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Historia de la homosexualidad masculina en Occidente
Historia de la homosexualidad masculina en Occidente
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Libro electrónico359 páginas3 horas

Historia de la homosexualidad masculina en Occidente

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No existe una historia unitaria y, por tanto, universal de la homosexualidad. Esta historia se ha construido desde un enfoque “integracionista”, que sigue los avatares de la de la homosexualidad insertándolos en los grandes procesos de la historia social y la política, combinando de forma equilibrada el análisis de las prácticas, de las representaciones y de los discursos, entrecruzando fuentes múltiples y alternando las exploraciones geográficas e histórico-etnográficas y la historia de los conceptos (teológico-morales, filosóficos, científicos) y de las imágenes (plásticas, literarias, publicitarias).

La Historia de la homosexualidad masculina en Occidente se ha organizado a partir de tres grandes ejes. En primer lugar, el estudio de las prácticas de control y persecución desplegadas por las diversas instituciones sociales y etapas históricas. En segundo lugar, las formas de resistencia que apuntaron a crear espacios vivibles, un medio propio y eventualmente una subcultura o un movimiento de contestación en cada época. Finalmente, se trata también de captar las formas de identidad, de subjetividad conformadas en esta relación agónica entre la acción de poder y los desafíos de la libertad del individuo. El resultado es una ambiciosa obra de la que se han pulido sus aristas más estrictamente académicas y que ha buscado el lenguaje accesible necesario para el mayor entendimiento.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 sept 2022
ISBN9788413525181
Historia de la homosexualidad masculina en Occidente
Autor

Francisco Vázquez García

Catedrático de Filosofía de la Universidad de Cádiz. Ha publicado ampliamente sobre historia cultural de la sexualidad. Su último libro publicado se titula Pater infamis. Genealogía del cura pederasta en España (1880-1912) (Cátedra, 2020). Es también editor de Historia de la homosexualidad masculina en Occidente (Los Libros de la Catarata, 2021).

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    Historia de la homosexualidad masculina en Occidente - Francisco Vázquez García

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    Francisco Vázquez García (ed.)

    Historia de la homosexualidad

    masculina en Occidente

    DISEÑO DE CUBIERTA: MARTA GARCÍA

    © de los textos, sus autores, 2022

    © Los libros de la Catarata, 2022

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 20 77

    www.catarata.org

    Historia de la homosexualidad masculina en Occidente

    isbne: 978-84-1352-518-1

    ISBN: 978-84-1352-546-4

    DEPÓSITO LEGAL: M-21.853-2022

    THEMA: NHTB/JBSJ/JBFW

    este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    Introducción

    Por una historia multiversal

    Francisco Vázquez García

    Escribir una historia general de la homosexualidad, aunque se limite a su variante masculina, parece de entrada una tarea destinada al fracaso. No solo porque, desde su despegue en la década de 1970, la proliferación de trabajos en este campo dificulte extraordinariamente acometer una síntesis, sino porque no existe una historia unitaria y por tanto universal de la homosexualidad. Cuando se iniciaron los estudios históricos sobre las relaciones sexuales entre hombres, primero en el ámbito del activismo gay y más tarde en el campo académico, abundaban esos grandes relatos vindicativos que pretendían sacar a la luz las eminencias gais de todos los tiempos, desde César hasta Shakespeare, desde Jesucristo hasta Oscar Wilde (Rowse, 1977).

    Las primeras historias generales de la sexualidad (Taylor, 1953; Van Ussel, 1968; Bullough, 1976) también daban mucha importancia a las actitudes cambiantes acerca de la homosexualidad. En todas estas narraciones de gran formato, en efecto, la homosexualidad atravesaba la historia, pero no era realmente atravesada por ella. Lo que variaban eran las representaciones (plásticas, periodísticas, literarias), los discursos (morales, jurídicos, científicos, etcétera) y las prácticas de las instituciones, pero la orientación sexual, identificada con un impulso biopsíquico primario, constituyente de la personalidad, era una realidad perenne e inalterable, inherente a la propia condición humana. El homosexual, como el Everest o el aparato digestivo, era un objeto natural, no una institución como la banca o la democracia, por eso carecía de comienzo histórico.

