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¿Y si nos ponemos de acuerdo? Diálogos para un Chile posible
¿Y si nos ponemos de acuerdo? Diálogos para un Chile posible
¿Y si nos ponemos de acuerdo? Diálogos para un Chile posible
Libro electrónico295 páginas3 horas

¿Y si nos ponemos de acuerdo? Diálogos para un Chile posible

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Este libro no es una crónica de hechos, un ensayo académico, ni un registro de pretensiones propositivas. Por sobre lo inclasificable de su género es ante todo el resultado de un diálogo entre personas que piensan de distinta manera los problemas del país. Mediante una sucesión de conversaciones—las mismas que los chilenos tenemos cotidianamente en nuestros hogares o actividades habituales— se van abordando los tópicos determinantes para concluir un diagnóstico de la situación actual de Chile y sus vías de futuro.

Mediante el razonamiento dialogado, donde prima siempre el dato duro y la información actualizada como
parte indisoluble de la argumentación, van ordenando los caminos que se vislumbran en medio de una evidente nebulosa social de confianzas. Pero, no es asunto de aventurar utopías, buenas intenciones o expresiones de deseos. Se trata de la fecundidad de resultados que produce la búsqueda de los acuerdos, la voluntad de encontrar salidas por sobre actitudes triunfalistas, penitentes o derrotistas. Una conversación de cuatro personas muy distintas, todas muy bien formadas e informadas, que en el coloquio se van alejando de toda impronta tecnocrática o ideológica, para encontrarse en su preocupación de ciudadanos por el destino de su país.

En este libro se abordan los temas más álgidos del Chile de hoy, pero desde el reconocimiento de su historia y realidad, sobre cuya base se definen las urgencias y prioridades. Claramente sus autores no pretenden imponer ideas, más bien invitar a todos los ciudadanos de Chile a proseguir estas conversaciones, con respeto al otro, conocimientos fundados y férrea voluntad de acuerdo, únicos caminos para el futuro que todos anhelamos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2017
ISBN9789563244779
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    ¿Y si nos ponemos de acuerdo? Diálogos para un Chile posible - Ricardo Escobar

    ¿y si nos ponemos de acuerdo?

    DIÁLOGOS PARA UN CHILE POSIBLE

    Ricardo Escobar Calderón, Claudio Muñoz Zúñiga, José Rivera Soto y Alfonso Swett Opazo

    ¿Y si nos ponemos de acuerdo? Diálogos para un Chile posible / Ricardo Escobar

    Calderón, José Rivera Soto, Alfonso Swett Opazo, Claudio Muñoz Zúñiga

    Santiago de Chile: Catalonia, 2017

    ISBN: 978-956-324-477-9

    ISBN Digital: 978-956-324-483-0

    ENSAYO

    Ch 864

    Ilustración de portada: Sandra Conejeros

    Diseño y diagramación: Sebastián Valdebenito M.

    Impresión: Salesianos Impresores S.A.

    Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial.

    Primera edición: diciembre 2016

    ISBN 978-956-324-477-9

    Registro de Propiedad Intelectual N° 272.487

    © Ricardo Escobar Calderón, 2017

    © José Rivera Soto, 2017

    © Alfonso Swett Opazo, 2017

    © Claudio Muñoz Zúñiga, 2017

    © Catalonia Ltda., 2017

    Santa Isabel 1235, Providencia

    Santiago de Chile

    www.catalonia.cl – @catalonialibros

    Índice de contenido

    Portada

    Créditos

    Índice

    Nota preliminar: una breve advertencia al lector

    Capítulo uno: ¿Qué vemos en el Chile de hoy? ¿Cómo lo queremos ver?

    Capítulo dos: ¿Por qué el tema de la pobreza no está en el centro del debate?

