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Compartiendo mi fe: Reflexiones sobre el Evangelio dominical
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Libro electrónico354 páginas2 horas

Compartiendo mi fe: Reflexiones sobre el Evangelio dominical

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El padre Fernando Montes es reconocido por la comunidad cristiana como un sacerdote que transmite el mensaje de la fe de un modo directo y cercano, consiguiendo llegar emotivamente a la mente y al alma de las personas. En este libro se reúnen algunas de las homilías que ha ofrecido en los últimos años en los colegios Padre Hurtado y Juanita de los Andes. Como propone el mismo autor, este no es un libro para ser leído con un orden específico ni tampoco de corrido, sino que es una invitación abierta para ingresar en él a cualquier hora del día, en cualquier momento que se sienta la necesidad de un espacio para la reflexión, para un diálogo íntimo; lectura que puede ser en voz alta o silenciosa, lectura para disfrutar compartida o en solitario.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2019
Compartiendo mi fe: Reflexiones sobre el Evangelio dominical

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    Compartiendo mi fe - Fernando Montes

    S.J.

    TIEMPO DE ADVIENTO Y NAVIDAD

    UN TIEMPO PARA PREPARARSE Y ORDENAR EL FUTURO

    Primer domingo de Adviento¹

    Jesús dijo a sus discípulos: Cuando venga el hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé: en los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca y no sospechaba nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el hijo del hombre: de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra, dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndalo bien, si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados porque el hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

    (Mt. 24,37-44)

    Este es el primer domingo del año litúrgico. Comenzamos a prepararnos para la venida del Señor. Llegó el Adviento. En lo inmediato se trata de prepararnos para recordar el nacimiento de Jesús en Navidad, pero en lo más profundo nos prepararnos para la gran venida, para el camino largo de la vida.

    Vamos a comenzar el año litúrgico. El año calendario se iniciará dentro de poco y eso significa que iremos en este tiempo cerrando la agenda para abrir un nuevo ciclo. Los seres humanos somos los únicos capaces de organizar el tiempo, hacer agenda que guardará la memoria de lo que hemos hecho y eso nos servirá para preparar, para proyectar y planificar el año que vendrá.

    Les deseo a todos, y me deseo a mí mismo, que al cerrar la agenda y echar la vista atrás, podamos decir de verdad valió la pena vivir; hubo hechos tal vez tristes, pero hubo otros muy positivos. Hemos aprendido, somos más maduros, acumulamos experiencias, somos más humanos, estamos más cerca de Dios.

    En los ejercicios de san Ignacio aprendí a hacer dos operaciones básicas para ordenar la vida: ordenar los recuerdos y ordenar las esperanzas. Sanar nuestro pasado y tener una misión que ordene el futuro.

    La primera parte de los ejercicios se orienta a ordenar la memoria; a cerrar bien la agenda sin dejar cuentas pendientes. Casi todas las enfermedades sicológicas provienen de cuentas mal cerradas, rabias escondidas, recuerdos aplastados, penas no procesadas, duelos no bien hechos y culpabilidades insanas. Y así el pasado se convierte en un saco, en una bolsa muy pesada para mucha gente. Cuanto más viejo es uno, hay más recuerdos y por eso hay más peligro de que ese pasado impida que uno levante la vista y siga viviendo. El pasado nos puede matar. Hay gente que vive en la amargura porque no procesó bien todo lo vivido. Por eso es tan recomendable que, al ir terminando el año mientras nos preparamos para lo que viene, hagamos un arqueo de la casa para que quede ordenada y queden saldadas las cuentas que teníamos pendientes con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Y sobre todo para que nos hagamos conscientes y agradecidos de los bienes recibidos.

    Pero así como el pasado puede dejarnos prisioneros, así también un futuro mal proyectado puede destruir nuestro camino. El Adviento es por esencia el momento de revisar nuestra esperanza, de darnos una nueva oportunidad para vivir y volver a comenzar. Nada más humano que saber esperar. Una persona que no espera en cierto modo está muerta, solo vegeta. En esta tierra vivir sin esperanza no es vivir. El esperar da dirección, ordena los pasos y confiere sentido a la marcha. Es un peligro para los viejos que ya no esperen nada, que crean conocerlo todo y por eso no se dan una nueva oportunidad. Son pasado sin futuro.

