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Pedro Morandé. Escritos sobre universidad
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Libro electrónico271 páginas4 horas

Pedro Morandé. Escritos sobre universidad

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Información de este libro electrónico

El aniversario número 130 de la Pontificia Universidad Católica de Chile ha dado ocasión para publicar un tercer libro con escritos del sociólogo Pedro Morandé. En esta ocasión, se recopiló una selección de los 12 mejores artículos y conferencias que desarrolló el autor en torno al tema de universidad en un período de cerca de 30 años. La mayor parte de la vida intelectual del autor se desarrolló en el contexto universitario. Fue profesor durante 45 años, además de prorrector y decano. Su cercanía con el quehacer universitario permitió que conociera y entendiera la misión de la institución, sintiéndose, a la vez, parte de la misma. Su preocupación por el tema de la universidad se vio alimentada por las transformaciones que ésta estaba experimentando producto de la reforma universitaria y de las corrientes modernizadoras que le exigían a esta abarcar cada vez más funciones de carácter técnico, pero produciendo un divorcio cada vez mayor con la sociedad y la cultura. La constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae atraviesa la mayor parte de sus reflexiones, permitiendo comprender la participación de la universidad en la misión de la Iglesia.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento1 sept 2018
ISBN9789561422964
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    Pedro Morandé. Escritos sobre universidad - Sofía Brahm

    EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

    Vicerrectoría de Comunicaciones

    Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

    editorialedicionesuc@uc.cl

    www.ediciones.uc.cl

    Pedro Morandé

    Escritos sobre Universidad

    Pedro Morandé Court

    Sofía Brahm J., editora

    © Inscripción Nº 294.710

    Derechos reservados

    Septiembre 2018

    ISBN Edición Impresa Nº 978-956-14-2285-8

    ISBN Edición Digital Nº 978-956-14-2296-4

    Diseño:

    M. Francisco de la Maza

    versión | producciones gráficas ltda.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

    Pedro Morandé: escritos sobre universidad / Sofía Brahm, editora,

    prólogo de Eduardo Valenzuela; presentación del Rector Ignacio Sánchez.

    Incluye notas bibliográficas.

    1. Morandé, Pedro.

    2. Pontificia Universidad Católica de Chile.

    3. Educación superior – Chile.

    4. Educación católica – Chile.

    I. Brahm, Sofía, editora.

    2018 370.83 + DDC23 RDA

    CONTENIDOS

    Presentación

    Prólogo

    C

    APÍTULO

    1

    Universidad, Cultura y Desarrollo (1990)

    C

    APÍTULO

    2

    Identidad y Misión de la Pontificia Universidad Católica de Chile según Ex Corde Ecclesiae (1993)

    C

    APÍTULO

    3

    La luz de la razón y de la fe: dos dimensiones de una misma sabiduría (1994)

    C

    APÍTULO

    4

    El rol del profesor universitario católico como promotor de la presencia de la iglesia en la universidad y en la cultura universitaria (1995)

    C

    APÍTULO

    5

    Modernidad y evangelio. Análisis desde la universidad (1999)

    C

    APÍTULO

    6

    Desarrollo de la formación integral en pregrado (2001)

    C

    APÍTULO

    7

    La diaconía de la verdad en el contexto de la sociedad de la información (2002)

    C

    APÍTULO

    8

    Compromiso social de la Universidad Católica y facultades pontificias (2007)

    C

    APÍTULO

    9

    De cómo el diálogo entre la razón y la fe se hace cultura en la universidad (2009)

    C

    APÍTULO

    10

    Sobre el acompañamiento a los estudiantes en las universidades católicas (2011)

    C

    APÍTULO

    11

    Lo público y lo privado en el sistema universitario chileno. Visión desde la cultura (2011)

    C

    APÍTULO

    12

    Vocación de servicio y búsqueda de la verdad (2013)

    PRESENTACIÓN

    Tengo especial agrado en poder hacer una breve presentación de esta nueva publicación de Ediciones UC que contiene una selección de textos editados por Sofía Brahm, y un excelente y didáctico prólogo elaborado por el profesor Eduardo Valenzuela, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, que es el alma mater de siempre del autor de los textos seleccionados para este volumen. El completo prólogo me exime de intentar resumir o glosar el contenido de los ensayos de Pedro Morandé incluidos en este último libro de la serie, que en esta ocasión aborda problemas relacionados directa e indirectamente con la pasión de su vida: la Universidad y las complejidades de orden académico, social, religioso, incluso ontológico, que suscitan la existencia, el devenir y, en general, la interacción que ella ejerce con los demás agentes culturales, políticos, sociales y económicos de un país.

