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La política de la incertidumbre: Sostener y subvertir el autoritarismo electoral
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Libro electrónico407 páginas4 horas

La política de la incertidumbre: Sostener y subvertir el autoritarismo electoral

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Ensayo desde la política institucional comparada en que el politólogo Schedler hace una exhaustiva categorización de los regímenes electorales autoritarios, desde la caída del bloque soviético hasta inicios del siglo XXI, y los mecanismos políticos e institucionales que les caracterizan. Para el autor, la lucha por el poder en estos regímenes significa la manipulación y control de mecanismos típicamente democráticos representativos, como las elecciones multipartidistas, para la legitimación de las autocracias que no tienen la seguridad de su estadía en el poder y no pueden saber qué tanto control tienen sobre los gobernados. Traslada las coordenadas del análisis a varios niveles, para entender cómo se concreta esta incertidumbre electoral en una política de la incertidumbre.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 dic 2015
ISBN9786071634597
La política de la incertidumbre: Sostener y subvertir el autoritarismo electoral

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    La política de la incertidumbre - Andreas Schedler

    general

    AGRADECIMIENTOS

    Hace aproximadamente 10 años, cuando empecé a pensar en la dinámica de los regímenes electorales autoritarios, el estudio de la política autoritaria era, sobre todo, un asunto de historia y de historiadores. Desde entonces hemos visto surgir un debate sobre la política de las dictaduras sumamente rico y estimulante, tanto teórica como empírica y metodológicamente. En casi una década, el estudio del autoritarismo se ha convertido en un campo de investigación reconocido y vibrante en la ciencia política comparada. Yo mismo he contribuido a esos debates emergentes. Los lectores encontrarán algunos fragmentos revisados de textos anteriores en esta obra. Sin embargo, en un grado que es difícil exagerar, este libro es fruto de estas discusiones emergentes. Ninguno de quienes participamos en los debates iniciales sobre la política autoritaria y, en particular, sobre la política electoral autoritaria, nos encontramos todavía en el lugar en el que iniciamos este viaje intelectual. Todos hemos aprendido de los demás. Hemos revisado nuestros supuestos iniciales y hemos refinado nuestras herramientas teóricas, nuestro conocimiento empírico y nuestros estándares metodológicos. Cualquiera de nuestros logros individuales está en deuda con los logros colectivos de la comunidad internacional de investigadores sobre el autoritarismo comparativo.

    En este libro desarrollo una teoría político-institucional sobre la dinámica de los conflictos políticos en los regímenes electorales autoritarios. Aunque tiene cierta complejidad, gira en torno de dos ideas relativamente sencillas. Primero, el futuro de los dictadores es incierto: nunca pueden dormir tranquilos; viven bajo el peligro perenne de rebeliones violentas, sea de parte de la élite o de los ciudadanos. Segundo, el presente de los dictadores también es incierto: nunca saben muy bien qué tan temerosos deben estar; como todo el mundo les teme, nadie les habla con la verdad, y aun cuando alguien lo hiciera, no lo podrían saber. La inseguridad de los dictadores ante el futuro la concibo como incertidumbre institucional; su ignorancia en el presente, como incertidumbre informacional. Según mi propuesta teórica, en los regímenes autoritarios los conflictos institucionales entre gobiernos y actores de oposición son esencialmente conflictos que se despliegan en condiciones de incertidumbre. En las autocracias electorales esta política de la incertidumbre se centra de manera primordial en conflictos por la incertidumbre electoral y se despliega en condiciones de incertidumbre acerca del peso relativo que tengan la voluntad popular y la manipulación autoritaria en la generación de resultados oficiales.

    Este libro ofrece una traducción ligeramente revisada de la parte analítica de The Politics of Uncertainty: Sustaining and Subverting Electoral Authoritarianism (Oxford, Gran Bretaña, Oxford University Press, 2013). En su parte empírica, el libro analiza la política de la incertidumbre que los actores en contienda desarrollan en la arena electoral. Sobre la base de datos originales acerca de elecciones autoritarias en el mundo entero, busca explicar las estrategias gubernamentales (manipulación electoral) así como las estrategias de la oposición (protesta electoral). También busca explicar los resultados institucionales en la arena electoral (competitividad electoral) y más allá de ella (cambio de régimen).

