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El riesgo de la democracia
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Libro electrónico513 páginas7 horas

El riesgo de la democracia

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Las democracias siempre han sido frágiles; sin embargo, ahora no sólo se ven amenazadas las más jóvenes, sino también las maduras e incluso las centenarias. Los riesgos que enfrentan los sistemas democráticos proceden de los gobiernos populistas encabezados por líderes autoritarios que aprovechan la generosidad y las libertades de las democracias para presentarse como salvadores de los problemas sociales.

María de los Ángeles Moreno Uriegas y Luis Ángeles Ángeles analizan las experiencias de más de una veintena de países que han padecido gobiernos populistas y, por ende, el colapso de sus democracias, así como los efectos económicos de las políticas de esos regímenes que, sin excepción, han fracasado.

El libro es una convocatoria a prevenir la extensión global del populismo y un manifiesto que demanda a las nuevas generaciones, comprometer socialmente la reconstrucción de las economías y defender las instituciones de la democracia representativa, con un compromiso inequívoco por la libertad.
IdiomaEspañol
EditorialMAPorrúa
Fecha de lanzamiento13 jun 2019
ISBN9786075242064
El riesgo de la democracia

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    El riesgo de la democracia - María de los Ángeles Moreno Uriegas

    Presentación

    María de los Ángeles Moreno Uriegas

    Luis Ángeles Ángeles

    Resulta temerario escribir un texto sobre populismo como riesgo de la democracia cuando alrededor de ambos temas existe una infinidad de estudios. Asumir ese desafío deriva de la preocupación por encontrar la vinculación entre ambos conceptos, partiendo de la premisa de que el populismo se beneficia de los principios de la democracia para arribar al poder y, desde ahí, atentar contra el Estado de derecho y la democracia misma.

    El concepto de populismo resulta difícil de definir porque la realidad donde estalla es muy diversa y complicada de aprehender, además de que con frecuencia no se presentan todas las características del fenómeno en el mismo tiempo y espacio. El fenómeno populista se manifiesta independientemente de las ideologías, incluso mezclándolas, como retorno de viejas experiencias o como acontecimientos novedosos, lo mismo en Latinoamérica que en Europa central, los países nórdicos, Rusia o Estados Unidos.

    El denominador común de este impreciso fenómeno es el malestar social de diversos orígenes, que se expresa en contra de la élite política de gobierno, empresarial o de partidos y en favor de demandas sociales y económicas no resueltas, pero también como producto de una globalización de promesas quebrantadas, de un neoliberalismo que despojó a la población de expectativas, de la corrupción que resultó intolerable, o bien, por la advertencia de una secesión con motivaciones culturales o religiosas ante la sensación de verse amenazados por la inmigración.

    Cualesquiera de estas causas, o la combinación de varias, favorecen la presencia de un líder o caudillo que promete solucionar todos los problemas que aquejan al pueblo. Para el populista, no hay límites para el déficit fiscal o de endeudamiento, al cabo la economía es lo más elástico que hay. En su discurso, evidentemente que los conceptos de distribución, subsidio y caridad sustituyen a los de producción, eficiencia y competitividad.

    Michael Rocard, exprimer ministro francés, planteaba que en la búsqueda de igualdad de oportunidades y de justicia social, algunos políticos de izquierda creen que deben combatir la creación de riqueza. Grave error, decía, pues aún no se ha encontrado, y quizá no se encuentre jamás, un móvil tan poderoso como el propio interés para impulsar a las personas a trabajar y a producir.¹

    El populismo confronta la política democrática tanto en los aspectos políticos como en los económicos; un modelo de esa naturaleza manipula las acciones participativas, fomenta la pobreza y la exclusión, y puede derivar en violencia social.

    Ofrecer soluciones sin considerar los costos y las repercusiones que habrá en el futuro constituye una insensatez o una falacia; comprometerse sistemáticamente con promesas de campaña irrealizables es un ejercicio propio de demagogos que se aprovechan del ánimo social. Ya Aristóteles advertía que la democracia puede llevar hasta el gobierno a un demagogo o a un populista; aunque el primero posiblemente rectifique, el populista jamás lo hará, porque no todo demagogo es populista, aunque sí todo populista es demagogo.

