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Ecopolítica de los paisajes artificiales
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Ecopolítica de los paisajes artificiales

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La interacción entre seres vivos y sistemas artificiales produce nuevos conjuntos sociales a niveles algorítmicos, con códigos computacionales y redes, que, desde la perspectiva de la ecopolítica de la información, amplían las nociones de vida y de ser. Por esto, han emergido esquemas de pensamiento que van más allá de lo biofísico y lo digital, que abren campos de conocimiento, que superan los registros biológicos de los seres vivos y que advierten sobre un proceso adaptativo con relación a lo maquínico. Este libro analiza dichos fenómenos mediante el concepto de paisajes artificiales.
Los paisajes artificiales conforman una ecología otra, en la medida en que el proceso evolutivo de la vida natural se reproduce en la vida artificial y en el conocimiento humano y artificial. Así mismo, una ecología política de lo artificial supone encontrar un ecosistema de producción de procesos capaz de explicar los fenómenos que acaecen en al menos tres ámbitos: el de la vida natural y sus orígenes, quizás en la Tierra; el de la vida artificial, como ecosistemas informacionales; y el de la búsqueda de vida en otros planetas. Por eso, los paisajes artificiales permiten intervenir distintos contextos culturales, promover la acción ciudadana, trabajar a escalas microbianas, revelar nuevas perspectivas artísticas, impulsar la transformación del espacio público y pensar futuros en donde la vida no solo es posible, sino que es deseable e inesperada.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 nov 2018
ISBN9789587812763
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    Ecopolítica de los paisajes artificiales - Jaime Hernandez-García

    creativas.

    BIOSFERAS DE INFORMACIÓN

    El concepto de biosfera tiene su mejor construcción conceptual en Stuart Kauffman (2003) y a partir de él se comprende la idea de biosferas de autoorganización, consistentes en entornos interactivos, abiertos, indeterminados, no limitados, inmersos en procesos de autorreplicación, cocreación y otros comportamientos de lo vivo o cercanos a lo vivo. Así, las biosferas se encuentran en el centro de los procesos orgánicos que conducen a la generación de sistemas vivos, pero también en la producción de entornos artificiales con otros materiales, por ejemplo, ideas, datos, números, objetos, relaciones. De esta forma, encontramos biosferas económicas, urbanas, arquitectónicas, de diseño, de salud, etc. Lo fundamental no es su contenido o en qué soporte están construidas, sino el tipo amplio e indeterminado de interacciones que surgen dentro de ellas y con otras biosferas y el hecho de que exhiben diversas formas de autonomía e imposibilidad de control externo e incluso interno. Por ello se dice que construyen verdaderos ecosistemas de información que, al cabo, podemos denominar biosferas autoorganizadas de información, que lo son también de pensamiento, y como tales expresan creatividad y evolución, de carácter no progresivo ni planeado, pues, muy al contrario, son impredecibles. Diversas ecologías ligadas a la ciencia y la tecnología han sido estudiadas para comprender cómo la ecología se ha ampliado hasta abarcar relaciones maquínicas, distintas de las hasta ahora conocidas en los ámbitos naturales.

    En el campo de la ecosofía, Félix Guattari (2000) planteó tres tipos de ecologías que alcanzaron a vislumbrar parcialmente lo que sería el mundo interconectado en redes digitales y de conocimiento y su relación con el pensar. Estas fueron la ecología de las ideas, la ecología social y la ecología del ambiente. La ecología de la mente de Gregory Bateson (1991) plantea, por su parte, un mundo de relación entre los seres, entendidos como conjuntos de ideas, y propone un vínculo entre los entornos y los habitantes a través del conocimiento, con lo cual indicaba que no hay separación entre la naturaleza y la cultura. Y James Watson (1980) propuso una ecología genética, que implicó un cambio de escala y funcionalidad en la relación entre lo vivo, el conocimiento y el entorno. La aparición de la biogenética y sus campos vecinos trajo un descentramiento de la ecología y la llevó más allá de la relación entre individuos y territorios naturales.