    Pero no solo existe la enfermedad de la desesperanza, de la falta de horizontes, sino también la de la esperanza errónea. Porque uno puede también destruir su vida por esperar algo desordenado. Uno puede jugarse la vida por esperanzas que no valen la pena o por quimeras irrealizables que desenfocan la marcha. Yo les digo a los chiquillos que van a rendir la PSU que ojalá les vaya estupendo, pero tienen que saber que finalmente la vida no se juega en un puntaje, porque si les va mal la vida no se acaba. Si hay algo delicado en la cultura actual es que ella nos atiborra de esperanzas efímeras. Hay gente que sueña el futuro tan utópicamente que siempre terminarán con la sensación de quedar cortos, de no alcanzar las metas deseadas. Sensación de cansancio y de no haber hecho lo que deberían haber hecho. El futuro mal pensado será fuente constante de frustración.

    Por eso, hay que ordenar el pasado y el futuro.

    A veces la religión misma puede contribuir a un pasado culpabilizado o a un futuro lleno de temores. Hay gente que tiene una religión culpabilizante o una religión llena de miedos para adelante me voy a salvar o me voy a condenar, le tengo terror a la muerte porque Dios me va a castigar.

    En el primer día del año litúrgico la Iglesia nos pide que estemos atentos, que no nos desviemos ni nos paralicemos en la marcha; que llevando una experiencia a las espaldas nos pongamos en camino hacia un futuro que valga la pena. Es el futuro que nos promete y abre Jesucristo.

    En estos días nos acercaremos a la Navidad, y para muchos el ritmo se hará febril. Un banco puso un aviso en la radio que reproduce un famoso villancico español: Mira cómo beben los peces en el río, miran cómo beben por ver a Dios nacido. Y ese villancico se cambia de manera muy inteligente: Mira cómo beben los peces en el río, mira cómo beben para ir a comprar, hasta que de repente se interrumpe la música y dice se nos olvidó lo que estamos celebrando. A la mayoría de la gente se le olvidó lo que celebra la Navidad. El pino y no el Niño, el viejo pascuero y no la familia santa que recibió la presencia de Dios se convierten en el centro de la fiesta. El Evangelio que leímos nos invita a que estemos preparados: Ustedes también estén preparados porque el hijo del hombre vendrá... desgraciadamente parece que estamos distraídos y nos obligan a cambiar el motivo de la celebración.

    Es bueno que en este Adviento, cuando comienza el camino simbólico de la vida, nos preguntemos si vale la pena caminar otro año más. Cuando uno ya es más viejo, uno sabe que son pocos los años por delante y uno quisiera gastar sus últimos cartuchos de pólvora en algo que valga la pena. Es conveniente meditar: ¿Estoy detenido en la vida o por qué ando corriendo? ¿Por qué me levanto en la mañana? ¿Qué estoy buscando? ¿Estoy preparado o estoy distraído?

    Jesús les aconseja a sus discípulos estar preparados porque en esa época se esperaba al Mesías con una imagen errónea y podían desconocerlo cuando llegara. Pero hoy día nos pasa casi al revés, andamos corriendo como locos y de tanto correr, como dice Julio Iglesias: me olvidé de vivir. Y qué triste es eso, correr sin rumbo alguno, sin poder llegar a parte alguna, sin tener un objetivo en el cual, cuando yo llegue, me asiente y tenga mucha felicidad. Los seguidores de Jesús tenemos el deseo de llegar un día a encontrarnos cara a cara con el Señor. Qué distinta es la muerte cuando uno la ha esperado como Santa Teresa que un día escribió: Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero. No es que andemos buscando la muerte, pero buscamos un encuentro que le dé sentido al conjunto de la vida, que me dé paz, que me seque las lágrimas. Los chiquillos que están pololeando, ¿qué proyecto de familia tienen? ¿Tener mejor casa, tener mejor trabajo, tener un título? Todo eso es bueno, es cierto, pero es un medio, se tiene un fin superior.