    Nos permitimos remitir al original en inglés a aquellos lectores interesados en estos análisis empíricos, los cuales siempre están anclados en reflexiones teóricas más concretas sobre los retos explicativos específicos de cada capítulo.

    Aunque la investigación académica parece una empresa solitaria, se trata de una empresa intrínsecamente social. Dependemos de comunidades de autores y de críticos. Durante años he tenido la fortuna de recibir, con gran aprecio, críticas generosas y alentadoras de muchos colegas. Quisiera dar las gracias a Rosario Aguilar, Sonia Alonso, Alejandro Anaya, Javier Aparicio, Andreas Bågenholm, André Bank, Mitzy Baqueiro, Matthias Basedau, Rainer Bauböck, Timm Beichelt, Mark Beissinger, Paolo Benedetti, Andrew Bennett, Allyson Benton, Marcelo Bergman, Matthijs Bogaards, Carlos Bravo, Jason Brownlee, Valerie Bunce, William Case, Francesco Cavatorta, Philip Costopoulos, Larry Diamond, Alberto Díaz-Cayeros, Martin Dimitrov, Daniela Donno, Héctor Duarte, Todd Eisenstadt, Gero Erdmann, Abel Escribà-Folch, M. Steven Fish, Jennifer Gandhi, Carolina Garriga, Barbara Geddes, John Gerring, Johannes Gerschewski, Marlies Glasius, Daniela Gómez, Kenneth Greene, Jonathan Hartlyn, Bert Hoffmann, Marc Howard, María Inclán, Steffen Kailitz, William Keech, Judith Kelly, Charles Kenney, Sascha Kneip, Patrick Köllner, Joy Langston, Fabrice Lehoucq, Steven Levitsky, Monserratt Leyva, Staffan Lindberg, Soledad Loaeza, Claudio López-Guerra, Ellen Lust-Okar, Beatriz Magaloni, Eric Magar, Amichai Magen, Jennifer McCoy, Michael McFaul, Josef Melchior, Irma Méndez, Wolfgang Merkel, Álvaro Morcillo, Shaheen Mozaffar, Cas Mudde, Gerardo Munck, Ramón Narváez, Gabriel Negretto, Kenneth Newton, Marc Plattner, Johannes Pollak, Jean-François Prud’homme, Diego Reynoso, Thomas Richter, Julio Ríos-Figueroa, Philip Roessler, Rodolfo Sarsfield, Frederic Schaffer, Oliver Schlumberger, Manfred Schmidt, Alexander Schmotz, Carsten Schneider, Martin Schürz, Gilles Serra, Benjamin Smith, Richard Snyder, Willibald Sonnleitner, Christoph Stefes, Kathryn Stoner-Weiss, Milan Svolik, Dag Tanneberg, Jan Teorell, Christian Timm, Guillermo Trejo, Bernhard Wessels, Perla Valdez, Nicolas van de Walle, Leonardo Villalón, Lucan Way, Sakura Yamasaki y Michael Zürn.

    Además, quiero expresar mi agradecimiento al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) por los fondos de investigación que me permitieron (y me obligaron a) empezar a pensar y a trabajar en este libro. También estoy profundamente agradecido con mi institución, el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) en la Ciudad de México, una isla inapreciable de excelencia académica e integridad profesional, que me ha ofrecido un ambiente sumamente propicio para la investigación. No quiero dejar de mencionar al Centro de Investigación en Ciencias Sociales de Berlín (WZB), cuya generosa hospitalidad me permitió completar el manuscrito durante un año sabático. Naturalmente, se aplica la usual nota de cautela: todo lo aquí expresado, así como las omisiones, quedan bajo mi exclusiva responsabilidad.