    Frente a esas premisas, hay que defender a la sociedad democrática, que es abierta, plural, respetuosa y tolerante; incluso, habría que poner límites a los intolerantes que desean acabar con esa sociedad que los cobija. Hay que defenderla porque en ella no existe la censura y porque la diversidad de opiniones puede ventilarse sin riesgo de que el poder la aniquile. Hay que defenderla porque garantiza la justicia, la propiedad y el respeto a los demás, precondiciones para el ejercicio de la libertad. Hay que defenderla porque no establece soluciones únicas, ni partidos políticos únicos, ni medios de comunicación únicos, ni educación única, ni pensamiento único.

    Hay que combatir la sociedad cerrada porque, aun profesando explícitamente los más altos ideales de la justicia platónica, de la caridad cristiana o del humanismo socialista, sustenta el dogma de que la sociedad puede entenderse como una unidad y porque pretende imponer en ella su verdad absoluta. Los gobiernos populistas y autoritarios imponen la censura a las actividades intelectuales o económicas individuales y una continua propaganda tendiente a contener y unificar el pensamiento social.

    No es racional esperar que se tendrá a los mejores gobernantes, sino que podría imponerse un personaje irresponsable que brinde soluciones mágicas a los problemas complejos. Con base en las ideas liberales de Karl Popper, un demócrata tendrá que aceptar la decisión de la mayoría, pero debe tener plena libertad para cuestionarla y combatirla, por lo que debe contarse con las instituciones políticas a fin de que los gobernantes incompetentes o incapaces no puedan ocasionar demasiado daño.

    Partiendo de ese riesgo, hay que fortalecer siempre las instituciones y los mecanismos democráticos, como el voto, la legalidad y el gobierno representativo, con la construcción de un sistema de pesos y contrapesos, mediante los cuales pueda controlarse el poder político, su arbitrariedad y su abuso.

    Generalmente, el populista se hace del poder bajo reglas e instituciones democráticas, pero a la larga busca perpetuarse en él sin más reglas que el decreto, el plebiscito y la votación a mano alzada en la plaza pública, siguiendo las consignas del líder. No está por demás recordar aquí las formas de ascenso al poder de varios gobiernos populistas que, utilizando las vías democráticas, derivaron en francas dictaduras, lo mismo en países de Europa que de Latinoamérica.

    En esta perspectiva, en el primer capítulo de este libro, se hace un repaso de las exigencias de la democracia, de sus reglas y características institucionales. Se plantea cómo es que, con base en ellas, los populistas arriban al poder para después combatirlas y la manera en la que excluyen a las organizaciones o partidos que no comulgan con sus ideas.

    En el segundo capítulo, se procede a un análisis sobre la naturaleza del populismo, de la figura del líder y de la forma en que las actuales tecnologías de la información y las comunicaciones han servido para favorecer la actuación de grupos de incondicionalidad populista.

    En el tercero, se hace un repaso de la presencia del populismo en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, utilizando, sobre todo, información periodística para darle una perspectiva actualizada, con un recuento de las elecciones europeas más relevantes, como las de Alemania y Francia, así como del intento separatista catalán. Los sucesos de varios países latinoamericanos, donde se supone que el populismo está de salida, ocupan, junto a los demás casos, la parte más extensa de este capítulo.

    De indudable importancia y repercusión en ese capítulo es la presencia de Donald Trump en Estados Unidos, un síntoma del temor social y del enojo frente a la globalización, el traslado de industrias, la migración, el cambio de costumbres y la agenda cultural. Ese miedo que expresan segmentos sociales exige mantener el orden y se erige en un nicho de votantes que llevan al poder a un líder autoritario que ofrece darles seguridad. Esa visión personalista e iluminada de Trump socaba la noción de una democracia representativa, se levanta por encima de las instituciones y, con ello, pone en entredicho la idea de progreso democrático de las últimas décadas.

    El caso de México se aborda en el capítulo cuatro. A diferencia de otros países de la región, las publicaciones sobre el tema no son muy abundantes, aunque existen buenos textos que han analizado las políticas populistas adoptadas en diversos periodos de gobierno. La mayor parte de los trabajos publicados en México sobre el fenómeno populista se han escrito en las coyunturas de celebración de elecciones presidenciales.

    El propósito de este capítulo es alertar sobre la existencia de condi­ciones propicias para la instalación de un gobierno populista, mismo que no se ha tenido en la historia del país, por más que algunas políticas de ese corte hayan sido utilizadas por varios gobiernos. Se trataría, en todo caso, de un populismo muy tardío, aislado en América Latina y muy diferente al europeo, pero cuyos riesgos no se han asumido, no obstante que las instituciones nacionales no parecen tener la suficiente fortaleza para contener el fenómeno, por lo que un sistema autoritario afectaría la economía y la política, y con ello desperdiciaría una etapa de la historia mexicana, sobre todo para las nuevas generaciones.

