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Biografía de Marco Fidel Suárez
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Libro electrónico285 páginas3 horas

Biografía de Marco Fidel Suárez

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Historiar la vida y la obra del ilustre varón que ascendió, desde la humilde condición de su cuna hasta la gloria del Solio de Bolívar, no es tarea fácil ni liviana. El señor Suárez ofrece tantos puntos de interés, simboliza y encarna tantos conceptos intelectuales, políticos, humanísticos, y define con caracteres tan singulares las modalidades de su época y la misma inquietante parábola de su misma vida, que el solo intento de fijar en capítulos históricos su figura extraordinaria es ya un signo de decisión y de valioso empeño.
Piénsese tan sólo en lo que representa para la tradición democrática de Colombia el hecho insólito de aquella soberbia humildad que, mimada si se quiere y protegida por la generosidad de otros, pero decorada también con la realidad de una propia e inverosímil consagración, enseñó a todas las generaciones cuán cierto es entre nosotros el precepto, de la igualdad humana, como caudal de oportunidades para imponerse ante los demás con el recurso exclusivo de los propios merecimientos.
conformaron los contornos de nuestra soberanía sobre invulnerables concepciones del Derecho Internacional.
Recuérdese que don Marco Fidel, en medio de dificultades capaces de acobardar a un corazón menos firme que el suyo, ejerció la rectoría de la nación, escaso de recursos presupuestales que contrastaron con la abundancia de su sabiduría y de su entendimiento; que, en aras del bienestar colectivo, ofrendó el sacrificio de su investidura suprema para garantizar un futuro de paz, de dignidad y de abundancia.
Reúnanse tantos conceptos que provocan la contemplación y el estudio de este varón singular y se comprenderá el mérito de una obra que, de modo afortunado logró compendiar una existencia de tales proporciones y una personalidad de tan variados aspectos. El doctor Sánchez Camacho ha logrado este propósito en forma meritoria.
Su relato es ameno, la selección de los episodios logra caracterizar al individuo y definir el ambiente de su ocurrencia; las citas fueron bien escogidas y exhiben el estilo del hombre en tantos aspectos en que pudo y supo prodigarse.
Muchas otras cosas cabria expresar en este trabajo, pero el intento de agregarlas aquí acaso rebasaría los límites y el propósito de esta simple acta de calificación académica. En todo caso queda en pie el mérito del autor que consiguió su empeño de manera elocuente y eficaz.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 ago 2019
ISBN9780463231852
Biografía de Marco Fidel Suárez
Autor

Jorge Sánchez Camacho

Jorge Sanchez Camacho fue un escritor e historiador colombiano de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX que se destacó en el entorno académico nacional, por escribir las biografías de varios presidentes de la república de Colombia. Su prosa sencilla y clara lo distinguieron como uno de los mejores autores de su época.

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    Biografía de Marco Fidel Suárez - Jorge Sánchez Camacho

    Biografía de Marco Fidel Suárez

    Jorge Sánchez Camacho

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Biografía de Marco Fidel Suárez

    © Jorge Sánchez Camacho

    Colección Presidentes de Colombia N° 7

    Cel 9082624010

    New York City, USA

    ISBN: 9780463231852

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Biografía de Marco Fidel Suárez

    Dedicatoria

    Informe

    Solar antioqueño

    Rosalía Suárez

    Teólogo y guerrillero

    Escuela de triunfos

    El centenario de Bello

    Estímulos decisivos

    El canciller Suárez

    El fin de siglo

    El gran bochorno

    Los días del quinquenio

    Jefe y exégeta

    La magna oración

    Respice polum

    El presidente

    Gobierno probo

    La doctrina Suárez

    Cumbre y calvario

    El soñador se defiende

    La justicia cojea

    Balance

    Algunos documentos

    Bibliografía

    Dedicatoria

    Dedico este libro a la memoria de mi padre, Antonio Sánchez Navas, quien me enseñó a Suárez como uno de los símbolos de nuestra democracia. También lo entrego a mi hijo Pablo Antonio, para que se prolongue la enseñanza.

