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El Ultimo Latido De Una Madre: Marta Imelda Dimas Grande Testimonio De Fortaleza
El Ultimo Latido De Una Madre: Marta Imelda Dimas Grande Testimonio De Fortaleza
El Ultimo Latido De Una Madre: Marta Imelda Dimas Grande Testimonio De Fortaleza
Libro electrónico354 páginas5 horas

El Ultimo Latido De Una Madre: Marta Imelda Dimas Grande Testimonio De Fortaleza

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Cerr mis ojos un instante frente al cielo despejado; soplaba el viento libre, deslizndose en mi rostro, acaricindome. Me invadi una sensacin de ternura, imagine despegar desde la tierra hast alas Alturas; eschuche el sonido de las aves y el crujir de las hojas como un concierto que disfrute en silencio. Ese da suspire, proque sent EL ULTIMO LATIDO DE MI MADRE, en efecto ella haba muerto me qued a su lado recordando su bella sonrisa; cerci junto a dos hermanos y una hermana, fue sensacional.
Mi madre supero dos capturas, vivimos momentos de angustia; la repression y la impunidad reinaban en la dcada de los 70. Siendo unos pequeos, el dolor se apoder de nuestra inocencia, la Guerra era inminente, aos ms tarde entrara a nuestro hogar. Nos quedamos como en un naufragio, solos en medio del terror, burlados y pisoteados por un sistema que institucionaliz la repression y atentaba contra las libertades fundamentals de la poblacin.
La guerra no solo destruye lo fsico sino tambin el tejido social de una nacin. Han pasado tantos aos de la firma de los Acuerdos de Paz y es necesario que las nuevas generaciones conozcan los hechos lamentable de esa poca. Las cicatrices de la guerra an no han sanado, siguen ahi recuperndose lentamente.

Roldn Alfredo Quintanilla Dimas
IdiomaEspañol
EditorialXlibris UK
Fecha de lanzamiento27 nov 2013
ISBN9781483699462
El Ultimo Latido De Una Madre: Marta Imelda Dimas Grande Testimonio De Fortaleza
Autor

Roldán Alfredo Quintanilla Dimas

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    El Ultimo Latido De Una Madre - Roldán Alfredo Quintanilla Dimas

    Prologo

    El libro El Ultimo Latido de una Madre, no es solamente la narrativa de la historia de Marta Imelda Dimas Grande, una mujer luchadora, emprendedora, con ideales claros, dispuesta a lograr sus sueños con sacrificio y esfuerzo, cualidades que la impulsaron a salir adelante con su grupo familiar y superar todos los obstáculos que tuvo frente ella, sino también la huella y herencia que dejó en su hijo Roldán.

    La vida de esta gran mujer tiene como contexto una etapa histórica y trascendental del país; las luchas y conflictos que se desarrollaron en El Salvador en las décadas de los años 70 y 80 e inicios de los 90; el autor permite conocer a través de este libro fragmentos de esa historia nacional y transpolar para aplicar en el presente, cómo muchas mujeres salvadoreñas salieron adelante con sus familias y a la vez contribuyeron con su incorporación a la lucha por lograr una sociedad mejor.

    Esta historia narrada por Roldán Alfredo Quintanilla Dimas que recoge testimonios de personas que de alguna manera u otra tuvieron contacto con su madre, refleja una vida llena de experiencias retadoras, que se espera sirvan de ejemplo para todas aquellas mujeres salvadoreñas y toda persona que lea este libro; la vida está llena de retos y oportunidades y solo cada quien fortaleciéndose con empeño, tenacidad y aplicando valores puede hacer de su propia vida una historia que ilumine a otros en su diario caminar.

    Un apartado muy importante de este libro, reflexión que se hace el autor nos da testimonio de su calidad humana: Quisiera tener un mayor alcance sobre los infortunios del pasado, es decir, buscar una forma impactante de poder llegar a los jóvenes que están a punto de cometer los mismos errores que yo cometí contigo (hablando de Imelda Dimas), uno de ellos es mi hijo. Espero las cosas cambien, que él al igual que otros jóvenes no lleguen a lamentarse con el tiempo, de los errores del pasado.8

    Roldán ha narrado a través de esta historia, y desde dos perspectivas, la de su madre entretejida con la de él, los sufrimientos, la fortaleza y dignidad de una madre con una visión de futuro para los suyos.

