No me avergüenzo del Evangelio
Por Leonardo Legras
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Por estos días y con el paso del tiempo me atrevo a escribir pensando en aquellos sacerdotes que puedan estar transitando un mal momento o que ya se encuentren alejados del sacerdocio.
En los siguientes capítulos no encontrarán reflexiones de un entendido en teología o un licenciado en Sagrada Escritura con posgrado en Espiritualidad, solo leerán lo escrito por quien desde su propia experiencia desea acompañar al que lo esté necesitando.
Quizás a muchos este libro les parecerá algo estúpido, sin argumentos teológicos, con ausencia de citas bíblicas y textos de santos padres, pero si una sola persona que lo lea encuentra el rumbo perdido, ¡qué más puedo pretender! El resto solo son comentarios de personas que nunca escribieron nada o de algunos "craneotecas", como solía decir un viejo amigo, que sentado detrás de un escritorio y con una gran cantidad de libros abiertos va copiando cientos de textos, al punto que en una página escrita la mitad de ella debe ser destinada a citar todos los libros que debió usar para lograr su cometido.
Un sacerdote jesuita con quien hablo frecuentemente y de quien me estoy haciendo amigo, que dicho sea de paso, por más que se encuentre atareado, y doy fe que siempre lo está, se hace el tiempo para recibirme, cosa poco común en muchos sacerdotes que viven sus días muy ocupados, tan ocupados que nunca están para nadie. Este jesuita amigo, en una de las conversaciones que mantuvimos, me remitió a la última meditación de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, denominada "Contemplación para alcanzar amor" y allí dice: "Considerar cómo Dios actúa y trabaja por mí en todas las cosas creadas". Esto me hizo reflexionar sobre la obra continua de Dios en el mundo que lo lleva a no abandonar a nadie. Por tal motivo en su providencia divina tiene contemplado lo acaecido en cada uno de nosotros. Reflexionando sobre esto sentí la necesidad de escribir para que encontrándonos en el estado que sea, no dejemos de buscar a Dios que sigue trabajando para encontrarnos y dejarse encontrar.
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No me avergüenzo del Evangelio - Leonardo Legras
Misericordia
Agradecimientos
Doy gracias a Dios por haberme permitido escribir este sencillo libro para su gloria y el bien de las personas. Es un modo de retribuir tantos beneficios recibidos.
Quiero agradecer al Padre Luis González Guerrico por haberme mostrado el camino para llegar a Jesucristo, por ser un verdadero ejemplo de abnegación y sacrificio, siempre comprometido con su sacerdocio. Ha sido para mí un gran maestro, un padre y un incondicional amigo.
Agradezco a todas aquellas personas, sacerdotes y laicos, que fueron parte de mi formación durante los años de seminario.
Agradezco también la colaboración de aquellos amigos que con gran predisposición han hecho su aporte, enriqueciendo cada capítulo con sus experiencias de vida.
Por último, doy gracias a mis hijas por el amor incondicional que me brindan a diario y por ser, sin saberlo, mis grandes inspiradoras.
Prólogo
Habiendo pasado casi dos décadas desde que abandoné el ministerio sacerdotal, me propuse escribir este sencillo libro. Pasé por la crisis que desembocó en el alejamiento y una vez que me fui de la parroquia atravesé por todos los estados de ánimo que se les pueda ocurrir: desánimo, enojo, furia, tristeza, por momentos paz y alegría y luego vacío interior y desorientación. De llevar vida de oración al abandono de esas prácticas incorporadas de años y con heridas profundas en el corazón causadas por terceros que tardaron años en sanar.
Por estos días y con el paso del tiempo me atrevo a escribir pensando en aquellos sacerdotes que puedan estar transitando un mal momento o que ya se encuentren alejados del sacerdocio.
En los siguientes capítulos no encontrarán reflexiones de un entendido en teología o un licenciado en Sagrada Escritura con posgrado en Espiritualidad, solo leerán lo escrito por quien desde su propia experiencia desea acompañar al que lo esté necesitando.