    Pidámosle a Dios, al comenzar este año, que nuestra vida tenga sentido, que esperemos activamente el encuentro con el Señor y le ayudemos en su obra. Eso da una paz tan grande, una felicidad tan profunda, y una fuerza para que el día en que haya penas uno pueda volverse a levantar. En Adviento sanemos la esperanza, la razón de vivir. Preguntémonos cómo les damos esperanza a los jóvenes. Que ellos vean que la larga vida no nos paralizó. El Papa esta semana acaba de escribir una muy notable encíclica, Spes Salvi, precisamente sobre la esperanza. Esperar es una marca del cristiano. La recomiendo vivamente.

    NO ANDEMOS DISTRAÍDOS: ENTREMOS EN EL ARCA DE LA SALVACIÓN

    Primer domingo de Adviento²

    Jesús dijo a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del Hombre, sucederá como en tiempos de Noé, en los días que precedieron al diluvio: la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca y no sospechaba nada hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro, dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra, dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá el Señor. Entiéndanlo bien, si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perder, perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

    (Mt. 24,37-34)

    Ha comenzado el año litúrgico, y una vez más es para la Iglesia una especie de Año Nuevo que es distinto al año cronológico, pero que en algunas cosas es semejante. En el Año Nuevo nos damos abrazos y todos nosotros nos deseamos lo mejor. Y la Iglesia hoy día les quisiera desear a cada uno lo mejor: una mayor cercanía de Dios, una mayor paz; que nos amemos más, que los pololos se quieran mucho y se preparen para su matrimonio y que todos tengamos un año feliz.

    Los antiguos pensaban el tiempo como algo circular, y es lo que se llamaba el Mito del Eterno Retorno del cual habla Mircea Eliade. La historia era un círculo sin avance. Ahí no había lugar para la esperanza... la historia era el lugar del tedio. Es conmovedor lo que el novelista Carlos Cerda dice de su vida en Berlín en la novela Morir en Berlín: Éramos habitantes sin esperanza; vivíamos en un país en el que se había decretado la eterna continuidad de lo mismo. Aburridos ya de nuestra propia historia, cada una menos heroica y más doméstica, y a bordo de este buque fantasma en el que nadie —ni la terca tripulación ni sus resignados pasajeros— esperaba el menor cambio. Nosotros tenemos una visión progresiva de la historia como la marcha de una flecha y le damos un lugar central a la esperanza. La resurrección de Jesús orienta toda la marcha humana hasta que la humanidad se encuentre teniéndolo a Él como cabeza.

    En lo más profundo, el Adviento es el tiempo de la gran espera, de la cual la Navidad es un hito. Es la marcha a un mundo nuevo y la confianza de que todo puede cambiar. El Adviento nos habla de una nueva humanidad, de nuevas relaciones entre los hombres, de nuevas relaciones con Dios. El Adviento es el tiempo en que reafirmamos el sentido de la vida que hoy está revuelto y por eso es un momento privilegiado para renovar nuestra fe en lo fundamental.

    Vamos avanzando y la Iglesia quiere que en esta marcha de alguna manera podamos remecer nuestras conciencias para bien orientar el caminar. Pero ya no es partir de cero, pues uno parte el año con experiencias, y todo puede ser valioso. Aun los errores más grandes, las caídas y los pecados colaboran al bien para los que aman a Dios. Si cometimos un error podemos recomenzar con una historia acumulada, con experiencias vividas y con sabiduría, para evitar en el futuro tales errores y ser mejores. Y eso es lo que el Evangelio de hoy y los textos nos recuerdan.

    No es para imponer miedo decir que el Señor vendrá cuando no lo pensemos; no es para imponer temor sino para decirnos estén siempre preparados, estén atentos, sean cuidadosos. Para decirnos que aprovechemos bien el tiempo que se nos ha dado, que no se nos vaya por entre los dedos. Podemos avanzar, porque conocemos la dirección, porque sabemos a donde se dirige la historia... el desafío es no quedarnos detenidos en la distracción.

    Es tan bonita esa primera lectura en que los cañones, las espadas se usan... para hacer arados; es decir, para el bien y no para la guerra, para que sembremos y construyamos la paz. ¿Qué voy a hacer yo para estar preparado? ¿En qué consistirá mi esperanza?

    Los jesuitas acabamos de tener la visita del padre superior general de la Compañía de Jesús, y lo que más me impresionó, cuando nos habló de padre a hijos fue que él nos pidió que no estuviéramos distraídos.

