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Europa desde 1980
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Libro electrónico598 páginas10 horas

Europa desde 1980

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Estudio histórico, político y económico sobre Europa (tanto Oriental como Occidental) a partir de la década de 1980, periodo en que el bloque socialista comienza a debilitarse y las dinámicas en la relación intraeuropea se deben reestructurar y adaptar al acontecer regional e internacional de la época.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 abr 2017
ISBN9786071649126
Europa desde 1980
Autor

Ivan T. Berend

Ivan T. Berend, Professor of History at the University of California, Los Angeles, is former President of the International Committee of Historical Sciences and former President of the Hungarian Academy of Sciences (1995-2000). He has published widely on the economy and culture of Central and Eastern Europe.

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    Europa desde 1980 - Ivan T. Berend

    IVAN T. BEREND (Budapest, 1930) es profesor de historia de la Universidad de California en Los Ángeles, miembro de la Academia Británica y de otras seis academias europeas de ciencias. Es especialista en historia económica y social de Europa en los siglos XIX y XX, en la creación y consolidación de la Unión Europea y en la transición del Estado socialista al capitalista. Es autor de From the Soviet Block to the European Union (2009), An Economic History of Twentieth Century Europe (2006) y History Derailed: Central and Eastern Europe in the Long Nineteenth Century (2003).

    SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO

    EUROPA DESDE 1980

    Traducción de

    GUILLERMINA CUEVAS MESA

    IVAN T. BEREND

    Europa desde 1980

    Primera edición en inglés, 2010

    Primera edición en español, 2013

    Primera edición electrónica, 2017

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    Título original: Europe since 1980

    © 2010, Cambridge University Press

    © Ivan T. Berend, 2010

    D. R. © 2013, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4912-6 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    SUMARIO

    Sumario

    Agradecimientos

    Introducción

    I. Europa se acerca a la década de 1980: las crisis dobles (1968-1980)

    Revive el fénix occidental

    Colapso del régimen colonial:orientación hacia el interior y distensión

    ¿Edad de oro autodestructiva? Revuelta política y minirrevoluciones en Occidente

    Crisis económica sigilosa

    Crisis estructural causada por cambios tecnológicos

    Derrumbe de los regímenes autoritarios de la periferia europea:democratización de la Europa mediterránea

    Crisis económica y política: hacia el colapso en el Este

    Eurocomunismo y reformas

    Atraso reproducido

    Crisis económica profunda

    II. El fin de las dos Europas y la integración europea

    Colapso del comunismo y de la Unión soviética

    Colapso del comunismo en Polonia y Hungría y el efecto dominó

    Colapso del Estado soviético multinacional

    Unificación de Alemania

    ¿Nuevo orden mundial?

    Una Unión Europea cada vez más cercana y más grande

    ¿Política exterior y ejército comunes en Europa?

    ¿Unión de tres pilares o unión de dos niveles?

    De la Comunidad de nueve a la Unión Europea de 27 y hacia la Unión Europea de 34

    Preparación para extenderse a los Balcanes y más allá

    Extraño proceso paralelo de integración y desintegración

    La lucha por la independencia a través del terrorismo

    III. Nuevo entorno cultural y político

    Surgimiento de un nuevo Zeitgeist

    Neoliberalismo, neoconservadurismo y posmodernismo en aumento

    Deconstructivismo; relativización y reinterpretación de la historia

    Transformación del sistema de partidos

    Partidos que desaparecen y nuevos partidos enfocados en un solo tema

    Populismo creciente y la derecha

    Familias de partidos europeas

    Giro a la derecha y el fenómeno Thatcher

    Giro socialdemócrata hacia el centro

    Nuevo panorama político en el Este

    Victorias electorales de una oposición monolítica y comunistas reelectos en los Balcanes

    Agitación nacionalista y la tragedia yugoslava

    Colapso ruso y recuperación bajo un régimen autoritario

    Populismo de derecha

    Principales factores del ambiente cultural cambiante: suburbanización

    Familias que se transforman

    Repercusión de la revolución en las comunicaciones, americanización de la cultura de masas y consumo como diversión

    ¿Democratización de la cultura o muerte de la cultura superior?

    Cultura de masas triunfante

    Adaptación cultural del Este

    ¿Fin de la cultura o democratización de la cultura?

    IV. La respuesta de la economía a la globalización; recuperación y crecimiento; integración de Europa del Este y Europa Occidental

    El nuevo entorno económico internacional:la revolución tecnológica

    La economía mundial globalizada y la respuesta de la Unión Europea al desafío

    Competidores de Europa: Estados Unidos y Asia

    Europa Occidental se adapta a los nuevos requisitos económicos

    Desregulación y el fin de la economía mixta

    Investigación y desarrollo

    Construcción de infraestructura moderna:los sectores energético y de transporte

    La revolución de los servicios

    Productividad creciente y renovación estructural: industrias de alta tecnología y consolidación de la economía

    Vía rápida de la periferia al centro: Irlanda y Europa mediterránea

    La crisis creciente del Este

    Transformación y declinación

    Transformación y recuperación con enorme inversión extranjera

    En la red de producción y oferta de Occidente

    La crisis financiera internacional de 2008, ¿fin del régimen neoliberal?

