TEAM!: Lecciones y valores del rugby para la vida
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Julio, un directivo que está ante una encrucijada decisiva de su carrera al encontrarse en medio de una gran fusión empresarial, descubre el mundo del rugby a través de su hija Marina, que se ha introducido entusiasmada en la práctica de este deporte. Cuando la acompaña a los entrenamientos, conoce a Javier, uno de sus preparadores y experimentado jugador. Javier le propone a Julio unirse al equipo de veteranos. Aunque inicialmente se muestra reticente, al final decide aceptar el reto. Muy pronto, el rugby se convertirá para este ocupado directivo en algo más que un pasatiempo. A medida que Julio conoce sus reglas, estrategias y valores, se da cuenta de que el deporte oval requiere, más que ningún otro, abjurar del individualismo y renunciar al lucimiento personal, para integrarse en una unidad más grande, en un equipo. Descubre que un verdadero "team" de rugby no puede funcionar si alguna de sus piezas desafina o actúa por su cuenta. La práctica del rugby resultará una absoluta revelación para Julio. Disputará sus primeros partidos con éxitos sobre el terreno pero también con inevitables sinsabores. Todos ellos le resultarán una valiosísima fuente de inspiración para las decisiones que ha de tomar en un momento clave profesional. Y el rugby le guiará en una dirección que él nunca pensó que pudiera tomar.
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Vista previa del libro
TEAM! - Jaime Nava
TEAM!
Lecciones
y valores
del rugby
para la vida
Jaime Nava
Juan Tinoco
Ilustraciones de
TERESA TEJEDOR DÍEZ
Prólogo de
CÉSAR BONA
Epílogo de
ÍÑIGO MANSO
Primera edición: octubre de 2020
© de esta edición y derechos exclusivos de edición reservados para todo el mundo:
Editorial Diéresis, S.L.
Travessera de Les Corts, 171, 5º-1ª
08028 Barcelona
Tel: 93 491 15 60
info@editorialdieresis.com
© del texto: Jaime Nava, Juan Tinoco
© del prólogo: César Bona
© del epílogo: Íñigo Manso
© de las ilustraciones interiores: Teresa Tejedor Díez
© fotos personajes portada, solapa y contraportada: Carolina Martínez Navarro
© foto campo de rugby (portada): LeArchitecto / iStock
Diseño: dtm+tagstudy
Impreso en España
ISBN: 978-84-18011-13-9
eISBN: 978-84-18011-14-6
Depósito legal: B 17972-2020
Thema: VS
Todos los derechos reservados.
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los autores del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informático, y su distribución mediante alquiler o préstamos públicos.
editorialdieresis.com
Twitter: @EdDieresis
Índice
Prólogo
¿Rugby? Ni en broma
Tres principios fundamentales
La primera gran lección
Los leones del futuro
Un bloqueo inesperado
El arte de la guerra
Alcatraz
El rey león
Soltando lastre
Liderazgo oval
El legado
The show must go on
Epílogo
Glosario de rugby
Agradecimientos
Los autores
«Caminando con Julio, el protagonista de esta historia, descubrimos la relación del rugby con la vida misma»
César Bona
autor del prólogo
y «mejor maestro de España»
«Libros como TEAM! son tan importantes porque ahora más que nunca necesitamos beber de las mejores fuentes de inspiración y recuperar valores»
Íñigo Manso
autor del epílogo
y CEO de bChange Mindset Management
Prólogo
por CÉSAR BONA
Yo era un niño pegado a un balón de fútbol.
Mi sueño era jugar con Brasil, un deseo que se antojaba difícil, más que nada porque había que cumplir unos cuantos requisitos a los que un niño español no tenía acceso. La ilusión, motor imparable en cualquier niño, iba conmigo. Se me podía ver, un día sí y otro también, jugando con mis amigos o regateando las líneas del asfalto con un balón en los pies dirigiéndome a la escuela de mi pueblo, y vestido con una camiseta de color amarillo, color de la selección carioca. Pese a que no llegué a cumplir ese sueño, mis amigos terminaron llamándome Zico, como el capitán de Brasil, lo cual se acercaba bastante desde los ojos de un niño.
El fútbol era uno de los deportes que practicábamos en el pueblo. Ahora bien, todo iba por modas, y si uno se compraba un balón de baloncesto, durante una larga temporada todos jugábamos a meter la pelota en dos círculos que pintábamos con tiza en la pared. Así las cosas, alternábamos tenis con cricket, beisbol o pelota vasca.