    Capítulo tres: Primer círculo vicioso: de la falta de responsabilidad a la falta de confianza

    Capítulo cuatro: Algunos bosquejos sobre el Chile que soñamos

    Capítulo cinco: Segundo círculo vicioso: de instituciones en crisis a la ausencia de participación

    Capítulo seis: Aceptar las reglas del juego: leyes legítimas, comprensibles y eficientes para todos

    Capítulo siete: La deuda con nuestros mayores

    Capítulo ocho: Solucionar los problemas de hoy con respuestas del mañana

    Capítulo nueve: Ni ángeles ni demonios. Lo público y lo privado: partes de un todo

    Epílogo: Una breve conclusión... Para comenzar a ponernos de acuerdo

    Sobre los autores

    Agradecimientos

    Notas

    Dedicamos este libro a nuestros hijos e hijas…

    Alfredo y Álvaro

    Pablo, Felipe y Javier

    Dominga

    Francisca, Margarita, Josefina y María Isabel

    Y agradecemos a…

    Mis padres, Humberto y Myriam – REC

    Mi esposa, Magdalena Salgado – CMZ

    A Roberto y Gina, mis padres – JRS

    Ximena Edwards, mi esposa – ASO

    Nota preliminar:

    Una breve advertencia al lector

    Cómo surge y qué pretende este libro

    El origen de cualquier texto tiene siempre algo misterioso, oculto. La mayor parte de las veces, no se sabe cuándo y cómo surgió la idea, y menos el momento exacto en que se volvió una certeza irreversible que ese libro se escribiría, que tenía que escribirse.

    Este texto no es diferente. Costaría fijar el día y la hora en que uno de sus tres autores iniciales señaló con extraordinaria seguridad: tenemos que escribir un libro; o bien: esto que hablamos debe transformarse en un libro. Esto se hace todavía más difícil al ser, finalmente, quien pone por escrito estas líneas un invitado que aparece con posterioridad a esa idea primigenia. Pero sí existen algunas referencias temporales para situar de un modo impreciso, aproximativo y especular, ese inicio.

    Posiblemente, se remonta a la celebración del encuentro ENADE 2015 y la mesa denominada ¿Cómo salimos?. En aquella ocasión, la testera era presidida por el conocido animador Mario Kreutzberger, Don Francisco, quien hacía las veces de moderador de la mesa dadas sus comprobadas destrezas de comunicador. Lo acompañaban la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá (PPD), la presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa (PC), el senador Andrés Allamand (RN) y uno de los creadores del presente libro: Alfonso Swett.

    Para cualquiera espectador neutral, la configuración del debate se daría entre dos polos más o menos previsibles. Por una parte, Tohá y Figueroa representando una sensibilidad ligada al mundo de la izquierda, con sus demandas y visión del trabajo y las relaciones laborales, la primera como avezada política de la Nueva Mayoría y la segunda como la máxima dirigente sindical del país. En las antípodas, se tendrían que encontrar Allamand y Swett, el primero un tradicional exponente de la derecha liberal (en lo económico y lo valórico) y el segundo como empresario. No obstante, el debate no se dio en esos términos binarios, por lo menos de parte de Alfonso Swett, quien intentó hablar como ciudadano y no desde un eventual rol gremial, quien enfrentó las preguntas a partir del prisma —en ocasiones menospreciado— del sentido común.

    Esto no fue casual. Para elaborar los contenidos y el tono general de su intervención, Swett conversó largamente con dos personas en las que confiaba y con las que sentía una indudable afinidad a la hora de diagnosticar los problemas y posibles soluciones en el caso de la sociedad chilena contemporánea: Ricardo Escobar, abogado, exdirector del Servicio de Impuestos Internos, y Claudio Muñoz, ingeniero, presidente de Telefónica Chile.

    Hubo varias sesiones de diálogos entre los tres donde compartieron puntos de vista, juicios, opiniones. También, una interminable cadena de correos electrónicos, discusiones por WhatsApp, llamadas telefónicas, mensajes de texto a cualquier hora del día. Al cabo de un tiempo breve pero intenso, lograron darle una fisonomía adecuada a las palabras que Alfonso diría en el encuentro.