    En el último capítulo se analizan las lecciones que ha dejado el populismo, las acciones para contrarrestarlo y las razones para suponer que el populismo está en retirada, como se deja ver en varios países de Latinoamérica. Asimismo, en este capítulo final, se traza una perspectiva sobre la reconstrucción de la democracia, para lo cual se plantean diversas interrogantes sobre el futuro de los partidos políticos, de los medios de comunicación, de la reglobalización y de la construcción de los gobiernos mundiales.

    La obra previene, documentadamente, sobre el daño profundo que causan a su paso los gobiernos personalistas, que no es sino la destrucción del paradigma democrático, esto es, el quebranto de la confianza de que la democracia del mundo marchaba a distintas velocidades, pero en favor de una sociedad representativa y liberal. Ciertamente, la globalización y el neoliberalismo han sido también enemigos de la democracia, al haber tolerado el crecimiento de la desigualdad social.

    No obstante, se tenía la certidumbre de que había democracias consolidadas en Europa y América del Norte, de que existen —desde el fin de la Segunda Guerra Mundial— instituciones internacionales que velan por defender los derechos humanos y los valores democráticos arraigados. Pero el arribo del populismo, en muchos de esos países, muestra el inicio del fin de esta breve historia de la democracia liberal y el regreso a la política de los sistemas autoritarios. Hoy parece cándida la idea de que había una misión irrenunciable de progreso democrático en muchas partes del mundo. Y, sin embargo, es hora de insistir en el planteamiento expresado al final del texto: la necesidad de reforzar la lucha por la democracia para que ésta no se convierta en una quimera o en una añoranza histórica. La extensión global del populismo exige ahora actuar en defensa de la democracia.

    Los autores agradecemos a Ma. de Lourdes Vera Ruiz, que apoyó con entusiasmo el proyecto y corrigió cuanto pudo, una y otra vez. A Karla Guadalupe Ramírez Vera, que reescribió las primeras, segundas, terceras y enésimas versiones, y elaboró las interminables bibliografías y los complicados pies de página. Nuestro agradecimiento a Alejandro Sánchez Tello, que hizo reformas al guión, a los contenidos y que trabajó en la localización de materiales, rescató ideas y redactó algunas versiones previas; gracias por sus aportaciones, siempre oportunas. Gracias también a Andrés Franco, quien con dedicación revisó textos y reconstruyó referencias bibliográficas. Gratitud infinita al equipo editorial de Miguel Ángel Porrúa librero-editor, que realizó un magistral cuidado editorial en las distintas fases del proceso final del libro. Gracias a todos los amigos que animaron este proyecto.

    mamu / laa

    Las democracias modernas

    Si hubiera un pueblo de dioses, éste se gobernaría en democracia, y aun en ese caso sería una democracia imperfecta.

    J.J. Rousseau

    La larga historia de la joven democracia

    En 1940 el mundo contaba con tan sólo ocho países democráticos según el estudio Polity Project, realizado por el Center for Systemic Peace.² La mala gestión económica de los gobiernos autoritarios es lo que les hizo perder legitimidad, explicó Samuel Huntington, profesor de Ciencias Políticas del Eaton College, quien aseguró, además, que fue la clase media la que exigió movilidad social, más participación, libertades políticas y otras demandas sociales a las que los gobiernos autoritarios no pudieron responder adecuadamente, factor decisivo en el avance de los procesos democráticos.³

    Para 2010, según la organización Freedom House,⁴ 96 países contaban con un régimen democrático, es decir, cuatro veces más que en 1940; y los regímenes autócratas, en un lapso de menos de 50 años, disminuyeron, de 89 en 1967 a 22 en 2011.⁵

    Esto significa que, actualmente, más de la mitad de la población mundial vive en regímenes democráticos, si bien las victorias electorales abrumadoras son cada vez menos frecuentes. El activismo ciudadano, los derechos humanos, el propio ascenso de las prácticas democráticas y, más recientemente, los medios de comunicación digitales son parte de la explicación.

    Históricamente, la democracia está en su infancia, pues tiene apenas dos siglos de vida. El tránsito al Estado social democrático requirió de un largo proceso que comenzó en la Edad Media, en algunos países anglosajones, bajo la idea religiosa de la igualdad natural de las personas; a ese Estado democrático se arribó por primera vez en Norteamérica, un continente vacío, a finales del siglo xviii, y su ejemplo se intensificó en la Europa del siglo xix.