Un sábado por la mañana, como tantos en el frontón del pueblo, una caterva de niños esperábamos que alguien apareciera con un balón o una pelota para comenzar el juego, fuera el que fuere. Por la puerta ancha que unía el frontón con la calle apareció Diego, uno de los niños que, como cada fin de semana, se unían a la cuadrilla provenientes de la capital. Con él apareció el rugby en nuestras vidas.
Podría hablar como aquel niño que fui, o como maestro, o como espectador o como deportista que he sido. Todos los personajes que conforman a la persona coinciden en algo: es un verdadero honor prologar este libro que ha vuelto a abrir la puerta a aquella sensación que tuve en la infancia. Agradecido a Jaime y a Juan por haberme dado la posibilidad de aprender tanto sobre este deporte leyendo estas páginas. Caminando con Julio, protagonista de esta historia, uno descubre la facilidad con la que juzgamos lo desconocido. Uno descubre, también, la relación de este deporte con la vida misma.
Leyendo el libro recordaba los días previos a los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. En televisión habían lanzado una serie de spots que asociaban la práctica del deporte a la actitud fuera de él. Una frase pegadiza decía: «En la vida, como en el deporte…» y tras ella aparecían valores que recordaban la esencia del ser humano. Ojalá encontremos en la vida esos terceros tiempos, esa solidaridad y esa pasión que nos regala el rugby. Éste te enseña que hemos de dar nuestra mejor versión como profesionales y como personas, te descubre que la competitividad no está reñida con la deportividad, y sus reglas no escritas te exigen saber gestionar la frustración cuando pierdes y ser elegante cuando ganas, porque saber ganar es tan importante como saber perder.
Aquel sábado de infancia en el que por primera vez vi un balón de rugby de cerca, practiqué todo esto que ahora te cuento. No sabíamos pasarlo, pero lo intentábamos; nos descuadraban los botes extraños que daba, pero superábamos el reto. Y en el tiempo que duró aquel partido, todos aprendimos que aquel juego se basaba en reglas que todos acordamos seguir: respeto a uno mismo, a los demás, a las acciones, a los errores y a los aciertos; juego limpio, deportividad, perseverancia, gratitud, entrega o humildad. Y abrazando a todos esos valores, el honor. Esa lección aprendimos ese día en el frontón, cuando un muchacho de ciudad se acercó a nosotros con aquel balón ovalado bajo el brazo.
César Bona
es maestro, reconocido entre los mejores
docentes del mundo, escritor y divulgador
TEAM!
El lector encontrará ilustraciones que reflejan la práctica del rugby acompañando al texto. En las páginas 309-313 hallará un glosario con los principales términos de rugby utilizados en la obra (N. del E.)
A mi mujer, a mis hijos y a todos los que me han placado
dentro y fuera del campo, por ayudarme a ser cada día más fuerte.
Juan Tinoco
A mi familia y amigos, por apoyarme siempre y porque
sin vosotros muy probablemente no habría llegado a conseguir nada.
Al rugby, porque al igual que me pasó a mí,
muchos de vosotros encontraréis en él una guía.
Jaime Nava
«El deporte tiene el poder de transformar el mundo. Tiene el poder de inspirar, de unir a la gente como pocas otras cosas… Tiene más capacidad que los gobiernos de derribar las barreras sociales».
Nelson Mandela
1
¿Rugby?
Ni en broma
El teléfono vibraba con insistencia sobre la mesa de juntas. Era la tercera vez desde el inicio de la reunión.
—¿No vas a contestar, Julio? En la pantalla aparece el nombre de tu mujer y ha llamado tres veces seguidas. A ver si ha pasado algo…
Julio, que se distinguía claramente del resto de asistentes por su envergadura, pelo castaño y ojos claros, tan sólo reaccionó cuando Gerardo le tocó el hombro para llamar su atención y señalarle el móvil. Gerardo, su compañero en el comité de dirección, era el responsable de Operaciones de la empresa. Tenían muy buena relación. Se entendían profesionalmente y habían llegado a forjar amistad.
—¿Perdona?... Ah, pues no sé, luego le devolveré las llamadas.
