Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Atrapado en una burbuja
Atrapado en una burbuja
Atrapado en una burbuja
Libro electrónico282 páginas3 horas

Atrapado en una burbuja

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Con una perspicaz narrativa, el autor nos comparte la historia de un pre pubescente que sobrelleva la resiliencia sumido en un entorno disfuncional, con una madre amargada, controladora y egoísta; un padre castrante, en un ambiente escolar hostil e impersonal. Con mucha violencia sufrida en tan corta edad y una sexualidad atormentada, pero gracias a la gran sensibilidad y curiosidad intelectual, hacen que surja una persona valiosa, que muy a pesar de su larga depresión, trata de romper la burbuja en la que está atrapado, en la tenaz búsqueda para salvarse a sí mismo.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento20 mar 2018
ISBN9781507180846
Atrapado en una burbuja

Relacionado con Atrapado en una burbuja

Libros electrónicos relacionados

Estudios LGBTQIA+ para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Atrapado en una burbuja

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Atrapado en una burbuja - Jack Collins

    Atrapado en una burbuja

    Jack Collins

    ––––––––

    TraducidoporRicardo Rábago Chávez 

    Atrapado en una burbuja

    Escrito por Jack Collins

    Copyright © 2017 Jack Collins

    Todos los derechos reservados

    Distribuidopor Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Ricardo Rábago Chávez

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Nota del Autor

    Aun cuando esta es una historia real, he cambiado los nombres de las personas, y escondido sutilmente algunos lugares, con el fin de guardar la privacidad.

    Dedicado a cualquiera, en cualquier parte, en la que alguna vez se haya vivido la desolación completa.

    PRÓLOGO

    Una sacudida me despertó en la obscuridad, mi estómago estaba revuelto de miedo, mi cuerpo se estremecía como si me hubieran disparado con una pistola paralizante.

    Estoy en alguna hora del inicio de la madrugada. Me encuentro en mi cama, encorvado y hecho pelota debajo de las mantas, sudoroso, con pesada exhalación y los dientes apretados, tratando de ayudarme a estirar las manos de la parálisis fantasma.

    Mi cuello me duele al momento de levantar mi cabeza y sacar mi cara en el aire frío que cruza el rechinido de mis dientes. Mi instinto se esfuerza por escuchar, a pesar del pánico que me agobia, con el fin de identificar la amenaza, pero cada apretón de mi estómago me manda otro disparo de terror hacia el pecho, mientras mi corazón se hace pedazos.

    Me queda claro, antes de que mis instintos se manifiesten, de que no hay ningún peligro afuera. Todo viene de alguna parte de mi interior, y cuando esto ocurre, dejo de ser un adulto en control, para ser solo un niño asustado e indefenso.

    Todo comenzó cuando me mudé a la casa, y aunque esto ha estado pasando noche y día desde hace algunos meses, cada vez que pasa es tan terrible como la primera vez. No lo puedo evitar; no lo puedo controlar. No puedo hacer nada al respecto una vez que comienza. Pareciera que me sofoco desde dentro. Lo único que puedo hacer es tratar de respirar y esperar hasta que pase.

    Eventualmente, cuando se ha calmado lo suficiente para pensar en la siguiente exhalación, lentamente me estiro y me levanto de la cama. Mi lengua se queda pegada al paladar y cuando me pongo de pie para vestirme con algo, mi cuerpo queda todo adolorido y mis piernas se quedan temblorosas. Tomo una camisa, me la pongo, dejo mi habitación y me las arreglo para bajar por las pequeñas escaleras, sosteniéndome del barandal en la obscuridad. Me dirijo a la sala de estar, a la cocina y al fondo de la casa, y enciendo la luz que se encuentra debajo del extractor en la campana de la estufa. Con la tenue luz lleno un vaso con agua de la llave y miro al reloj de la pared mientras voy tragando. La hora es después de las dos de la mañana. Nuevamente, he vuelto a dormir menos de una hora.

    Sé que está por venir, pero ha llegado antes de lo esperado. Mientras el pánico se desvanece en mi estómago para esperar al siguiente ataque, es como si pensara que vendrá una nube  ponzoñosa que se arremolina en mi cabeza mientras el dolor que llega me araña el cráneo por dentro y se siente como si me fuera a partir en dos.

    El vaso se traquetea al momento de dejarlo en la mesa. Con las dos manos tomo los bordes del mueble de la cocina y cruzo mis brazos, no solo para estar erguido, sino para luchar por la obsesión de azotar mi cabeza en esa linda esquina superior del mueble.

