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Adivina, o te devoro: El enigma de los símbolos
Adivina, o te devoro: El enigma de los símbolos
Adivina, o te devoro: El enigma de los símbolos
Libro electrónico234 páginas3 horas

Adivina, o te devoro: El enigma de los símbolos

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Adivina, o te devoro es un libro peculiar, tanto por su estilo literario como por su objetivo. Es su intención ahondar en la naturaleza y el universo simbólico humanos, a través de distintos símbolos de la historia antigua y moderna. Lo que resulta es un libro polivalente pero bien equilibrado que evidencia la naturaleza simbólica del hombre y, a la vez, un sesudo acertijo para quien se atreva a resolverlo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 abr 2014
ISBN9786071619426
Adivina, o te devoro: El enigma de los símbolos

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    Adivina, o te devoro - Pablo Soler Frost

    riesgo.]

    Adivina, o te devoro

    EL NUESTRO es un mundo cruzado de símbolos. Un mundo que troquelamos con símbolos. El mundo mismo así habla. Vivimos inmersos en el bosque de los símbolos (como escribiera Charles Baudelaire: L’ homme y passe à travers des forêts de symboles / Qui l’observent avec des regards familiers).¹ Símbolos antiquísimos, acaso desde antes de Altamira y de Lascaux, que serían los primeros signos sensibles de nuestra presencia en el universo.² Durante los treinta mil o más años de prehistoria y de historia humana y en la inmediata era en que vivimos, el hombre ha hecho uso de los símbolos.

    De hecho, hoy en día proliferan. No sólo eso: algunos de estos símbolos se cargan de nuevos significados, odres que se llenan de nuevo, por razones que no creo comprender del todo. Otros se vacían de sus significados antiguos, odres viejos, sin adquirir uno nuevo. Muchos se miran como a través de un caleidoscopio.

    En esta empresa quisiera explorar algo de la historia y del significado de los símbolos.³ Creo que así podría, si no entenderlos, sí aclarar algunas cosas que para mí resultan más que confusas, misteriosas, arcanas. Es, de todos modos, una empresa casi vana. No sólo porque en sí los símbolos, su uso y existencia sean un tema de por sí vastísimo y erizado de dificultades, sino porque el caudal de lo escrito, pintado, compuesto, bailado, historiado y filmado acerca del simbolismo es enorme y crece a ojos vistas. Pero además el simbolismo es infinito, tan infinito como lo son los números primos (van dieciocho millones y contando). Tomemos, por ejemplo, un país. Australia. Todo allí es un símbolo, tanto para los primeros nacidos como para los recién llegados; la variedad lingüística y totémica deriva en una variedad simbólica enorme. Tan sólo del búmeran o del canguro o de los surfers se pueden escribir muchos libros, filmar muchas películas, esculpir muchas esculturas. Un poeta como Bloy haría un gran poema sobre el búmeran; un poeta como Darío, otro. Y los primeros nacidos saben algo que yo no sé: que los grandes símbolos llegaron en el Dreamtime, que es ese periodo anterior a la historia y aun a la prehistoria, en el cual los animales hablaban, por ejemplo, entre muchos otros hechos oníricos y otros totémicos encuentros. Se me dirá que el ejemplo de Australia es atípico (el cisne negro). Sí: es lo más atípico que hay. Pero pensemos en Suiza, en Ecuador, en Mali. Su simbolismo llenaría, por lo menos, una pequeña biblioteca. Y dejándonos de geografías, en territorios de abstracción más pura, ¿cuántos libros no pueden escribirse sobre el rojo? ¿Sobre Stalker de Tarkovski? ¿O sobre el círculo? ¿O las puertas giratorias?⁴ Lo mismo que el simbolismo de una parte de nuestro cuerpo, o de la pluma del ave o del carbono.

    Nuestro mundo simbolizado está repleto de símbolos de pertenencia, de permanencia, de transmutación. Símbolos de adquisición, de representación, de poderío. Símbolos claros, luminosos, símbolos de amor, pero también oscuros, ctónicos, enigmáticos o laberínticos. Y símbolos de odio. Símbolos de angustia, de belleza, de energía, de fertilidad, de crecimiento y decrecimiento; morales e inmorales, de renacimiento y de muerte.

