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Las formas y las no-formas discursivas: Una aproximación a la historia de la identidad de los impresos
Las formas y las no-formas discursivas: Una aproximación a la historia de la identidad de los impresos
Las formas y las no-formas discursivas: Una aproximación a la historia de la identidad de los impresos
Libro electrónico570 páginas12 horas

Las formas y las no-formas discursivas: Una aproximación a la historia de la identidad de los impresos

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IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2021
ISBN9786074177954
Las formas y las no-formas discursivas: Una aproximación a la historia de la identidad de los impresos
Autor

Perla Chinchilla Pawling

Académica distinguida del Departamento de Historia de la Ibero. Ha trabajado diversos aspectos de la cultura generada por la Compañía de Jesús en el Antiguo Régimen.

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    Las formas y las no-formas discursivas - Perla Chinchilla Pawling

    [portada]portadilla

    Índice

    Advertencia

    Presentación

    PARTE I

    La no-forma discursiva

    P

    ERLA

    C

    HINCHILLA

    El Canto votivo del jesuita Tolrá al Cristo

    del Otero de Palencia (ca. 1804)

    A

    NTONIO

    A

    STORGANO

    A

    BAJO

    La historia de la idea de contrato como forma discursiva.

    Orígenes, crisis y resignificación

    C

    ARLOS DE

    C

    ORES

    H

    ELGUERA

    La Biblioteca de Carlos Sommervogel: el colmo de la obra

    bibliográfica de la Compañía de Jesús (1890-1932)

    R

    OBERT

    D

    ANIELUK

    De poéticas y jesuitas. Sensibilidad teórica y producción

    intelectual de poéticas y artes poéticas en la

    Compañía de Jesús entre los siglos

    XVI

    y

    XX

    A

    NDRÉS

    G. F

    REIJOMIL

    Las cartas de los jesuitas, una escritura umbrátil

    M

    ARTÍN

    M. M

    ORALES

    Casus Conscientiae: un caso límite de forma discursiva

    A

    RMANDO

    D

    UARTE

    S

    ENRA

    M

    ARTINS

    PARTE II

    Un nuevo caso límite: la poesía inmaculista de

    la congregación mariana de la Compañía de Jesús

    M

    ARÍA

    A

    LFÉREZ

    La función del reflejo entre el espejo y el espejo de príncipes

    D

    ANIEL

    B

    ARRAGÁN

    Monumenta Historica Societatis Iesu

    M

    ARÍA

    E

    LENA

    I

    MOLESSI

    El caso de los discursos impresos: la trampa del denominador

    P

    AULINA

    L

    EÓN

    Historias de vida: ¿Vidas, Crónicas o Historias de…?

    A

    LEXANDRA DE

    L

    OSADA

    Reverberaciones de la oralidad: El "cántico espiritual

    jesuita como forma discursiva (siglos

    XVI-XVII

    )

    J

    ORGE

    R

    IZO

    M

    ARTÍNEZ

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO


    Las formas y las no-formas discursivas: una aproximación a la historia de la identidad de los impresos / Perla Chinchilla Pawling (Coordinadora). – México: Universidad Iberoamericana Ciudad de México, 2021 – Publicación electrónica. – ISBN: 978-607-417-795-4

    1. Historiografía. 2. Crítica textual. 3. Transmisión de textos. I. Chinchilla, Perla. II. Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Departamento de Historia.


    D.R. © 2021 Universidad Iberoamericana, A. C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: mayo 2021

    ISBN: 978-607-417-795-4

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Malaletra.com

    Advertencia

    Tal como lo señala Perla Chinchilla en la Presentación de este libro, cada uno de los artículos que constituyen la primera parte están precedidos por una presentación escrita por la misma directora de la publicación. Los textos en cuestión no aparecen explícitos en el Índice, pero son fácilmente reconocibles antes de comenzar cada artículo por tener una tipografía distinta del resto del libro.

    A lo largo del libro se menciona el Lexicón. Se trata de: Chinchilla, Perla (dir.). Lexicón de formas discursivas cultivadas por la Compañía de Jesús, México, Uia, 2018, publicación electrónica. Dado que el Lexicón está en formato digital, y consecuentemente no tiene foliación, las remisiones a alguna forma discursiva desarrollada en éste se harán sólo con el nombre del autor, título de ésta, seguidos de en Lexicón.

    Presentación

    Este libro es el resultado de un trabajo grupal alrededor de la propuesta sobre las formas discursivas cuyo primer producto fue el Lexicón de formas discursivas cultivadas por la Compañía de Jesús , multicitado en los capítulos que lo componen. Varios de los autores del presente libro participaron en aquél, pero, aunque los demás no escribieron una entrada en ese momento, en algún sentido también lo hicieron. ¿Por qué decimos esto? Justamente gracias a su primera aproximación, la cual debía incluirse en el Lexicón , pudimos toparnos con dificultades específicas sobre la categoría, e incluso pensar la de no-forma discursiva, asunto del que me ocupo en la La no-forma discursiva de la presente publicación.

