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Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano 1930-1990
Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano 1930-1990
Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano 1930-1990
Libro electrónico291 páginas4 horas

Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano 1930-1990

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Pedro Cunill muestra la transformación geohistórica de Latinoamérica a partir de la década de 1960: la incidencia de los cambios climáticos y estacionales en la desertificación y en la regulación hídrica; las múltiples catástrofes geográficas y físicas; la repercusión de la violencia política y de la sobreexplotación de recursos naturales en la población y la producción, así como en la circulación de bienes y en el espacio urbano.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2012
ISBN9786071640727
Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano 1930-1990

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    Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano 1930-1990 - Pedro Cunill Grau

    SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

    FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS

    Serie Ensayos

    Coordinada por

    ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

    Las transformaciones

    del espacio geohistórico latinoamericano

    PEDRO CUNILL GRAU

    Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano

    1930-1990

    EL COLEGIO DE MÉXICO

    FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS

    FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

    MÉXICO

    Primera edición, 1995

    Primera edición electrónica, 2016

    D. R. © 1995, Fideicomiso Historia de las Américas

    D. R. © 1995, El Colegio de México

    Camino al Ajusco, 20; 10740 Ciudad de México

    D. R. © 1995, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4072-7 (ePub-FCE)

    ISBN 978-607-62-8023-2 (ePub-ColMex)

    Hecho en México - Made in Mexico

    PRESENTACIÓN

    EL FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS nace de la idea y la convicción de que la mayor comprensión de nuestra historia nos permitirá pensarnos como una unidad plural de americanos, al mismo tiempo unidos y diferenciados. La obsesión por definir y caracterizar las identidades nacionales nos ha hecho olvidar que la realidad es más vasta, que supera nuestras fronteras, en cuanto ésta se inserta en procesos que engloban al mundo americano, primero, y a Occidente, después.

    Recupera la originalidad del mundo americano y su contribución a la historia universal es objetivo que con optimismo intelectual trataremos de desarrollar a través de esta serie que lleva precisamente el título de Historia de las Américas, valiéndonos de la preciosa colaboración de los estudiosos de nuestro país y en general del propio continente.

    El Colegio de México promueve y encabeza este proyecto que fue acogido por el gobierno federal. Al estímulo de éste se suma el entusiasmo del Fondo de Cultura Económica para la difusión de estas series de Ensayos y Estudios que entregamos al público.

    ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

    Presidenta

    Fideicomiso Historia de las Américas

    INTRODUCCIÓN

    ESPACIO GEOHISTÓRICO CONTEMPORÁNEO Y AMBIENTE: LAS ILUSIONES PERDIDAS

    DURANTE EL PERÍODO HISTÓRICO que va de 1930 a 1990 se hizo evidente un sostenido avance en el poblamiento del espacio geográfico latinoamericano que cubre 20 446 082 km² de tierras continentales e insulares. Se nota tanto una persistente tendencia a concentrar paisajes urbanos consolidados y subintegrados como una importante ocupación espontánea de zonas tradicionalmente despobladas, en particular en el interior y el sur de América meridional, transformaciones geohistóricas que han ocasionado como secuela ambiental el fin de la ilusión colectiva de preservar a Latinoamérica como un conjunto territorial con extensos espacios virtualmente vírgenes y recursos naturales ilimitados.

    A comienzos de esta década de los noventa, la casi totalidad de los espacios naturales continentales e insulares latinoamericanos ha estado sujeta, de diversas maneras, a la intervención humana; las reservas de tierras han disminuido drásticamente por la presión antrópica, que ha aumentado de 104 441 000 habitantes en 1930 a 437 000 000 en 1990. Es decir, la densidad de población, en este conjunto multinacional, pasó de 5.10 habitantes por km² en 1930 a 22.2 en 1990. Aun cuando las cifras señaladas son sólo preliminares, aluden a una situación que, como se verá, engloba una fuerte y contrastada variabilidad a escala nacional. Lo cierto es que el ritmo geohistórico está terminando con los espacios vacíos en Latinoamérica. Hace sólo treinta años, en 1960, los lugares con densidad inferior a un habitante por km² representaban un tercio de la superficie latinoamericana, mientras que, a comienzos de la década de 1980, representaban menos de la décima parte.¹