    V. Cambios demográficos dramáticos, consumismo y estado de bienestar

    Cambios demográficos dramáticos

    Causas de la disminución de la población:diferentes tendencias entre las minorías

    Reducción y envejecimiento de la población:crecimiento de la fuerza laboral

    Europa, el continente de la inmigración:incremento de la inmigración intraeuropea y Europa del Este

    Integración-segregación

    Tejido social: incremento de la clase media y del consumismo en Occidente

    Desigualdad de género y de ingreso: minoría marginada

    Choque social en el Este: ajuste violento a nuevos requisitos sociales

    Modelo social europeo: ¿uno o varios?la política de la Europa social en la Unión

    El ataque neoliberal y el reto del estado de bienestar

    Crisis y reformas de las pensiones

    Sistemas de atención de la salud y reformas

    Sistemas educativos y reforma;educación superior y colegiaturas

    Europeización de los sistemas educativos

    El estado del estado de bienestar

    Desigualdad moderada en estados de bienestar

    Epílogo. Quo vadis, Europa?

    Negras profecías ¿o el ascenso de una superpotencia europea?

    ¿Europa sin periferias?

    Europa federal de la nación europea ¿o alianza desintegradora?

    El futuro lugar de Europa en el mundo

    Bibliografía

    Índice analítico

    AGRADECIMIENTOS

    Deseo expresar mi gratitud a quienes colaboraron con mi trabajo para este volumen. Primero, agradezco a Michael Watson, editor de Cambridge University Press, con quien he trabajado en gran armonía durante años para los libros que he publicado antes con ellos, y que inició esta emocionante empresa. Como siempre, también agradezco a los revisores anónimos de Cambridge University Press que llamaron mi atención sobre aspectos importantes y facilitaron mi trabajo con sus invaluables consejos.

    La Universidad de California en Los Ángeles, mi hogar intelectual desde hace dos décadas, también tiene que mencionarse aquí. Además de su ambiente intelectual, la UCLA ofrece los ilimitados recursos de la espléndida Biblioteca Charles E. Young Research, así como generosas becas de investigación del International Institute, que me ayudaron a hacer realidad este proyecto.

    Por último, como siempre, estoy en deuda con mi esposa Kati, la mejor revisora, editora, asesora y ayudante en todas las etapas de mi trabajo. Es la mejor aliada para analizar y debatir conceptos, llevar a cabo trabajo práctico en la biblioteca y criticar borradores. Es tolerante cuando convierto nuestras tardes y fines de semana juntos en horas y días de trabajo, en parte porque le deja tiempo para trabajar sin ser molestada en sus propios dibujos y pinturas.

    IVAN T. BEREND

    INTRODUCCIÓN

    ¿Por qué escribir una obra titulada Europa desde 1980? ¿Qué es Europa? ¿Y por qué enfocarse en 1980? ¿El año de 1980 marcó un momento decisivo en la historia del viejo continente?¹ En esta obra se pretende responder a estas preguntas, señalando cambios globales y desarrollos exclusivamente europeos que fueron los principales factores, tan diversos como interrelacionados, en los albores de un nuevo periodo de la historia.

    El primero de estos factores en orden de importancia, si bien no cronológico, fue el colapso del comunismo y de la Unión Soviética y, por consiguiente, la división de Europa. Esto provocó una abrumadora repercusión en todos los aspectos de la Europa posterior a 1990-1991. El continente se convirtió en un lugar más seguro y más unido; desapareció un sistema fallido y la mitad inició una jornada de transformación difícil pero promisoria. Sin embargo, la porción occidental de Europa también cambió. La rivalidad de medio siglo entre capitalismo y socialismo durante la Guerra Fría influyó en la sociedad y la política occidentales. Además de la muy visible carrera armamentista y la cacería de brujas, a veces histérica, el reto del socialismo inspiró conciencia social y también una política de mercado social. Fue larga la historia de esta competencia iniciada con la política de seguridad social del canciller Otto Bismarck, instituida por él para restarle impulso al naciente movimiento socialdemócrata de finales del siglo XIX en Alemania.

    Las décadas posteriores a la segunda Guerra Mundial fueron un periodo de avances significativos para la solidaridad social. Si bien esto se debió en parte a un legado de la Gran Depresión y la guerra, también la Guerra Fría tuvo algo que ver. Mientras los reformistas del este soñaban con un socialismo de rostro humano, el capitalismo occidental flexible institucionalizó ciertos controles y frenos en los impactos sociales del mercado después de la segunda Guerra Mundial, y el sistema se tornó más humano que nunca. Por supuesto, también es cierto que la desregulación y las repercusiones del así llamado modelo anglosajón del capitalismo ganaron terreno desde la década de 1980 y revirtieron algunos de los acontecimientos previos.

    El colapso del socialismo, el triunfo de las democracias occidentales y el sistema de mercado acabaron con la presión política y la competencia externa. El sistema de mercado capitalista se hizo global y cada vez menos regulado; la toma de riesgos aventurados y la especulación ganaron terreno. Mientras el sistema de mercado regulado subordinaba la economía a la sociedad, el sistema de mercado desregulado subordinaba la sociedad a la economía. Esta tendencia llegó a dominar en los Estados Unidos a partir de la década de 1980. Los intentos de privatización de los parques nacionales y del sistema de seguridad social emprendidos por el Congreso republicano encabezado por Newt Gingrich y por la administración del segundo Bush, respectivamente, fueron señales simbólicas de esta tendencia. La crisis financiera internacional de 2008-2009 podría interpretarse como resultado de estos cambios, conforme la desregulación neoliberal se extendía de América a Europa. Sin embargo, 20 años es un periodo histórico extremadamente corto para una evaluación bien fundamentada de las consecuencias de la eliminación de las rivalidades entre sistemas diferentes.