    El Autor

    Informe

    Historiar la vida y la obra del ilustre varón que ascendió, desde la humilde condición de su cuna hasta la gloria del Solio de Bolívar, no es tarea fácil ni liviana. El señor Suárez ofrece tantos puntos de interés, simboliza y encarna tantos conceptos intelectuales, políticos, humanísticos, y define con caracteres tan singulares las modalidades de su época y la misma inquietante parábola de su misma vida, que el solo intento de fijar en capítulos históricos su figura extraordinaria es ya un signo de decisión y de valioso empeño.

    Piénsese tan sólo en lo que representa para la tradición democrática de Colombia el hecho insólito de aquella soberbia humildad que, mimada si se quiere y protegida por la generosidad de otros, pero decorada también con la realidad de una propia e inverosímil consagración, enseñó a todas las generaciones cuán cierto es entre nosotros el precepto, de la igualdad humana, como caudal de oportunidades para imponerse ante los demás con el recurso exclusivo de los propios merecimientos.

    Agréguese a esto la magnitud y la calidad de la obra literaria del señor Suárez, maestro de la Lengua, señor del estilo, filósofo del idioma, erudito extraordinario de todos los recursos que prodiga al pensamiento el romance de Castilla, académico de autoridad indiscutible e investigador de ejemplar consagración, que con la divulgación de sus páginas conservó y magnificó en Colombia la tradición de Cervantes, de Caro y de Rufino José Cuervo.

    Medítese igualmente en que el insigne antioqueño trazó con su pluma y con sus dones de sutil diplomático los linderos de la patria, sobre el texto de tratados que fijaron los hitos fronterizos en distancias inmensurables y conformaron los contornos de nuestra soberanía sobre invulnerables concepciones del Derecho Internacional.

    Recuérdese que don Marco Fidel, en medio de dificultades capaces de acobardar a un corazón menos firme que el suyo, ejerció la rectoría de la nación, escaso de recursos presupuestales que contrastaron con la abundancia de su sabiduría y de su entendimiento; que, en aras del bienestar colectivo, ofrendó el sacrificio de su investidura suprema para garantizar un futuro de paz, de dignidad y de abundancia.

    Reúnanse tantos conceptos que provocan la contemplación y el estudio de este varón singular y se comprenderá el mérito de una obra que, de modo afortunado logró compendiar una existencia de tales proporciones y una personalidad de tan variados aspectos. El doctor Sánchez Camacho ha logrado este propósito en forma meritoria.

    Su relato es ameno, la selección de los episodios logra caracterizar al individuo y definir el ambiente de su ocurrencia; las citas fueron bien escogidas y exhiben el estilo del hombre en tantos aspectos en que pudo y supo prodigarse.

    Muchas otras cosas cabria expresar en este trabajo, pero el intento de agregarlas aquí acaso rebasaría los límites y el propósito de esta simple acta de calificación académica. En todo caso queda en pie el mérito del autor que consiguió su empeño de manera elocuente y eficaz.

    (El anterior informe suscrito por la comisión que estudió las obras presentadas al IV Congreso, fue leído por el doctor Gabriel Giralda Jaramillo, secretario de la Academia Nacional de Historia y jefe de extensión cultural nacional y bellas artes, en la sesión plenaria del día 22 de julio de 1954).

    I. Solar Antioqueño

    Conviene que el lector se detenga, antes de llegar a la biografía, en Antioquia, la comarca del señor Suárez, para que observe algo del panorama intelectual y psíquico, tan necesario en la explicación de los esfuerzos personales que formaron al personaje de este libro.

    Entre los gritos de guerra de los catíos, las emboscadas de los yamesíes, los incendios de los tuangos, los arrojos de los nutabes y el valor y la crueldad de los españoles se iba forjando el alma tenaz y aventurera de aquella raza nueva, mestiza de sangre y mezclada también con genes de libertad y de bravura, anota Ricardo Uribe Escobar al disertar sobre la comarca.

    Los colonizadores venían de las provincias vascongadas, de Extremadura, de Castilla, de León y de Aragón y no faltaron los andaluces y los valencianos, por donde asoman algunas señales de sangre semita. Pero no se diga que los antioqueños son de origen judío, porque no hay argumentos para sostener esta tesis.

