De mar a mar: El Wallmapu sin fronteras
Por Adrián Moyano
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De mar a mar - Adrián Moyano
Adrián Moyano
De mar a mar.
El Wallmapu sin fronteras
LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL
© LOM Ediciones
Primera edición, 2016
ISBN: 978-956-00-0783-4
ISBN Digital: 978-956-00-0818-3
Imagen de portada: Lonko Valentín Sayweke y su gente,
integrantes de la Gobernación Indígena de Las Manzanas.
Se estima que la imagen se tomó después de su capitulación (1885).
Las publicaciones del área de
Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones
han sido sometidas a referato externo.
Diseño, Composición y Diagramación
LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88
www.lom.cl
lom@lom.cl
Al lector del Ngulumapu y de Chile
Por vez primera, todas y todos los que escribíamos para el periódico mapuche Azkintuwe nos veíamos las caras. Aún era invierno, y para los que veníamos del Puelmapu, o la Argentina, las noches de Puerto Saavedra eran insufriblemente frías. La publicación había comenzado su recorrido en 2003, pero salvo el grupo editor con base en Temuco, el resto de los periodistas y fotógrafos nos comunicábamos vía mail, y muchos de nosotros no nos conocíamos personalmente. En aquel hermoso recoveco lafkenche subsanamos el déficit.
Durante los intercambios, se apuntaron fortalezas y debilidades de la experiencia. Entre las primeras, los anfitriones nos confiaron que incluso entre la dirigencia mapuche más activa se valoraba la publicación, porque traía a la Araucanía y otros puntos del territorio mapuche noticias sobre las movilizaciones, avances y resistencias que tenían como protagonistas a los mapuche de la Argentina. Se nos contó que, en más de una oportunidad, las crónicas que referían al diferendo territorial con la trasnacional Benetton o con el Ejército argentino provocaban sorpresas: ¿en la Argentina también hay mapuches?
Uno de los colaboradores del periódico aportó con desenfado: «yo no sabía que había mapuches en Bahía Blanca o en Buenos Aires». Para quienes sosteníamos el discurso de un solo pueblo cuyo territorio resultó fragmentado por la Pacificación de la Araucanía y la Campaña al Desierto a fines del siglo XIX, las confesiones provocaban alguna incomodidad, pero otorgaban mayor sentido a nuestro trabajo.
Claro que hay mapuches en la jurisdicción que desde el genocidio construyó la República Argentina. En las actuales provincias de Neuquén, Río Negro y Chubut, pero también en Santa Cruz, La Pampa y Buenos Aires. Con diferencias y similitudes, desde fines de los ochenta tiene lugar en esas provincias un proceso que puede hermanarse con el que acontece en Chile. De varios episodios que jalonaron las dos últimas décadas de lucha hablan estas páginas.
De mar a mar. El Wallmapu sin fronteras resulta de dos libros que se publicaron previamente en la Argentina: Crónicas de la resistencia mapuche (2008) y Komütuam descolonizar la historia mapuche en Patagonia (2013). Los textos que aquí se reunieron serían los más pertinentes para el público lector de Ngulumapu y Chile, porque supongo que aquí ya no hace falta escribir sobre Leftraru o Pelantraru. O sobre el Parlamento de Koz Koz. En todo caso, seguro que otros ya lo hicieron con más pertinencia que yo.
La mayoría de los ensayos que siguen tuvieron su origen en la urgencia de la militancia o ante la necesidad de contrarrestar los argumentos predilectos del dominador colonial. En la Argentina, suele adjudicársele extranjería al pueblo mapuche, y también el exterminio de los tehuelches (gününa küna). Sobre todo la primera aseveración se esgrime inclusive en los estrados judiciales para negarles a los integrantes del pueblo mapuche derechos territoriales en multitud de conflictos. Por eso, quien se aventure en estas páginas encontrará algún ardor e insistencia al polemizar con esa justificación intelectual del despojo, que en términos reales hoy beneficia a trasnacionales del petróleo, megamineras y grandes latifundistas.