    Las democracias modernas no tienen una historia rectilínea sino más bien un camino largo y sinuoso. El voto sólo era derecho de los hombres mayores, blancos. El sufragio de la mujer en los países democráticos data de la primera mitad del siglo xx; la Organización de las Naciones Unidas (onu) lo aprobó en 1948 y se estableció después en muchos países; en las naciones árabes es muy reciente y ha sido revocado en varias ocasiones.

    Son pequeños pasos los que establecieron la democracia, asociados a aspiraciones y valores universales, no necesariamente a realidades. Pero los mitos de la democracia no hacen de la democracia un mito. Principios, verdaderos o falsos, se asumen como verdaderos una vez adoptados.

    El propio Samuel Huntington construye un esquema de olas sucesivas,⁶ y contraolas, que permiten explicar la evolución del mundo democrático de hoy:

    • Primera ola de democratización, siglo xix

    • Primera contraola, 1922-1942

    • Segunda ola de democratización, 1943-1962

    • Segunda contraola, 1958-1975

    • Tercera ola de democratización, 1974-1990

    • Tercera contraola, 1990-2007

    La primera ola nace de la Revolución americana y de la Revolución francesa. La fundación de las actuales instituciones democráticas son producto del siglo xix,⁷ cuando se desarrollaron gradualmente las instituciones pilares. Su contraola vino tras la Primera Guerra Mundial, con la derrota de la frágil democracia italiana.

    La segunda ola democratizadora coincidió con la Segunda Guerra Mundial, con la ocupación aliada, que generó el surgimiento de Alemania occidental y de otros países europeos, una ola coincidente con la de América Latina, a finales de los años cincuenta, aunque en otros países de la región al mismo tiempo se instauraban dictaduras. Su contraola respectiva devino con los gobiernos autoritarios en la región latinoamericana, así como con la descolonización de África, que produjo regímenes militares y dictatoriales.

    En la tercera ola del esquema de Huntington, los regímenes autoritarios fueron desplazados en Europa por sistemas democráticos, seguidos por un desmantelamiento de las dictaduras en la región latinoamericana. En esta tercera ola de democratización, en la que la democracia representativa se extendió a América Latina, el Pacífico asiático y el bloque del Este, la idea de que el Estado-nación es el contenedor natural de la democracia se hizo dominante. Con el tiempo, se supone que el pueblo en democracia se corresponde felizmente con la ciudadanía de cada Estado-nación.

    Si se atiende a la teoría de las olas de Huntington, una cuarta ola de democratización podría ser la que se expresó con los movimientos sociales que a comienzos de 2011 se presentaron en los países árabes del norte de África y del Oriente medio: Líbano, Egipto y Túnez, además de Georgia y Ucrania. Los habitantes, sobre todo los jóvenes, tomaron la calle y derrocaron a regímenes autoritarios que habían gobernado sus países desde hacía tres o cuatro décadas. La llamada Primavera Árabe configura procesos de transición democrática con características comunes que pueden ser considerados como la cuarta ola y, en todo caso, ha comenzado su contraola⁹ con las expresiones populistas y autoritarias en algunas regiones del mundo.

    Fue una combinación de causas diferentes lo que provocó estos cambios democratizadores, aunque destaca el propio desarrollo económico del país, su vinculación a los mercados y a los organismos internacionales, la falta de legitimidad de ese autoritarismo y la ausencia de apoyo a los gobiernos por parte de sus fuerzas armadas.

    No existe una definición universal de democracia; la mayoría hace énfasis todavía en procesos electorales confiables y en procedimientos específicos para tomar decisiones colectivas o aplicables para toda una sociedad; de manera más puntual, una democracia es un modo de gobernar. En general, puede señalarse que es un sistema político con instituciones que permiten a los ciudadanos expresar sus preferencias, que contiene limitaciones sobre los poderes y una garantía para las libertades civiles.

    En el mundo contemporáneo, la democracia ya no solamente se interpreta desde esa perspectiva mínima procedimental; su significado, difusión y aceptación incluyen también una expectativa de cumplimiento de fines u objetivos de desarrollo humano, que teóricamente la hacen mejor o preferible frente a otras formas de gobernar.

    Puede formalmente establecerse que existen dos elementos que diferencian a un sistema político democrático de otros que no lo son:

    • Las autoridades públicas o los representantes son elegidos con procedimientos, límites y alcances previamente definidos en normas jurídicas expresas, mediante procesos electorales periódicos.