    La sorpresa fue grata e inesperada cuando, tras la intervención en la ENADE, comenzaron a recibir comentarios positivos, entusiastas incluso, sobre ese mensaje que, pese a tener un solo actor como emisor concreto, portaba las ideas y los conceptos de tres personas diferentes. De hecho, su participación fue evaluada como una de las mejores en todo el evento de ese año.

    Un poco antes o un poco después de eso, este grupo de amigos comenzó a pensar que aquello que había surgido como la necesaria preparación para una intervención pública ante la élite, podía trascender y convertirse en un discurso más complejo y elaborado. La propuesta podía ser —y aquí aparece la primera mención a este texto en sus conversaciones—, abordar distintas temáticas a partir de tres puntos de vista que, pese a ser diversos y con matices, también poseían múltiples convergencias y zonas de contacto, en un solo libro de carácter dialógico, conversacional. El libro sería un intento por hacer confluir tres visiones sobre el Chile de hoy pero, sobre todo, respecto al Chile del mañana.

    Así, sin tener muy claro el origen y tampoco el destino final del proyecto, de un instante a otro ya estaban hablando de escribir un libro a varias manos. Dicho texto, y esto era imprescindible, un requisito ineludible para que el proyecto de escritura tuviera verdadero sentido, debía aproximarse a una sensibilidad común, al sentido común inclusive, a las formas de entender y conocer el mundo del ciudadano de a pie, tantas veces menospreciado por los lugares donde se concentra el poder. El libro buscaría allí su legitimidad y sus lectores, escabullendo los discursos técnicos, abstractos, que se construyen desde y para las élites.

    En algún instante, uno de los tres propuso una solución plausible: incorporar elementos novelescos, narrativos, literarios, a un libro que era eminentemente de no ficción, de argumentaciones e ideas. Así se lograría generar un texto en cierto sentido novelado que, a través de ese registro más lúdico y expresivo, pudiera decir aquello que querían trasmitir sin que la pesadez o desorden del lenguaje, los tecnicismos, la retórica, se convirtieran en un obstáculo para la comprensión y la amenidad en la lectura.

    Y es, precisamente, en ese momento cuando quien escribe estas líneas apareció en el proyecto, a la manera de un cuarto invitado. Sería la cuarta pata de esta mesa, para que no se fuera a quedar coja, como dijo después Alfonso, medio en broma, medio en serio.

    Los requisitos que debía cumplir el nuevo integrante eran, en lo esencial, manejar los aspectos básicos de una discusión —política y técnica— de temas contingentes y de interés público, por una parte, y tener herramientas para escribir un texto amigable, pues sería el encargado de llevar al papel los diálogos que se sostendrían a partir de entonces, por otra.

    Fue Alfonso quien se abocó a pesquisar a este posible personaje. Preguntó a varios conocidos por alguien que cumpliera el perfil señalado. Pese a que sus esfuerzos iniciales fueron estériles, de pronto pulsó la tecla adecuada. Le pidió una recomendación al decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica, Eduardo Valenzuela Carvallo, con quien compartía roles en Clapes UC. Este, a su vez, se comunicó con la Facultad de Letras de la misma casa de estudios consultando por un escritor que algo entendiera de los debates actuales. Y allí, un directivo o un académico —es un misterio para nosotros, que no hemos querido develar—, le envió el currículo de un estudiante que acababa de graduarse de doctor en Literatura por la UC y por la Universidad de Leipzig, de Alemania. La elección se justificaba en que, además de sus estudios en letras, su pregrado era Sociología en la muy politizada Universidad Arcis, la de los noventa, claro, la de Tomás Moulian y su camarilla de tempranos críticos a la transición. Junto a eso, contaba con un par de novelas publicadas y colaboraciones en medios escritos de un espectro amplio, que iban desde El Mercurio hasta The Clinic.