    La primera parte del libro está conformada por ese texto, de carácter introductorio, y otros seis que se refieren a casos en los cuales se señalan las dificultades de la constitución de una forma: el de Canto votivo, a todas luces una no-forma, pasando por el límite umbrátil del Casus conscientiae y el de las Cartas de los jesuitas, hasta el que permite ver el problema de la diversidad de formas y no-formas que pueden constituirse alrededor de un género o concepto en apariencia estable, el de las Poéticas y las Artes poéticas, o bien, el que apunta hacia el asunto de la permanencia en el tiempo de una forma, como en el de Tractatus de contractibus. En tanto que el capítulo sobre la Biblioteca de Carlos Sommervogel nos presenta diversas dificultades sobre las clasificaciones de las fuentes bibliográficas en las que, en primera instancia, a menudo hemos de obtener la información sobre las formas discursivas. Cada uno de estos capítulos cuenta con una Presentación, en la que he tratado de ligar de manera explícita su contenido con la propuesta general, para darle unidad y sentido al conjunto.

    La segunda parte está compuesta por otros seis capítulos. Éstos son de una menor extensión, ya que en su mayoría se habían pensado originalmente como entradas para el Lexicón; sin embargo, se observó que eran casos que requerían más espacio para comentar la problemática de su ubicación así como la luz que proyectan sobre el tratamiento de las formas en general.

    Agradezco a todos los autores su dedicación y seriedad académica para establecer el fructífero diálogo del que surgen estos textos y la continuidad del proyecto. También deseo agradecer a Rubén Lozano Herrera su trabajo para darle unidad de forma y estilo a la publicación. Asimismo, muchas gracias a Ana Elena Pérez y a Miguel García por el diseño editorial del libro y a Shamed Maciel por su aportación en la ubicación y cuidado de las imágenes, hayan sido propuestas por los autores, o bien hayan sido seleccionadas para el libro.

    Perla Chinchilla Pawling

    PARTE I

    La no-forma discursiva

    PERLA CHINCHILLA

    Whereas modern literary theory has spent decades theorizing about the status and function of the text—a reflection that dates back to Plato and Aristotle—the text’s own form of publication has, until recently, been dismissed as irrelevant to understanding the text, even in the work of such contemporary historians of the book as Jerome McGann and D. F. McKenzie.¹ *

    ¿Existe la posibilidad de que un impreso no se considere una forma discursiva? En principio, según lo que he venido planteando respecto a lo que sí puede tomarse como una forma discursiva,² la respuesta es: sí. Tiene que haber no-formas-discursivas para que haya impresos que identifiquemos como formas-discursivas. Ahora el problema está en caracterizar este lado negativo de la categoría.

    Para llevar a cabo esta caracterización se tratarán de vincular los paratextos con la categoría formas discursiva, a partir del ya clásico concepto de paratexto elaborado por Genette;³ se hará bajo el supuesto de que es la red relacional entre los primeros la que denota la identidad de una forma determinada. Pero habrá que hacer una serie de precisiones sin las cuales no cabría tal hipótesis.

    En primer término es importante recalcar que una forma discursiva se constituye a través del tiempo, e incluso, con más precisión, se trata de un proceso que inicia propiamente con la conformación de la cultura del impreso y, de algún modo, topa o se traslapa con la emergencia de lo que podemos llamar cultura de la digitalidad. En este lapso es posible identificar algunos momentos que permiten comprender los cambios en la formación o no-formación de las diversas formas. En términos generales –y por supuesto cabe aún confirmar lo dicho a partir de investigaciones puntuales; y, arriesgándome a ser demasiado insistente, nada que se afirme de una forma en particular pasa de ser un supuesto hasta que se analice el caso concreto– podemos trazar un camino que va de las múltiples no-formas cuando emerge lo impreso, hacia el paulatino aumento de las formas discursivas y el declive de las primeras. En el tránsito entre la cultura de la oralidad a la del impreso –en los siglos

    XVI

    y

    XVII

    sobre todo–, una gran cantidad de publicaciones no llegaron a poder denotar una clara función comunicativa una vez que rebasaron el espacio de la interacción más inmediata, y así a menudo desaparecen en los primeros siglos de la imprenta. El Lexicón de formas discursivas cultivadas por la Compañía de Jesús contiene justo este tipo de ejemplos, tales como Ars moriendi, Florilegio, Silva de..., y es claro que cuando están el latín es casi obvia su corta duración. Por otra parte, paralelamente, podemos observar la conformación de una enorme cantidad de paratextos, muchos de los cuales servirán para constituir las redes a partir de las cuales se establecerían las expectativas identitarias de muy diversas formas.

