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En muletas por la vida
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En muletas por la vida
Libro electrónico127 páginas1 hora

En muletas por la vida

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En esta colección de relatos se narran las peripecias de Nilo Noel González Cabrera, un profesor de ajedrez de un municipio habanero, en su afán por integrarse a la sociedad de forma plena, a pesar de la secuela de poliomielitis que lo obliga a desplazarse con muletas desde su infancia. Casi todos los pasajes abrigan un enfoque optimista, incluidos toques del humor que muestra Noel en su diario transitar por la vida.
Playas, cuevas, montañas, experiencias románticas, campismos, ríos y mar conocieron de la voluntad del escritor para vencer su discapacidad y ser, simplemente, uno más del grupo. Como dice un verso de uno de sus poemas: "Caminé codo a codo con Tom Sawyer, como buen soñador y aventurero".
Estos relatos están paridos para que les diviertan y puedan ayudar a tantos discapacitados que pueblan nuestro planeta.
Amén.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento18 ene 2017
ISBN9781524304362
En muletas por la vida
Autor

Nilo Noel González Cabrera

Nilo Noel González Cabrera (San Juan y Martinez, Pinar del Rio, 1950) es profesor de ajedrez en La Habana, donde reside desde que sufrió los embates de la poliomielitis a los dos años de edad. Esto le obligó a desplazarse con muletas desde los primeros años de su infancia. Como profesor ha obtenido excelentes resultados deportivos, entre los cuales destaca el haber sido primer entrenador de la campeona de Cuba y posteriormente de España, Yudania Hernández Estévez. Fue además campeón nacional en cuatro ocasiones entre los discapacitados físico motores. Técnico Medio en periodismo deportivo y en inglés, francés y ruso, estuvo entre los fundadores de la Asociación Cubana de Limitados Físico Motores (ACLIFIM). Su meritoria prosa ha sido publicada más allá de las fronteras cubanas.

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    En muletas por la vida - Nilo Noel González Cabrera

    Prólogo

    Autobiografía

    Yo perseguí tomeguines

    a bordo de mis muletas

    y eché a volar cien cometas

    para extender mis confines.

    Allá en San Juan y Martínez

    tengo mi tomo y mi folio

    me aproximé al Capitolio

    por un virus criminal

    y mi batalla inicial

    fue luchar contra la polio.

    Amo y a quien ama mucho

    le duelen más los engaños

    pero la voz de los años

    cuando vuelvo a amar, no escucho

    porque lucho, lucho y lucho

    por más que el odio reclame

    y a la decepción me llame

    con una y con otra herida.

    Seguiré amando la vida

    aunque la vida no me ame.

    Si la existencia golpea

    yo le pego a la riposta,

    quien combate a toda costa

    nunca pierde la pelea.

    Luchar contra la marea

    es facultad del humano,

    lucha si pierde una mano

    lucha si pierde una pierna,

    el que es hombre nunca inverna

    para esperar el verano.

    No me quejo de la vida

    aunque el tiempo no me alcanza

    para sembrarle esperanza

    a tanta gente sufrida.

    Flamea mi vela henchida

    con el coraje en su paño

    a quien me extrañe, lo extraño

    mis desaciertos sanciono

    y solamente perdono

    si no hay maldad en el daño.

    Admiro la decisión

    y para mí, los dobleces

    y las traiciones, son heces

    de la humana condición,

    me araron el corazón

    y supe crear un huerto.

    Soy hombre de cielo abierto

    y tan solo me preocupa,

    ir de la parca, a la grupa

    y no saber que me he muerto.

    M

    e dio la poliomielitis apenas cumplido los dos años. Me golpeó duro, por poco me la arranca. No me funcionaba casi ningún músculo del cuerpo, ni siquiera el diafragma, por lo que la respiración se me hacía poco menos que imposible. Reaccioné y quedé con una paraplejia, que me dejó las piernas prácticamente inútiles. Después de mucho trabajo salí adelante, gracias a los cuidados de mis padres y hermanas y al esfuerzo realizado por los médicos y demás trabajadores del Hospital religioso católico, para niños lisiados pobres, San Rafael, donde me enseñaron el ajedrez, gracias al cual vivo.

    También allí aprendí a leer y a escribir, mis hermanas y mis padres me dieron otras asignaturas. Cuando mi papá consideró que estaba preparado y ya podía desplazarme sin dificultad con las muletas, me llevó a San Juan y Martínez, lugar donde nací. Allí habló con el maestro Armando Liot, de la escuelita rural. Así comencé la escuela en sexto grado, me hicieron unas preguntas y empecé oficialmente las clases. Todavía en aquel momento no tenía plena conciencia que era un discapacitado, sabía que no podía caminar como los demás; pero como eso no me impedía hacer otras cosas, no me consideraba diferente.

