Jack el Destripador que estás en los cielos
Por Javier Cosnava
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Una historia que no olvidarás
La del verdadero Jack el Destripador
Una historia fantástica, llena de sorpresas, que te hará revisar por completo lo que creías saber del tema. Fantasía, terror y una reflexión sobre lo que es en verdad la locura y la cordura.
Javier Cosnava
Javier Cosnava (Hospitalet de Llobregat, 1971) es un escritor y guionista residente en Oviedo.Ha publicado en papel 4 novelas en editoriales prestigiosas como Dolmen o Suma de Letras, 5 novelas gráficas como guionista y ha colaborado en 9 antologías de relatos: 7 como escritor y 2 como guionista.Ha ganado hasta el presente 35 premios literarios, algunos de prestigio como el Ciudad de Palma 2012 o el Haxtur a la mejor novela gráfica publicada en España.Bio extendida:A finales de 2006 comienza la colaboración con el dibujante Toni Carbos; fruto de este empeño publican en diciembre de 2008 su primera obra juntos: Mi Heroína (Ed. Dibbuks).Cosnava publica en septiembre de 2009 un segundo álbum de cómic: Un Buen Hombre (Ed. Glenat), sobre la urbanización donde los SS vivían, al pie del campo de exterminio de Mauthausen.En octubre de ese mismo año publica su primera novela: De los Demonios de la Mente (Ilarion, 2009).Paralelamente, recibe una beca de la Caja de Asturias (Cajastur) para la finalización de Prisionero en Mauthausen, álbum de cómic que fue publicado en febrero de 2011 por la editorial De Ponent.También es autor de una novela de corte fantástico: Diario de una Adolescente del Futuro (Ilarion, Diciembre de 2010).En noviembre de 2012 publica 1936Z, en Suma de Letras.Las antologías en las que ha participado son: Vintage 62, Vintage 63 (editorial Sportula), Fantasmagoria + Legendarium 2 (Editorial Nowtilus) , El Monstre y cia + La jugada Fosca y cia (Editorial Brau), Postales desde el fin del Mundo (Editorial Universo), Antología Z 6 (Editorial Dolmen), Historia s escribe con Z (Kelonia editorial)En marzo del 2015 salió a la venta su primera novela gráfica en Francia: Monsieur Levine.En enero de 2013 ganó el premio ciudad de Palma de Novela Gráfica con Las Damas de la Peste, que fue publicado en diciembre de 2014. Fue su 35 premio y/o reconocimiento literario.
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Jack el Destripador que estás en los cielos - Javier Cosnava
Javier Navarro Costa
Jack el Destripador que estás en los cielos
Primera edición digital: febrero, 2019
Título original: Jack el Destripador que estás en los cielos
© 2019 Javier Navarro Costa
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Todos los demás derechos están reservados.
PRIMERA PARTE
EL DADOR DE VIDA
1.
El Dador de Vida no tenía prisa. Caminaba, alejándose de la Torre de Londres, hacia los arrabales de la gran ciudad, hacia aquella tierra de nadie y de todos (de los humildes y los necesitados) que era el East End. Caminaba, pues, el Dador de Vida, evitando la opulencia de los palacios de inspiración normanda, de la Cámara de los Comunes, de Trafalgar Square y la estatua de Nelson que la presidía, de los nobles y sus casas con jardines de estilo georgiano, y acaso también, o muy particularmente, de los caballeros con chaqué y corbata de seda, que le miran a uno por encima del hombro y pueden ver fácilmente detrás de las máscaras, porque ellos mismo viven agazapados tras de ellas, condenados a perpetuidad a llevar un embozo fatuo y pomposo de hinchados carrillos llamado indiferencia. Ah, el Dador de Vida odiaba aquella actitud flemática, aquel distanciamiento de las clases acomodadas, pero, sobre todo, odiaba la innegable penetración psicológica de éstas, aquel recelo innato del aristócrata hacia cualquier desconocido, que ponía al recién llegado a prueba en todo lugar y en toda situación. Porque el Dador de Vida necesitaba que la máscara que cubría su rostro y que le ocultaba (literal y metafóricamente) no fuese puesta a prueba más de lo necesario. En ello le iba la vida y el éxito de su misión, naturalmente.
Por tanto, aquel hombre que avanzaba sin prisas por el East End londinense y se hacía llamar Richard (que no Dador de Vida), prefería las gentes del arrabal, los inmigrantes pobres llegados de todas partes y muy especialmente de Irlanda, los vientres vacíos que no hacen más preguntas que las necesarias, las miradas ávidas, no las miradas inquisitivas, las gentes que buscaban aprobación y no las que se creen con el derecho de darla o de negarla a su antojo.
Y es que el Dador de Vida tenía mucho que ocultar y de lo que ocultarse, y no necesitaba sino una audiencia cómplice de borrachos y mujeres de mala vida donde bucear a la caza de un poco de rabia, de desazón, de la más tangible de las náuseas… todas esas emociones maravillosas que había venido a buscar. No cabía duda, si lo que necesitaba era algo de miseria, del genuino dolor
de los desarraigados, hacía muy bien encaminándose hacia los barrios pobres de Londres, pasando de largo la vieja muralla de la ciudad y siguiendo camino más allá de los muelles, para luego atravesar Spitalfields y, finalmente, luego de una caminata de varias horas, alcanzar su destino: Whitechapel, el suburbio por excelencia, el laberinto de callejuelas, de podredumbre, de hambre y de pobreza más grande de la ciudad. Sí, el Dador de Vida había elegido bien su destino. En Whitechapel nadie le miraría por encima del hombro ni pondría en tela de juicio su máscara de Richard, el joven propietario de un par de prósperos talleres que había venido a buscar un poco de diversión lejos de la mano protectora de sus padres. No, allí, a nadie le importaba quién fuese ese Richard mientras sus monedas tintinearan sobre la barra de la taberna y la próxima ronda tuviese en él a un inesperado pagador. Todos lo celebrarían con la jarra en alto y brindarían por Richard, y le darían palmaditas en el hombro y le llamarían por ese nombre inventado como si le conociesen de toda la vida.
Porque el caso era que Richard no existía. No había tal propietario de un par de talleres en el West End, en la otra parte de la ciudad, no había padres vigilantes de los que huir refugiándose en las célebres juergas de Whitechapel, no había un joven díscolo que huía de las normas encorsetadas de las clases medias londinenses, de todas esas falsas inclinaciones y reverencias. No, allí sólo había un Loo, un Dador de Vida, un ser con una misión, un investigador a la búsqueda de dolor, dualidad, simbiosis, culpa, sacrificio…
A decir verdad, aquellas era las palabras que mejor podían definir las motivaciones secretas del Dador de Vida, pero eso no lo sabía ni podía imaginárselo siquiera la buena