    Ahora sé; algo que no había entendido antes, porqué hay gente que se lastima a sí misma, o se corta los brazos, o aún más. Pues harás lo que sea para sacar esa agonía de tu mente. Y habrá veces en las que harás lo que sea para hacer que eso pare.

    Regreso a la cama, no puedo hacer nada más. No puedo leer o mirar la TV, y no hay nada que me pueda motivar, ni nada en lo que pueda pensar, que me haga sentir mejor. Y es cuando estoy recostado en mi cama, en la obscuridad, en la que ese tartamudeo mental me riñe a patadas. Charlas previas y fragmentos de algunos recuerdos,  así como ideas dispersas me vienen a la cabeza una y otra vez.

    Enloquecido por el agotamiento y la ansiedad, solo quiero dormir para poder escapar. Pero esa sensación vuelve mientras va clareando la madrugada. Mientras que la luz de día se comienza a filtrar por las cortinas de la habitación, no sé cómo voy a superar otro día encerrado en mí mismo y sintiéndome así.

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO 1

    Volví a Inglaterra en una tarde cálida de verano. Mientras me encontraba en el aeropuerto de Liverpool con mi maleta y bolsa, realmente no mucho, para alguien que estuvo una buena parte del año viviendo en el extranjero; me sentía tranquilo. Era lo último que me esperaba, tomando en cuenta lo que estaba por hacer, que era regresar a casa de mi madre, al hogar de mi infancia, luego de veinte años. En los últimos meses estuve dando vueltas en círculos con otros sentimientos, así que quizás, esto era lo último que me quedaba por hacer. Antes de escarbar en el tema y ver si era más por resignación, mi hermana llegó para llevarme; me metí al auto y nos enfilamos en el camino.

    Durante el viaje, fui contestando preguntas tratando de resumir el último año en unos cuántos minutos de charla; la paz se desvaneció y comencé a sentirme agobiado. Mientras cruzábamos nuestro viejo vecindario fui rodeado por el entorno conocido, y me di cuenta que estaba hablando demasiado rápido. Y ahí estaba, el puñetazo de ansiedad que se iba directo al estómago que siempre sentía cuando me acercaba a nuestra vieja calle.

    Alguna vez fue una linda pendiente, donde muchos de los vecinos se conocían entre sí, pero al paso de los años, ese atractivo se había desvanecido o había desaparecido, sin lograr ser reemplazado por nuevas vibras. Eran dos hileras de casas con terraza construidas frente a frente en un camino angosto que miraba cuesta arriba hacia la vía principal que se extendía en una planicie para formar una T. La casa de mi madre era la que estaba cerca del fondo, del lado derecho, y todo el camino era de bajada.

    Varias de las casas tenían frentes avejentados con pintura percudida como si tuvieran la piel descarapelada, mientras que otras, abandonadas, tenían cada ventana tapiada con tablones; las paredes y los maderos estaban cubiertos de grafiti. De casualidad se podía ver una casa bien cuidada y pintada linda, sobresaliendo del resto de manera desafiante (la de mi madre no era una de esas). Las delgadas banquetas se apreciaban aderezadas por botes de basura con ruedas desparramados de forma caótica. Algunos se habían colapsado y se veían dejados tal cual donde cayeron, dispersando su interior por la calle.

    Una pandilla de golfos adolescentes se movía lentamente por la izquierda en el pavimento, cada uno ataviado con el rigor de la típica guía estereotipada de bolsillo: con la obligada sudadera con la capucha arriba, pantalones largos, zapatos tenis; opcional, la gorra de beisbol debajo de la capucha. Mientras pasábamos junto de ellos, sus cabezas voltearon hacia el auto, con su futuro fallido reflejado desde sus hoscas miradas.

    No parecía posible. Hace cinco horas estaba viviendo en una isla con unas vistas maravillosas que pensé que nunca las daría por sentadas, aunque de cierto modo, me acostumbre a ellas, y ahora estaba volviendo a esta calle encapsulada y olvidada para mi futuro inmediato.