    Todas estas transformaciones y acontecimientos estaban estrechamente relacionados con las principales tendencias internacionales y europeas de la época, entre otras, la revolución tecnológica, o más conocida como revolución de la tecnología de la información y las comunicaciones, cambio histórico comparable sólo con la Revolución industrial británica. Como argumentaré, la revolución tecnológica tuvo el papel económico clave en el colapso del comunismo porque los países del bloque socialista fueron incapaces de seguir la transformación tecnológica y se sumieron irremediablemente en el atraso y la vulnerabilidad. De forma indirecta, la revolución tecnológica contribuyó así a la nueva conformación de Europa. Además de transformar radicalmente las economías de dicho continente, el desarrollo tecnológico contribuyó a la modificación de las tendencias demográficas merced a la tecnología médica y farmacéutica, y también influyó en el tejido social, al provocar una restructuración mayor de la ocupación y las relaciones de clase. La tecnología moderna cambió fundamentalmente la cultura cotidiana y el entretenimiento.

    Si bien estrechamente relacionada con la transformación tecnológica, la globalización merece mención aparte. Este cambio tan controvertido y debatido surgió a partir de la década de 1980 como resultado del desarrollo cuantitativo gradual del comercio y las transacciones financieras mundiales. También se debió a desarrollos corporativos y de administración, así como a la gradual llegada al poder de empresas multifuncionales y multinacionales. A este respecto, la globalización es consecuencia del desarrollo del capitalismo de mercado. Esta tendencia sentó sus reales al mismo tiempo que el naciente capitalismo industrial y financiero de finales del siglo XIX, sistema globalizador, aunque no totalmente globalizado. Si bien su violenta reacción en las décadas de entreguerras detuvo y revirtió esta tendencia, resurgió después de la segunda Guerra Mundial y floreció a partir de la década de 1980.

    Por otra parte, la globalización es también una política intencionada surgida paulatinamente después del colapso del colonialismo, en la posguerra. Las inversiones de las empresas multinacionales que buscaban mercados y mano de obra llevaron a crear subsidiarias por todo el mundo. El sistema financiero desregulado penetró en la economía global y, al remplazar a las actividades empresariales sólidas, los fondos de capital de riesgo obtuvieron enormes ganancias. El impacto de la globalización es trascendental, afecta a ganadores y a perdedores, y sus consecuencias económicas iniciaron un nuevo capítulo en el mundo avanzado, pero también en los países de la parte oriental del continente, en proceso de transformación, así como en algunos antiguos países en desarrollo. La globalización incrementó tan significativamente el flujo de bienes, capital y mano de obra, que la inversión extranjera directa transformó regiones enteras, en parte al enriquecer aún más a los países avanzados, pero también al impulsar de forma inusitada el proceso de puesta al día de algunos países menos desarrollados pero bien preparados. En consecuencia, la migración también devino una situación económica y sociopolítica preponderante.

    El impacto ideológico de la globalización también fue mundial, y resultó en el triunfo del neoliberalismo y el renacimiento del conservadurismo a partir de la década de 1980, así como en la negación de las hipótesis filosóficas de la Ilustración y la difusión de nuevas tendencias culturales posmodernas. El sistema de partidos políticos también se restructuró radicalmente, incluido el surgimiento de partidos comodín y populistas.

    Las tres primeras décadas del siglo XX, sin embargo, fueron un periodo de tendencias de lucha y confrontación. La difusión del fundamentalismo de mercado neoliberal generó gran resistencia, y la Unión Europea defendió con éxito su proyecto de una Europa social aplicando una política de cohesión para contrarrestar las fuerzas brutas del mercado y su impacto polarizador redistribuyendo el ingreso y apoyando a las regiones atrasadas.

    Por otra parte, si se pudiera decir que el triunfo de la ideología y la política neoliberales había originado las crisis dobles de las décadas de 1960 y 1970, la gran crisis financiera reciente de 2008-2009 y sus consecuencias podrían marcar el fin del dominio neoliberal. La crisis previa llevó al fracaso la economía keynesiana, pero la de 2008-2009 parece haber provocado el fracaso de la economía neoliberal y su realización en reaganismo-thatcherismo. ¿Ya se cerró el círculo? ¿Europa volverá a un sistema de mercado regulado?

    Antes de la década de 1980 en Europa era común pensar que el Estado debía desempeñar un papel importante en la economía, y que tenía que contrarrestar los impactos sociales negativos del mercado. El auge europeo sin paralelo después de la guerra fue la etapa del gran Estado, la economía mixta y la construcción del Estado de bienestar. Después de 1980 se descalificó al Estado por ser el problema, no la solución. La victoria de la Guerra Fría en Occidente inspiró un Zeitgeist ideológico triunfante de desestatización, punto de vista desafiado por la crisis financiera de 2008-2009; nada podría ilustrarlo mejor que uno de los editoriales de primavera de la publicación conservadora The Economist. Si bien el diario se mantiene firme del lado del modelo liberal anglosajón, registró la satisfacción de Europa con la idea de que sus economías son escleróticas, están exageradamente reguladas y demasiado dominadas por el Estado, discurso constante de estadunidenses y británicos, pero cuestionable a la luz del descalabro económico global. "Más que retar al dirigisme, los británicos y estadunidenses están muy ocupados siguiéndolo… Reglamentar adecuadamente los mercados importa tanto como liberarlos; un sector público eficiente puede valer tanto como uno privado eficiente".² No obstante, sigue abierta la interrogante de si se trata de un cambio transitorio que no durará mucho o si es el principio de una nueva época con un nuevo paradigma económico.

