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La chica que convirtió las cicatrices en flores
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La chica que convirtió las cicatrices en flores
Libro electrónico119 páginas1 hora

La chica que convirtió las cicatrices en flores

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Seguro que tú tampoco has olvidado aquella vez que tus cicatrices echaron raíces. Y seguro que el jardín que te asoma entre las costillas es la mejor prueba de ello. Seguro que lo que más dolió es lo que ahora más orgullo te hace sentir. Y seguro que por fin te sabes rodear de personas con sonrisas de agua fresca (ya no más gente que seca, que pincha, que pudre). Sí, seguro que tú también eres un/a valiente con margaritas en las pestañas y un recordatorio en la nuca: el gran amor de tu vida sucede cuando te enamoras de ti mismo.
La chica que convirtió las cicatrices en flores es un libro con muchas voces. Esa que tuvo que perderse un poco en otros ojos para encontrarse del todo en el espejo. Aquella que sabe que ya nunca volverá a tropezar en esa espina con nombre y apellidos. La que aprendió que no fue un error confiar otra vez.

En este libro de cartas de amor, vida y sueños todas ellas se unen para lanzar un mensaje: todo siempre pasa. Lo único importante es saber transformar en arte los escombros de un corazón en ruinas. Lo único necesario es que tras cada etapa quemada nos quede una certeza: con tiempo y amor propio, las cicatrices siempre acaban convirtiéndose en flores.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 jul 2018
ISBN9788417542306
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    La chica que convirtió las cicatrices en flores - Nuria Soriano Cayuela

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    PRÓLOGO

    Nunca me había parado a pensar sobre la cantidad de flores que existen y sus diferentes significados hasta este preciso momento. Yo, que no suelo salirme de grandes clásicos como las margaritas o las rosas rojas, estoy descubriendo gracias a este maravilloso libro y a la investigación que ha supuesto para mí hacer de este prólogo algo digno de mi mejor amiga —y mejor escritora aún— cosas como que la azalea significa templanza; la azucena, corazón inocente; la camelia, sinceridad o, una de mis favoritas, cosmos, cuyo significado es algo tan bello como casi imposible para nosotros los humanos: siempre fe ante todo, nunca se derrumba.

    Sin embargo, de todo este estudio previo lo mejor que he aprendido de las flores no es lo que he encontrado en Internet. No. Lo que realmente ha motivado este prólogo es mucho más sencillo pero a la vez mucho más profundo: un documental de Netflix. En él, su protagonista viaja por el mundo en busca de experiencias gastronómicas y vitales que le enriquezcan tanto el paladar como el corazón. Pues bien, en uno de esos viajes, el que le conduce hasta Vietnam, cuenta lo siguiente:

    «He aprendido que el Loto es el símbolo de Vietnam y que tiene un enorme significado para ellos porque es algo que crece en el barro y en la suciedad, pero a pesar de todas las impurezas que lo rodean, crece alto y hermoso».

    He aquí la clave de la clave. El origen del origen. El motivo de todos los motivos. Desde la primera hasta la última página de este libro. Desde la primera hasta la última de estas treinta historias llenas de dolor, de amor y desamor, de bajadas a los infiernos y ascensos múltiples a diferentes cielos llenos de color y de esperanza. Todas estas hojas llenas de sentimientos reales —que cuánto se echan de menos en este mundo tan lleno de falsedades— son hermosas e imponentes Flores de Loto que han nacido y crecido en circunstancias complicadas y que ahora lucen orgullosas, dejando claro que pueden situarse por encima del agua agarradas del barro, sí, pero movidas por un viento puro en la superficie, lleno de fe, de inspiración y de amor propio.

    Tras este momento de paréntesis, de café entre las manos y mirada perdida dando vueltas al Loto, a Vietnam y a todo lo perdido y encontrado, como a mí me gusta hacer, retomo lo importante. Vayamos al título: La chica que convirtió las cicatrices en flores. Esa chica. ¿Quién es esa chica? Muy sencillo. Esa chica somos todas. Tú que lees, yo que escribo, tu amiga que sufre por un amor que se ha ido, tu vecina que ha vuelto a confiar en la magia, tu prima, tu madre, tu abuela. Y ella.

    A Nuria le gustan los tulipanes, no sé si lo sabéis. Le gustan los tulipanes, Friends, las cosas justas, las miradas limpias, Titanic, escribir, sanar, sublimar, ser amiga ante todo, el arte, Frida, Emma Stone y la Watson: mujeres increíbles como ella. A Nuria la conocí una mañana en la entrada de un pabellón de colegio. Cómo iba a imaginar que acabaría siendo tan importante en mi vida. Cómo iba a saber yo que más de la mitad de mis cicatrices me iba a ayudar ella a convertirlas en flores.

