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Diplomacia encubierta con Cuba: Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana
Diplomacia encubierta con Cuba: Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana
Diplomacia encubierta con Cuba: Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana
Libro electrónico1109 páginas16 horas

Diplomacia encubierta con Cuba: Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana

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Auxiliándose de la investigación de archivos clasificados estadounidenses referentes a varios episodios de diálogo entre Washington y La Habana, el estudio de diversos registros oficiales como el archivo del departamento de Estado y las entrevistas a personajes clave, como Fidel Castro y Jimmy Carter, los autores realizan un análisis político y periodístico completo sobre la historia de las relaciones diplomáticas oficiales y no oficiales entre Estados Unidos y Cuba, desde 1959 hasta la actualidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 dic 2015
ISBN9786071634191
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    Diplomacia encubierta con Cuba - William LeoGrande

    Foto: Gabriela Vega

    Peter Kornbluh es, desde 1986, jefe de análisis del Archivo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, una ONG localizada en Washington, D. C., donde actualmente dirige el proyecto de documentación sobre Cuba y Chile. Es uno de los principales impulsores de la Ley de Libertad de Información, que ha permitido desclasificar archivos secretos del gobierno de los Estados Unidos, en particular los que lo vinculan con la dictadura de Pinochet; fue codirector del proyecto de documentación del caso Irán-Contras y director del proyecto del archivo sobre la política estadunidense hacia Nicaragua. Ha sido profesor en la Universidad de Columbia. Sus artículos han aparecido en importantes diarios y revistas de circulación internacional, así como en Proceso y La Jornada, en México. Entre sus publicaciones están Pinochet: el archivo secreto (2004, 2013), Los EEUU y el derrocamiento de Allende (2003), Bay of Pigs Declassified: The Secret CIA Report on the Invasion of Cuba (1998) y The Iran-Contra Scandal: The Declassified History (1994). Ha asesorado a productores de Hollywood para documentar algunas películas; por ejemplo, participó en Che, en la que Benicio del Toro encarna a Ernesto Guevara de la Serna.

    Foto: Jeff Watts, American University

    William M. LeoGrande, profesor de gobierno en la School of Public Affairs de la American University en Washington, es un reconocido especialista en política de América Latina. Ha sido asesor de diversos organismos, tanto del sector privado como del gobierno de los Estados Unidos. Trabajó para el Comité de Política del Partido Demócrata en el Senado y para el Grupo de Trabajo del Partido Demócrata para América Central en la Cámara de Representantes. Entre sus obras se encuentran Our Own Backyard: The United States in Central America, 1977-1992 (1998), A Contemporary Cuba Reader: The Revolution under Raúl Castro (2014), A Contemporary Cuba Reader: Reinventing the Revolution (2007), The Cuba Reader: The Making of a Revolutionary Society (1988) y Political Parties and Democracy in Central America (1992). Sus artículos han aparecido en diarios como The New York Times, The Washington Post, Los Angeles Times, The Miami Herald, Le Monde Diplomatique, The Nation y The New Republic.

    SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO

    DIPLOMACIA ENCUBIERTA CON CUBA

    Traducción

    SANDRA SEPÚLVEDA AMOR

    Traducción de abreviaturas,

    notas, bibliografía e índice

    JOHANNA MALCHER

    Revisión de la traducción

    FAUSTO JOSÉ TREJO

    WILLIAM M. LEOGRANDE

    PETER KORNBLUH

    Diplomacia encubierta

    con Cuba

    HISTORIA DE LAS NEGOCIACIONES SECRETAS ENTRE WASHINGTON Y LA HABANA

    Primera edición en inglés, 2014

    Segunda edición en inglés, 2015

    Primera edición en español

       de la segunda en inglés, 2015

    Primera edición electrónica, 2015

    Título original: Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations

    Between Washington and Havana, de William M. LeoGrande y Peter Kornbluh

    D. R. © 2014, University of North Carolina Press. Nuevo epílogo © 2015.

    Publicado en español con el permiso de University of North Carolina Press,

    Chapel Hill, North Carolina, 27514 USA, www.uncpress.unc.edu

    Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

    D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3419-1 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    En memoria de los amigos y compañeros

    ROBERT A. PASTOR, SAÚL LANDAU, VIRON P. [PETE] VAKY,

    BARRY SKLAR, WILLIAM D. ROGERS y PATRICIA CEPEDA,

    quienes se esmeraron en su trabajo para lograr una reconciliación

    entre Cuba y los Estados Unidos, pero, lamentablemente,

    no vivieron lo suficiente para verla.

    ÍNDICE GENERAL

    Prólogo

    Agradecimientos

    Abreviaturas

    Introducción. La reconstrucción de los puentes

    I. Eisenhower: paciencia y tolerancia

    II. Kennedy: la búsqueda secreta de un acuerdo

    III. Johnson: Castro lanza mensajes con el brazo extendido

    IV. Nixon y Ford: la tregua de Kissinger en el Caribe

    V. Carter: unos cerca de otros, pero sin puros de por medio

    VI. Reagan y Bush: necesidad diplomática

    VII. Clinton: de las respuestas calibradas a los acuerdos de pasos positivos en paralelo

    VIII. George W. Bush: volver atrás en el tiempo

    IX. Obama: un nuevo comienzo

    X. Enemigos íntimos, posibles amigos

    Epílogo. Cortando las cadenas del pasado: un éxito de la diplomacia encubierta

    Notas

    Bibliografía

    Índice analítico

    Dios siempre quiere construir puentes; somos nosotros quienes

    construimos muros. Y los muros se derrumban siempre.

    Papa FRANCISCO al hablar sobre

    la restauración de las relaciones

    entre los EUA y Cuba

    PRÓLOGO

    JORGE I. DOMÍNGUEZ*

    ¿Faltaba algo por escribirse sobre las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos? Este sensacional libro, maravillosamente bien escrito, muestra su valor en múltiples ocasiones, cuando presenta nueva información que permite formular interpretaciones novedosas sobre hechos que, en algún momento, parecían haber quedado plenamente establecidos; ahora comprendemos que la historia no había sido precisamente así.

    LA RELACIÓN ENTRE CUBA Y LOS ESTADOS UNIDOS

    EN EL MUNDO HISPANOPARLANTE

    La relación entre Cuba y los Estados Unidos ha sido demasiado importante como para que quedara exclusivamente en manos de los gobiernos de esos países. En diversos momentos, varios gobiernos y múltiples individuos intentaron mediar entre Cuba y los Estados Unidos. Figuraron entre otros los gobiernos del mundo hispanoparlante; resaltaré tres ejemplos.

    España, bajo el caudillo Francisco Franco, tuvo un tropiezo al arranque del gobierno revolucionario cubano, pero pronto recompuso sus relaciones con Cuba. A fines de 1967, momento de serio deterioro de las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética, el secretario de Estado estadunidense Dean Rusk se acercó al canciller de España, Fernando María Castiella, para enviar un mensaje al gobierno cubano, para indagar sobre un posible interés en entablar discusiones tri o bilaterales. En 1984, España y Colombia facilitaron el traslado a Cuba desde Granada de los muertos y heridos cubanos, caídos en esa isla mientras hacían frente a la invasión estadunidense. Y en octubre de 2009, el presidente Barack Obama discutió con el presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, cómo destrabar las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. España transmitió el mensaje al presidente Raúl Castro; aunque esta iniciativa no prosperó, España continuó participando y, en coordinación con el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, logró un acuerdo con Castro en julio de 2010 que permitía la salida de decenas de presos políticos de las cárceles cubanas rumbo al exilio en España.