    Sin embargo, algo estaba cambiando en el modo de afrontar la homosexualidad por parte de las ciencias sociales. Entre finales de la década de 1960 y mediados de los años setenta, se estaba empezando a abrir un nuevo modo de considerar la homosexualidad. Por una parte, en un artículo que posteriormente sería muy celebrado, publicado originalmente en 1968, la socióloga británica Mary McIntosh (1981) distinguía entre el deseo homosexual, que sería una realidad antropológica situada fuera de la historia, y el rol homosexual, es decir, el homosexual como tipo humano, que sería un producto creado por el etiquetaje social imperante en las culturas homófobas. McIntosh compartía los planteamientos de una corriente sociológica, el interaccionismo simbólico, que considera a la sociedad no como una realidad objetiva subyacente, sino como algo fabricado a través del modo en que definimos y dotamos de significado al mundo al relacionarnos recíprocamente con los demás.

    Este texto fue el primer punto de partida del enfoque denominado socialconstruccionista en los estudios sobre homosexualidad. El trabajo de McIntosh marcaría decisivamente a toda una generación de investigadoras e investigadores sociales en Gran Bretaña, como Kenneth Plummer, Jeffrey Weeks y Judith Walkowitz (Weeks, 2000; Garton, 2004: 6-10). El segundo punto de partida de esta tendencia renovadora en la investigación social de la homosexualidad lo constituyó La voluntad de saber (1976), del filósofo francés Michel Foucault, obra de carácter programático que inauguraba una proyectada y ambiciosa historia de la sexualidad prevista en seis volúmenes. El pensador galo no se limitaba como McIntosh a distinguir entre un deseo homosexual atemporal y el homosexual como rol social configurado históricamente; la propia sexualidad era afrontada no co­­mo un instinto, sino como una institución forjada entre los siglos XVIII y XIX a partir de relaciones de poder que tenían como blanco a la población —lo que Foucault denominó biopoder— y que se encuadraban en cuatro grandes ofensivas sociales: la campaña médica contra la masturbación infantil y adolescente; la conformación del cuerpo femenino como cuerpo histérico; la implantación de los adultos perversos, con el desarrollo de las taxonomías psiquiátricas de la perversión, y, por último, la gestión pública del sexo en las parejas procreadoras, con el desarrollo de la eugenesia y el neomaltusianismo.

    El homosexual sería, por tanto, un elemento producido históricamente en el despliegue de estos amplios conjuntos estratégicos: Un personaje; una historia y una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo una morfología con una anatomía indiscreta y quizás misteriosa fisiología (Foucault, 1978: 56). La novedosa aproximación socialconstruccionista de Foucault incidió decisivamente sobre el desarrollo posterior de los estudios sociales y humanísticos acerca de la sexualidad y, por extensión, acerca de la homosexualidad. Esto se hizo palpable sobre todo en Estados Unidos, donde proliferaron los centros de investigación, las publicaciones periódicas, los departamentos universitarios y las colecciones editoriales consagradas a los Gay and Lesbian Studies.

    Sin embargo, el punto de vista socialconstruccionista, hegemónico en la historiografía de la sexualidad de las décadas posteriores, no se mantuvo incólume. En 1980 se publicó un trabajo señero y monumental: Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad, del medievalista de la Universidad de Yale, John Boswell (1992). En esta extensa monografía se reactivaba la tesis —que en esa época comenzó a tildarse de esencialista— según la cual la orientación y la identidad homosexuales eran realidades biopsíquicas inalterables. De hecho, el subtítulo del libro era: Los gays en Europa occidental desde el comienzo de la era cristiana hasta el siglo XIV. Lo que variaba por tanto no era la sexualidad como tal, pues siempre habría habido gais, sino el modo de representarla, conceptualizarla o intervenir sobre ella por parte de la justicia secular, la Inquisición, la disciplina eclesiástica, la familia o los controles comunitarios. La historia de la homosexualidad era por tanto el relato de su tolerancia o de su represión a lo largo del tiempo (Weeks, 2016: 44-45).

