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Cultiva tu memesfera. Somos lo que nos rodea
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Libro electrónico334 páginas6 horas

Cultiva tu memesfera. Somos lo que nos rodea

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Memes: partículas invisibles que las personas desprenden y que, como agentes víricos, nos colonizan el cerebro. Son virus mentales, genes culturales. El término fue acuñado por el científico británico Richard Dawkins.

Dime con quién andas y te diré quién eres. Ahora la ciencia no sólo ha confirmado esta creencia popular, sino que nos descubre que el entorno determina hasta límites insospechados nuestra vida. Parte de lo que eres responde en gran medida a cómo es la gente que está a tu alrededor. En un grupo cualquiera de individuos, compuesto por miembros distintos, la suma del cociente de inteligencia del grupo será inferior a la media matemática de sus componentes. Así, la inteligencia baja y primitiva parece ejercer una succión subliminal que anula la inteligencia más elaborada. La memesfera está formada también por personas a las que nunca has visto pero que interaccionan con tus amigos; o personas que han liberado sus memes que, como semillas, han volado hasta tu cerebro y allí han germinado.

Este libro no habla de árboles altos, habla de bosques. No habla de ti como persona individual, sino del tupido bosque de gente que crece a tu alrededor. No se fija en lo que eres, sino en lo que los demás te empujan a ser. Cultiva tu memesfera es un libro de autoayuda muy sui géneris que no focaliza sus esfuerzos en tu persona sino en las que te rodean, porque así producirás un cambio más importante que dirigiendo los esfuerzos hacia ti mismo. Con un estilo cercano y asequible, constituye una inmersión en las últimas investigaciones en neurociencias, psicología y memética, así como un manual sobre los aspectos esenciales que acaban configurando nuestros hábitos, salud, ideología, modo de vestir e incluso nuestra esperanza de vida o grado de felicidad. El primer paso para solucionar, mejorar o cambiar de alguna forma profunda tu vida, porque ¿no es el diagnóstico el paso más importante para empezar a tratar una enfermedad?
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento30 oct 2020
ISBN9788416002542
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    Cultiva tu memesfera. Somos lo que nos rodea - Parra

    9788416002542

    Introducción

    1.

    Imagina que en tus manos tienes una baraja de naipes. Por ejemplo, una de esas barajas del juego de Las familias de 7 países de nuestra infancia, en la que aparecen siete etnias del mundo (esquimales, bantús, mexicanos, indios, chinos, tiroleses y árabes)¹. Ahora sustituye a todos esos personajes remotos por las personas que pertenecen a tu círculo más íntimo de amistades y por todas aquellas personas con las que a menudo compartes tu tiempo. A continuación, empieza a repartir tus cartas sobre el tapete como si fueras un crupier. Empezarán a aparecer la cara de tu jefe y tus compañeros de trabajo, la cara de tus amigos de toda la vida, la cara de tus vecinos, la de tus familiares más allegados, la de tus compañeros del curso de cocina al que te inscribiste el mes pasado. Puede que incluso aparezcan caras de personas que diariamente se relacionan contigo por un corto espacio de tiempo, como el camarero del restaurante donde sueles comer, el dueño del quiosco de la esquina o el vendedor de billetes del transporte metropolitano. Ahí están todos, sobre la mesa, como una colección de estampas del fotomatón.

    Ahora recoge la baraja, ordénala, sitúa el dedo pulgar en el borde y haz pasar la baraja velozmente frente a tus ojos, de esa forma en la que inducimos movimiento a una serie de dibujos estáticos de un hombre corriendo en la esquina de un cuaderno o un libro. Entonces la rápida sucesión de todos esos rostros aleatorios empezará a reflejar una única cara, borrosa e indescifrable. Una cara que ahora la ciencia ha conseguido enfocar por primera vez. Enfócala. La suma de los rostros inscritos en tu baraja de naipes es tu propia cara.

    Porque tú eres la suma de todas las personas con las que compartes tu tiempo. O acudiendo al refranero popular: dime con quién andas y te diré quién eres.

