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El cielo tendrá que esperar: Un recorrido por los tres primeros años de vida de Podemos
El cielo tendrá que esperar: Un recorrido por los tres primeros años de vida de Podemos
El cielo tendrá que esperar: Un recorrido por los tres primeros años de vida de Podemos
Libro electrónico273 páginas4 horas

El cielo tendrá que esperar: Un recorrido por los tres primeros años de vida de Podemos

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"Sin este libro no se entiende bien lo que ha pasado en la historia de Podemos. Y sin la historia de Podemos tampoco se entiende la historia reciente de España". Del prólogo de Ignacio Escolar.

A lo largo de estas páginas, Aitor Riveiro da forma al libro más completo que se haya escrito hasta la fecha sobre el fenómeno político y social de Podemos, desde su fundación a principios de 2014 hasta las semanas posteriores al agitado congreso de Vistalegre 2. Un minucioso repaso a la intrahistoria de la formación morada, su expansión y sus tensiones naturales; imprescindible para comprender uno de los momentos más interesantes de la historia de la España reciente y una magnífica guía para entender cuáles serán los próximos movimientos de la que hoy es su tercera fuerza política.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 ago 2017
ISBN9788417023775
El cielo tendrá que esperar: Un recorrido por los tres primeros años de vida de Podemos

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    El cielo tendrá que esperar - Aitor Riveiro

    España.

    1. De la hipótesis populista a la hipótesis Podemos

    «La hipótesis populista era incorrecta». La frase es de Juan Carlos Monedero. El politólogo, uno de los fundadores de Podemos, la pronunció en una conferencia en la Universidad Complutense de Madrid apenas dos semanas después de las elecciones generales del 26 de junio de 2016. El partido estaba en shock tras los resultados de los comicios. Junto a sus aliados cosechó el 21,1 % de los votos y se hizo con 71 diputados. Aun así sus líderes calificaron la jornada de «fracaso» y mostraron en público su temor al incierto futuro que se abría ante ellos. «Me acojona pasar de partisanos a ejército regular», confesaba el secretario general del partido, Pablo Iglesias, unos días antes de la charla de Monedero, en la inauguración de ese mismo ciclo de conferencias: El tema de nuestro tiempo: pensar el futuro, dirigido por Luis Alegre, otro de los fundadores de Podemos, en el marco de los Cursos de verano de El Escorial. Allí estuvieron también el por entonces número dos, Íñigo Errejón, y la quinta integrante del conocido como equipo promotor del partido, Carolina Bescansa, entre otros importantes referentes.

    Era la primera vez desde la fundación de Podemos que sus cinco promotores se sentaban a analizar en público lo que habían conseguido y los retos que tenían por delante. Juntos, pero no revueltos. Por turnos. Y se puso en evidencia lo que era ya más que una intuición: el núcleo fundador no compartía la estrategia a seguir para conquistar el poder. Coincidían en la misión, pero no en la forma de ejecutarla. El ciclo de conferencias se programó en enero, días después de las elecciones del 20 de diciembre de 2015 y en un contexto mucho más favorable a Podemos. El horizonte político parecía limpio al inicio de 2016. Entonces no parecía real la opción de unas segundas elecciones generales en el plazo de seis meses. Y mucho menos que el partido que llegó para «patear el tablero» y «asaltar los cielos» fuera incapaz de superar al PSOE incluso después de unirse con IU.

    24 semanas después del 20D, el ambiente era tenso y sólo se podía vislumbrar levemente la tormenta que se desataría ante la divergencia de los proyectos políticos que defenderían los principales líderes de la formación.

    En apenas dos años y medio Podemos había pasado de ser una idea en la cabeza de un pequeño grupo de profesores, alumnos y activistas a poner el sistema político español patas arriba. Se había consolidado como tercera fuerza política de España tras siete procesos electorales repartidos entre europeas, estatales, autonómicas y locales. El 26J, tras someterse a todas las elecciones posibles, Unidos Podemos, En Comú (Catalunya), En Marea (Galicia) y A la valenciana (País Valencià) se quedaron a 1,5 puntos y menos de 400.000 votos del PSOE y duplicaron los apoyos de Ciudadanos, un partido con una década de historia y un apoyo económico y mediático sin precedentes para una organización que fue extraparlamentaria hasta diciembre de 2015.