Julio, flanqueado por Gerardo a su derecha y Luis, el director de Tecnología y Procesos, a su izquierda, aún seguía ensimismado en la reunión del comité de dirección con su mente puesta en las cifras que presentaba el director financiero y los diferentes escenarios con proyecciones sobre los resultados de la compañía. En esta ocasión se encontraba el comité en pleno: el presidente y los ocho directores de departamento. A Julio no le gustaba mucho trabajar con números, pero tenía gran capacidad para interpretar los informes y establecer relaciones con otros aspectos estratégicos de la compañía.
Miró su reloj en un acto reflejo y de repente dio un salto sobre la silla.
—¡¡Las seis menos cuarto!! ¡Dios! Había quedado en llevar a mi hija al entrenamiento de rugby. ¡Mi mujer me va a matar!
Gerardo le miró con cara de preocupación. Desde que comenzó el proyecto de fusión le notaba muy nervioso.
—Anda, corre. Si hay algo realmente importante que no pueda esperar ya te aviso o te envío un mensaje. Mañana, en cualquier caso, nos tomamos un café y te cuento cómo ha terminado la reunión. ¿A qué va a jugar Marina? ¿Al rugby, has dicho?
—Sí —contestó Julio mientras cerraba el portátil a toda prisa y lo metía en su maletín—. En este curso les están presentando distintos deportes en el colegio y algo le han explicado del rugby que le ha gustado, lleva insistiendo ya varias semanas y no me queda más remedio que acompañarla. Yo sinceramente no entiendo qué interés tiene. Alguna vez habrás visto un partido del Seis Naciones, ¿no?
—Claro —asintió Gerardo—. Tengo un amigo que es muy aficionado y en su casa siempre tiene puesto el canal deportivo. Parece que es duro, pero, según él, todos los que lo prueban hablan maravillas.
—No sé, la verdad, yo creo que es una moda —Julio terminó de recoger sus cosas de la mesa, cerró el maletín y se puso la chaqueta—. Desde que le otorgaron a los All Blacks, el equipo de Nueva Zelanda, el Premio Príncipe de Asturias, ponen la haka en todos lados. Ya sabes, el baile de guerra maorí con el que tratan de intimidar a los rivales antes de comenzar los partidos. Tras la charla en el colegio les enseñaron un vídeo de ellos y Marina no para de verlos en YouTube —Julio hizo un gesto entre duda y desaprobación—. Ya sabes que no soy para nada machista, menos todavía cuando soy yo el responsable de los planes de igualdad en la empresa. Pero no sé si para Marina va a ser demasiado. Un juego con tanto contacto, a veces incluso violento, no me acaba de convencer…
Julio se fue corriendo al coche. Marcó el número de su mujer en la pantalla táctil mientras se ponía el cinturón. Imaginaba que estaría enfadada; ya habían discutido varias veces en las últimas semanas porque él llegaba demasiado tarde a casa.
—Blanca, ya estoy en el coche… Me llamabas por el entrenamiento de Marina, ¿no?
—Pues claro, Julio. Ya te había dicho que a Marina le hacía mucha ilusión que fueses tú quien la llevara al primer entrenamiento. Tras tenerla una hora esperando con la equipación puesta, he decidido llevarla yo, si no iba a llegar tarde. Vamos de camino hacia el campo.
—Lo siento, de verdad. Es que teníamos una reunión muy importante, la he dejado a medias para venir.
—Siempre es una reunión muy importante, Julio. No entiendo qué te sucede últimamente. Sé que estáis viviendo un momento complicado con la fusión, pero ¿qué pasa con nosotros? Ni que tuvieras una agenda de ministro.
Se hizo el silencio. Julio no sabía qué contestar.
—Bueno, vamos a enfocarnos —Blanca cambió el tono, estaba acostumbrada a ser resolutiva—. He dejado a Max al cargo de César, pero no quiero que estén demasiado tiempo solos y tengo que prepararles la cena. Haz el favor de ir directamente al campo y quedarte con ella. Le hará ilusión verte allí, aunque no estés desde el principio.