    Nos estacionamos afuera de la casa. Mientras abría la puerta del frente, ahí, parada al final del angosto pasillo, tomando la puerta abierta de par en par se encontraba mi madre. Doris, estaba vestida con pantuflas, mallas, falda (ella nunca se puso vaqueros ni pantalones, pues eran para hombres), una chaqueta con un delantal su pinny, atado a la cintura, como siempre. Su cabello, teñido en beige, era corto, con permanente, armado y laqueado como de un casco sólido logrado con el fijador para el cabello.  Sus profundas líneas de expresión en el rostro parecían un mapa que reflejaban sus años de desencanto. Se había puesto su dentadura, pues había visitas. Siempre se vestía y se peinaba de la misma forma desde que yo era un niño. Ella odiaba los cambios.

    La abracé mientras mi hermana abría algunas botellas de la cerveza que había traído para darme la bienvenida. Mientras nos sentábamos y nos poníamos al día, me daba cuenta que yo estaba volviendo a hablar muy rápido y no parecía bajar la velocidad. Luego de una hora, mi hermana se puso de pie para irse. Me murmulló un buena suerte en mi oído mientras le daba un abrazo de despedida.

    Entonces solo quedamos mi madre y yo. Traté de hablarle por un rato, pero noté que había perdido todo interés. Se había quitado la dentadura postiza y se quedó mirando fijamente al reloj de la mesa. Mi llegada había interrumpido su programación televisiva de la tarde, y necesitaba volver a la rutina.

    Ella siempre tenía encendido el televisor desde que se levantaba a las ocho de la mañana, y hasta la media noche cuando se iba a la cama y tenía el hábito de consumir consistentemente una dieta de programas para cuidar la alimentación y telenovelas. Tuvo que grabar algunos de sus programas de la tarde  por la interrupción de mi llegada y ahora tenía pendiente el ponerse al día antes de que sus novelas de la tarde comenzaran.

    Solo algunas cosas eran más importantes para mi madre que sus programas de televisión. En la tarde del ataque a las torres gemelas, el 11 de septiembre, cuando el mundo estaba trastornado, ella se quedó indignada: la cobertura noticiosa significó que algunos de sus programas fueran desprogramados.

    Te dejaré en tus asuntos, le dije, mientras ella tomaba con alivio el control remoto.

    Tomé mi maleta escaleras arriba, me gire a la izquierda, para llegar a mi vieja habitación.

    Mi madre odiaba tanto gastar el dinero como vivir los cambios, y este cuarto, como el resto de la casa se había mantenido casi exactamente igual por años. En las últimas dos décadas desde que me mudé, solo había reemplazado el papel tapiz.

    Ella nunca tiraba nada, y tampoco reemplazaba nada, hasta que estuviera totalmente desgastado o roto más allá de toda reparación. Cuando algo se estaba apilando en el deterioro, mi padre estaba atento al momento en que ella saliera de casa para tirar cosas inservibles. Mi madre insistía que él, una vez se deshizo de su vestido de novia Es posible; él podía ser despiadado, pero entonces, nuevamente, no siempre era sencillo dar con la verdad de lo que decía mi madre.

    Y ahí estaba la cama individual en la que dormí desde que tenía cuatro años, y a la derecha de la cabecera estaba el pequeño librero que todavía contenía algunos de los libros que leí de niño y adolescente. Al otro lado de la habitación podía tomar el canto amarillo de mi copia del ejemplar de "The Catcher in The Rye", que me significó mucho cuando lo leí, en el momento justo; a mis quince años.

    Los títulos de los libros siempre me funcionaban como entrada de mis diarios. Con varios de los libros que leí, sólo tenía que pensar en el título para recordar cuándo lo leí; dónde me encontraba, qué estaba ocurriendo en mi vida y cómo me sentía en esa época. No necesitaba llevar un diario; con solo una lista de los libros que había leído, se lograba el trabajo.

    Debajo de la ventana, en el ángulo de la derecha del librero, estaba el antiguo taburete con su asiento acojinado; en su interior, estaban más de mis viejos libros. En la pared opuesta, frente a la ventana, había dos esbeltos armarios con algunas gavetas entre ellos. Un mueble había sido mío; el otro era de mi hermana, pues llegamos a compartir la habitación hasta que ella se casó y mudó cuando yo tenía trece años. Mirándolo ahora, me pregunto cómo es que pudo entrar otra cama en esta habitación tan pequeña.  Apilado en la parte superior de los armarios se encontraban los juegos de mesa de mi infancia: Cleudo, Musetrap y Monopoly, junto con Kerplunk! y Buckaroo.

    En las esquinas de la habitación y en cada superficie disponible había cajas de plástico llenas con las cosas que se habían acumulado en los catorce años transcurridos desde que mi padre había muerto. Esto sucedía en cada habitación de la casa.