    Además, este libro nos da un testimonio conmovedor del sufrimiento de una madre, que sintetiza los de muchas madres de esa época, y de los ideales que las mantuvieron firmes en, pese al dolor que significó sacrificar a sus hijos por los anhelos de libertad y de verlos crecer y desarrollarse en un mejor país: "Notaba en los ojos de niña Vicenta un profundo océano de recuerdos tristes, ese estoicismo con que nuestra gente enfrenta la calamidad, pero al mismo tiempo la dignidad con que la viven.

    Una madre que lloró la muerte de cinco hijos y un hijo lisiado por la guerra es indiscutiblemente un gran aporte a la revolución salvadoreña. Espero que un día algún funcionario de Gobierno que fue parte de esa revolución, tenga la oportunidad de leer este libro, y reconocer el valor de esta madre, que aún continúa casi en las mismas condiciones de pobreza".

    Quiero agradecer la oportunidad de permitirnos escribir estas líneas tan especiales y a su autor por compartir todas sus vivencias y sufrimientos, que espero motiven a las personas lectoras a creer en un futuro prometedor, lleno de anhelos y retos.

    Ing. Mauricio Alberto Rivas Romero y

    Dra. Nancy Aguirre de Rivas

    1

    Nuestra casa

    Sentí una gran emoción cuando vi a mi madre aquel día que íbamos en un bus rumbo a un lugar desconocido, sabía que ella nos preparaba una sorpresa: su rostro la delató. Entramos a una carretera larga y empinada, logré ver una estación de servicio Chevron, continuamos y cruzamos por un puente donde pasaba la línea del tren. Dejamos una colonia muy grande, todo un proyecto habitacional, después de ver la última fila de casas, vimos una calle de alrededor de medio kilómetro de largo que separaba esta colonia de una más nueva que se adentraba en las faldas de un cerro. El autobús terminó su recorrido; de ahí, caminamos unas dos cuadras y sentí que los arboles del cerro se acercaban hacia mí. Ese día mí madre llevaba en sus brazos a Toni, mi hermano menor, Cesar y yo nos sujetábamos de la otra mano de ella.

    De pronto, alcé mi vista en dirección a los árboles que se movían como en oleajes. Nos detuvimos en una esquina donde la calle principal que continuaba hasta el cerro, se dividía. Comenzó a soplar el viento, libre, deslizándose en mi rostro, acariciándome; me invadió una sensación de ternura que me provocó un sentimiento perspicaz de locura; imaginé de repente despegar desde la tierra hasta las alturas, escuché el sonido de las aves y el crujir de las hojas como un concierto que disfrute en silencio. ¡Sonreí! Luego sentí el jalón de mano, –Fredy sigamos, aquí vamos a entrar–. Mi madre se desvió a la derecha, entramos a un pasaje de una colonia recién construida, creo que más del 70% de las casas estaban vacías. Un par de metros adelantito se paró frente a la puerta de la casa No. 439, sacó una llave de su cartera. El secreto terminó ahí nomás. Bueno mis tortolitos aquí estamos, en nuestra propia casa, expresó con orgullo.

    Al abrir la puerta, la vimos totalmente vacía; inesperadamente cerré mis ojos, imagine por un segundo llenarla de ilusiones; los abrí y me solté a correr por cada espacio de la casa. Toda la mañana pasé corriendo dentro y fuera de la casa, sude la camiseta que andaba puesta, Cesar me acompañó y nos divertimos sin tener idea qué pasaría mañana. Tenía 6 años de edad y era el mayor de 3 hermanos, estábamos en el mes de abril de 1976, justo en el mes de mi cumpleaños.

    La década de los años 70 sacudió la nación: los grandes fraudes electorales del 72 y 77 que le robaron la presidencia a la oposición, la fallida reforma agraria, el crecimiento de los movimientos de masas que desafiaban a los gobiernos militares de esa época y el incremento, cada vez más feroz de la represión como única respuesta gubernamental al descontento popular cimentaron la guerra civil que se viviría en los años 80.