    El planteamiento esencialista permitía justificar sin problema la posibilidad de una historia universal de la homosexualidad, pues le proporcionaba un fundamento unitario situado más allá del propio decurso temporal: en todas las sociedades de todos los tiempos habrían existido personas con un instinto erótico orientado hacia las de su mismo sexo. Por esa razón ese tipo de gran relato sobre la homosexualidad a lo largo de la historia se ha tendido a redactar, incluso en los textos más recientes del género (Crompton, 2003; Naphy, 2004; Aldrich, 2006), en clave esencialista, un enfoque que no ha perdido vigor (Norton, 2010). Además, la perspectiva socialconstruccionista, que aparentemente salió triunfante de la querella con su rival durante la década de 1980 (Stein, 1992; Garton, 2004: 19-28), se encontró con una nueva complicación a raíz de la publicación en 1990 de Epistemología del armario, un ensayo de la especialista norteamericana en estudios literarios Eve Kosofsky Sedgwick, que contribuyó a abrir la senda de los estudios queer. En la propuesta de Foucault, o más bien de cómo fueron entendidos sus puntos de vista, descontextualizados hasta componer una suerte de vulgata ad usum scholar, el homosexual era un tipo de subjetividad psicológica, forjada por la medicina mental y que venía a reemplazar al viejo personaje del sodomita. Esta figura carecía de fondo psíquico, no era más que el responsable jurídico de ciertas ofensas prohibidas por el derecho canónico y civil, conductas sexuales que impedían la procreación cuando una persona era penetrada por otra a través del vaso indebido. Se le atribuyó entonces a Foucault la tesis de que antes de la invención del homosexual existían actos homoeróticos —la sodomía podía tener lugar entre personas del mismo o de distinto sexo—, pero no identidades, dando lugar a una nueva y prolongada controversia en la comunidad historiográfica.

    En suma, la vulgata foucaultiana establecía que la era de la sodomía habría sido reemplazada en la segunda mitad del siglo XIX por la era del homosexual. Este esquema fue adoptado por muchos historiadores que se dedicaron entonces a detectar figuras cronológicamente intermedias no entrevistas por Foucault, cuya narrativa parecía de trazo excesivamente grueso. Así se descubrió al sodomita viril del Renacimiento florentino, que se acostaba indistintamente con muchachos y con prostitutas, desempeñando siempre el papel activo (Rocke, 1996); al sodomita afeminado o molly en el Londres de la Restauración (Trumbach, 1977) o al invertido, versión psiquiátrica del popular fairy neoyorkino (o del marica español o latinoamericano), situado después del sodomita, pero antes del homosexual (Chauncey, 1989).

    Sedgwick (1998: 55-64), con su distinción entre concepciones minorizadoras y universalizadoras —sustituyendo a la diferencia entre esencialismo y construccionismo—, ponía en entredicho la vulgata foucaultiana de un relato lineal pero jalonado de rupturas en la transición de un personaje al siguiente. Aceptaba con los socialconstruccionistas que el erotismo entre personas del mismo sexo presentaba una extraordinaria variabilidad histórica y cultural; se trataba de un archipiélago donde el homosexual comparecía como un islote raro, de época, inexistente antes del último tercio del siglo XIX. Pero al mismo tiempo se cuestionaba que las formas homoeróticas más antiguas se desvanecieran siendo sustituidas por las más modernas. Muy al contrario, las particiones de más larga duración —como la establecida entre rol pasivo y activo en el acto sexual— y otras más nuevas —como la diferencia entre rol viril y afeminado— se mantenían hasta hoy coexistiendo con la modalidad más reciente —como la sustentada en la división entre elección de objeto homosexual y heterosexual—.