Que LOM ediciones me permita llegar con estas crónicas y ensayos a nuevos lectores es motivo de alegría por dos razones: en primera instancia, por el prestigio y reconocimiento de la editorial; y en segundo, porque al circular de ahora en más mis escritos a los dos lados de la cordillera, indirectamente recrearán la territorialidad que vivieron, pensaron y llenaron de cultura las distintas expresiones del pueblo mapuche, hasta que las construcciones estatales impusieron otra lógica. Desafiarla es una de las tareas que me asigno.
Agradezco al ex compañero en la redacción de Azkintuwe y periodista Arnaldo Pérez Guerra, primer cómplice en la tarea de sortear las fronteras. Que estos escritos pudieran llegar ante la mirada atenta de LOM fue ocurrencia de tañi wenüy Jorge Spíndola, poeta cada vez más inmenso. Y las distancias se achicaron gracias a las gestiones de la gran Verónica Zondek. Quedo en deuda con ellos.
Adrián Moyano
Nawel Wapi lafken willi inaltu mew, kuyfi mapu lonko mapuche gününa küna Inakayal mew (en la orilla sur del lago Nahuel Huapi, antiguo territorio del lonco mapuche tehuelche Inakayal). Julio de 2016.
Presentación
Si antes de 1492 América no figuraba en ningún mapa, la Patagonia tampoco¹. Los pueblos que por entonces vivían en el Puelmapu no pensaban en términos patagónicos. Cruzaban las montañas desde el este hacia el oeste y viceversa, vadeaban los ríos Limay, Negro o Colorado y se asomaban al mar, pero no construyeron sus espacios territoriales en referencia a los posteriores contornos patagónicos. Fueron los españoles quienes, después de bautizar al continente que intentaban conquistar, denominaron Patagonia a los dominios de las parcialidades mapuche y gününa küna, marcación que comenzó a difundirse en el siglo XVI, pero exclusivamente entre los winka.
Quizá resulte difícil aceptar la conclusión, pero ni mapuches ni tehuelches vivieron en la Patagonia. Claro que el territorio existía y sus habitantes también, pero daban sus propios nombres a los lugares donde residían. Para los mapuche, su lugar en general era el Wallmapu, y las meliwitranmapu conformaban las «cuatro partes de la Tierra». Según el ámbito específico de existencia, los antiguos podían referirse al Lafkenmapu, la Mamülmapu, la Willimapu, precisamente el Puelmapu o el Chaziwe, entre muchísimas otras denominaciones; nunca a la Patagonia. Los pobladores originarios de estas latitudes no conocieron la extensión de la región que se engloba bajo nombre tan mágico, pero tampoco tuvieron mayores problemas en traspasar sus hipotéticos límites, ya que las llanuras de la pampa bonaerense también fueron parte del territorio mapuche libre hasta los últimos tramos del siglo XIX. Desde ya, el occidente cordillerano también. Sólo en el caso de los tehuelches podría afirmarse que al menos años antes de la Campaña al Desierto tuvieron cierta noción de Patagonia, ya que con sus inverosímiles caravanas solían cruzarla en sentido longitudinal para comerciar con los manzaneros y luego seguir a Carmen de Patagones, para después volver hacia el sur. Pero ni siquiera ellos le adjudicaron un sentido político, cultural y menos geopolítico al término Patagonia.
En Europa, Asia y África nadie sabía de la existencia del territorio que a partir del siglo XVI los europeos llamaron Patagonia. Menos aún de los pueblos que la habitaban, quienes luego serían patagones, pampas, araucanos, manzaneros o tehuelches, entre muchas otras denominaciones impuestas. Indios todos ellos, claro... La faceta curiosa del asunto es que para el sentido común, pareciera que la Patagonia se llamara así desde siempre. Al igual que América, la región nunca reclamó su conquista por parte de los europeos, y menos aún su población por parte de los hispano-criollos o argentinos. Más bien, y al igual que la idea de continente, Patagonia es una invención que se elaboró durante el avance colonial español. Pero a diferencia de los sucesos que tuvieron lugar más al norte, recién fue la Argentina la que remató la faena colonial europeísta, con la instalación de las instituciones e ideas coloniales.