    Podemos había logrado además representación en la mayoría de los parlamentos regionales y en los ayuntamientos más importantes. Algunos de esos gobiernos municipales eran suyos y de sus aliados: Madrid, Barcelona, Valencia, A Coruña, Santiago, Ferrol, Zaragoza y Cádiz, entre otras ciudades. Eran «los ayuntamientos del cambio».

    El Universo Podemos se había hecho fuerte en las principales ciudades del país, en la zona norte de España y en el arco mediterráneo, con especial incidencia en las llamadas nacionalidades históricas, donde había tejido importantes alianzas con los actores políticos locales. Su principal granero de votos eran los jóvenes, entre quienes arrasaba con índices superiores al 40 %, según la elección y el momento.

    Un logro espectacular en tan corto periodo de tiempo. Sin precedentes. Pero un fracaso reconocido por ellos mismos. Las caras de los líderes de Unidos Podemos en la noche del 26J en la rueda de prensa posterior a la confirmación de los resultados no dejaban lugar a dudas sobre su estado de ánimo. Bajo un gran letrero donde se podía leer «La sonrisa de un país», los jóvenes que apenas dos años antes transitaban entre la academia y el activismo se presentaban ante España como los grandes derrotados de la noche.

    Lo conseguido no sólo no colmaba las expectativas generadas, sino que cerraba el trepidante ciclo electoral en el que se había sumido el país a partir de las europeas de mayo de 2014 sin que el partido que irrumpió en dichos comicios hubiera alcanzado el objetivo definido en su asamblea fundacional en Vistalegre en el otoño de ese año: ganar el Gobierno de la Nación: «Sí se puede».

    Porque la Hipótesis Podemos trataba de eso. De ganar las elecciones generales del 20 de diciembre, cuyo desenlace se dio en la segunda vuelta del 26 de junio tras el fiasco de la investidura de Pedro Sánchez. El concepto lo resumía uno de sus creadores, el secretario político de Podemos, Íñigo Errejón, en una tribuna en eldiario.es[1]: «La hipótesis Podemos leía que en España se abría una ventana de oportunidad para la victoria electoral de una fuerza transversal, popular y ciudadana, que articulase los consensos nuevos que ya comenzaban a fraguarse por fuera de la política institucional, en un divorcio acelerado entre la gente y las élites políticas y económicas».

    El planteamiento era simple. Pero, como la mayoría de los planteamientos simples, alguien tiene que hacerlos. El 15M había sacado a la luz la oposición real a las políticas de austeridad y a las respuestas a la crisis económica desatada en 2008, puestas en marcha tanto por el Gobierno central como por los autonómicos y municipales. Por el PSOE, por el PP y también por partidos de implantación regional en Catalunya, País Vasco o Canarias. Centenares de miles de personas de todo el Estado, desde Málaga a Barcelona pasando por Madrid, se percataron aquel mayo de 2011 de que no estaban solos en su indignación. Y en las plazas pudieron mirar a los ojos a otras personas que, con ideas, experiencias, tradiciones y soluciones distintas, sufrían los mismos problemas, veían a su alrededor los mismos dramas y habían detectado a los mismos culpables: los partidos tradicionales.

    El movimiento (o lo que los medios llamamos «movimiento» ante la ausencia de un mejor nombre) fue absolutamente novedoso en España y dividió la sociedad en dos partes. Pero no a partir de un eje horizontal, izquierda-derecha, sino en un eje vertical: arriba-abajo. Gente contra casta. Ciudadanos frente a élites extractivas. El 99 % vs. el 1 %. O lo que en otros momentos de la historia se ha planteado como la dicotomía pueblo-oligarquías.

    El 15M mostró que el eje izquierda-derecha se había convertido en un problema para mucha gente, que no sabía o no quería identificarse con ninguna de esas categorías. Entre la pastilla roja y la azul de Matrix algunos preferían «la tercera pastilla», como había teorizado el pensador postmarxista Slavoj Žižek, uno de los muchos referentes intelectuales de Podemos.

    Esa tercera opción, el nuevo eje, clarificaba el campo de juego. La gente contra las élites; la ciudadanía contra los políticos, los banqueros y los grandes empresarios. «No nos representan» fue el lema de un terremoto sociológico que comenzó antes de esa primera acampada en la Puerta del Sol y que se prolongó hasta las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo de 2014. Tres años de mareas verdes, blancas y amarillas, rodeas y asaltas al Congreso, jaques al rey, luchas contra los desahucios, manifestaciones de preferentistas estafados, huelgas contra las reformas laborales y un largo etcétera de causas que se dirimían en las calles ante la ausencia de un referente institucional.