    Símbolos de lo alto y de lo abisal, de lo abierto y lo cerrado, de la frontera y del umbral: hay otros de los elementos y de sus combinaciones, otros más de los universos del pensamiento puro. Los hay latentes y evidentes, cercanos y lejanos. Todos son concretos pero son ambiguos. Permiten distintas lecturas.

    Hay símbolos legados durante milenios, como la cruz, de la cual se han escrito bibliotecas. Me gusta la concisión de Jorge Luis Borges: Cruces […] viejos utensilios del hombre, rebajados o elevados a símbolos; no sé por qué me maravillan, cuando no hay en la tierra una sola cosa que el olvido no borre o que la memoria no altere y cuando nadie sabe sobre qué imágenes lo traducirá el porvenir.

    Hay otros símbolos olvidados o tan antiguos o intrincados que sólo una minoría los conoce (como muchos de los símbolos alquímicos, el simbolismo egipcio o el simbolismo tibetano). Y aún existen otros que nadie sabe ya qué significan, tallas en Göbekli Tepe o petroglifos o líneas en la tierra.

    Hay símbolos frívolos y símbolos trascendentes. Símbolos serenos y símbolos disparatados. Lo que se creen nuevos símbolos y símbolos antiquísimos. Símbolos de poderío y de miseria, de lucha y de rebeldía, símbolos de hambre y símbolos de hartazgo, símbolos de terror y otros de bienaventuranza.

    Hay hombres que son símbolos: guías y líderes espirituales, deportistas y científicos, maestros y rocanroleros, víctimas y verdugos, mendigos y reyes. (I’m tired of being a symbol!, exclama Greta Garbo como la reina Cristina de Suecia en la película del mismo nombre dirigida por Rouben Mamoulian). Sex-symbols. Y símbolos de fashion. Y logos. No en el sentido sacramental y misterioso de la Palabra, sino que es el nombre que se reserva para los símbolos comerciales y omnipresentes de, por ejemplo, las marcas deportivas. Y hay símbolos de símbolos. Los hay en los recintos, las pantallas y en los aeropuertos que, según yo, Karl Kraus consideraría magia negra. Símbolos de justas deportivas multimillonarias y símbolos de pequeños triunfos: en las redes nada funciona sin su correspondiente símbolo. Su número, posiblemente infinito, nos habla y a veces nos rebasa: nos puede liberar o nos oprime.

    Además (y esto es para mí un hecho evidente, viviendo como vivo en México), los acontecimientos históricos pueden fácilmente convertirse en símbolos: desde el cadete Juan Escutia arrojándose desde el Alcázar de Chapultepec hasta la pedriza que le tocó al gran Moctezuma Xocoyotzin. Pero, polémicas aparte, es un hecho que tanto hechos como lugares donde estos hechos ocurrieron se vuelven símbolos y simbólicos.

    Como escribió con su habitual claridad el biblista Charles H. Dodd: "Cualquier gran acontecimiento que enciende la imaginación se rodea de un ‘aura’ de significado emocional, que se traduce a un símbolo, y este símbolo puede ganar en sentido con el transcurrir del tiempo. La mayoría de las naciones poseen acontecimientos simbólicos de esta naturaleza en sus tradiciones […] así la redención de Israel de la servidumbre egipcia al cruzar a pie el Mar Rojo, se convirtió en un símbolo, primero de la providencia de Dios sobre su pueblo y, después, en símbolo de la redención de toda la humanidad en un sentido mucho más profundo".

    O el hecho que el Reich fuera una lengua antes que una entidad política, un Verbo antes que un Espacio ("Die Verwandlung des Reich-Raumes im Sprach-Raum, seine Symbolische Aufhebung"),⁶ tuvo consecuencias simbólicas y políticas desastrosas para la paz europea, consecuencias de las que hasta hoy quedan ruinas, lamentos y vergüenzas.

    O el hundimiento del Titanic. "El Titanic es una Torre de Babel en pleine vitesse. No sólo el nombre es simbólico, lo son casi todos los pormenores. Baal, el becerro de oro, piedras preciosas de fama y momias de faraones: todo está presente", escribió, años más tarde, reflexionando, en sus diarios, Ernst Jünger.