Julio y Blanca tenían tres hijos: Máximo, al que llamaban Max, de 14 años, en plena adolescencia; Marina, de 10, y César, de 7 años. La idea de tener tres niños siempre les había gustado, aunque criarlos resultó duro. Una pareja con puestos profesionales de responsabilidad y la vida estresante de la gran ciudad no eran buenos ingredientes para una placentera vida familiar. Pasaron una época bastante difícil cuando nació César, al ser los demás todavía pequeños. En los últimos años la situación había mejorado bastante y tanto Julio como Blanca descansaban un poco más. Sus amigos con hijos mayores les decían que disfrutaran esa época. Era físicamente agotadora, pero ni se imaginaban lo que les esperaba con la adolescencia de los tres.
Un par de años antes, Blanca quiso aprovechar para hacer un Máster de Dirección de Empresas, y Julio, que ya había pasado por eso tiempo atrás y era consciente de que resultaría muy positivo para su carrera, se volcó en el cuidado de los niños. Pero, tras finalizar Blanca el máster, llegó la noticia de la fusión y Julio tuvo que concentrarse totalmente en el trabajo.
—Voy volando, no te preocupes —contestó él, consciente de que no tenía más opción y con un tono de culpabilidad.
Mientras iba hacia el campo de rugby, Julio pensaba en que quería muchísimo a su familia pero que a veces no se sentía comprendido. La razón última de trabajar tanto era para poder sacarles adelante y que no les faltara nunca de nada. Blanca también tenía una buena posición como responsable de contabilidad en una empresa de servicios y, tal y como lo veía Julio, ella debería ser consciente de lo que implica desempeñar un puesto directivo.
Julio sabía que, desde el anuncio de la fusión, había estado más disperso. Cada vez que pensaba en eso volvía a rememorar la imagen de su jefe Alberto, el presidente de la empresa, con gesto serio en la sala de juntas. Recordaba perfectamente el momento, un lunes a última hora, y todo lo que había sucedido. No era normal que el presi convocara reuniones tan tarde, lo cual hizo sospechar a algunos de los directivos. Cuando él entró en la sala, Julio estaba hablando con Gerardo, sentados en sillas contiguas como siempre
—¿Sabes de qué va la reunión de hoy? Me parece un poco raro. El encuentro mensual de dirección es dentro de una semana y, hasta donde yo sé, no hay ningún fuego activo como para convocarnos hoy.
—Ni idea —contestó Gerardo—. También me parece extraño. De hecho, he subido con Lucía, estábamos en su despacho de Marketing revisando un tema y ella me ha comentado lo mismo que tú.
El presidente era una persona cordial, pero ese día tenía un gesto serio, claramente de preocupación. Inició la reunión comunicando que todos debían firmar un documento de confidencialidad. El ambiente en la mesa cambió radicalmente. En ese momento supieron que se trataba de algo muy relevante, algo que no podrían compartir con nadie, ni siquiera con sus propias familias, y que quizá podría afectarles personalmente. Luego, el presidente, sin más preámbulos y con un estilo inusualmente directo y seco, les anunció que se fusionaban con su principal competidor en el sector de servicios jurídicos.
Julio y Gerardo se miraron. Julio nunca ha sido bueno disimulando. Mostró una expresión de sorpresa, primero, e incredulidad, a continuación. Gerardo levantó las cejas como queriendo decir: «Increíble que nos esté sucediendo esto». Dos de los más prestigiosos despachos de abogados internacionales iban a vivir una fusión.
Julio interrumpió sus pensamientos. Estaba llegando al campo de rugby. Maniobró para aparcar su coche y entró corriendo a la instalación, ubicándose en las pequeñas gradas contiguas al campo de juego. Había tres o cuatro grupos de padres y madres hablando. Notó que varios le miraban, al no resultarles familiar su cara. Julio hizo un gesto de saludo con la cabeza; ellos le correspondieron y volvieron a sus conversaciones. Se sentó apartado en un lateral de las gradas. No le apetecía ponerse a hablar con nadie y no sentía que fuera el día para hacer nuevos amigos. Dado que había llegado tarde, prefería centrarse en su hija. Estaba pensando en que, en el camino de vuelta a casa, para compensarla por su despiste, podría preguntarle por lo que viese durante el entrenamiento y mostrar interés por sus sensaciones.
Las gradas no eran cómodas. Pensó que el traje se le iba a arrugar. Eso le llevó a recordar que tenía varios en la tintorería y al día siguiente tendría que volver a ponerse el mismo que llevaba en ese momento. Volvió a recordar la presentación del director financiero y los escenarios de resultados de negocio. Todo aquello le suponía mucho estrés y, con el agotamiento mental acumulado a esas alturas del día, no iba a llegar a ningún tipo de solución. Decidió entonces alejarse del ruido mental de su cabeza, centrarse de una vez en el entrenamiento y ver cómo lo estaba haciendo Marina.