    Ahora bien, ya en el propio siglo

    XVII

    y más aún en el

    XVIII

    , se puede observar un giro en este proceso que apunta cada vez más hacia el impacto de la Modernidad sobre lo impreso, y que podemos condensar –sin duda en una sobresimplificación– como el problema de la novedad:⁴ hay contenidos nuevos que requieren de formas discursivas nuevas también. Y aquí se alcanzan a distinguir dos posibilidades paralelas. Por una parte, algunas formas discursivas ya estabilizadas se transforman y dan pie a otras nuevas, que aparentemente son iguales a las matrices, pero no es así. Es el caso de la Historia natural⁵ o de la propia Historia de…,⁶ e incluso podría pensarse para la novela moderna, pero, de nuevo, habría que investigar su relación con las anteriores novelas como formas discursivas. Por la otra parte, surgieron otras formas sin precedente, y que tomarán un tiempo para estabilizarse. Tal sería el caso, por ejemplo, de las revistas o los boletines, o bien los impresos provenientes de las nuevas tecnologías, que podrían conformar verdaderas subformas de la forma Manual, como los de elctricidad o telefonía ya hacia el siglo

    XIX

    .

    Además –y sólo por dejarlo anotado, ya que se trata de un asunto a estudiar más a fondo– podemos percibir que, al afianzarse la cultura del impreso, puede observarse que las formas discursivas que surgieron en los primeros tiempos provenían sobre todo de la semántica cultivada, en tanto que ya desde el siglo

    XVIII

    van empezando a surgir en el contexto del aparato semántico en general⁷ nuevas formas, a medida que los lectores de los grupos sociales fuera de la República de las Letras van creciendo. En el siglo

    XIX

    este fenómeno es ya visible plenamente, y muestra cómo este nuevo escenario produce una nueva desestabilización de los impresos en los términos de la categoría de forma discursiva, pues surgieron una enorme cantidad de ellos dirigidos al público lector ampliado, lo cual, de modo similar a lo sucedido en los inicios de la imprenta, condujo a una serie de no-formas discursivas. En muchos casos éstas desparecieron, como puede apreciarse con los almanaques y las novelas por entrega.

    En este punto cabe dejar abierta la pregunta de cómo se alimentaron estos autores-lectores de las anteriores formas y no-formas para concebir lo nuevo.¹¹ A modo de ejemplo está un caso de lo que tal vez llegaría a establecerse como una forma discursiva de este tipo, y que en términos temáticos identificamos actualmente como recetarios de cocina. Podría suponerse que un texto como el de Le cuisinier imperial¹² es un modelo –en términos de antecedente– para una forma discursiva cuya función comunicativa se estabilizaría posteriormente. De la mesa imperial a la de la emergente burguesía, ¿cuántas formas y no–formas habrían de transitar desde el servicio a la alta burguesía hasta llegar a las amas de casa de la burguesía media de los siglos

    XIX

    y

    XX

    ? ¿De La cuisinière bourgeoise¹³ pasando por The modern housewife or ménagère¹⁴ o la Modern cookery for private families¹⁵? Entre los nuevos impresos con seguridad podríamos identificar una miríada de formas discursivas, pero sobre todo –como ya se indicó– de no-formas. Si bien por ahora sólo puedo establecer un nuevo campo en términos temáticos, podríamos anticipar que The cook’s dictionary, and housekeeper’s directory,¹⁶ El practicón¹⁷ y El nuevo intermedio¹⁸ sí son unas no-formas, pues participan claramente de varias de las ya identificadas sin poderse distinguir una función específica.

    Otra fuente para observar el establecimiento de formas y no-formas son los impresos que, incluyendo el tema de la moda, van dirigidas al parecer a un amplio público femenino, pero se observa que lo mujeril no alcanza a establecerse con claridad, y así la función comunicativa oscila entre las mujeres como destinatarias precisas, como en el caso de Peterson’s Ladies national magazine¹⁹ y la mención de la familia en general, en la que quedan incluidas. Vid. al respecto The court and lady’s magazine, monthly critic and museum.²⁰

    Las costumbres, la literatura, el teatro, la música, las reglas de cortesía, incluso aspectos de la naturaleza, pueden estar presentes en estas publicaciones, y en algunos casos –generalmente norteamericanos– hay publicidad incluida. Vid. el interesante caso de La moda,²¹ en el que la red paratextual hace énfasis por el tamaño de la letra sobre "

    REVISTA SEMANAL

    y

    MODA

    , y en medio, con menor puntaje, están teatros, costumbres".