    Si bien es cierto que cada uno de nosotros nace con unas predisposiciones naturales, y que gran parte de lo que somos es resultado de nuestra posición socioeconómica, nuestro currículo profesional o nuestra alimentación, todas esas influencias están entretejidas con la red de personas que entra y sale de nuestra vida cotidiana. O como sugiere provocativamente el catedrático de la Universidad de Harvard, experto en redes sociales, Nicholas A. Christakis²: tu felicidad depende más de cómo sean tus amigos y los amigos de tus amigos que del dinero que tengas en el bolsillo.

    En su visionario ensayo de 1978 Micromotivos y Macrocomportamiento, el premio Nobel de Economía Thomas C. Schelling resumía de esta manera la telaraña invisible que interrelaciona todas nuestras decisiones y opiniones y hasta nuestros deseos y miedos:

    La gente influye en otra gente y se adapta a otros individuos. Lo que las personas hacen afecta a lo que hacen otras personas. Lo bien que la gente realice lo que desea realizar depende de lo que otros estén realizando. La manera como usted conduzca dependerá de la manera como otros conduzcan; el lugar donde usted estacione su automóvil dependerá del lugar donde los demás estacionen. Su vocabulario y su pronunciación dependerán del vocabulario y acento de otros. El hecho de que usted se case con una persona dependerá de la persona con la que trate, la cual se casará con usted, y de quien ya está casada. Si su problema es que hay demasiado tráfico, usted es parte del problema. Si usted se une a una multitud porque le gustan las aglomeraciones, usted hace más grande la multitud. Si usted saca su hijo de la escuela a causa de sus condiscípulos, usted sacará a un alumno que es condiscípulo de ellos. Si usted levanta la voz para hacerse oír, aumentará el ruido que otras personas producen al levantar la voz para hacerse oír por encima de todos. Cuando usted se corta el cabello, cambiará, muy sutilmente, la impresión que otras personas tienen de lo largo del cabello de la gente.

    Si a la mayoría les gusta el fútbol, probablemente también te gustará a ti; y si son del Real Madrid, tú también serás del Real Madrid. Si la mayoría de gente de tu entorno se empecina en destruir su sistema nervioso central con hidróxido de etilo, probablemente tú también seas aficionado a empinar el codo. Si la mayoría de gente de tu entorno mantiene una relación estrecha con los triglicéridos, probablemente tu báscula del baño te indicará que ya va siendo hora de ponerse a dieta.

    Bajo este revolucionario prisma, pues, es lógico pensar que si pretendes ponerte a dieta para bajar peso, tal vez sea tan importantes los detalles nutricionales del régimen que vas a seguir como la valoración de tu entorno social.

    2.

    La manera en que tu comportamiento está tamizado por el comportamiento de los que te rodean guarda cierto paralelismo con la existencia de la secuoya, el árbol más alto del mundo (y también la criatura más grande de la naturaleza). El crecimiento de la Sequoia sempervivens está condicionado por la semilla, sí, y también por innumerables factores ambientales. También son elementos importantes que ningún leñador tale la secuoya cuando sólo es un tallo joven, o que el suelo sea profundo y rico en nutrientes. Pero la inmensa altura de la secuoya, finalmente, dependerá de un factor mucho más determinante: de la altura de las secuoyas que la rodean. Las secuoyas crecen a semejante altura porque, entre todas, se disputan la luz del sol, indispensable para llevar a cabo la fotosíntesis. Como en una suerte de carrera armamentística, todas ellas dependen del sol para sobrevivir, de modo que si una secuoya vecina crece más, acaparará la luz y condenará a la sombra al resto de las secuoyas. Ello obliga a todas las secuoyas a ponerse a la misma altura de la que ha decidido crecer un poco más que el resto. Y así sucesivamente, hasta que se alcanza una especie de techo impuesto por la ley de la gravedad: llegados a cierto punto, el agua absorbida por las raíces ya no es capaz de ascender más alto para nutrir a las ramas.