    De manera similar, Chile es un segundo ejemplo de intentos de mediación. También en 1967, el secretario Rusk se acercó al canciller Gabriel Valdés con el fin de explorar un posible interés del presidente Fidel Castro en una discusión tri o bilateral. En 1970, el presidente Eduardo Frei anunció la decisión de su gobierno de restablecer relaciones comerciales con Cuba, seguida meses después por la decisión del presidente Salvador Allende de restablecer también relaciones diplomáticas. Estas decisiones de Chile rompieron el marco de sanciones que había sido la política preferida del gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba.

    México también adoptó iniciativas que buscaban mediar entre Cuba y los Estados Unidos. Este libro destaca a la vez que confirma elementos esenciales de algunos intentos ya conocidos de mediación trilateral. Por ejemplo, desde hace mucho se sabe que en 1981 el canciller de los Estados Unidos, Alexander Haig, se reunió en México con el vicepresidente de Cuba, Carlos Rafael Rodríguez. Yo le atribuía esa iniciativa al canciller de México, Jorge Castañeda de la Rosa, aunque con la aprobación del presidente José López Portillo (1976-1982). Kornbluh y LeoGrande dejan claro, sin embargo, que López Portillo, en una conversación cara a cara, le pidió al presidente Ronald Reagan que enviara a Haig a platicar con Rodríguez en México.

    Un segundo ejemplo del útil funcionamiento de la relación triangular fue la imprescindible mediación personal del presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) en facilitar el importante acuerdo migratorio entre Cuba y los Estados Unidos logrado en agosto y septiembre de 1994. Sin su intervención no se habría llegado a ese acuerdo. En sus memorias, Salinas ya había descrito esta mediación en detalle,¹ pero toda memoria presidencial, en cualquier país, posee un valor solamente parcial ya que un propósito de tales publicaciones es pulir la imagen de quien la escribe. Kornbluh y LeoGrande confirman los detalles clave de la mediación de Salinas, incluso el papel de paloma mensajera que tuvo el gran escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien, en estrecha colaboración con Salinas, se reunió con Fidel Castro y William Clinton, intercambió comunicaciones y viajó a La Habana, después de su reunión con el presidente de los Estados Unidos, en el avión presidencial mexicano.

    Sin embargo, la relación de México con Cuba y los Estados Unidos fue más compleja que la simple imagen de mediación. La pieza angular de esas relaciones triangulares, universalmente reconocida como un hecho, fue la presunta rebeldía del gobierno de México frente a los Estados Unidos en 1964. En julio, respondiendo a una queja formal presentada por Venezuela, los ministros de Relaciones Exteriores miembros de la Organización de los Estados Americanos (OEA) determinaron que Cuba había agredido a Venezuela, e impusieron sanciones colectivas, diplomáticas y económicas, a Cuba, incluyendo el compromiso de romper relaciones diplomáticas con su gobierno. Aunque Bolivia, Chile, México y Uruguay votaron en contra de la resolución, solamente México mantuvo relaciones diplomáticas con la isla. Esta heroica rebeldía mexicana entró en la historia oficial compartida de las relaciones entre Cuba y México hasta el fin del siglo XX. Fue un ejemplo de lo que el gran analista de la política exterior de México, Mario Ojeda, consideraba como la mayor independencia relativa de México frente a los Estados Unidos, en comparación con las políticas exteriores de otros países latinoamericanos. En 1989, yo también escribí que México se negó a romper con Cuba.²

    Kornbluh y LeoGrande me convencen de que la historia no fue así, y humildemente admito que desconocía los datos que ellos presentan en este libro. Como le explicó el canciller Dean Rusk al presidente Lyndon Johnson, hubo un pacto secreto entre Brasil, México y los Estados Unidos. Durante la reunión de ministros de Relaciones Exteriores a finales de julio, algunos de nosotros, Brasil y otros, decidimos mantener una embajada latinoamericana allí si era posible. Nos conviene que los mexicanos permanezcan allí.³

    No hubo, pues, rebeldía mexicana hacia finales del sexenio del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) al mantener México sus relaciones diplomáticas con Cuba. No fue la falta de ruptura un ejemplo de mayor autonomía relativa. El gobierno de México decidió colaborar en secreto con el gobierno de los Estados Unidos como parte fundamental de la relación triangular con Cuba. Si bien ya se conocían muchos aspectos de la colaboración secreta entre México y los Estados Unidos durante el sexenio del presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), este pacto secreto de la década de los sesenta no había sido de conocimiento público. Puede seguir siendo cierto que México se autopropuso para no romper con Cuba pues esa política facilitaría la relación del gobierno mexicano con la izquierda política nacional, y proyectaría una imagen de política exterior autónoma. El gobierno de México, supongo, pensó que esta posición pública —conservar su embajada en La Habana— y esta posición secreta —colaborar con Washington— servirían a sus intereses en política exterior y en política interna. Pero en su origen la realidad fue que, en vez de rebeldía, este hecho fue un aporte mexicano al legado político e intelectual de Maquiavelo.

    CARACTERÍSTICAS DE LA INTERLOCUCIÓN ENTRE CUBA

    Y LOS ESTADOS UNIDOS

    La imagen más común sobre la relación bilateral entre Cuba y los Estados Unidos es que no se hablaban. Kornbluh y LeoGrande dejan claro que, sin excepción, todos los presidentes estadunidenses, desde Kennedy hasta Obama, han tenido múltiples intercambios con el gobierno cubano. Y que con todos los presidentes de los Estados Unidos (excepto Gerald Ford y George Bush padre) hubo por lo menos un acuerdo importante entre ambos países, a saber:

    –Kennedy: regreso de los presos capturados por Cuba a raíz de la invasión de exiliados en Playa Girón, Bahía de Cochinos;

    –Johnson: acuerdo migratorio que permite las salidas concertadas de migrantes cubanos a los Estados Unidos;

    –Nixon: acuerdo eficaz de cooperación bilateral para impedir y castigar la piratería aérea;

    –Carter: apertura de Secciones de Interés (embajadas de facto) en ambas capitales, acuerdos de limitación marítima, pesca y acuerdo migratorio —que interrumpe la emigración no autorizada desde el puerto cubano de Mariel;

    –Reagan: acuerdos migratorios de 1984 y 1987 sobre migración legal y devolución de algunos migrantes sujetos a exclusión formal por los Estados Unidos, y gran acuerdo en el cono sur africano que desemboca en la independencia de Namibia y el regreso a Cuba de las decenas de miles de tropas en Angola;

    –Clinton: acuerdos migratorios de 1994 y 1995, modus vivendi en torno al uso de la base naval estadunidense cerca de Guantánamo como prisión de migrantes, cooperación entre militares de ambos países en el entorno de la base y entre guardacostas estadunidenses y guardafronteras cubanos para impedir la migración no autorizada e impedir el narcotráfico.

