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El Ultromo y otros relatos: Compilación de relatos de Maupassant
El Ultromo y otros relatos: Compilación de relatos de Maupassant
El Ultromo y otros relatos: Compilación de relatos de Maupassant
Libro electrónico163 páginas2 horas

El Ultromo y otros relatos: Compilación de relatos de Maupassant

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Unos de los relatos más famosos de Guy de Maupassant traducidos en castellano

Esta edición incluye los relatos siguientes:

• El Ultromo
• La mano disecada
• Carta de un loco
• ¿Quién sabe?
• La adormecedora
• El diablo
• Las sepulcrales
• Idilio
• La belleza estéril
• Vendetta
• La Joya

SOBRE EL AUTOR

Henry-René-Albert-Guy de Maupassant nació en Tourville-sur-Arques (Francia) en 1850 y murió a los 43 años de edad en París. Tuvo una vida intensa y desarrolló una prolífica obra donde combina un realismo sencillo, que rechaza el naturalismo imperante y defiende la intervención del artista en la selección cuidadosa de las pinceladas necesarias para contar lo que quiere contar, con un registro más cercano a lo simbólico y lo fantástico, pero alejado también de la exageración y el preciosismo de los escritores románticos o simbolistas. Quizás es esa sobriedad lo que hace su prosa menos rutilante y nos obliga, como esos rostros sencillos que al principio nos pasan inadvertidos, a prestarle un poco más de atención para descubrir todo lo que encierra.

EXTRACTO

LA MANO DISECADA

Una noche, hace unos ocho meses, uno de mis amigos, Louis R... nos reunió a algunos compañeros de la Universidad. Bebimos ponche, fumamos, charlamos sobre literatura y pintura y contábamos anécdotas a cada rato, como es habitual en los encuentros de los jóvenes. De repente se abrió la puerta de par en par y uno de mis amigos de la infancia entró como un huracán.
—Adivinad de dónde vengo, exclamó nada más entrar.
—Apuesto por Mabille, respondió uno.
—No, estás demasiado alegre, vienes de conseguir dinero prestado, enterrar a tu tío o de pavonearte en casa de mi tía, respondió otro.
—Llegas un poco borracho, respondió un tercero. Y, como has sabido que había ponche en casa de Louis, te has presentado para seguir bebiendo.
No habéis dado en el clavo ninguno, vengo de P..., en Normandía donde he pasado ocho días; traigo un criminal para mis amigos y os ruego que me permitáis presentároslo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 jul 2015
ISBN9788494108952
El Ultromo y otros relatos: Compilación de relatos de Maupassant
Autor

Guy de Maupassant

Guy de Maupassant was a French writer and poet considered to be one of the pioneers of the modern short story whose best-known works include "Boule de Suif," "Mother Sauvage," and "The Necklace." De Maupassant was heavily influenced by his mother, a divorcée who raised her sons on her own, and whose own love of the written word inspired his passion for writing. While studying poetry in Rouen, de Maupassant made the acquaintance of Gustave Flaubert, who became a supporter and life-long influence for the author. De Maupassant died in 1893 after being committed to an asylum in Paris.

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    El Ultromo y otros relatos - Guy de Maupassant

    Prólogo

    Henry-René-Albert-Guy de Maupassant nació en Tourville-sur-Arques (Francia) en 1850 y murió a los 43 años de edad en París. Tuvo una vida intensa y desarrolló una prolífica obra donde combina un realismo sencillo, que rechaza el naturalismo imperante y defiende la intervención del artista en la selección cuidadosa de las pinceladas necesarias para contar lo que quiere contar, con un registro más cercano a lo simbólico y lo fantástico, pero alejado también de la exageración y el preciosismo de los escritores románticos o simbolistas. Quizás es esa sobriedad lo que hace su prosa menos rutilante y nos obliga, como esos rostros sencillos que al principio nos pasan inadvertidos, a prestarle un poco más de atención para descubrir todo lo que encierra.

    El libro que presentamos, una compilación de once relatos de Maupassant, es un libro muy especial y lo es porque es un libro hecho por lectores para lectores. La propuesta de David Villanueva, editor de Demipage, y director del taller organizado por la escuela de escritura Hotel Kafka y el Instituto Francés de Madrid, era que cada uno eligiera un cuento a su albedrío para traducirlo y preparar luego un libro. Por eso es un libro hecho por lectores, porque los cuentos están elegidos sin otro criterio que el del placer de la lectura. Cada uno de nosotros eligió el cuento que más le había gustado de los que pudo leer. Y quizás ese sea uno de los aciertos, el hecho de que, más allá de criterios formales o de representatividad de la obra de Maupassant, nos hemos guiado simplemente por nuestros gustos. Fue una sorpresa para todos comprobar después que los cuentos elegidos por nuestros compañeros eran en todos los casos grandes cuentos, cada uno con un interés particular. A la vez, eran cuentos muy distintos, desde los más tétricos hasta los más sociales, desde los costumbristas hasta los filosóficos, desde los realistas hasta los de misterio. Y así, sin haberlo buscado, nos hemos encontrado con un libro que es a la vez una selección de algunos de los mejores cuentos desde un punto de vista literario y una compilación representativa de la obra de este excepcional autor.