    Si encontramos entre sus poblaciones nombres de aldeas bíblicas y entre los de personas algunos que nos recuerdan la raza judía, esto se debe al catolicismo probado de sus gentes. En su tiempo valieron los mismos razonamientos y otros muchos sólidamente expuestos por Antonio José Restrepo, Emilio Robledo, el señor Suárez, etc., para destruir la leyenda.

    La aventura, el trabajo, el temperamento ajustado a las urgencias prácticas de la vida, los rasgos etnológicos ciertos, son de la herencia española y de la mezcla con los primitivos, que en el encuentro con el medio ambiente afincaron el perfil inconfundible de los antioqueños.

    En la obra "El hombre y la tierra", de Luciano Fabvre, hallamos algo que es como el retrato del antioqueño: es el hombre de curiosidad limitada, necesariamente de horizonte limitado por la alta barrera de montañas; tradicionalista, rutinario nato, mantenido por su hábitat fuera de las grandes corrientes de civilización; conservador hasta el alma, hundido por todas sus fibras en el pasado; guardián supersticioso de la herencia moral y material de los antepasados, porque nada viene a inspirarle el deseo de cambiar. Viejos usos, viejas costumbres, viejas lenguas, viejas religiones. Es el habitante de la Engadina con su romance, el vasco y su éuskaro, el valdense y sus doctrinas religiosas, el andorrano y sus libertades y más lejos el albanés, con su dialecto y su Islam. Este montañés teórico es un hombre vigoroso, honrado, que vive sanamente en medio de una familia patriarcal sólidamente constituida; voluntarioso, industrioso, frugal, económico y previsor, ignorante del lujo, desdeñoso del regalo, trabajador y temible competidor de las gentes del llano.

    Por tal carácter, que fortifica la noción del patriotismo, puesto que arraiga al hombre a la tierra donde nació, observamos en la guerra magna una formidable voluntad de sacrificio que nos permite nombrar no menos de veinte auténticos próceres antioqueños cuya vanguardia forman Atanasio Girardot, José María Córdoba, Salvador Córdoba, Juan de Dios Aranzazu, José Félix de Restrepo, Liborio Mejía, Francisco Antonio Zea y Juan del Corral.

    Y por el temperamento dispuesto a la empresa que acicatea la inteligencia ordenada hacia objetivos concretos y proselitistas. Antioquia ha dado a la patria hombres que el plebiscito popular elevó a la presidencia de la república y que resisten con honor el juicio de la historia: Liborio Mejía, Aranzazu, Carlos E. Restrepo, Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina y Mariano Ospina Pérez ejercieron el poder y su obra de gobierno es la expresión de la energía y el patriotismo encaminados al bien común. Esto basta para que no se extinga la gratitud nacional que se les profesa.

    Explicaría suficientemente la abundancia de hombres bien logrados, además de las singulares virtudes raciales, ese sedimento romántico que hunde las raíces en las tradiciones sociales y familiares y se proyecta hacia el porvenir pleno de angustia o de optimismo. Escuchemos, por ejemplo, en la voz de los poetas antioqueños, el dulce susurro de lo que fue y no volverá:

    "Allí a la sombra de esos verdes bosques

    correr los años de mi infancia vi;

    los poblé de ilusiones cuando joven,

    y cerca de ellos aspiré a morir".

    La alegría de ser libre para enfrentarse a la vida con la posibilidad del triunfo total:

    "Yo que nací altivo y libre

    sobre una sierra antioqueña,

    llevo el hierro entre las manos

    porque en el cuello me pesa".

    La prontitud generosa y audaz con que se juzga lo efímero de todos los afanes terrenales:

    Cambio mi vida por un anillo de hojalata

    ..."juego mi vida, cambio mi vida,

    la llevo perdida".

    De todos modos

    La angustiada oración plena de humano temblor ante lo eterno, que por la pequeñez de lo que somos se alza hacia Dios, dejándonos silenciosos y absortos:

    "Mas hay también oh Tierra! un día... un día... un día...

    en que levamos anclas para jamás volver...

    Un día en que discurren vientos ineluctables.

    Un día en que ya nadie nos puede detener".

    …………………………………………….

