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Historias de amor y adolescencia
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Libro electrónico150 páginas3 horas

Historias de amor y adolescencia

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Este libro contiene un conjunto de relatos en los que sus personajes principales son jóvenes intensos y soñadores. Son historias cargadas de nostalgia y melancolía, pero no por eso exentas de alegría y diversión. En ellas se suele recordar de manera emotiva momentos que de alguna
manera marcaron la vida de los protagonistas. El autor propone un juego narrativo en el que lo real y lo fantástico se entremezclan a través de un lenguaje poético, pero siempre justo y preciso.
IdiomaEspañol
EditorialZig-Zag
Fecha de lanzamiento30 ago 2016
ISBN9789561229457
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    Historias de amor y adolescencia - José Luis Rosasco

    Obras Escogidas

    ISBN Edición Impresa: 978-956-12-2400-1.

    4ª edición: junio de 2016.

    Ilustración de portada: Carlos Rojas Maffioletti.

    ISBN Edición Digital: 978-956-12-2945-7

    Gerente Editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.

    Editora: Camila Domínguez Ureta.

    Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.

    Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    © 1996 por José Luis Rosasco.

    Inscripción Nº 95.905. Santiago de Chile.

    © 2012 para la presente edición por

    Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

    Inscripción Nº 215.658. Santiago de Chile

    Derechos de edición reservados por

    Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

    Editado por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.

    Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

    Teléfono (56–2) 2810 7400. Fax (56–2) 2810 7455.

    E–mail: www.zigzag.cl | Email: zigzag@zigzag.cl

    www.editorialzigzag.blogspot.com

    Santiago de Chile.

    El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

    Índice

    Palabras preliminares

    La señora Clayton

    Edith de la casa amarilla

    Suzette

    El Quijote y aquella isla

    El arrecife

    Graciela

    Sharon

    Leyenda para unos ojos

    El amor de Claudia Corsigliana

    Los padres del hippie

    La hija del romano

    Inédita carta de Pilatos

    El tontón Serránez

    Para

    Alexandra Rosasco

    PALABRAS PRELIMINARES

    El autor y su obra

    Hijo de una chilena y de un estadounidense llegado a Chile en 1933, José Luis Rosasco nació en Santiago en 1935. Hizo sus estudios en el Saint George’s, College, en el Liceo Miguel Luis Amunátegui y en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Posteriormente se trasladó a Estados Unidos, donde trabajó para poder financiar sus estudios en el Management Institute de la Universidad de Nueva York. Fue allí donde escribió sus primeros libros de cuentos: Mirar también a los ojos, Ese verano y otros ayeres y Hoy día es mañana. Los dos primeros, publicados respectivamente en 1972 y 1974, obtuvieron el Premio Municipal de Santiago. El tercero se publicó en 1979.

    Acerca de Mirar también a los ojos, Virginia Vidal destacó en su momento algunas de las características que Rosasco mantendría en sus obras. Inagotables reservas de ternura y amor –escribió–. Un lenguaje fluido, el dominio de la técnica del cuento, la nítida creación de determinados tipos.

    Ya en Chile, Rosasco publica en 1980 su primera novela: Donde estás, Constanza. Esta es un éxito y lo da a conocer ampliamente. Es bastante autobiográfica, reconoce su autor. Y de principio a fin –dijo Guillermo Blanco refiriéndose a esta novela–, un toque de misterio rodea a Constanza. Se la descubre como desde lejos en sus primeras apariciones. Después se la oye hablar, se la mira actuar, pero algo queda en la penumbra. Para Álex y para el lector. Y ese algo que pica la curiosidad confiere al libro un aire que bordea sutilmente lo mágico. Por su parte, Ignacio Valente escribe acerca de ella: La trama es llevada con hábil conducción hasta el desenlace, que combina, con una mezcla de buena ley, lo trágico y lo cómico, lo tierno y lo humorístico, lo patético y lo trivial.

    Tiempo para crecer, la segunda novela de Rosasco, se publica en 1982. Floridor Pérez destacó su aparición escribiendo: Constituye una culminación previsible en la evolución de este autor. La novela de la vida estudiantil, donde sueños, conflictos, amores, proyectos individuales se funden en las aulas de un colegio tradicional santiaguino, conformando una visión generacional del ‘advenimiento del despertar’ en personajes llenos de vitalidad, de verdad humana.