    –Bush hijo: exportación de productos agrícolas estadunidenses a Cuba —los Estados Unidos se convirtieron desde entonces en su principal proveedor internacional de tales productos—. Modus vivendi para la ubicación en Guantánamo de presos provenientes de la guerra en Afganistán y, posteriormente, de otros países, y

    –Obama: restauración de relaciones diplomáticas.

    Para un lector mexicano, resalto que desde hace muchos años hay una estrecha y eficaz colaboración bilateral entre Cuba y los Estados Unidos sobre asuntos migratorios, y otra para impedir y reprimir el narcotráfico. Parecería que los dos países han sido por décadas excelentes aliados al lograr y aplicar medidas que no existen y que parecen impensables en la relación entre México y los Estados Unidos.

    Si bien es cierto que no hubo un acuerdo bilateral entre Cuba y los Estados Unidos durante la presidencia de Gerald Ford, no es menos cierto que la negociación iniciada durante el gobierno de Ford por el secretario Henry Kissinger fue la más amplia y detallada en busca de una plena normalización desde la victoria revolucionaria en 1959. La temática planteada y el manejo profesional de la negociación en 1974-1975 no sería superada antes de 2013-2014, cuando el presidente Barack Obama autorizó la negociación que desembocaría en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas.

    El primer resultado del diálogo entre Cuba y los Estados Unidos fue, por tanto, la firma de múltiples acuerdos a lo largo del medio siglo durante el que no tuvieron relaciones diplomáticas formales. La interlocución permitió a cada lado, además, saber si una iniciativa lograría un resultado fructífero o no. Una importante y reiterada observación de Kornbluh y LeoGrande es la presencia ininterrumpida de personas y de gobiernos que ofrecieron sus buenos oficios para mejorar las relaciones entre los gobiernos de La Habana y Washington, a lo que me referí al comienzo de este prólogo. Fueron tan comunes estos esfuerzos por terceras partes —aunque con menos resultados concretos— que pensando en términos estadísticos no parece existir relación entre la mediación por terceras partes, por un lado, y la probabilidad de la realización de algún acuerdo entre Cuba y los Estados Unidos, por el otro. Quizá discrepando un poco con Kornbluh y LeoGrande, que ven estos esfuerzos por terceros como algo noble (cierto) y útil, creo que el efecto de la participación de estos terceros fue aleatorio. No hay causalidad entre tales participaciones y algún acuerdo.

    Los casos extremos merecen mención aparte: por una parte, la negociación que desembocó en el acuerdo de 1973 para impedir la piratería aérea —que ha resultado ser muy exitoso a lo largo de cuatro décadas— se logró exclusivamente mediante la labor diplomática gubernamental, con lugar estelar de los diplomáticos suizos en La Habana, que formalmente representaban los intereses de los Estados Unidos en Cuba. Por otra parte, en septiembre de 1980 el presidente Carter envió a su amigo personal, el presidente de Coca Cola, J. Paul Austin, con un mensaje para el presidente Castro. Austin se confundió y casi zozobró la posibilidad de concluir un acuerdo migratorio en medio de la crisis conocida como del puerto de Mariel. Hubo, además, múltiples intervenciones de terceras partes, entre otras como las ya mencionadas por parte de México, algunas de las cuales resultaron exitosas (1994) y otras que no condujeron a nada concreto (1981).

    LAS DIMENSIONES DE UN SUPUESTO FRACASO

    Pero, ¿hubo fracaso? Y si lo hubo, ¿qué fracasó? El resumen de la lista de acuerdos entre Cuba y los Estados Unidos, incluso sobre temas espinosos no negociados (y, como ya dije, no resueltos en la relación entre México y los Estados Unidos), llevaría quizá a algún observador a considerar que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas bilaterales, acordado en 2014 y logrado en 2015, no fue más que un detalle protocolario. Las cosas iban bien. Evidentemente, ése no era el criterio del presidente Obama al anunciar el cambio de política hacia Cuba el 17 de diciembre de 2014. Obama justificó este cambio diciendo: Vamos a terminar con un enfoque anticuado que, durante décadas, no ha logrado impulsar nuestros intereses. Esta explicación de Obama ha sido repetida por otros funcionarios del gobierno estadunidense y es la versión más generalizada en los medios de comunicación.

    El criterio del presidente Obama es doblemente falso. Primero, lo es porque parece ignorar la larga y valiosa trayectoria de acuerdos bilaterales entre Cuba y los Estados Unidos. Es cierto que su administración no había logrado uno solo antes de 2014, pero antes sí se consiguieron muchos otros. Segundo, es falso porque los principales objetivos de la política estadunidense hacia Cuba durante las décadas de la llamada Guerra Fría sí se cumplieron. Los Estados Unidos objetaban la alianza militar y política entre Cuba y la Unión Soviética, el apoyo de Cuba a insurgencias revolucionarias en otras naciones y el despliegue de ejércitos cubanos en otros países, en particular en Angola y Etiopía. Entre 1990 y 1992, esos tres objetivos se lograron, por diversas razones, entre ellas las políticas eficaces de los Estados Unidos durante la Guerra Fría.

    El criterio de Obama era cierto, sin embargo, en un aspecto significativo pero que no parecía interesarle mucho. Fue cierto que los microacuerdos nunca desembocaron en un macroacuerdo. No se pudo saltar de un acuerdo migratorio, de salida de presos políticos, en contra del secuestro de aviones o de otro aun más importante para resolver las guerras en el cono sur africano, y así lograr un nuevo marco general, confiable y amplio, que sirviera de rector de las relaciones bilaterales, dentro del cual por supuesto ocurrirían discrepancias pero que se manejarían normalmente como problemas que se debían resolver en una relación compleja pero estable. Nunca se logró sumar o agregar los acuerdos pequeños o medianos para crear ese gran convenio. Si a Obama le hubieran interesado los microacuerdos, habría tenido razón en lamentar esta deficiencia.

    El criterio de Obama —el fracaso— es una futura manzana de la discordia. ¿Cuáles son los intereses que la anticuada política no había servido bien? Si ya no hay alianza soviética, si ya no hay tropas en Angola, si ya no hay apoyo revolucionario en ninguna parte, si ya hay colaboración militar bilateral en la periferia de la base cerca de Guantánamo y en el estrecho de la Florida, si ya Cuba compra cada año millones de dólares de productos agrícolas estadunidenses, si ya visitan Cuba anualmente cientos de miles de cubanoamericanos, entonces ¿qué falta? El cambio del régimen político en Cuba. Es cierto que los Estados Unidos no pudieron forzar un cambio del régimen político en Cuba, y en ello fracasaron.

    EXPLICACIONES: ¿DE LOS FRACASOS AL ÉXITO?

