Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Aire libre
Aire libre
Aire libre
Libro electrónico92 páginas1 hora

Aire libre

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El movimiento de este librito maravilloso –por maravillado, por lleno de maravillas– es una salida al aire libre. Del cuarto compartido con los hermanos al cuarto propio, del jardín protegido a la cancha infinita de las calles, de la primaria religiosa a la escuela democrática de los mercados, de los bosques a los camiones. Esta salida es también u
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones Era
Fecha de lanzamiento20 jun 2020
ISBN9786074452587
Aire libre
Autor

Hermann Bellinghausen

Nació en la Ciudad de México, el 17 de mayo de 1953. Poeta, periodista, cronista y ensayista de temas de carácter político y social. Ha sido director de México Indígena y de Ojarasca. Traductor del escritor brasileño Rubem Fonseca. Premio Nacional de Periodismo 1995. Colaborador de La Jornada, México Indígena, Nexos, y Ojarasca.

Relacionado con Aire libre

Libros electrónicos relacionados

Ficción literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Aire libre

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Aire libre - Hermann Bellinghausen

    HERMANN BELLINGHAUSEN


    Aire libre

    Primera edición: 2005

    ISBN: 978-968-411-590-3

    Edición digital: 2013

    eISBN: 978-607-445-258-7

    DR © 2013, Ediciones Era, S. A. de C. V.

    Calle del Trabajo 31, 14269 México, D. F.

    Ninguna parte de esta publicación incluido el diseño de portada, puede ser reproducido, almacenado o transmitido en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

    This book may not be reproduced, in whole or in part, in any form, without written permission from the publishers.

    www.edicionesera.com.mx

    para Julián y Ana

    Lo principal era no olvidar, como lo haría Alejandro Magno, que ningún México es definitivo, ue es un lugar de paso que el mundo cruzará. Que más allá de cada México se abre otro, aún más luminoso, un México de super-colores e hiper-aromas.

    Bruno Schultz, Sanatorios bajo el

    signo de la clepsidra, Polonia, 1937

    Índice

    1. Historias de la servidumbre

    Regreso al futuro

    El bulto

    Linterna mágica

    Tíos y tías

    A propósito del plumero

    Contacto bajo la lluvia

    Allá ellas

    Pasaje

    El hombre sin opiniones

    2. Partidos en el jardín

    Canica

    El terreno

    Corta temporada en ese infierno

    Aire libre

    Partidos en el jardín

    Cerros

    La pescadería de Argentina

    Litoral

    Menudo animal

    3. Veracruz

    El desembarco

    La teoría del plumaje

    Vuelos de noche

    Piedra de afilar

    Cien años son nada

    Epílogo. El tren del Balsas

    Polizontes del sueño

    1

    Historias de la servidumbre

    Regreso al futuro

    Vendrá el tiempo en que el sol vuelva a poner sus trapos a secar en las azoteas del horizonte interminable. Entre varillas encorvadas y caóticas penderán de un hilo calcetines y camisas, calzones, fundas, sábanas, delantales: en las jaulas, agarradas de los tendederos, pasearán sobre la piel de su apariencia de tela las líneas de la sombra. Ondeará con inocencia la bandera nacional sobre el patio amarillo de la primaria en silencio. En hora de clases.

    Los cuartos añadidos a las casas, inconclusos para siempre, pintarán desnudez en los ladrillos rojos o grises que disputan a los tinacos el título de Rey Feo en el carnaval del día.

    Las buganvilias, sin decoro, harán más morada la floración de jacarandas atravesada por las mil jabalinas de los cables, los postes del alumbrado público y las antenas de televisión, miríadas más tenaces que los graves ahuehuetes, ya no digamos que los sauces y el cochinero que dejan regado en banquetas y zaguanes.

    El niño, prisionero de su pequeñez, contemplará la vastedad que flota encima de las calderas, los patios de las fábricas, las chimeneas de la vidriera, y la refinería de Azcapotzalco se extenderá en el confín del mundo civilizado, donde los puentes de Tacuba ya no son capaces de distinguir entre San Cosme y Clavería.

    A ojo de pájaro, no importa qué pájaro, el niño conservará su capacidad de alzarse. Arcángela recogerá la suciedad de los pollos y los perros perlando su retahíla de maldiciones, para luego fumarse un Alas a escondidas, ahora que la patrona no mira.

    La campana rodante del barrendero durará más que la de la parroquia dictando sus horarios a las viejas beatas que allá van, convocadas al rosario por el padre Zubiría, el mismo que cada domingo emplea medio sermón para amonestarlas por su falta de santidad, su vulgar beatitud que ninguna penitencia consigue borrar, a golpes de yo-pecador y mortificaciones sin cuento.

    Volverá el sol del altiplano a llenar de pálidos azules el resplandor más transparente de que el aire tenga memoria. Muertas de risa, las vecinas francesas practicarán jardinería en traje de baño, pecosas y lindas, mientras su padre, un intelectual, toca al piano las Gimnopedias de Satie. El niño tendrá siete años, y también catorce, y todo será posible menos perder el vuelo.

    Habrá tiempo de sobra. Cuando desfallezcan por hervorlos silbidos de la olla de frijoles, Arcángela desaparecerá escalera abajo rumbo a la cocina. El ferrocarril del Balsas, simultáneo, pasará invitando a Cuernavaca la carga de la cartonera y el molino de los vascos, gente blanca-blanca como el pan que fabrican y la harina que embarcan a las provincias del sur.

    Irrumpirá el carro del gas arrastrando sus cadenas, y hombres de overol cubiertos de polvo gris plata cargarán tanques de veinte y treinta litros hasta las azoteas de inclemente altura, haciendo retumbar los tubos de un órgano que camina, un choque de gruesa marimba contra los barandales de las escaleras de caracol que nunca se sabe si suben o bajan.

    Nada será triste o imposible. En la soledad del ave, el niño no conocerá el miedo. Sentirá el vértigo en los pies al orillarse en la cornisa segundos antes de saltar, después ya no. Arcángela desde la cocina lo llamará de regreso, con su acento arisco de Apatzingán: a dónde crees que vas, Flaco. Eustorgio el jardinero, y amor imposible de Arcángela, reirá encaramado en el andamio de su invención mientras poda el hule y la yedra. Mira pa’cá, mira pa’llá, ya tengo novio/mira pa’cá, mira pa’llá, se llama Eustorgio, tarareará Arcángela pegada al fregadero, sin atreverse a comunicar su sentimiento al mencionado.

    El niño saludará sin decir adiós, pues no se va, sólo sale a dar la vuelta. La tía Güera, pelir roja, saludará desde la terraza de su condominio cuando el niño pase frente a ella, enamorado de sus hermosos ojos de esmeralda, los más verdes que el mundo haya conocido.

    Al ganar altura, el niño distinguirá los cisnes negros de los blancos en el estanque del Hipódromo de las Américas y por sus crines a los caballos que entrena Figueroa en los establos de Calzada del Conscripto. Una leve tolvanera oscurecerá las canchas de las ladrilleras de San Bartolo y la subida al Huizachal.

    Cada instante seguirá naciendo. Qué fácil entonces, qué limpio y ligero. Nada quedará demasiado lejos. Miles de banderolas de todos colores

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1