Alzó la vista observando todo el campo. Las medidas eran casi exactas a las de un campo de fútbol, pero con la sensación de mayor amplitud. El césped parecía una moqueta verde, como el green de un campo de golf, perfectamente cortado y muy cuidado. Julio tardó unos minutos en percatarse de que se trataba de un campo de hierba artificial de última generación, tan de moda hoy en día. Sin embargo, la estampa clásica del campo de rugby estaba allí, tal y como Julio la recordaba de los partidos del antiguo Cinco Naciones que había visto en su época universitaria. Desde su posición, los clásicos palos con forma de H coronaban los dos extremos del campo y, entre medias, un jeroglífico de líneas continuas y discontinuas, verticales y transversales, aún imposibles de descifrar para él. El terreno estaba dividido en dos por lo que parecía ser una línea de conos o pivotes pequeños de colores. La parte derecha estaba reservada a la categoría sub-18, y la parte izquierda, para el resto de categorías de base. Escuchó en una conversación cercana a un padre decir que su hijo tenía ganas de que llegase su quinto cumpleaños porque así podría comenzar a jugar. ¡Cinco años! ¿Cómo podía ser que con cinco años jugasen los niños al rugby? No le cuadraba con la idea que tenía sobre ese deporte. Se fijó más detalladamente en la parte izquierda, dividida a su vez en pequeñas áreas marcadas con conos. En el rugby, hasta la categoría sub-14 los niños y niñas juegan juntos en equipos mixtos.
En una parte del campo, lo más pequeños corrían todos hacia un lado, se agachaban para tocar el suelo y se levantaban. Los que habían llegado los primeros aplaudían a los siguientes en entrar. En otra de las áreas, había niñas un poco más mayores pasándose el balón en círculo. Iban contando el número de pases que daban sin que se les cayera el balón. Más alejados, vio a un grupo de niños que debían tener alrededor de diez años, como su hija Marina. Estaban de rodillas por parejas. El entrenador les indicaba que tenían que empujarse para ver quién era capaz de desequilibrar primero al otro. Todos reían cuando terminaban el ejercicio.
No se imaginaba para nada que el entrenamiento de los pequeños fuese así de distendido. También le llamó poderosamente la atención la actitud de los padres. Todos se mostraban relajados y sin estar encima de los niños. Recordaba, en contraposición, cuando había ido con Max al entrenamiento del equipo de fútbol de su colegio. Su hijo mayor decía que, como todos sus amigos jugaban al fútbol, él quería probar. La mayor parte de los padres estaban muy atentos al entrenamiento, diciéndole a sus hijos desde la grada lo que debían hacer. Al principio lo identificó como algo natural y positivo: ¿qué padre no quiere que su hijo lo haga bien entrenando y se gane un puesto en el equipo?
Sin embargo, según pasaba el tiempo, había notado que la intensidad del seguimiento de algunos de aquellos padres del fútbol comenzaba a ser excesiva, llegando a ejercer una presión innecesaria sobre sus hijos. También las caras de los niños eran distintas: los del fútbol, con gesto de frustración y quizás demasiada competitividad, sin júbilo, mientras que los rostros que Julio estaba viendo en ese momento de su hija y de los otros niños transmitían lo contrario: relajación, alegría y mucha diversión. Parecían completamente desinhibidos. Pensó que Max quizás habría querido continuar jugando si hubiese podido vivir ese ambiente que estaba observando en el entrenamiento. La tensión en el campo de fútbol probablemente había influido en Max a la hora de no seguir con aquel equipo. Ahora sólo jugaba con sus amigos durante los recreos.