    De la obra de Kornbluh y LeoGrande se desprenden dos explicaciones sobre el fracaso de las relaciones bilaterales para lograr macroacuerdos o un marco rector que normara las relaciones bilaterales. La primera, que Kornbluh y LeoGrande señalan pero no priorizan, me parece la más importante: había poco que negociar y cada parte insistía en que la otra debía modificar su comportamiento como requisito para cualquier negociación posterior. Los Estados Unidos insistían en que Cuba cancelara su apoyo a movimientos revolucionarios en otros países y se negaban a tratar la posibilidad de algo que no fuera tal cancelación. Cuba, por su parte, insistía en su derecho de hacer lo mismo que los Estados Unidos hacían en otros países. Si en los años ochenta los Estados Unidos intervenían en Nicaragua apoyando a la llamada contra, que buscaba derrocar al régimen sandinista, entonces Cuba intervenía en El Salvador apoyando al movimiento revolucionario que buscaba derrocar a un gobierno aliado de los Estados Unidos. Los Estados Unidos insistían en que Cuba tenía que retirar sus tropas de Angola y Etiopía pero Cuba se negaba a negociar con los Estados Unidos las relaciones con sus aliados africanos, a no ser que este país estuviera dispuesto a negociar la presencia de tropas estadunidenses en otros países. La gran negociación de fines de los años ochenta en torno al cono sur africano funcionó solamente cuando todos los gobiernos pertinentes intervinieron. Los Estados Unidos exigieron por mucho tiempo que Cuba rompiera su alianza con la Unión Soviética, algo que ignoró el gobierno de La Habana. Cuba afirmaba que las sanciones económicas de los Estados Unidos eran una política unilateral; Cuba no les había impuesto sanciones y, por tanto, no negociaría nada relativo a ese tema. La manera como los Estados Unidos las eliminaría era su propia responsabilidad.

    En fin, si todo lo esencial era excluido de la mesa de negociación, lo único que quedaba por tratar era lo que se negoció a lo largo de medio siglo: migración, presos, cooperación entre guardacostas, represión de crímenes transnacionales que atentaban contra los dos Estados, medidas militares para establecer la confianza mutua, colaboración entre las instituciones meteorológicas y otras más. Eran importantes, por supuesto, pero para ser negociadas y resueltas de un modo puntual se manejaban de manera aislada.

    La segunda, que es la explicación clave de Kornbluh y LeoGrande —con quienes coincido en que es algo muy relevante—, es que en distintos momentos una de las partes no quiso pasar de un microacuerdo a una macro-negociación.. En los años setenta, Kissinger y Carter estuvieron interesados en buscar un gran cambio en la relación bilateral. Fidel Castro en aquel momento consideró que el surgimiento de Cuba como potencia mundial —con tropas en Angola y Etiopía, revolución en América Central, alianza soviética y presidencia del Grupo de los No Alineados— era más beneficioso que conseguir un macroacuerdo con los Estados Unidos. A mediados de los años noventa y al comienzo de la presidencia de Obama, el gobierno cubano dio más valor a mantener el orden interno en Cuba, por lo que obstaculizó intentos de cambio en la relación bilateral. Pero, como bien indican Kornbluh y LeoGrande, en otros momentos el culpable del fracaso fue Washington. Fidel Castro intentó desde la presidencia de Kennedy ampliar las negociaciones, y Washington una y otra vez insistió en que los microacuerdos se quedaran ahí. Graves fueron los casos en 1984 (acuerdo migratorio), 1988 (fin de la guerra en el cono sur africano) y 1994 (acuerdo migratorio) en los que, como parte de la micro-negociación., los Estados Unidos ofrecieron que habría una segunda y más amplia ronda que incluiría otros asuntos significativos en la agenda bilateral pero sólo para inducir la colaboración cubana. Los Estados Unidos no cumplieron su promesa.

    Por tanto, ¿cómo explicar el éxito de la macro-negociación. que, el 17 de diciembre de 2014, llevó al anuncio de un cambio comprehensivo en las relaciones bilaterales? De manera muy simple: más allá de los intercambios de presos y el restablecimiento de relaciones diplomáticas, no se negoció nada. Los Estados Unidos ya no tenían que pedir que desapareciera la alianza soviética, el apoyo a insurgentes o el repliegue de tropas; Cuba no insistió en que los Estados Unidos eliminaran de antemano las sanciones económicas, y los Estados Unidos no exigieron que Cuba cambiara su régimen político de la noche a la mañana. Ninguno insistió en negociar lo que el otro no negociaría.

    La clave para los Estados Unidos fue la postura del presidente Obama de que el cambio de régimen político en Cuba, aunque sigue siendo un objetivo de los Estados Unidos, ya no es una precondición, ni es tampoco algo que se negocie bilateralmente. Será el producto de una nueva relación menos hostil, más fluida, que incluya a los dos países y elimine el sentimiento del Estado cubano de ser una plaza sitiada. Que sea la liberalización y la democratización en Cuba resultado del poder seductor de la democracia liberal misma, y no una imposición o un instrumento externo.

    PALABRAS SABIAS

    En el transcurso de este libro, que como buena botella de ron añejo debe consumirse sin prisa y con pausas, saboreando no solamente las grandes decisiones, sino también los momentos ridículos y divertidos, además de la diplomacia como forma de arte, y la relación entre estructuras inamovibles y el voluntarismo humano, hay palabras particularmente sabias de actores clave en diversos momentos. Cito cinco para concluir.

    –Robert Pastor, del Consejo Nacional de Seguridad, 1977-1981, nos brinda el mejor diagnóstico breve de la dificultad de los Estados Unidos frente a Cuba. "Desde 1970, en nuestra ‘relación’ con Cuba, Washington, impulsado por una enorme frustración, ha adoptado algunas de las políticas más ineficaces e inmorales en la historia de los Estados Unidos. Esta frustración proviene de tres simples hechos, que siguen siendo válidos: 1) Cuba nos causa enormes problemas, 2) Cuba es un país pequeño y nosotros somos una superpotencia y 3) casi no tenemos influencia sobre los cubanos."

    –Viron P. [Pete] Vaky, subsecretario de Estado Adjunto, en 1967-1968, encargado de analizar la política hacia Cuba, identificó 12 años antes que Pastor y 46 años antes que Obama, una política distinta hacia Cuba. Vaky propuso crear un ambiente relajado, dejando a un lado las amenazas. Fomentaría "un modus vivendi más constructivo. Esto incrementaría el magnetismo económico y cultural de los Estados Unidos, e impulsaría las promesas de beneficios económicos-políticos que Cuba podría obtener con un comportamiento más racional. Sugería una estrategia de contacto de pueblo a pueblo, señalando que se debería considerar la posibilidad de aumentar el contacto no oficial con la sociedad cubana y proyectar paciencia y amistad hacia el pueblo cubano". Vaky inventó en 1968 la política que Obama adoptó en 2014.

    –Chester Crocker, subsecretario de Estado adjunto y principal negociador de los Estados Unidos con Angola, Cuba y África del Sur a finales de los años ochenta, comprendió cómo Cuba sí podría concretar acuerdos importantes con los Estados Unidos. Su admiración por la diplomacia cubana creció durante las negociaciones en torno al cono sur africano. Los cubanos piensan que es una forma de arte, escribió al secretario Schultz. Están listos para la guerra tanto como lo están para la paz... Somos testigos de un gran virtuosismo táctico y una verdadera creatividad en la mesa de negociación. Los técnicos cubanos grababan todas las sesiones para transmitirlas en La Habana. Castro tenía la estrategia más clara de todas las partes, según Crocker, y su determinación por llegar a un acuerdo impulsaba a los angoleños a seguir adelante. Seguiríamos en la mesa negociando si no fuera por Cuba, concluyó Crocker. En efecto, Fidel Castro fue uno de los grandes estrategas políticos del siglo XX y la calidad de sus diplomáticos fue una joya nacional.