    Fritjof Capra (1998) perfiló una ecología profunda, en la cual hace una visión cosmológica de la complejidad, que entiende la integración de todos los elementos en una gran trama de vida, donde los seres humanos, la naturaleza y el planeta estamos relacionados sistémicamente y dependemos unos de otros. Su alcance incluye la complejidad como cosmovisión, si bien no tanto como ciencia, en la cual se encuentra el campo de las nano-bio-info-cognociencias y tecnologías (NBICT), esenciales para comprender las ecologías bioinformacionales que surgen para pensar y construir los paisajes artificiales. La ecología política planteada por Bruno Latour (2013) propone al actor red como aquel que toma en cuenta también a los seres de otras especies o con soportes de vida distintos de los del carbono, tales como los mecanorgs, los cíborgs y los entornos de vida artificial y robótica, a los que considera igualmente en calidad de actantes. Dicha inclusión facilita el camino del conocimiento para tejer una relación horizontal entre los sistemas vivos y las sociedades artificiales. Con este enfoque no se privilegia lo humano ni se lo pone en el centro, sino las posibles relaciones inteligentes con el entorno social tanto físico como inmaterial. De ahí que los avances y evoluciones tecnológicas y científicas puedan tener otras posibilidades que no han sido contempladas aún.

    Nicolas Bourriaud (2007) propone una ecología estética, en la cual compromete la cualidad de lo relacional como aquello capaz de vincular de manera no lineal y no jerárquica los distintos sistemas sociales, culturales, políticos que participan en las producciones de las artes, en el sentido más abierto posible. Sin embargo, los sistemas científicos-tecnológicos y de conocimiento no han ocupado aún el centro de su propuesta. Este aspecto fue incorporado por Pierre Lévy (2005) en su ecología cognitiva y sirve de fundamento para comprender la inteligencia colectiva distribuida a través de las redes digitales, que son sociales y de conocimiento. Su propuesta elabora ideas esenciales para comprender la importancia del sentido de cocreación de las ideas a distancia, a través de la telecomunicación. Sin embargo, esta perspectiva no incorpora los procesos evolutivos y autónomos, que son ahora la característica fundamental de la ecología de redes (Watts, 2006).

    Rosi Braidotti (2015), Donna Haraway (2006) e Isabelle Stengers (2010; Prigogine y Stengers, 1997) han ofrecido visiones ecofilosóficas y ecopolíticas centradas en el feminismo como una forma de poshumanismo, para la comprensión y producción de un mundo otro, ligado a subjetividades y poéticas diferentes de las del hombre vitruviano racional de la Ilustración, las cuales sirven para desanclar un humanismo patriarcal. En el caso de Haraway, se relacionan además con los cíborgs, las especies de compañía y los chimpancés, como ontologías otras que actúan como primeros incluidos. En el caso de Stengers, sus teorías sobre la ecología de la ciencia (Prigogine y Stengers, 1997) y la metamorfosis de los procesos disipativos descubren un mundo de integración entre la física y la biología evolutiva y plantean ecosistemas artificiales que evolucionan en complejidades crecientes. Sus aportes contribuyen ampliamente a la relación entre la ecología política y la ciencia y han sido cercanos a los planteamientos de Latour y de Haraway. En el caso de Braidotti, su planteamiento del nomadismo y el poshumanismo en dos teorías distintas, pero relacionadas, invita a la búsqueda de una subjetividad otra en relación con los estudios de ciencia y tecnología contemporáneos. Sin embargo, dichas opciones no se desarrollan en sus propuestas sobre lo artificial, si bien plantean una visión más amplia en la que se cuestiona la condición humana.

    Dichas teorías se conectan con los planteamientos de las ecologías del futuro de Ray Kurzweil (2006), quien propone un conjunto de intersubjetividades y conexiones entre ecosistemas artificiales y sistemas tecnológicos cíborg. Y ya en el plano de las ecologías ligadas a la ciencia y la tecnología, en el biólogo Stuart Kauffman (2003) encontramos una teoría sobre la ecología, entendida como biosfera de información computacional en evolución creciente. El físico Michio Kaku (2016) plantea una ecología subyacente, que existe a escala nano o cuántica y está compuesta de conectomas o redes invisibles de conexión entre las distintas unidades base de la vida y el conocimiento, es decir, entre neuronas, células, genes, chips y redes digitales y electromagnéticas, que conforman un entorno tanto físico como artificial. Y finalmente, en las ecologías de las artes electrónicas, se conceptualiza la relación entre los múltiples paisajes artificiales y los mundos virtuales que se han construido o que han evolucionado con relativa autonomía, desde el inicio de las redes digitales y la interacción mediante interfaces y dispositivos. Hoy día, ya descentradas de la interacción como elemento principal, podrían dar paso a la autonomía y la cocreación de mundos posibles entre seres diferentes, capaces de generar otras ecofilosofías poshumanistas. En Hernández (2013, 2016a), Niño (2012, 2016) y Hernández y Niño (2014) podemos encontrar también avances al respecto.