    En este grupo de nuevos destinatarios están los impresos para niños, dentro de los que los cuentos infantiles son universo por explorar desde las formas. Ello puede observarse en los siguientes casos:

    En el mismo caso están las diversas formas relacionadas con la emergente educación escolar moderna, como Le petit français illustré.²⁴

    Por último, es interesante observar que hay formas que claramente se conformaron y estabilizaron para quedarse hasta nuestros días, entre ellas destacan las revistasBlanco y negro²⁵ o Journal of social science²⁶y el boletínBoletín bibliográfico español y estrangero–,²⁷ entre las publicaciones periódicas que cobrarían tanta relevancia en el futuro;²⁸ sin embargo, en el camino hubo muchas no-formas de esta índole.

    Ya desde finales del siglo

    XIX

    , pero más bien en el

    XX

    , la emergencia de la industria editorial, adscrita a un mercado en crecimiento, al naciente sistema de la publicidad y al aumento de un público escolarizado, tuvo un efecto en la situación de las formas discursivas. En función de la hipótesis que se está planteando, parecería ser que poco a poco esta industria consigue disminuir lo más posible el número de las no-formas, en diversos sentidos. Por una parte, al mercado le interesa la identidad de aquello que vende, así que habrá que estabilizar lo más posible ésta. Sin embargo, hay dos vertientes de este fenómeno. De un lado, cada vez serán más amplias, y por tanto diversificadas, las expectativas de los lectores-autores que provendrán del exponencialmente creciente –pero a la vez más cercado y controlado espacio de la semántica cultivada– mundo de la Ciencia, y no en menor medida de la República de las Letras. Del otro lado, el surgimiento de un sinfín de impresos de la llamada cultura popular –por no tener ahora un mejor término para denotarlo– puso en un primer momento en manos de los editores el control de la identidad de estos productos; sin embargo, a medida que avanza el siglo

    XX

    , la aparición de tecnologías de impresión no controladas en la edición –el mimeógrafo o las impresoras digitales, entre otras–, haría suponer la proliferación de numerosas no-formas discursivas. Pero ello tendría que ser objeto de otra investigación.

    Por último –y sólo para dejar anotado un aspecto que se está desarrollando actualmente en un seminario– cabe inferir que el complejo y exponencial crecimiento del conocimiento científico que ha conducido al problema de las fronteras disciplinarias –inter-disciplina, trans-disciplina, multi-diciplina, etc.–, en tanto que en el espacio literario se da el también enorme surgimiento de nuevos y transgresores géneros, lo que ha dificultado cada vez más su identificación y ha ocasionado el borramiento de las formas discursivas tal como las anteriores redes paratextuales permitían identificarlas. Me parece que la aparición de la cuarta de forros ha sido la salida para este problema. Éste es el nuevo paratexto, y tal vez el único, que permite reconocer la identidad del impreso. Queda abierta la pregunta de cómo funcionaría el lector-autor en este nuevo entorno.

    Una vez señaladas estas precisiones, se retoma el camino de la red de paratextos para poder entrar en el problema de la conformación o no de formas discursivas, sobre todo, en el entendido de que en nuestra propuesta no se toca el contenido sino sólo el entorno que lo presupone en términos de expectativas. En otras palabras, las formas discursivas están constituidas a partir de redes paratextuales que conforman el entorno del núcleo de contenido del artefacto impreso.

    Cabe aquí nuevamente un breve excurso para delinear desde dónde se pretende utilizar el concepto de paratexto.

    Paratextos: géneros y formas discursivas

    La relación entre paratextos y géneros, como en su origen se la plantearan Genette y los autores que lo trabajan, nos muestra las diferencias y similitudes, ambas provechosas para apreciar lo que resuelven las formas. Lo genérico está presente en las formas discursivas por supuesto, pero lo tiene que confirmar o no el artefacto mismo, e incluso éste puede mostrarle al lector lo genérico, sin que él sepa que lo conocía en cuanto tal. También puede haber diversas formas discursivas que bordean justo lo genérico tradicional, pero se distinguen de ello. Las formas permiten historizar y relativizar el género de otro modo, inclusive mostrando, cuando éste no es reconocible por un cambio en su función comunicativa, que se ha vuelto confusa su identidad. En lo que sigue habrá algunos ejemplos de estos casos.