Entre otros factores, la construcción del Estado se expresó con la inmigración de origen europeo una vez que se agotó la resistencia armada mapuche. Así, una cantidad considerable de las ciudades o localidades patagónicas de la actualidad se piensa a sí misma como un producto de la cultura alemana o suiza o italiana o galesa. Desde ya, los relatos que ensalzan la abnegación de los pioneros, las penurias de los primeros en llegar o la extrañeza ante la ruda belleza de tantos parajes salvajes, no pertenecen a los mapuche, sino a quienes usufructuaron de la colonización. Tuvieron que transcurrir más de cien años para que esas maneras de pensar las geografías recibieran un profundo cuestionamiento por parte de las organizaciones mapuche y sus principales referentes. Más cerca en el tiempo todavía, las formas de pensamiento de uno de los pueblos originarios de la Patagonia comenzaron a entrar en el debate público. Creo no equivocarme demasiado si afirmo que recién alrededor de 1990 comenzaron a extrañarse los medios de comunicación de alcance regional, los dirigentes políticos, las cámaras empresariales y el resto de la sociedad, ante el florecimiento de un discurso que no sólo desmentía aquella noción de desierto, sino también la supuesta extranjería mapuche. Mayor fue el asombro cuando a las proclamas o documentos les siguieron las recuperaciones concretas de campos, las movilizaciones frente a las sedes de petroleras u organismos estatales, junto con los reclamos de adecuaciones legislativas. Es que si bien nunca hubo una fundación de la Patagonia en el sentido formal, la elaboración de sus narrativas fundacionales se abstuvo de tener en cuenta a los indígenas, salvo para su deshumanización, e inclusive ridiculización.
Fue la victoria militar argentina la que transformó la geografía del conocimiento en relación a la Patagonia. Antes de la capitulación de 1885, la percepción que tenían los mapuche de su propio territorio era bien distinta. Curiosamente, hasta décadas tardías del siglo XIX, los argentinos tampoco pensaban a esas mesetas, cordilleras, valles y costas acantiladas como parte integrante de la Confederación o de la República Argentina. Nos dice Diana Lenton que «la idea de una Nación argentina herida en su territorialidad por bárbaros que le impiden gozar de lo que le pertenece es un tópico del discurso político impuesto a posteriori de la conquista militar de los territorios indios»². La antropóloga trae a colación que, según los estudios de la geógrafa Carla Lois, la cartografía oficial recién incluyó a la Patagonia en la jurisdicción argentina a partir de 1875. Además, los libros escolares que se utilizaron entre 1856 y 1871 admitían que la Patagonia «era un país aparte». Recién en 1874, en el manual Elementos de Geografía que se utilizaba en las escuelas de primeras letras, aparecen como límites sur de la Argentina «el océano Atlántico y el Estrecho de Magallanes». Con anterioridad, los libros escolares admitían que más allá de la frontera sur de la Confederación Argentina se alzaba la Patagonia. Para Chile también fijaban ese límite.
En términos estrictos, la invención de Pampa-Patagonia implicó la apropiación de la región y su integración al ideario nacional a partir de las operaciones intelectuales que se dispusieron desde el Estado, autoría del sector que se arrogó su representación a partir de 1861. Si bien fueron los españoles los primeros intrusos que reclamaron para sí la vasta región, la primera organización territorial de origen europeo que se instaló aquí fue responsabilidad del Estado, que miraba todo desde Buenos Aires con la bandera celeste y blanca en sus mástiles. Afirma Lenton que «el giro político que llevó a presentar a la Patagonia como parte del país argentino, como si su integración territorial fuese ya un hecho y no un mero voluntarismo, coincide con los años que van entre el fin de la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), que consolida el poder de cierta elite social en nuestro país, y la Guerra del Pacífico (1879-1884) que despeja el camino para las aventuras bélicas en la Patagonia y realimenta el conflicto de límites entre Chile y la Argentina, cuando los dos estados hacen de la expansión territorial un elemento esencial de su construcción soberana»³.
