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La contradicción misionera: La política de Ratzinger y Papa Francisco
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Libro electrónico309 páginas4 horas

La contradicción misionera: La política de Ratzinger y Papa Francisco

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El libro propone de investigar como la ideologia misionera es la forma cultural mas elaborada de una nueva expansión capitalista a través del etnocidio cultural justificado con la evangelización. 

El autor
Rodolfo Calpini (Roma,1934)
Se graduó en la Universidad de Roma “La Sapienza" en Ingeniería en 1964 y en 1974 en Filosofía con Guido Calogero; en la misma universidad realizó cursos de Lógica y Filosofía Teórica. Estaba interesado en la crítica de la museología etnológica laica y misionera; también ha colaborado con la Fundación Internacional Lelio Basso y con Luigi Ferrajoli en problemas de derecho internacional y estado secular. Publicó Lineamenti di una teoría dell’etnocidio (Antonio Russo Editore, 1992) y Colonialismo Missionario (Aracne Editrice, 2014) y varios ensayos críticos sobre la historia de la conquista española de América en la revista “Thule”.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 sept 2018
ISBN9788829509546
La contradicción misionera: La política de Ratzinger y Papa Francisco

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    La contradicción misionera - Rodolfo Calpini

    Rodolfo Calpini

    La contradicción misionera

    La política de Ratzinger y del Papa Francisco

    La Contradicción Misionera

    La politica de Ratzinger y Papa Francisco

    Imprimido Roma, Septiembre 2018

    UUID: c547a980-e81e-11e8-b57f-17532927e555

    Este libro se ha creado con StreetLib Write

    http://write.streetlib.com

    INDICE GENERAL

    Prefacio

    El autor

    CAPITULO I

    CAPITULO II

    CAPITULO III

    CAPITULO IV

    CAPITULO V

    CAPITULO VI

    CAPITULO VII

    Agradecimientos

    Rodolfo Calpini

    La Contradicción Misionera

    La politica de Ratzinger y del Papa Francisco

    Traduccion de Manuela Garreffa

    Prefacio

    En la imagen de la cubierta del libro viene resumida la situaciòn de dos papas contrapuestos y detràs de ellos, un cardenal de la sacra curia romana. Nuestra tesis quiere demostrar como esta ùltima ha estado obligada a intervenir como àrbitro y controlador ùltimo del poder papal en un periodo històrico en el cual el mismo fundamento teòlogico del principio misionero ha sido puesto en crisis como claramente queda expresado en la dichiarazione Dominus Jesus circa l'unicita e l'universalità salvifica di Gesu Cristo e della Chiesa.

    El eterno anuncio misionero de la iglesia viene hoy puesto en peligro de teorias de tipo relativistico, que intentan justificar el pluralismo religioso, no sòlo de facto sino tambien de iure (o di principio).

    Nuestra tesis colega la presencia contemporànea de dos papas al terror difuso entre los mismos teòlogos por el progresivo debilitamiento del concepto de misiòn que hacia preveer como inminente la desapariciòn de la potente organizaciòn misionera y de su ideologia (ver en relaciòn a este argumento l'enciclica di Papa Giovanni Paolo II Redemptoris Missio del 7 de diciembre de 1990.)

    Nuestra tesis quiere demostrar que la curia romana para afrontar està peligrosa crisis ha considerado oportuno la presencia contempòranea de dos papas con roles diversos; esto quiere explicar que el rigor teòlogico de un Prefetto de la Congregaciòn por la Doctrina de la Fe como Ratzinger defensor absoluto del principio misionero debe estar gobernado oportunamente por un jesuita de amplia experiencia como Bergoglio educado en la conciencia del poder de la experiencia nacida en Argentina y de las humanas emociones de la escuela de Sant Ignacio de Loyola.

    El autor

    Rodolfo Calpini (Roma,1934)

    Se graduó en la Universidad de Roma La Sapienza en Ingeniería en 1964 y en 1974 en Filosofía con Guido Calogero; en la misma universidad realizó cursos de Lógica y Filosofía Teórica. Estaba interesado en la crítica de la museología etnológica laica y misionera; también ha colaborado con la Fundación Internacional Lelio Basso y con Luigi Ferrajoli en problemas de derecho internacional y estado secular. Publicó Lineamenti di una teoría dell’etnocidio (Antonio Russo Editore, 1992) y Colonialismo Missionario (Aracne Editrice, 2014) y varios ensayos críticos sobre la historia de la conquista española de América en la revista Thule.