    Situada en el Parque Nacional de las Secuoyas, en el sur de Sierra Nevada, California, se eleva demencialmente una de las secuoyas más famosas del mundo, la conocida como General Sherman. Su edad se estima en dos mil quinientos años y tiene ochenta y cuatro metros de altura y once de diámetro. El peso de su tronco supera las 1.385 toneladas.

    El General Sherman ha llegado a ser como es porque tuvo que competir duramente con las secuoyas que crecían a su alrededor.

    3.

    Así pues, este libro no habla de árboles altos. Este libro habla de bosques. No habla de ti como persona individual, sino del tupido bosque de gente que crece a tu alrededor. No se fija en lo que eres sino en lo que los demás te empujan a ser.

    Cultiva tu memesfera es un libro de autoayuda muy sui generis que no focaliza sus esfuerzos en tu persona sino en las personas que te rodean. Porque cambiando a quienes te rodean producirás un cambio más importante en ti que dirigiendo los esfuerzos hacia ti mismo.

    Este libro también es singular en otro aspecto: no es exactamente un libro de autoayuda, al menos no en el sentido de que proporcione una lista de recetas para mejorar algún aspecto de tu personalidad o tu estilo de vida. Cultiva tu memesfera no ofrece soluciones sino reflexión sobre lo que eres en relación a lo que son los demás. Incide en un factor que para la mayoría de la gente pasa desapercibido a fin de entender mejor por qué pasa lo que pasa. Dicho de otro modo: este libro son unas gafas para contemplar, observar, escudriñar con mayor definición los imponderables que te acechan, no una fórmula para solventarlos.

    Con todo, Cultiva tu memesfera es el primer paso para solucionar, mejorar o cambiar de alguna forma profunda tu vida, porque ¿no es el diagnóstico el paso más importante para empezar a tratar una enfermedad? El tratamiento a seguir será el que estimes más oportuno, dependiendo de tus necesidades personales, profesionales o hasta espirituales. Cultiva tu memesfera sólo plantea nuevos caminos, y constituye el punto de partida del viaje. Escoger el más conveniente te compete sólo a ti.

    4.

    He dividido Cultiva tu memesfera en cuatro partes.

    La primera se centra en describir qué son los memes y qué es tu memesfera. Para hacer más comprensibles estos conceptos, incluso he tratado de ponerme en la piel de un meme a fin de que contemples cómo puede llegar a ser su existencia invisible. También respondo a la pregunta de por qué no podemos dejar de imitar a las personas que nos rodean y cómo esa necesidad ha sido la impulsora del progreso del ser humano como especie.

    La segunda parte constituye el corpus central del libro y establece los primeros pasos para organizar una dieta memética. Es decir, incido en cómo los memes pueden ser determinantes para aspectos de tu vida como tu moral, tu felicidad, tu grado de violencia y agresividad, tu inteligencia, tu salud e incluso tu suerte. De igual modo, describo qué clase de personas o de memes son más influyentes en tu forma de vivir.

    La tercera parte ya no se centra en los demás, sino en las cosas que te rodean. Tu estilo al vestir, los complementos que uses, las palabras que decides emplear, el lugar donde vives y los libros que lees obran decisivamente en la configuración de tu memesfera y, por extensión, en lo que acabas siendo y lo que acabas proyectando a los demás (que a su vez, como en un juego de espejos, determinará qué clase de memes serán reflejados desde ellos hacia a ti). En resumidas cuentas, si fumas en pipa pensarás de una manera; si llevas un piercing pensarás de otra. Es el momento de decidir hacer una u otra cosa no sólo por el placer intrínseco o la estética extrínseca, sino también por cómo influirá en nosotros, en los demás y en los memes que flotan a nuestro alrededor.

