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El zodíaco: La desaparición de Virgo
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El zodíaco: La desaparición de Virgo
Libro electrónico257 páginas3 horas

El zodíaco: La desaparición de Virgo

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Información de este libro electrónico

No tienen superpoderes o habilidades especiales, Zodiaco es una organización que vive en el extremo, en el limbo impuesto por una sociedad que busca segregar y marcar sus clases. Se unieron por coincidencia o simplemente por el actuar del destino, cada uno de sus integrantes tiene un sobrenombre según su fecha de nacimiento; Zodiaco habita a las afueras de una ciudad sin nombre y, tal vez, sin ley.

La desaparición de Virgo es una historia inquietante que busca entre sus líneas mantener al lector en una constante tensión. Un ataque a un centro comercial, el cártel rival desencadena una serie de eventos que tarde o temprano determinarán qué pasó con Virgo. ¿Te atreves a averiguarlo?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 ene 2017
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    El zodíaco - Margarita Norambuena

    El Zodiaco

    La desaparición de Virgo

    Autora: Margarita Norambuena Valdivia

    Editorial Forja

    General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile.

    Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208.

    www.editorialforja.cl

    info@editorialforja.cl

    Ilustrador: Shukei

    felipeshukei@gmail.com

    Youtube: www.youtube.com/user/shukeiart

    Diagramación: Sergio Cruz

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    Primera edición: enero de 2017.

    Prohibida su reproducción total o parcial.

    Derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

    Registro de Propiedad Intelectual: Nº 264880

    ISBN: Nº 978-956-338-298-3

    Para Amanda Ruby Norambuena Valdivia,

    mi hermana, mi confidente y mi mejor amiga.

    Prefacio

    Llovía a cántaros, el aguacero llevaba días azotando la ciudad. Las estrechas callejuelas de adoquines se encontraban surcadas por ríos de agua lodosa que corrían a ambos costados arrastrando todo a su paso.

    El desolado paisaje era interrumpido únicamente por el sonido de su carrera.

    Avanzaba lo más rápido que sus cortas piernas y la carga extra le permitían. Tenía los pies como dos cubos de hielo y estaba mojado hasta la médula; sentía que no sería capaz de dar otro paso, pero ahí estaba, corriendo colina arriba, huyendo sin mirar atrás.

    Cuatro campanadas sonaron a la distancia y eso alertó sus sentidos. Observó en todas direcciones y siguió por una callejuela secundaria.

    Casi al salir al siguiente camino principal se vio forzado a frenar de golpe, lo que provocó que su carga se resbalara de sus manos. Asustado, más bien dicho aterrado, agarró el cuerpo inerte que cargaba y lo arrastró de los brazos hasta el costado de un contenedor de basura.

    —¡Revisen todo, no deben estar lejos! —gritó el uniformado.

    Asomó ligeramente la cabeza por el costado del contenedor con la esperanza de identificar la posición de los oficiales. De pronto, la luz de una linterna lo cegó momentáneamente.

    Horrorizado, se echó de golpe hacia atrás y sacó un gran revólver de su bolsillo. Lo aferró con fuerza entre los dedos y observó fijamente la esquina superior del contenedor, esperando ver aparecer al hombre de la linterna que iluminaba erráticamente el estrecho callejón.

    Eran ya las cuatro de la tarde, pero fácilmente podría haber sido medianoche. Hacía dos horas que no les llegaba nada de luz desde lo alto y las calles parecían las de una ciudad abandonada.

    Percibía los pasos con cierto pavor, notando claramente cómo hacían salpicar el agua de las pozas que se formaban sobre aquella callejuela.

    Ya se quedaba sin aire y sentía la angustia de cada paso que acortaba las distancias entre su escondite y el portador de la linterna.

    Tragaba y exhalaba por la boca entreabierta, forzándose a respirar, tratando de recuperarse del esfuerzo físico recientemente realizado y del temor que recorría su joven cuerpo.

    Cerró con fuerza los ojos, deseando que todo desapareciese. Al abrirlos distinguió una asombrada cara redonda bajo la gorra del oficial, quien parecía no dar crédito de lo que veía.

    El muchacho tardó dos segundos en reaccionar, apunto el cañón a la cabeza y jaló del gatillo. El estruendo retumbó por toda la manzana.

    Rápidamente, se inclinó sobre el cadáver y lo registró. Después de retirar el arma, la linterna y una billetera, regresó por el cuerpo que llevaba consigo para cargárselo sobre los hombros y echar a correr nuevamente.

    —¡Alto! —escuchó que gritaban a su espalda. Acto seguido, sintió el sonido metálico de las balas al impactar el suelo cerca de sus pies.

    —¡Tras él! —gritó el hombre a cargo, algunos de sus compañeros llamaban por radio y otros revisaban el cadáver.

