El hijo del Serafín
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Aquí se relatan algunos de los milagros atribuidos al santo: En una ocasión yendo San Pedro de Alcántara al pueblo de La Zarza con un fraile, éste al ver que habría mal tiempo le aconsejó que volviesen. Pedro insistió en continuar y, aunque cayó un autentico diluvio, no se mojaron.
En El hijo del Serafín Montalbán adapta este suceso a sus intenciones cómicas haciendo que Espeso, el personaje cómico, se moje y le pida al santo que cambien de traje.
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El hijo del Serafín - Juan Pérez de Montalbán
Juan Pérez de Montalbán
El hijo del serafín
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: El hijo del Serafín.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-96428-40-9.
ISBN ebook: 978-84-9897-234-4.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Los milagros 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 85
Libros a la carta 125
Brevísima presentación
La vida
Juan Pérez de Montalbán (Madrid, 1602-1638). España
Juan era hijo del librero real que editó el Buscón de Quevedo sin la anuencia de éste. Sus antepasados eran judíos conversos. Estudió teología y se ordenó sacerdote a los dieciocho años, deviniendo notario de la Inquisición. A los diecinueve años escribió su primera comedia. Fue el discípulo predilecto de Lope de Vega y adversario de Francisco de Quevedo, que lo ridiculizó varias veces en sus obras.
Escribió unas cincuenta obras teatrales de diversos géneros. A la muerte de Lope de Vega compuso la Fama póstuma (1636), elogio y primera biografía de Lope.
Murió sumido en la locura.
Los milagros
Juan Pérez de Montalbán mezcló elementos de la tradición teatral con episodios de la vida de fray Pedro de Alcántara, de quien se dice que dormía muy poco; que andaba siempre descalzo y apenas se alimentaba.
Aquí se relatan algunos de los milagros atribuidos al santo. En una ocasión yendo de Alcántara al pueblo de La Zarza con un fraile, éste al ver que habría mal tiempo le aconsejó que volviesen. Pedro insistió en continuar y, aunque cayó un autentico diluvio, no se mojaron. (En la obra Montalbán adapta este suceso a sus intenciones cómicas haciendo que Espeso, el personaje cómico, se moje y le pida al santo que cambien de traje.)
Personajes
San Pedro de Alcántara
Espeso, criado
Dorotea, labradora
Gila, labradora
El demonio
El ángel de la guarda
El niño Jesús
El rey don Sebastián
La madre Teresa
Dos monjas
Dos labradores
El general de san Francisco
Su compañero
Criados de acompañamiento
Jornada primera
(Salen Dorotea y Gila, con tocas y sombreros de camino.)
Dorotea ¡O mal haya mi ventura
y mal haya la pollina,
que tan despacio camina!
Gila Tu cólera y tu hermosura
pudieran correr parejas.
Dorotea Con cólera no hay mujer
hermosa, ni puede ser,
porque el enojo, las quejas,
el enfado y la pasión
descomponen el semblante.
Gila Ponte un espejo delante,
verás que tengo razon.
Dorotea Dices bien, porque el reflejo
del espejo me templara.
Gila Y agora para esa cara
dónde has hallado espejo?
Dorotea Volviendo pues a mi cuento,
porque bien habrá lugar
de aquí al lugar de contar
locuras de un pensamiento.
Oye mi justa mohina,
y si es posible callando,
ten cuenta de cuando en cuando
con la alfombra, y la pollina.
En ese monte, de tomillo armado,
verde gigante, que al abril retrata,
tan soberbio, que al Sol que le a criado
escalas pone de torcida plata.
Y cuando necesita de agua el prado,
de la primera nube la arrebata,
nuestra aldea mira tan pequeña
que parece lunar de alguna peña.
Allí nací, pluguiera a Dios la cuna
tomara a mi mortaja la medida;
porque quien nace, Gila, sin fortuna,
como cosa de sobra trae la vida,
La vida estriba en esperanza alguna;
quien no llega a esperar de sí se olvida,
quien se olvida de sí muerte quiere,
y quien quiere morir, viviendo muere.
Estando pues —así la edad provoca—
en la feria de Alcántara una fiesta,
rebozada una toca hasta la boca,
por dar licencia a alguna risa honesta,
la gala mucha, la ocasión no poca,
la cara y el andar de fiesta,
y el pie de apretado se desmaya
asomado al ribete de la saya.
Vi, por mi mal, un estudiante —¡ay cielos!—
tan recatado de ojos, que en la feria
para poder dezirle mis desvelos
aun con mirarme, no me dió materia.
Corrió la noche sus oscuros velos,
huyó la luz de la Región de Iberia,
cesó la feria, fuyme, y acostéme,
quise dormir, no pude, y levantéme.
Supe otro dia, que este mozo era
hijo de un bachiller, o de un letrado,
necio sin duda, pus no le altera
de mis inquietos ojos el cuydado.
Que quien viéndose amar de esta manera
y siendo mozo, rico y alentado
habla del bien querer con tal