    Sedgwick evidenciaba también el peligro —epistemológico y político— de querer reordenar esta diversidad en un relato evolucionista y progresivo de vía única, donde las figuras antiguas —como el marica afeminado— aparecían como una suerte de fósiles, de reliquias pertenecientes a un pasado oscuro y represor afortunadamente en vía de extinción. Además, las maneras de relacionarse sexualmente y de afrontar el vínculo homoerótico, y esto lo evidenciaría el imprescindible trabajo de Chauncey (1994), estaban imbricadas con otras adscripciones y formas de poder social, como el género, la clase, la edad, la etnia o la nacionalidad. El marica pintarrajeado, anciano y de extracción popular tenía poco que ver con el gay joven de clase media y con estudios universitarios. Esta circunstancia de las variadas pertenencias entrecruzadas y en acción-reacción recíproca, que en esa época se bautizó con el nombre de interseccionalidad, obligaba a revisar el cometido del historiador. Este consistía entonces en comprender en su contexto cultural y político específico, en sus coordenadas espaciales concretas, esta coexistencia de múltiples maneras de relacionarse con los del mismo sexo en la madeja interactiva de las diversas adscripciones sociales.

    Asumiendo la crítica de Sedgwick, David Halperin (2002: 104-137), estadounidense especialista en historia antigua y construccionista social de primera hora, elaboró una propuesta, publicada originalmente en el año 2000, que descartaba la existencia de una historia unitaria de la homosexualidad. Distinguió cinco categorías cuyas variables combinaciones, consideradas en sus mudables contextos, permitían aprehender históricamente la relación sexual entre hombres: afeminamiento, sodomía, amistad y homosocialidad. La fórmula de Halperin exige ser rectificada y adaptada a constelaciones históricas muy diferentes, pero en cualquier caso arruina la posibilidad de una historia universal de la homosexualidad masculina. Esta categoría alude a un objeto de época cuya caracterización obliga, por otra parte, a conectarlo con otras modalidades de relación entre hombres que involucran tanto aspectos eróticos como de otra índole. Lo que se compone entonces es una historia compleja, de secuencias múltiples y entrecruzadas, de duraciones diferentes, lo que podría denominarse, tomando prestada la noción del filósofo alemán Otto Marquard (1999), una historia multiversal, sin referente unificador y sin dirección teleológica. En efecto, la historia universal fue un género inventado en las últimas décadas del siglo XVIII y que pretendía trenzar y dirigir todas las historias en una única historia del progreso, la culminación y la plenitud de la humanidad (Marquard 1999: 90). Mutatis mutandis, la historia universal de la homosexualidad masculina pretendería abarcar en un único relato toda la diversidad de relaciones sexuales entre hombres en todos los tiempos y lugares, ofreciendo un relato progresivo de la afirmación y el reconocimiento de la identidad gay, materializados en la obtención de derechos fundamentales como el matrimonio o la adopción. Este gran relato lineal y progresivo, recientemente cuestionado en el caso español (Chamouleau, 2017; Huard, 2021), que permite además justificar un discurso neocolonial y homonacional, presentando la discriminación legal y civil de las personas gais como signo del atraso que aquejaría a determinados países, culturas y civilizaciones (Puar, 2017), parece olvidar la fragilidad y la reversibilidad de las conquistas históricas de la razón, de las que hoy somos testigos también en pleno corazón de la vieja Europa (Hungría, Polonia).

    Obviamente el ensayo que ofrecemos, situado en ese horizonte multiversal, no pretende agotarlo ni de lejos, pues su extensión es virtualmente infinita, abarcando todas las épocas y todos los territorios. Más que una síntesis, por tanto, lo que se ofrece al lector, y la metáfora wittgensteiniana, sugerida ante la infinitud de los juegos de lenguaje, es válida aquí, es un álbum (Wittgenstein, 1988: 13), una rendija por la que entrever esa vastísima diversidad a través de algunos ejemplos. Por usar otra metáfora, se trataría esta vez del arsenal borgiano (Borges, 1985), de proveer al lector de un adminículo semejante al aleph, un objeto humilde que le permita contemplar por unos instantes esa pluralidad dinámica de paisajes.