    –Carlos Rafael Rodríguez, vicepresidente de la República de Cuba a fines de los años setenta, resumió bien la dificultad que encontraban los Estados Unidos frente a Cuba. Sin arrogancia, les puedo asegurar que nunca decidiríamos algo en función de condiciones impuestas por los Estados Unidos. El orgullo de los países pequeños, que puede incluso empujarlos a tomar una decisión equivocada, y sus sentimientos de dignidad y sensibilidad, se deben tener en cuenta.

    –Carlos Aldana, secretario para Asuntos Ideológicos y Relaciones Internacionales del Partido Comunista de Cuba, aportó una clave que salvó la negociación en el cono sur africano. Frente a las delegaciones de África del Sur, Angola y los Estados Unidos, Aldana argumentó que nada sería más honorable para Cuba que retirarse de Angola por su propia voluntad y en el contexto de la Resolución 435 [de las Naciones Unidas], para que naciera una nueva nación. Pidió una paz sin perdedores.

    Esa paz sin perdedores quizá hoy se vislumbra con mayor claridad en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

    AGRADECIMIENTOS

    Todos los autores, al escribir un libro, acumulan grandes deudas. Les damos las gracias a todos los que aceptaron ser entrevistados, particularmente a nuestros compañeros cubanos, quienes confiaron en que dos estadunidenses presentarían su versión de la historia de manera justa. En especial estamos agradecidos con todos los que participaron en esta historia intensa de diálogo y diplomacia entre los Estados Unidos y Cuba y estaban dispuestos a compartir los recuerdos que guardan y los apuntes que tomaron de manera simultánea a los acontecimientos narrados: Peter Bourne, Bernardo Benes, Alfredo Durán, Kirby Jones, Max Lesnick, Abraham Lowenthal, John Nolan, Richard Nuccio, el gobernador Bill Richardson y John J. [Jay] Taylor. Robert Pastor, quien viajó a Cuba junto con Jimmy Carter en 2002, nos proporcionó una gran provisión de documentos del gobierno de Carter que se desclasificaron para este viaje. Dan Fisk, quien trabajaba para el senador Jesse Helms, nos proporcionó otro expediente de documentos desclasificados correspondientes a una de las investigaciones del Congreso a cargo del senador. William D. Rogers tuvo una relación de trabajo muy estrecha con el Archivo Nacional de Seguridad para obtener la desclasificación de su expediente de actividades especiales sobre las negociaciones secretas con Cuba. Piero Gleijeses generosamente compartió algunos de los documentos que consiguió en archivos cubanos durante su propia investigación revolucionaria acerca de la política cubana en África.

    Algunas personas mostraron un especial interés en este proyecto y nos ayudaron con su inestimable orientación y apoyo. Debemos expresar nuestra sincera gratitud a Fulton Armstrong, Lars Schoultz y Julia Sweig. Queremos darle crédito especial a Philip Brenner y James G. Blight, que desde un principio colaboraron en el trazo de esta historia. También recibimos inapreciable apoyo por parte de muchos archivistas, entre ellos César Rodríguez, curador de la Colección Latinoamericana, y Judith Ann Schiff, jefa archivista de investigación de la biblioteca de la Yale University; Claryn Spies, del Departamento de Manuscritos y Archivos de la biblioteca de la Yale University; Carol A. Leadenham, archivista auxiliar de referencia de los Hoover Institution Archives; Suzanne Forbes de la Biblioteca Kennedy; Regina Greenwell de la Biblioteca Johnson, y Donna Lehman de la Biblioteca Ford.

    En el transcurso de este proyecto tuvimos la fortuna de contar con asistentes de investigación excelentes, entre ellos Kimberly Moloney, Marguerite Rose Jiménez y Luciano Melo de la American University. En el Archivo Nacional de Seguridad, Marian Schlotterbeck, Michael Lemon, Andrew Kragie, Erin Maskell, Carly Ackerman y Tim Casey nos apoyaron de manera extraordinaria. Le damos las gracias especialmente a Joshua Frens-String por su contribución al proyecto.

    Como institución que se dedica a lograr la desclasificación de documentos sobre la política hacia Cuba, el Archivo Nacional de Seguridad merece una mención especial. William Burr nos dio memorandos y transcripciones de conversaciones telefónicas de Kissinger que resultan inestimables. Svetlana Savranskaya nos compartió su relevadora investigación de los archivos rusos. Nuestro viejo amigo y socio archivista Jim Hershberg nos compartió su trabajo extraordinario acerca de Brasil. Sue Bechtel, siempre alegre, nos brindó su permanente apoyo. Tom Blanton, como siempre, nos apoyó de manera sustancial y transmitió ideas creativas y entusiasmo contagioso.

    La Fundación Arca organizó una conferencia en su centro de conferencias en Musgrove que nos hizo posible reunir a más de una docena de personas responsables de las políticas estadunidenses o participantes en los contactos diplomáticos entre Cuba y los Estados Unidos, para que compartieran sus experiencias y pudiéramos aprender de ellas; le agradecemos su ayuda a Anna Leffer-Kuhn. La American University nos brindó un apoyo para la financiación de nuestra investigación. Mario Bronfman de la Fundación Ford, Andrea Panaritis y el fallecido Robert Vitarelli de la Fundación Christopher Reynolds y Dick y Sally Roberts de la Fundación Coyote generosamente apoyaron el proyecto de documentación acerca de Cuba del Archivo Nacional de Seguridad que sostuvo esta indagación histórica desde su principio hasta el final.

    Dos lectores anónimos de la University of North Carolina Press nos proporcionaron sus reseñas y críticas exactas y detalladas. Sus comentarios extensos demostraron un conocimiento impresionante de la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, y el resultado final ahora es mejor debido a sus aportaciones. También queremos dar las gracias a nuestros editores, Elaine Maisner, Ron Maner y Brian MacDonald, por su profesionalismo y comprensión, así como por sus consejos. Con una paciencia infinita, Elaine nos ayudó desde el principio a darle forma a este proyecto y nos guió hábilmente a través de los retos, elecciones y decisiones que, inevitablemente, tuvimos que confrontar como coautores.

    Además nos beneficiaron la orientación y el apoyo por parte de nuestras familias y nuestros amigos. Peter Kornbluh le quiere agradecer a Joyce Kornbluh por su talento para la revisión del original y la corrección de pruebas, a Gabriel Kornbluh por sus habilidades técnicas, a David Corn por haberle dado aliento constantemente y a Gabriela Vega por su permanente interés y apoyo y por sus sabios consejos. William M. LeoGrande quiere agradecer a Marty Langelan por su apoyo moral, su comprensión y su infaliblemente acertado juicio editorial.