    Si bien no se pretende entrar en el tema –más bien problema– del género literario, para el argumento que sigue es necesario tocar tangencial y escuetamente la relación género-paratexto, sólo con el propósito de establecer la relación paratexto-forma discursiva. Para estos fines me resultan muy iluminadores los comentarios de Rasmussen:

    Los paratextos, como los define Gérard Genette, son los múltiples textos marginales en una obra literaria (el título, la indicación de género, el prefacio, la cubierta y más) que rodean el texto del cuerpo y dan forma a cómo el público lector lo entiende. Sin embargo, la sociología del texto, con su énfasis en cómo las capas materiales de las obras literarias contribuyen a determinar cómo se entienden, indica que el paratexto debe (re) definirse como un término general que también incluye tipografía, ilustraciones, formato, etc. Si bien se ha escrito mucho sobre género y paratextos desde finales de los años ochenta, nadie ha presentado aún una descripción focalizada de la relación entre los dos en las obras literarias. El presente artículo tiene como objetivo primero definir el paratexto como concepto, y luego aclarar el estado sociológico (particularmente con respecto a la sociología de la publicación) y la función pragmática de los paratextos, tanto en general como en un análisis concreto de los paratextos de la novela 6512 (1969), del autor danés Per Højholt. Finalmente, las estrategias paratextuales del modernismo y la posmodernidad se examinan en perspectiva de género histórico.

       [...]

    Sorprendentemente, la investigación de género aún no ha producido un estudio dedicado a la relación entre los paratextos y el género de los textos literarios.²⁹

    Rasmussen continúa explicitando este diagnóstico, y para ello primero se adhiere a quienes han extendido el rango del paratexto más allá del ámbito lingüístico en sí, hacia los elementos no lingüísticos; entre otros –como él afirma– a Jerome McGann en su The Textual Condition. Sostengo que el término paratexto también debería usarse para designar el material de un libro y las capas icónicas, como la ilustración de la portada, la tipografía y el formato. Tanto el aspecto lingüístico como el material iconográfico del paratexto influyen en la recepción del texto por parte del público lector.³⁰ Desde aquí hago hincapié en la cercanía con la materialidad de la propuesta de las formas discursivas, pero también –como adelante se verá– la diferencia en la concepción de esta materialidad.

    Ahora bien, Rasmussen considera que esta carencia en la producción de propuestas teóricas sobre la relación paratexto-género podría hacer pensar que los paratextos no influyen en la determinación del género por parte del lector, siendo que lo opuesto es lo que de hecho sucede. Y, aún más, para determinar el género de un texto, él incluso hace depender la importancia de los paratextos del carácter de género de cada texto individual.³¹ En su conclusión afirma: Entendido pragmáticamente, el paratexto es un sitio de negociación donde el autor y/o el editor y el público lector se reúnen para negociar el género del trabajo y, a partir de ahí, contar con un modelo de lectura.³² Pero, si bien estoy de acuerdo con la importancia que debería tener la relación entre paratextos y géneros, y la hago extensiva a las formas discursivas sin duda, a partir de ello he de marcar las diferencias entre ambos tipos de relación.

    Y es que justamente esta discusión respecto al modo en que se vinculan paratextos y género me sirve de espejo para reflejar dónde se coloca la forma discursiva, pues si bien la relación se asemeja en algunos aspectos –en ocasiones muy cercanos–, en otros ambas relaciones se ubican en las antípodas. Identifico tres diferencias fundamentales sobre las que se configura esta distinción: 1) la distinción entre autor y lector en general, que en las formas no se lleva a cabo, y que es importante para establecer el nivel de conciencia con el que se seleccionan los paratextos de un texto; 2) la necesaria referencia a algún género o a varios en un impreso, en tanto que puede haber formas discursivas y a la vez también hay no-formas discursivas; 3) la diferencia entre el texto y la materialidad de un soporte, en el caso de los géneros, y la concepción de la escritura como materialidad en el de las formas. Cuando se trata de géneros, por más que se observe desde los paratextos, el contenido del impreso conforma la unidad del texto junto con los primeros, y el análisis en general comprende esta totalidad; en tanto que la forma discursiva se refiere en exclusiva a los paratextextos que envuelven al contenido textual, en cierto sentido la forma discursiva sería sólo esta red paratextual. Veamos cada una de estas diferencias que, de una vez hay que señalar, pueden ser muy marcadas en algunos casos, y muy sutiles en otros, y no deja de ser una generalización a partir de un par de estudios de caso de autores cuya propuesta se acerca a la de las formas discursivas de modo muy sugerente.