    Caminé hacia la ventana y miré hacia afuera. No había mucho que ver. Mirando hacia abajo, estaba nuestro pequeño y reducidopatio, y se asomaba una vista parcial de la casa de nuestro vecino. Mirando a lo lejos, se veía la parte posterior de las casas con terraza de la siguiente calle, sus patios se separaban de los nuestros por un pasillo de diez pies de ancho. Mirando hacia arriba, solo se podía apreciar una capa pequeña de cielo; el resto se obscurecía por los inclinados tejados grises y descuidados, con chimeneas cuadradas que se elevaban aguijoneadas por antenas de televisión.

    Mientras abría la ventana para dejar que el aire entrara, la brisa cálida cruzaba el pasillo con un tufo, con una pesada mezcla de basura en descomposición y excremento de perro.

    A excepción de algunos alambres de púas que recién se habían incorporado en muchas de las colindancias de los patios, esta era la vista que tuve desde niño.

    Cerré la ventana y traté de ignorar la conocida comezón de incomodidad. Esta calle, la vista desde la ventana de mi habitación, el olor del pasillo, y especialmente esta casa preservada en ámbar, me recordaban fácilmente a la persona que fui cuando estuve viviendo aquí; con todo y mi mejor esfuerzo para enterrar esa historia de cuando partí. La nostalgia de mis primeros once años en esta casa siempre se suavizó con los recuerdos de los años que siguieron.

    Levanté mi maleta sobre la cama. Mientras la abría, la frescura de la isla me saltaba invitándome a meter mi cara adentro. La agitación de los últimos días; la noche anterior sin dormir donde apenas cerré el ojo por cuarenta y cinco minutos, y la impresión de volver a esta casa, me golpearon al mismo tiempo. Dejé mi maleta en el piso, me estiré en la cama, quedándome dormido en segundos.

    *

    La casa se construyó en el año 1901 y mis padres la compraron por £925 en 1965. Cuando entras por la puerta principal y caminas por el pasillo, hay una ventana cuadrada encofrada a la altura de los hombros en la pared del lado derecho, dejando una huella de cuando había una puerta que te llevaba a la habitación del frente (para mis padres, el recibidor siempre fue el lobby y el cuarto del frente fue la sala).

    La puerta se había clausurado cuando yo era niño, y ahora entrabas a ese cuarto del frente por medio de una puerta que se desliza desde la sala. Nuestro teléfono, de dos tonos de gris con un disco redondo y cable en espiral, siempre estaba en una mesita debajo de la ventana de la habitación del frente.

    Al final del recibidor, fuera de la vista, estaba la escalera, y derecho estaba la puerta a la sala. A través de la sala, en la parte posterior de la casa, se encontraba la cocina cuadrada que apenas podía alojar cómodamente a dos personas a la vez. Si pasabas la puerta, en la pared del lado izquierdo de la cocina te encontrabas con un diminuto patio en forma de L desde donde podías llegar al callejón trasero usando una puerta en la pared más lejana. Cuando era niño, se encontraba un baño exterior en la esquina del lado derecho del patio, permanentemente blanqueado por dentro y por fuera, con un cobertizo a su lado. Ambos habían desaparecido, luego de unos años de haber dejado mi casa, papá desmanteló el baño y el cobertizo para dejar más espacio en el patio trasero.

    *

    Si te regresas al vestíbulo y subes las escaleras, en la parte superior hay dos puertas, una frente a otra. Mis padres tenían su habitación del lado derecho. Para ir al baño, tenías que tomar la puerta de la izquierda y cruzar mi vieja habitación hasta el fondo de la casa. Cuando mis padres se mudaron, el baño era un simple cuarto vacío, y el único inodoro era el que estaba en el patio trasero. Pero un año después, mis padres consiguieron un subsidio del gobierno para transformar ese cuarto en un baño completo, instalando un inodoro, un lavabo y una tina, junto con un tanque de agua fría y un calentador eléctrico por inmersión. Así que desde el año 1966 mis padres y hermana pudieron disfrutar de los lujos de un baño y la ducha desde el interior de la casa.

    Mis padres estuvieron casados por diez años cuando se mudaron a esta casa, y mi hermana tenía 6 años. Mi madre ya quería un bebé al momento de casarse, pero primero pasaron cuatro años antes de que mi hermana naciera en el año de 1959. Hubo complicaciones, y dar a luz a mi hermana le provocó a mi madre, como ella lo decía desgarres desde la proa hasta la popa. Posteriormente, las enfermeras, en los tiempos en que la gente no se ofendía tan fácilmente, apodaron a mi madre como la Collins de un agujero.