    Pero la sorpresa fue mayor aún al descubrir que, más allá de los valores literarios innegables de su obra, las historias que nos cuenta Maupassant, los temas que le preocupan, conservan toda su vigencia hoy, en pleno siglo XXI. Basta asomarse a la calle en una noche de Halloween para imaginar a ese grupo de jóvenes que recibe entre risas al amigo que llega con una mano disecada; basta oír hablar de la deuda que lastra las ambiciones y esperanzas de los desahuciados para ponerse en la piel de la protagonista de «La joya»; o escuchar los debates actuales sobre la atención de los mayores, la muerte asistida y la eutanasia para descubrir que se hayan ya presentes en «La adormecedora» o «El diablo»; podemos adentrarnos en la desigualdad en «Idilio» o «Vendetta;» y basta contemplar los engranajes legislativos que una vez más tratan de ilegalizar el aborto para maravillarse ante la lúcida disertación sobre las mujeres que encontramos en medio de «La belleza estéril». Y es que Maupassant, no por vivir en el siglo XIX es un autor aburrido y anticuado, más bien al contrario, en su obra respira su personalidad vividora y rebelde. Ese es el Maupassant al que reivindicamos, el Maupassant más desprejuiciado, irónico e irreverente, el Maupassant burlón que no tiene miedo de poner en evidencia la cortedad de miras y la flagrante hipocresía de sus coetáneos.

    Por último, no podemos dejar de mencionar en un libro de Maupassant otra de sus grandes obsesiones: la locura. El autor perdió la razón y terminó sus días en un sanatorio psiquiátrico. No sabemos si porque presentía ya los síntomas o porque el tema le interesaba de por sí, la obra de Maupassant contiene cuentos excepcionales sobre la locura, como «El diario de un loco», «¿Quién sabe?» o «El Ultromo», aquí recogidos, y que nos sumergen en un mundo más sombrío.

    Pero al principio decíamos que es un libro hecho por lectores, y lo es sobre todo porque es un libro hecho por traductores y cada traducción es de por sí una lectura. Cada cuento ha sido traducido por una persona distinta (salvo en algunos casos en que un mismo traductor ha traducido dos cuentos) y, aunque hemos intentado aunar criterios, es más que posible que se puedan apreciar ahí no solo los gustos personales de cada uno, sino también ciertas diferencias de estilo, ciertas preferencias léxicas, en definitiva, ciertas formas de apreciar y valorar la escritura de Maupassant, su trabajo de orfebre en la composición de los relatos. Hay en las traducciones algunas creaciones personales, como la «adormecedora», las «sepulcrales» o ese «Ultromo», al que se ha conocido hasta ahora como Horla, olvidando los ecos de la procedencia extraterrenal del ser que aparece en el relato y que es patente en el nombre francés («hors là»).

    Con todo eso, los traductores hemos llegado a sentirnos amigos cercanos del autor y nos sentimos ahora orgullosos de ser sus valedores, como esos padres que hablan con admiración de los éxitos de sus hijos, o los profesores que presentan en público a sus alumnos más aventajados. Nosotros, sus traductores, más de cien años después, estamos aquí para presentarles la obra de nuestro genial protegido. Pasen y lean.

    La mano disecada

    Una noche, hace unos ocho meses, uno de mis amigos, Louis R... nos reunió a algunos compañeros de la Universidad. Bebimos ponche, fumamos, charlamos sobre literatura y pintura y contábamos anécdotas a cada rato, como es habitual en los encuentros de los jóvenes. De repente se abrió la puerta de par en par y uno de mis amigos de la infancia entró como un huracán.

    —Adivinad de dónde vengo, exclamó nada más entrar.

    —Apuesto por Mabille, respondió uno.

    —No, estás demasiado alegre, vienes de conseguir dinero prestado, enterrar a tu tío o de pavonearte en casa de mi tía, respondió otro.

    —Llegas un poco borracho, respondió un tercero. Y, como has sabido que había ponche en casa de Louis, te has presentado para seguir bebiendo.

    No habéis dado en el clavo ninguno, vengo de P..., en Normandía donde he pasado ocho días; traigo un criminal para mis amigos y os ruego que me permitáis presentároslo.

    Tras estas palabras se sacó del bolsillo una mano disecada. Era espantosa, negra, seca y de apariencia crispada, con unos músculos de una fuerza extraordinaria, resguardados del exterior por una cobertura de cuero apergaminado. Las uñas amarillas y estrechas, miraban desde la punta de los dedos. Se veía a la legua que se trataba de la mano de un criminal.