    CAPITULO I

    La nueva política misionera del Papa Francisco

    Los más atentos observadores de la política del Papa Francisco han notado que, junto con una serie de iniciativas de carácter principalmente populista de escasa profundidad teológica, más allá de toda apariencia se está desarrollando una política misionera militante decisiva que apunta a fortalecer los principios dogmáticos que están en la base de la definición teológica de misión.

    Hay muchas señales que indican que la rígida política misionera del Papa Ratzinger basada en el poder ilimitado de un Logos encarnado, es sustancialmente seguida e incluso reforzada por el Papa Francisco, aunque numerosos hechos parecen querer demostrar lo contrario.

    De hecho, para explicar esta continuidad esencial, no será inútil recordar que nos encontramos por primera vez en la historia de la Iglesia ante un Papa jesuita y que el término militante en su sentido teológico se encuentra en el número 352 de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. (1)

    En el horizonte reaparece la idea de una Iglesia militante que había encontrado su apogeo durante el papado de Pío XI (1922-1939) y el de Pío XII (1939-1958) capaz de revivir la nostalgia y el mito de la cristiandad medieval.

    No sólo nostalgia, por cierto, sino un verdadero terror teológico de perder el arma más poderosa y brillante que la cristiandad ha construido y fortalecido a lo largo de dos milenios: la ideología misionera.

    Encontramos este terror teológico expresado muy claramente por el mismo Papa Juan Pablo II en la Carta Encíclica Redemptoris Missio del 7 de diciembre de 1990 en el párrafo 4:

    No obstante, debido también a los cambios modernos y a la difusión de nuevas concepciones teológicas, algunos se preguntan: ¿Es válida aún la misión entre los no cristianos? ¿No ha sido sustituida quizás por el diálogo interreligioso? ¿No es un objetivo suficiente la promoción humana? El respeto de la conciencia y de la libertad ¿no excluye toda propuesta de conversión? ¿No puede uno salvarse en cualquier religión? ¿Para qué, entonces, la misión?.

    Como podemos ver las dificultades que ponen en crisis la idea de misión provienen de la misma teología misionera a causa de una fatal contradicción interna suya debida a un antiguo delirio de omnipotencia: si no se quiere limitar la capacidad redentora del sacrificio del hijo de Dios es necesario admitir la posibilidad de salvación de cualquier otra religión o creencia.

    Lo que el Papa Wojtyla llama nuevas ideas teológicas son aquellas relacionadas con el reconocimiento de una teología pluralista de las religiones respaldada por una minoría válida y combativa de varios teólogos cristianos, incluidos John Hick, Paul F. Knitter y especialmente Jacques Dupuis.

    Para esta corriente teológica, la pretensión del cristianismo de ser la única religión verdadera capaz de asegurar a los fieles la salvación eterna ya no es sostenible.

    Esta presunción expresada por el axioma: Extra ecclesiam nulla salus ahora es considerada por tal corriente minoritaria de teólogos, que se refieren a la teología del ecumenismo nacida esencialmente del Concilio Vaticano II y en particular del decreto Unitatis redintegratio, como un triste legado del exclusivismo y el triunfalismo de una eclesiología dominante, desde el momento en que, en el siglo IV, la religión cristiana se había convertido en la religión oficial del Imperio Romano.

    El colapso de la ideología misionera es visto como el colapso de todo el cristianismo, atacado por el relativismo, a partir del Decreto conciliar Ad Gentes por el cual La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. (2)

    Desde este punto de vista criticar la misión significa criticar un plan divino.