    • Las interrelaciones entre los miembros están expresamente reguladas por un entramado normativo e institucional que no puede ser alterado unilateralmente.

    Lo anterior explica por qué suele decirse que la democracia se distingue de otros sistemas políticos por su indispensable apego al Estado de derecho y al principio de la legalidad.¹⁰

    En una definición mínima de democracia, Bobbio, en su libro El futuro de la democracia,¹¹ expone que, para que una decisión sea tomada por individuos y pueda ser aceptada como colectiva, es necesario que sea tomada con base en reglas. Y la regla fundamental de la democracia es la de la mayoría; de manera adicional, se necesita que:

    • Todos los ciudadanos deban poder votar.

    • Cada decisión deba alcanzar la mayoría.

    • La decisión de los electores deba ser tomada libremente.

    Aunque la democracia es una máquina de promesas —dice Bobbio— y sus regímenes son juzgados por las promesas incumplidas,¹² ahora que hay cada vez más procesos electorales, puede premiarse o castigarse a los buenos o malos gobiernos.

    Para esa definición mínima de democracia, es indispensable que aquellos que están llamados a elegir a quienes deberán decidir, tengan alternativas reales y estén en condiciones de seleccionar entre una u otra. Es indispensable el poder democrático para garantizar la existencia y persistencia de las libertades fundamentales; el Estado liberal y el democrático, cuando caen, caen juntos.

    Bobbio compara los ideales de la democracia con la cruda realidad y enumera seis falsas promesas de la democracia.¹³

    La primera promesa incumplida es la sociedad pluralista. La sociedad política es un producto artificial de la voluntad de los individuos y la doctrina democrática había ideado un Estado sin cuerpos intermedios. Así, el modelo ideal de la sociedad democrática era el de un solo centro del poder, pero la realidad es la de una sociedad que no tiene un solo centro de poder, sino muchos.

    La segunda falacia es que, entre las promesas incumplidas de la democracia, está la de que el representante debe velar por los intereses de la comunidad, constante que debe aplicar en todas las democracias representativas a través de sus Constituciones. En el neocorporativismo, el gobierno interviene como mediador entre las partes para la solución de los conflictos, lo que expresa la representación de intereses y no la representación política, efectivamente.

    Otra falsa promesa es la derrota del poder oligárquico, porque hoy la característica de un gobierno democrático no es la ausencia de élites, sino la competencia entre ellas por la conquista del voto popular.

    Mucho menos se ha conseguido la cuarta: ocupar la democracia todos los espacios en los que se toman decisiones obligatorias para un grupo social.

    La quinta falsa promesa de la democracia real es la eliminación del poder invisible. Con la publicidad de los actos gubernamentales, se tiene una forma de control; así que, más que una falsa promesa, lo que ocurre es la tendencia contraria al máximo control del poder por parte de los ciudadanos; lo real es el máximo control de los súbditos por parte del poder.

    La sexta falsa promesa se refiere a la educación de la ciudadanía que debe promover la democracia, alimentarla y fortalecerla, haciendo partícipes en las elecciones a las clases populares. En las democracias más consolidadas, se ha extendido la apatía política; está disminuyendo el voto de opinión y aumentando el voto clientelar.

    Las promesas de la democracia no fueron cumplidas debido a los obstáculos imprevistos; por ejemplo, la creciente exigencia del llamado gobierno de los técnicos. La tecnocracia y la democracia son antitéticas porque esta última se basa en la hipótesis de que todos pueden tomar decisiones; por el contrario, la tecnocracia pretende que quienes las tomen sean los más entendidos.

    Otro obstáculo es el crecimiento continuo del aparato burocrático, ordenado jerárquicamente, opuesto al sistema de poder democrático. Todos los Estados que se han vuelto más democráticos a su vez se vuelven más burocráticos.¹⁴

    Para Bobbio, el futuro de la democracia es incierto, pero quién se atrevería a decir que la democracia no es la mejor forma de gobierno y señalar cuál es la correcta, o tal vez simplemente decir cuál es el mejor porvenir del mundo que no sea la democracia.

    El proyecto democrático fue inicialmente concebido para una sociedad mucho menos compleja que la actual. Las promesas no fueron cumplidas debido a los obstáculos imprevistos o que sobrevinieron a las transformaciones.¹⁵ Estas promesas siempre han sido difíciles de cumplir, pero las sociedades pasaron de ser de economía familiar a una de mercado y luego a una protegida, a pesar de que la democracia se basa en que todos están capacitados para tomar decisiones.