    Por último, pero no menos importante, quiero darle las gracias a Nicolas van de Walle por una frase casual que dijo años atrás en una charla de café y de la que seguramente ya no se acuerda. Me ayudó a recargar energías en momentos de agotamiento: Escribir libros, eso es lo que me gusta hacer.

    Dedico este libro a mi esposa, Lina, y a nuestros hijos, Aaron y Damian. La mayor parte del tiempo no supieron ni notaron ni les importó que estuviera trabajando en el condenado manuscrito. Sin embargo, sin su infalible presencia amorosa no hubiera podido hacerlo.

    INTRODUCCIÓN

    Los regímenes electorales autoritarios practican el autoritarismo tras las fachadas institucionales de la democracia representativa. Celebran elecciones pluripartidistas regulares a nivel nacional, pero violan sistemática y profundamente las normas mínimas de la democracia liberal. Desde el final de la Guerra Fría se han convertido en la forma más común de regímenes no democráticos en el mundo. Países que van desde Azerbaiyán a Zimbabue, desde Rusia a Singapur, desde Bielorrusia a Camerún, han albergado autocracias electorales. En este libro estudio las luchas de régimen entre gobierno y oposición bajo el autoritarismo electoral. Desarrollo una teoría de las elecciones autoritarias que está anclada en una teoría general de los regímenes autoritarios. Ambas teorías giran en torno de la política de la incertidumbre.

    Planteo que todos los regímenes autoritarios padecen dos formas de incertidumbre. Sufren incertidumbres institucionales: su permanencia en el poder no es segura. Y sufren incertidumbres informacionales: nunca pueden saber a ciencia cierta qué tan seguros están. Los actores enfrentados, el gobierno y la oposición, tratan de influir en ambas: en las amenazas reales que enfrentan los gobernantes tanto como en las percibidas. En las autocracias electorales hacen lo mismo, aunque con una lógica institucional particular. Los regímenes electorales autoritarios difieren cualitativamente de todas las demás dictaduras. Aunque traicionan el espíritu democrático de las elecciones plurales, cambian su propia dinámica interna al reconocerlas. Las elecciones formalmente competitivas marcan una diferencia que marca una diferencia (Bateson, 1972). Estructuran la lógica operativa de los regímenes electorales autoritarios. Definen su naturaleza distintiva. En las autocracias electorales la competencia por la incertidumbre se convierte, antes que nada, en una competencia por la incertidumbre electoral.

    En los regímenes electorales autoritarios los gobiernos despliegan un amplio repertorio de estrategias manipuladoras para ganar y seguir ganando las elecciones. Excluyen partidos, persiguen a candidatos, acosan a periodistas, intimidan a votantes, falsifican resultados electorales, y así sucesivamente. Su objetivo inmediato es limitar la incertidumbre de los resultados electorales; su objetivo último, evitar las incertidumbres del cambio de régimen. A veces los partidos de oposición se niegan a participar en las farsas electorales; en otras ocasiones, lo hacen bajo protesta. Ya sea que boicoteen o participen, consientan o protesten, su objetivo inmediato es hacer que los resultados electorales sean menos previsibles. Su objetivo más lejano es hacer más probable un cambio de régimen.

    La política de la incertidumbre desarrolla un marco analítico novedoso para el estudio de la lucha entre gobierno y oposición bajo el autoritarismo electoral.¹ En estas páginas introductorias sitúo mi perspectiva acerca de las elecciones autoritarias en los estudios comparados contemporáneos sobre elecciones y autoritarismo. Describo mi enfoque como una instancia de institucionalismo político que destaca la lógica autónoma de los conflictos políticos desarrollados en la arena institucional de las elecciones autoritarias pluripartidistas. Sin embargo, antes de entrar de lleno en la literatura comparada, detengámonos brevemente en la trayectoria histórica del autoritarismo electoral, en particular en su expansión global desde la desintegración del imperio soviético.