    La presión antrópica se ha extendido en Latinoamérica incluso a secciones importantes de la costa oceánica y en alta mar: el Caribe, golfos semicerrados y las zonas costeras adyacentes, terminando así con la ilusión de contar con espacios marítimos infinitos e inagotables. El primer intento histórico por evitar los riesgos de sobreexplotación y apropiación de estos espacios por naciones extracontinentales fue hecho por audaces tratadistas sudamericanos, al promover la Doctrina del Mar Patrimonial, en particular con la Declaración Tripartita de Chile, Ecuador y Perú del 18 de agosto de 1952, en la que proclamaron la soberanía y la jurisdicción exclusiva que a cada uno de estos países les corresponde: hasta una distancia de 200 millas náuticas sobre el mar que baña sus costas, además del suelo y subsuelo respectivos. Posteriormente, esta tesis, ya en su totalidad o modificada, ha sido aceptada por la mayoría de las naciones latinoamericanas. Así, geohistóricamente, se han ido marcando hitos de avance en los lindes fronterizos latinoamericanos, desde las tradicionales tres millas náuticas del mar territorial hasta las 200 millas náuticas de la zona economica exclusiva y aun más allá, en mar abierto, debido no sólo a la configuración de paisajes efímeros de mayor extracción de recursos, de pesca y salinos, sino también a la extracción de petróleo y gas natural en diversos yacimientos submarinos en varias naciones latinoamericanas, destacando México, Venezuela, Trinidad y Tobago y Brasil.

    Desgraciadamente, esta nueva territorialidad latinoamericana no siempre ha sido positiva, pues se han registrado preocupantes secuelas ambientales. En los últimos decenios han aumentado las zonas deterioradas en su biodiversidad, que coinciden con las rutas de comunicación marítimas de mayor tránsito —en especial el acceso al Canal de Panamá y el interior del mar Caribe— y los parajes alejados de sitios densamente poblados, cuya contaminación es causada por derrames petroleros; por ejemplo, el Estrecho de Magallanes y la costa norte de Tierra del Fuego que sufrió graves daños en la flora y la fauna marítimas en 1974 por el desastre del tanquero Metula.

    También la extracción minera ha provocado problemas graves de contaminación marina, como la producida por relaves mineros en la costa peruana, en Chimbote, Matarani-Mollendo e Ilo; en la costa chilena, en Tocopilla, Punta Grande, Michilla, Antofagasta y Chañaral; y en otros sitios que, hasta la década de los cincuenta, habían permanecido impolutos por su baja densidad de población. Asimismo, la mayor densidad poblacional en las costas y en el litoral inmediato se ha acompañado de una masiva destrucción y deterioro geográfico físico acentuándose con diversos tipos de contaminación del medio marino procedentes de fuentes terrestres y aguas residuales que han ocasionado, desde finales de la década de 1980, epidemias de cólera y otros males. Es paradójico observar que la construcción de complejos hoteleros de lujo, que se ha extendido especialmente en las playas del mar Caribe y de la América tropical, ha restringido el uso de los terrenos ubicados en las inmediaciones a millones de usuarios con ingresos bajos y medios, quienes han visto cómo sus tradicionales y gratas zonas playeras se han deteriorado a tal punto que bañarse en sus aguas, infestadas de agentes patógenos y todo tipo de residuos, implica el riesgo de adquirir varias infecciones.