    No se detuvo a comprobar si lo seguían. Un denso vaho blanco, le salía por la boca entreabierta mientras continuaba con su desesperada huida.

    Llegó a lo alto de la colina y desde allí la visualizó, su salvación: una pequeña iglesia tras la cual se extendía un abandonado y antiguo parque cementerio. Si lograba llegar al parque estaría a salvo. La iglesia continuaba siendo parte del distrito, pero el parque no. Los hombres que lo perseguían no tenían jurisdicción allí y adentrándose en el bosque tras el cementerio sería fácil perder a sus perseguidores. Al menos eso esperaba.

    Observó por un momento sobre el hombro y se topó de frente con el perfil de un chico un año menor, cuyo rostro parecía de papel. Dio un pequeño empujón con un hombro y acomodó el cuerpo un poco mejor. Luego, volvió la vista al frente y corrió colina abajo, tomando el atajo por la quebrada.

    Rápidamente perdió visibilidad, la quebrada era lo suficientemente pronunciada y deshabitada como para que la escasa luz que procedía de las farolas de la ciudad se perdiese tras avanzar un par de pasos.

    No previó el desastre que le siguió, con solo doce años era evidente que sería incapaz de prever cada situación. Las intensas lluvias habían convertido en fango la superficie de la quebrada y un gran caudal de agua, barro y piedras, corría bajo sus pies.

    Tras dar los primeros pasos se topó con el caudal de lodo y no pudo contener la fuerza del desplazamiento de agua y tierra. Se fue de espaldas resbalando colina abajo a gran velocidad.

    Medio minuto después, un par de hombres con linternas se asomaban sobre el barranco e iluminaban inútilmente la ladera en busca del fugitivo, quien para entonces se encontraba sepultado bajo el barro a los pies de la colina.

    Aries

    —¡¿Dónde está mi hermano?! ¡¿Dónde está mi hermano?! —gritaba colérico Cáncer.

    En serio, como siga gritando le pego un tiro en la cabeza a ver si de una puñetera vez deja de armar escándalo. No puedo creer lo exasperante y cabezota que puede llegar a ser Cáncer, seguro que su hermano está escondiéndose de él. Cáncer es realmente asfixiante. Si yo fuera su hermano hace tiempo me hubiese largado. Es más, ni siquiera estoy segura de que sean hermanos, vamos, que esos dos no pueden ser más distintos.

    Capricornio y yo estábamos haciendo el recuento de la operación y revisando el botín, cuando al observar de reojo, pude notar que Cáncer había empezado a destruir mesas y sillas mientras continuaba gritando por su hermano desaparecido.

    El siempre sensato de Libra estaba junto a Piscis intentando calmarlo, pero vaya que puede ser un cabeza dura. ¿Qué importa dónde está su hermano? Seguro solo se ha retrasado, no es para que se vuelva un demente y comience a destruirlo todo mientras grita como lunático. Después de todo, no sería la primera vez que Cáncer monta un espectáculo por su hermano, injustificadamente.

    —En serio, Cáncer. Estoy así de volarte lo sesos —lo amenacé ya harta de su pataleta.

    Cáncer me observó de arriba abajo, resollando con fuerza y entrecerrando sus ojos rojizos, con un aspecto bastante bestial que a mí ni me inmutó; los dos podíamos jugar al mismo juego.

    —Aries… no creo que debas provocarlo más —me aconsejó Libra hablando tras mi espalda. Tampoco lo tomé en cuenta.

    —Escucha, Cáncer. Tu hermano debe haberse entretenido en alguna tontería, no sería la primera vez. Como vuelva a oírte un grito más y le diré a Tauro que te ate al poste —le advertí. Cáncer continuó observándome como si fuese un engendro poseído.

    —Creo que Aries tiene razón, Cáncer. A veces Virgo solo toma el camino largo para regresar —le comentó en tono dulce Piscis, tratando de calmar el explosivo carácter de Cáncer.

    Cáncer y yo nos retuvimos las miradas firmemente, él continuaba despidiendo fuego por los ojos, fuego que chocaba con el resistente muro que había en los míos. Cáncer podría amedrentar a muchos del Zodiaco, pero definitivamente no a mí.

    —Piscis tiene razón. Además, recuerda lo que pasó la última vez que creíste que tu hermano había desaparecido —le comentó Libra.

    Cáncer cambió repentinamente de actitud, se relajó considerablemente; es más, una sombra de temor pasó por sus ojos y se giró para apreciar el desorden que había causado. Entonces, con una rapidez sobrehumana, se allanó a repararlo todo.

    Yo no pude evitar sonreír para mis adentros al tiempo que daba media vuelta y volvía a mi labor junto a Capricornio, quien continuaba trabajando con esa parsimonia que tanto me exasperaba.

    Si había algo a lo que realmente Cáncer temía, y creo que era lo único, era a las represalias de su hermano.