En ese marco, el concepto «Conquista del Desierto», es decir, la usurpación militar por parte de la Argentina de la Pampa y la Patagonia, puede equipararse en su significado político al que alcanzó el concepto de «Descubrimiento de América». Este se acuñó desde la perspectiva imperialista de una historia mundial que se escribió con clamores triunfales en Europa. Aquel se concibió desde la mirada conquistadora de las elites argentinas que concibieron su proyecto político como momento culminante de la construcción de la nación. Dos facetas de la modernidad que, como bien se dijo, no puede pensarse sin su contrapartida lógica: la colonialidad⁴. No se trata solamente de cuestiones terminológicas sin importancia, porque aseverar que América o la Patagonia son invenciones, tiene que ver con el punto de vista crítico de quienes quedaron a un lado o, inclusive, atrás de su historia. De ellos, los pueblos indígenas, se espera todavía hoy que se incorporen al ritmo continuo de un progreso que siempre es para otros, en el marco de unas narraciones que indudablemente no les pertenecen.
Unos años antes de que el Ejército de la República Argentina se dirigiera hacia el oeste y el sur, los referentes políticos y la prensa pusieron en marcha el dispositivo que logró inculcar una colonización del ser. Según Walter Mignolo, este consiste en acuñar la idea de que algunos pueblos no forman parte de la historia porque en realidad sus integrantes no son seres. Fueron varios los intelectuales de la nacionalidad argentina que se destacaron en la tarea de deshumanizar al adversario, pero quizás Domingo Sarmiento fuera insuperable en sus aseveraciones.
¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado⁵.
Nótese la virulencia de ese pensamiento en la expresión de un hombre que no sólo fue presidente de la Argentina, además todavía figura inconmovible en el panteón de sus héroes cívicos, como consecuencia de la introducción de la escuela como institución educativa. Precisamente fueron las aulas eficaces herramientas para consagrar la historia europea del Descubrimiento y la argentina de la Campaña al Desierto, en desmedro de las historias, las experiencias y los relatos de los silenciados, los que quedaron fuera de la categoría de humanos, ya que su exterminio «era providencial y útil, sublime y grande». En Pampa y Patagonia, a fines del siglo XIX y principios del XX, fueron los mapuche los «condenados de la tierra» que Frantz Fanon describió medio siglo más tarde. En la Araucanía también, claro... Por entonces, historiadores y etnólogos de dudosa capacidad profesional se adjudicaron a sí mismos la tarea de escribir las historias que, según ellos, ni mapuches ni tehuelches tenían. Es más, se consideraron con derecho a redactar la gramática del mapuzungun y a decirles a las propias víctimas del despojo en qué consistía la «pureza» mapuche o tehuelche de determinada manifestación cultural.
Los cristianos y occidentales consideraron que eran portadores de una idea de la historia, la única posible, verdadera y aplicable a todo el resto de los habitantes del planeta. Esa convicción condujo al establecimiento de una matriz colonial del poder que implicó que determinados pueblos fueran excluidos de la historia, con el afán de justificar la violencia que se aplicó sobre ellos para llevar adelante la evangelización, la civilización, el progreso y, en nuestros días, el desarrollo o el crecimiento económico. En la Argentina del siglo XIX, la configuración geopolítica resultante trazó una línea entre la minoría que se consideraba portadora de valores superiores y una inmensa mayoría de marginados, que se convirtieron en objeto de conquista. Entre ellos, el pueblo mapuche.