    Las tendencias interrelacionadas de cambio tecnológico, globalización y colapso del comunismo en la porción este del continente iniciaron un nuevo capítulo del proceso de integración europea. El fin de la existencia de facto de dos Europas y la aguda competencia mundial en un poderoso sistema global de libre comercio llevó a un novedoso y muy impresionante desarrollo: el surgimiento de la Comunidad Económica Europea. La Comunidad original de seis países, fundada en 1957, se amplió en 1973 para incluir a tres nuevos miembros, pero después experimentó un proceso de crecimiento sin paralelo, a partir de la década de 1980, que sigue abierto, en el cual de nueve países miembros ha crecido a 27, con siete candidatos y potenciales candidatos en espera, la mayoría pertenecientes a la periferia del continente. Tan febril proceso de crecimiento plantea nuevas interrogantes sobre las fronteras de Europa.

    Entonces, ¿qué es Europa? El contenido geográfico tradicional del término es claro, pero ya no basta como respuesta a esa pregunta. Cuando se estableció la Comunidad Europea, los seis países fundadores eran similares desde una perspectiva económica, social y cultural. Desde 1980, los países que se unieron eran principalmente de la periferia europea: la península ibérica, los Balcanes, Europa del Este. Económicamente estaban mucho menos desarrollados, y sus antecedentes históricos, políticos y culturales eran otros. El régimen otomano de 500 años de los Balcanes y sus características culturales ortodoxas griegas marcaban importantes diferencias. Muchos historiadores piensan que la frontera griega ortodoxa divide a Europa en dos mundos diferentes. ¿Los países del este de esa línea divisoria están capacitados para integrarse a una Unión Europea homogénea? La geografía no ayuda a responder esta pregunta. La solicitud y candidatura de Turquía supone en especial un desafío para el concepto geográfico, pues con excepción de una pequeña franja de Estambul la mayor parte del país, que incluye 95% de su población y su capital, está geográficamente fuera de Europa. Además, varios países de Europa Occidental, como España, Francia e Italia, tradicionalmente han tenido mayor contacto con los países de la orilla sur del mar Mediterráneo que con los Balcanes. ¿El así llamado desafío mediterráneo para la Unión Europea reformula la respuesta a la pregunta sobre Europa, y sugiere incluir a toda la cuenca del Mediterráneo, África del Norte y Medio Oriente? La propia ubicación de Rusia en el continente euroasiático es un reto para la definición geográfica. Algunas de las repúblicas del sur de la ex Unión Soviética, ahora Estados independientes, están dentro de la Europa tradicional, pero difieren en muchos otros aspectos.

    ¿Qué es Europa? Los antiguos miembros de la Unión Europea respondieron a esta pregunta rechazando una interpretación geográfica y tomando en consideración factores históricos, así como vínculos e intereses económicos, políticos y culturales. Desde esta perspectiva, Europa es un proyecto de civilización basado en el legado de valores judeocristianos, grecorromanos, del Renacimiento y la Reforma. La civilización industrial nacida de la Revolución industrial británica también ofrece una base común, aunada a acuerdos políticos civilizados incluidos en el legado del Tratado de Westfalia. Estos legados se llaman civilización occidental. Sin embargo, Europa ha violado estos valores y principios miles de veces a través de intolerancia atroz, inquisiciones, guerras sangrientas, limpiezas étnicas y genocidios. La historia de la Europa del siglo XX mostró trágicamente todos los defectos de esta civilización. Como argumenta Tony Judt, si bien Europa crea sitios patrimoniales y cámaras de horrores históricos conmemorativas, también quiere olvidar el siglo XX, y como sugiere el subtítulo de esa obra, con la esperanza de que "todo eso haya quedado atrás".³

    El proyecto de constitución de la Unión Europea de 2003 hace referencia a tradiciones religiosas y humanistas y a superar añejas divisiones, sin siquiera mencionar guerras y limpiezas étnicas. Sin embargo, tratar de olvidar no es suficiente. A pesar de la cooperación, los europeos no lograrán la integración ni una identidad colectiva mientras haya discrepancias en la imagen nacional de la memoria.

    El proyecto europeo aún se basa en aquellos preciados y selectos valores occidentales producto de su legado, incluso si éste todavía está en proceso de creación. Ese conjunto de valores forma una base cultural común, a pesar de las múltiples culturas y lenguas, así como de las diferentes experiencias históricas. El proyecto europeo es resultado de un permanente estado de cambio, de adaptación de varias oleadas de efectos externos, entre otros, muchos bárbaros invasores, además de que durante toda su historia ha absorbido varias influencias étnicas y culturales.