    No obstante las falsas promesas y los obstáculos que ha tenido la democracia, en especial durante el siglo xx, ésta ha sido capaz de salir vencedora de los problemas y situarse como el modelo de gobierno por seguir: "Mi conclusión es que las falsas promesas y los obstáculos imprevistos de los que me he ocupado no han sido capaces de transformar un régimen democrático en un régimen autocrático".¹⁶

    Por su parte, la sociedad civil se ha vuelto cada vez más una fuente inagotable de demandas dirigidas al gobierno, pero ningún sistema político es capaz de adecuarse a ellas, por más eficiente que sea, porque la rapidez con la que se presentan las demandas al gobierno por parte de los ciudadanos contrasta con la lentitud de los procedimientos del sistema político democrático. De esta manera, se crea una ruptura entre la recepción y la emisión. En la democracia, la demanda es fácil y la respuesta es difícil, mientras que en la autocracia, se tiene la capacidad de dificultar la demanda y de no dar respuestas.

    Las reglas de las democracias modernas

    En la democracia existe la política como una relación de poder debidamente regulada, aunque esas relaciones suelen estar reguladas hasta en las tiranías y dictaduras. Un sistema político se define porque sus decisiones afectan a la totalidad de la sociedad; consecuentemente, lo que caracteriza al sistema político es el hecho de que sus disposiciones son obligatorias para todos los integrantes del sistema. De este modo, se entiende la política como el espacio público y como los procesos que regulan permanentemente procedimientos, normas, leyes, instituciones, mandatos y ordenanzas de las relaciones de poder en una sociedad, y que son válidas, legítimas y obligatorias para todos sus integrantes.

    Lo político consiste en las relaciones de poder de la sociedad, dado que cada persona, grupo o población tiene diversos intereses y recursos, y procura que los suyos prevalezcan sobre otros, por lo que en toda sociedad hay relaciones conflictivas. Con el fin de eludir el enfrentamiento permanente y violento, a lo largo de la historia se fueron definiendo reglas para mantener relativamente ordenadas las relaciones de poder.

    De nuevo Locke contra Hobbes, respecto a la naturaleza humana; la tolerancia y el equilibrio contra el deseo de poder y la propensión humana a la violencia, pero ahí ha estado la visión positiva y esperanzadora de Hans Kelsen sobre la democracia benévola, con leyes y órganos de garantía.¹⁷

    En el periodo histórico denominado como Modernidad, que en general se hace coincidir con el periodo de industrialización de las grandes potencias y que en lo político se caracteriza por la necesaria construcción de un Estado, se crearon fundamentos y acuerdos con los cuales la democracia se asocia al desarrollo institucional como organización del poder; esos cimientos constituyen el Estado democrático. El ejercicio de la autoridad pública que se origina en el establecimiento de ese Estado es lo que se conoce en términos amplios como gobierno.

    La democracia moderna es también la concreción de igualdad de derechos y de confianza en el ideal democrático. La democracia no nació de una vez y para siempre, sino que es un proceso permanente de construcción y mejoramiento; en todo caso, una utopía que señala el rumbo.

    En democracia, los ciudadanos tienen una serie de derechos básicos e inalienables. La organización de esta forma de gobernar supone que las instituciones se constituyen sobre la base de principios básicos y la mejor vía que se ha encontrado para asegurar su cumplimiento es mediante la instauración de normas jurídicas o leyes, es decir, mediante la construcción de un Estado de derecho.

    Los fundamentos del análisis político de Robert Dahl se erigen sobre el interés en las democracias modernas, dinámicas y pluralistas, sobre las cuales instituye su concepto de poliarquía.¹⁸ La misma debe comprender siete elementos:

    • Funcionarios electos

    • Elecciones libres e imparciales

    • Sufragio inclusivo

    • Derecho a ocupar cargos públicos

    • Libertad de expresión

    • Variedad de fuentes de información

    • Autonomía asociativa

    En un sentido general, es primordial que la conceptualización referida a la democracia no sólo se remita a su contenido institucional y formal, sino que sea correlativa a lo social y de esta manera, que su reflejo sea real.

    La democracia es el régimen de la voluntad general que se construye en el tiempo, no sólo al decir sí o no, o al elegir un candidato. La elección confiere legitimidad, pero el poder debe ver sometidas sus decisiones a la discusión y a la controversia.

