierto, pero estaban. Esos temas relacionados con la búsqueda del sentido de la vida. De la enseñanza del fracaso para moldear el carácter. De la importancia de los valores que nos mueven y nos incitan al cambio permanente. Esa fuerza que nos lleva a superar los fracasos. La importancia de la inteligencia emocional. Las relaciones estrechas que existen entre las emociones y los alimentos. La posibilidad de moldear el carácter con tus pensamientos si te lo propones. Desaprender las creencias negativas y sustituirlas por creencias que te hagan bien.

    Todas esas cosas eran importantes ya para una niña como yo, Maryo, criada en un ambiente campesino y con una crianza familiar un poco tortuosa. Desde entonces, y cada vez más, pensaba en esas cosas, pero no sabía cómo darles forma, organizarlas y expresarlas.

    Me gustaría en este punto agregar algo. Así como hay expertos para cada cosa: hacer pan, zapatos, cantar, bailar, construir casas, sanar a las personas enfermas y a los animales, administrar negocios, hay personas también, ni mejores ni peores que los otros, que se interesan por otras cosas. En un contexto espiritual, hay seres que persiguen la luz del espíritu, que buscan tratar de comprender, aprender y perfeccionarse en asuntos de esa dimensión como si fuera una obligación o un reto personal. En esa búsqueda, que es la búsqueda de su felicidad personal, son sometidos a duras pruebas para templar su carácter y enseñarlos.

    La más dura prueba es la incomprensión de la gente. Antes a esos buscadores de la verdad oculta y de la felicidad personal se los señalaba como brujos que practicaban una actividad que calificaban como brujería, penada por la ley y que condenaba a los infractores a ser quemados en hogueras o condenados al ostracismo. El químico, antes de ser químico, fue alquimista. El físico, mago. El médico, curandero. El observador de estrellas, un simple lunático. Ahora, afortunadamente, se tolera a las personas que se dedican a estudiar las cosas del espíritu, y hasta se les oye y presta atención. Eso es hoy una ventaja. Sucede así, probablemente, porque estamos viviendo en un mundo de incertidumbre, donde no hay certezas ni verdades absolutas. Saber eso, que todo cambia sin saber en cuál dirección y que se impone la influencia creciente de factores externos –como una guerra, el cambio climático, una pandemia, una gran depresión económica, o un acto de terrorismo masivo–, nos produce miedo, mucho miedo y ansiedad. Y todos nos hacemos preguntas, cuyas respuestas la gente desconoce. O que algunos conocen, y no lo dicen para poder dominar al resto. O lo dicen pero nadie les cree. Los problemas se han vuelto tan grandes, tan globales, que no hay una «respuesta», al menos una única respuesta, porque todo en el mundo está concatenado. Todo está relacionado entre sí, nada es simple, todo es complejo, pero las respuestas están en desorden, desconectadas, como una madeja compleja que busca un cierto orden en medio del caos. Y buena parte de las respuestas que tan afanosamente buscamos en el mundo, afuera, están dentro de nosotros mismos.

    Una de las pruebas a las que son sometidas muchas personas que hacen cosas, y tratan de explicarse el porqué las hacen, y de si vale la pena hacerlas, es la de vivir en la precariedad y en un mundo sin respuestas, pero donde abundan las preguntas. Empezando porque esas personas crecieron en hogares disfuncionales socialmente, como hay muchos hoy en día.

    Digamos las cosas con mayor claridad: la mayoría de los hogares en este mundo de hoy, convulsionado e incierto, y de cosas vanas, son disfuncionales.

    Hogares disfuncionales desde el punto de vista económico y social. Son hogares rotos de alguna manera. La pobreza extrema es una condición que enfrentan millones de familias en el mundo, así como la hambruna, la desnutrición crónica, la falta de derechos humanos, las dictaduras, el analfabetismo, las enfermedades carenciales, los graves efectos del cambio climático que empeoran las condiciones para producir y distribuir alimentos en el planeta. Esos alimentos que superan en cantidad a la demanda de las poblaciones, pero que nos cuesta distribuir con equidad. Pero lo más importante, al lado del hambre fisiológica, es la falta de afecto y de solidaridad lo que enturbia la vida y empobrece el alma y la existencia. El afecto, la comprensión, la solidaridad, la empatía, son sentimientos tan necesarios para la vida como lo es el buen pan.