    A esta altura, Rosasco ya tiene claro que sus principales lectores son los jóvenes. Ellos sienten –diría más tarde en una entrevista– que la historia es verdadera porque les ha pasado algo similar o conocen a alguien que pasó por lo mismo, o les gustaría que le sucediese algo parecido. Se lee para vivir lo que no hemos vivido. Y afirmará en otra ocasión, que él cree en la lectura como en un recreo y no como una lección, pues la competencia de los medios audiovisuales está representando un frente terriblemente seductor, de manera que el escritor que dé lata es letra muerta. Remachando lo anterior, Rosasco afirmó en una entrevista en 2007: Si hay algo que me aterra, es que los jóvenes se lateen leyendo un libro mío.

    La amenidad y la ternura, como ingredientes fundamentales, también caracterizan a la novela El Metrogoldin, publicada en 1984. Manuel Peña la destaca como una obra que cumple con los requisitos que debe tener una buena novela para jóvenes: entretener a la juventud y también a los adultos. Y esto ocurre –continúa Peña–porque Rosasco sabe entregar, a través de unas páginas amenísimas, mucha diversión, un optimismo a toda prueba, una corriente sentimental, un humor cómplice y, sobre todo, algo muy necesario en esta época: mucha ternura.

    En 1986, Rosasco irrumpe con un nuevo libro de cuentos: Historias de amor y adolescencia. Este volumen se ha conformado con varios de los cuentos aparecidos en sus primeras obras de relatos. Como se puede percibir por su título, su tema recurrente es el de la adolescencia, porque –afirma el propio escritor– en esa edad a uno le acontecen cosas que te cambian y nunca vuelves a ser el mismo de antes. No se trata de un periodo feliz, pero sí muy intenso. El niño juega a ser Tarzán, un piloto intergaláctico o un cowboy, pero llega un momento en que el juego queda atrás y aparece la otra aventura, la romántica, de la mujer, la prima o la vecina, y también la aventura de las ideas.

    Con Francisca, yo te amo, publicada en 1988, el escritor vuelve a la novela protagonizada por un personaje femenino. Es la historia de dos jóvenes, cuyos destinos se cruzan durante un verano. Se conocerán, enamorarán y separarán, para volver a encontrarse años después, cuando ya nada será igual. Rosasco ha vuelto a escribir –comenta el crítico Luis Vargas Saavedra acerca de esta obra– una historia de amor. Parece ser su mejor veta, el eje de su fuerza… Narra adecuándose a la edad y a la madurez del muchacho, que se nos confiesa en primera persona. Nada de recurrir al fetichismo de los símbolos como garantía de excelencia. Muy concreto lo suyo: Quintero, con todos sus recovecos (…) Dos jóvenes amigos buscan amigas.

    Francisca, yo te amo está también publicada en un volumen bilingüe inglés-castellano.

    En 1997 aparece La Niña Azul. Sobre esta novela dirá Susana Burotto, académica, que su desarrollo dramático se resuelve por el lado de la ternura, y que el amor triunfa siempre en el plano de los sueños y del espíritu, y es, entonces, un elemento narrativo, que mantiene su reserva inagotable a través del tiempo: no se desgasta, no se envilece, no se destruye.

    Con la Mariposa Negra y otros cuentos (2000), Rosasco hace su aporte a la literatura infantil. Contiene tres relatos. Uno lo protagoniza un vampiro que admira a las mariposas e intenta ser como una de ellas; otro, un niño de malos instintos que pretende cortarle el pico a un pelícano, para, según él, aliviarlo de tan gran peso. Y el tercero, la historia de una hormiga y de una abeja descontentas con ser lo que son.

    También incursionará Rosasco en la novela epistolar publicando, en el año 2003, Helga, esta carta es para ti. Todas las narraciones de Rosasco –recalcará Manuel Peña al referirse a ella– tienen un carácter nostálgico, evocador y poético; son relatos para jóvenes y también para adultos; son alegres y también melancólicos.