    O el atentado del 20 de julio de 1944 en contra de Hitler. El atentado fue, fundamentalmente, un acto simbólico. Aquellos que apuntan a la desesperanza de los conspiradores o señalan la pobre planeación, no logran ver ni comprender su verdadero significado. Es apenas una exageración decir que la decisión de atacar era una decisión por el martirio […] El propósito del 20 de julio era el gesto en sí: el gesto era su propia justificación…,⁷ escribe Joachim Fest en su historia de las conspiraciones para eliminar a Hitler y a sus esbirros.

    O, como estoy viendo mientras escribo, el helicóptero que lleva a Benedicto XVI, en su último viaje como pontífice máximo, del Vaticano a Castelgandolfo, sobrevolando el Coliseo, donde tantos hombres y mujeres padecieron. Y todo, nuestro mundo y nuestro cuerpo y nuestra alma, el Cuerpo de Cristo y la institución del primado y ese hombre en particular, la historia del Occidente entero, Celestino V, Dante, Pío XII y Juan XXIII, Polonia, Alemania e Israel, las lágrimas y las sonrisas y la resurrección de los muertos y el Areópago y la Conquista y los cardenales, los guardias, el camión de bomberos, los pilotos, los coches negros, los pinos cuidados, las banderas oficiales y las banderas de la gente, la transmisión en vivo, la red y las diecinueve cámaras, los fotógrafos y los satélites, el celibato y el abuso y el arrepentimiento y la redención y ese que cayó como un lucero y el que lo derrumbó y la técnica y el arte occidental y un largo, largo etcétera hacen que este hecho se halle cargado del más íntimo (e intenso al tiempo) simbolismo. Estos momentos pertenecen a, y son la mitad de uno de los universos simbólicos más impetrados, y, para mí, el más profundo.

    En este ensayo intentaré, con temor y temblor, explorar estas nociones, siempre, como quería fray Luis de Granada, procediendo por lumbre de razón, pues "Dios me preserve de intentar una explicación cualquiera, porque hay un peligro terrible en tocar los símbolos. Adivina, o te devoro parecen decir como la Esfinge a los viajeros lo bastante audaces para aventurarse por el camino de Tebas, capital enigmática de la Beocia, escribía el pordiosero del Absoluto, León Bloy, el gladiador de Dios" (Rubén Darío dixit), el empresario de las demoliciones y gran enemigo del cambio de horario, esa invención diabólica,⁸ como escribió el 14 de junio de 1916.


    ¹ Charles Baudelaire, Correspondances, en Les Fleurs du Mal, IV.

    ² Georges Bataille, El milagro de Lascaux, en Para leer a Georges Bataille, selección de Ignacio Díaz de la Serna y Phillippe Ollé-Laprune, trad. de Glenn Gallardo, FCE, México, 2012.

    ³ No hablaré en este ensayo, sino tangencialmente, por reservarlos para mejor ocasión, o por considerar que son universos que en estos momentos exceden mis malgastadas fuerzas, de cuatro universos simbólicos, para mí, capitales, que son el simbolismo habsbúrgico, el simbolismo mexicano, el simbolismo estelar y el simbolismo olímpico.

    ⁴ "La puerta giratoria es una clave determinante para comprender el simbolismo de Letzte Mann (dir. Friedrich Wilhelm Murnau, 1924). Punto de unión entre el mundo exterior a menudo lluvioso (simbolizando la realidad alemana, su violencia, su pobreza) y el opulento mundo interior (representando ese palacio de ricos y de pudientes que es el hotel Atlantic), esta puerta giratoria es el eje […] ni nunca abierta, ni nunca cerrada… (Jason Roberts, Un double visage du cinéma weimarien", en Martine Béland y Myrtô Dutrisac (eds.), Weimar ou l’hyperinflation du sens, Les Presses de l’Université Laval, Quebec, 2009, pp. 128-130.)

    ⁵ Charles Harold Dodd, The Bible To-Day, The University Press, Cambridge, 1960, pp. 17-18.

    ⁶ Hanns-Albert Steger, Europäische Geschichte als kurturelle und politische Wirklichkeit, Eberhard Verlag, Múnich, 1990, p. 43.

    ⁷ Joachim Fest, Plotting Hitler’s Death, trad. de Bruce Little, Henry Holt and Company, Nueva York, 1996, p. 340.