    Aplicando cualquiera de los indicadores usados para medir el grado de bienestar de los hogares en el mundo, bien sea los empleados por el PNUD (el Índice de Desarrollo Humano, IDH), la Cepal (el Índice de Necesidades Básicas Insatisfechas, NBI) o la ONU (Reporte de Desarrollo Humano), encontramos que la pobreza extrema está generalizada en todo el mundo, y especialmente en los países de menor desarrollo económico-social relativo, donde la mayoría de la población sobrevive con un nivel de ingresos inferior a los dos dólares diarios. Esos son hogares disfuncionales desde el punto de vista económico. Hay también millones de hogares, no tanto en número como los otros, con recursos económicos que les permiten vivir con sus necesidades materiales satisfechas, pero que carecen de afecto humano, que no cuentan con el apoyo de una persona amiga, sincera y solidaria, alguien que las escuche con cariño y escuche con atención y empatía la honda tristeza que los embarga. Esos son hogares disfuncionales desde el punto de vista emocional. Hay millones de hogares donde se crece sin una palabra orientadora y una guía ética, que viven sin fe, sin valores y sin esperanza, y cuyas vidas carecen de sentido, hundidas en la apatía y en el aburrimiento, o en la búsqueda del dinero, tan necesario, pero hasta cierto punto. Esos son hogares disfuncionales desde el punto de vista espiritual.

    Estamos, pues, rodeados de millones de hogares disfuncionales desde el punto de vista económico, emocional y espiritual.

    La homilía del papa Francisco, en la Semana Santa del 2019, dice que:

    No hay familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de los demás. Decepcionamos unos a otros. Por eso, no hay matrimonio sano ni familia sana sin el ejercicio del perdón. El perdón es vital para nuestra sociedad emocional y la supervivencia espiritual. Sin perdón la familia se convierte en una arena de conflictos y un reducto de penas. Sin perdón la familia se enferma. El perdón es la asepsia del alma, la limpieza de la mente y la alforria del corazón. Quien no perdona no tiene paz en el alma ni comunión con Dios. La pena es un veneno que intoxica y mata. Guardar el dolor en el corazón es un gesto autodestructivo. Es autofagia. El que no perdona se enferma física, emocional y espiritualmente.

    Disfuncional no es un término muy preciso ni completamente negativo. Mi hija Victoria, que ahora tiene catorce años, ha crecido, y aún está creciendo, en un hogar con precariedad económica, pero crece rodeada de afecto, protegida por fuertes valores espirituales.

    Se puede decir que un hogar es disfuncional cuando falta el papá o la mamá, cuando no hay una vivienda estable, cuando no se le da una completa seguridad y estabilidad al niño que se está desarrollando como persona. Un hogar en el que, por alguna razón, algo no funciona, y no se garantiza la unidad familiar y el afecto necesario, ni su estabilidad, ni se ofrece a sus integrantes una tranquilidad económica y laboral, y un espacio fecundo para crecer en paz.

    En cierta forma, eso es lo que nos ha pasado al venirnos, mi hija y yo, como emigrantes a Estados Unidos. Aquí hemos encontrado, como sucede en todas partes, gente noble, que a veces nos ha ayudado, protegido, prestado atención, y dado afecto. Pero también hemos visto la otra cara de la moneda: puertas que se cierran, rostros severos, pocas manos amigas, escasa solidaridad del corazón, pocos oídos que nos hayan escuchado con atención y con respeto. Nos ha costado mucho, y nos sigue costando, pero hemos aprendido a sobrevivir y a crecer en medio de la incertidumbre de una sociedad de «sobrevivencia social», donde, sin embargo, es posible alcanzar el éxito material y el tener que muchos anhelan.

    Un hogar disfuncional y precario es un hogar donde no hay estructuras claras de «segurización», tal como expone el neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik (1937), experto en resiliencia a nivel mundial. Hogares que no están conformados por estructuras estables, confiables y seguras. Un hogar donde casi no hay seguridad para sobrevivir de una manera decente para mucha gente. A pesar de que ya se sabe perfectamente que para dar seguridad a un niño, es necesario primero dársela a la madre, para que ella se lo transmita. Y que la seguridad para la madre se consigue en un hogar bien constituido, estable, en paz, donde exista el respeto entre sus integrantes y donde se hayan satisfecho las necesidades primarias básicas, de vivienda, alimentación, salud y escuela, tal como lo plantea la pirámide de Abraham Maslow. Maslow formuló su teoría de la pirámide en 1943, en su libro A Theory of Human Motivation. En esa pirámide establece una jerarquía de las necesidades humanas compuesta por cinco niveles: cuatro corresponden a necesidades «deficitarias», situadas en las partes inferiores de la pirámide, y la quinta, en la cúspide, que representa la autorrealización.

    Disfuncional es cuando hay ausencia de algo, vacíos que llenar. Pero eso no tiene por qué ser siempre un concepto o un contexto negativo. Sobre todo si en ese hogar aparentemente disfuncional, donde faltan muchas cosas, no falta lo principal: el afecto, el calor humano, el amor y la atención de la madre, el trato delicado, la confianza y el respeto en los que se forma y funda el amor, la tolerancia, la consideración, la comprensión del otro y la presencia de unos valores trascendentales que sirvan de guía.