    1) El autor-lector

    Rasmussen hace notar que tanto Lejeune como Genette describen los paratextos como sitios de negociación entre un emisor y un receptor; sin embargo, él mismo indica que

    E. Genette expresó las siguientes reservas sobre las implicaciones del contrato de género para el lector: [cita de Gennette] El término pacto es evidentemente algo optimista con respecto al papel del lector, que no ha firmado nada y debe tomarlo o dejarlo. Pero las marcas genéricas o de otro tipo comprometen al autor, quien, bajo pena de ser mal interpretado, las respeta con más frecuencia de lo que cabría esperar.³³

    Esta última afirmación coincide con el punto de partida de la óptica de las formas, pero en este caso ello se radicaliza al considerar que estamos frente a un lector-autor –siempre primero lector y sólo por ser tal puede tornarse autor –. En otros términos, para los fines de la propuesta, estamos ante lectores que reconocen una forma discursiva. Se trata, en este caso, de una expectativa compartida, realizada desde una observación de primer orden, y la forma se identifica por la reiterada familiaridad de su cultivo desde su lectura –por supuesto que del texto total, incluyendo ya el contenido– una vez que se ha transitado por la primera expectativa identitaria. Si el lector-autor decidiera por algún motivo distanciarse de esa convención y transformar algún paratexto o incluir alguno nuevo, se trasladaría hacia una observación de segundo orden, desde la que conscientemente haría el cambio, y jugaría entonces un papel de autor en el sentido más tradicional, aunque corriendo el riesgo que identifica Genette en la segunda parte de la cita.

    2) La necesaria referencia genérica frente a la no-forma discursiva

    La segunda diferencia que se observa es la necesaria referencia a algún género o a varios en un impreso para contar con una identidad –ello así para una mayoría de autores, y aquí ejemplificada en la propuesta que hace Rasmussen– frente a la construcción identitaria de la propuesta de las formas discursivas a partir de la claridad en la función comunicativa del artefacto impreso. Para este autor, lo que en última instancia otorga su identidad a un texto es justo la referencia genérica, aparezca ésta o no en algún sitio del impreso como un paratexto, en tanto que para las formas, si bien el género puede ser de algún modo un referente contextual del impreso –e incluso a partir de las propuestas ampliadas, se podría asumir como un referente omnipresente–, mientras no aparezca en un formato de paratexto en lo material (perceptualmente), no es una información que permita reconocer la identidad de las formas. Ello tendría que valer incluso para los casos en los que el impreso está incluido de manera directa en el canon tradicional de los géneros. Es importante hacer un breve excurso para aclarar esta afirmación, ya que si bien –como se señaló– no se pretende entrar en el abigarrado espacio de las teorías del género en la literatura, debemos señalar que tanto los que proponen una concepción más tradicional del mismo –más acotada, preexistente y relacionada con el canon literario–, como las más recientes discusiones que lo amplían hasta casi homolograrlo con la semántica como tal, asumen que no hay texto sin referencia genérica en cierto sentido.³⁴ El propio Rasmussen, a quien gloso en forma especular para este aspecto de la propuesta de las formas, concluye su capítulo afirmando que es un asunto no cerrado el carácter de género para el lector, pero no discute su presencia:

    Mientras que los autores modernistas generalmente evitan las indicaciones de género en sus intentos de poner al día la prosa narrativa con la modernidad, en la posmodernidad encontramos un uso paródico excesivo de lo que Genette llama subtítulos paragenéricos. Lo que comparten ambas estrategias es un doble objetivo: por un lado, un deseo de relativizar los conceptos de género; por otro, el deseo de mantener abierta la cuestión del carácter de género del texto para el lector.³⁵

    Hay autores, como John Frow,³⁶ que amplían la categoría de género en tal medida que permitiría volver equivalentes forma discursiva y género, al asimilarla a lo que denomina el evento textual: éste no es un miembo de una clase-genérica porque puede tener membrecía de muchos géneros, y porque nunca es del todo definida por ‘su’ género.³⁷ Y así, sostiene: Lo que propongo es que los textos responden y están organizados de acuerdo con dos distintos, pero relacionados, niveles de información, aquel del entorno social en el que ocurren (entorno que es un tipo recurrente más que de un lugar y tiempo particulares), y aquel que moviliza el género por el entorno y por las señales contextuales.³⁸ Lo que se intenta con la forma discursiva es identificar en qué modo estos niveles de información se inscriben en un impreso a manera de redes paratextuales en una primera insatancia, lo cual puede coadyuvar a entender por qué puede haber impresos que sean formas discursivas y otros –de hecho el tema central de esta introducción– que sean no-formas discursivas. Al partir de la materialidad concreta del artefacto se puede dar cuenta de que hay impresos que no son una forma discursiva, debido a que la red paratextual que los conforma no denota una función comunicativa identificable, por más que en algún punto los hubiera movilizado el género o hubiese habido ciertas señales contextuales. En el caso de la no-forma, precisamente ninguno de éstos y otros posibles referentes ha podido fraguar en una forma discursiva, o sea, no se consigue una recurrente estabilidad, lo cual en esta categoría, de orden inductivo, es fundamental. Me parece que diversos comentarios de Frow confirman esta diferencia con la visión genérica, que no deja de ser deductiva por su propio punto de partida, tal como cuando afirma que son irrelevantes las inconsistencias de los análisis literarios,³⁹ ya que las clasificaciones de género son reales. Ellas tienen una fuerza organizadora en la vida cotidiana. Están incrustadas en infraestructuras materiales y en las recurrentes prácticas clasificatorias y de diferenciación de la acción simbólica. Y ellas unen negociaciones abstrusas y delicadas de sentido a las situaciones sociales en las que ocurren.⁴⁰