    En la cuarta parte intento quitarle hierro al análisis memético de los demás. ¿Hasta qué punto estamos discriminando injustamente a los demás si los seleccionamos en base a sus memes? ¿Acaso esta clase de discriminación no es más justa que la discriminación que actualmente se lleva a cabo por motivos peregrinos, como la edad, el sexo o la belleza?

    1 Las familias de 7 países es un juego de cartas que apareció en 1965 que consistía en completar familias de siete etnias diferentes, reuniendo los seis miembros de cada etnia (abuelos, padres e hijos). Para ello, los jugadores debían pedirse cartas unos a otros, con la obligación de entregarlas si posían el personaje solicitado.

    2 En 2009, Nicholas A. Christakis fue incluido por la revista Time entre las cien personas más influyentes del mundo.

    Primera parte. Memes, memesferas y otras entidades invisibles que afectan a tu cerebro

    ¿Para qué servirá este «libro» mío? Proporcionará felicidad a cuantos lo lean. Ayudará a la gente a perder peso y dejar de fumar. Curará la ludopatía, el alcoholismo y la drogodependencia. Ayudará a las personas a alcanzar el equilibrio interior. Les revelará cómo liberar la energía creativa intuitiva del lado izquierdo del cerebro, cómo potenciarse, buscar solaz, ganar dinero, disfrutar de la vida y mejorar su vida sexual (mediante la innovadora técnica Li Bok para hacer el amor). Los lectores serán más seguros de sí mismos, más independientes, más considerados; estarán mejor relacionados, más en paz. También los ayudará a mejorar sus posturas y su ortografía, y dará un sentido y una finalidad a sus vidas.

    Happiness de Will Ferguson

    Anoche me salvó la vida un programa de radio

    1.

    Tal vez lo hayas experimentado después de salir del cine. Has visto una película de aventuras protagonizada por un actor carismático y, minutos o incluso horas después de que hayan aparecido los títulos de crédito, no puedes evitar sentir que una parte de ese personaje te ha contaminado. Puede que sea su forma de andar, o cómo tuerce la boca al sonreír, o incluso la brusquedad de sus respuestas. La cuestión es que te sientes imbuido con determinadas trazas de un personaje de ficción que ha salido de la cabeza de un guionista.

    También es posible que lo hayas experimentado al escuchar tu disco favorito. Basta que alguien tararee un mínimo fragmento de una de sus canciones para que, inevitablemente, te pases todo el día canturreándola.

    O has pedido asesoramiento a un profesor al que consideras una persona culta y preparada, casi un tótem, y entonces, tras salir de su despacho, avanzas por la calle como impelido por sus sabios consejos, llenos de optimismo y capaces de volver fácil lo que antes se te antojaba difícil.

    Tanto el carisma del personaje de ficción, como las notas musicales de la canción o los consejos que han otorgado cierta propiedad mercuriana en tus zapatos han sido transmitidos por idéntica vía: los memes.

    En mi caso, uno de los memes que acabó impregnando con más intensidad mi cerebro procedía de un programa de radio emitido por Radio Hospitalet (Barcelona) durante 1993 y 1994. Se llamaba La espuma de los días y estaba presentado por Jaume Balagueró, actualmente un reputado cineasta del género fantástico.

    A menudo había usado la radio en mi infancia y juventud para conciliar el sueño nocturno. Era una manera de sentirme acompañado en la oscuridad de mi dormitorio. Pero no fue hasta que empecé primero de BUP, cuando yo contaba con catorce años, cuando un compañero de clase me desveló con cierto aire confidencial la existencia de un programa de radio que radiaba la emisora municipal de su ciudad. Se emitía las noches de los sábados y domingos de 00:00 a 00:06 y estaba dirigido a la gente joven. El presentador tenía una voz algo afeminada, puntillosa con la dicción, y que desplegaba un vocabulario pedante muy poco frecuente en las ondas hercianas y en la vida diaria en general. Por esa razón, y porque a esas horas hay pocos oyentes jóvenes dispuestos a escuchar la radio, la franja de audiencia de La espuma de los días era muy limitada. Sin riesgo a equivocarme, puedo estimar que apenas cien personas escuchaban regularmente aquel programa de radio. Cien personas que, probablemente, eran viejos prematuros, poco interesados en las discotecas, raros, esquinados. Porque Jaume Balagueró, además, solía tratar temas insólitos. Hablaba de todo, sin prejuicios ni tabúes. A veces, asuntos absurdos. Otras veces, cuestiones de gran altura intelectual. Todo ello mezclado y agitado, y permanentemente tamizado por una infantil y traviesa óptica de niño de seis años.