    Pero hay hogares disfuncionales extremos, donde los niños sufren las consecuencias de haberse desarrollado en un ambiente cargado de tensiones, de violencia conyugal y de malos tratos de sus padres, en un hogar donde hay una falta notable de lo más necesario para tener una vida digna, a pesar de que las leyes protegen a los grupos de población más vulnerables. No hablo solo de Estados Unidos, sino también del país de donde provengo, donde los derechos ciudadanos, e incluso los derechos humanos más elementales, son violentados cada día por un gobierno de ilegalidad al que solo le preocupa mantenerse en el poder para seguir despilfarrando una riqueza que no ayudó a construir. De ese país, mi país, han emigrado en poco tiempo más de cuatro millones de personas, entre las cuales nos contamos mi hija y yo.

    Los niños en esos hogares de disfuncionalidad extrema crecen en medio de precariedades materiales y espirituales. Para ellos, la vida es relativamente simple. Se trata solo de sobrevivir, y de hacerlo como sea, y al precio que fuere. Como un animal que se rige por la ley implacable de la selva. A esos niños no se les ha preservado, con la complicidad indiferente de la sociedad y de los políticos que la dirigen, dejándolos a merced de la presencia de un elemento muy negativo en la formación de la personalidad: la violencia en cualquier forma. De la pobreza extrema, de la violencia conyugal, del maltrato físico por el padre o la madre, del hambre y la desnutrición crónica, de la falta de escuela o de una escuela represiva, de un barrio sumido en un ambiente de violencia, con sus consecuencias perversas que se manifiestan en la promiscuidad, la droga, el alcoholismo, el acoso sexual hasta llegar a conductas incestuosas, la prostitución, la incitación temprana al delito, de todo eso que conlleva la deshumanización progresiva del individuo, y que degrada el espíritu y envicia al cuerpo.

    Esa es, precisamente, nuestra gran apuesta: contribuir con un pequeño aporte para hacer de la vida un ambiente de paz, de tolerancia, de afecto, de valores humanos y de elevada espiritualidad, donde la vida tenga un sentido perdurable, digno, que nos haga mejores ciudadanos y que nos trascienda.

    2 | LOS OBSTÁCULOS

    La vida pone a muchas personas en circunstancias difíciles. Y ellas deben buscar la manera más apropiada para enfrentarse a esa adversidad. Deben encontrar estrategias para superar los obstáculos y reflexionar sobre las enseñanzas extraídas de cada desafío. Deben extraer de esa condiciones negativas una enseñanza para convertirla en lecciones útiles para continuar adelante, sin que nos queden muchas secuelas negativas de esos enfrentamientos y conflictos. Buscando la manera de forjar la voluntad, moldear el carácter, construir la personalidad. Convertir en positivo lo que era negativo. Y seguir adelante, sin la pesada carga de los resentimientos y de los odios, en busca de la felicidad personal.

    En ese contexto, un fracaso no es una derrota definitiva, sino una enseñanza de vida.

    En los últimos seis años, cuando mi hija y yo nos vinimos a Estados Unidos, sin previsión alguna, sin nada de dinero ni gente conocida, tuvimos que enfrentar grandes dificultades. Decir grandes quizás sea un decir, pero al menos para nosotras dos fueron muy grandes. A mi hija Victoria, entonces de apenas ocho años, se le presentó su tema disfuncional, pero con mi apoyo, el apoyo lejano de su papá (residente en otro país), su comprensión y su conducta proactiva y adaptativa, supo superar airosamente todos los obstáculos que se le presentaban, hasta sentirse parte entera de una comunidad a la que ella originalmente no había pertenecido, pero a la que ahora pertenece porque en ella ha vivido casi la mitad de su vida.

    En esos duros trances, Victoria no perdió su sonrisa ni dejó de ser solidaria con sus amigos en la escuela. Fue creciendo, por dentro y por fuera, mientras iba fortaleciendo su capacidad de resiliencia en una escuela en la que, a pesar de la ayuda que se le prestaba, era todavía un ser muy vulnerable, ignorante del idioma y colocada en un ambiente desconocido y exigente. Victoria ha crecido en medio de la dificultad, y ella lo sabe. Y ha reaccionado bien. Ha aprendido a sacar lecciones positivas de lo que parecía ser una tragedia. Porque la dificultad es el lugar donde la persona más aprende a valorar una infinidad de cosas dentro de sí misma y a construir su propia fuerza interior para seguir su viaje por la vida. La persona debe aprender a crecer, a quererse y a valorarse, en medio de la carencia, espiritual, afectiva o material, fortaleciendo su espíritu y su autoestima, forjando su carácter y aprendiendo a saber de lo que es capaz. Porque la vida es una cuestión de actitud. Tú construyes tu carácter, con ladrillos sólidos o tierra apisonada, pero lo construyes.