    Este peligro es fuertemente denunciado no solamente por el Papa Wojtyla sino también por el Papa Ratzinger en la Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y la Iglesia del 6 de agosto de 2000, que él mismo firmó como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

    El mismo Ratzinger firmaba, al mismo tiempo que la Declaración Doctrinal Dominus Iesus, una Notificación Doctrinal que daba lugar a un proceso canónico contra el libro del Padre jesuita Jacques Depuis ‘Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso’ acusado de contener graves errores y ambigüedades doctrinales sobre las doctrinas de la fe divina y católica, con respecto a la revelación, la soteriología, la cristología y la Trinidad. (3)

    En perfecta buena fe, el Padre Depuis, por haber defendido la existencia de varios caminos que conducen a la salvación eterna, fue perseguido hasta su muerte, ocurrida en 2004, por la ofensiva desatada por la Congregación para la Doctrina de la Fe guiada por Joseph Ratzinger.

    La razón de tal ensañamiento de la parte más conservadora de la Iglesia contra el tímido relativismo de un grupo de teólogos que en sus escritos confirmaban su fidelidad a la Iglesia puede explicarse solamente por el terror de que estas ideas hubieran podido debilitar y poner gradualmente bajo acusación de etnocidio a la poderosa y rentable organización misionera que durante dos milenios garantizó la expansión continua de las fronteras del imperio cristiano.

    Además, Ratzinger mismo, en los años durante los cuales fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 25 de noviembre de 1981 al 2 de abril de 2005 y como Papa del 19 de abril de 2005 al 28 de febrero de 2013, al apoyar la actividad etnocida de la evangelización y enaltecer sus tareas y deberes imperialistas había tocado niveles de fanatismo místico que solo unos pocos Papas de la Edad Media habían alcanzado.

    Bastará seguir cuidadosamente la historia de las metáforas utilizadas por la teología misionera para darse cuenta de cómo se describe la actividad destructiva para la cultura mediante el uso de metáforas y analogías genéricas.

    De esta manera, la destrucción de las culturas en relación con el período histórico se describe como una necesidad natural de naturaleza curativa para las culturas de una humanidad enferma o bien como un refinamiento que las culturas humanas están esperando recibir a través de una intervención divina.

    En todo caso, cualquier tipo de metáfora misionera tiene el propósito específico de cubrir y hacer olvidar, a través de la analogía literaria, todo el horror causado por la acción misionera: la desaparición violenta de las culturas a través de las conversiones impuestas y una estrecha alianza con todo tipo de colonización.

    El Cardenal Ratzinger como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe utiliza una metáfora poderosa y angustiosa que describe precisamente el método fundamental con el que el misionero destruye la cultura: la del ‘cultivador de sicómoros’.

    Para Ratzinger es el Logos mismo como Palabra de Dios que ve al inmenso pueblo pagano como los frutos sin sabor del sicómoro; entonces es necesaria la intervención externa del cultivador que practica una incisión en los frutos, que solamente de esta manera se vuelven sabrosos y utilizables.

    De la misma manera, el misionero, como el cultivador de sicómoros, debe incidir sin temor en cada cultura provocando la filtración, aunque sea dolorosa, del jugo; esta operación representa el necesario proceso de purificación.

    La metáfora misionera ha logrado así su propósito: el etnocidio se llama purificación y el Logos mismo ha creado sus siervos obedientes en misioneros vistos como operosos y honestos cultivadores de sicómoros. (4)

    En la política misionera del Papa Ratzinger, cualquier duda sobre la teología dogmática evoca el fantasma del relativismo que deambula por el mundo cristiano, creando una confusión creciente (5) contra la cual se lanzó la Congregación para la Doctrina de la Fe el 15 de diciembre de 2007 con una Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización.

    Esta nota refleja perfectamente el pensamiento de Ratzinger para quien el Logos mismo garantiza la presencia real de Dios en el corazón del hombre, no por lo que hemos identificado como destrucción de culturas, sino para reconstruir místicamente las mismas, aunque sean destruidas, en el misterio trinitario. (6)

    Naturalmente, la renuncia de Ratzinger al trono papal ocurrida el 28 de febrero de 2013 sólo destacó la necesidad de un cambio decisivo de estrategia en la defensa de la ideología misionera.

    En el período anterior al de la analogía del sicómoro, la literatura misionera había creado con el término inculturación, sustraído a la antropología cultural, un tipo de derecho imaginativo de sanar y perfeccionar todas las culturas enfermas debido al pecado original, dejándolas, sin embargo, misteriosamente indemnes.