    Algunos sectores de mayor beligerancia trascendieron de las protestas de calle a la clandestinidad y se levantaron en armas, con el objetivo de iniciar una lucha por la toma del poder. Fuerzas insurgentes como las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), saltaron al paso, de tal manera que la sociedad salvadoreña presenció una serie de ataques urbanos que se registraron en el gran San Salvador. Poco después surgiría la Resistencia Nacional (RN) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC). Cada una de estas organizaciones político militares constituyeron sus frentes de masas: el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU) en 1974; el Bloque Popular Revolucionario (BPR) en 1975 y posteriormente las Ligas Populares 28 de Febrero (LP-28) en 1977. Estas organizaciones de masas desarrollaban sus propias acciones milicianas, involucrando en un nivel de lucha diferente a miembros de los movimientos populares entre ellos las Brigadas Obreras, estudiantes de AGEUS (Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños), sindicatos, organizaciones campesinas, magisterio, entre otros sectores.

    Con este panorama caótico, además de la situación económicamente precaria del país, muchos desesperaron y se fueron al exilio, de tal manera que el recorrido peligroso por el río y el desierto de Arizona fue la gran cruzada de miles de compatriotas en busca del sueño americano; y otros lograron refugio en países amigos por medio del asilo político.

    Mientras eso sucedía, nuestra familia al igual que otras, vivimos en medio del temor y la angustia. Los hermanos que lograron emigrar a la nación más poderosa no dejaron de sentir también sus temores, no solo por sus problemas migratorios, sino también por sus familiares que dejaban a la espera de ser llevados a los Estados Unidos de cualquier manera.

    Esos años fueron el comienzo de una violenta guerra civil que dejaría sangre derramada, nadie tenía certeza del grado de profundidad del conflicto. Los ojos del mundo estaban en la nación salvadoreña.

    Ajenos a los graves problemas sociales, nuestra familia albergó esperanzas; días después de conocer la casa nos mudamos con todas nuestras pertenencias en un camión. Cuando llegamos al pasaje y comenzamos a bajar las cosas, encontramos vecinos, creo que ya había unas 7 familias en total.

    Unos cipotes jugaban con una carreta de madera y rodos de acero que hacia una gran bulla. Cruzaban todo el pasaje, encaramado un cipote sobre el otro hasta llegar a la esquina. Cuando terminamos de bajar el último mueble del camión, un niño chelito nos llamó para que jugáramos con ellos.

    - Hey, bichos quieren jugar.

    - Va pues. Respondí.

    Cesar, mi hermano, era tímido, no quiso, pero a mí me encantó la idea.

    - Cómo se llaman ustedes. Les pregunté.

    - Yo soy Neto, el más negrito de todos.

    - Y vos chele, continúe preguntando.

    - Me dicen Danielito, pero cuando mi mami está encachimbada me grita MOCHO.

    - Ja ja ja ¡Mocho! Y que quiere decir eso.

    - Saber, no tengo idea.

    - Juguemos púes.

    - Vaya, poné atención. Tomá la pita con las manos, poné las patas a la par de cada rodo que así lo vas a controlar; te empujamos y nos subimos nosotros.

    - Dale. Respondí.

    Empujaron con todo y los tres desfilamos una y otra vez recorriendo el pasaje como si fuese una carretera. Hasta que sudábamos a chorro y nos cansamos dejamos de jugar.

    Horas después, ordenamos la casa, pasamos el resto del día ubicando los muebles, la cocina y el comedor, además de los cuartos de habitación. Tratamos de impregnar colores alegres al nuevo hogar, cuando de repente mi madre le echó una miradita a la sala, algo no estaba bien. Ella era apasionada por los estilos así que le pregunté:

    - May le gusta como quedaron los sofás.

    - Umm, dejamé ver un rato… Creo que deberíamos mover este pequeño para este lado y el grande lo topamos a la pared. Veamos ahora, ¡Se ve mucho mejor! Qué te parece.

    - Sí, se ve mil veces mejor. Replique.

    Tengo fresca en mi mente la imagen de su mirada, precisamente proyectando la forma en la cual quedarían los 3 sofás. Movimos cada uno de ellos hasta lograr los espacios que buscaba. Terminó de ordenar las paredes con algunos cuadros que llevaba para que se viera bonita la casita, además de colocar en su cama una colección de sábanas y cojines, sin quedársele atrás un tocador color verde claro, de muy buena madera, por su olor podría asumir que era laurel, estilo único, donde guardaba sus cadenas, anillos, aretes, perfumes y encima siempre tenía su Biblia. Su cuarto de habitación era muy suyo, tenía un toque especial, debido a su presencia y aroma que se mantenían esparcidos durante todo el día.