    En este sentido, si bien Frow acepta que los textos trabajan sobre los géneros tanto como son conformados por ellos, los géneros son conjuntos abiertos-cerrados, y la participación en un género toma muchas diferentes formas […] Los textos y los géneros existen en una relación inestable;⁴¹ al mismo tiempo sigue considerando de algún modo la relación en términos de general-particular, ya que afirma que la clasificación genérica es un asunto de definición de los posibles usos que pueden tener los textos.⁴² En otro texto amplía su concepción sobre esta relación, y al parecer se aproxima más a las formas, si bien en sentido inverso, pues éstas serían necesariamente estables:

    Pero esto no quiere decir que esta información, estos conocimientos genéricamente organizados, existan en algún armario mental como recursos ya formados, ya que son no sólo un cuerpo de conocimiento y creencia, sino también la operación que, en un contexto, selecciona la información relevante y le da una forma computable, o de un texto infiere un contexto relevante [cita de J.-J. Lecercle, Interpretation as Pragmatics]. En lugar de tomar la forma de proposiciones explícitas y articuladas, son algo así como una forma emergente, el resultado del uso en lugar de preexistirlo. El científico cognitivo Walter Kintsch representa esto al hablar del conocimiento como formado por redes asociativas, redes de conocimiento, cuyos nodos son proposiciones, esquemas, marcos, guiones, reglas de producción. Estas redes son a la vez estables y, sin embargo, en la práctica, flexibles y adaptables.⁴³

    Así, la forma discursiva parte del artefacto que, si bien está desde luego relacionado con todo ese contexto genérico, requiere de la estabilidad reconocible en términos materiales –como objeto– a partir de una recurrencia igualmente objetual. Es una categoría mucho más limitada, no sólo por referirse a lo impreso, sino por su presupuesto inductivo. Además, recordemos que la forma discursiva rodea el contenido, en tanto que las referencias al género parten o retornan a él, incluso cuando se refieren a su vinculación con los paratextos.

    En el trabajo de Rasmussen, al hacer la relación entre paratextos y género, se trata justo el caso de la autoficción danesa: Un modelo, en el que el texto fundamentalmente autobiográfico se combina con la etiqueta de género paratextual ‘novela’, es un fenómeno reciente que comenzó a ganar terreno en la literatura escandinava alrededor del año 2000.⁴⁴ En concreto se refiere a la voluntaria ambigüedad del libro de Per Højholt 6512 antes mencionado, en el que el autor tiene el propósito consciente de sorprender al lector con el traslape de géneros a través de indicaciones paratextuales ambiguas. Y aquí me gustaría mostrar varios aspectos de los paratextos frente a los géneros y las formas. Es evidente que puede darse al caso de una ambigüedad consciente por parte del autor, pero también el autor puede no saber en qué género está inscrito su texto, en tanto que por fuerza tiene que haber leído la forma discursiva que cultiva para poder ser autor, ya que la re-conoce y la relaciona con el contenido por reiteración objetual, material. En otros términos, el género se materializa en una forma discursiva. La forma discursiva es más limitada respecto al amplio concepto de género –sea el más tradicional o el ampliado–; es sólo el artefacto impreso como tal. En este punto cobra importancia y se anuda la presencia de los paratextos, que son los que conforman la forma discursiva, aunque cabe reiterar, que como una red interconectada, no en forma aislada, y siempre como la materialidad del artefacto impreso. Aquí cierro la relación con el género, con una última distinción: éste puede estar siempre como un último referente,⁴⁵ pero justo las no-formas discursivas dan cuenta de cómo la confusión genérica involuntaria puede ser uno del motivos de su falta de identidad; en otras palabras, no puede reconocerse su función comunicativa en una observación de primer orden, como es la propia de la categoría. El propio Rasmussen, al referirse al caso que estudia, señala: El público sólo puede llegar al fondo de esta sutil mascarada apelando a información extratextual sobre el autor, a saber, el conocimiento proporcionado independientemente del autor.⁴⁶ Así, hay que salir del espacio de la no-forma y realizar una observación de segundo orden, para tratar de identificar la función comunicativa del mismo, la cual es confusa en primera instancia, y en muchas ocasiones así permanecerá.