    Como hemos podido constatar en los libros ya publicados, y el actual no es la excepción, la mirada que adopta Pedro Morandé cuando analiza los problemas que lo atraen por su peculiaridad, o lo interpelan debido a su constante atención hacia aquellos temas sociológicos y culturales que, a su entender, entran en conflicto con sus posiciones teóricas o sus convicciones más arraigadas en materia espiritual y religiosa, su mirada, decíamos, está siempre impregnada por un nivel de profundidad y de rigor académico unánimemente reconocidos, aun por quienes no comparten su cosmovisión o sus creencias. Esta situación responde a que el profesor Morandé destaca en primera instancia como un gran académico en su especialidad, la sociología, y posee una visión y un pensamiento sobre la Universidad, la sociedad y sobre los problemas epistemológicos que plantea la ciencia y la institucionalidad universitaria en el país, siempre consistentes con sus más profundas convicciones de académico y de hombre de fe. Este tipo de problemas es, precisamente, el objeto de la mayoría de los ensayos seleccionados para este libro. Por cierto, estos textos evidencian la perspectiva en la que Morandé se sitúa cuando aborda temas y materias tales como el desarrollo y la cultura, el diálogo razón-fe, la búsqueda de la verdad en general y en especial en la sociedad de la información.

    Por la oportunidad de su publicación, es pertinente destacar el texto de 2011 sobre la relación entre lo público y lo privado, pues en ese entonces esta relación estaba en sus primeras fases de problematización y de debate en el país. Pero en general, todos los ensayos revelan una aguda comprensión histórica de la Universidad en el decurso de sus diferentes estadios a partir del modelo medieval, con el cual Morandé siente mayor afinidad, siguiendo con el francés, el humboldtiano y, finalmente, con la irrupción de la ciencia positiva en alianza decisiva con la técnica, el gran demiurgo de la época moderna. Así, el profesor Morandé constata no sin desencanto cómo la Filosofía reemplazó a la Teología en su papel de disciplina rectora en la Universidad; a su vez la ciencia de base empírica lo hace con la Filosofía, pero solo para derivar en mera ciencia aplicada y técnica. De este modo, los textos dan razón de la metamorfosis que ha experimentado la Universidad no solo en su esencia, sino además en su rol y sus posibilidades y capacidades de contribuir al país. Pero este es solo uno de los temas centrales y más interesantes del libro.

    En virtud de lo anteriormente señalado, creo que este nuevo libro que reúne una trayectoria académica de 23 años es una manera de agradecer y rendir un homenaje a la valiosa contribución del profesor Pedro Morandé a la Universidad, a la Facultad de Ciencias Sociales, a la sociología y a la cultura del país, contribución que él hizo desde una perspectiva enriquecida por el trabajo interdisciplinario que hace posible un desideratum que está en la raíz de nuestro quehacer y de nuestra misión como Universidad Católica: el diálogo entre fe y razón como motor de búsqueda de la verdad, el bien y la belleza.

    Ignacio Sánchez

    RECTOR

    PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

    PRÓLOGO

    En este libro se han recopilado algunos de los mejores textos que escribiera Pedro Morandé sobre la naturaleza y alcance de la misión que tiene la universidad en la sociedad actual. Esta fue siempre una preocupación principal en su quehacer intelectual, en gran medida como fidelidad y testimonio a sí mismo, cuya vida transcurrió casi enteramente dentro de un ambiente académico. Su reflexión sobre ella se formó al calor de la Reforma de la Universidad Católica de finales de los años sesenta, acontecimiento en que se prefiguran los rasgos fundamentales de una institución universitaria moderna que redefinía muy radicalmente su rol y su misión en la sociedad. Esto último, en el sentido de asumir un mayor compromiso con el desarrollo y los procesos de modernización que reclamaban los tiempos y, específicamente, con la incorporación de la investigación científica en el quehacer académico y con el incremento de la responsabilidad pública y social de la universidad.