    Por último, estamos especialmente agradecidos a Jimmy Carter y Fidel Castro por tomarse el tiempo de hablar con nosotros sobre una historia excepcional que ayudaron a crear.

    W. M. L.

    P. K.

    ABREVIATURAS

    Introducción

    LA RECONSTRUCCIÓN DE LOS PUENTES

    Nuestras relaciones son como un puente en tiempos de guerra. No voy a hablar de quién lo destruyó; creo que ustedes lo destruyeron. Ahora la guerra ha terminado y estamos reconstruyendo el puente, ladrillo tras ladrillo, a lo largo de 167 kilómetros desde Key West hasta la playa de Varadero. No es un puente que se pueda reconstruir fácilmente, tan rápido como fue destruido. Llevará mucho tiempo. Pero si cada uno reconstruye su parte del puente, podremos darnos la mano sin que haya vencedores ni vencidos.

    RAÚL CASTRO a los senadores George McGovern

    y James Abourezk, 8 de abril de 1977

    A principios de abril de 1963, durante las negociaciones en La Habana sobre la liberación de los ciudadanos estadunidenses detenidos en cárceles cubanas bajo el cargo de espías, Fidel Castro exteriorizó por primera vez su interés en mejorar las relaciones de Cuba con los EUA: Si hubiera de comenzar una nueva relación entre los Estados Unidos y Cuba —le preguntó Castro al intermediario estadunidense James Donovan—, ¿cómo podría llegar a entablarse, y qué supuestos incluiría?¹

    Enviado a Cuba en otoño de 1962 por el presidente John F. Kennedy y su hermano Robert para emprender las primeras negociaciones efectivas con el régimen revolucionario, Donovan había conseguido liberar a más de un millar de miembros de la brigada de exiliados dirigida por la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) que las fuerzas de Castro habían derrotado en Bahía de Cochinos. Además de la libertad de los presos, Donovan se ganó la confianza de Castro. En subsiguientes viajes a Cuba, en enero, marzo y abril de 1963, sacó partido de esa confianza negociando la liberación de varias docenas de ciudadanos estadunidenses que habían sido detenidos al finalizar la Revolución. Por su parte, mientras las pláticas transcurrían en una atmósfera de sumo respeto, Castro encontró en Donovan al primer representante confiable de los Estados Unidos, con quien podía discutir seriamente cómo La Habana y Washington podrían encaminarse hacia la restauración de la civilidad y la normalidad tras los oscuros episodios de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles. En vista de la historia que habían escrito aquí ambas partes, el problema de cómo reanudar cualquier tipo de relación era muy complicado, observó luego Castro.

    Así que le respondí haciéndole a mi vez una pregunta: ‘¿Sabe cómo hacen el amor los puercoespines?’ —recuerda Donovan—. Castro contestó que no. Y le dije: ‘Bueno, pues la respuesta es: «Con mucho cuidado», y así es como Cuba y los Estados Unidos tendrían que abordar el asunto’.²

    Durante la primavera de 1963, mientras Donovan continuaba avanzando por el camino de la diplomacia, algunos funcionarios del gabinete de Kennedy trataron de aprovechar su buena relación con Castro para iniciar un diálogo encaminado a poner fin a las hostilidades hacia Cuba. Dentro de la CIA, sin embargo, otros vislumbraron una oportunidad diferente: utilizar las negociaciones, y al negociador, para asesinar a Fidel Castro. A sabiendas de que Donovan planeaba obsequiar un traje de buceo al líder cubano como una muestra de buena voluntad, los miembros de la unidad secreta Executive Actiona desarrollaron un plan para contaminar el esnórquel de Castro con el bacilo de la tuberculosis, y envenenar el traje de neopreno con un hongo letal. Trataron de utilizarlo [a Donovan] como el instrumento... ¡al mismo abogado que estaba negociando la libertad de los prisioneros de Playa Girón!, exclamó Castro unos años después.³ Sólo la oportuna intervención de los gestores de Donovan en la CIA, Milan Miskovsky y Frank DeRosa, impidió que éste se convirtiera en un posible asesino involuntario.⁴

    Los infames planes de asesinato urdidos por la CIA (conchas explosivas, bolígrafos envenenados, cápsulas emponzoñadas, rifles para francotiradores, puros tóxicos...) son dignos de leyenda en la historia de la política de los EUA hacia la Revolución cubana. Los esfuerzos de Washington por socavarla, a través de ataques de paramilitares exiliados, acciones encubiertas varias, el frontal embargo económico y los programas contemporáneos para la promoción de la democracia, han dominado y definido más de medio siglo de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Lo que Henry Kissinger caracterizó como el antagonismo perpetuo entre Washington y La Habana sigue siendo uno de los conflictos más arraigados y duraderos en la historia de la política exterior de los Estados Unidos.

    LA HISTORIA OCULTA

    Hay, sin embargo, otra cara en la historia de las relaciones entre los EUA y Cuba, mucho menos conocida pero más relevante hoy en día: la de los esfuerzos bilaterales de diálogo, acercamiento y reconciliación. Todos los presidentes estadunidenses, desde Eisenhower, han participado en algún tipo de diálogo con Castro y sus representantes. Algunas pláticas han sido estrechamente circunscritas, puesto que han abordado solamente cuestiones específicas de interés mutuo, como la migración, la piratería aérea y la lucha contra el narcotráfico. Otras han sido de más amplio espectro, ya que han abarcado la panoplia completa de cuestiones en juego entre los dos países. Algunos episodios del diálogo desembocaron en acuerdos tangibles, tanto formales como informales; otros llegaron a finales abruptos sin resultados aparentes. Pero todos los presidentes de los EUA, demócratas y republicanos por igual, han percibido las ventajas que reviste dialogar con Cuba.

    De hecho, todos los gobiernos, tanto demócratas como republicanos, han realizado esfuerzos poco conocidos por llegar a un modus vivendi con la Revolución cubana. Después de autorizar una invasión paramilitar para derrocar a Castro por la fuerza y de ordenar la aplicación de un embargo comercial total para paralizar la economía cubana, John F. Kennedy ordenó a sus colaboradores que adoptaran una postura más flexible a la hora de negociar una coexistencia pacífica con Castro. Durante la presidencia de Gerald Ford, Henry Kissinger ordenó a su equipo tener un trato honesto con Castro y negociar mejores relaciones como hombres hechos y derechos, no como leguleyos. Jimmy Carter incluso firmó una directiva presidencial en la que decidía lograr la normalización de nuestras relaciones con Cuba a través de conversaciones directas y confidenciales.

