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La Araucana
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La Araucana

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Este libro relata las hazañas bélicas del pueblo español y del pueblo mapuche, enfrentados en la Guerra de Arauco, conformándose así un completo documento histórico y literario.
IdiomaEspañol
EditorialZig-Zag
Fecha de lanzamiento11 nov 2015
ISBN9789561221703
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    La Araucana - Alonso Ercilla

    Chile.

    PRÓLOGO

    1. EL POETA, DON ALONSO DE ERCILLA Y ZÚNIGA

    Los Ercilla y Zúñiga, aunque avecindados en Madrid, y más tarde en Valladolid, eran de ascendencia vasca. Allí tenían su orgullo y su solar. Ser del norte era en la España de los siglos XVI y XVII contar con un pasado cargado de prestigios. Montañés sonaba a heroísmo medieval y empresas descubridoras. Aunque nacidos tierras adentro, vuelven con insistencia sus ojos al norte de España, Lope de Vega (Asturias), Calderón de la Barca (Santander), Francisco de Quevedo (León), también Ercilla:

    "Mira al Poniente a España, y la aspereza

    de la antigua Vizcaya, de do es cierto

    que procede y se extiende la nobleza

    por todo lo que vemos descubierto."

    Pero Ercilla no nació en Vizcaya, sino en Madrid, el 7 de agosto del año 1533. Sin embargo, el poeta se siente vivamente vinculado a las mejores sabias del país vasco. Recuerda en los siguientes

    versos la ciudad de Bermeo, su ciudad, por ser la de sus padres:

    "Mira a Bermeo, cercado de maleza,

    cabeza de Vizcaya, y sobre el puerto

    los anchos muros del solar de Ercilla,

    solar fundado antes que la villa."

    Cuántas exactitudes. Todavía hoy la ciudad de Bermeo, cabeza de Vizcaya, como lo fuera Burgos cabeza de Castilla (Caput Castellae), se enorgullece con la casa de Fortunio o Fortún García de Ercilla y doña Leonor de Zúñiga, padres del poeta; allí los anchos muros -hoy museo-, la maleza cercadora, la mirada sobre el puerto...

    De las tres, casi únicas profesiones a las que los españoles del siglo XVI podían consagrar su vida: corte, altar o alta mar -soldado, sacerdote o navegante-, Ercilla fue inclinado desde la infancia a la primera. Su padre, hombre de leyes, era destacado miembro del Consejo Real y Regente del Consejo de Navarra. Pero fue un suceso luctuoso el que vinculó, en forma aún más personal, al poeta a la corte: Doña Leonor, su madre, quedó viuda y con la viudez el desamparo paterno para sus seis hijos; el futuro poeta Alonso contaba a la sazón un año y pocos meses de edad. Doña Leonor -honor de león- llenó su vida de esfuerzos para sus hijos y consiguió, al fin, el cargo de guardadamas de la infante doña María, esposa de Maximiliano, futuro Emperador; y para su hijo Alonso, el ser paje del príncipe Felipe, después Felipe II. Con cuánto afecto no le dedicaría después La Araucana.

    La educación de Ercilla fue cortesana, lo que quiere decir humanista y nada superficial. Eran épocas aquellas en las que, por lo demás, cultura y sociedad vivían integradas. El medio era educativo por sí, y con creces cuando se encontraban hombres renacentistas como Ercilla, con afanes para explorar:

    "Yo, que fui siempre amigo e inclinado

    a inquirir y saber lo no sabido..."

    (C. XXXVI. vv. 153-4).

    Nada nos podrá extrañar, entonces, que Ercilla, viajero incansable -a los 15 años está en Flandes con el príncipe Felipe, luego con Maximiliano recorre Italia, Austria, Bohemia y Hungría y, en 1554, ya a los 20 años, nuevamente con el príncipe Felipe en Londres-, tuviese profundos conocimientos del latín; demuestra, en los cantos XXXII y XXXIII, un hábil manejo de La Eneida, de Virgilio; imita a Lucano, en el indio mago Fitón y su cueva; ha leído, tal vez, a Séneca, cuyo estoicismo moral es en él persistente; y muestra influencias españolas e italianas: De Garcilaso, Fray Luis, Juan de Mena, Herrera, Las Casas, Dante, Boccaccio, Ariosto, tal vez, Petrarca; de todos ellos, en su relación con Ercilla, hay estudios monográficos, que no es del momento recordar.