    En las últimas décadas han sido escasas las medidas efectivas de protección y preservación de ecosistemas frágiles que, relativamente, se habían mantenido resguardados hasta comienzos de los años cincuenta, como manglares, arrecifes de coral, estuarios y lechos de algas marinas. Al iniciarse 1990, un alto porcentaje de estos paisajes naturales marinos había sido arrasado, sin posibilidades de sustentabilidad o recuperación espontánea en un futuro próximo. Asimismo, en las últimas cuatro décadas la pesca en el litoral latinoamericano y en alta mar casi se ha quintuplicado, ampliándose considerablemente la sobrepesca y la pesca indiscriminada de algunas especies, lo que ha desencadenado transformaciones negativas en la población marina, como ya se había hecho evidente en las décadas de 1930 y 1940 con la ballena —en 1946 se celebró la Convención Internacional para la Reglamentación de la Caza de la Ballena—, con el atún tropical en decenios posteriores y con la pesca de anchoveta, cuya sobrepresca acarreó la crisis de 1967 en el norte de Chile y, a comienzos de los setenta, en el litoral peruano.

    Las ilusiones perdidas respecto a la preservación de estos paisajes incluyen a las islas caribeñas, donde el cambio de estatus, de colonias —aun a comienzos de los sesenta— a pequeños Estados insulares independientes, ha conducido a acentuar su compleja problemática geohistórica-ambiental. Para la mayoría de estos micro-Estados en las Pequeñas Antillas es cada vez más preocupante la carencia de recursos naturales, pues su densidad promedio, de algo más de 100 habitantes por km² en 1930, ascendió a 249 al final de los ochenta. Se han configurado Estados con una suma fragilidad geohistórica y ecológica, por la creciente limitación de sus materias primas, agropecuarias, forestales, mineras, hidráulicas, energéticas y otras. Además, su dimensión territorial, su dispersión geográfica y su aislamiento de los mercados los ha colocado en situaciones de desventaja económica y les ha impedido obtener economías de escala. Esta fragilidad se ha agravado en los últimos decenios con el aumento en la frecuencia de ciclones, tormentas y huracanes debida a los cambios climáticos del planeta. Un ejemplo de ello es Dominica, cuya viabilidad nacional estuvo en peligro en 1979 por las secuelas del paso de un huracán. Muchas de estas transformaciones han tocado también con creciente frecuencia a Estados independientes asentados en las Antillas Mayores, donde la ruptura de la asistencia foránea desencadena crecientes deterioros de la calidad de vida de sus habitantes, lo que evidencia las limitaciones geohistóricas de sus bases territoriales y la exigüidad de sus recursos naturales.

    Igualmente negativas han sido las consecuencias de las transformaciones geohistóricas en islas pequeñas sujetas a dependencia continental, que han provocado incluso involuciones ambientales, como ha sucedido, entre otros muchos casos, en el archipiélago de Galápagos en el océano Pacífico, el archipiélago de San Andrés, Catalina y Providencia en el mar Caribe, y las islas Malvinas en el océano Atlántico.

    Al aumento poblacional del espacio geohistórico latinoamericano contemporáneo, tanto continental como insular, se han añadido sostenidas fuerzas negativas frente a los paisajes geográficos: modalidades del poblamiento espontáneo; depredación por el aumento de la pobreza extrema; abusos de las empresas, que han extraído enormes cantidades de minerales y petróleo sin ninguna precaución de conservar el patrimonio territorial latinoamericano y caribeño. En sólo 60 años ha habido una inmensa retracción de los rientes paisajes naturales, celebrados por connotados viajeros y geógrafos europeos y norteamericanos a finales de los años veinte y comienzos de los treinta, como los llanos venezolanos, descritos por Raymond Crist; los paisajes del río Orinoco, por Ernest Hold; los paisajes andinos meridionales peruanos y de Atacama, por Isaiah Bowman; las comarcas rurales de Bolivia, México y Chile, por George M. Mc Bride; los Andes centrales, por Alan G. Ogilvie; la Pampa argentina por Mark Jefferson; y muchos otros. Asimismo, se ha constatado una merma en la calidad de vida de múltiples comunidades latinoamericanas que, hasta antes de la segunda Guerra Mundial, vivían en armoniosa relación con la naturaleza, según descripciones de Pierre Denis y Max Sorre en Geographie Universelle, y de Preston E. James en Latin America. La modernización social y económica latinoamericana en ciudades, enclaves mineros y factorías industriales se ha efectuado a uno de los más altos costos ambientales.