    Porque en la vida hoy día, los trabajos nos pueden distraer de aquello que es más fundamental: tu entrega a los demás, la verdadera santidad. Hay que planear el año, porque a veces uno está embotado y paralizado. Recuerdo que me tocó bautizar al hijo del primero de mis compañeros que se casó. Yo supongo que, como todos los seres humanos, estuvieron nueve meses esperando entusiasmados la guagua que venía, pero cuando llegó el día del bautismo, me dijeron sabes, no hemos tenido tiempo de pensar qué nombre le vamos a poner a nuestro primer hijo. Lo más pintoresco es que estaban tan entusiasmados y distraídos en ese tiempo de espera, que no tuvieron la distancia de estar preparados.

    En este tiempo que avanza linealmente, la Iglesia hace cortes que son para reanimarnos y volver a comenzar, recordar que vamos caminando. Lo que uno quisiera decir hoy día es que el Señor simbólicamente va a venir en diciembre, el veinticuatro de diciembre, para advertirnos que hemos de tener cuidado que no nos distraiga la sociedad. ¿Cómo voy a preparar yo la casa, mi casa, para que el Señor tenga un lugar donde llegar? Cuando la sagrada familia fue a Belén no hubo lugar para ellos en el mesón, según dice el Evangelio. Tuvieron que deambular hasta encontrar un pesebre donde depositar al Rey del Universo. Preparémonos para decirle al Señor: Aquí estamos, queremos tener una casa limpia y preparada para ti.

    Y es tan bonito lo que dice San Pablo, ustedes saben qué tiempos vivimos, y que ya es hora de que despierten, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros. Es un hecho que el Señor está cada día más cerca. La salvación no es el terror, sino un encuentro muy feliz y está más cerca. Abramos las puertas, pensemos en lo que hemos vivido este año, ¿qué cosas nos han dejado un lastre de sabiduría como para evitarlas si son malas o para promoverlas si ellas me conducen al encuentro? ¿Qué puedo hacer en mi casa para que esta permita tener una familia más humana, más alegre el año próximo? Padres e hijos deben pensar qué hacer para que la venida del Señor sea un recomenzar mejor.

    Los invito a que este Adviento, esta subida a la Navidad sea una espera profunda, donde la verdadera santidad sea una preocupación, no una santidad pesada, que me hace bueno, pero puntilloso y desesperante, sino que me hace bueno y entregado a los demás, servicial, humilde y más feliz.

    Que el Señor nos ayude, que nos haga acercarnos a la Navidad, la noche de la Paz, y que podamos vivir un Adviento muy fecundo. Pidámosle que no quedemos fuera del arca de la salvación como aquellos hombres distraídos que no entraron en el arca de Noé. Que vayamos prendiendo cada semana una vela más y que sea símbolo de que cada semana habrá más luz en mi corazón y en el mundo.

    JUAN EL BAUTISTA, FIGURA DEL ADVIENTO

    Segundo domingo de Adviento³

    Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto. Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región de Jordán, iba a su encuentro y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión y no se contenten con decir ‘tenemos por padre a Abraham’, porque yo les digo ‘de estas piedras, Dios puede hacer surgir al hijo de Abraham’. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan, pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego, tiene en su mano la horquilla y limpiará su era, recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible.

    (Mt. 3,1-12)

    Hoy estamos celebrando la misa en el segundo domingo del Adviento, que como dije es un período de espera, de preparación, de ir arreglando el camino para que venga el Señor. Hay varias figuras en la Biblia que esperaron, que son verdaderos símbolos de la esperanza activa. Sin duda, una de las más importantes es la que la Iglesia nos presenta hoy y otros domingos de Adviento. Es la figura de Juan Bautista. Un hombre que conmovió a todos en su tiempo por su honestidad y su coherencia. Ese hombre austero, con toda su grandeza, con toda su coherencia profunda, tanto que Jesús dice que es el más grande del Antiguo Testamento; sin embargo es más pequeño que cualquiera que haya recibido el bautismo del Espíritu Santo.