    Este ensayo sobre la historia de la homosexualidad masculina, que será continuado por otro dedicado al homoerotismo femenino, no puede evitar la paradoja de incluir en su título general una categoría que solo aparece tratada propiamente en el último capítulo. Hemos optado por este anacronismo controlado antes que buscar alternativas susceptibles de confundir al lector y que tampoco evaden por completo la distorsión cronológica (historia de las homosexualidades, de los homoerotismos, del sexo entre hombres, etcétera). Aunque está escrito desde una tradición específica e insoslayable, pues sus autores, con dos excepciones, son académicos españoles o en cualquier caso han cultivado el campo de los estudios ibéricos, la perspectiva que se propone intenta trascender la mirada eurocéntrica. Por eso, aunque en el álbum prevalecen las estampas procedentes del mundo occidental, se han intentado combinar las referencias al norte y al sur globales, ilustrando la exposición con amplias referencias a América Latina y, en menor medida, a África y Asia, e incluyendo asimismo ejemplos de zonas periféricas del norte global menos conocidas por los estudiosos, como, por ejemplo, el este y el sur de Europa.

    Los estudios sobre historia de la homosexualidad en el mundo universitario español han recibido un impulso decisivo, sobre todo en sus primeros tiempos, por parte de investigadores extranjeros procedentes del hispanismo o de los estudios ibéricos (Elisabeth Perry, Jean-Pierre Dedieu, Bartolomé Benassar, Raphael Carrasco, Cristian Berco, Federico Garza, Richard Cleminson, Geoffroy Huard) y no tanto por iniciativa de la propia comunidad profesional de los historiadores españoles, mucho más reticente a incorporar estos temas y que solo más tarde se sumó a ese interés. En una primera etapa, iniciada en la década de 1980, especialmente a partir de la monografía de Carrasco (1985), los estudios se focalizaron en la investigación sobre la sodomía en la Edad Moderna, a raíz sobre todo de los ricos archivos inquisitoriales y judiciales (como la institución valenciana del Justicia Criminal) de los reinos de Aragón y más tarde de distintos archivos castellanos (Registro General del Sello, chancillerías, etc.). En una segunda fase, ya en la primera década de este siglo, se inició la exploración de la represión y el control de la homosexualidad durante el franquismo, con el acceso progresivo a los expedientes criminales de esa época. Paralelamente, en el campo de los estudios literarios y culturales y de la historia de la ciencia, han surgido grupos de investigación que han abordado también esta temática.

    Aunque los autores de este ensayo no comparten siempre las mismas perspectivas teóricas y metodológicas, se ha buscado, siempre desde un enfoque integracionista, que sigue los avatares de la historia de la homosexualidad insertándolos en los grandes procesos de la historia social y política, combinar de manera equilibrada el análisis de las prácticas, de las representaciones y de los discursos, entrecruzando fuentes múltiples y alternando las exploraciones geográficas e histórico-etnográficas —en relación con las formas de ocupación del espacio, las subculturas, los estilos de vida, los controles institucionales— y la historia de los conceptos (teológico-morales, filosóficos, científicos) y de las imágenes (plásticas, literarias, publicitarias). En general, la interpretación se ha organizado a partir de tres grandes ejes. En primer lugar, el estudio de las prácticas de control y persecución desplegadas por las diversas instituciones sociales. En segundo lugar, las formas de resistencia que apuntan a crear espacios vivibles, un medio propio y eventualmente una subcultura o un movimiento de contestación. Las prácticas de poder y las de libertad son aprehendidas en sus relaciones recíprocas, en sus dimensiones discursivas y también en sus informalidades tácitas y no discursivas, y en sus modos de representación. Por último, se trata también de captar las formas de identidad, de subjetividad conformadas en esta relación agónica entre la acción de poder y los desafíos de la libertad.