    Ecopolítica

    El problema de investigación, ante la necesidad de crear una teoría sobre la ecopolítica de los paisajes artificiales, condujo a relacionar las ecologías bioinformacionales y el concepto de habitabilidad. El primer aporte del concepto de ecopolítica es que su cuerpo epistemológico interrelaciona en conjunto otras formas de vida micro y macro. Por ello los paisajes artificiales dan cuenta de una perspectiva novedosa en la que se amplían las nociones de vida y de ser, hasta designar tanto a los seres biológicos, compuestos de carbono, como a aquellos constituidos por silicio o surgidos in vitro. De tal modo, los paisajes artificiales advierten de un cambio cultural sin precedentes hacia los fenómenos de posproducción y, con ellos, de la emergencia de nuevos esquemas de pensamiento, que van más allá de lo biofísico y lo digital. En tal sentido, estamos proponiendo un distanciamiento con la idea de ecopolítica de matriz económica, para pensar de otra manera dimensiones en las cuales nuestra especie humana crea ciencias, por ser altamente racional, y crea relaciones políticas, por ser altamente creativa, al igual que otras especies. Así, se pueden enmendar situaciones negativas que han perjudicado a otras especies y ecosistemas por causa del expolio, la contaminación, el exceso de consumo, las acumulaciones innecesarias y egoístas, las exclusiones, las discriminaciones, en una la lista muy extensa. Por ahora, es necesario y urgente revisar y replantear las parcas instituciones, muy estáticas, para advertir de transformaciones y evoluciones culturales, de modo que se pueda hablar de un nuevo ecosistema tecnológico.

    Este tema va de la mano con el del avance de las biologías de sistemas o de síntesis y el de las tecnologías electrónicas y computacionales, las cuales han configurado el entorno habitual y la cotidianidad de los individuos. Las dimensiones del paisaje en relación con los cambios de época y los procesos ampliamente relacionados con el mundo digital dan cuenta de un cambio sustancial en los entornos habitables, por su respectiva adaptación a nuevos entornos creativos e inteligentes de coexistencia, cuya escala de interacción se ha modificado en los ámbitos de comunicación e interrelación. Esto significa que se han cambiado las topologías del espacio físico y análogo por las del ciberespacio, en lo virtual y en lo digital, que ya se encuentran en los contextos inmediatos de cada uno de nosotros, en un conjunto de dispositivos que pasan por las relaciones del computador, el teléfono celular, la tableta, memorias USB, discos extraíbles, televisión digital, cine digital. Y a ello se suman los cambios en la capacidad de almacenamiento de datos de memoria en la información. Aparatos y máquinas muy diversas llenan el espacio social y cultural actual. Al conjunto anterior lo denominamos paisaje artificial, como nuevo contexto de relaciones e interconexiones con el medio, que se identifican con los factores 4.0.¹ A lo anterior se le adicionan los electrodomésticos y demás artefactos con los cuales se acondicionan las fases de habitabilidad social que cada persona o conjunto social configura en su entorno: hornos microondas, lavadoras, neveras, conexión a internet y televisión por cable, vehículo, entre otros, que habitualmente constituyen las dinámicas cotidianas. Esta incursión de aparatos y máquinas ha tenido una fuerte injerencia en el diseño de espacios arquitectónicos, escaparates y muebles y toda una gama de materiales híbridos, como sintéticos, aglomerados, sistemas de ensambles, cuya disponibilidad de información y conocimiento está al alcance y comprensión de las personas. Estos fenómenos productivos y de consumo se relacionan con el paisaje artificial y también con ecologías artificiales, que se imbrican con otros sistemas y formas de vida.