    El mismo Alfonso me envió un correo electrónico. Le respondí en cuanto terminé de leer el extenso email, un poco confundido (incrédulo, quizás sea la palabra más precisa) porque me solicitaran ser el redactor de un texto con los diálogos que llevarían a cabo estos tres ciudadanos. Un rato más tarde, durante esa misma mañana, de nuevo Alfonso —decidido vocero del grupo— me llamó al celular y conversamos largamente.

    Las cosas a partir de ese momento fluyeron con particular rapidez. A la semana hubo una reunión que nos puso a los cuatro frente a frente para una primera conversación. En ella, Alfonso, Claudio y Ricardo fueron enfáticos en plantearme que el libro buscaba básicamente dos grandes objetivos.

    El primero de ellos era generar preguntas antes que dar respuestas de manual; invitar al lector a asumir los riesgos que significa pensar, comprometerse, participar de la sociedad en que vive y no simplemente sentarse a criticar desde la vereda de la historia, como si la inacción individual no fuera parte del problema del conjunto. El segundo objetivo era todavía más ambicioso: promover el surgimiento de otros diálogos como este, a cuatro o más voces, tal como los que nosotros sostendríamos durante los próximos meses, articulando distintos saberes y experiencias, poniendo sobre la mesa diferentes subjetividades y realidades; es decir, conjugando la rica diversidad de que se compone Chile.

    El propósito final, la pretensión última, el máximo anhelo era, entonces, conseguir que otros —tal como había ocurrido con ellos tres—, empezaran a discutir seria, pero amigablemente sobre el Chile que querían, movilizaran sus energías en algo que excediera lo meramente individual y se inscribiera en lo colectivo, en la sociedad en su conjunto.

    Así, Claudio señaló que el lector, necesariamente, debía considerarse a sí mismo como el quinto invitado a las conversaciones que íbamos a realizar. Si eso ocurre, luego podría emprender sus propios cuestionamientos, responder a su modo y desde su experiencia las preguntas que nosotros intentaríamos instalar. Es decir, olvidar el rol pasivo que tantas veces se le asigna al lector como simple receptor de un mensaje ya elaborado, para transformarlo en un papel activo, propositivo, pensante.

    Alfonso insistió en que era esencial que el pensar distinto fuera considerado como un valor, como una característica que enriquecía los debates, como la naturaleza misma del vivir en sociedad. Esto es, contradecir una idea que ya parecía instalada: señalar al que pensaba diferente a nosotros como enemigo, como una amenaza. Para lograr esto, era menester que nos permitiéramos disentir en las charlas que tendríamos en adelante, y que se respetaran las diferencias en los puntos de vista como una cualidad, un atributo positivo, y no como un defecto. La diversidad como un valor para la convivencia, recalcó, no como un obstáculo para ella.

    Ricardo hizo hincapié en que el libro debía enfatizar que la visión del otro sobre la realidad era, metafóricamente, un plano, una especie de superficie que abarcaba cierto espacio; ese plano podía toparse o superponerse con mi visión, podían existir zonas de contacto entre ambas maneras de ver la realidad. Ese, decía, era el primer paso de todo diálogo: dar cuenta de las áreas en común. Luego, tenía que venir la posibilidad de dejarse convencer, de ampliar o girar o variar nuestro plano, y así hacerlo coincidir en una nueva parte de su superficie con el de mi interlocutor.

    La metodología acordada fue reunirse con una periodicidad razonable y tratar un tema por sesión. Dichas jornadas serían, por lo menos en teoría, igual al número de temas a abordar, y de ellas resultarían los capítulos que vertebrarían el libro. Se acordó trabajar sobre diez tópicos que, finalmente, están representados en el índice del presente volumen.