    3) La escritura como materialidad

    Ahora bien, para la tercera distinción, la de la materialidad, hay una importante diferencia entre nuestra propuesta respecto a las de los autores citados, las cuales juegan el papel de contraejemplos. Para ellos, los paratextos –no importa cuán ampliada sea esta categoría; y aquí, el caso más comprehensivo coincidiría con la noción de paratexto de las formas, o sea, todo lo que rodea al texto como contenido– están inscritos sobre un soporte material. En el caso de las formas no hay escritura (ni imagen) anterior, la materialidad es el artefacto impreso completo.⁴⁷ Ello resulta importante, ya que la hipótesis para la existencia o no de una forma discursiva, así como la identidad de la que sí lo sea, se basa en la red de paratextos tal y como puede observarse en el artefacto como tal. De hecho, la idea es que existe una red específica de paratextos para cada forma discursiva, y que ésta es la que se va transformando en el tiempo. Si los cambios no son tan drásticos, la forma preserva su identidad; de lo contrario, se diluye. La no-forma sería en sí aquel impreso que no consigue tener una red paratextual clara y estable. Pero en cualquier caso todo ello tiene que ver con que el impreso logre transmitir una función comunicativa diferenciada de las formas colindantes. Rasmussen proporciona una indicación en este sentido cuando afirma: Dada la forma diferente en que se han usado y percibido los paratextos en diferentes periodos de la historia literaria, estaría fuera del alcance de este artículo tratar todas las relaciones posibles entre el carácter de género de un texto y la indicación de género ofrecida en sus paratextos.⁴⁸ Este problema de las indicaciones es el que enfocamos justamente para el caso de las formas discursivas, en las que por supuesto lo contextual está presente en cada artefacto, pero las indicaciones que hacen referencia a éste, tienen que aparecer por necesidad de modo perceptible, material. Así, los paratextos han de observarse sólo en su función reticular de conjunto.

    La forma discursiva como una red paratextual

    En síntesis, cuando se trata de identificar géneros, por más que se observen desde los paratextos, el contenido del impreso –el texto como tal– conforma la unidad del impreso junto con los primeros, y el análisis en general comprende esta totalidad; en tanto que la forma discursiva se refiere en exclusiva a los paratextextos que envuelven al contenido textual, en cierto sentido ésta sería sólo esta red paratextual. Cabe recalcar que para la propuesta de las formas el género sería, en todo caso, nada más uno de los paratextos posibles, ya que puede haber todo tipo de referentes, desde temáticos hasta institucionales, que pesarán más o menos según cada forma discursiva particular. Por supuesto que, como se ha visto, las propuestas ampliadas sobre lo genérico hacen que la inclusión o exclusión de estos referentes se vuelva problemática, pero no es ya objeto de este trabajo.

    De un modo u otro el concepto de paratexto que acuñara Gérard Genette en Palimpsests, como la relación entre el texto publicado y los otros elementos textuales que lo rodean físicamente y lo presentan al públco,⁴⁹ es no sólo vigente sino insustituible; a pesar de las críticas y ajustes, me parece que la idea original sobrevive. Es nodal para la propuesta de las formas discursivas, y si bien me adscribo a la ampliación del foco de análisis que han realizado diversos autores, no veo que en el fondo el concepto de paratexto haya sido sustituido en realidad, a pesar de afirmaciones como las de McGann: La distinción texto/paratexto puede ser útil para ciertos propósitos descriptivos, pero para una investigación más profunda hacia la naturaleza de la textualidad, no es suficientemente fuerte. En los últimos seis años he estado explorando una distinción diferente, llamando la atención hacia el texto como una red de códigos lingüísticos y bibliográficos.⁵⁰ Este autor –a quien suscribe también Rasmussen en el planteamiento– hace énfasis en el aspecto de la materialidad para proponer esta ampliación, cuando señala que su libro pretende esbozar una hermenéutica materialista, ya que considera a los textos como mecanismos autopoiéticos que operan como sistemas de retroalimentación autogenenerados que no pueden ser separados de aquellos que los manipulan y usan.⁵¹ Insiste en que han de tomarse en cuenta las en apariencia insignificantes variables materiales, tales como –para el caso de lo impreso, que es el que nos interesa– la forma física de los libros y manuscritos (papel, tinta, tipografías, diseños) o sus precios, mecanismos de publicidad y lugares de distribución.⁵² Si bien hasta aquí hay interesantes analogías con la propuesta de las formas, ya que se considera paratexto a todo lo que se puede observar (distinguir) en el artefacto impreso, sin embargo, hay una diferencia básica respecto a los autores que he venido citando. Hasta donde percibo, todos hacen

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