Los vencedores de Pavón, de la Guerra de la Triple Alianza y de la Campaña al Desierto tuvieron como objetivo y modelo a Europa, emblema de la modernidad. Pero con sus prácticas genocidas demostraron con creces que sin la colonialidad la lógica moderna andaría renga. La de la colonialidad es la perspectiva histórica de los condenados; para el caso argentino, pueblos indígenas de Pampa y Patagonia, pero también del Chaco. Ahora bien, desde un punto de vista europeo y en consecuencia de Buenos Aires, la idea de modernidad se refiere a un período de la historia que incluye al Renacimiento del Viejo Continente y al Descubrimiento de América, con referencia también al surgimiento de la Ilustración. Pero la puesta en práctica de las ideas modernas en el sur del continente después de las guerras de independencia, implicó su avance de la mano de la violencia colonial, en desmedro de la independencia y libertad de numerosos pueblos que durante siglos fueron capaces de sortear el yugo español. A comienzos del siglo XXI y en evidente diálogo con la opción decolonial –aunque no sólo–, salen a la luz dimensiones de la historia que las narraciones imperiales o estatales no reconocieron ni reconocen. Retazos de historia local comienzan a abrirse paso. Por ejemplo, los que sirven para comprender cómo el pueblo mapuche visualiza las diversas reacciones de las que fue capaz ante el colonialismo y la colonialidad⁶. Tanto ayer como hoy.
Si el concepto de América no se puede separar de la idea de modernidad, el de Patagonia menos todavía. Los dos son representaciones de proyectos imperiales, porque, a fin de cuentas, la Argentina no hizo más que concretar el designio que España no pudo. Las instituciones que llegaron al Wallmapu después de las columnas expedicionarias no fueron creación propia de un proyecto político novedoso u original, sino versiones sudamericanas de trayectorias europeas previas. Otro tanto sucedió más abajo del Bío Bío, porque tanto las invenciones de Patagonia como de Araucanía funcionaron como elemento central para crear las condiciones que propiciaron las expansiones coloniales tanto argentina como chilena. Fue el estilo de vida europeo el que arribó triunfal aquí, como sinónimo de progreso de la humanidad, sin reparar en que los muertos en combate, los desterrados, los fusilados, las familias disgregadas y los trasladados a los campos de concentración también eran humanos.
La teoría de la invención de América se para desde el punto de vista de la colonialidad y demuestra que los avances de la modernidad fuera de los límites europeos fueron posibles gracias a una matriz colonial del poder que incluyó la acuñación de nuevos términos para nombrar las tierras que España, Portugal y demás potencias se apropiaron, junto con los pueblos que las habitaban. En la construcción de su Estado, la Argentina hizo otro tanto, y donde antes se hablaba de Willimapu, Puelmapu, Mamülmapu o Inanpiremapu, impuso las ideas de Pampa o Patagonia. Y a los williche, puelche, rankülche o pewenche, entre otros, los redujo a la categoría de indios. Por eso, para narrar la historia o, mejor aún, las historias que no se contaban, hace falta una transformación en la geografía de la razón y del conocimiento. Denunciar la colonialidad implica desnudar la lógica encubierta que impone el control, la dominación y la explotación de los pueblos indígenas, no sólo en las experiencias neoliberales todavía presentes con descaro en una porción del territorio mapuche, sino también donde se habla de crecimiento con inclusión.
Para descolonizar la historia mapuche se impone pensar a la Patagonia como invención, ya no como realidad en sí misma. En las aulas argentinas se enseña que la región abarca las provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz. Otras versiones incluyen también a La Pampa. Usualmente, se considera que su límite norte es el río Colorado, el sur el estrecho de Magallanes y el occidental la cordillera de los Andes, pero también se habla de una Patagonia chilena.
1 Todas las ideas que desarrollo en los primeros párrafos son las que Walter Mignolo elaboró para el continente en La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial, Barcelona: Gedisa, 2007. Sus aseveraciones son perfectamente válidas para avanzar hacia una descolonización de la historia de la Patagonia.
2 Diana Lenton, «La cuestión de los indios
y el genocidio en los tiempos de Roca: sus repercusiones en la prensa y la política». En Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los pueblos originarios. Coordinador: Osvaldo Bayer. Buenos Aires, 2010.