    El 15M, y en esto han hecho mucho hincapié los principales portavoces de Podemos desde su fundación, no era un movimiento de izquierdas, no estaba organizado por la izquierda (o no por la izquierda clásica) y no supuso un revulsivo para la izquierda. Al menos en un primer momento. A la semana siguiente de la manifestación del 15 de mayo de 2011 el Partido Popular se impuso de forma holgada en las elecciones autonómicas y municipales. En Madrid, epicentro del movimiento, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón revalidaban sus respectivas mayorías absolutas al frente de los gobiernos autonómico y municipal. Apenas seis meses después Mariano Rajoy arrasaba en unas generales que llevaron al PSOE a su mínimo histórico sin que Izquierda Unida lograra capitalizar la debacle del partido con el que se había disputado buena parte del electorado desde los años 80. IU subió en votos y escaños, algo muy importante para una organización en una situación más que precaria en lo económico, pero su fuerza seguía siendo irrelevante con un Congreso y un Senado dominados por una aplastante mayoría absoluta del PP.

    El 15M no fue bien leído por muchos. Los partidos tradicionales, al menos las cúpulas, miraban con recelo, cuando no con desprecio, a esos jóvenes y no tan jóvenes que durante varias semanas decidieron desafiar a las autoridades y las instituciones hasta el punto de ignorar una resolución de la Junta Electoral que declaraba ilegal la concentración en la Puerta del Sol y otras plazas de España en la jornada de reflexión de las autonómicas y municipales del 22 de mayo de ese 2011. Pese a la prohibición, la manifestación se produjo con el beneplácito del Gobierno, en manos del PSOE, que no la impidió. El entonces vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, optó por permitir que las protestas se prolongaran. En Madrid, la acampada se mantuvo un mes. Poco después del tercer aniversario del 15M, el rey abdicaba y Rubalcaba dimitía de la Secretaría General del PSOE. Era julio de 2014 y Podemos ya había llegado.

    Aquel 15M, tres años antes de su fundación, el partido ya estuvo en la Puerta del Sol. Aunque ninguno de ellos imaginaba dónde iban a terminar. La manifestación que dio origen al movimiento fue convocada por diversas organizaciones. Una de ellas era Juventud Sin Futuro. Entre sus portavoces estaban Ramón Espinar, Eduardo Fernández Rubiño, Miguel Ardanuy o Pablo Padilla.

    Los cuatro son hoy diputados en la Asamblea de Madrid. Además, Espinar es senador por designación autonómica y portavoz del grupo Unidos Podemos en la Cámara Alta. En noviembre de 2016 ganó, con el apoyo explícito de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, la Secretaría General de Podemos en la Comunidad de Madrid. Una dura batalla que le enfrentó a algunos de sus antiguos compañeros de militancia, como la portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre. O el propio Rubiño, responsable estatal de Redes Sociales del partido y que compartió candidatura con Maestre en la que se bautizó dentro del partido como la Batalla de Madrid. Ardanuy fue el primer secretario de Participación del partido. Rubiño y él entraron en la institución con 23 y 24 años respectivamente.

    A la manifestación se unió también Íñigo Errejón, que ese mismo día aterrizó en Barajas de un viaje a Ecuador. Desde 2008, el politólogo colaboraba de forma habitual con la Administración de Rafael Correa en el país latinoamericano[2].

    Buena parte de los integrantes de Juventud Sin Futuro lo eran también de la asociación universitaria Contrapoder, fundada en 2005 por Errejón e Iglesias en su época de alumnos. Su primera acción tuvo lugar en la cafetería de su facultad. Al micrófono, el que después sería número dos del partido, aseguraba: «Las cosas sólo se ganan con la acción. Con la desobediencia podemos cambiar los papeles y darle la vuelta a la tortilla»[3].

    Contrapoder, entre los estudiantes, y la red de profesores conocida como La Promotora, ambas radicadas en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, han aportado un buen número de cuadros y de ideólogos a Podemos. Entre ellos, los cinco miembros del equipo de fundadores. Fueron los laboratorios teóricos en los que se fraguó Podemos.