    La analogía utilizada en este caso para ocultar las consecuencias destructivas de una sanación impuesta se toma del principio cristológico contenido en el dogma definido por el Concilio de Calcedonia del año 451 d .C.

    Este tipo de analogía claramente se niega a sí misma porque intenta una explicación a través de un dogma al que se puede creer solamente por fe, mientras que las otras analogías intentan al menos una explicación que se refiere a hechos externos cuya existencia es controlable.

    La analogía, que posee para el creyente la ventaja de apoyarse en el misterio de la encarnación redentora, es presentada por los teólogos de la siguiente manera: así como en el dogma cristológico la naturaleza humana permanece ilesa conviviendo con la divina, de la misma manera las culturas humanas permanecen ilesas conviviendo con el proceso de evangelización, sin sufrir violencia ni destrucción.

    De este modo, la falta de etnocidio está garantizada por la existencia indiscutible del mismo dogma fundamental del cristianismo y la hipótesis de etnocidio automáticamente caería, no siendo siquiera pensable en este marco.

    La teología misionera, al no encontrar otros argumentos para apoyar la expansión de un imperio mundial, se ve obligada a referirse a la analogía con el misterio cristológico, incluso entre mil contradicciones, cayendo en un razonamiento tautológico además de exponer el mismo dogma cristológico a una innegable desmentida fáctica.

    De hecho, si la destrucción cultural fuera reconocida por otras corrientes teológicas y si, finalmente, la destrucción de las culturas lograra ser reconocida como una verdad histórica incontrovertible, la analogía establecida para demostrar la protección de las culturas podría leerse como la negación fáctica del dogma cristológico.

    La ruta analógica se puede resumir de la siguiente manera:

    Naturaleza divina. Cultura divina

    --------------------------- :: ------------------------

    Naturaleza humana Cultura humana

    que, como ya hemos visto, en resumen debe leerse de la siguiente manera: así como la naturaleza divina deja intacta la naturaleza humana, de la misma manera la cultura divina deja intacta la cultura humana.

    La excepcional importancia de este camino analógico, especialmente profundizado en todos sus aspectos en la Pontificia Universidad Gregoriana, radica en el hecho de que si se lee hacia atrás, comenzando desde la cultura humana para concluir con la Naturaleza divina, constituye una prueba incontrovertible, obviamente desde un punto de vista laico pero también desde un punto de vista teológico, la inaceptabilidad del dogma de las dos naturalezas en la única Persona de Cristo tal como lo define el Concilio de Calcedonia.

    En efecto, si partimos del hecho incontrovertible de la existencia un crimen de etnocidio provocado por los procesos de evangelización cuya conciencia aumenta cada vez más, incluso por la teología misionera católica y protestante, leyendo al revés la misma analogía, celebrada con tanto triunfalismo superficial para probar la inexistencia del crimen de etnocidio, podemos legítimamente concluir con la inexistencia de la encarnación divina misma. (7)

    Esta estrategia analógica, tan ingenua como desesperada, y la estrategia posterior de los misioneros como tallistas de sicómoro inaugurada por Benedicto XVI, fueron abandonadas con la elección del Papa Francisco precisamente porque enfrentaban con las armas ya sin fuerzas de un viejo triunfalismo el nacimiento irreversible de un pluralismo cristiano de las religiones, provocando más problemas de los que querían resolver.

    A diferencia de Juan Pablo II y Benedicto XVI, preocupados por el relativismo inducido por el nacimiento de un pluralismo religioso, la política misionera del primer Papa jesuita omite el examen directo de estos problemas y da por implícitamente aceptados los siguientes tres puntos fundamentales:

    1) La misión no necesita profundos análisis teóricos, sociológicos o teológicos, ni necesita ser definida a través de peligrosas metáforas.

    2) La misión es esencialmente una actividad práctica que debe apuntar al bautismo y la conversión, objetivos que se tienen que alcanzar con las estrategias usuales del colonialismo o del neocolonialismo a fin de difundir un Reino que no tiene fronteras de tiempo ni de espacio.

    3) La organización misionera en su conjunto se define como tal porque, estando totalmente proyectada fuera de sí misma, nunca podría tomar en cuenta una crisis de sus finalidades, establecidas, además, por una voluntad divina. (8)

    ¿Cuál será entonces la política misionera que implementar desde el Papa Francisco para defender el ya vasto imperio misionero que se extender sin límites en el tiempo y el espacio?