    Múltiples espacios geohistóricos latinoamericanos y caribeños se han ido configurando tanto en ciudades como en el campo, con graves consecuencias en el uso del suelo y con gran deterioro ambiental. Los paisajes urbanos históricos que habían llegado incólumes a los años treinta han visto, en las décadas posteriores a los cincuenta, un acelerado proceso de deterioro, particularmente en los cascos tradicionales urbanos. Es doloroso observar la destrucción de edificios que forman parte del patrimonio universal a causa del hacinamiento, convirtiéndolos en tugurios, como los cascos históricos de Quito, Lima, Caracas, Bogotá y México. Las ilusiones respecto a que, de manera masiva, se pueda acceder a espacios más gratos, seguros y cómodos para elevar la calidad de vida de los nuevos citadinos, sólo se ha materializado para una minoría, cuyos ingresos les permite acceder a viviendas más que confortables en los suburbios de las grandes metrópolis, mientras que la gran mayoría de la población ha tenido que hacinarse en zonas metropolitanas con escasos servicios públicos y múltiples carencias.

    El otrora hermoso espacio geográfico natural, o de cultivos, que enmarcaba aún en las décadas de los treinta y cuarenta los suburbios de las principales ciudades latinoamericanas ha cedido paso a monótonos escenarios de repetidos edificios multifamiliares y uniformes conjuntos habitacionales. Más grave aún es la pobreza extrema en que viven millones de habitantes: paisajes geográficos deteriorados formados por todo tipo de viviendas multifamiliares de hábitat subintegrado: viviendas brujas, favelas, callampas, cantegriles, villas miserias, ranchos, ciudades perdidas, pueblos jóvenes y otras. La evolución geohistórica en el periodo 1930-1990 se ha traducido en un crecimiento desenfrenado de los escenarios metropolitanos latinoamericanos, que acentúa el contraste geográfico entre el ingreso poblacional y el posterior consumo urbano.

    Simultáneamente, en el ámbito rural ha habido transformaciones geohistóricas radicales. Los paisajes agropecuarios extensivos han cedido parte de su espacio a plantaciones modernizadas, fincas de fruticultura, hortalicería, floricultura y otras, que dieron rápida respuesta a las demandas del consumo, por las transformaciones de la calidad de vida del latinoamericano, y a la demanda exterior. Asimismo, la frontera agrícola ha avanzado a zonas no roturadas, surgiendo en todas sus latitudes movimientos espontáneos de colonización. Además, desde 1930 se han multiplicado empresas mineras trasnacionales que, por la nueva tecnología, han configurado modernizados enclaves en zonas de extracción masiva de minerales de baja ley, terminando con las explotaciones selectivas de minerales de alta ley en yacimientos de hierro, cobre, estaño y otros minerales.

    Este acelerado ritmo de transformación espacial, que aumentó aún más a partir de la década de los cincuenta, conlleva enormes costos ambientales: se han arrasado paisajes silvestres y recursos naturales renovables y no renovables; el deterioro ambiental ha sido tan grande que en algunos sitios aun los recursos naturales renovables se han agotado, convirtiéndose en parajes yermos. Así, entre otros muchos casos, se registra el agotamiento de recursos pesqueros en ríos y lagos de Sudamérica y Centroamérica, el enrarecimiento de especies maderables duras en las selvas sudamericanas y centroamericanas, y el exterminio de cientos de especies de fauna silvestre.