    En Contrapoder estaban también otras relevantes figuras del partido, como la ya mencionada Rita Maestre; la dirigente estatal y asesora también en el Gobierno de Manuela Carmena Sarah Bienzobas, con un papel muy activo aunque de poca visibilidad en los primeros meses de vida del partido; o la también diputada regional e integrante de la Comisión de Garantías Democráticas estatal en los primeros tres años de vida del partido, Raquel Huerta.

    Espinar, Ardanuy, Padilla, Errejón y muchos otros asistentes a aquella manifestación que dio origen al 15M, como el dirigente de Izquierda Anticapitalista Miguel Urbán, fueron entrevistados en uno u otro momento por un desconocido programa de una pequeña y minoritaria televisión comunitaria de Vallecas, un popular y populoso barrio eminentemente obrero de Madrid. La Tuerka comenzó a emitirse en TeleK pocos meses antes del 15M. Su cara más visible no decía entonces casi nada a casi nadie. Su nombre tampoco: Pablo Iglesias.

    En los días y semanas posteriores al 15M La Tuerka dedicó buena parte de su programación a analizar el movimiento. Emitió reportajes y tertulias que intentaban explicar qué estaba pasando. Recabó las opiniones de los «indignados» y de los partidos políticos madrileños. En una entrevista publicada en el libro Claro que Podemos, Errejón explica:

    El 15M nos cogió por sorpresa, como le cogió a todo el mundo. Y nos apasionó, como le apasionó a una parte del mundo […]. Desde el espacio de La Tuerka desarrollamos en la órbita del 15M un trabajo de discusión intelectual. A nosotros nos interesan menos los cómos, que es algo con lo que se ha obsesionado mucha gente; lo que nos interesaba eran las mutaciones que estaba produciendo en la cultura política española y el tipo de elementos que estaba introduciendo en el sentido común de época, que pueden ser la antesala de una posibilidad de cambio político.[4]

    Aquellos programas de La Tuerka se pueden repasar en su canal de YouTube[5]. Ante los micrófonos, Iglesias, Monedero y Errejón, entre muchos otros. En sus comentarios ya se anticipa buena parte del eje vertebrador del futuro discurso de Podemos. Como ha repetido el hoy secretario general del partido en múltiples ocasiones, La Tuerka fue el segundo laboratorio de Podemos. Si en la universidad se teorizaba, en la televisión se experimentaba con la que sería una de las materias primas de los cimientos de su posterior éxito electoral y social: el discurso.

    No era tampoco una idea excesivamente original. Pero, de nuevo, era la primera vez que se teorizaba con ella en público y se implementaba. En vivo y en directo.

    Pablo Iglesias entrevistó en Otra vuelta de tuerka (un programa de entrevistas en profundidad dirigido y presentado por el lider del partido y que emite Publico.es una vez por semana) al vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera[6]. Bolivia fue uno de los países latinoamericanos donde, a través de la Fundación CEPS, algunos de quienes luego fueron los precursores y primeros dirigentes de Podemos aprendieron a llevar a la práctica las teorías que llevaban años trabajando. En el caso del país andino fueron especialmente Íñigo Errejón y su muy buen amigo Sergio Pascual, quien fuera defenestrado de su cargo de secretario de Organización en marzo de 2016 en plena explosión de la Batalla de Madrid, de la que se hablará en los siguientes capítulos.

    García Linera recuerda en la entrevista que sus inicios fueron también «haciendo un programa de televisión» como el de Iglesias. «Yo tenía que hablar en la tele, sabía que tenía que hablar en la tele. Y tenía que escribir en cualquier lugar, en un rincón de cualquier periódico», explica el que pasa por ser el autor intelectual del ascenso al poder de Evo Morales. Linera lo deja claro: «El campo de batalla ideológico son los medios de comunicación. Ahí se decide el sentido común». Y explica muy bien por qué sin el 15M y todo lo que desencadena no habría existido Podemos: «Previa a las grandes victorias políticas electorales siempre hay una victoria en las ideas fuerza, en el sentido común de la gente».

    Y así lo vieron en La Tuerka. «Es lo mejor que le ha pasado a la democracia desde que se murió Franco», aseguraba Monedero en uno de los programas posteriores al 15M. «Nos ha repolitizado, ayudado a identificar a los mentirosos, a entender que los derechos sociales son algo que queremos exigir. Lo que el pueblo español no sea capaz de ganar por sí mismo nadie se lo va a entregar».