    En realidad, es una política que no aborda los problemas básicos de la misión, sino que elude el obstáculo al apoderarse formal y ficticiamente de antiguos ideales, tanto liberales como marxistas, después de haberlos vaciado de significado.

    Bastará recordar el lúcido análisis contenido en la carta que el profesor Marcello Cini envió al Rector de la Universidad de Roma La Sapienza, en la que solicitó anular la lectio magistralis del Papa Benedicto XVI en la inauguración del año académico 2008 porque juzgada provocativa e incongruente.

    Recordando que la línea política del papado de Benedicto XVI se basaba en la tesis de que la repartición de las respectivas esferas de competencia entre conocimiento y fe ya no puede mantenerse porque esta última poseía una supuesta Ilustración auténtica generada por el Logos encarnado en la figura de Cristo, Marcello Cini acertadamente juzgaba esta posición papal únicamente como un cambio de estrategia y concluía: No pudiendo ya usar las hogueras y los castigos corporales, aprendió de Ulises. Usó la efigie de la Diosa Razón de la Ilustración como caballo de Troya para entrar en la ciudadela del conocimiento científico y enderezarla.

    Para comprender cuán apropiadamente el Profesor Cini había percibido el núcleo agresivo de la política misionera de Benedicto XVI constituida por un Logos encarnado cuyo objetivo era unir todos los conocimientos universitarios en una trascendencia capaz de hacer que todos ellos se reconocieran en un único Logos, basta con leer el texto de la conferencia celebrada en Roma en LUMSA el 14 de octubre de 2006 por el profesor Francesco D'Agostino para recordar y comentar la Lectio magistralis titulada Fe, Razón, Universidad, celebrada en la Universidad de Ratisbona por Benedicto XVI el 12 de septiembre de 2006.

    En esta conferencia, el Papa confirmaba un claro programa de dominación de todas las realidades terrenas, comenzando con los conocimientos separados e independientes de la institución universitaria que, hechos converger todos en un único Logos, cumplían la misión del cristianismo.

    De esta manera el profesor Marcello Cini identificaba en la auténtica ilustración de Benedicto XVI un instrumento fundamental para realizar el propósito de la misión sin hablar en metáforas o analogías: era el engaño de Ulises, es decir la construcción de máquinas o dispositivos que, exhibiendo una apariencia totalmente inofensiva, ocultaban en su interior un arma mortal.

    En el caso de Benedicto XVI, el arma mortal consistía en la astucia representada por la auténtica ilustración del Logos encarnado que tenía el único propósito de introducir en el campo de la ciencia la fe cristiana como fuente de conocimiento y término final del conocimiento científico.

    En el caso del Papa Francisco, el arma mortal para introducir la ideología misionera en la ciudadela del laicismo es aún más peligrosa y refinada.

    De hecho, en el dispositivo no aparece nada que pueda relacionarse ni siquiera remotamente con una voluntad divina que imponer a todos los hombres; por el contrario, todos esos intereses humanos largamente perseguidos por la Iglesia a través de los siglos parecen prevalecer en este dispositivo, y muy bien resumidos por el Syllabus adjunto a la encíclica del Papa Pío IX Quanta Cura.

    Estos intereses humanos parecían ahora ser representados y reivindicados por la misma religión que siempre los había negado y reprimido; de esta manera se abría una gran esperanza, inesperada, de una vida plenamente realizada sin la esclavitud de los dogmas.

    La opción por los pobres (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium) y la protección de la naturaleza (Encíclica Laudato si) son muy exaltadas.

    Los efectos letales de esta arma se obtienen en la política del Papa Francisco de las siguientes maneras:

    1) Olvidar la historia (9)

    2) Volcar la historia (10)

    3) Apropiarse de los ideales antes perseguidos (11)

    Todo esto se hacía posible porque con el Papa Francisco se pasaba de la religión del Logos a la religión del corazón y la emoción que encontraba en los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola un ejemplo inigualado.

