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Navegador de historias: Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado
Navegador de historias: Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado
Navegador de historias: Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado
Libro electrónico81 páginas56 minutos

Navegador de historias: Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado

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Información de este libro electrónico

Los cuentos que aparecen en esta compilación son pequeñas y modestas tramas. En ellas aparecen parejas infieles, flores masacradas, perros surrealistas, renos comunistas, androides inteligentes, mandolinas mexicalenses y mundos donde el ruido está prohibido. Son pequeños mares donde puedes navegar sin perderte. Los autores te invitan a acompañarlos en esta breve pero entretenida travesía llena de palabras mentirosas.

IdiomaEspañol
EditorialMiguel Lozano
Fecha de lanzamiento2 feb 2014
ISBN9781312121775
Navegador de historias: Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado
Autor

Miguel Lozano

Miguel Ángel Lozano (Mexicali, 1982) es maestro en estudios socioculturales por parte de la Universidad Autónoma de Baja California. Aparte de estudiar a la tecnología desde un punto de vista cultural, tiene afición por la literatura, la fotografía y la música. Ha publicado textos literarios en las revistas Aquilón, Magín, en el diario La Voz de la Frontera y fue antologado en el libro "Ni desierto, ni maquila, ni frontera". Es compilador del libro de cuentos "Navegador de historias". Actualmente vive en Ensenada.

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    Navegador de historias - Miguel Lozano

    Navegador de historias

    Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado

    Roberto Gallant

    Liber González

    Miguel Lozano

    Carla Maldonado

    Yohanna Rocha

    Luis Carlos Salgado

    Rha-Bel Pérez

    Centro de Apreciación y Escritura Literaria

    2014

    Navegador de historias: Treinta cuentos cortos y un prólogo desesperado.

    Compilador: Miguel Ángel Lozano.

    Autores:

    Roberto Gallant

    Liber González

    Carla Maldonado

    Yohanna Rocha

    Luis Carlos Salgado

    Rha-Bel Pérez

    Primera edición: Febrero de 2014.

    Ensenada, Baja California, México.

    Universidad Autónoma de Baja California (UABC).

    Centro de Escritura y Apreciación Literaria (CEAL).

    Coordinación: Alejandro Espinoza.

    cc

    Navegador de historias se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

    Maqueta ePub: Miguel Lozano.

    Maqueta PDF: Rodrigo Cardoza.

    Corrección de estilo: Carla Maldonado.

    Diseño de Portada: Rodrigo Cardoza, basado en el arte de Rustam Qbic.

    Esperamos que este libro sea útil, sin embargo se distribuye sin ninguna garantía.

    Tabla de cuentos

    Un prólogo desesperado

    Se venden microficciones sin usar

    Perdigones cargados de semillas

    Artesanías

    Microficciones

    La navidad de los renos rojos

    Sabor Humano

    Clavija

    Perspectiva

    Apariencias

    Cuando se despierte

    La gatina

    Vacuidad literaria

    El dios mediocre

    Tramas desiguales

    Temor a los capullos

    Detonante

    Sus primeros diez años

    La lengua látiga

    La roca

    El perro surrealista

    La mandolina de Mexicali

    La pluma fuente

    Agentes del silencio

    Camila

    Letras leídas lentamente

    Deshonesto dividido

    Mi malvada madre

    Placeres prohibidos

    Plutocracia para proletarios

    The Time Timothy Tried to Think

    Un prólogo desesperado

    Miguel Lozano

    El hombre me habló mientras leía una novela de Paul Auster. Viajaba a la universidad en un destartalado microbús cuando me distrajo. Lo juzgué poco interesante y tedioso en un principio. Traía gorra, tenía más de cuarenta años, algo de sobrepeso, bigote y barba medio crecida. Difícilmente jaló mi vista cuando dijo: Oye, muchacho, ¿te gusta leer?. Estos trayectos son tan aburridos que algunos se entretienen conversando con la persona de junto, pero no soy así. Viajo en la burbuja aislante que regala un libro, mis audífonos o mi teléfono celular. Tengo una atención muy dispersa, cualquier estímulo medianamente interesante me saca de las páginas.

    Respondí afirmativamente a la pregunta. Controlé mi impulso de inventar historias que me dejen estar solo y responder: Es parte de mi libertad condicional o algo así. El hombre habló con desenfado: Yo también leo. Auster me gustaba, pero sus últimas cinco novelas se desinflaron antes de empezar... Nunca me atraparon, espero que recupere el rumbo como escritor. Eso sí que activó mi radar. La frase delataba un lector ávido. Además, conocía a Auster, ¡vaya sorpresa! En este país de no-lectores, gobernado por un presidente no-lector, encontrar aficionados a la literatura en el microbús es un hallazgo.

    El hombre se llamaba Raimundo. Me contó brevemente su historia con la literatura. Cuando era niño, leyó casi todas las novelas y cuentos de la biblioteca Benito Juárez de Ensenada, la ciudad en donde vivo. Es verdad que se trata de una biblioteca pequeña y en aquel entonces aún más, pero es un logro considerable. De adolescente trabajó en librerías. Tomaba prestados algunos ejemplares sin permiso, los leía en una noche y regresaba al día siguiente sin que los dueños lo notaran.

    Poco a poco me envolvió con sus anécdotas. Sedujo al amor de su vida gracias a una noveleta de García Márquez. Raimundo la transcribió en un cuaderno. Cambió los nombres de algunos personajes, ciudades y la convirtió en una historia de amor sobre ellos dos. La firmó con su nombre, con todo y dedicatoria. Cuando ella se enteró del embuste, era demasiado tarde: Ya estaban casados.

    ¿Usted nunca pensó escribir?, le pregunté yo. Algo propio, digo.

    Bajó la vista y su actitud se apagó un poco. Sé que puedo sonar como un ladrón, pero lo que sucede es que… Me gusta mucho leer, no pienso que sea algo tan grave regalar algo así..., dijo tartamudeando.

    Soy un sangrón. Mi falta de tacto le hizo creer que lo acusaba de ladrón cuando en realidad pensé que, por su actitud, sería un buen narrador.

    ¡No!, lo interrumpí, no quería que sonara así. Disculpe. Preguntaba por que quisiera leer sus escritos.

    ¡Claro que he escrito!, respondió animándose, como explicando la obviedad más grande del mundo, de hecho siempre cargo con mis obras completas para todas partes.

    Reí con la ocurrencia. Entonces sacó su cartera.

    Aquí están, me dijo, acercándome su cartera al rostro.

    La sonrisa se me congeló: Raimundo no bromeaba. En el espacio donde mucha gente coloca fotografías de su familia había una pequeña tarjeta de presentación con tres frases escritas a pluma. La caligrafía era pequeña y horrenda, apenas legible.

    Adelante. Lee y dame tu opinión, me dijo sonriente el hombre de la gorra, acercándome sus obras completas como placa de policía.

    Lo miré desconcertado, pero el microbús ya casi llegaba a la universidad y

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