    Participaba en múltiples juegos: en las bolas, (canicas) mis primos y amigos me decían tramposo, pues al tirar ponía el pie donde estaba mi chinata (como se le conoce en Pinar a este juego), tiraba las muletas hacia delante y llegaba mucho más lejos que los demás niños, llegamos a tener más de mil quinientas, en liga con un primo y un amigo; en la pelota jugaba, bateaba con una sola mano y los demás corrían por mí; me metía en los lugares más intrincados, incluso en cuevas, subía a las lomas sobre las espaldas de mis primos y amigos; pescaba; cazaba; empinaba papalotes; iba a los campismos en casas de campaña; en fin, todo, o casi todo que no es lo mismo pero es igual como dice la canción.

    Un día recuerdo que un compañero de la escuela comentó que yo no podía hacer el amor, ―no lo dijo así; pero no me gusta mucho el realismo sucio― me molestó. La respuesta fue lacónica: ―Ponte en cuatro. Realmente cuando me sentí un discapacitado, y antes de dormir meditaba sobre eso, fue al enamorarme por primera vez. Terrible, mi timidez se acentuaba cuando pensaba en que aquella rubia angelical llamada Mayra, no me podía querer por mis muletas, a pesar de que era un niño (al diablo la modestia) con una cara muy bonita. Hoy dirían un mango. El complejo de inferioridad me tiró unos golpes pero le di un muletazo vencedor, con todas las fuerzas de mi voluntad.

    Terminé la primaria con excelentes notas, eso fue en 1961, si mal no recuerdo. Por cierto, mi único conocimiento del decursar de la vida en el país era el de las clases de sexto grado, como niño al fin, no sabía nada de política ni otras cosas. Ahora me acuerdo y me río, poco más atrás, antes de triunfar la Revolución, estaba en la clínica y un internado me preguntó a quién yo le iba en la guerra. ¡Yo qué sabía! Nunca había oído hablar sobre eso, estuve mucho tiempo en el hospital. Le contesté una barbaridad, para mí aquello era como un juego de pelota. Ya en el 61 le iba a los revolucionarios, no porque supiera aún a ciencia cierta quienes eran; sino porque mi madrina, y casi todos, estaban con ellos, y si ella ¡una mujer maravillosa! pensaba así, seguro eran buenos. Esa fue mi primera idea de lo que es la mayoría. Por eso me alegré mucho cuando me dijo aquella mañana: Nelo, ganamos, ganamos. Al terminar el sexto grado, como la secundaria me quedaba muy lejos, seguí estudiando de forma autodidacta. Mi primo Arnaldo, como cuento en una de mis anécdotas, me llevó en el 63 a casa de una profesora de mecano taquigrafía, Isabel Luisa, se llamaba, Belisa, le decían; casi todos los días, él me montaba sobre sus hombros en las partes donde yo no podía caminar, hasta que terminamos, eso se lo agradeceré siempre.

    Mucho tiempo después, pasé un curso de técnico medio en periodismo deportivo y otro en 1970, de escritor de radio y televisión. Por cierto, que tanto en el curso de narración como en el de escritores pude apreciar los problemas que aún existían en aquella época para la aceptación de una persona con una discapacidad visible, como la mía, en esos trabajos. No solo no los empleaban, sino que cuando se hablaba sobre ellos por televisión, se trataba de no tomarlos en cámaras para no dar una imagen deprimente.

    Cómo jugador de ajedrez no fui ni soy gran cosa. Cuando comencé a amar ese juego no había literatura y solo podía estudiar con un libro que me prestó un vecino. No obstante, tengo, el mérito de ser el primer Campeón Nacional de la Asociación Cubana de Limitados Físico Motores (ACLIFIM), lo que ocurrió en el año 1994, en Bayamo.

    Como entrenador sí me considero bueno, creo que nací para educar. Dar clases de ajedrez me gusta mucho. He formado campeones en casi todas las categorías. Una Campeona Nacional de Cuba, Yudania Hernández, quien posteriormente se casó con un GM paraguayo y fue a vivir en España donde ganó también la corona Nacional (creo que ese logro lo tienen pocos profesores de ajedrez), hasta un Maestro Internacional, Roberto García Pantoja, quien actualmente, con sus veinticuatro años, es uno de los ajedrecistas de mayores perspectivas en Cuba. Más de veinte campeones nacionales, en las categorías pioneril y escolar, han sido entrenados en algún momento por mí.

    Además del mérito únicamente deportivo lo que más me ha enorgullecido de estos años como entrenador es la cantidad de amigos y amigas que tengo y he contribuido a formar en la vida, en cualquier lugar me encuentro uno. Médico, ingeniero, maestro, físico, militar, químico, periodista en fin en cualquier faceta de la vida hay hombres y mujeres que fueron enseñados por mí.

    Algunos han dicho que he sido un Don Juan con muletas; pero no, eso es falso, he tenido relaciones, ni más ni menos qué cualquier otro hombre. Sucede que el Cotorro, donde vivo, es un pueblo pequeño. La ACLIFIM me permitió la posibilidad de adquirir una moto tipo scooter donde llevaba a mis alumnos y alumnas a las competencias. Antes del llamado período especial en Cuba los eventos provinciales eran por la noche, los varones juveniles regresaban solos, pero a las hembras tenía que devolverlas a sus hogares. Los chismosos me veían llegar a las doce o la una de la mañana con una mujer, y ya me la ponían como pareja. Piquito de oro me decía

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