Aquellos recuerdos agridulces le devolvieron de nuevo al trabajo. Los días siguientes a la comunicación del presidente habían sido los peores. Debido al compromiso de confidencialidad, no podían comentar absolutamente nada con ningún miembro de sus equipos por precaución. Julio, como director de Recursos Humanos, estaba muy acostumbrado a la confidencialidad. Pero en esta ocasión era diferente. En la dinámica empresarial, todos sabían que, cuando se habla de fusión entre dos multinacionales tan importantes, en realidad lo que se produciría sería una absorción. Una de las compañías debía prevalecer sobre la otra, tanto en cultura corporativa como en políticas y principios de gestión. En este tipo de situaciones, el director general designado para la nueva compañía creada a raíz de la fusión solía rodearse de directivos de su plena confianza. Eran precisamente los comités de dirección los que podían resultar más redundantes y eso equivalía, de forma inequívoca, a salidas de ejecutivos.
Julio recordó una conversación con su amigo:
—A ver qué hacemos ahora —le había espetado Gerardo mientras apuraba un café en el despacho de Julio—. Lo único que está claro es que nada va a seguir igual.
—Efectivamente —le había contestado Julio con aire pensativo—. Es cierto que nos habían llegado rumores, recuerdo que tú mismo me lo comentaste durante alguna cena, pero de ahí a que se hiciera realidad… Lo que más me preocupa es qué va a pasar con nuestra gente. Si no somos nosotros los fuertes en la «fusión» —hizo el gesto de entrecomillar con sus dedos— nos podemos ir a la calle unos cuantos, ahora que empezábamos a tener una organización estable.
—¿No habías oído nada desde Recursos Humanos de la central? —preguntó Gerardo, consciente de que Julio no podía compartir mucha de la información que le llegaba.
—Nada. absolutamente nada. Es lo que me ha dejado más descolocado y lo que me lleva a pensar que, en este proceso, no vamos a tener el control.
De nuevo la actitud negativa se apoderaba de los pensamientos de Julio, pero algo llamó su atención de repente. Había un grupo de niños y niñas haciendo una piña y gritando «¡Equipo!». Alzó la vista e identificó a Marina en el grupo.
Marina destacaba por su coletero fucsia y porque sobresalía medio palmo. Siempre había sido muy alta, como sus padres. Estaban todos abrazados formando un círculo en torno a un hombre fuerte, con barba, que sin duda era el entrenador. Les hablaba agachado desde dentro del corro y Julio no alcanzaba a oírle. Veía sorprendido cómo los niños escuchaban con atención y muy concentrados lo que aquel hombre les decía. Marina parecía una más del equipo, a pesar de ser su primer día y apenas conocer a nadie. Rompieron el círculo y todos arrancaron en aplausos, era el cierre al entrenamiento. Antes de que los niños acudieran junto a sus padres, recogieron el material utilizado durante aquella hora: conos, balones, petos de colores...
Julio vio que los padres abandonaban sus conversaciones y se dirigían al lateral de la pista para ir al encuentro de sus hijos. Se les veía felices. Marina llegó corriendo muy sonriente.
—¿Qué tal, Marina? ¿Te ha gustado?
—Mucho, papá, me lo he pasado muy bien —contestó.
—¿Y no te has hecho daño? —preguntó Julio, aún sin terminar de creer que todo hubiese ido bien.
—Bueno, me he dado un golpe en uno de los ejercicios con la pierna de otra chica —Marina se tocó el muslo derecho y puso gesto de quitarle importancia—, pero estoy bien, no es nada.
—¿Seguro? Déjame ver.
Julio se acercó a Marina para comprobar si tenía alguna herida o contusión y en ese momento escuchó una voz masculina:
—¿Sigues bien, Marina?
—Sí, no ha sido nada.
—Genial, como dijimos antes, un golpecillo sin importancia.
Julio identificó al entrenador de Marina. Era bastante alto, casi tanto como el propio Julio, pero más fuerte.
—Hola —se dirigió hacia Julio—. Soy Javier, el entrenador de los sub-10 del club. ¿Eres Julio, verdad?
—Sí, encantado.
Julio se extrañó de que supiera su nombre ya el primer día. Se dieron la mano y notó que, efectivamente, Javier era bastante fuerte. Sin embargo, tenía un gesto muy amable.
—Ha sido un pequeño choque mientras jugaban al principio del entrenamiento. Hemos parado para ver si se encontraba bien y ella misma ha dicho que estaba perfectamente y que quería seguir jugando. Es una chica muy fuerte.
—Bueno, no sé si es normal que los niños se hagan daño entrenando —cuestionó Julio con cara seria.
—El rugby es un deporte de contacto, es casi inevitable cierto roce, pero en estas categorías nos enfocamos más a superar al contrario