    La espuma de los días siempre paseaba de puntillas sobre la línea que separa lo real y lo caricaturesco. Sin ir más lejos, el programa gozaba de una audiencia participativa tan escasa que, en más de una ocasión, era el propio Balagueró quien debía llamar al programa. Sí, se llamaba a él mismo, mantenía conversaciones telefónicas con él mismo en una suerte de esquizofrenia descacharrante. Y lo hacía tan bien que no siempre era fácil descubrir que detrás de la llamada se encontraba él mismo impostando la voz. A veces también había llamadas fidedignas, por supuesto, pero mayormente procedían de personajes estrambóticos. Como el caso de dos hermanos que aseguraban estar encerrados en un sanatorio mental. Según su versión de los hechos, eran adictos al programa, y en cuanto apagaban las luces de la habitación, todos dormían y el celador no andaba cerca, escapaban a hurtadillas hacia los pasillos, donde se encontraba la cabina de teléfonos, para hablar unos minutos con su ídolo. Cuantas veces tuvieron que cortar la llamada de improviso porque creyeron escuchar unos pasos aproximándose.

    ¿Realidad? ¿Ficción? Qué importa. Era algo nuevo, sin precedentes en la historia de la radiodifusión española.

    Como he apuntado, sin embargo, no todo eran humoradas surrealistas. También había seso. Mucho seso pedante, esnob y patricio. Mis primeras elucubraciones más allá de los confines académicos surgieron de las brillantes reflexiones vertidas por Balagueró y su pléyade de oyentes más sibaritas. Ellos me hicieron cuestionarme lo que parecía incuestionable, me obligaron a contemplar los asuntos más complejos y abstrusos desde puntos de vista originales. Me volví más agudo, más incisivo, más analítico. Descubrí que no hay una única verdad, sino que la verdad es miriónima, tiene mil nombres. Me inculcaron el anhelo por aprender, por saber; por leer cualquier libro que cayera en mis manos. Me abrieron las puertas perceptivas a la buena música. Quería, en mayor o menor medida, ser como Jaume Balagueró: poseer su oratoria, su sapiencia, incluso estudiar la carrera de Periodismo, como él había hecho.

    En esta línea, se me ocurren programas exquisitos como el dedicado al lenguaje. ¿En qué programa radiofónico podían colgar tu llamada si cometías más de tres errores al hablar? En ninguno, porque La espuma de los días fue único. Junto al ínclito Javier Insa (un hippie o seguidor del frugalismo más acérrimo, poseedor de unos conocimientos enciclopédicos y unas opiniones heteróclitas), Balagueró activaba una máquina que computaba con voz robótica todos los errores de los oyentes o de él mismo, incluso los ortológicos (es decir, los relativos a la pronunciación). La gente llamaba, se cuidaba de ser excelso en su modo de expresarse y, a la sazón, elaboraba listas de sus palabras favoritas o de sus palabras inventadas.