    EL AUGE DEL AUTORITARISMO ELECTORAL

    Sobre el papel, los regímenes electorales autoritarios establecen las instituciones de la democracia liberal. Al mismo tiempo, en los hechos, las subvierten mediante prácticas de manipulación severa y sistemática. Participan en el juego de elecciones pluripartidistas, ya que llevan a cabo elecciones regulares para el primer mandatario y el Congreso nacional. Estas elecciones son formalmente incluyentes (se celebran por sufragio universal), mínimamente pluralistas (pueden competir partidos de oposición), mínimamente competitivas (partidos y candidatos externos a la coalición gobernante, aunque se les niega el triunfo, pueden ganar votos y escaños) y mínimamente abiertas (la disidencia no se reprime de manera masiva, aunque con frecuencia sí de manera selectiva e intermitente). No obstante, son elecciones que no llegan a ser mínimamente democráticas. Los gobiernos las someten a múltiples formas de manipulación autoritaria que violan los principios liberal-democráticos de libertad, integridad e imparcialidad (fairness). Sus maniobras manipuladoras no son leves ni accidentales, sino lo suficientemente graves y sistemáticas como para violar los minima moralia de las elecciones democráticas.

    El uso de elecciones multipartidistas como instrumentos de autoritarismo, en lugar de instrumentos de la democracia (Powell, 2000), no es ninguna novedad. Mientras que los antiguos griegos concibieron las elecciones como institución aristocrática, la Revolución americana las reinventó como institución republicana. Las luchas subsecuentes por la soberanía parlamentaria y el sufragio universal las convirtieron en instrumentos de la democracia representativa. Sin embargo, al mismo tiempo, durante el siglo XIX los monarcas europeos y los caudillos latinoamericanos usaron elecciones competitivas para seguir ejerciendo poderes autocráticos, apoyados en la exclusión, el fraude y la coerción electoral. Los regímenes electorales autoritarios del siglo XX finalmente encontraron formas de llevar una vida saludable y duradera mediante la instalación del repertorio completo de instituciones republicanas, cuyo espíritu democrático subvirtieron mediante un repertorio cada vez más amplio de manipulación autoritaria. La dictadura más duradera del siglo XX —México bajo el PRI— fue una autocracia electoral. De esta manera, continuando y renovando una larga tradición histórica, el uso autoritario de elecciones pluripartidistas ha logrado un alcance global sin precedentes desde que la Guerra Fría se desvaneciera, a finales de la década de los ochenta.

    GRÁFICA A. Regímenes políticos en el mundo, 1972-2010

    FUENTE: Base de datos sobre regímenes autoritarios, versión 2.1 (Hademus y Teorell, 2007).

    Con base en los datos sobre regímenes políticos de Axel Hadenius y Jan Teorell (2007), la gráfica A muestra la distribución global de los principales tipos de régimen entre 1972 y 2010. Como se observa, el autoritarismo electoral no ha proliferado primordialmente a costa de la democracia, sino de las autocracias no electorales.² La gráfica refleja la expansión global de la democracia de la que hemos sido testigos desde comienzos de la década de los setenta y que fue detenida, y hasta ligeramente revertida, en los últimos años. La Revolución de los Claveles de 1974 en Portugal fue el drama político que marcó (como sabemos ahora, de manera retrospectiva) el punto de partida oficial de la tercera ola de democratización global (Huntington, 1991). Desde entonces, el número de regímenes democráticos en todo el mundo casi se ha duplicado. Aunque fuentes distintas arrojan conteos ligeramente diferentes, la tendencia global es muy clara. Por ejemplo, el informe anual de Freedom House sobre derechos políticos y libertades civiles en el mundo identificó 42 países libres en 1974. Casi cuatro décadas después, en 2011, consideró que 87 países eran libres (de un total de 117 clasificados por la organización como democracias electorales).³

    Sin duda, tanto la amplitud como la resiliencia de la expansión democrática global han sido un logro notable. Por primera vez en la historia [...] la democracia se ha convertido en una fuerza global (Keane, 2009: L 325). Sin embargo, el mundo no se ha vuelto enteramente democrático.