    - Puya madre, que chivo dejó. Qué grande ese mueble, se ve muy bonito.

    - Si Fredy, grande para colocar todas mis cositas.

    - Y nos podés ayudar a colocar nuestras camas, no caben con la cuna de Tony.

    - Terminó en un momento y les ayudó, no se alboroten.

    Concluimos muy rendidos de ordenar toda la casa que no fue difícil con las ideas de mi mamá, sencillas y humildes pero la dejamos bien presentable, como para recibir cualquier visita con honor. Al caer la noche, intentamos dormir pero no podíamos, Cesar y yo mirábamos el techo acostados en la cama, visualizando cada día como una experiencia cachimbona.

    Quería estar en la mente de mi mama; conocer sus emociones, proyectos y preocupaciones. No sé en realidad cuáles fueron sus pensamientos, pero tengo muy presente que una vez se trazó una meta: No pasaré alquilando casa toda mi vida. No hacía mucho tiempo atrás, ella le manifestó a mi papá que metieran papeles en el Fondo Social para la Vivienda, pronto esa meta fue un hecho.

    Precisamente cuando veo la punta del lápiz escribiendo estos recuerdos, por un instante éstos se detienen en el tiempo. Semanas antes que mi madre falleciera, me relató orgullosa y con mucha satisfacción, la decisión que tomó junto con mi papá de impulsar la gestión de compra para la adquisición de la vivienda.

    Esa imagen, de pronto, me invadió: sentado en una silla de madera, contemplaba la luz tenue que sobre la hoja en blanco se desplegaba, esperando un pequeño instante para pensar la siguiente palabra de un sentimiento. Los detalles, las pequeñas cosas que parecieran no importantes son los que más invaden mi mente al recordar. Veo su rostro y la veo partir con una sonrisa. Al fondo una canción muy dulce me llena el corazón; así dos momentos se unen de forma especial. No pude contenerme más, una lágrima cae irremediablemente. De niño vi su tierna mirada aquella noche que terminamos de acomodar la casa y muchos años después, una tardé antes de morir, vi esa misma mirada dulce y bella.

    Mi mente se trasladó a la cama de esa linda casa, yo miraba el techo, pensé que Cesar aún estaba despierto, pero no, acababa de orinarse totalmente dormido. Así que mejor me levante y fui al baño para no orinarme igual que mi hermano. Volví a la cama y cerré mis ojos, poco antes que el cielo estuviera tierno, me desvanecí en un sueño tranquilo y seguro, inundado de felicidad.

    Tan pronto eso pasó, sentí el canto de unas tortolitas, abrí mis ojos y el viento húmedo del amanecer golpeo mi puerta, me quedé sentado en la cama, puse mis pies desnudos en el suelo y fui testigo del movimiento que hacían las hojas recién caídas de los árboles, deslizándose por los techos. La naturaleza exclamó su belleza; al fondo aprecie una estelar llanura color azulino.

    - Buenos días le dije al cerro San Jacinto.

    Con sus onduladas siluetas que se encumbraban a tempranas horas de la mañana, me animé a saludar tal paraíso, el cielo acompañaba su vanidad. Quedé perplejo, mis pupilas se dilataron por sorprendente hermosura. Distraído por la naturaleza del lugar, el tiempo pasó acariciando mis sentidos, cuando una luz brillante al oriente rozó el volcán de Chinchontepec. Brincando sus alturas el sol despierta humedecido, destilando las aguas de un lago que susurra el sereno hasta desvanecerlo. Sin perder un tan solo instante subí al techo. Me senté en la orilla de una teja, fui testigo de un diseño espectacular que Dios dibujó solo para afortunados.

    - Fredyyy…

    La voz de mi mamá me terminó de despertar.

    - Qué hacés en el techo, bajá de ahí muchachito.

    - ¡Voyy! Respondí.

    - Purate niño.

    - Voy voy voy. No me ajolote.