    Una vez que tuvo a mi hermana, mi madre deseaba un varón para lograr su ideal familiar, pero luego de dos abortos, le dijeron que iba a ser improbable que pudiera encargar otro bebé por nueve meses, y prácticamente le aconsejaron dejar de intentarlo. Pero Doris nunca le hacía caso a nada de lo que no le gustara escuchar y estuvo tratando durante diez años hasta que yo nací en el año 1969. Siendo un bebé que nació de nalgas, cosa que aparentemente significó que yo trataba de llegar al mundo con el culo por delante y dando la espalda, tuve que nacer por cirugía de cesárea. Naciendo raro y siendo también raro desde entonces, como mi madre solía expresarse.

    *

    Dormí por un par de horas y me desperté en la misma posición. Mientras me incorporaba mirando aturdido alrededor de la habitación, miré mi maleta en el piso. Entonces no había sido solo un sueño; realmente estaba de vuelta en esta casa. Mi madre había despejado un par de cajones y había liberado un poco de espacio para mí dentro de los armarios, pero como no podía enfrentar el hecho, volví a cerrar la maleta para dejarla detrás de la puerta de la habitación.

    Me fui escaleras abajo, donde mi madre permanecía sentada en su sillón frente al televisor. Tan pronto como entré al salón, comenzó a burlarse, ¡Eso es, eso te hará bien!. ¡Anda, tomate un trago, eso te ayudará!

    Todavía me sentía adormilado de mi siesta y me tomó un momento darme cuenta que no me estaban hablando a mí. Al menos no directamente. Parecía que uno de los personajes en la novela que ella miraba estaba pasando un mal momento y estaba tomándose unos tragos, cosa que no le caía bien a mi madre. Pero a mí me parecía buena idea. Recordando que mi hermana me había dejado algunas cervezas en la nevera, abrí una botella y me senté en el sofá para leer el diario. Pero no logré llegar muy lejos pues mi madre parecía interesada en que me fijara en la telenovela que estaba viendo, y se esforzó para describirme lo que ocurría en la pantalla.

    Luego de leer la misma línea una y otra vez sin poner atención, bajé el diario y miré la televisión. Hasta que ella notó que yo ponía interés, me describió lo que pasaba en la pantalla para comentar sobre todo, lo que sucedía con una selección de alborotadas reacciones, incluyendo Oh Dios mío, hierba del infierno, Huh, huh, huh, Jesús Santo, Oh maldito infierno, Dios mío, ¡Vaya, vaya, vaya...! y Jesucristo, intercalado con ruidos con la boca de desaprobación, suspiros y jadeos. Al tiempo que ella se volteaba para dirigir cada expresión hacia mí, distrayéndome de lo que pasaba en la TV para verla a ella, entonces no podía seguir lo que estaba ocurriendo en la pantalla y eventualmente me da por vencido. Dándome cuenta que no me había reportado con mis amigos de la isla con mensaje de texto para decirles que había vuelto de forma segura, entonces tomé mi teléfono móvil.

    ¿Qué estás haciendo? ¿Estás texteando? ¿A quién le estás escribiendo? Preguntó ella.

    A Mis amigos de la isla.

    ¿Qué es lo que dices?

    Solo les estoy diciendo que ya llegué.

    Entonces, mi teléfono sonó con los mensajes entrantes, y ella dijo, ¿son ellos contestando? ¿Qué es lo que dicen?

    Ellos dicen que están contentos de que volví sano y salvo, dije yo.

    Pero lo que uno de ellos realmente dijo fue: Haz lo que necesites hacer ahí, y vuelve pronto.

    Mientras mi teléfono sonaba con más textos, ella exigió, irritada, ¿Quién es ahora? ¿Son ellos de nuevo? ¿Ahora qué están diciendo? pero mientras me concentraba en los textos y sincontestar, ella se volvió a lo que pasaba en el televisor junto con sus reacciones correspondientes; y su voz más fuerte pues mi atención estaba en otro lado.

    Para las 10 de la noche, ya estaba listo para ir a la cama, y después de la cena me subí. Mientras me paraba frente al lava manos del baño, me cepillé los dientes; recordé la misma imagen haciendo lo mismo esa mañana en el baño de mi departamento allá en

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1