    Un año después Rosasco publica un volumen en el que incluyó a cinco de sus novelas anteriores, más el cuento Hoy día es mañana.

    La última de las obras publicadas por Rosasco es Lucía, así nacen los recuerdos (2007). "Se trata de una novela ‘de formación’ –comenta Mario Valdovinos–, en la que importa la educación sentimental del protagonista. Álex, que no es el perverso joven de La naranja mecánica, ni Benjamín Vicuña, el protagonista de Mala onda, es un chico calmo y reflexivo, nada de colérico, si bien tiene todas las inquietudes de todo joven: en especial frente a la presencia femenina. Se despliega así un universo presexual y anterior al morbo finisecular. Incluso, podríamos decir, al margen de la violencia".

    Varias de las obras de José Luis Rosasco han sido incorporadas en diversas antologías, en castellano y en inglés. El escritor ha representado a Chile, además, en congresos internacionales del Pen Club en Toronto, Montreal, Canadá y Seúl, Corea del Sur. Ha sido jurado en el Concurso Ricardo Miró 2004, en la República de Panamá, e invitado especial a la Feria Internacional del Libro 2012 de la República Dominicana. También ha conducido talleres literarios en universidades y en su antigua casa patrimonial de Ñuñoa, situada en el municipio del que es concejal.

    Santiago, junio de 2012.

    La señora Clayton

    Carlos tenía trece años ese verano, cuando la señora Clayton llegó con su hija Isabel a la Residencial Quinterana.

    La Residencial Quinterana era una viejísima casona de madera con galerías en dintorno del primer piso y balcones de troncos encuadrando todo el exterior del segundo. Por las noches, iluminada, semejaba una de esas naves de rueda insólitamente enclavada en el medio de un bosque de pinos, junto, muy junto al mar. Los comedores y un barcito, donde los mayores se reunían a jugar a los dados y a tomar tragos, quedaban en una construcción aparte, relativamente nueva, a través de cuyos ventanales se veían las aguas desde el faro poniente hasta la lejana Puntilla de Sanfuentes. Y tenía su playa propia, a la que se llegaba por un caminillo hechizo, una pura huella tapizada de resinosas ramitas de pino y resbaladizas hojas de eucaliptos; las olas rompían contra un roquerío a unos quince o veinte metros, de manera que entre esas rocas y las arenas, la playa propia era más bien una poza donde las olas llegaban derrotadas, con fuerzas apenas para una resaca mansa.

    Analizada con ojos de adulto, la Residencial Quinterana no resultaba tan definitivamente buena como les parecía a Carlos y a sus primos, y al resto de la muchachada, para quienes la casona no tenía molestas crujideras nocturnas, rendijas por donde se filtraban vientos helados ni baños goteadores. La familia de Carlos constituía un grupo numeroso, por eso es que la dueña le hacía un precio especial que le quedaba de sobra compensado, ya que, además de ser un familión de veraneantes de largo aliento –enero, febrero y hasta la primera semana de marzo les encontraba aún allí–, la madre y las tías de Carlos prestaban toda suerte de colaboración: acompañaban a la dueña a las ferias para las compras semanales, participaban en la preparación de entradas y postres cundidores y, por las noches, le hacían grata la sobremesa, dándole duro al juego de la canasta o al pelambre, o a ambas cosas simultáneamente.

    Desde el primer día, la señora Clayton estremeció la atmósfera, un tanto de casa de reposo, que le imprimían al lugar sus familias tranquilas y esas ancianas serenas que se encontraban allí año tras año, impertérritamente instaladas en silletas de lona, intercambiando las gracias de sus nietos y las ingratitudes de nueras y yernos. La señora Clayton hacía su entrada al comedor, repartiendo sonrisas de lado a lado, se acercaba a una que otra mesa, prodigando saludos muy amables, comentarios fugaces y cariñosos y, sin esperar respuestas o siquiera un gesto retributivo, seguía su marcha hasta sentarse a su mesa con una satisfacción tan rebosante, que infundía en algunos un hálito contagioso y en otros, los más, una contenida reprobación. Vestía con una audacia francamente temeraria para aquellos años. La dueña y compañía no tardaron en desplumarla sin piedad

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