    Que rico momento. Fueron innumerables veces las que aprecie el volcán y sus contornos, sin tener que viajar o pagar para verlo. Disfruté de un rincón mágico, donde tu imaginación puede trasladarte a través de estas palabras.

    Le conté a mi madre lo que vi:

    - Viera que chivo el lago y ese volcán, ¿sabe cómo se llaman?

    - Ah… es el lago de Ilopango y el volcán Chinchontepec que está en el departamento de San Vicente.

    - Fíjese que más temprano el sol se refleja en las aguas de ese lago. Bien original se ve.

    - Ese lago hace muchos años fue un volcán, cuando hizo erupción quedó un cráter que posteriormente se convirtió en lago. Mencionó mi madre.

    - Y qué vamos hacer hoy. Pregunté.

    - Tengo que ir a trabajar, se quedarán con su tía Rosa.

    - Ha… Mi tía Rosa.

    - Sí. La hermana de tu papá.

    - Vaya, está bien madre.

    Mi tía Rosa tenía 17 años, se ofreció a cuidarnos, era muy activa, soñadora e inquieta, estudiaba bachillerato.

    - May a qué horas viene mi tía.

    - Ya casi viene. La otra semana los voy a ir a matricular para que inicien sus estudios.

    Cuando de repente se asoma mi tía Rosa.

    - Buenas Buenasss… cómo están. Buenos días Imelda, cómo estás.

    - Aquí, corriendo para el trabajo. Hay te queda todo listo para que les des de comer a estos cipotes.

    - Tía Rosa, y mi papá cuándo va a venir, no sabés. Le pregunte.

    - Anda trabajando en el aeropuerto Fredy. El fin de semana dijo que iba a venir.

    - En el aeropuerto trabaja. Pregunté.

    - Tiene dos trabajos: uno en ANTEL y el otro en TACA.

    - ANTEL y TACA. Qué significan.

    - ANTEL es una institución del gobierno que se le conoce también como telégrafo. TACA es una aerolínea de viajes y tu papá hace su labor desde el aeropuerto donde tiene comunicación con los pilotos de los aviones. Por cierto queda cerca de aquí en la Base Aérea de Ilopango.

    - Juela. Qué bien, puedo ir con Cesar a ver los aviones.

    - Voy a hablar con Efraín para que los lleve a ver los aviones desde la terraza y además les compre un sorbete.

    - Bueno, le dice, pero de verdad, no se le vaya a olvidar.

    Mi papá y mi mamá siempre fueron bien trabajadores, luchaban todos los días. Mi padre llegó a tener dos trabajos, así como en los Estados Unidos que la mayoría tiene más trabajos para ahorrar y sacar adelante a la familia. Un día, creo que mi padre tuvo dificultades por las dos jornadas y le dieron su tiempo en ANTEL, así que solo se quedó en TACA.

    Mi madre se desempeñaba como secretaria en una oficina de sindicalistas del transporte público. Realmente no tengo recuerdos de haber disfrutado en familia con mi papá y mi mamá, la situación de los dos era inestable, nunca los vi juntos; fueron esporádicas las veces que mi padre se quedó a dormir en casa, y cuando eso pasó las discusiones acaloradas sombreaban las noches.

    Durante el día, mi tía Rosa colaboró mucho con mi madre cuidando de nosotros. Pero… desde muy pequeño yo fui muy hiperactivo; recuerdo que antes de pasarnos a vivir a esta casa, creo que tenía cinco años, mi mama quería dormir a Tony y yo jugaba con Cesar, hacíamos un gran ruido, así que mi mamá medio encachimbada porque no hacíamos caso, nos amarró en la cuna de Tony y se llevó al cipotío a su cama. Después de un par de minutos no sé ni cómo, pero me desamarré y solté a Cesar, así que nos fuimos al patio y continuamos con el relajo. Este antecedente no era la gran cosa para lo que después tendría que pasar. Mi tía no iba a lograr tener control sobre nosotros, es más, su estadía no sería muy larga. Ya existían planes inesperados en su vida que ya les comentare.

    Yo salía por lo general todo el bendito día a la calle, por supuesto que las condiciones eran totalmente propicias para divertirme fuera de casa; escogía el techo de mi casa para despabilarme, ya sea encumbrando piscuchas o disfrutando del paisaje natural. Al regresar del trabajo, mi mamá venía agitada, con hambre y a seguir trabajando, solo que en los oficios de la casa. Mi tía se iba y regresaba al día siguiente.