    Como ya sugirió Sedgwick (1998: 52-53), la perspectiva separatista que abordaba el amor lésbico como algo escindido respecto al erotismo entre hombres, siendo este considerado incluso como la quintaesencia de la supremacía masculina, dio paso desde finales de los años setenta a un enfoque relacional que subraya más bien los aspectos compartidos —como evidencia, por ejemplo, la implicación de las lesbianas en la lucha contra el sida—. Este ensayo forma parte de un proyecto más amplio para tratar una historia del homoerotismo en ambos géneros y en sus disidencias. Por cuestiones organizativas se ha estructurado en dos volúmenes diferenciados, pero del mismo modo que esta monografía sobre los hombres está atravesada por referencias a las mujeres, la futura sobre el amor lésbico tendrá que contener también guiños constantes a su correlato masculino.

    El resultado es un libro del que se han pulido sus aristas más estrictamente académicas reduciendo el aparato crítico y buscando un lenguaje accesible. No obstante, pretende moverse en el escenario de la alta divulgación, por eso no se le ahorran al lector referencias, aunque sean sumarias, a las principales controversias historiográficas.

    La obra se divide en cinco capítulos. En el primero, acerca de las relaciones homosexuales en la Antigüedad griega y romana, Juan Martos Fernández elabora un panorama sintético que comienza subrayando la inexistencia de la categoría de homosexual o de algo similar en la cultura grecolatina. En esta, la experiencia del homoerotismo se presenta, más allá de la diversidad geográfica y según los periodos, estructurada por la división entre la actividad y la pasividad. Se pasa revista a las formas que adoptaba el sexo entre hombres en el mundo griego, describiendo el vínculo pedagógico entre erastés y erómenos, diferenciando esta relación pederástica ennoblecida respecto a la entablada con la figura denigrante del kinaidos o afeminado pasivo. Los contornos de la pederastia ateniense se describen apoyándose en diferentes testimonios literarios, filosóficos y procedentes de la cerámica. Esta institución de la pederastia, donde un joven de buena familia era instruido en la ciudadanía por un adulto respetable, es objeto de repulsa en la civilización romana, que asociaba la posición pasiva en el acto sexual con algo impropio de ciudadanos libres. Esto no impedía en Roma el establecimiento de relaciones homoeróticas duraderas entre hombres, que no eran estimadas incompatibles con el matrimonio, así como el desarrollo a gran escala de una prostitución masculina homosexual. La herencia del homoerotismo viril grecorromano será rechazada por el cristianismo, pero se mantendrá como un referente legitimador de las prácticas homosexuales en los siglos posteriores.

    En el segundo capítulo, dedicado al homoerotismo masculino en la Europa medieval, Rafael Mérida Jiménez propone un recorrido dividido en dos partes. En la primera, toma como referencia el marco político y cultural de la cristiandad occidental. Después de pasar revista a las fuentes bíblicas de la homofobia cristiana y al desarrollo medieval del concepto de sodomía, parte de dos monografías señeras, la de Goodich y sobre todo la de Boswell, a comienzos de los años ochenta, que ha marcado la agenda de la posterior historiografía medieval del problema. Los avances realizados desde entonces pueden comprenderse como una puesta a prueba y rectificación de la propuesta boswelliana, lastrada por su agenda esencialista y por una visión limitada en términos de tolerancia o represión. Recurriendo a fuentes como los cánones conciliares, los penitenciales, las legislaciones civiles y los manuales de confesión, los me­­dievalistas han trazado los perfiles de los modos de regulación imperantes en Europa occidental en relación con el pecado nefando. Se pasa revista también a los discursos científicos de la medicina medieval y a las representaciones literarias (Italia, Francia, Inglaterra, mundo germánico) acerca de las prácticas homoeróticas.

    La segunda parte se centra en la Edad Media ibérica, un marco que le permite rebasar la mirada puramente cristiano-europea al confrontar también la herencia cultural hebrea y árabe y su presencia en la península. Aborda la cuestión de la excepcional y temprana gravedad penal de las sanciones de la sodomía en el Medioevo hispánico, pasando más tarde al examen de las representaciones literarias en las distintas lenguas romances peninsulares. Aquí se constata extensamente la presencia del legado hispanoárabe e hispanohebreo. El capítulo concluye con unas reflexiones finales donde se marcan las distancias entre la experiencia medieval del homoerotismo y la nuestra, enfatizando la condición social y no biológica de las identidades personales en la Edad Media.