    Considerando la sensibilidad política que, en el ámbito interno, rodeaba a cualquier indicio de mejores relaciones con La Habana, esas conversaciones, así como muchos otros contactos con Cuba, a menudo se llevaron a cabo a través de los canales de comunicación de la diplomacia tras bambalinas. Para mantener al alcance una negación plausible,b los presidentes de los Estados Unidos han recurrido a terceros países, entre ellos México, España, Gran Bretaña y Brasil, como anfitriones o facilitadores. Y para limitar el riesgo político que entraña un contacto directo, Washington y La Habana desarrollaron métodos creativos de comunicación encubierta utilizando a importantes personajes literarios, periodistas, políticos, empresarios, incluso a un ex presidente de los EUA, como interlocutores. Cuando las pláticas cara a cara resultaron necesarias, los negociadores cubanos y estadunidenses se reunieron furtivamente en ciudades extranjeras como París, Cuernavaca y Toronto, así como en casas particulares, cafeterías bulliciosas, hoteles famosos e incluso en las escaleras del Lincoln Memorial en Washington, D. C. En varias ocasiones, los funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado de los Estados Unidos viajaron en secreto a La Habana para negociar directamente con Fidel Castro.

    No resulta sorprendente que esta rica historia de diplomacia encubierta entre los EUA y Cuba se haya mantenido en secreto, escondida entre miles de archivos clasificados que plasman los debates internos, reuniones, agendas, negociaciones, discusiones y acuerdos que acontecieron a lo largo de más de medio siglo de historia. En ausencia de un registro accesible al público, el estudio y análisis de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba se ha enfocado, en gran parte, en la historia más visible y prominente de un antagonismo, con lo que se ha distorsionado el debate histórico en torno a la posibilidad (y la conveniencia) de mejorar las relaciones entre ambos países. La escasez de evidencia sobre los numerosos esfuerzos llevados a cabo por llegar a un entendimiento ha fortalecido los argumentos de los antidialogueros —como los bautizó un funcionario de los EUA—, que descartan la noción de un acercamiento serio a Cuba como un oxímoron en el mejor de los casos, y una herejía en el peor. Décadas después del fin de la Guerra Fría, hablar con Cuba siguió siendo un asunto político delicado y controvertido para los EUA, incluso cuando los beneficios para ambos países se hacían cada vez más evidentes.

    EL PUENTE DE COMUNICACIONES TRAS BAMBALINAS

    Este libro presenta una crónica completa de la historia del diálogo entre los Estados Unidos y Cuba a partir de 1959. Las siguientes páginas son un intento de evaluar el registro histórico de las negociaciones, tanto secretas como oficiales, en un momento en que dicho registro es especialmente pertinente para el discurso político en torno a las relaciones entre ambos países. Tanto Barack Obama como Raúl Castro han declarado públicamente su deseo de superar el legado de hostilidad de los últimos 50 años. Tanto Washington como La Habana parecen haberse dado cuenta de que los intereses internacionales, nacionales y mutuos de sus países se beneficiarían con la negociación exitosa de relaciones bilaterales normales. Sin embargo, como lo muestra la historia de este diálogo, abrigar la intención de mejorar las relaciones y conseguir el objetivo son cosas muy diferentes. Entre la intención y la realización hay un largo camino de concertación sobre problemas muy complejos.

    Pero el pasado está lleno de lecciones útiles para los responsables de las políticas contemporáneas acerca de cómo transitar por ese camino. ¿Cómo han evolucionado las pláticas previas entre Washington y La Habana? ¿Por qué algunas han tenido éxito y otras no? ¿Qué les puede enseñar esta historia a los nuevos responsables de la aplicación de políticas, así como a los académicos y a los ciudadanos afectados por la situación predominante hasta hace poco, sobre el potencial que encierra un acercamiento entre dos países que han sido enemigos íntimos desde hace más de medio siglo?⁶ Éstas son algunas de las preguntas clave que se exploran en este volumen.

    Para reconstruir la historia, hemos pasado más de una década desenterrando los archivos clasificados —gracias a la Ley por la Libertad de la Información (Freedom of Information Act),c el Procedimiento de Divulgación Obligatoria (Mandatory Declassification Review)d y el estudio de diversos registros oficiales— correspondientes a los numerosos episodios de diálogo entre Washington y La Habana. Éstos incluyen el archivo del Departamento de Estado Esfuerzos de negociación con Cuba de la presidencia de Eisenhower; los registros Contactos con líderes cubanos compilados durante las presidencias de Kennedy y Johnson; el archivo Actividades especiales compilado por la oficina de Henry Kissinger en su secreto intento de normalizar las relaciones; la hoja de ruta hacia la normalización guardada por la presidencia de Carter, así como sus informes de conversaciones con el propio Fidel Castro, y los documentos internos de la Casa Blanca sobre los acercamientos de Clinton con La Habana. Estos registros, junto con cientos de otros, arrojan nueva luz sobre las políticas, estrategias e interacciones de ambos gobiernos en la búsqueda de mejores relaciones.

    Con estos documentos en mano, hemos entrevistado a una amplia gama de los hacedores de políticas y negociadores sobrevivientes, las mismas personas que redactaron dichos escritos y participaron en las charlas (Fidel Castro y el ex presidente Jimmy Carter entre ellos), así como a los intermediarios que llevaron mensajes en ambas direcciones entre Washington y La Habana. Sus relatos de primera mano dan vida al registro documental, añadiendo a la historia una dimensión más humana que resulta crucial. De hecho, en muchos sentidos, este libro es una crónica de los tenaces esfuerzos emprendidos por los actores políticos clave, oficiales y no oficiales, quienes durante más de 50 años desafiaron a los jefes de la seguridad nacional de los Estados Unidos en los sucesivos gobiernos, forzándolos a tomar en cuenta las opciones de diálogo y acuerdo por encima del enfoque de antagonismo y distanciamiento que dominaba el país.

    El eterno conflicto entre los funcionarios estadunidenses que abogaban por castigar a Cuba hasta forzar su sumisión y los que apoyaban el camino de la diplomacia es un tema recurrente en esta historia. Cada gabinete ha tenido sus halcones y palomas esgrimiendo sus argumentos sobre Cuba. La manera de interactuar de éstos ha dependido, hasta cierto punto, de las circunstancias nacionales e internacionales de la época. En cada coyuntura, los esfuerzos por dialogar, así como sus éxitos o fracasos, han sido producto no sólo del estado de las relaciones entre Washington y La Habana, sino también del balance de fuerzas políticas internas en las dos capitales. A medida de lo posible, consideradas las limitaciones de espacio, este libro describe y analiza las circunstancias políticas y el contexto en el que tuvieron lugar las conversaciones bilaterales.

    Aunque la permanencia de Fidel Castro como figura preeminente en el poder significó que las políticas en La Habana fueron menos cambiantes que las de Washington, las páginas siguientes revelan que también hubo debates internos en el lado cubano. La política de Cuba no fue estática; la actitud de Fidel hacia los Estados Unidos también evolucionó con el tiempo. Aun más, la sucesión de Raúl Castro ha introducido un nuevo factor: su firme intención de resolver los problemas críticos que han quedado pendientes desde la Revolución, entre ellos las relaciones de la isla con los EUA, antes de pasar la estafeta a la siguiente generación de líderes cubanos.

    Durante más de medio siglo, la historia de estas pláticas ha estado inextricablemente entrelazada con otra más bien infame que la ha eclipsado: la de la desconfianza y acrimonia entre los EUA y Cuba. Diplomacia encubierta con Cuba busca dar a la historia del diálogo el lugar que le corresponde. Este relato proporciona una fuerte evidencia de que, a pesar de haber procedido muy cautelosamente, tanto los Estados Unidos como Cuba reconocen desde hace tiempo que la negociación y la cooperación ofrecen indiscutibles ventajas sobre un perpetuo estado de antagonismo y agresión. Nuestro interés es superar el tema de Cuba, no prolongarlo indefinidamente, establecía claramente un memorándum SECRETO escrito hace 30 años a Henry Kissinger.