    Otros procesos emergentes de las últimas décadas están relacionados con la globalización y los procesos de conexión e interactividad de redes, procesos en los que se destacan nuevas condiciones y variables para el intercambio de conocimiento, la construcción de redes de comercio y los procesos de conectividad, los cuales tensionan con fuerza regiones y comunidades, según las capacidades de innovación, uso de tecnologías, estrategias de negocios y un proceso constante de innovación. Es lo que se visualiza en el diseño de múltiples dispositivos. Sobre esto último en particular, se destaca el papel preponderante de las tecnologías de comunicación y uso de múltiples software, con los cuales se impulsa un nuevo fenómeno productivo ligado a los avances en inteligencia artificial y robótica.

    Desconocer o hacer caso omiso de estos cambios impide leer las nuevas ecologías artificiales y su inmersión en los medios contemporáneos del planeta ¡en pleno siglo XXI! La configuración de paisajes artificiales no solamente obedece a la transformación de las lógicas de intercambio global en todos los campos —comercial, de conocimiento e intercultural—, pues se puede señalar una evolución tecnológica que enlaza con una sinapsis bioelectrónica (Niño, 2012), donde los sistemas de información se interconectan de manera sorprendente, entre máquinas y software, con lenguajes y códigos, asimilables en el contexto social. Esta transformación de los aspectos bioinformacionales constituye, sin duda, uno de los elementos clave para pensar los cambios en la ecopolítica, en campos contemporáneos ligados a las permutaciones cognitivas propias de los sistemas de información —relacionadas con las condiciones del software—. Permutaciones que, en conjunto con otras ciencias, se han expandido a campos muy diversos que trascienden los de la biología, la química o la física, como formas tradicionales de conocer. Hoy, se habla de ciencias ómicas,² de ciencias de la vida y del espacio, además de todo el abanico de ciencias cognitivas y computacionales, en las cuales se involucran los sistemas de pensamiento e inteligencia artificial, como planteaba inicialmente Lévy (2005).

    Con lo dicho deseamos hacer justicia a un número grande de pensadores y autores que labraron los fundamentos teóricos que posibilitaron que estos cambios de pensamiento, epistemología y paradigmas tuvieran una bifurcación inesperada, de modo tal que la ecopolítica se puede explicar con base en la ecología política. Y acá vale retomar lo dicho por Latour al respecto:

    El término no pretende contraponer la ecología científica a la ecología política; se construye sobre el modelo (aunque en oposición a) la economía política, de esta forma se designa, mediante una oposición a la mala filosofía de la ecología, la comprensión de las crisis ecológicas que no utilizan ya en absoluto la naturaleza para rendir cuentas de las tareas que se deben llevar acabo. Es el término ideal para designar lo que sucede en la modernidad según la alternativa que dice modernizarse o hacer ecología. (2013, pp. 391-392)

    A partir de ello, cabe hacer las siguientes preguntas: ¿puede la ecología política situar los nuevos escenarios tecnológicos en los caminos de la incertidumbre social y política y en la disrupción de las tecnologías?, ¿las políticas públicas en las que se insertan las ecologías pueden deslindarse de los ámbitos tecnológicos, que vinculan tanto las tecnologías convergentes como las disruptivas? Estas inquietudes permiten dar cuenta de un resultado de esta investigación, relacionado con el concepto inicial de ecología —planteado por Ernst Haeckel (1834-1919) y referenciado por Lynn Margulis y Dorion Sagan (2009, p. 41)—y con los ecosistemas biológicos, lo que genéricamente engloba en el prefijo bío al conjunto de especies biológicas que nos rodea. Tal situación conceptual permite proponer nuevas relaciones temporales entre los fenómenos artificiales que se configuran en los procesos culturales y evolutivos, por un lado, y la sociedad, por el otro. Esto porque durante más de un siglo los ecosistemas se han relacionado de manera simbiótica con la información, que se transformó precisamente en el campo biológico genético, hereditario o filogenético,³ sustentado en buena medida por los desarrollos computacionales. Estos desarrollos siguen una línea de tiempo tecnológica iniciada por Alan Turing y otros que condujo a los transistores, biochips, conectomas, ondas, procesos cuánticos, sistemas algorítmicos y big data, los cuales en conjunto conforman una nueva versión de ecosistemas. Ante todo, desde hace algún tiempo, el concepto de ecopolítica está asociado, a grandes rasgos, a las acciones ecológicas ligadas al entorno natural y biológico, del cual se ha reconocido su preeminencia en los ámbitos políticos tradicionales. Esto se traduce en acciones y prácticas sociales vinculadas a programas y planes orientados oficialmente.