    La buena comida hecha por mi madre vendría enseguida de un par de clasecitas de buenos modales. Aprender a sentarnos en la mesa, tomar de la mejor manera los cubiertos, y desde luego saber expresarnos delante de los demás al compartir los sagrados alimentos. Bendecirlos y saborearlos con agrado. Antes de acostarnos, derechito a lavarnos los dientes y aprovechando el viaje, procurar orinar, para minimizar las probabilidades de mojar la cama. ¡Huy qué pena!

    Sin duda muchas madres realizan esta tarea incesantemente, hasta lograr que sus hijos e hijas se desarrollen en un ambiente positivo, al crecer ven realizados sus sueños: vernos convertidos en hombres y mujeres de bien. Sentirse orgullosas que el esfuerzo valió la pena. Tener una madre es un verdadero privilegio, su principal actividad es querernos; desean lo mejor para uno, por eso se comportan duras a veces, cuando nos corrigen para disciplinarnos; luchan y hacen hasta lo imposible por defender lo que Dios les permitió traer al mundo: sus hijos e hijas.

    Conocí a una mujer que se desempeñó como ejecutiva de ventas. Su esposo la abandonó con dos hijos: una niña de 5 años y un niño recién nacido, además de una deuda. Ella asumía toda la responsabilidad: pago de casa, comida, medicinas, colegiaturas, servicios, deuda, etc. A pesar de contar con un trabajo estable y recibir buenas prestaciones, entre ellas bonos y comisiones, éstas no eran suficientes para llevar la carga, así que se las rebuscaba y vendía lociones, carteras, bisutería, ropa de mujer, entre otras cositas que le ayudaban a equilibrar su presupuesto. Considerando que tenía que movilizarse bastante como vendedora ejecutiva que era, compró un vehículo que, obviamente, implicaba un gasto adicional pero necesario para cumplir sus metas. Un día, de forma inesperada, la empresa realizó un recorte de personal. La decisión de los altos ejecutivos fue de despedir a las personas que recibían mayores comisiones y que pasaran de los 35 años, dejando a las ejecutivas más jóvenes y con menores salarios. La estrategia fue muy bien orientada pues en la empresa solo había vendedoras y los compradores en un 90% eran hombres, así que el talento femenino y la juventud decían mucho. Otra cosa más, la empresa tenía una cartera firme de clientes, por lo tanto no sería difícil que las jóvenes desarrollaran su trabajo.

    Esta señora fue parte del recorte de personal, ella ya había cumplido los 40 años; buscó nuevas oportunidades, pero el tiempo fue pasando y no encontró empleo; vendió el carro para terminar de pagar la deuda que el papá de los niños le dejó y sus ahorros se fueron consumiendo en las necesidades básicas. Su desesperación aumentó, consideró medidas de mayor austeridad. Cambio a sus hijos de una institución educativa privada a una escuela pública, el tiempo corrió rápido; el niño más pequeño ya tenía 4 años y la niña 9. Sin apoyo de nadie, era necesario considerar nuevas decisiones para continuar y sostener su hogar. Ella lucía abatida, ya no se vestía igual, vendió toda su ropa fina; sin embargo no se quedó a llorar en una cuneta y tomó iniciativa. Emprendió un negocio ambulante: Venta de panes con gallina a domicilio. ¡Qué tal ah!

    Visitó a los clientes que tuvo, ofreciéndoles unos sabrosos y jugosos panes con gallina. Visitó oficina tras oficina. Llamaba por teléfono preguntando cuántos panes necesitaban aprovechando el grupo de clientes aglutinados. Sus hijos la acompañaban para apoyarla y ayudarle con los canastos. El esfuerzo valió la pena, y no le importó cambiar su atractivo olor de un buen perfume de marca por los olores a salsa. Sus hijos sonrieron en momentos de angustia, siempre mantuvieron alegría y salud, solo ella sabía cómo logró eso. Ella no se rindió, emprendió camino todos los días con su cesto y delantal. No desmayó ni se avergonzó, nos dio una lección de vida a los que la vimos andar. El comportamiento de una madre es heroico en los momentos cruciales de la vida, lleno de amor, coraje y fuerza. Como esta señora, mi madre tenía un corazón fuerte, su lenguaje fue la lucha, su misión todo un desafío.