    En último término, el presidente Obama estuvo de acuerdo con esa evaluación. Después de meses de negociaciones secretas entre Washington y La Habana, el 17 de diciembre de 2014 puso fin a una política fallida de confrontación y dio inicio a una nueva era de reconciliación con Cuba. Tanto Obama como Raúl Castro anunciaron un acuerdo histórico para normalizar las relaciones diplomáticas y avanzar hacia relaciones políticas y económicas normales entre sus países.

    Nuestras relaciones son como un puente en tiempos de guerra, observó Raúl Castro al describir el daño causado por años de hostilidad que ambos países tendrían que reparar. No es un puente que se pueda reconstruir fácilmente, tan rápido como fue destruido. Llevará mucho tiempo. Pero si cada uno reconstruye su parte del puente, podremos darnos la mano sin que haya vencedores ni vencidos.

    I. EISENHOWER: PACIENCIA Y TOLERANCIA

    Durante los primeros nueve meses de mi estancia en Cuba, hice todo lo posible por convencer a Castro y a muchos de sus asesores personales de nuestras buenas intenciones... No fue sino hasta noviembre de 1959 cuando finalmente me convencí de que no lograríamos llegar a ningún tipo de entendimiento con él. Pero, incluso después de eso, estuve a favor de mantener abiertas todas las posibilidades de contacto y explorar todas las posibilidades de negociación.

    El embajador PHILIP BONSAL, en carta

    a Arthur Schlesinger hijo, 13 de noviembre de 1962

    FIDEL CASTRO, en su uniforme militar verde olivo, y el secretario de Estado, Christian A. Herter, en su elegante traje de tres piezas y con corbata de moño, eran una pareja incongruente. En su primer viaje a los Estados Unidos desde el triunfo de la revolución, Castro se reunió a almorzar con Herter en el Salón Panamericano del lujoso Hotel Statler Hilton de Washington el 16 de abril de 1959. Sentados frente a un gran mural que representaba a un campesino latinoamericano labrando la tierra, se sumergieron en una conversación animada. Cuando Castro sacó un puro, Herter lo encendió por él.¹

    Fidel estaba radiante. Apenas cuatro meses antes, lideraba un ejército de guerrilleros barbudos en la Sierra Maestra al oriente de Cuba; ahora era el nuevo primer ministro cubano, que almorzaba con uno de los funcionarios más poderosos del gobierno de los Estados Unidos. Los acontecimientos se habían sucedido rápidamente esas últimas semanas, sin duda más rápido de lo que Washington había previsto. Deseoso de contar la historia de Cuba, y seguro de que podría influir en la opinión de los estadunidenses con la fuerza de sus propias convicciones, Fidel le relató a Herter sus planes para la isla y admitió la frustración que le provocaba su propia falta de experiencia en los asuntos prácticos de gobierno. Solicitó un poco de paciencia de parte de los EUA mientras trabajaba para restablecer el orden afrontando las secuelas de la revolución.²

    Herter, quien le doblaba con creces la edad a Fidel, era un diplomático experimentado con la misión de tomarle la medida a Castro, así como persuadirlo de que una buena relación con los Estados Unidos era lo más conveniente para Cuba.³ Lo que más le impresionó a Herter fue la mezcla de frescor juvenil e inmadurez emocional de Castro. Más tarde, le dijo a Eisenhower que lamentaba que no hubiera tenido la oportunidad de conocerlo en persona, pues era un individuo de lo más interesante, aunque muy parecido a un niño en muchas cosas.⁴ Una de las escenas más sorprendentes de la reunión, agregó, tuvo lugar cuando los ocho guardaespaldas armados de Castro entraron intempestivamente en el Salón Panamericano y, con los ojos desaforadamente abiertos, se sentaron en el suelo a esperar mientras las delegaciones oficiales tomaban su almuerzo.⁵ El patricio Herter no se sintió cómodo con el desorden acarreado por el cambio revolucionario, y en eso demostraría ser un fiel representante de su gobierno.

    1. Fidel Castro charlando con el secretario de Estado en funciones Christian A. Herter, el 16 de abril de 1959. Castro fue invitado a una comida en su honor que organizó Herter aquí en el Salón Panamericano del Hotel Statler Hilton en Washington, D. C.

    (© Bettmann/CORBIS.)

    Durante la reunión William Wieland, director de la Oficina de Asuntos Caribeños y Mexicanos (OACM), fue presentado con Castro como el funcionario del Departamento de Estado a cargo de los asuntos de Cuba, a lo que Fidel respondió bromeando: "Y yo pensaba que yo estaba a cargo de los asuntos de Cuba".⁶ Era una broma ingeniosa, pero cargada de significado simbólico. Durante medio siglo, los presidentes de los Estados Unidos y sus representantes habían actuado como si ellos estuvieran a cargo de los asuntos de Cuba. Fidel, con una sonrisa, les estaba avisando que también eso estaba a punto de cambiar.

    PRÓLOGO A LA REVOLUCIÓN

    El almuerzo de Herter con Castro mostraba, en un microcosmos, algunas características que serían recurrentes en los muchos diálogos futuros entre funcionarios estadunidenses y cubanos. A menudo, las conversaciones eran cautelosas, llevadas a cabo con cierta reticencia, ya que ninguno confiaba plenamente en las intenciones del otro. A veces, esas sospechas eran suficientes por sí mismas para detener cualquier avance en el proceso. La postura de los EUA muchas veces reflejaba la arrogancia derivada de la hibris propia de un país poderoso y la presunción de que sus prioridades deberían, naturalmente, tener precedencia sobre las de Cuba. La postura de Cuba, por otro lado, muchas veces reflejaba un orgullo obstinado, nacido de medio siglo de subyugación, que transformaba cualquier resistencia a las exigencias de los EUA en una virtud. Cien años de relaciones tumultuosas entre los dos países pesaban fuertemente en ambos.

    Durante el siglo XIX, Washington codiciaba Cuba abiertamente y veía su adquisición como un hecho inevitable. Como dijo John Quincy Adams en 1823, si una manzana cortada de su árbol nativo no puede elegir sino caer al suelo, Cuba... no puede sino gravitar hacia la Unión Norteamericana.⁷ Aunque Cuba seguía siendo una posesión española, su economía y su vida social sin duda gravitaban hacia los Estados Unidos. Los vínculos económicos entre ambos países producían un flujo libre de personas en ambas direcciones, que llevaban consigo los artefactos y costumbres de sus respectivas culturas. No cabe duda que la cultura y la identidad nacional de la Cuba moderna fueron formadas por esa cercanía con los Estados Unidos. La presencia estadunidense era ubicua [en la isla], se expandía en todas direcciones a la vez —escribió el historiador Louis Pérez hijo—. "En cada punto en el que esa presencia hacía contacto con el orden establecido de la vida cubana —en casi

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