    Con estos precedentes, en el enfoque teórico de la presente obra se postula una nueva idea de ecopolítica como principio que permite reconocer la diversidad de vidas e incluye los ecosistemas biológicos y los ecosistemas que están emergiendo en la cotidianidad y en el entorno de habitabilidad, sin duda, de carácter prácticamente artificial. Lo anterior es un eslabón en la ampliación del bios, que relaciona a la vez los sistemas biológicos y naturales y los artificiales. Ejemplo de ello es el conocimiento que se tiene del planeta por los satélites o las externalidades de investigación que nos ofrecen agencias como la National Aeronautics and Space Administration (NASA), entre otras.

    En este sentido, buscamos relacionar un conjunto significativo de procesos en el entorno, a escalas micro y macro, que inducen un cambio procesual y transformador. Se trata de los sistemas artificiales, principalmente in vitro y en silicio, que cohabitan en el paisaje inmediato de nuestras vidas. Para hacer comprensible este fenómeno contemporáneo, hemos designado el proceso como paisajes artificiales, para dar cuenta de esta contemporaneidad a la que asistimos colectivamente, por razones tecnológicas y derivadas de la tensión en los ámbitos del capitalismo y sus redes. Esto ocurre principalmente en los contextos o conjuntos urbanos inmersos en un enjambre de posibilidades tecnológicas y conectividades relacionadas con el software y el hardware, en dispositivos que van desde computadores, tabletas, iPhone, celulares y nuevos sistemas de conectividad, hasta paquetes de datos, wifi, app, y un acceso ilimitado a los campos relacionados con la World Wide Web (www), en diversidad de páginas electrónicas.

    Metaheurística del conocer y el vivir

    Como lógica de investigación se empleó la metaheurística, para trazar un camino más allá de las disciplinas y de los sistemas lineales, en la producción de conocimiento orientado a la innovación conceptual (Hernández, 2010a, 2010b). La metaheurística (Maldonado, 2005) es un método que sintetiza conceptos de diferentes campos y da la posibilidad de construir un nuevo campo de frontera. Si este sucede, la investigación puede generar caminos aún no recorridos y renovar el conocimiento, con lo cual puede correr las fronteras antes establecidas por las disciplinas. Para lograrlo se procede por rupturas epistemológicas, torsiones topológicas, inestabilidades, cambios y radicalidades conceptuales, con la mira puesta en aspectos epistemológicos y ontológicos. Es decir, se busca producir rupturas en lo conocido que puedan ser plausibles en lógicas no formales. Se trata de un proceso transdisciplinario en el cual se cuestionan las separaciones epistemológicas de las disciplinas, que se realiza fuera de ellas o en sus intersticios, para activar las relaciones y los cruces (Hernández y Niño, 2010).

    Puntualmente, el uso de la metaheurística permitió ampliar la comprensión de las sociedades artificiales y sus relaciones ecopolíticas, respecto de la evolución tecnológica en el contexto de la vida artificial. Como la relación meta significa ir más allá, se rebasa el estadio de lo conocido, de los algoritmos sabidos o del conocimiento institucionalizado, ello, en el entorno de las ecologías de ciencia y tecnología. Esta metaheurística forma parte de las ciencias de la complejidad y de las conexiones excepcionales que se construyen con los campos computacionales, en las escalas nano y bío, en una perspectiva que permite orientar el desarrollo del concepto de ecopolítica de los paisajes artificiales, partiendo de la estética de lo posible (Hernández, 2016b) hacia la realización de otras condiciones de vida para las presentes y futuras generaciones.

    Por ello, encontrar relaciones entre vivir y crear forma parte de los ecosistemas artificiales. Es lo que Maturana y Varela (1984) llamaban relación entre conocer y vivir, incluso como un acto de supervivencia,

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