    —Fijaos, dice mi amigo. El otro día se vendían los trastos de un viejo brujo muy conocido en la comarca. Iba al aquelarre todos los sábados montado en un palo de escoba, practicaba la magia negra y blanca, obtenía de leche azul de las vacas y les hacía llevar la cola como si fueran de la cofradía de San Antonio. Este viejo pillo tenía un gran afecto por esta mano que, según decía, era de un célebre criminal ajusticiado en 1736 por haber tirado a su legítima esposa de cabeza a un pozo. Por si fuera poco, después colgó del campanario de la iglesia al cura que lo había casado. Tras este doble crimen, se fue a recorrer mundo y en su carrera, corta pero productiva, atracó a doce viajeros, quemó a una veintena de monjes en su convento y transformó un monasterio de religiosas en un harén.

    —Pero, ¿qué vas a hacer con este horror?, exclamamos.

    —Amigo mío, dijo Henri Smith, un inglés alto y flemático. Creo que esta mano es un simple trozo de carne rancia conservada mediante un nuevo procedimiento; te aconsejo que hagas un potaje.

    —No se burlen, señores, repitió con total sangre fría un estudiante de medicina muy achispado. Y tú, Pierre, tengo un consejo que darte: haz enterrar cristianamente este despojo humano, ¿no temes que su propietario venga a pedírtelo? Además esta mano puede tener malos hábitos, ya conoces el proverbio: «quien ha matado volverá a hacerlo».

    —«Y el que ha bebido, volverá a hacerlo» repitió el anfitrión.

    Y a continuación le echó al estudiante un gran vaso de ponche que el otro bebió de un trago y cayó, borracho, como muerto, bajo la mesa. Esta salida fue acogida con risas formidables y Pierre levantando su vaso y saludando con la mano dijo:

    —Bebo por la próxima visita de tu maestro.

    Después hablamos de varias cosas y cada mochuelo volvió a su olivo.

    Al día siguiente, como pasaba ante su puerta, entré en su casa. Eran casi las dos, lo encontré tirado y fumando.

    —Bueno, ¿qué tal?

    —Muy bien, me respondió,

    —¿Y tu mano?

    —Mi mano la has tenido que ver en el timbre donde la he colocado ayer por la tarde cuando volví a casa. Por cierto que algún imbécil cualquiera, sin duda para hacerme una broma pesada, ha venido a llamar a mi puerta a medianoche. He preguntado quién era pero, como nadie respondía, he vuelto a acostarme y me dormí.

    En ese momento sonó el timbre. Era el propietario, un personaje grosero y toscamente impertinente. Entró sin saludar.

    — Señor, dijo a mi amigo. Le exijo que retire inmediatamente la carroña que ha colgado del timbre de la puerta o me veré obligado a rescindir su contrato de alquiler.

    —Señor, replicó Pierre con mucha gravedad. Usted insulta a una mano que no se lo merece; sepa que ha pertenecido a un hombre fuerte y de buena posición.

    El propietario giró sobre sus talones y se fue por donde había venido. Pierre lo siguió, descolgó su mano y la ató al cordón de la campanilla de su habitación.

    —Aquí está mejor, dijo él. Esta mano como el «Hermano, es necesario morir» de los Trappistes, me inspirará pensamientos serios todas las noches cuando me vaya a dormir.

    Al cabo de una hora me fui y regresé a mi casa. Dormí mal la noche siguiente, estaba agitado, nervioso, muchas veces me despertaba sobresaltado, por un momento incluso me imaginé que un hombre se había entrado en mi casa y me levantaba para mirar en los armarios y bajo la cama. Por fin, hacia las seis de la mañana, cuando estaba adormilándome de nuevo, oí violentos golpes en la puerta, salté de la cama. Era el criado de mi amigo. Se encontraba medio vestido, pálido y tembloroso.

    —¡Ay, señor!, exclamó entre sollozos. Mi pobre patrón ha sido asesinado.

    Me vestí deprisa y corrí a casa de Pierre. La morada estaba llena de gente que debatía, y discutía sin cesar. Peroraban, volvían a contar y comentaban el acontecimiento de todas las formas posibles. Llegué a duras penas hasta la habitación. En la puerta había vigilancia. Me presenté y me dejaron entrar. Cuatro agentes de policía estaban ya en el lugar de los hechos con su identificación en la mano: examinaban, hablaban de cuando en cuando en voz baja y tomaban notas. Dos médicos conversaban cerca de la cama sobre la que estaba tendido e inconsciente Pierre. No estaba muerto pero tenía un aspecto horrible. Los ojos desmesuradamente abiertos, las pupilas dilatadas parecían mirar fijamente con un miedo indecible una cosa monstruosa y desconocida. Sus dedos estaban crispados y su cuerpo, a partir del mentón, estaba cubierto con una sábana que levanté. Tenía en el cuello marcas de cinco dedos que hubieran sido profundamente clavados

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