    Y ahora viene la advertencia: ese es el origen y espíritu del libro que tienes entre tus manos, estimado lector. No esperes, por ello, una cátedra de economía, una serie de recetas prácticas para emprender exitosamente, lecciones de derecho o modernización del Estado, clases magistrales acerca la revolución de las tecnologías de la comunicación, un tratado abreviado de administración o de sociología política. Esos y otros aspectos que dan forma al vivir en comunidad, a ser una sociedad articulada y orgánica, que determinan la calidad de vida de una nación (la felicidad de cada ciudadano), se tocarán con datos e información actualizada, sí, pero también con sentido común, con experiencias individuales y colectivas, con recuerdos, a la luz de intuiciones, sentimientos y deseos.

    Ese es el libro que estos tres amigos se propusieron realizar desde un comienzo, y que yo he intentado plasmar en las líneas que siguen a continuación; ese es el libro que, para bien o para mal, tienes entre tus manos.

    José Rivera Soto

    Viña del Mar, invierno de 2016

    CAPÍTULO UNO

    ¿QUÉ VEMOS EN EL CHILE DE HOY?

    ¿QUÉ ES LO QUE QUEREMOS VER?

    Del Chile actual al Chile imaginado

    El lunes 6 de junio a las 13 horas se iniciaba algo. Y digo algo porque, con absoluta sinceridad, ninguno de los cuatro involucrados tenía muy claro el resultado final del experimento que se inauguraba esa fría jornada. Había una metodología que vertebraba el ejercicio crítico y reflexivo que emprenderíamos, es cierto; pero solo eso: una estructura compuesta por diez temas articulados en una conversación libre y espontánea (sin moderador ni pautas de ninguna especie), en un lapso relativamente preciso, acordado en dos horas, aunque podíamos ser flexibles con esto, como con el resto de la estructura.

    Solo eso teníamos. Sin embargo, podía ser suficiente.

    Ricardo anunció que venía con algo de retraso a la cita. Sin embargo, no sentimos la pesadez de toda espera: aprovechando el tiempo muerto, Claudio nos contó la reunión de la OCDE donde le había tocado exponer hacía apenas un par de semanas, lo que con Alfonso nos llamó de inmediato la atención.

    ­—Yo creo que aporté unas pocas ideas —señaló Claudio con voz profunda— que tienen que ver con la oportunidad de Latinoamérica y Chile en el marco del cambio que está impulsando la tecnología. Por ejemplo, dije que referirse a la economía digital y la economía real como dos cosas separadas, diferentes, no tenía ningún sentido. Ambas, no cabe duda, van a juntarse, serán solo una, y es posible avizorar que va a ocurrir en un plazo bastante corto.

    No lo mencioné, pero resultaba evidente la connotación peyorativa al denominar a una de las economías como real. La otra era, entonces, irreal o ficticia. El lenguaje, finalmente, hacía trasparentes los prejuicios del mundo. Y en este caso develaba la lucha del mundo análogo, tradicional, mecánico, contra una era tecnológica que lo transformaba todo a su paso.

    En ese instante se percibió la leve vibración de un celular sobre la mesa. Claudio había bajado las cortinas con un control remoto blanco y pequeño; el sol, encaramado en su cénit, brillaba con una intensidad extraña, paradójica: irradiaba mucha luz, potente y cegadora, pero no calor. Alfonso tomó su teléfono antes que empezara a sonar. Tecleó un par de frases con rapidez, una respuesta apurada, y lo dejó nuevamente frente al lugar que ocupaba en la amplia mesa.

    Claudio siguió:

    —En la OCDE presenté un tema del mercado del trabajo que causó algo de polémica. Fue a partir de una sentencia bien provocativa: en este momento, ya es posible hacer una lista larga de oficios y profesiones que van a desaparecer. Luego, hice referencia a un estudio que desarrolló la Universidad de Oxford donde se estima que el 46% de los puestos de trabajo actuales, en los próximos 20 años van a estar en riesgo. La pregunta, entonces, es cómo compensamos, a través de innovación, de nuevos modelos de negocios, este efecto negativo y al parecer inherente de la tecnología.