    Este hombre es admirable, con humildad aceptó que él debía disminuir para que su seguidor creciera, permitió que algunos de sus discípulos lo dejaran para que siguieran a Jesús; fue religiosamente coherente hasta la muerte; fue profundamente fiel a su vocación de preparar la venida del Mesías. Sin embargo dramáticamente al final tuvo dudas si Jesús era el esperado. Él que había vivido siempre en el desierto, que se había alimentado de saltamontes y se vestía con cueros, tal vez oyó decir que Jesús, el esperado, era comedor y bebedor, que se sentaba a la mesa con publicanos; que en vez de anunciar castigos como él lo hacía anunciaba la misericordia infinita de Dios. Entonces se llenó de preguntas y tal vez de angustia. En esas circunstancias les pidió a algunos de sus seguidores que fueran a preguntarle al Maestro: ¿Eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?.

    La estampa de este hombre debe ser entendida porque él por contraste nos ayuda a comprender lo que es el cristianismo que en su sencillez cuesta tanto, tanto, entender de fondo. En toda la historia de la Iglesia ha habido momentos en los que se ha predicado una religión parecida a la de Juan Bautista: haz penitencia, mortifícate... de otro modo vendrá el castigo implacable; hubo momentos y tendencias herejes en la historia de la Iglesia como la de los donatistas, de los jansenistas en que costaba hablar de la misericordia y nos encerrábamos en el rigor. Hoy día también muchas veces se mide el cristianismo por la coherencia de uno y por las obras que realiza. Es importante afirmar que no se pueden despreciar las buenas obras pero el alma, el fondo, lo profundo del cristianismo, la novedad, es que es Dios el coherente con su amor... que Dios no se desdice cuando me invita a acogerlo en medio de mi debilidad, que la santidad es un regalo y no una ascesis. El cristianismo es un anuncio de Dios que viene y la conversión no es tanto que yo haga cosas buenas por mí mismo sino que me abra a un Dios que viene a mí porque me ama y que comparte conmigo su propio Espíritu.

    El tiempo de Adviento es tiempo de la gran acogida, de la apertura y la conversión. Es decir, de salir de mí para encontrarme con Dios para recibir su espíritu.

    Cuando nos confesamos a menudo nos preparamos al sacramento centrándonos en nosotros. Revisamos la lista de pecados cometidos siguiendo lo que nos indican los formularios de exámenes de conciencia escritos para ayudar la confesión. El penitente mira en detalle qué cosas malas hizo y cuántas veces. En otras palabras, casi toda la preparación consiste en pensar lo que yo hice y lo que voy a decirle al sacerdote. Y muy pocas veces dedicamos tiempo a aquello que es lo central del sacramento. Lo central es escuchar de fondo lo que Dios me quiere decir por medio de la Iglesia: Yo te perdono, yo te quiero, yo te acepto, no te desesperes, levántate, yo vengo a estar en ti.

    Y así, es muy importante pedirle a Dios en esta Navidad entender el alma del cristianismo, que es la revelación de un Dios que se acerca, de un Dios que me acoge y a quien yo acojo, que el centro es Él y no soy yo.

    Pero así como no es el centro de la confesión la lista de los pecados cometidos, tampoco es el centro del cristianismo la lista de cosas buenas que he hecho y que Dios tiene que retribuirme con un premio. El mensaje de Jesús nos enseña una relación diferente con nuestro Padre... relación que no es comercial de pago, de premio o de castigo, sino relación filial de amor y libertad. Por eso es tan peligroso que no se entiendan bien las mandas. La manda más que un acto de amor y de confianza puede convertirse fácilmente en una especie de trueque: tú me haces un favor y yo te pago. Eso puede romper el alma del cristianismo. Del mismo modo puede ser mal entendido un lenguaje que habla de capital de gracia que se acumula para un trueque.

    Ayer celebramos la Inmaculada Concepción, una fiesta particularmente cristiana. Ahí no se pagan los méritos sino que se celebra la pura gracia. En María, desde su concepción, se trasparenta como en nadie que Dios hace grandes cosas por los que ama, que mirando la humildad de su esclava por puro amor la hace llena de gracia. En María se reflejó el cristianismo, que es el amor de Dios derramado en plenitud porque Dios nos amó primero. Esto es fácil de decir, pero en la vida diaria nos cuesta aceptarlo referido concretamente a nosotros. Nos asusta mucho entender eso cuando nosotros mismos nos experimentamos débiles y pecadores. Sin embargo, es desde esa posición desde donde se comprende mejor y se recibe a Jesús como salvador.

    Hemos contado otras veces desde

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