    Europa es un continente de deseosos. Hace 200 años surgieron naciones-Estado por el deseo de la población de convertirse en una nación. Friedrich Meinecke, el historiador alemán más importante, concluyó su estudio sobre los orígenes de la nación-Estado alemana afirmando que "una nación es una comunidad que desea ser una nación".⁵ Esta aseveración demostró su veracidad durante todo el siglo XIX y XX, incluido el final de este último siglo, cuando se establecieron varias naciones-Estado independientes, algunas sin precedentes históricos. Lo que le pasó a la nación-Estado le pasaría a Europa también. El continente necesita el deseo de ser una nación europea, y según este concepto, Europa pertenece a quienes desean pertenecer a Europa: "Europa no es la mera representación de una realidad geográfica e histórica. Europa se entiende mejor como la emanación del deseo de quienes sienten que pertenecen a ella".⁶

    Con el proceso de ampliación de la Unión Europea se incorporaron países de niveles económicos y sociales muy diferentes, sin embargo, la historia de la Unión es la historia de un esfuerzo de homogeneización de Europa. Una política exitosa de cohesión ayudó a elevar al nivel del núcleo occidental a varias regiones atrasadas. Un proceso paralelo de profundización decisiva de la integración económica también logró grandes progresos hacia el establecimiento de un mercado único y una moneda común. Con mayor integración política también se lograron nuevos incentivos importantes. Y si bien fueron desafiados y frenados varias veces, el modelo social europeo y el Estado de bienestar de la posguerra, en última instancia se mantuvieron. La nueva Unión Europea, en constante transformación, cambió el rostro de Europa. A la larga, promete un continente mucho más homogeneizado.

    El asunto de Turquía, un solicitante muy deseoso de unirse a la Unión Europea, es clave para el futuro de Europa. Sin embargo, el pueblo y las élites políticas de Europa están muy divididas con respecto a su aceptación. Turquía introdujo reformas importantes para ajustarse a las normas europeas. Durante medio siglo se ha mantenido firme en la alianza militar de Occidente, la OTAN. El legado kemalista de occidentalización de Turquía tiene cerca de un siglo de existencia. El país no sólo cambió el alfabeto de su lengua de Estado después de la primera Guerra Mundial, también estableció un Estado seglar en un país islámico. Fue parte de Europa durante siglos, participó en sus guerras, hizo alianzas y contactos comerciales. Probablemente el destino de Turquía sea hacer de puente entre Europa y el mundo islámico contiguo.

    No obstante, según visiones opuestas, la herencia político-cultural no europea de Turquía y el riesgo potencial de un levantamiento de la oposición islámica fundamentalista, combinados con su enorme población y el atraso de su economía, podrían socavar la economía y la identidad de Europa. Esto podría comprometer el avance hacia una unidad más homogénea e integrada, y la posibilidad de una nación europea.

    Los debates están lejos de haber concluido. Turquía, si bien candidato serio y legal a la Unión Europea, no formaba parte de Europa entre 1980 y 2010. Por tanto, sólo el asunto de Turquía, y no la discusión sobre Turquía en sí, forma parte del relato de este volumen.

    Con o sin el asunto de Turquía, el proyecto europeo ha sido motivo de acalorados debates desde la década de 1960 a la fecha. Por una parte, una poderosa facción política e intelectual cree que está en curso un proceso de federalización y trabaja en pro del mismo. Ellos argumentan que si bien tiene siglos de historia, conciencia e identidad nacional, fue creado artificialmente, por eso es igualmente posible construir una identidad europea. Como argumenta uno de sus partidarios, si hay una nación india, Europa también puede surgir como nación, y de hecho, es cada vez más homogénea. Los jóvenes pasan más tiempo en otros países europeos y son más y más cosmopolitas, o europeos; los sistemas educativos están más armonizados; en los textos de historia se han desechado las interpretaciones hostiles y nacionalistas del pasado europeo y se utilizan imágenes estandarizadas para ilustrar los dramáticos episodios de ese entonces. Los títulos universitarios tienen validez europea general. Los intercambios de estudiantes, los campamentos juveniles de verano e incluso las relaciones transnacionales y los matrimonios mixtos forjan lazos más estrechos. El modelo de consumo y el estilo de vida europeos están cada vez más estandarizados. Ir de compras a otro país es práctica cotidiana en las zonas fronterizas; la gente compra casas para retirarse en otros países y dos terceras partes de la población pasa sus vacaciones fuera de sus países de origen. En el futuro, los vínculos transnacionales y las identidades híbridas podrían constituir la nueva base de la integración europea, más que de una nación-Estado. ⁷ Además del mercado único y la moneda común, el camino hacia un futuro federal podría pavimentarse con símbolos comunes, el pasaporte europeo e instituciones conjuntas, como un presidente electo, una política exterior y un ejército común. Si algunos países aún no están listos para avanzar por el camino de la federalización, para muchos la alternativa podría ser una estructura de dos niveles, unidos los que ya están listos, mientras que los otros se mantienen en el segundo nivel. En una estructura de esas características, los miembros más lentos, dubitativos y euroescépticos no determinarían el desarrollo de la Unión Europea. Con un núcleo más rápidamente integrador, abierto a todos los demás miembros, se llegaría al objetivo con mayor facilidad.