    En las grandes obras de infraestructura urbana y rural y en la explotación de materias primas minerales, agropecuarias, forestales, petroleras e industriales de todas las naciones latinoamericanas y de las islas, se han utilizado los recursos naturales sin prevenir las consecuencias de estas actividades, lo que ha provocado una deterioro ambiental que ha obligado a los mismos sectores económicos que iniciaron la irracional explotación a trasladarse a otros lugares, en donde repiten el proceso. Hasta hace poco, no se había tomado conciencia de la magnitud del deterioro y empobrecimiento de los recursos ambientales latinoamericanos, y en la actualidad éste ha culminado en la limitación del crecimiento social y económico de las naciones de la región. A esto se añaden factores de descontrol político, situaciones de violencia que inciden en la pobreza extrema y en la configuración de paisajes de éxodo poblacional continuo, como los registrados a comienzos de 1990 en Haití, República Dominicana, San Salvador, costa peruanaecuatoriana del Pacífico, piedemonte andino colombiano, norte árido de México y Guatemala.

    No hay nación latinoamericana que escape a las consecuencias de la transformación de sus espacios geohistóricos. No ha sido la obsolescencia de su patrimonio monumental colonial, decimonónico y del temprano siglo XX lo que ha decidido, en algunos sitios como Caracas y otras capitales americanas, su total arrasamiento, sino la construcción de modernas obras viales o, en otros, las nuevas modalidades de explotación económica o las secuelas de la guerra interna, como en Nicaragua, Colombia, Perú y América Central. Más aún, los patrones desordenados de expansión urbana se han marcado en sus paisajes, en donde en 1930 vivía sólo alrededor de 17% de los latinoamericanos, para llegar a 51.7% de la población total en 1960 y 72.4% en 1985. Ello ha ocasionado la urbanización de excelentes tierras agrícolas y la extensión del proceso a terrenos de rastrojo social, donde se abandona la productividad agropecuaria esperando su plusvalía futura al ser adquiridas por especuladores inmobiliarios. En cada uno de estos renovados núcleos urbanos se acentúa la contaminación atmosférica, de las aguas y del suelo, registrándose transformaciones negativas en los paisajes geohistóricos de capitales y ciudades importantes, donde se forman auténticos microclimas de insalubridad. Ello se ha extendido en particular a las ciudades nuevas que, hasta hace poco, eran sólo pequeños pueblos, como Comodoro Rivadavia, Neuquén, Río Gallegos y San Carlos de Bariloche en la Patagonia argentina, o Ciudad Juárez, Tijuana o Mexicali en la frontera norte de México.² Ha comenzado incluso en los novísimos centros urbanos construidos en las décadas de 1930-1950, como Brasilia, Goiania, Ciudad Lázaro Cárdenas, Ciudad Guayana.

    A su vez, los procesos espontáneos de colonización agropecuaria, la utilización creciente de leña silvestre con fines energéticos por enormes masas de población en situación de extrema pobreza rural y las modalidades de explotación depredadora de la mayoría de las industrias forestales, que más bien podrían ser clasificadas como empresas taladoras sin acciones de reforestación, han desencadenado deforestaciones masivas de ecosistemas frágiles, agudos procesos de erosión y deslizamientos, sedimentación de cuerpos de agua, alteración de la calidad de las fuentes de agua potable y enrarecimiento de la biodiversidad de especies animales y vegetales en zonas otrora vírgenes. Este ritmo destructivo es veloz: se estima que en Colombia el área deforestada anualmente va de 360 000 a 600 000 hectáreas, por lo que, para comienzos de la década de 1990, una tercera parte de la cobertura forestal de ese país había sido destruida.³

    Ha llegado el fin de los espacios latinoamericanos ilimitados e inextinguibles. Incluso han dejado de operar como barreras. Las sociedades nacionales, al configurar sus lindes en su devenir histórico, con avances y contracciones, han traspasado incluso las aparentes fronteras naturales, que hasta fines de los cuarenta aparecían como insalvables, especialmente en el interior sudamericano. Ni siquiera los formidables obstáculos físicos del medio tropical en los lindes colombo-venezolanos han actuado como infranqueables fronteras naturales. Las condiciones semidesérticas y la penuria por la falta de agua en la península de la Guajira; la topografía abrupta e intrincada, con espesas formaciones selváticas fluviales, de la serranía de Perijá; las altitudes de las montañas del sureste del Táchira; los cenagosos espacios de la selva hidrófila de alta pluviosidad del sur de la depresión del lago de Maracaibo; los inmensos espacios sabaneros y la selva tropófila del Llano apureño y de la Orinoquia colombiana; y las selvas hidrófilas densas del Amazonas colombo-venezolano han dejado de ser lindes naturales rígidos, para convertirse en sitios permeables de intercambio fronterizo, no sólo entre ancestrales etnias indígenas nómadas o seminómadas, sino también entre poblaciones sedentarias de ambas naciones, especialmente a través del comercio, formal e informal. Procesos similares se han registrado en las fronteras de Brasil y los países andinos, así como en América Central, donde las barreras selváticas del Petén guatemalteco no impiden ya los contactos con México y Belice.