    Palabras inventadas. Esto merece un renglón aparte. Balagueró era un devoto de los diccionarios personales. Así que, gracias a las propiedades víricas de los memes, me fue inoculando su particular jerga que, aún hoy, empleo en mi círculo de amistades. Por ejemplo: ¡ta caliente! Era una expresión comodín para indicar felicidad extrema o para denunciar situaciones comprometidas. O al definirse algo como lo mejor, lo máximo, Balagueró decía que era el over the top. O cuando trataba a los oyentes de amiguitos. O saludaba diciendo Buena noche (nótese el singular). O relupa, lentina, pirulacha. O el ¡Qué bonito!, o el ¡Concha!, o el trato de usted, como si todos los oyentes fuéramos caballeros decimonónicos. La lista es infinita, y ello provoca que el universo balagueroniano todavía fuese más incomprendido por la gente que no escuchaba el programa. Pero, como he dicho, a pesar de los años transcurridos, no puedo evitar repetir algunas de aquellas expresiones inventadas por Jaume Balagueró. Hasta el punto de que han acabado constituyendo ejemplos de memes para este libro. Y también es posible que, a partir de la lectura de estas palabras, tú, lector, acabes contaminado de alguna de ellas, que a su vez transmitirás a las personas que te rodean, y así sucesivamente.

    2.

    El ejemplo que emplea el catedrático de la Universidad de Oxford Richard Dawkins de sus años de estudiante es el siguiente:

    Era todavía estudiante en la universidad de Balliol cuando un día, charlando en la cola de la cantina con un compañero, me di cuenta de que a medida que iba hablando, su mirada de asombro crecía. «Acabas de ver a Peter Brunet, ¿verdad?». Me sorprendió que lo supiera. Peter era nuestro queridísimo director de seminario y yo acababa de salir de una de sus tutorías con muchos ánimos. «¡Lo sabía!», agregó mi colega sonriendo, «hablas exactamente como él, hasta en el tono de voz se te nota». Aunque sólo fuera esporádicamente, había «heredado» su cantinela y su modo de hablar que tanto admiraba y que tanto echo de menos en la actualidad³.

    ¿Qué fue lo que provocó todos estos casos de contagio? Sin duda fue otra persona o la creación de otra persona. Pero en realidad el contagio se produce a través de un soporte un poco más sutil. No son exactamente las personas las que nos influyen sino unas partículas invisibles que las personas desprenden y que, como agentes víricos, nos colonizan el cerebro. Son virus mentales. Genes culturales. Los científicos los llaman memes.

    Meme: el virus de la mente

    1.

    La definición de «meme» fue acuñada por el zoólogo, etólogo, teórico evolutivo y divulgador científico Richard Dawkins en las últimas páginas de su libro de 1976 El gen egoísta. Dawkins es un humanista y un escéptico que actualmente está considerado como uno de los intelectuales públicos contemporáneos más influyentes en lengua inglesa; también es conocido como el «rottweiler de Darwin» por sus posicionamientos evolucionistas. En aquel momento, sin embargo, Dawkins no era especialmente popular, y su intención tampoco era construir toda una teoría de la cultura bajo aquella palabra inventada, pero un número nada despreciable de científicos y filósofos no pudieron evitar contagiarse de aquella idea tan atractiva y, en lo sucesivo, empezaron a desarrollarla hasta límites que incluso asombraron al propio Dawkins. De hecho, el propio término «meme» se ha convertido en sí mismo en un meme de gran poder, sobre todo en el ámbito de Internet, donde ha adoptado la definición de cualquier moda o tendencia que se propague rápidamente entre los usuarios. También define a muchas campañas de promoción viral o marketing viral. Con todo, el término no se unió a la lista oficial de términos a considerar en futuras ediciones del Oxford English Dictionary hasta 1988; una fecha a todas luces muy reciente. Actualmente, la definición que podemos leer en él es: «elemento de una cultura que puede considerarse transmitida por medios no genéticos, especialmente por imitación».

    Y es que la imitación quizá sea el rasgo más humano que existe, y también el rasgo más pertinaz. Todos nacemos con la habilidad innata de imitar lo que nos rodea, porque imitar es una habilidad importante para sobrevivir en un mundo desconocido. Puedes comprobarlo incluso en un bebé: ponte frente a él y ejecuta alguna acción sencilla, como sacar la lengua o emitir gorgoritos. Lo que generalmente sucederá es que el bebé hará lo mismo. Y si le sonreímos, el bebé nos devolverá la sonrisa.

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