    No obstante, una facción igual o incluso más poderosa rechaza el proyecto de federalización, o tiene serias dudas sobre su realidad. Europa nunca fue un Gemeinschaft, es un espacio conflictual de existencia, más que un lugar elegido para pertenecer.⁸ Sostienen que la ilusión de Europa no puede sobrevivir a una prueba continental, y un orden liberal en toda Europa es mucho más importante y realista que federalizar parte del continente. Si bien la integración económica beneficia a los intereses europeos comunes, la integración política, como sostienen varios grupos políticos influyentes, choca con los intereses nacionales. El crecimiento de la Unión, argumentan los opositores, ha llegado demasiado lejos y tiene que detenerse. El rechazo de la constitución europea en Francia y los Países Bajos se apoya principalmente en estas consideraciones. A varios políticos y partidos influyentes, y en algunos países a la mayoría de la población, les preocupa que se profundice más en la integración de una Europa federal; mencionan ideas utópicas exageradamente ambiciosas que incluso podrían socavar los logros de Europa y llevarla a la desintegración, de modo que deben dejarse de lado.

    La descripción y el análisis de estas complejas transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales conforman este volumen; el epílogo mira hacia el futuro. ¿Qué pasaría si continuaran estas tendencias internas e internacionales? ¿Europa se convertiría en una superpotencia? ¿Se desvanecerían las disparidades regionales? ¿El desarrollo de una unión aún más estrecha llevaría a la creación de una nación europea y una reorganización federal, o la sobreexpansión y la discordia pondrían en riesgo la existencia de la Unión? ¿Las desalentadoras profecías de descomposición y degradación se harán realidad? Son varias las alternativas ocultas en el futuro, y nadie puede contestar estas preguntas, pero ¿es apropiado pronosticar extrapolando tendencias a partir del presente? Mi respuesta como historiador es negativa. Sin embargo, creo que si tratamos de analizar diversas perspectivas, podríamos entender mejor el presente y las necesidades del futuro.

    I. EUROPA SE ACERCA A LA DÉCADA DE 1980: LAS CRISIS DOBLES (1968-1980)

    LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, la catástrofe demográfica e histórica más impactante de la historia europea, minó la posición de Europa en el mundo; murieron cerca de 40 millones de europeos y partes enormes del continente quedaron en ruinas. En su nadir de la posguerra, el producto interno bruto combinado de Austria, Alemania, Italia, Bélgica y Francia había caído a menos de la mitad de su nivel previo a la guerra. En Berlín, Dresde, Hamburgo, Leningrado, Varsovia y Budapest la destrucción por bombardeos y batallas en las calles fue tremenda. La población de la Unión Soviética, Polonia y Yugoslavia resultó literalmente diezmada y los judíos europeos prácticamente eliminados, además, decenas de millones de personas fueron desarraigadas. La devastación, inflación e inanición pusieron a Europa de hinojos.

    Por otra parte, los nubarrones de un nuevo conflicto ensombrecieron el horizonte al final de la guerra. Una sigilosa guerra fría, con conflictos y confrontaciones entre aliados de guerra, sembraron el miedo y la incertidumbre en el horrorizado continente. La Unión Soviética ocupó y pronto sovietizó a los países del este del río Elba que había liberado de los nazis alemanes y el régimen fascista local. La porción oriental del continente fue aislada de Occidente por un sistema económico y un régimen sociopolítico de tipo soviético que hizo convenios militares y económicos independientes, encabezados por los soviéticos. En cuanto a comercio, viajes y comunicación, los intercambios entre ambas porciones de Europa estaban reducidos al mínimo. Varios pensaban que Stalin quería ampliar su zona de amortiguación ocupando otras partes del continente. La crisis de Berlín de la primavera de 1948, cuando la Unión Soviética bloqueó la conexión por tierra entre las zonas de ocupación occidentales de Alemania y Berlín Occidental, trajo la posibilidad de un conflicto armado a escasa distancia.

    La Europa de la posguerra no era un continente homogéneo, estaba dividido en dos mitades hostiles, la oriental y la occidental. En realidad, no había sólo dos Europas, sino hasta tres. En la región del Mediterráneo, es decir, España, Portugal y Grecia, seguían dominando los regímenes autoritarios de derecha o las dictaduras militares que quedaban del periodo de entreguerras, algunos habían sido aliados de Hitler. En la Europa democrática occidental, estos países seguían siendo parias políticos excluidos, apegados a una política aislacionista de autosuficiencia. Sin embargo, la lógica de la Guerra Fría pronto los llevó a incorporarse al sistema occidental de alianzas e instituciones. La historia europea de la posguerra está formada por tres historias diferentes, aunque estrechamente conectadas.

    Occidente resurgió de sus ruinas y avanzó hacia la democracia y la prosperidad económica. Los Estados Unidos tuvieron un papel destacado y ejercieron gran influencia en el estilo de vida europeo, en sus patrones de consumo y en las nuevas tendencias culturales. Paradójicamente, la prosperidad y el consumismo eufóricos de la posguerra acabaron por debilitarse al cabo de un cuarto de siglo y generaron una crisis mayor a finales de la década de 1970, que persistió durante ésta y la de 1980.

    Los regímenes dictatoriales de izquierda y derecha de la periferia siguieron rutas diferentes. En la región mediterránea la erosión gradual de las dictaduras socavó dichos regímenes, que a la larga dejaron de aislarse y prepararon el camino para su futuro colapso, a la muerte de los dictadores. La porción oriental del continente intentó frenéticamente modernizarse y competir con la occidental en la carrera armamentista. La industrialización y la restructuración social dieron buenos resultados, pero la opresión y el control autoritario de la población, así como las repetidas intervenciones militares soviéticas para sofocar las revueltas, alienaron a partes importantes de la población y a países enteros. En última instancia, y a pesar de los tremendos sacrificios, el bloque soviético simplemente reprodujo el atraso y generó una explosiva insatisfacción. Revueltas y reformas debilitaron el sistema en algunos países; los regímenes acabaron por desgastarse y encaminarse cada vez más rápidamente hacia el colapso que por fin se dio a finales de la década de 1980.