    Por un lado, sobrevive cierto número de autocracias de larga data en diferentes partes del mundo. No son muchas. Hoy en día, los regímenes no democráticos típicos de la era de la Guerra Fría —sistemas de partido único, regímenes militares y dictaduras personales— casi han desaparecido. La gráfica A muestra su descenso colectivo. No obstante, no debemos subestimar su relevancia moral y numérica. Dictaduras represivas como las de Corea del Norte y de Siria siguen infligiendo gran sufrimiento a sus poblaciones y el régimen de partido único chino por sí solo gobierna a una quinta parte de la humanidad.

    Por otro lado, de manera paralela al declive de las dictaduras de partido único y militares, hemos visto el surgimiento de nuevos tipos de autoritarismo electoral, muchos de los cuales han nacido en transiciones de regímenes de partido único (como Gabón y Camerún). Otros han surgido de golpes militares (como Argelia y Azerbaiyán) y algunos otros se han desarrollado a partir de procesos de erosión democrática (como Venezuela y Rusia). Pocos regímenes sobreviven de periodos anteriores, varios de ellos surgidos de luchas de independencia nacional (como Singapur y Zimbabue).

    Se ha vuelto un lugar común afirmar que estas nuevas formas de regímenes híbridos se han convertido en el tipo más común de regímenes no democráticos en el mundo contemporáneo. La gráfica A corrobora este diagnóstico común y la tendencia realmente puede estar lejos de haber terminado. Los regímenes militares y de partido único sobrevivientes —China de manera sobresaliente— bien pueden unirse al grupo de las autocracias electorales en los próximos años. Lo mismo puede suceder en Medio Oriente y en el norte de África. Las rebeliones árabes que se desencadenaron en 2011 han sido dirigidas contra una amplia gama de regímenes: autocracias electorales (como las de Túnez, Egipto y Yemen), monarquías cuasitradicionales (como las de Marruecos y Bahréin), regímenes de partido único (como el de Siria) y regímenes personalistas (como el de Libia). En el corto plazo sus resultados han sido tan variados como sus blancos. Sin embargo, en el mediano plazo pueden propiciar un incremento neto en el número de regímenes electorales autoritarios.

    A principios de 2012 la lista incompleta de regímenes electorales autoritarios contemporáneos incluye, en la región postsoviética, a Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán; en el norte de África y Medio Oriente, Argelia, Iraq, Egipto y Yemen; en América Latina, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Honduras y Nicaragua; en el África subsahariana, Burkina-Faso, Camerún, Chad, Congo (Kinshasa), Etiopía, Gabón, Gambia, Guinea, Mauritania, Togo y Zimbabue, y en el sur y este de Asia, Afganistán, Camboya, Malasia y Singapur. Indudablemente, vivimos en una era de autoritarismo electoral (Morse, 2012).

    ELECCIONES BAJO AUTORITARISMO

    Como respuesta a la difusión global de la democracia, desde mediados de la década de los ochenta ha surgido una vasta bibliografía comparada sobre democratización política. Como respuesta a la persistencia de viejas formas y el surgimiento de nuevas formas de regímenes autoritarios, desde comienzos de la década de 2000 ha aparecido una bibliografía floreciente sobre autoritarismo político. Dentro del nuevo campo de investigación sobre autoritarismo comparado, los autores han prestado gran atención al uso de elecciones por parte de los regímenes autoritarios. Han surgido tres perspectivas distintivas:

    1. Elecciones como adorno. El denominado nuevo institucionalismo en el estudio de regímenes autoritarios se basa en el supuesto de que las instituciones formalmente democráticas importan, incluso bajo un gobierno autoritario (véase Schedler, 2009d y 2010a). No todos los analistas comparten este supuesto causal. Algunos ven las elecciones autoritarias como meros epifenómenos, como reflejos de las relaciones subyacentes de poder que no tienen relevancia causal por sí mismos (véase Brownlee, 2009).