    Fue durante aquel viaje de 1554 a Londres -se celebraban las bodas de don Felipe con María Tudor- cuando Ercilla se sintió vivamente atraído hacia nuestra América. Dos noticias, la muerte de Pedro de Valdivia, en Chile, y cierto motín habido en Perú, dispusieron al paje de don Felipe y a otros jóvenes de ventiún años, como él, a solicitar el cumplimiento de sus servicios al Monarca en estas

    tierras de América. No fue ésta la única razón motivadora. América estaba ya en el corazón de Ercilla. Lo estaba en el alma de todos los españoles comprometidos con lo mejor de la empresa imperial.

    Nuevo Mundo, sonaba a mito o magia, a brillante oro, a fama recordada, a naturaleza pura, a indios sin evangelio, a aventuras extremadas...

    ¿Qué necesidad tenía José Toribio Medina para recurrir a unos versos, insuficientes por lo demás, para tejer para Ercilla una extraña historia de amores contrariados, que, a su parecer, habrían motivado el traslado de nuestro poeta desde las playas de Europa a las nuestras de América? He aquí los versos:

    "Amor me ha reducido a tanto estrecho

    y puesto en tal extremo un desengaño,

    que ya no puede el bien hacer provecho,

    ni el mal, aunque se esfuerce, mayor daño..."

    Estos y otros versos, muy pocos más, con los que Ercilla presenta lanzas contra el amor, suenan más a glosa retórica, tan común en los escritores de la época, que a sincera confesión de historia personal.

    El 15 de octubre de 1555, Ercilla parte a América. Acompaña al nuevo Virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, y al adelantado de Chile, Jerónimo de Alderete. La prematura muerte de éste (abril de 1556) trajo consigo el inmediato nombramiento de García Hurtado de Mendoza, hijo del Virrey del Perú, como sucesor de Alderete.

    El poeta registra casi paso a paso todos los incidentes, prósperos y adversos, de la travesía: La despedida de sus amigos primero:

    "...y al son de varios y altos instrumentos

    de los caros amigos despedidos,

    en los ligeros barcos nos metemos,

    dando a un tiempo con fuerza al mar los remos."

    La llegada a La Serena, y la afectuosa y regalada acogida de Francisco de Aguirre, siempre agradecida por quienes hacían aquellos viajes, tan llenos de incomodidades.

    "...un cariñoso acogimiento

    a todos nos hicieron y hospedaje

    estimado con grato cumplimiento

    el socorro y larguísimo viaje,

    y de dulce refresco y bastimiento

    al punto se aprestó el metalotaje,

    con que se reparó la hambrienta armada,

    del largo navegar necesitada."

    La tormenta sufrida de paso a Concepción:

    "De mi nave podré sólo dar cuenta

    que era la capitana de la armada,

    que arrojada de la áspera tormenta

    andaba sin gobierno derramada:

    La braveza del mar, el recio viento

    el clamor, alboroto, las promesas

    el cerrarse la noche en un momento

    de negras nubes, lóbregas y espesas;

    los truenos, los relámpagos sin cuento,

    las voces de pilotos y las priesas

    hacen un son tan triste y armonía,

    que parece que el mundo perecía..."

    Ercilla, ya en el sur de Chile, será desde ahora un soldado y un cronista. Su tema básico, el canto épico a dos pueblos en heroísmo iguales; sobre este tema, las mil variaciones de su obra: el invierno en la Quinquina, el fuerte de Concepción, los refuerzos solicitados a Imperial, Valdivia y Santiago, la entrada al valle de Millarahue, el enfrentamiento una y otra vez con las tropas indígenas, la fundación de Cañete y Osorno, en Villarrica, en Llanquihue, en Carelmapu...; por fin, Chiloé, gloria que para sí rescata Ercilla en estos versos escritos en troncos de árboles para memoria de futuras gentes:

    "Aquí llegó, donde otro no ha llegado

    don Alonso de Ercilla, que el primero

    en un pequeño barco deslastrado,

    con solos diez pasó el desaguadero

    el año de cincuenta y ocho entrado

    sobre mil y quinientos, por febrero,

    a las dos de la tarde, el postrer día,

    volviendo a la dejada compañía."