    Virgo era uno de los más tranquilos, sino es que el más, y el único que nunca se había ensuciado las manos. Su trabajo consistía principalmente en la planeación y organización de las operaciones y del crimen cibernético. Todo el resto, al menos alguna vez, había jalado del gatillo, algunos lo gozaron más que otros… pero esos son detalles.

    Sin embargo, a pesar de su pasiva actitud y su disgusto por la sangre y los actos bélicos, Virgo, y pueden preguntarle a cualquiera, sin duda alguna, podía llegar a ser el más despiadado de los doce del Zodiaco. Y lo peor de todo, es que no usa armas, al menos no físicas. Una mirada, una palabra, o la ausencia de la misma y estás acabado.

    Virgo realmente podía llegar a ser extremadamente frío y perder su favor podía ser tan terrible como hacer enfadar a Escorpio. En serio, no estoy segura de cuál de los dos puede ser peor enemigo. La indolencia de Virgo podía hacerte pasar semanas pidiendo su perdón sin lograr aplacar tu sufrimiento.

    Dejé ir una suave carcajada al recordar la última vez que Virgo castigó a su hermano. Pues dicho lo dicho, no es como que Virgo te pusiera en aviso, ni te dijera: Has sido un cretino, de ahora en adelante no te habló más o algo por el estilo, no, Virgo simplemente continuaba con su vida y tú simplemente desaparecías del mapa y te convertías en un desperdicio de aire que Virgo ni se molestaba en mirar.

    Y sí… no parecía tan terrible, al menos no al principio, sobre todo si intentabas hacerte el fuerte y hacías de cuenta que ni siquiera te importaba, que, es más, era algo que te venía de las mil maravillas, pero pasaban los segundos, los minutos, las horas… los días… y entonces lo sabías: no podías dejar que continuara así. Comenzabas a darte cuenta de todas y cada una de las cosas que Virgo hacía por ti, y Dios… no sé cómo le alcanza el tiempo a ese hombre para hacer todo eso y, es obvio, como no estás acostumbrado a hacerlas tú, mueres en el intento.

    Así, por ejemplo, mientras todos desayunaban sus deliciosos panqueques, porque sí, mientras duraba tu castigo, a Virgo le daba por cocinar toda clase de deliciosos manjares y, naturalmente, ninguno era para ti, pues tú no existías. Y como era Virgo quien cocinaba todas las comidas del día, te veías forzado a tratar de sobrevivir a base de agua y pan, ¡porque, diablos!, ¡¿quién sabe cómo diantres se enciende la cocinilla?!

    Usualmente, luego del primer día tratabas de hacerte un par de huevos, es la típica, todos los que hemos estado en esa situación y nos hemos hecho los valientes aventurándonos los primeros días a nuestra suerte, hemos empezado por los huevos para el desayuno. Y todos, sin excepción, hemos acabado mal, algunos peor que otros.

    Una vez, pude ver cómo a Virgo se le escapaba una sonrisa, que rápidamente disimuló, mientras Escorpio gritaba: ¡Fuego! y le daba de balazos a la cocina, como si las balas pudieran apagar el fuego. Sí, fue épico, y mientras todos moríamos de risa mientras degustábamos nuestros huevos fritos con tocino y pan francés, Escorpio gritaba mil maldiciones y arrojaba cuanta cosa tenía a su alcance para intentar apagar las llamas que salían de la hornilla. Virgo no rio, continuó fingiendo que nada sucedía.

    —¡Lo siento, de acuerdo! ¿Estás contento ahora? —le preguntó un chamuscado Escorpio a un inmutable Virgo, quien continuaba comiendo su desayuno y saboreando su chocolate caliente.

    Todos intentamos ser solidarios con el pobre Escorpio y cubrimos nuestras bocas mientras una que otra risilla escapaba de nuestros labios y se perdía entre nuestros dedos, observando el intento de interacción de Escorpio, del cual Virgo parecía no estar enterado. El temperamental Escorpio, agravado en parte por su reciente fiasco, terminó por explotar.

    —¡Te estoy hablando, mocoso! —le espetó golpeando con fuerza la superficie de la mesa frente a Virgo, quien dio un pequeño brinco en su puesto, pero sin reaccionar de alguna otra forma—. ¡Mírame cuando te hablo, niño! —le ordenó entre dientes, sujetando a Virgo de sus ropas y volteándolo bruscamente hacia él.

    Virgo cruzó un instante la mirada con Escorpio, pero rápidamente volvió su vista al frente.

    Escorpio quedó helado por un segundo. Cáncer estaba a punto de ponerse de pie, pues no dejaba que nadie le hablara así a su hermano, sin embargo, una dura mirada por parte de Virgo lo regresó a su asiento en silencio.