    La disfuncionalidad es algo corriente en cualquier hogar: siempre falta algo. Cuando no es una cosa, falta la otra. En realidad, nadie puede escapar de la adversidad, y siempre esta termina pasándote la cuenta. El sufrimiento forma parte de la condición humana. Afortunadamente, la persona decide cómo y cuánto sufrir, porque el sufrimiento es, en realidad, una cuestión de actitud.

    El dolor es natural, pero el sufrimiento es opcional, dice el neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik. Un niño no puede evitar el infortunio del divorcio de sus padres, ni las enfermedades, ni la muerte del abuelo. Pero sí aprender a cómo controlar el bullying que pueden hacerle sus compañeros. Si el niño se empodera de sí mismo, y construye hábitos sanos, está alejándose del sufrimiento, aunque no del dolor. La disfuncionalidad acrecienta los efectos negativos del infortunio y los pone de relieve ante los ojos de los demás. Todo eso puede convertirse en un trauma, en un estrés persistente en el que el cerebro se apaga, y el sistema inmune del cuerpo se debilita. En una situación que parece no tener salida y que nos agobia, una situación paralizante: sobreviene el desaliento, la desesperanza, la violencia, se quiebra la autoestima personal, nos domina la depresión, y se nos quitan las ganas de vivir, es decir, las ganas de luchar.

    Entonces la persona que sufre se siente desamparada, sola, y la vida parece que va perdiendo su sentido, si es que alguna vez lo tuvo. No obstante, en medio de la tormenta, el deber de cada persona es el de arriar o desplegar las velas, otear el viento, «ralentizar» su vida, sujetar con firmeza el timón y resistir como pueda la embestida de las olas y del mal tiempo, hasta que la tormenta pase y la calma retorne.

    La persona debe, entonces, buscar dentro de sí mismo la fuerza necesaria para superar la adversidad, y solicitar la ayuda y el consejo de los que cree que la quieren bien. Controlarse, buscar la calma, el sosiego, para enderezar el rumbo y llegar a buen puerto, con el fin de recargar las provisiones y las pilas interiores para continuar el maravilloso viaje de la vida, convertido en aventura, descubrimiento y fortaleza. El puerto final ya lo conocemos: es la Ítaca del poeta griego/egipcio Konstantino Kavafis (1863-1933), que corresponde a la muerte, el último destino de nuestro viaje.

    Lo que nos interesa es el camino, esa ruta que desconocemos. Como cantaba el gran poeta y dramaturgo español Antonio Machado (1875-1939): «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar…».

    Se trata de construir incesantemente fortalezas interiores para no perder el rumbo. Eso es muy importante que sea tenido en cuenta por una persona que crece dentro de un hogar con una situación de disfuncionalidad, donde se sabe, a ciencia cierta, que hay determinadas limitaciones de recursos afectivos y de muestras de reconocimiento, que son los soportes fundamentales, y los materiales para edificarse, carencias que pueden subsanarse, aunque sean muy importantes. Hay que procurarse el dinero, pero también el afecto social. Como dijo el actor y humorista estadounidense Groucho Marx (1890-1977), graciosamente: «Hay muchas cosas en la vida más importantes que el dinero. ¡Pero son tan caras!»

    La persona, en su proceso de crecimiento personal y espiritual, se mueve entre fortalezas, que son las fuerzas con las que se cuenta, y debilidades, que son las cosas de las que se carece. El verdadero aprendizaje en medio de la dificultad es tratar de aumentar y mantener las fortalezas adquiridas, convertir las debilidades en fortalezas, y saber aprovechar las oportunidades que brinda la vida. Entre tanto, se debe tratar de comprender las amenazas para enfrentarlas, convertirlas en oportunidades. A veces, utilizando el discernimiento, se debe optar por sacarle el cuerpo a las dificultades, y a las personas que te hacen daño, para evitar males mayores.

    EL CAMINANTE

    Poco a poco uno se va conociendo. Un día, por ejemplo, descubrí algo de mí misma. En una de las casas donde hemos vivido en plan de arrendamiento, había una muchacha que tenía una preciosa niñita de cuatro años, tierna e inteligente. Pero la muchacha, que no era exactamente pobre de dinero pero sí de valores, quizás obnubilada por la vanidad de la inmadurez, la trataba mal, incluso delante de la gente. Me provocaba denunciarla en una institución de protección de menores para que le llamaran la atención. Yo no

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