    ⁸ León Bloy, La puerta de los humildes. Diarios del autor, 1915-1917, trad. de José Mazzanti, Mundo Moderno, Buenos Aires, 1950, p. 63. Los diarios anuncian que esta noche a las once todos los relojes públicos serán adelantados una hora. Quiere esto decir que en adelante […] la medianoche se anticipará oficialmente sesenta minutos. El sol no saldrá más temprano, sin embargo. Sin hablar de la sorprendente estupidez de la medida, pienso que en este simple hecho […] debe haber una oscura maniobra del demonio, enemigo del orden establecido por Dios, cuya consecuencia no puede ser otra que desgracias sin cuento y acaso catástrofes.

    Durante la primera Guerra Mundial, con el pretexto del esfuerzo bélico, varios países instauraron el uso del cambio de horario, entre ellos Francia y Alemania; Estados Unidos no lo hizo sino hasta 1919. La primera persona en proponerlo había sido, ciento cincuenta años antes, Benjamín Franklin.

    Palabra griega

    ¿Qué otro principio hay que sea primero que el ser de lo que se trata y la declaración breve de ello, que la Escuela llama definición?

    FRAY LUIS DE LEÓN

    LA PALABRA símbolo tiene su origen en el griego. Lidell y Scott, en su A Greek-English Lexicon, uno de los libros que merecen el adjetivo de monumentales, establecen que el término symbolon significó varias cosas, todas conectadas entre sí, conexión que el uso del mismo término amarra. Symbolon significó "cada una de las dos mitades correspondientes de un astrágalos". ¿Qué es un astrágalo? ¿Un hueso de carnero? ¿Un dado? Sebastían de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), obra inteligente y amena con la cual inicia la tradición de vocabularios en castellano, dice que: … partían entre los dos una moneda o alguna otra cosa con ciertas muescas […] o de otro objeto que dos partes contratantes rompían entre ellos. Cada parte guardaba una pieza, para tener prueba de la identidad del que presentara la otra. Esta rotura significa que un symbolon posee una mitad presente y otra ausente. Antiguamente cuando entre dos personas habían de conferir negocio grave y secreto, para que ninguno de los dos fuese engañado por tercera persona, partían entre los dos una moneda o alguna otra cosa con ciertas muescas […] que no pudiesen contrahacer; y al tornar a comunicarse sacaba cada uno su pedazo y juntábanlos, de donde se colegía ser persona cierta con quien se podía comunicar el secreto. De esto hace un símbolo Claudio Paradino, de dos manos con una moneda partida.¹

    Fue también cualquier prueba de la propia identidad; una garantía; un pasaporte o el signo en el estampado; un tratado entre dos estados que provee por la seguridad de los ciudadanos de cada uno y sirve como instrumento de resolución de disputas comerciales y de otra naturaleza; un contrato entre individuos. Naturalmente, también poseyó el significado que hoy, corrientemente, se le atribuye: pero en particular la palabra se usó para designar los estandartes de los stratopedós, las insignias de las deidades, los santo y seña, y los códigos secretos.

    El símbolo es un objeto en prenda. Es un objeto presente que habla, por así decir, de un objeto oculto, un objeto que representa a otro ausente y que se comprende mediante sí mismo (pues deriva del verbo griego symballo, que significa juntar, ensamblar, unificar).

    Gottlob Frege, el filósofo y matemático alemán, en su obra Sobre la justificación científica de una conceptografía (1879), escribía que la capacidad de realizar transformaciones de las cosas no alcanzaría […] plena libertad […] si no fuera por la invención de los símbolos, que nos hacen presente lo ausente, lo invisible y, tal vez, lo insensible.²

    La función de un símbolo es justamente la de revelar una realidad total, inaccesible a los demás medios de conocimiento, escribe Eliade.³ Y sin símbolos sería difícil remontarnos hasta el pensamiento conceptual. Al dar el mismo símbolo a cosas diferentes aunque similares, propiamente no designamos la cosa individual, sino lo que tienen en común: el concepto […] Así, lo sensible nos abre el mundo de lo no sensible.⁴

    No sé si sea verdaderamente algo tan abstracto como un concepto lo que nos conecta con los símbolos. Es otra cosa. Es algo que actúa de una manera kármica (me excuso por usar este término en un libro que trata básicamente de Occidente, pero Toynbee lo usa en su libro sobre los

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