    En su funcionamiento, la democracia representativa y liberal es un régimen de deliberación que discute permanentemente lo que es materia de decisiones públicas. Es decir, el pueblo tiene el poder, pero lo delega a los representantes responsables de poner en marcha la política deseada por el mismo pueblo. La elección confiere legitimidad, pero también establece los límites para no poder tomar cualquier decisión.

    La democracia no es simplemente un régimen de decisión instantánea, sino que es la expresión de una voluntad colectiva. Es por eso necesario multiplicar sus voces y renovarlas periódicamente, no sólo para conseguir más votos, sino también para incentivar la participación ciudadana y multiplicar las modalidades de una democracia permanente, sometiendo, por ejemplo, a los gobernantes a un mayor escrutinio, a más y mejores formas de control y a rendición de cuentas más frecuente y transparente.

    En democracia, el ciudadano no puede esperar estar detrás de cada decisión, pero debe participar en un control colectivo de supervisión, juicio y evaluación constante de los poderes establecidos. Merece la pena recordar lo que Moisei Ostrogorski planteó:

    La función política de las masas en una democracia no es gobernarla, de lo cual probablemente nunca serían capaces […] Siempre es una pequeña minoría la que gobernará, tanto en la democracia como en la autocracia. La propiedad natural de todo poder es concentrarse, es como la ley de gravedad del orden social. Pero es preciso que la minoría dirigente sea mantenida en jaque. La función de las masas en la democracia no es gobernar, sino intimidar a los gobiernos.¹⁹

    Ciertamente, la democracia política, como sistema de representación, no pretende resolver los inmensos rezagos sociales, los problemas de pobreza, las desigualdades extremas o la falta de productividad y competitividad. No obstante, es innegable que se ha impulsado una cultura democrática moderna que se expande promovida por las grandes tendencias políticas contemporáneas, desde la socialdemocracia hasta el liberalismo, sobre todo después de la caída del mundo bipolar en 1989, que está en proceso de transformación porque requiere de importantes cambios para responder a nuevas circunstancias o demandas sociales.

    Toda democracia tiene debilidades por su naturaleza misma. Es un sistema en construcción permanente, a diferencia de otros que son un cuerpo acabado. La democracia es el régimen menos imperfecto, es tan imperfecta. Es tan imperfecta que el estadista británico Winston Churchill²⁰ dijo: Nadie pretende que la democracia sea perfecta o sabia. De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas aquellas formas que se ha probado de vez en cuando.²¹

    El Estado democrático está hoy sometido a normas jurídicas y a la división de poderes, donde cada órgano emite mandatos vinculantes que se controlan mutuamente. El Estado democrático es garante de la autonomía de los individuos y de que las personas sean iguales en libertad, por lo que la democracia es de suyo un espacio de convivencia.

    En democracia, el Estado debe ser, además de un Estado de derecho, eficaz, transparente, ético, equitativo, participativo y estimulador de las iniciativas particulares económicas y sociales. A todo lo anterior respondería sistemáticamente el llamado paradigma de la gobernanza democrática, que uniría el buen gobierno con la democracia, la participación ciudadana y la sociedad civil.

    Para Raffaele Simone,²² la democracia es una construcción basada en un sistema de ficciones, cargadas de encanto irresistible, pero es un agregado inestable y de un equilibrio inseguro, de donde deriva su fragilidad. A las personas las considera iguales, todas tienen la libertad de decidir y de gobernar. Entre las ficciones sobre la democracia, están la idea de que un voto puede hacer una mayoría política, la idea de que la voz del pueblo sólo se puede expresar indirectamente en una democracia representativa y la tesis de que todos podemos ser electos.

    En las décadas recientes, se había fortalecido la capacidad deliberativa de la sociedad y superado en parte la pasividad prevaleciente; se promovió una aclaración del debate y se optó por elegir una dirigencia que respete ciertos principios fundamentales de igualdad, justicia y tolerancia.

    La cultura política liberal ha mostrado su superioridad aun con sus limitaciones, entre otras razones porque admite que es perfectible y reformable. Su flexibilidad y respeto a la libertad es tan amplia, que llega incluso a reconocer la legitimidad de la vida política más allá de los cauces establecidos.

    Lo que es incompatible con una cultura política liberal es que los valores de la homogeneidad y de la identidad colectiva anulen los de la pluralidad y la libertad. Una sociedad en democracia liberal no debiera permitir que el terror ideológico de los mitos con los que se forja el populismo, por ejemplo, se impongan a la razón.