    Por extraño que parezca, las tres vías y las tres historias europeas de la posguerra se unieron y confluyeron en una dirección similar: una gran crisis a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, seguida de un cambio radical generalizado a partir de la década de 1980.

    REVIVE EL FÉNIX OCCIDENTAL

    Después de la segunda Guerra Mundial, como durante la misma, Europa Occidental necesitaba urgentemente la ayuda estadunidense para recuperarse y afirmarse militar y económicamente. La administración de los Estados Unidos estaba lista para acotar el riesgo del comunismo. En 1948 el Plan Marshall resultó de gran ayuda para avanzar en la reconstrucción europea y durante el año siguiente casi todos los países de Europa Occidental y los Estados Unidos firmaron el convenio por el que se constituyó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), alianza militar encabezada por los estadunidenses que constituyó un escudo nuclear y de seguridad.

    La Pax Americana hizo de los Estados Unidos el líder mundial indiscutible y el mentor de Europa Occidental. En contra del desafío comunista, los Estados Unidos querían fortalecer a Europa Occidental formando los Estados Unidos de Europa, como habían sugerido Winston Churchill (en 1946) y Allen Dulles (en 1948), y como de hecho fue previsto por el programa de ayuda Marshall.¹ El Plan Marshall, además de su principal objetivo de ayudar a la reconstrucción, alimentó un nuevo espíritu y marco institucional para la cooperación europea. En abril de 1948 empezó a operar la Organización para la Cooperación Económica Europea (OCEE), que determinó cómo utilizar la ayuda estadunidense, creó un programa de reconstrucción del continente y decidió la liberalización del comercio y la formación de una unión de pagos.

    Bajo la égida estadunidense, los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Alemania e Italia decidieron unificar sus economías del carbón y el acero bajo una gobernanza supranacional y constituyeron la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, en 1952. Pronto esos seis países quisieron avanzar aún más por el camino de la integración, y en 1957 establecieron la Comunidad Económica Europea de 160 millones de personas. En 1968 habían abolido todos los aranceles y otras restricciones al comercio y creado un mercado unificado. En 10 años el comercio entre los países miembros se cuadruplicó, hasta representar la mitad de su comercio con el exterior. El éxito atrajo también a otros países, y Gran Bretaña, Irlanda y Dinamarca se unieron en 1973.

    Con ayuda de los Estados Unidos, líder mundial en tecnología, y su gran poder económico, la recuperación europea fue más que un éxito, de hecho, Europa nunca había gozado de tal prosperidad: en la porción occidental el ingreso nacional se incrementó dos y media veces entre 1950 y 1973. El secreto más importante del auge económico fue la posibilidad de una extensa política de desarrollo, es decir, poder combinar la tecnología existente con una enorme utilización de mano de obra. En esa situación, Europa pudo aprovechar la más novedosa y avanzada tecnología estadunidense, fácilmente accesible mediante transferencias de tecnología facilitadas por gobiernos amigables dispuestos a fortalecer a sus aliados de Occidente.

    La posibilidad de integrar a la mano de obra se debió a la restructuración de la fuerza laboral existente, que pasó de las ramas menos productivas de la economía a las más productivas. En el cuarto de siglo posterior a la guerra en Europa Occidental se vivió uno de los periodos más radicales en cuanto a restructuración de la mano de obra. En Alemania la participación en tareas agrícolas cayó de 23 a 8%, en Francia, de 28 a 13% y en Italia, de 40 a 19%. En seis países los empleos agrícolas se redujeron a la mitad. Entre tanto, el empleo en la industria subió de 38 a 42% y, más importante aún, en el sector de servicios, de 35 a 45% entre 1951 y 1971.² Estos cambios estructurales repercutieron tremendamente en el desempeño económico. Ejemplo elocuente: un trabajador industrial español producía cinco veces más valor en una hora que un jornalero agrícola. En dos décadas los niveles de productividad de Europa Occidental saltaron de 50 a 70% del nivel estadunidense. Europa se había recuperado.

    Europa Occidental no sólo era más fuerte, sino que también su estabilidad era mayor que antes. Los países aprendieron las lecciones de la Gran Depresión y la guerra, trataron de evitar la pobreza y las carencias y armonizaron sus relaciones sociales: la novedosa sensación de solidaridad social los llevó a construir los Estados de bienestar de la posguerra, en los cuales se reinterpretaban los derechos de la ciudadanía para incluir el derecho al empleo y a la seguridad social. Virtualmente lograron el empleo pleno. Si bien había importantes diferencias nacionales en la forma de manifestarse, los elevados ingresos fiscales permitieron ofrecer servicios sociales sin costo, pensiones, atención médica, educación y diversos beneficios para las familias en todos los países de Europa Occidental después de la guerra.