    "Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales

    que nunca humana lira jamás esclareció,

    y nadie ha comprendido su trágico lamento...

    Era una llama al viento y el viento la apagó".

    Estas voces que son las de Gutiérrez González, Epifanio Mejía, León de Greiff y Porfirio Barba Jacob, de la entraña antioqueña, recogen las notas espirituales de ese romanticismo en que se reúnen el pasado, el presente y el porvenir de su pueblo, para darle contenido vigoroso y profundo a la vida.

    Y el antioqueño, cuyo nombre no pertenece al patrimonio más valioso de la nación por el heroísmo o el talento, es el simple paisa, como lo afirma Julio César Arroyave: "Un héroe popular, soñador y aventurero, que en todas partes deja huellas perdurables y cuya fisonomía y cuyo acento le distinguen por doquier. Es ese minero que tras el oro, la mujer y el aguardiente hace correr los dados de la suerte sobre un poncho de rayas coloradas. Es aquel arriero corajudo que porta con sin igual donaire el chango, el carriel y la peinilla de veinticuatro pulgadas, en su vaina dibujada y fachendosa, y que con la mulada, por entre los barrancos, tremedales o senderos, por entre el cafetal o en la llanada, loma arriba o por la calle empedrada de la aldea, retiembla de salud y vierte energía. Es aquel campesino que siembra el maíz adjuntándole el fríjol y que ha inmortalizado en poema virgiliano el más antioqueño de nuestros vates.

    El paisa es ese hacendado o gamonal, que montado en buena cabalgadura demuestra en las arrugas de su rostro patriarcalísimo una seriedad de Quijote y con la mirada hundida y la voz profunda nos enseña la autoridad que conceden los años y el respeto a que es acreedora la experiencia fecunda. En fin, agrega con mucha verdad gráfica Arroyave: El paisa es aquel que embauca y urde cosas increíbles y se vale de trampas y recursos apenas comparables con el ilusionismo y la prestidigitación, que imita lenguaje de místeres y se hace pasar hasta por el mismo diablo".

    Ese paisa le ha dado también riqueza a la patria y, además, lenguaje, folklore, humorismo y filosofía popular.

    Voces como machorrucio y cañero, contrimas, natilla, guale, chupachupas y lempo, que reemplazan a engaño; cuanto y más; preparado de maíz cocido, molido y colado, leche y panela; tedio, tristeza; majadero, tonto; grande, desproporcionado, burdo, son típicamente antioqueñas, populares y muy expresivas. Se nos viene aquella referencia acerca de un gran minero inglés que, de visita en Medellín, le oyó a un gamín la siguiente frase: Ijuel sipo de lempo, de morlaco, de sespedón de trolo de violón; todo porque había visto a un músico que pasaba en realidad con un violón.

    La copla antioqueña posee el encanto de la aguda y desproporcionada comparación, seguida de un fino acento musical:

    "En una noche sombría

    tus negros ojos brillaron

    y hasta los gallos cantaron

    creyendo que amanecía".

    "Más saben las golondrinas

    que los bisnietos de Adán,

    pues saben de dónde vienen

    y saben a dónde van".

    "Cuando supe la noticia

    de que tú ni me querías,

    hasta la perra de casa

    me miraba y se reía".

    El humorismo, igualmente, se caracteriza por ese agudo sentido de la exageración que ridiculiza un personaje, una situación, un defecto, la memoria de un hombre; en fin, todas las flaquezas humanas. Leamos esta décima:

    "Aquí yace una viudita

    de una figura tan bella,

    que dejó de ser doncella

    desde que estaba chiquita.

    Y como era tan bonita

    y su juicio era tan poco,

    tierna casó con un loco...

    Dios le haya salvado el alma:

    no la enterraron con palma

    porque no se halló de coco".

    No olvidemos cómo la exageración aparece en el simple chiste, porque son incontables los ejemplos. Bástenos el diálogo aquel en que para ponderar lo elevado de una torre un antioqueño afirmaba: eso no es nada, Ave María purísima, en mi tierra hay una tan alta que por la noche la quitan para que pase la luna.