    Ella, que teje tintas con todo el amor que le cabe en el pecho —y mucho más—. Ella, que encontró su media langosta cuando creía que, tal vez, nunca llegaría. Ella —y no creáis que lo digo porque la quiero— merece más que nadie este libro entre sus manos y que tú, lector/a, lo leas con los mismos ojos vidriosos llenos de cariño con los que ella lo ha escrito. Sea como sea, algo me dice que cuando lo comiences, algo cambiará dentro de ti y ya no te abandonará. Se llama magia, ¿la vas notando ya?

    Verás —ahora ya resumiendo—, no sé quién eres, lector/a, solo sé que por el simple hecho de haber apostado por el primer —y no único— libro de mi amiga, ya te quiero. Espero que los motivos que te hayan traído hasta aquí, ya sea ocio, curación de corazón o celebración del amor, se queden cortos cuando acabes de cruzar la última línea. Espero que las palabras para explicarlo cuando te pregunten por él sean insuficientes para plasmar todo lo bonito y significativo que te haya hecho vivir.

    Espero que, ante todo, te haga feliz. Y de eso, créeme, estoy más que segura porque todo lo que tocan sus dedos está hecho de la misma materia que conforma el amor. Y eso, amigo/a, nunca puede fallar. El amor nunca nos falla. Y ya personalmente, a mí ella nunca me ha fallado. Eso dice mucho de alguien. Y os aseguro que todo eso se traslada a su obra.

    Que disfrutes del camino, no dudo ni por un segundo que lo harás.

    Mamen Gómez

    lachicadelosjueves.com

    Nota de la autora

    Mientras dure tu vida, al menos una vez, alguien va a romperte el corazón. O bueno, quizás te lo rompas tú solo. Puede que se te resquebraje poco a poco, empezando por una imperceptible grieta que vaya haciéndose cada vez más brecha, más barranco, más abismo. O puede que el corazón te estalle un día de repente, sin previo aviso, dilapidando cualquier intento previo de mantenerlo fuerte y a salvo. Haciéndote sentir estúpido. Débil. Fracasado. Torpe. Tonto. Desquiciado.

    Puede que el motivo de la hecatombe sea un terremoto, un exceso de presión (o de vacío), una inundación o la peor sequía de la historia. Quizás se te marchite, se te pudra o sientas que simplemente te abandona. Es posible que sientas el dolor de mil espinas creciendo de dentro hacia fuera.

    Sea como sea, si sabes de qué te hablo, es que ese día ya pasó o te está pasando. Exactamente igual que a las personas que están detrás de las treinta historias que encontrarás a continuación. Son personas que, como tú, como yo, como todos, sintieron que se morían cuando la flecha del «se acabó» les alcanzó, incluso si esa flecha la lanzaron ellos. Personas que se creyeron protagonistas de un drama insuperable, pero que un día, simplemente, se sintieron mejor y siguieron con sus vidas. También personas que ya ni se acuerdan de que donde ahora hay preciosas flores, un día hubo espinas y decepción.

    Son treinta personas desconocidas a las que un día les pedí que me abrieran el corazón un poquito. El trato era que me contaran y yo escribiría. Traduciría a mis letras el idioma que hablaran en esos momentos sus corazones. Fuera cual fuera. Tristeza, rabia, frustración. Sumisión, amor mal entendido, pena. Aceptación, agradecimiento, ganas de estar mejor. Amor del bueno, alegría, celebración.

    El objetivo era triple.

    Liberación. Porque, de vez en cuando, hay que vaciarse de piedras los bolsillos y cambiar las mochilas por alas. Porque hay pesos que pesan menos cuando se hablan, se cuentan o se escriben. Y no solo eso, a menudo también se entienden mejor. Y entender no es otra cosa que superar, aunque pase por renunciar a seguir preguntándose por qué.

    Memoria. Porque a veces caemos en la tentación de recordar solo lo bueno y enterrar lo malo en un rincón del subconsciente. Pero el primer paso para superar algo siempre, siempre, es recordarlo, aceptarlo, agradecerlo. Hasta llegar a ese día en que pensarlo no haga daño. En que ningún nombre te encoja el corazón al ser pronunciado. Dejarlo por escrito, en mi opinión, es lo que mejor funciona. Es sembrar un lugar al que volver para entender, desde el presente, las lecciones del pasado y sentir que no, que ya no duele.

    Consuelo. Porque imagínate que contando algo tuyo haces que otra persona se sienta mejor con algo suyo. Como cuando escuchas una canción por la radio y te parece escrita para ti y te pone triste y feliz al mismo

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