    LA REFORMA Y EL PROYECTO DE MODERNIZACIÓN DE LA UNIVERSIDAD

    La Reforma buscó expresamente la superación del paradigma profesionalizante en que aparentemente se había sumido la universidad tradicional en su rol de proveer las competencias y certificaciones necesarias para el desempeño productivo. La crítica al paradigma profesionalizante –tal como aparece en Luis Scherz, profesor también de sociología en la UC– implicaba doblemente la apertura hacia los intereses de la sociedad (sobre todo, entre los estudiantes) y el llamado a instalar la ciencia en la universidad (principalmente, entre los académicos)¹. La Reforma elaboró el ideal de Universidad para todos, aunque todavía en el marco de un desarrollo educativo que no había completado la inclusión en la enseñanza secundaria, lo que volvía impracticable cualquier esfuerzo por expandir significativamente la matrícula universitaria. Con todo, fue el período en que las universidades católicas perdieron confesionalidad, aunque no necesariamente identidad católica, como sucederá más ampliamente con la instalación de la ciencia en las décadas siguientes. El contacto con la sociedad se produjo entonces bajo la forma de una élite iluminada que se autocomprendió como vanguardia de la sociedad y que, en lo principal, abandonó las aulas universitarias y la actividad propiamente académica.

    La exigencia de colocar a la universidad en la perspectiva del desarrollo, es decir, de la educación moderna y el progreso científico, abrió una serie de interrogantes desde el comienzo. La cuestión de la ciencia –y no de la ideología– fue el verdadero asunto universitario, aquel que cambiará la forma de entender la vida académica y la estructura misma de la universidad moderna. Aquella profesionalizante, cuya labor principal era la transmisión escolarizada de competencias, debía dar paso a otra cuya tarea principal debía ser la creación de conocimiento orientada hacia los intereses de la sociedad (y de la humanidad) tomada en su conjunto. Las primeras reflexiones de Pedro Morandé se refieren a la universidad alemana donde él mismo hizo sus estudios de doctorado (Erlangen-Nürnberg, 1976) en conjunto con otros profesores de igual procedencia académica que recibieron la influencia de Luis Scherz (Münster, 1963) y del que formaron parte sobre todo Darío Rodríguez (Bielefeld, 1977) y Carlos Cousiño (Erlangen-Nürnberg, 1984).

    El llamado modelo humboldtiano –que ha constituido el ethos académico de la universidad alemana, no necesariamente su práctica efectiva– constituyó el primer intento por recepcionar la ciencia positiva en los marcos de la universidad moderna. Ante todo, se trataba de una reacción al modelo francés, cuya misión consistía en proporcionar los servicios profesionales que requería el Estado nacional, al modo como se fundaron también las universidades estatales en nuestro país. La universidad humboldtiana elaboró, por el contrario, el ideal de la ciencia pura y de la autonomía universitaria, es decir, de una institución centrada en el saber despojado de toda contribución política y consideración práctica. Tal saber era representado de modo eminente por la Filosofía, pero inundaba, asimismo, la investigación científica de laboratorio y las ciencias experimentales que se orientaban por motivos puramente teóricos. La posición eminente de la Filosofía debe entenderse como una superación de la Teología como disciplina eminente del saber y paradigma del uso del intelecto y de la capacidad de razón. La Teología no pudo dar cuenta de las ciencias experimentales modernas que desbordaban la metafísica tradicional y las teorías cosmológicas que refieren a un Dios creador (que se desacreditan lentamente hasta alcanzar su máxima expresión con las teorías darwinistas de la evolución). El rol de la Teología fue ocupado por la Filosofía redefinida al modo kantiano como reflexión acerca de las condiciones de posibilidad del conocimiento científico, y que le atribuye a la razón una posición crítica anterior a cualquier conocimiento positivo del mundo exterior. Desde la perspectiva kantiana, existe una forma de conocer que precede y es capaz de guiar el conocimiento natural del mundo que proporcionan las ciencias positivas. Como otrora la Teología, la Filosofía preside el olimpo de las ciencias y ofrece un modelo ejemplar de uso de la razón, muy superior al que proporcionan las ciencias empíricas. El ethos de la universidad alemana consiste en esta preeminencia que se otorga a la Filosofía, refrendada por lo demás en las síntesis teóricas enteramente admirables del idealismo alemán, todas producidas dentro de la universidad.

    INFLUENCIAS DEL ILUMINISMO EN LA IDEA DE UNIVERSIDAD

    Haciendo aparte el desplazamiento de la Teología, la universidad alemana aparece como la continuadora del ideal de universidad medieval que Pedro Morandé menciona reiteradamente como el verdadero ethos universitario. Antes que una institución, la universidad medieval era una agrupación de personas compuesta por maestros y estudiantes reunidos en torno a la aspiración de comprender la unidad y totalidad del orden del mundo y su correspondencia con el conocimiento de la interioridad de la vida humana o conocimiento de sí mismo², algo que se traduce con la palabra studium y que se resume hoy en la exigencia propia de la universidad de buscar la verdad en todas sus determinaciones. La específica conexión entre la verdad objetiva y la interioridad subjetiva, de quien hace suya esa verdad en su propia experiencia, produce el ideal de la autoeducación y coloca la experiencia académica enteramente fuera de la rutina de los procedimientos escolares y de la certificación del saber. La introducción de la ciencia en el aula universitaria rompe esta conexión interior del conocimiento y decide el paso de la sabiduría hacia el saber como ideal académico, algo que se produce ya en los marcos de la Ilustración alemana, pero que adquiere su máximo desarrollo con el paradigma de la ciencia positiva. La ciencia define la objetividad de la verdad conforme al método, y nunca al testimonio de la persona que la pronuncia.