    Y si vamos al refranero, encontramos ese razonamiento elemental que dice más que las teorías de la ciencia de las cosas por las causas últimas de éstas comparadas a la luz de la razón natural, conforme definen pomposamente los clásicos a la filosofía.

    Tiene más costuras que carriel de envigadeño, afirman en Antioquia cuando observan los remiendos del vestido o lo intrincado de un pleito. Conforme es el indio, es la maleta, para significar el parecido físico y moral de padres a hijos o al contrario, y que es muy semejante al español de hijo de tigre sale pintado. El perro viejo si ladra da consejo, también se dice en Antioquia para ponderar la experiencia de los ancianos. Más entrador que nigua salamineña, para que se entienda el arte de la intriga.

    Inagotable para un capítulo es, en fin, el estudio de las riquezas espirituales, morales e intelectuales del pueblo antioqueño. Aparecen ellas en el haber de los Ospina, los Restrepo, los Berrío, los Carrasquilla, los Arango y tantos más que, muertos o vivos, decoran la inteligencia y la sociedad colombianas. Antioquia es solar de grandes y esta primacía la mantiene por derecho propio. Por sus virtudes es de casta de hidalgos y por su esfuerzo, de machos. Y de esta doble estirpe vino don Marco Fidel Suárez.

    II. Rosalía Suárez

    Corre por Antioquia un viejo dicho que nos asoma a la tierra: el frío conoce al desnudo y el hambre a los de Hatoviejo. Algún escritor describe el pequeño burgo: "recogido al pie de unos farallones rocosos, en un vallezuelo azul donde discurren todavía los céfiros de Garcilazo, y se arremansan, juguetonas y limpias, las aguas que se han desprendido un trecho antes de la cordillera en desflecados cinturones de plata".

    Pero fue el sereno estilo del mismo señor Suárez, quien evocó a su aldea para alabar a quien ya no la llamó Hatoviejo sino Bello: "está cubierto por un cielo azul en el verano, lo alfombran praderas limpias y verdes, lo refrescan aires cordiales y lo riegan un río orlado de sauces y acacias, y los arroyos y torrentes que se derriban de las montañas. La belleza de aquel país en que la naturaleza exhibe cierta limpieza agreste, hace recordar los versos de Tirso de Molina:

    "Seis millas debe de estarde aquí.

    –Belvalle ¿se llama?

    –Bello se puede llamar".

    Bello! Así lo apostrofa el novelista de la Montaña: "Qué bien conmemoras y sugieres al cantor imperecedero de la zona tórrida!...; regalo con que Dios dotó a las gentes que habitan orillas del Medellín... aldea arcadiana de paredes blancas y techumbres oscuras... lugar soñado para el reposo y la meditación. Tu plaza verde, con avenidas de naranjos, dijérase el liceo para una filosofía dulce y sencilla".

    Vivía aquí Rosalía Suárez, mujer humilde, ocupada en el lavado de ropas ajenas, que diariamente llevaba al río en compañía de otras mujeres del pueblo. Entre canciones y comentarios discurrían los días y la labor no interrumpió el embarazo, que bajo la mirada vigilante de la Providencia y sin recursos materiales, el 23 de abril del año de 1855, le dio a la patria un hijo, que la madre meció en pobre cuna de mimbre, sin pañales de lino y en una choza de tierra pisada y techo de paja. El presbítero Joaquín Tobón, bautizó al niño y le puso el nombre de Marcos.

    Bendito sea el seno de la madre que fue nodriza. Benditos sean los ojos que le miraron con amor en la cuna sin linos y sin sedas, bajo el techo pajizo de la estamberga. Benditos sean los labios que le besaron en la frente... Benditas sean las manos que trabajaron para el hijo misérrimo. A ella, a la dulce abejita adorada" (como siempre la llamó Suárez), a la desposeída, a la dolorosa, vaya el respeto, vaya el amor y la veneración de Colombia". Así la saluda uno de nuestros máximos repúblicos, Carlos Arango Vélez.

    En la pobre choza, acompañado de la madre que le veía crecer sin juguetes ni apellidos, el niño fijaba mentalmente las primeras nociones de aritmética, castellano y doctrina cristiana que le enseñaba el cura del lugar.