    2. Elecciones como herramientas. Otros, oponiéndose a la idea de que las elecciones autoritarias son puramente decorativas, las conciben como instrumentos que emplean los gobernantes autoritarios para fortalecer su control del poder. Las elecciones pueden servir a este propósito de muchas maneras. Por ejemplo, pueden confundir a los votantes, distraer a los actores de oposición, canalizar bienes clientelares, pacificar a miembros peleados de la élite o alertar al gobierno sobre oscilaciones en el apoyo popular. Independientemente de su naturaleza concreta, su carácter competitivo o no competitivo, o su alcance local o nacional, las elecciones sirven para aumentar la esperanza de vida política de gobernantes autoritarios. Son utensilios en la caja de herramientas de los dictadores. No definen la naturaleza de los regímenes autoritarios; más bien, representan estrategias que cualquier tipo de gobierno autoritario puede utilizar (véase Gandhi, 2008).

    3. Elecciones como arenas. En este libro desarrollo una tercera perspectiva que resalta la ambigüedad de las elecciones. Sostengo que algunos tipos de elecciones autoritarias son más que meros instrumentos de la dictadura. Específicamente, afirmo que la introducción de elecciones regulares multipartidistas a nivel nacional (para presidente en sistemas presidenciales o para la legislatura en sistemas parlamentarios) cambia la lógica interna de la política autoritaria. Estas elecciones abren una arena de lucha que es asimétrica, ya que concede grandes ventajas al gobierno, pero de todos modos ambigua, pues ofrece a los actores de oposición oportunidades valiosas de impugnación y movilización con las que no cuentan en regímenes no electorales. Aunque por diseño no son libres ni justas, las elecciones multipartidistas autoritarias no están enteramente predeterminadas en sus resultados. Sirven a los partidos gobernantes para sostener el régimen autoritario, pero también sirven a los actores de oposición para subvertirlo. Lo hacen de una manera compleja, en una dinámica de dos niveles, en la que la competencia electoral (la movilización de votantes) va de la mano de luchas institucionales (la disputa por las reglas).

    Concibiendo a las elecciones autoritarias multipartidistas como arenas de conflictos asimétricos, La política de la incertidumbre estudia las dinámicas internas que se despliegan dentro de sus confines. Persigue dos objetivos principales: la formación de conceptos y el desarrollo de teoría.

    Conceptualmente, el libro delimita los regímenes electorales autoritarios en el espectro de los regímenes políticos. A diferencia de otros regímenes autoritarios, las autocracias electorales instalan el conjunto completo de instituciones formalmente representativas que caracteriza a la democracia liberal. A diferencia de las democracias electorales, someten a estas instituciones a una manipulación severa y sistemática. El libro mapea sus configuraciones institucionales formales, su amplio repertorio de manipulación, sus fronteras controvertidas y su diferenciación interna entre regímenes competitivos y hegemónicos.

    Teóricamente, el libro desarrolla un marco analítico novedoso para el estudio de los regímenes electorales autoritarios. Identifica la competencia bajo incertidumbre y por incertidumbre como el eje central de la política en los regímenes autoritarios. Los gobiernos autoritarios padecen incertidumbres institucionales: su permanencia en el poder nunca es segura. También padecen incertidumbres informacionales: nunca pueden saber a ciencia cierta qué tan seguros están. Todos los actores políticos tratan de incidir en ambas: tanto en las amenazas reales que enfrentan los gobernantes como en las percepciones de amenaza que tienen. Describo las luchas de régimen en el autoritarismo como luchas entrelazadas por esta doble incertidumbre. Se trata de luchas bajo y sobre la incertidumbre. Sostengo que en las autocracias electorales esta política de la incertidumbre se despliega como un juego de dos niveles en el cual los actores luchan de manera simultánea por apoyos electorales (en el juego de la competencia electoral) y por reglas electorales (en el metajuego del cambio institucional).