    IRRUPCIÓN DE LA TÉCNICA Y DE LA CIENCIA POSITIVA

    El modelo humboldtiano de universidad tendrá un desafío mucho más enérgico en el siglo XX con la ciencia que el que tuvo en el siglo XIX con las profesiones. Cuando el grupo de sociólogos católicos que siguió la huella de Luis Scherz regresó con sus doctorados alemanes en los años setenta y ochenta, era evidente la crisis de la universidad alemana, hasta el punto en que Morandé pudo aplicar analógicamente la imagen hegeliana del búho de Minerva que levanta el vuelo al atardecer para describir una institución cuya suerte estaba echada³. La incapacidad de la universidad alemana de seguir el tranco de la investigación científica norteamericana (que ya para entonces monopolizaba todos los premios Nobel en ciencias naturales) era la expresión más cabal de esta crisis.

    Los alemanes lucharon tenazmente durante todo el siglo por el control de la Filosofía sobre las ciencias experimentales, una lucha que se abre paso con la distinción de Dilthey entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, que prosigue con la invención del método fenomenológico de Husserl como respuesta a la llamada crisis de las ciencias europeas y culmina con las múltiples versiones de la teoría crítica alemana de la posguerra con sus terribles profecías contra la racionalidad instrumental. Esta lucha debe entenderse en el marco de una ciencia que cobra poco a poco conciencia de sus propios fundamentos epistemológicos, que se define crecientemente a sí misma a través de un método más que de un fin y que se libera ya no de la tutela teológica (cosa que había hecho mucho antes), sino también del control que pudo ejercer la Filosofía sobre ella.

    Max Weber observa con desencanto la dificultad de la ciencia para restablecer la unidad entre la verdad objetiva y subjetiva. La ciencia deviene enteramente positiva en tanto se refiere a hechos empíricamente comprobables a través de la aplicación de un método de investigación, pero nada puede afirmar –al menos, con la misma objetividad– acerca del sentido que tales hechos puedan tener para la conciencia personal o colectiva. El vínculo de la ciencia con ideales humanitarios –muy característicos del ethos académico moderno– es puramente exterior y superfluo. La delimitación del ámbito de la ciencia a enunciados falsificables y la fundamentación del método científico en una epistemología positivista hicieron que la ciencia moderna adquiriera lo que Luhmann llama clausura operativa para sistemas que deviene autorreferenciales. El abrumador progreso de la investigación científica en el siglo XX condujo no solo a reforzar la autorreferencialidad de la ciencia, sino a convertir a la ciencia positiva en la fuente de elaboración de la verdad misma y en el modelo de todo juicio veritativo. Otras fuentes posibles de la verdad, como el testimonio, son desvalorizadas, mientras queda en entredicho la capacidad de las ciencias humanas –y, entre ellas, de manera especial la Filosofía– de producir verdad al margen del método experimental.

    Un rasgo decisivo en la experiencia académica de Pedro Morandé fue la creciente introducción de la experimentación y de los protocolos de observación empírica de las ciencias naturales en ciencias sociales, como la Economía, la Psicología y la Sociología. La universidad alemana había elaborado la distinción clásica entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, las primeras estaban orientadas hacia hechos que debían ser examinados conforme al principio de la causalidad, mientras que las segundas atendían al sentido que los actores atribuyen al mundo que debía ser objeto de comprensión. Sea historicista o fenomenológica, la fundamentación de las ciencias del espíritu permitía escapar de los rigores del objetivismo científico y del método experimental, aunque ellas siempre se comprendieron a sí mismas como ciencias distintas de las letras y la Filosofía. Esta distinción, sin embargo, comienza a desvanecerse completamente en la época en que Pedro Morandé hizo su doctorado en Alemania, con el predominio incontrarrestable de la ciencia social norteamericana que, a la sazón, hacía progresar enormemente los protocolos de observación empírica de hechos sociales, las técnicas matemáticas de modelación y el análisis de datos, e incluso la capacidad de experimentación con seres humanos. En las últimas décadas todo esto se ha vuelto insoslayable y obligatorio para la enseñanza universitaria de las ciencias sociales.