    En el Sueño del Verano escribió Suárez la semblanza de su primer maestro, que fue el mismo que lo bautizó: "Me imagino que le estoy viendo, tan venerable como un obispo, rezando el oficio a lo largo del corredor de la casa, que daba sobre la plaza del pueblo, paño de esmeralda bajo el azul de aquel cielo, al cual era quitasol desplegado sobre esa tierra intacta y risueña, antes que el subsuelo bermejo saliese afuera a mancharla con las excavaciones de las obras nuevas.

    Apenas divisábamos al señor Cura desde la otra esquina de la diagonal de la plaza, nos quitábamos el sombrero y pasábamos silenciosos y recogidos mientras alcanzábamos a verlo. Los domingos solía ir a visitarlo el doctor Berrío, prócer de la paz y del buen gobierno, quien llegaba montado en la mula alazana o en el caballo mosqueado, soberbios animales. Nosotros, criados con sencillez y obediencia, le descalzábamos las espuelas. El doctor y el señor cura conversaban y nosotros oíamos sin que ellos nos ahuyentaran".

    Los estudios de primaria los completó el niño en la escuela de Fredonia, protegido por el padre Joaquín Bustamante, quien luego le ayudó para el aprendizaje de humanidades en el Seminario de Medellín.

    Como rasgo de esta niñez en solemne pobreza se advirtió la constante aplicación a la lectura, que principiando por el conocimiento completo del catecismo, se aquilató en las páginas de los libros de la pequeña biblioteca de la casa cural. Y como detalle curioso, cuentan que los primeros cuartillos con que obsequiaron a "Marquito", como le decían las gentes, los empleó en la compra de un lápiz que con cariño retuvo toda la vida.

    No era ya esta la época que don Mariano Ospina Rodríguez recuerda, "en que la fe católica dominaba en absoluto en todos los ánimos, y la moral cristiana era la ley suprema. En que no se sospechaba siquiera que una teoría filosófica o política, pudiera entrar en competencia con ella para dirigir las acciones de la vida pública o privada".

    Por el contrario, Manuel María Mallarino había sido electo presidente como una consecuencia política de los gobiernos de Melo y Obando y se iniciaba el federalismo con Ospina Rodríguez, a quien derrotó Mosquera y en el gobierno de este se decretó la función de cultos y se impuso pena de destierro al sacerdote que ejerciera su ministerio sin pase de las autoridades civiles; se expulsó nuevamente a los jesuitas y se les confiscaron sus bienes; se desamortizaron los bienes de manos muertas, que eran los eclesiásticos, adscritos a la educación o a la beneficencia y que tenían el carácter de censos, patronatos y capellanías, los cuales se sacaron a remate como propiedad de la nación; se decretó la extinción de las comunidades religiosas en vista de que no aceptaban la tuición y la amortización, y escandalosamente se remató la obra antirreligiosa con la prisión del arzobispo Herrán. La constitución de Rionegro legitimó todos estos atropellos.

    Este estatuto, expedido "en nombre y por autorización del pueblo y de los Estados Unidos Colombianos", suprimió el nombre de Dios que se había invocado en todas las constituciones anteriores. Se consagró la libre confesión pública y privada de cualquiera religión, con la suprema inspección de cultos por parte del Estado; absoluta separación de la Iglesia y el Estado; inhabilidad de las comunidades religiosas para adquirir bienes raíces.

    En el orden administrativo ordenó la soberanía de los Estados; un Presidente de la Unión por dos años y el nombramiento de Secretarios de Estado, empleados superiores de los departamentos, agentes diplomáticos y jefes militares sometidos a la aprobación del Senado.

    En el político se estableció la inviolabilidad de la vida humana; la absoluta libertad de prensa, expresión y pensamiento y, además, el libre comercio de armas y municiones. El derecho de gentes, incorporado a la legislación nacional, regiría especialmente en los casos de guerra civil.

    En cuanto al Congreso, podía reunirse anualmente sin convocatoria. El poder judicial comprendía una Corte Suprema Federal, elegida por el congreso entre candidatos presentados por las legislaturas de los Estados.

    La reforma del estatuto debía ser requerida por

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