    COLAPSO DEL RÉGIMEN COLONIAL:ORIENTACIÓN HACIA EL INTERIOR Y DISTENSIÓN

    Después de la guerra una Europa que había sido imperialista perdió sus colonias y se vio obligada a volcarse hacia el interior. Una tendencia al expansionismo que había durado más de 300 años llegó a su fin repentinamente. La guerra y la ocupación japonesa de varias colonias europeas debilitaron al imperio colonial y generaron un movimiento independentista cada vez más vigoroso en Asia y África. El surgimiento de la superpotencia soviética dio gran libertad de movimiento a las ex colonias, que encontraron apoyo e incluso abasto de armas, de manera que entre 1945 y la década de 1970 colapsó la mayoría de los imperios coloniales. Si bien algunas antiguas potencias coloniales, como la británica, aceptaron pacíficamente la mayoría de los cambios, y los neerlandeses la independencia de Indonesia (1948), Francia trató de defender con la fuerza sus colonias asiáticas y africanas, pero fue vencida militarmente en repetidas ocasiones en Indochina (1954) y Argelia (1962) y las ex colonias se convirtieron en Estados independientes. El incidente del Canal de Suez, en 1956, y la acción belga en el Congo, en 1960, fueron algunos de los últimos intentos por preservar el pasado. Aunque algunas de las acciones del colonialismo resistieron lo más posible, como las interminables guerras coloniales portuguesas en África hasta 1974 y la guerra de las Malvinas de Gran Bretaña en la década de 1980, no cambiaron el hecho de que el colonialismo había sido virtualmente eliminado hacia 1960.³ En 1963 la convención de Yaoundé entre la Comunidad Europea y la ex África francesa marcó el inicio de un nuevo enfoque.

    Paradójicamente, y en contra de la percepción, a la larga el colapso del colonialismo fortaleció a los antiguos imperios coloniales. La antigua función de las colonias como proveedoras de materias primas y alimentos, y como mercado para los colonizadores europeos, crucial del siglo XVI al XIX, perdió importancia. Después de la guerra el comercio entre los países agrícolas no industrializados y los industrializados y avanzados se redujo gradualmente, hasta ser sustituido por una nueva división del trabajo en la industria y entre países industrializados. Después de 1945 las colonias se convirtieron en una carga, en especial por sus cada vez más fuertes movimientos de liberación, levantamientos, guerras y crecientes gastos militares.

    Una próspera Europa orientada hacia el interior se liberaba también poco a poco del riesgo y la carga de la Guerra Fría. La atmósfera política y las relaciones internacionales cambiaron radicalmente conforme el mundo se adentraba en las décadas de 1960 y 1970. La Unión Soviética posterior a Stalin quería mejorar su nivel nacional de vida, de modo que estaba lista para aligerar la carga militar y las tensiones. Entre tanto, un exitoso y espectacular programa espacial soviético provocaba pánico en los círculos militares estadunidenses en los últimos años de la década de 1950. John Kennedy, recientemente elegido presidente, envió una carta a Moscú en febrero de 1961 en la que sugería una reunión personal con Nikita Jruschov en una ciudad neutral. El fracaso de la mal planeada invasión de Bahía de Cochinos, en la Cuba de Fidel Castro, fue un incentivo más para normalizar las relaciones.

    La cumbre Kennedy-Jruschov celebrada en Viena en junio de 1961 terminó sin acuerdos, pero la primera reunión personal entre los principales líderes fue de particular importancia, lo cual se hizo manifiesto al año siguiente. Las medidas de los estadunidenses contra Cuba continuaron y la respuesta soviética fue atrevida: en 1962 desplegaron 40 misiles Soviet SS-4 en nueve sitios de Cuba, listos para un primer lanzamiento; el mundo estuvo al borde de una confrontación nuclear. Buques de guerra soviéticos y estadunidenses zarparon y se prepararon para enfrentarse en el Océano Atlántico, pero en esta nueva situación triunfó la diplomacia. El 28 de octubre Jruschov ordenó el desmantelamiento y regreso de los cohetes. La solución pacífica dio lugar al teléfono rojo Moscú-Washington en junio de 1963.

    Las superpotencias fueron aún más allá, y en mayo de 1972 firmaron un acuerdo para controlar la carrera armamentista. Las Conversaciones sobre la Limitación de Armas Estratégicas (SALT en inglés) condujeron al acuerdo SALT I, por el cual el número de lanzadores de misiles balísticos estratégicos se congeló en los existentes. En junio de 1979, por el acuerdo SALT II, se restringió la producción de armas nucleares y se prohibieron nuevos programas de misiles. El acuerdo que ambas partes honraron terminó con la Guerra Fría y la sustituyó con distensión. La nueva situación internacional creó un entorno de seguridad en Europa Occidental, y si bien el conflicto de la Guerra Fría volvió brevemente en 1979-1981, la dependencia de Europa respecto de los Estados Unidos se redujo considerablemente.

    Mientras disfrutaban del nuevo ambiente político internacional y europeo, los países avanzados de Europa Occidental se concentraron en sí mismos y crearon vínculos cada vez más estrechos entre ellos. Esta nueva orientación hacia el interior sentó bases firmes para un rápido crecimiento económico y estabilidad social. En lugar de conquistar otros continentes, las naciones occidentales conquistaron el mercado común europeo. El valor de sus exportaciones de mercancía se incrementó aceleradamente, cerca de seis veces y media hacia 1973,⁴ a lo cual siguió un enorme crecimiento del consumismo. Los países de Europa Occidental se convirtieron en sociedades de consumo en las décadas de la posguerra.

    Uno de los desarrollos más espectaculares fue el de la vivienda, y la política alemana al respecto ilustra adecuadamente la tendencia de Europa Occidental,

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