    Los debates sobre el ocaso de la universidad alemana tendrán un motivo adicional de consternación con la incorporación de las ciencias aplicadas en el seno de su quehacer. Nisbet describe vívidamente la ciencia pura presente en la actividad universitaria norteamericana de la posguerra⁴. El potencial técnico de las teorías científicas fue descubierto entonces (según se dice, con la aplicación de la célebre fórmula einsteiniana para la fabricación de la bomba de hidrógeno) y el contacto de la ciencia con la industria se aceleró enormemente. Divorciada de la Filosofía, la ciencia positiva encuentra su alianza decisiva con la técnica, el gran demiurgo de la época moderna. La degradación académica que describe Nisbet consiste justamente en la creciente valorización del conocimiento por su utilidad, es decir, por su capacidad de resolver problemas y satisfacer necesidades, lo que desplaza por completo la antigua valorización del conocimiento inútil que constituía el corazón de la vida universitaria. En ninguna otra institución, en efecto, existió nunca la libertad de dedicarse e incluso consagrar la vida a algo completamente inútil, como sucedía en la vida académica, a riesgo desde luego de tener una vida austera y sencilla.

    La validación técnica del conocimiento que corre a la par con la orientación del conocimiento hacia la formulación de políticas directrices en la gestión e intervención pública es, hoy por hoy, un hecho trivial en la universidad moderna. En toda buena investigación se espera producir patentes de uso industrial, mejorar procesos técnicos o de administración, o coadyuvar en la elaboración de políticas públicas. La valorización económica del conocimiento en el marco de una economía que ha desplazado completamente la importancia del trabajo manual por el intelectual, que introduce máquinas inteligentes en todo el proceso productivo y consagra la innovación como palanca del desarrollo, repercute sobre la actividad universitaria de una manera nueva y decisiva, incluyendo, entre otras consecuencias, un incremento significativo de la remuneración académica, sobre todo en las grandes universidades de investigación. En el orden interno, el conflicto de las facultades se reorganiza con la aparición de las ingenierías, que reclaman y adoptan crecientemente una posición preeminente en la distribución del gobierno y del prestigio universitario. La transformación de grandes institutos tecnológicos en universidades es otra prueba de esta íntima conexión entre ciencia y técnica. Al igual que Nisbet, Pedro Morandé menciona repetidamente los riesgos de confundir la universidad con la enseñanza politécnica y de orientar el conocimiento científico conforme a los intereses del Estado y de la industria. Estos riesgos están descritos como el paso del saber a la información, el tercer eslabón de una pendiente que sepulta definitivamente el ideal de la sabiduría de la universidad original. La información, al igual que la técnica, no debe entenderse por sí misma, sino por la sociedad que la hace posible y la cultura que tienden a conformar. La información ha logrado definir una forma de organización social del saber que le otorga valor social, entendiendo por tal el que ese saber, oportunamente conocido, es capaz de transformar de forma continua la realidad social y optimizar su funcionamiento⁵. La información transforma la manera del saber, que adopta ahora la máxima de saber algo que otro no sabe. La información requiere este valor diferencial que hace progresar a la ciencia hacia una continua especialización, al tiempo que impulsa el esfuerzo de innovación y cambio que se requiere hoy del saber científico, de manera de no ser tanto el único como el primero en saber algo. Aunque la ciencia moderna hace un guiño para diseminar sus resultados de investigación, el valor social del conocimiento difundido se ha perdido ya por completo cuando llega a una audiencia generalizada. Lo mismo ocurre con el que llega tarde. El valor de oportunidad del conocimiento resulta crucial para la toma de decisiones y para la optimización de procesos y resultados que pueden decidir hoy el éxito de una tarea o de una empresa, de manera que la ciencia protege celosamente la originalidad del conocimiento y condena el plagio, como nunca antes lo había hecho. En su conjunto, el conocimiento ha adquirido un valor social inédito, sea por mediación de la técnica o de la información, es decir, sea como valor de eficiencia o de oportunidad, que transforma el rostro de la universidad moderna y la aleja del ideal primordial de la sabiduría y de la autoeducación.

    La sabiduría se define como docta ignorancia, según la célebre definición del sabio como aquel que comprende la desproporción entre lo poco que se sabe y lo mucho que se ignora, definición que remite, a su vez, a la desproporción cristiana entre

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