3 Lenton.
4 Mignolo.
5 Domingo Faustino Sarmiento. En El Progreso, 27 de septiembre de 1844, y en El Nacional, 25 de noviembre de 1876.
6 Para la diferencia entre ambas nociones, ver Mignolo.
Recrudece el colonialismo: la nueva vulneración de los derechos mapuche. El «ejemplo» de la comunidad Paichil Antriao¹
El colonizador hace la historia y sabe que la hace. Y como se refiere constantemente a la historia de la metrópoli, indica claramente que está aquí como prolongación de esa metrópoli. La historia que escribe no es, pues, la historia del país al que despoja, sino la historia de su nación en tanto que ésta piratea, viola y hambrea. La inmovilidad a que está condenado el colonizado no puede ser impugnada sino cuando el colonizado decide poner término a la historia de la colonización, a la historia del pillaje, para hacer existir la historia de la nación, la historia de la descolonización.
Frantz Fanon²
Cuando los rayos de Antü comenzaron a filtrarse entre la multitud de coihues, ya se habían levantado varias carpas en el bosque. Caminar significaba pisar leña, así que los fuegos no demoraron en abrigar a los mapuche. El silencio sólo se interrumpía ante la llegada de un nuevo automóvil o por el quejido de algún ñorkin. Frente a las fogatas reinaban la expectativa y la tensión, pero también la necesidad de decir basta³.
Cerro Belvedere se alza en el corazón de Villa La Angostura. O mejor dicho, la ciudad fue avanzando sobre sus laderas umbrías. Sólo seis años después de la Campaña al Desierto, el Estado les había restituido a los mayores de los Paichil Antriao parte del territorio arrebatado. Es más, en 1951 el gobierno de Perón les había reconocido, una vez más, 625 hectáreas. Pero a comienzos del siglo XXI, al lofche no le quedaba ni la mitad. Por eso, muchas mujeres y niños cruzaron ese alambrado que consideraban intruso.
En el predio que se había quedado el usurpador gracias a una «deuda de boliche», yacían varios coihues enormes que habían caído como consecuencia de la tala irrespetuosa. «Acá están llenos de leña y nosotros no tenemos ni para quemar un palito», dijo una de las zomo, enojada. Pero en realidad, el desmonte no tenía que ver con calorías. Villa La Angostura suponía que necesitaba más turistas, y por eso algunos «emprendedores» echaban mano al turismo aventura. En aquel caso, el «riesgo» consistía en desplazarse entre los árboles a cierta altura, a través de una soga y varios mecanismos. Los coihues que no habían caído sostenían a las plataformas que constituían los puntos de partida y llegada para los intrépidos ociosos. ¿Sabrían que se deslizaban sobre territorio mapuche? La gente del lofche Paichil Antriao tenía esa certeza, y entonces estableció el campamento para evitar que los intereses de las inmobiliarias y los empresarios turísticos continuaran avanzando sobre el espacio que les pertenecía.
A unos cientos de metros de los coihues atrapados por aquellas plataformas, el bosque dejaba paso a un claro espléndido, verde y ondulante. Con sólo llamarse a silencio, se percibían los newen que de allí irradiaban. El lonko Ernesto Antriao les explicó a quienes no estaban al tanto... «Aquí se levantaba el rewe de nuestros mayores. Acá hacían los llellipun y los kamarikün. De todos lados venía gente». En efecto, podía percibirse el espíritu de los antiguos. Pese al paso del tiempo –por entonces, ochenta años desde la última ceremonia– el lelfün había permanecido limpio, tanto de vegetación extraña como de construcciones intrusas. Sin embargo, para la legislación de los winka el predio era propiedad de un estadounidense que ni siquiera vivía en Villa La Angostura. Así de ridículo es el presente de cerro Belvedere, así de injusto el funcionamiento de una localidad que florece económicamente de espaldas al pueblo mapuche.
En pocos sitios la consuetudinaria negación que impera en Puelmapu tuvo tanto éxito como aquí. Por eso, el asombro