Quizás a muchos este libro les parecerá algo estúpido, sin argumentos teológicos, con ausencia de citas bíblicas y textos de santos padres, pero si una sola persona que lo lea encuentra el rumbo perdido, ¡qué más puedo pretender! El resto solo son comentarios de personas que nunca escribieron nada o de algunos craneotecas
, como solía decir un viejo amigo, que sentado detrás de un escritorio y con una gran cantidad de libros abiertos va copiando cientos de textos, al punto que en una página escrita la mitad de ella debe ser destinada a citar todos los libros que debió usar para lograr su cometido.
Un sacerdote jesuita con quien hablo frecuentemente y de quien me estoy haciendo amigo, que dicho sea de paso, por más que se encuentre atareado, y doy fe que siempre lo está, se hace el tiempo para recibirme, cosa poco común en muchos sacerdotes que viven sus días muy ocupados, tan ocupados que nunca están para nadie. Este jesuita amigo, en una de las conversaciones que mantuvimos, me remitió a la última meditación de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, denominada Contemplación para alcanzar amor
y allí dice: Considerar cómo Dios actúa y trabaja por mí en todas las cosas creadas
. Esto me hizo reflexionar sobre la obra continua de Dios en el mundo que lo lleva a no abandonar a nadie. Por tal motivo en su providencia divina tiene contemplado lo acaecido en cada uno de nosotros. Reflexionando sobre esto sentí la necesidad de escribir para que encontrándonos en el estado que sea, no dejemos de buscar a Dios que sigue trabajando para encontrarnos y dejarse encontrar.
Capítulo 1
Un 24 de diciembre
"Educamos más por lo que somos y hacemos
que por lo que decimos".
Romano Guardini.
Una mañana, durante el tiempo de cuaresma, más precisamente el lunes santo, llegó un sacerdote a confesar al colegio donde cursaba mis estudios secundarios. Por aquellos años, en todos los colegios de mi pueblo estaba instalada esta práctica, así, aquellos que deseaban recibir el sacramento de la reconciliación pedían permiso para salir del aula por un momento.
Con casi 17 años solo me encontraba bautizado, sin haber recibido la comunión ni tampoco me había tomado el tiempo para participar de la catequesis en su momento. Pero ese día surgió en mí el interés de hablar con aquel sacerdote que pacientemente esperaba sentado en una silla en el rectorado, pasando de a unas las cuentas del rosario que tenía entre sus manos.
Al verme parado frente a la puerta hizo un gesto para que pasara. Una vez sentado frente a él y antes que se trazara la señal de la cruz para comenzar con la confesión le explique mi situación, que no sabía confesarme y además me faltaba recibir la comunión. Su propuesta fue enseñarme catequesis él mismo, dos veces por semana; para esto debería concurrir a la parroquia los días martes y jueves por la tarde. Así lo hice y en tres meses pude recibir la comunión. El trimestre siguiente sirvió de preparación para el sacramento de la confirmación.
Quiero hacer mención a un acontecimiento muy importante: el lunes santo había iniciado el camino de preparación para recibir los sacramentos y esa misma semana, el viernes o sábado santo, no lo recuerdo muy bien, visitó la ciudad de Paraná su santidad Juan Pablo II, hoy declarado santo. Fueron días inolvidables aquellos en los cuales el papa visitó nuestro país y esas horas en las que se encontró en la diócesis de Paraná saludando a todos los sacerdotes y fieles que habían concurrido llenaron de entusiasmo mi vida. Seguí todo lo acontecido por la televisión y estoy seguro que su presencia fue una fuente inmensa de gracias para todos los argentinos.
Volviendo a mi relato, durante ese periodo de preparación generé un vínculo muy estrecho con el Padre Luis, ese era su nombre.
Con frecuencia aparecía por mi casa en su auto, un Renault 4 para que lo acompañara a visitar enfermos o viajar hasta alguna de las tantas capillas que se encontraban en el campo donde debía celebrar Misa. Eran lindos momentos y con el tiempo llegué a ser yo quien le preguntaría si no tenía alguna actividad prevista para poder acompañarlo. En esos viajes al campo por caminos