Navegador de historias: Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado
Por Miguel Lozano
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Los cuentos que aparecen en esta compilación son pequeñas y modestas tramas. En ellas aparecen parejas infieles, flores masacradas, perros surrealistas, renos comunistas, androides inteligentes, mandolinas mexicalenses y mundos donde el ruido está prohibido. Son pequeños mares donde puedes navegar sin perderte. Los autores te invitan a acompañarlos en esta breve pero entretenida travesía llena de palabras mentirosas.
Miguel Lozano
Miguel Ángel Lozano (Mexicali, 1982) es maestro en estudios socioculturales por parte de la Universidad Autónoma de Baja California. Aparte de estudiar a la tecnología desde un punto de vista cultural, tiene afición por la literatura, la fotografía y la música. Ha publicado textos literarios en las revistas Aquilón, Magín, en el diario La Voz de la Frontera y fue antologado en el libro "Ni desierto, ni maquila, ni frontera". Es compilador del libro de cuentos "Navegador de historias". Actualmente vive en Ensenada.
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Navegador de historias - Miguel Lozano
Navegador de historias
Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado
Roberto Gallant
Liber González
Miguel Lozano
Carla Maldonado
Yohanna Rocha
Luis Carlos Salgado
Rha-Bel Pérez
Centro de Apreciación y Escritura Literaria
2014
Navegador de historias: Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado.
Compilador: Miguel Ángel Lozano.
Autores:
Roberto Gallant
Liber González
Carla Maldonado
Yohanna Rocha
Luis Carlos Salgado
Rha-Bel Pérez
Primera edición: Febrero de 2014.
Ensenada, Baja California, México.
Universidad Autónoma de Baja California (UABC).
Centro de Escritura y Apreciación Literaria (CEAL).
Coordinación: Alejandro Espinoza.
ccNavegador de historias se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Maqueta ePub: Miguel Lozano.
Maqueta PDF: Rodrigo Cardoza.
Corrección de estilo: Carla Maldonado.
Diseño de Portada: Rodrigo Cardoza, basado en el arte de Rustam Qbic.
Esperamos que este libro sea útil, sin embargo se distribuye sin ninguna garantía.
Tabla de cuentos
Un prólogo desesperado
Se venden microficciones sin usar
Perdigones cargados de semillas
Artesanías
Microficciones
La navidad de los renos rojos
Sabor Humano
Clavija
Perspectiva
Apariencias
Cuando se despierte
La gatina
Vacuidad literaria
El dios mediocre
Tramas desiguales
Temor a los capullos
Detonante
Sus primeros diez años
La lengua látiga
La roca
El perro surrealista
La mandolina de Mexicali
La pluma fuente
Agentes del silencio
Camila
Letras leídas lentamente
Deshonesto dividido
Mi malvada madre
Placeres prohibidos
Plutocracia para proletarios
The Time Timothy Tried to Think
Un prólogo desesperado
Miguel Lozano
El hombre me habló mientras leía una novela de Paul Auster. Viajaba a la universidad en un destartalado microbús cuando me distrajo. Lo juzgué poco interesante y tedioso en un principio. Traía gorra, tenía más de cuarenta años, algo de sobrepeso, bigote y barba medio crecida. Difícilmente jaló mi vista cuando dijo: Oye, muchacho, ¿te gusta leer?
. Estos trayectos son tan aburridos que algunos se entretienen conversando con la persona de junto, pero no soy así. Viajo en la burbuja aislante que regala un libro, mis audífonos o mi teléfono celular. Tengo una atención muy dispersa, cualquier estímulo medianamente interesante me saca de las páginas.
Respondí afirmativamente a la pregunta. Controlé mi impulso de inventar historias que me dejen estar solo y responder: Es parte de mi libertad condicional
o algo así. El hombre habló con desenfado: Yo también leo. Auster me gustaba, pero sus últimas cinco novelas se desinflaron antes de empezar... Nunca me atraparon, espero que recupere el rumbo como escritor
. Eso sí que activó mi radar. La frase delataba un lector ávido. Además, conocía a Auster, ¡vaya sorpresa! En este país de no-lectores, gobernado por un presidente no-lector, encontrar aficionados a la literatura en el microbús es un hallazgo.
El hombre se llamaba Raimundo. Me contó brevemente su historia con la literatura. Cuando era niño, leyó casi todas las novelas y cuentos de la biblioteca Benito Juárez de Ensenada, la ciudad en donde vivo. Es verdad que se trata de una biblioteca pequeña y en aquel entonces aún más, pero es un logro considerable. De adolescente trabajó en librerías. Tomaba prestados algunos ejemplares sin permiso, los leía en una noche y regresaba al día siguiente sin que los dueños lo notaran.
Poco a poco me envolvió con sus anécdotas. Sedujo al amor de su vida gracias a una noveleta de García Márquez. Raimundo la transcribió en un cuaderno. Cambió los nombres de algunos personajes, ciudades y la convirtió en una historia de amor sobre ellos dos. La firmó con su nombre, con todo y dedicatoria. Cuando ella se enteró del embuste, era demasiado tarde: Ya estaban casados.
¿Usted nunca pensó escribir?
, le pregunté yo. Algo propio, digo
.
Bajó la vista y su actitud se apagó un poco. Sé que puedo sonar como un ladrón, pero lo que sucede es que… Me gusta mucho leer, no pienso que sea algo tan grave regalar algo así...
, dijo tartamudeando.
Soy un sangrón. Mi falta de tacto le hizo creer que lo acusaba de ladrón cuando en realidad pensé que, por su actitud, sería un buen narrador.
¡No!
, lo interrumpí, no quería que sonara así. Disculpe. Preguntaba por que quisiera leer sus escritos
.
¡Claro que he escrito!
, respondió animándose, como explicando la obviedad más grande del mundo, de hecho siempre cargo con mis obras completas para todas partes
.
Reí con la ocurrencia. Entonces sacó su cartera.
Aquí están
, me dijo, acercándome su cartera al rostro.
La sonrisa se me congeló: Raimundo no bromeaba. En el espacio donde mucha gente coloca fotografías de su familia había una pequeña tarjeta de presentación con tres frases escritas a pluma. La caligrafía era pequeña y horrenda, apenas legible.
Adelante. Lee y dame tu opinión
, me dijo sonriente el hombre de la gorra, acercándome sus obras completas como placa de policía.
Lo miré desconcertado, pero el microbús ya casi llegaba a la universidad y