    En la política misionera del Papa Ratzinger, cada duda sobre la teología dogmática evocaba el espectro del relativismo que vagaba por el mundo cristiano creando una confusión creciente. (12)

    Contra esta confusión, el 15 de diciembre de 2007 se lanzaba el ataque de la Congregación para la Doctrina de la Fe con una Nota Doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización.

    Esta nota refleja perfectamente el pensamiento de Ratzinger, según el cual el Logos mismo garantiza la presencia real de Dios en el corazón del hombre, de modo que lo que llamamos la destrucción de las culturas tenga lugar completamente en el misterio trinitario. (13)

    En esta perspectiva, utilizando la metáfora de la atracción de un Dios que se sacrifica a sí mismo por amor al hombre, se hace desaparecer la verdadera imposición misionera vinculada con todas las formas de colonialismo que destruye las libertades más elementales del cuerpo del hombre, como la libertad de investigación contra cualquier dogma, las garantías de los derechos y la misma autenticidad de la fe religiosa.

    Desde nuestro punto de vista laico, las tesis de Ratzinger claramente expresadas en la Declaración Dominus Iesus contra cualquier tipo de relativismo quieren, sin duda, sanar desde el interior de la teología misionera la crisis desencadenada por el nacimiento de una teología cristiana del pluralismo religioso capaz de hacer colapsar desde dentro las razones trascendentes y prácticas de la misma ideología que había construido el imperio misionero.

    Esta estrategia ha sido confirmada por la política misionera del Papa Francisco que, con diferentes métodos, reforzará las del Papa Benedicto XVI y el Papa Juan Pablo II.

    La señal inequívoca del fortalecimiento de una política misionera ampliamente agresiva fue el anuncio, que el mismo Papa hizo durante su vuelo de regreso de Filipinas, de la beatificación del obispo Oscar Romero y de la canonización del fraile franciscano Junípero Serra.

    Oscar Arnulfo Romero y Galdamez fue arzobispo de San Salvador, capital del estado de El Salvador; fue asesinado por un francotirador de escuadrones de la muerte a sueldo del católico Robert D 'Aubuisson, líder del partido conservador nacionalista, mientras celebraba la misa el 24 de marzo de 1980.

    El Papa Francisco reconoció el martirio en odium fidei con un decreto del 3 de febrero de 2015 y Oscar Romero fue beatificado en una solemne celebración en San Salvador, el 23 de mayo de 2015.

    La característica de esta muerte fue el silencio culpable del Papa Wojtyla, que fue advertido por Romero durante un viaje suyo a Roma de las amenazas continuas a su vida por parte de los terratenientes católicos debido a sus denuncias en defensa de los pueblos indígenas explotados y asesinados.

    Silencio aún más culpable porque el asesinato de Romero fue precedido por la muerte de un cohermano suyo jesuita, Rutilio Grande, quien también fue asesinado por defender los derechos de la población indígena contra las expediciones de armas que el presidente Carter llevaba a cabo para favorecer a los grupos reaccionarios católicos.

    Esta fue la triste conclusión de la política del Papa Wojtyla en América del Sur, siempre dirigida a favorecer a los poderosos en el contexto de una continua desconfianza hacia cualquier forma de teología de la liberación que representaba al menos una parcial concienciación por parte de la misma religión que, con su ideología misionera, había traído todos los desastres del colonialismo...

    Por otro lado, la creación de los mártires siempre ha sido una elección de la política misionera de la Iglesia que, de esta manera, ha seguido disfrutando de la protección de los poderosos, dejando a los débiles a su suerte de víctimas indefensas.

    De hecho, la filosofía de la santificación de la Congregación para las Causas de los Santos establece que la agresividad que emana del fanatismo misionero puede ser ejercida por el misionero hacia sí mismo, como en el caso de los mártires Oscar Romero y Rutilio Grande o ejercida por el misionero hacia las poblaciones que el misionero de diversas maneras logra controlar.

    Este último caso está bien representado por el misionero español de la Orden de Frailes Menores Junipero Serra, nacido en Petra, en la isla de Mallorca, en 1713, fundador de varias misiones en la Alta California a través del uso esclavista de las poblaciones locales.

    Incluso entre una amplia gama de misioneros dedicados a la destrucción de las culturas que encuentran en su camino, Junipero Serra se distingue por una particular ferocidad en esclavizar a

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