    En el tercer capítulo, Javier Ugarte Pérez y Francisco Molina Artaloy­­tia se ocupan de los homoerotismos en la Edad Moderna. Su periplo se divide en dos secciones. En la primera se propone una lectura materialista que inscribe el modo de entender las relaciones amorosas entre los del mismo sexo en el contexto demográfico, económico y geopolítico de la época. Distinguen dos grandes etapas de 150 años cada una, separadas por la guerra de los Treinta Años. La primera estaría marcada por la hegemonía de la Monarquía Hispánica, y la segunda, por la preeminencia de las potencias comerciales, Inglaterra y los Países Bajos. Durante todo el periodo las relaciones homoeróticas se encuadraban en la experiencia de la sodomía. Esta fue perseguida por las autoridades seculares y religiosas, tanto católicas como protestantes, por su condición de pecado contra la naturaleza, debido a su carácter no reproductivo, lo que suponía una gravísima ofensa contra Dios. Junto a la brujería y a la herejía, con las que a menudo aparecía asociada, la sodomía conformaba el ámbito de los pecados más irredimibles, y su persecución se entendía como un medio para prevenir que Dios castigara con pestes y catástrofes naturales a las comunidades donde proliferaban tales desmanes.

    La ofensiva durante la primera fase diferenciada (1498-1640) se ejemplifica, por una parte, con la referencia al control ejercido en los reinos hispánicos. Aquí es crucial la diferencia entre la Corona de Aragón, donde la competencia persecutoria correspondía a la Inquisición, y la de Castilla, donde el encargo competía a los tribunales ordinarios y eclesiásticos. Este recorrido hispánico se ilustra recurriendo a algunos casos célebres (Elena de Céspedes, Cosme Pérez) y a testimonios literarios procedentes de la tradición picaresca. Dentro del mundo católico se pasa también revista a la circunstancia italiana, particularmente a la abundantísima presencia de la sodomía en las ciudades-Estado de Venecia y de Florencia, donde existían instituciones específicamente destinadas a sancionarla. Se trataba habitualmente de conductas contra la naturaleza que involucraban a un varón adulto penetrando a un joven que desempeñaba el papel pasivo, un vínculo ajeno a nuestra idea de orientación sexual, pues no implicaba exclusividad, de manera que el activo mantenía relaciones tanto con muchachos como con mujeres. Se explica la mecánica de los procesos judiciales y sus condicionamientos sociales, pues dependían en su desarrollo y resolución, de la pertenencia estamental de los acusados, siendo muy habitual los casos que afectaban al nexo entre señores y domésticos. Se exponen también las peculiaridades de la sodomía practicada en espacios cerrados, como los buques que realizaban la Carrera de Indias.

    Después de explicar en clave materialista la reducción del número de condenas por sodomía en los reinos hispánicos desde finales del siglo XVII, se examinan los avatares del pecado contra naturaleza en el mundo protestante entre 1640 y 1790. El centro de atención lo ocupan ahora Inglaterra y los Países Bajos. Se describe la nueva subcultura de sodomitas afeminados surgida en Londres, desde finales del siglo XVII, la singular institución de las molly houses y las campañas persecutorias emprendidas por las sociedades para la reforma de las costumbres. Después se explora la variante neerlandesa de esa sodomía afeminada y la intensificación y agravamiento de la represión en los Países Bajos desde el primer tercio del siglo XVIII. Del mismo modo que en el mundo de la Contrarreforma católica se asociaba el pecado nefando con la herejía, en la zona protestante se vinculaba con el catolicismo papista. Finalmente, en esa primera sección del capítulo, se analiza la tendencia a suavizar, y finalmente a despenalizar —en la Constitución revolucionaria de 1791—, las relaciones sodomíticas, conectándolas con la nueva cultura sexual impulsada por la Ilustración. En ese mismo contexto se describen las apologías y justificaciones del pecado nefando en el ámbito del boyante erotismo libertino dieciochesco.

    La segunda parte consiste en un excursus que pretende dilucidar, desde una perspectiva

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