    Existen peligros para la democracia derivados de dos culturas contrapuestas: la gerencial o tecnocrática de la derecha y la vieja populista de la izquierda. Ambas alternativas pueden erosionar la legitimidad democrática tan difícilmente adquirida, ya sea debido a que se crea que la política puede funcionar con el relativo automatismo de la economía de mercado o porque quiera sustituirse la democracia representativa por formas caciquiles, mesiánicas, caudillistas o autocráticas de control político.

    En las sociedades modernas, la democracia es un régimen de libertades ciudadanas, con contrapesos institucionales y principios como el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, a la libertad de opinión y de religión; con equidad de género y condena al trabajo infantil, a la esclavitud y a la servidumbre; con valores éticos como la justicia, la tolerancia, la legalidad, la solidaridad y la pluralidad. Dicho de manera sintética, en una democracia se respetan de manera categórica e irrestricta los derechos humanos.

    Con el ascenso de la democracia liberal, todo un diccionario de palabras cayó en desuso en las décadas recientes: proletariado, clases sociales, soberanía, explotación, interés común. Ha cambiado también el catálogo de lo que Adam Smith llamaba sentimientos sociales, como el compromiso, la confianza y la tolerancia, que son sustituidos por sus antónimos: desconfianza, egoísmo, indiferencia, desidentificación de los ciudadanos con sus sistemas políticos y desidealización de la democracia.

    La democracia moderna es un hada generosa y tolerante que no escatima en gastos, pero que recientemente ha sido atropellada por las transformaciones del mundo.²³ Entró en desuso que el ciudadano tome la palabra en la plaza pública, porque hay una asimetría de esa voz con las que se expresan en los medios, aunque los ciudadanos toman la calle y conforman la era de las manifestaciones callejeras.

    Para Joseph Schumpeter,²⁴ el método democrático no es distinto de la economía capitalista, cuyo objetivo primario es obtener ganancias, mientras que el de la política es detentar el poder. Para este economista, la democracia es, en la realpolitik, la escalera de los ambiciosos que permite llegar al poder sin violencia, mediante el voto y el consentimiento del pueblo; de ahí que, para él, la democracia sea un cómodo método para conquistar el poder con el consenso del pueblo.

    La democracia es un sistema en constante formación, consciente de que nunca alcanzará la perfección; una utopía que señala el camino por andar; un sistema complejo, como ya se ha dicho, lento, argumentativo y racional. Para la democracia, el pueblo no es un todo unificado, sino un conjunto plural de personas con intereses diversos y conflictos que se resuelven por vías legalmente previstas.

    La democracia, como tipo de ordenamiento jurídico y régimen político en determinados países y sociedades, sigue siendo incipiente en cuanto a su institucionalidad, procedimientos y funcionamiento; en ese sentido, no basta contar con un régimen considerado democrático, sino que se requieren algunas condiciones y variables para poder hablar de un entramado social de calidad democrática acordado.

    Los diversos estudios de autores que han abordado la calidad de la democracia señalan que hay aspectos que adquieren énfasis al interrelacionarse, como los de tipo normativo, funcional, procedimental, indicadores diversos, aspectos jurídicos, sociológicos, económicos, entre otros, que permiten caracterizar y medir variables como instituciones, libertades, derechos, participación, representación, contenidos, procedimientos y resultados.²⁵

    Ahora también los gobiernos denuncian la ingobernabilidad; no sólo son los ciudadanos quienes toman distancia de la democracia después de que ésta se ha alejado de ellos. Justo cuando la democracia es de universal aceptación vino el abstencionismo, luego una desconfianza de los disgustados por el incumplimiento de los principios de igualdad, de soberanía y de representación.

    Es frecuente que los gobiernos paralicen las decisiones o que adopten acuerdos equívocos ante las elecciones, donde todo es de corto plazo porque el largo no importa; la prioridad es seducir a los votantes; lo principal de una elección es la siguiente elección.

    Democracia y economía de mercado

    La pertinente convivencia entre la democracia y la economía de mercado no consigue hoy, por sí misma, el mayor bienestar social, no obstante la vitalidad del crecimiento que tuvo la economía hacia finales del siglo xx y comienzos del xxi. La economía de mercado es diferente del pasado por la magnitud de los ingresos financieros, la revolución tecnológica, la globalización del comercio y el impacto de la era digital, así como por la persistente profundización de las desigualdades sociales.

    Son los grupos financieros los que están a la cabeza, sobre todo desde la crisis de 2008, y ésta mantiene la preeminencia de estos sectores sobre todos los demás. El capital financiero se desplaza a la velocidad del

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