    —Esa cifra es lapidaria —dijo Alfonso.

    —Lo es, sobre todo pensando que hace unos días hemos tenido una muestra con lo que sucedió en Chile con Uber y los taxistas.

    Recordé los enfrentamientos entre ambos bandos, las peleas callejeras, las absurdas persecuciones de taxistas a vehículos que presumían —no siempre era así— trabajaban para esa competencia fantasmal que era Uber.

    —Mira, yo siempre ando mirando estas cosas —volvió a hablar Claudio—. Cuando salí de París, tras esa conferencia que les cuento, puse mi pasaporte en una máquina, se prendió una luz verde y pasé. Hartas horas después llegué a Chile: conté 18 personas que estaban haciendo la misma pega, ¡la misma!... El problema más acuciante es uno: ¡qué vamos a hacer con esas 18 personas!

    Lo cierto, reflexioné, era que la mayoría de las veces no eran 18 personas sino 18 familias: había que multiplicar ese número por cuatro. Y ese ejemplo, el del aeropuerto, a su vez, había que multiplicarlo por miles.

    Claudio continuó:

    —En la conferencia mostré el caso de España, donde se lanzó una iniciativa que se llama Industrias Conectadas 4.0, en que Gobierno y empresarios se pusieron a trabajar en conjunto para que el cambio tecnológico no los afecte negativamente, sino al contrario, se puedan sacar ventajas de él.

    Alfonso escribió algo en su agenda. Entonces llegó Ricardo.

    Los saludos se sucedieron con entusiasmo. Ricardo tomó ubicación mientras comentaban un par de entrevistas aparecidas en la prensa el día anterior. Sabiendo que el tiempo apremiaba, unos segundos más tarde iniciamos la discusión. Para ello, Ricardo había traído una presentación que se proyectaba desde nuestra llegada, ocupando buena parte del muro que cerraba la sala hacia el poniente.

    El abogado señaló:

    —Escribí esto hace varios años atrás, durante el 2010, si no recuerdo mal. Estaba orientado a una conversación con un grupo de gente bastante joven, principalmente de la península de los Balcanes. Se trataba de discusiones de corte académico y político sobre distintos temas y, en ese contexto, una chica serbia planteó en términos encendidos que las mujeres no tenían espacio en la sociedad y que había que impulsar forzadamente la creación de esos espacios. Le señalé que no estaba de acuerdo, lo que, naturalmente, causó el escozor de la serbia y de las demás mujeres del grupo.

    —Debe haber creído que era misoginia latinoamericana —señaló Alfonso, divertido.

    —Claro, es muy políticamente incorrecto hablar contra las demandas de género en ciertos ambientes, no se puede relativizar nada —apoyó Claudio.

    Pensé en ese mote desagradable, feminazi, y en su posible explicación: el reduccionismo. Por cierto, nadie podía negar las consecuencias nefastas del patriarcado en nuestras sociedades, y eso tanto para el hombre como para la mujer; los lugares rígidos que asignaba a cada uno, los estereotipos que propiciaba, los prejuicios opresivos a que conducía; nada de ello era siquiera cuestionable. Empero, el problema era cuando se reducía todo a conflicto de género, obscureciendo otras variables igual de relevantes (estrato socioeconómico, etnia, el factor etario, entre otros) y además sin respetar las singularidades culturales, psicológicas, históricas, que determinan las relaciones de género en cada lugar del mundo.

    Ricardo reinició su intervención, apoyándose en las láminas que aún se proyectaban sobre el muro.

    —Mi idea era dar un marco general a nuestro avance como especie, y cómo en esa línea temporal, en esa macro-historia de la humanidad, un dato de la causa era que las mujeres iban ganando espacio en los lugares de poder.

    Ricardo pasó a la siguiente diapositiva. Señaló:

    —La cuestión partía mostrando que, si esa chica serbia de 28

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