Una temporada en el infierno
Por Arthur Rimbaud
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Una temporada en el infierno - Arthur Rimbaud
condenado.
La mala sangre
De mis antepasados galos, tengo los ojos azul pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha. Me parece que mi vestimenta es tan bárbara como la de ellos. Pero yo no me unto de grasa la cabellera.
Los galos fueron los desolladores de animales, los quemadores de hierbas más inep-tos de su época. Les debo: la idolatría y la afición al sacrilegio; ¡oh! todos los vicios, có-
lera, lujuria, la lujuria, magnífica; sobre todo, mentira y pereza.
Siento horror por todos los oficios. Maestros obreros, todos campesinos, innobles. La mano en la pluma equivale a la mano en el arado. -¡Qué siglo de manos!- Yo jamás tendré una mano. Además, la domesticidad lleva demasiado lejos. La honradez de la mendici-dad me desespera. Los criminales asquean como castrados: yo, por mi parte, estoy- in-tacto y eso me da lo mismo.
Pero, ¿qué es lo que ha dotado a mi lengua de tal perfidia, para que hasta aquí haya guardado y protegido mi pereza? Sin ni siquiera servirme de mi cuerpo para vivir y más ocioso que el sapo, he subsistido donde-quiera. No hay familia en Europa a la que no conozca. -Hablo de familias como la mía, que todo se lo deben a la Declaración de los Derechos del Hombre-. ¡He conocido cada hijo de familia!
¡Si yo tuviera antecedentes en un punto cualquiera de la historia de Francia!
Pero no, nada.
Me resulta bien evidente que siempre he sido de raza inferior. Yo no puedo comprender la rebelión. Mi raza no se levantó jamás sino para robar: así los lobos al animal que no mataron.
Rememoro la historia de Francia, hija ma-yor de la Iglesia. Villano, hubiera yo empren-dido el viaje a Tierra Santa; tengo en la ca-beza rutas de las llanuras suabas, panoramas de Bizancio, murallas de Solima, el culto de liaría, el enternecimiento por el Crucificado, despiertan en mí entre mil fantasías profanas.
Estoy sentado, leproso, sobre ortigas y ties-tos rotos, al pie de un muro roído por el sol.
Más tarde, reitre, hubiera vivaqueado bajo las noches de Alemania.
Ah, falta aún: danzo en el aquelarre, en un rojo calvero, con niños y con viejas.