    «Las calificaciones ideológicas suelen ser mucho representaciones ideológicas», respondía Errejón en otro de los programas al dirigente del PP de Madrid David Erguido, figura en alza en 2011 y que hoy está investigado por corrupción en el marco de la operación Púnica. El por entonces profesor de la UCM ya señalaba algunas claves para entender que el movimiento era como un iceberg: se veía mucho menos de lo que en realidad era. «Cualquiera que diga que el 15M era un movimiento electoralista no ha entendido nada. No ha entendido toda la potencia de rediscusión de qué cosas le parece a la gente que no van bien», apuntaba con ese lenguaje suyo tan característico.

    En otro de los debates participó Miguel Ardanuy. En su primera intervención aseguró: «El 15M nos ha dejado un nuevo sentido común y nos ha demostrado que un nuevo país es posible y que está en nuestra mano».

    Era 2011. Quedaban poco menos de tres años para que se lanzara Podemos. Pero las bases sobre las que se fundamentó su nacimiento ya comenzaban a fraguar. La hipótesis populista tomaba forma. En la misma entrevista citada un poco más arriba, Errejón señalaba:

    Algunos empezamos a ver en el 15M la expansión de la indignación y de la protesta con carácter destituyente, algo similar a lo que ocurrió en América Latina al inicio de las largas décadas neoliberales perdidas. […] En un momento dado de crisis de los relatos tradicionales la expansión del descontento se manifestó fuera de los cauces que supuestamente estaban destinados para eso, fuera de las categorías que hasta el momento habían ordenado la vida política. Y se produjo una ordenación que ya algunos empezábamos a decir, para mofa y descalificación de muchos, que era una impugnación de tipo populista, esto es, un tipo de impugnación que antepone la frontera que separa a las élites del pueblo o la ciudadanía a aquella frontera que separa a la izquierda de la derecha.

    La idea era, otra vez, sencilla. Sencilla una vez que se formulaba. Estaba ahí, latente. No sabemos desde cuándo, pero sí que fue el 15M quien la puso sobre la mesa y mostró que había una masa social indeterminada que se movía en esos nuevos parámetros. Si el marco izquierda-derecha no funcionaba, por desgastado, había que buscar otro. Si las categorías políticas tradicionales no generaban acción y reacción, era imprescindible crear unas nuevas.

    El 15M logró una oleada de simpatía sin precedentes en España hacia un movimiento eminentemente político. Una encuesta revelaba que el 81 % de los españoles consideraba que los llamados indignados tenían razón en sus reivindicaciones[7]. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) también realizó una encuesta sobre la influencia del movimiento algunos meses después, en septiembre de 2011. El estudio señalaba que el 15M influyó en las elecciones autonómicas y municipales del 22 de mayo, aunque de manera desigual. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, un 27,9 % de los votantes lo tuvieron en cuenta cuando acudieron a las urnas. En la ciudad de Barcelona [en Catalunya no se celebraron elecciones] la cifra fue del 23,1 %[8].

    A partir de entonces Iglesias, Monedero, Errejón y demás intensificaron el proceso de aprendizaje del que habían señalado como medio fundamental donde dar la batalla política: la televisión. En una entrevista concedida al diario El País durante la campaña de las elecciones del 26 de junio de 2016 Pablo Iglesias apunta la importancia de lo audiovisual en el éxito de Podemos. El politólogo defendía que la televisión es la «productora de sentido común» de nuestro tiempo. Y concluye: «Podemos no se explica sin la televisión pero no se explica sólo por la televisión»[9].

    En un análisis más profundo Iglesias apunta en el libro Claro que Podemos, ya citado, que durante el estallido del 15M se dieron cuenta de que había una «interacción permanente entre lo que estaba pasando en nuestro país y nuestra propia reflexión y nos dimos cuenta de que la televisión es un medio ideal para crecer, para avanzar, para incluso superar ciertos elementos de las culturas militantes de las que nosotros proveníamos».

    La hipótesis populista estaba lanzada y Podemos ya estaba allí el 15M. Pero la idea de fundar un partido político todavía no había cuajado.

    Los que con el tiempo serían los principales rostros de la formación mantenían todavía una fuerte relación con Izquierda Unida. Juan Carlos Monedero había sido asesor del coordinador federal de la coalición, Gaspar Llamazares, durante la primera parte de

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