    La convergencia de múltiples y complejos factores, que van desde la concentración geográfica urbana-industrial hasta la focalización de varios tipos de hábitat subintegrado de extrema pobreza, pasando por sobreexplotaciones mineras, forestales, pesqueras, agropecuarias y otras, y explotación depredadora de múltiples recursos naturales, ha provocado graves problemas ambientales de deterioro de los paisajes culturales y naturales. Así, de 1930 a 1990, fracciones importantes del territorio latinoamericano involucionaron de tierras de buena esperanza a tierras de agobio y pobreza, comprometiendo con ello su futuro desarrollo.

    I. INCIDENCIA DE LOS CAMBIOS AMBIENTALES EN LOS ESPACIOS LATINOAMERICANOS

    LOS CAMBIOS AMBIENTALES del planeta en el corto lapso histórico que va de 1930 a 1990,causados por las transformaciones paisajísticas y las contingencias en la geografía cultural, se han traducido, en particular en los ámbitos tropicales, templados y fríos de Latinoamérica, en una ruptura de la regularidad de los ciclos climáticos, cambios de ritmos estacionales, avance de la desertificación y la aridez, pérdida de regulación hídrica y otros procesos que han tenido hondas repercusiones en el desenvolvimiento social y económico de múltiples regiones latinoamericanas. Sin embargo, hasta hace unas dos décadas no se había mostrado preocupación por estos fenómenos de deterioro ambiental de significación planetaria, como el calentamiento climático, la destrucción de la capa de ozono y las precipitaciones ácidas. Sectores importantes de Latinoamérica están sufriendo las consecuencias de estos fenómenos, originados en los países industrializados, en especial en América del Norte. Son controvertidos los planteamientos de esta problemática, pues no coinciden los intereses y la óptica de los latinoamericanos con los de los países desarrollados. Incluso se comienza a discutir sobre los probables efectos, en los espacios latinoamericanos, de un posible calentamiento climático y de la consecuente elevación del nivel del mar.

    Algunos especialistas opinan que ya es perceptible un calentamiento climático planetario, efecto de la contaminación del aire, que a su vez podría ser responsable de las recientes grandes sequías en Norteamérica y África, y de las inundaciones en Bangladesh en 1987-1988, y de otros acontecimientos climáticos extremos en diferentes partes del mundo.¹ Latinoamérica no está al margen de esta situación: muchas de las sequías e inundaciones, además de destructores huracanes y tormentas tropicales, que se han sucedido con mayor intensidad desde finales de la década de 1970 y en particular en la de 1980, se han desencadenado por efecto de este calentamiento climático, aunque, debido al cortísimo lapso histórico, es difícil analizarlo con precisión.

    En cambio, es comprobable que la transformación de los paisajes geohistóricos latinoamericanos ha contribuido, junto con la de los restantes conjuntos territoriales del planeta, a incrementar los gases que causan el efecto invernadero de calentamiento climático, por la combustión masiva de petróleo, gas natural, carbón mineral, leña y otros combustibles; por la intensa deforestación de sus zonas intertropicales; por quemas masivas de biomasa y desechos; por uso excesivo de fertilizantes y otros agentes más complejos. De continuar así, se estima que en un periodo histórico muy próximo, hacia el año 2030, las consecuencias más graves

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