    INSTITUCIONALISMO POLÍTICO

    El concepto autoritarismo electoral implica una perspectiva institucionalista. Se basa en el supuesto de que las instituciones importan. Cuando designamos el establecimiento formal de elecciones multipartidistas como el rasgo definitorio de una clase de regímenes autoritarios, asumimos que las instituciones formalmente democráticas tienen el poder de cambiar la naturaleza de la política bajo el autoritarismo. Concebir las elecciones autoritarias como una arena de lucha entre gobierno y oposición implica además la suposición de que la política importaen el marco formal de instituciones autoritarias. Cuando estudiamos las dinámicas del conflicto en la arena electoral autoritaria suponemos que estas dinámicas son intrínsecamente relevantes. Además, esperamos que sean causalmente relevantes y que se desarrollen de acuerdo con su propia lógica autónoma.

    Puesto que mi enfoque presta igual atención a las instituciones formales que estructuran el conflicto político como al conflicto político que estructura las instituciones formales, lo concibo como una instancia de institucionalismo político. En ciencia política, el denominado nuevo institucionalismo constituye un conjunto amplio de trabajos que comparten el supuesto de que las instituciones formales (y también las informales) constituyen pilares centrales de la vida política. Las variedades existentes de análisis institucional se dividen convencionalmente en tres ramas: el institucionalismo histórico se centra en momentos de quiebre y periodos posteriores de durabilidad institucional; el institucionalismo sociológico, en normas y expectativas de estabilidad, y el institucionalismo económico o de elección racional, en los cálculos de intereses de actores estratégicos (véase Hall y Taylor, 1996). Una cuarta rama introducida de manera más reciente, el institucionalismo discursivo o constructivista, estudia la dinámica del cambio institucional por medio de la negociación y la comunicación (véase Schmidt, 2008).

    De la extensa familia de los nuevos institucionalismos en ciencia política extrañamente está ausente una perspectiva teórica que toma en serio al objeto de la ciencia política: la política. Los politólogos hemos trabajado con institucionalismo histórico, sociológico, económico y comunicativo, pero olvidamos desarrollar la perspectiva más obvia: el institucionalismo político. De manera notable, hemos omitido la política del estudio institucional de la política. Mi propio marco analítico intenta corregir esta omisión. Su énfasis en las luchas competitivas por la incertidumbre otorga primacía a la política que se desarrolla en la arena institucional de las elecciones autoritarias. Para transmitir el carácter distintivo del institucionalismo político quiero contrastarlo con tres enfoques alternativos sobre la dinámica de los regímenes autoritarios que difieren en sus concepciones de conflictos, actores, instituciones e incertidumbre. El cuadro A ofrece una síntesis.

    1. Sociología política centrada en la sociedad. Lo que podemos llamar sociología política de los regímenes centrada en la sociedad se enfoca en conflictos horizontales en el seno de la sociedad. Identifica a determinados grupos sociales como los actores principales y a sus conflictos distributivos por la riqueza como el conflicto principal. Los actores sociales eligen regímenes según sus consecuencias redistributivas. El rico busca el brazo protector del autoritarismo; el pobre, los beneficios redistributivos de la democracia. Para ambos la tasa impositiva sobre el capital es la principal manzana de la discordia. Como eco distante de perspectivas marxianas, la política es epifenoménica, un simple reflejo de las luchas sociales, y los políticos son representantes perfectos de las clases sociales. Las instituciones son herramientas de dominación, restricciones que los grupos sociales victoriosos imponen a sus adversarios. Sirven también a los poderosos para proyectar una imagen de autocontención. La lógica central de la explicación es sociológica; el enigma fundamental es la selección de regímenes por parte de las clases dominantes. Puesto que la distribución social de riqueza, que determina las preferencias y las capacidades de los actores, es conocida, la incertidumbre no juega prácticamente ningún papel. Identifico a Carles Boix (2003), Daron Acemoglu y James Robinson (2006) como representantes paradigmáticos de esta perspectiva. Enfoques previos, no matemáticos, de sociología política de los regímenes tuvieron ciertas afinidades teóricas, pero tendieron a reconocer más claramente la relevancia autónoma de la política (por ejemplo, Lipset, 1981; Moore, 1993, y Rueschemeyer, Huber y Stephens, 1992).

    2. Economía política centrada en el Estado. La economía política de las dictaduras centrada en el Estado ubica el epicentro de la acción política en la cima del Estado, no en la sociedad. La

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