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    Marta Imelda Dimas con Cesar y Roldán

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    La Abuela Chela y mi madre Marta Imelda Dimas

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    De izquierda a derecha. Roldán, Tony y Cesar

    2

    El trabajo y el hogar

    Un día, al llegar a casa después de una fuerte jornada laboral, me senté a continuar con la historia de mi querida madre, a los dos meses de su fallecimiento. Me sentía muy solo. A mi alrededor había oscuridad, no era una noche común, quería poder tenerla frente a mí y verla sonreír como siempre lo hacía, darle un fuerte abrazo, como aquel día cuando abrí mi bolsa de soldados.

    Comenzó a llover algo fuerte, pensé: Esta tormenta pronto se calmará, así como la de mi corazón; fue un día muy complicado, quería que pronto terminara. Quería huir porque no podía más. Estaba desesperado.

    No pude descansar desde el primer día que se la llevaron al hospital en estado de gravedad. Los proveedores me llamaban al celular sin parar, los clientes querían respuestas inmediatas, los bancos necesitaban firmas y documentación, no tenía resultados concretos sobre los financiamientos; las ventas por el suelo. Y mi pobre madre muriendo en la sala de máxima urgencia. El peso que llevaba sobre mis espaldas era grande. Dos días después de no dormir ni un segundo esperando un milagro para que mi madre se salvara, ocurrió lo inesperado he irreparable. Murió.

    Desde aquel día lamentable, no logré levantar mi ánimo, a pesar del compromiso que adquirí el día que la sepulté, de ser fuerte como ella lo fue. Las llamadas no cesaron. Las cosas no andaban nada bien en mis negocios. Y se pondrían con mayores complicaciones con la pérdida de mi principal soporte emocional: mi madre.

    Pasadas las semanas estoy aquí, contemplando desde mi ventana como las plantas del jardín dejan de llorar las aguas del cielo. Veo que disminuye la tormenta, abro la puerta lentamente, la noche luce agraviada, oscura. Creo que saldré a caminar un rato, mientras aclaro mis pensamientos en medio del paseo nocturno; el silencio irrumpe en un escenario diferente. Me detengo para leer un mensaje que logro ver en una puerta que dice: Salmo 23

    "Jehová es mi pastor

    Nada me faltará

    En lugares de delicados

    Pastos me hará descansar

    Junto a aguas de reposo

    Me pastoreara.

    Confortará mi alma, me

    Guiara por sendas de justicia

    Por amor de su nombre.

    Aunque ande en valle de

    Sombra, de muerte

    No temeré mal alguno

    Porque tú estarás conmigo

    Tu vara y tu cayado

    Me infundirán aliento

    Aderezas mesas delante

    De mí, en presencia de

    Mis angustiadores.

    Unge mi cabeza con aceite

    Mi copa está rebosando

    Ciertamente el bien y la

    Misericordia

    Me seguirán todos los días

    De mi vida.

    Y en la casa de jehová

    Morare por largos días".

    La temperatura de mi cuerpo cambia, mis pupilas se dilatan y en mis poros surge una alteración. Mi madre me decía que cuando me sintiera angustiado y desesperado, el Señor ayuda y fortalece por medio de la palabra. Una sensación de tranquilidad llegó de forma inesperada a mi corazón. Debo descansar ya es media noche.

    Muchas veces viajo en el tiempo, recorriendo episodios importantes de la vida. Años atrás, veo en medio de la oscuridad del dormitorio que compartía con Cesar, la sombra de alguien acercándose cuando intentaba cerrar mis ojos. Disimulé estar dormido, luego sentí un movimiento debajo de mi almohada. Eran las manos ansiosas de mi madre escondiéndome un regalo de cumpleaños. Me besó en la frente y me susurró: te quiero, sin darse cuenta que yo estaba despierto.

    Fue mi primer regalo de cumpleaños que recuerdo. Al amanecer, la luz del sol entró por mi ventana, estiré mis brazos y bostecé por un largo rato, cuando escuché repentinamente: "Que alegre está la mañana en que vengo a saludarte, estamos

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