    Escorpio soltó a Virgo y se quedó como alma en pena de pie junto a él, sin saber cómo reaccionar. Fue como si Virgo le hubiese robado el alma. Repentinamente un profundo silencio se apoderó del lugar y nadie sabía qué hacer, ni siquiera nos atrevíamos a respirar.

    —Me gustaría recordarles, que si alguno de ustedes hace uso de la cocina, debe dejarla en las mismas condiciones en las que estaba —comentó al aire Virgo, acto seguido se puso de pie, tomó su servicio y loza desocupados y los llevó al fregadero, los lavó, puso los trastos en el secador y se marchó.

    Solo una vez que Virgo dejó la habitación, el aire volvió a recorrer nuestros pulmones y el alma le volvió al cuerpo a Escorpio, quien abrió los ojos como plato y se giró rápidamente para ver el desastre que había dejado.

    Aquel día, Escorpio se aseguró de dejar todo en orden, es más, convenció a Acuario y juntos fueron a comprar una nueva y mejor cocina, una campana, ollas, sartenes y cuanta cosa se le ocurrió que podría ser útil y gustarle a Virgo.

    A Virgo nunca le agradaron los sobornos y Acuario se lo recordó a Escorpio, pero él insistió en que no era un soborno, sino que una ofrenda de paz. Dos días después, Virgo había horneado unas galletas de chocolate y vainilla, las favoritas de Escorpio, y se las dio junto a una humeante taza de capuchino. Escorpio lloró como un bebé al saberse perdonado y juró no volver a ser un idiota.

    Bueno, al menos hasta el día de hoy Escorpio no ha reincidido, debo concederle aquel mérito.

    Tauro

    Habían pasado ya dos horas desde que habíamos regresado y tenía hambre.

    Observé con cierto anhelo la gran cocina americana que quedaba del otro lado de la habitación, todo estaba pulcramente ordenado, Virgo siempre lo mantenía todo en perfecto orden.

    Hablando de Virgo, ¿cuándo pensaba aparecerse de regreso? Pronto sería hora de la cena… ¿qué iba a pasar con la merienda?

    —Tengo hambre… tengo hambre… —no podía dejar de pensar y murmurar aquello.

    Sopesé la posibilidad de asaltar el santuario de Virgo… ¿qué tan mal podría salir? Sabía que Virgo guardaba provisiones listas en algún lado de aquel pulcro lugar.

    El problema no era sacar la comida, Virgo no se molestaba por ello, el problema radicaba en saber qué comida podía tomar y cuál no.

    Una vez encontré una perfecta tarta de arándanos en la encimera. Tardé media hora en acabármela y media hora más en ser descubierto por el chiquillo.

    Me sentí la peor persona del mundo. Virgo estaba histérico, me dijo un montón de cosas que escasamente logro recordar, pero que dolían como dagas envenenadas.

    La tarta era para celebrar que Sagitario había sacado el carné de conducir. Me dijo que se había levantado de madrugada y había pasado toda la mañana preparando y horneando la tarta y que ya no tenía forma de preparar otra, no solo porque se había quedado sin ingredientes, sino que porque Escorpio, Capricornio y Sagitario estaban por volver. Y como si Virgo fuese un adivino, los mencionados atravesaron la puerta de entrada riendo campantes.

    Virgo casi se echa a llorar, me dio un par de puñetazos en el pecho seguidos de una patada en la canilla que casi no sentí, mientras me gritaba que era un desconsiderado. Virgo se encerró en su habitación y para cuando los demás quisieron enterarse y les conté lo de la tarta, querían aniquilarme. Sobre todo Sagitario.

    —¡Esa era mi tarta, bruto! —me gritó la muchacha de cabello trigueño largo, mientras era sujetada por Escorpio y Capricornio.

    —Cálmate —le pedí mientras me rascaba el pecho y ella gritaba y arrojaba patadas al aire.

    —¡Te voy a desollar, animal! —berreaba posesa. La tarta de arándano era su favorita y esa sería la primera vez que comería una cocinada por las manos de Virgo, por lo cual había estado muy ilusionada.

    Virgo no salió de su habitación, Sagitario fue a decirle que todo estaba bien, que no importaba. Pero Virgo estaba muy afligido por no haber podido cumplir con su promesa.

    Cuando Sagitario logró calmar a Virgo y ambos volvieron a reunirse con el resto, yo me encontraba atado al poste con la nariz sangrando. El idiota de Cáncer me había dado un puñetazo que me dolió hasta la médula. Ninguno de los otros brutos me defendió, es más, Escorpio propuso abrirme la panza para recuperar la tarta y Leo se ofreció a ejecutar el plan, sacando una navaja de su bolsillo trasero y aproximándose sonriendo ufano hacia mí. Finalmente, Aries ordenó que me ataran al poste.

    Cuando Virgo regresó y reparó en mi presencia, se quedó un momento de

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