    Difícil es encontrar un héroe sin destierro. Ercilla también tuvo el suyo: En una fiesta caballeresca, las diferencias entre Juan de Pineda, un hombre díscolo y altanero, y Ercilla llevaron las cosas al extremo de irse ambos a las armas. García Hurtado de Mendoza, mozo capitán acelerado, que contempló disfrazado el hecho, condenó a muerte a ambos. La pena se conmutó por el destierro.

    Ercilla regresó a España en 1561. Casó con doña María Bazán (1570). Ingresó a la orden de Santiago (1571). Participó activamente en misiones de la corte (1574-1577 en Europa y 1582 en Portugal).

    Y en 1569, 1578 y 1589 dio a la imprenta, por partes, su única obra literaria: La Araucana. Murió el 29 de noviembre de 1594. Sus restos descansan hoy en el Convento de San José que las Carmelitas Descalzas poseen en Ocaña. Allí hay una lápida con la figura en relieve del poeta y esta leyenda: Capitán de España y cantor de las glorias de Arauco; al pie, la famosa octava: Chile, fértil provincia y señalada...

    2. ESTRUCTURA Y ESTILO DE LA ARAUCANA

    Tres grandes unidades narrativas componen La Araucana: Cantos I al XIV, cuyo hilo conductor es la fuerza arrolladura del pueblo araucano sobre el español; cantos XIV al XXXIV, en los que los éxitos bélicos se invierten, y, tercera unidad narrativa, canto XXXV hasta el final. Examinemos los rasgos más relevantes de cada una de ellas.

    Primera Unidad (I-XIV). Se abre la primera unidad narrativa con una Dedicatoria al rey español Felipe II. Ercilla escribe La Araucana como un acto de servicio más a Su Majestad el Rey. Confiesa el autor cuál sea la intencionalidad artística de su obra: Hacer un gran canto épico a la conquista de Arauco, entendida ésta como parte de la universal empresa imperial española. Aquellos relatos no americanos -batallas de San Quintín (C. XVII), Lepanto (C. XVIII) y la invasión de Portugal por tropas castellanas (C. XXXVIXXXVII)- cumplen, precisamente, con este sentido de inserción en un marco más amplio de la catolicidad. La gesta de Arauco se eleva así y engrandece al contacto con la superior idea de universalidad cristiana. La historia de América, para Ercilla, para el pensamiento católico de la época, no era sino esto: una parte de la historia universal, y ésta, a su vez, de los destinos providenciales de Dios.

    El autor estampa posteriormente el Prólogo. No son pocos los elementos que Ercilla concede aquí para un mejor entender su obra; se trata de una historia verdadera:

    ...así el (tiempo) que pude hurtar, le gasté en este libro, el cual, porque fuese más cierto y verdadero, se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños que apenas cabían seis versos, que no me costó después poco trabajo juntarlos.

    Pero también cumple la obra con un segundo objetivo; sacar a luz estas gestas, por el agravio que algunos españoles recibirían, quedando sus hazañas en perpetuo silencio. Una de las funciones que cumplió en el Renacimiento la literatura fue precisamente ésta, hacer dignos de renombre a los que con sus obras se distinguieron.

    No sólo los españoles, también los araucanos entran a la obra por esta honrosa puerta de la fama:

    Y si a alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para bárbaros se requiere, si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio de ella, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tan gran constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles.

    El Canto I, fiel a los preceptos de la retórica clásica, presenta el asunto, fija el plan, señala el destinatario e identifica al narrador.

    Nos interesa caracterizar a éste, pues sus ojos son los que hacen la materia del mundo narrado.

    En la epopeya clásica, el amplio mundo narrado exigía del poeta ponerse en manos de las Musas: Canta, Oh Musa... leemos al inicio de La Iliada. Ercilla ofrece a su Rey la obra y de él espera

    también la gracia del noble estilo necesitado:

    "...hará mi torpe estilo delicado

    y lo que va sin orden, lleno de arte;

    así, de tantas cosas animado,

    la pluma entregaré al furor de Marte..."

    En El Quijote esta superior deidad ya no será ni la Musa ni el Rey, sino la autoridad de un Cronista: Cide Hamete Benengeli. Señala ha Araucana, así pues, un paso importante en el proceso de desacralización del narrador, paso que culminará en el siglo veinte con la muerte del mismo narrador, la novela objetiva.

    Conviene destacar dos rasgos más sobre este narrador de la Primera Unidad: Su verismo y su eticidad; del primero señala Menéndez Pidal:

    "La épica antigua, lo mismo la virgiliana que la homérica, necesita para su constitución el mito, lo

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