Vida religiosa y casas de formación: Experiencias y reflexiones en clave lasallista
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Vida religiosa y casas de formación - Fabio Humberto FSC Hno Coronado Padilla
autor
PRIMERA
PARTE
Modelos, movimientos, ondas y preguntas: ¿retrospectiva o realidad?
Capítulo 1
Las casas de formación a examen
En el lenguaje y en la tradición formativa lasallista se entiende por casas de formación los espacios arquitectónicos (edificios, complejos físicos, conjuntos habitacionales) y los ambientes educativos (comunidades formadoras, procesos de acompañamiento, planes de formación, etapas formativas), en los cuales los formandos (jóvenes candidatos) se inician en la vida religiosa de Hermano. La experiencia ha consagrado fundamentalmente tres: postulantado, noviciado y escolasticado. Cabe precisar que, en un periodo de la historia, existió previo al postulantado el aspirantado y que el postulantado contemporáneo tiene un número variable de años, el último de estos suele denominarse prenoviciado.
Desde su nacimiento, la vida consagrada fue consciente de la necesidad e importancia de ofrecer una vivencia propedéutica, de discernimiento y ejercitación, en el espíritu y las costumbres que le eran propias, a todo aquel que tocara a sus puertas sintiéndose llamado a tal género de vida evangélica. En los primeros tiempos, de anacoretas y cenobitas, tal experiencia formativa consistía en vivir al lado de un monje solitario o en ingresar a un cenobio bajo la guía de un acompañante espiritual, quien siempre era el de mayor edad y experiencia, por tanto, el más probado en los caminos de la vida espiritual. Maestro y discípulo recorrían juntos un itinerario cotidiano —hecho de trabajo exigente, oración constante, servicio al otro, sencillez de vida y austeridad— tras la búsqueda de la experiencia profunda de Dios, para vivir el amor sin límites y seguir al Señor más de cerca.
A lo largo de los siglos, a medida que se fue desarrollando y diversificando la vida consagrada y gracias al aumento de candidatos a dicho estilo de vida, fueron apareciendo el rol del formador y los lugares específicos para ejercer su función, las casas de formación con toda su parafernalia. Pero, si por una parte, se perfeccionaron las artes formativas con sus procesos, etapas y programas junto con la arquitectura propia para el postulantado, el noviciado y el escolasticado, por otra, nunca dejó de ser central la vivencia formativa básica esencial por antonomasia, la interacción entre el maestro experto y el discípulo aprendiz, quien pide ser iniciado.
Una comparación nos ayuda a comprender mejor lo dicho. Acudamos al arte teatral, tal y como lo describe Jorge Plata, quien se pregunta ¿qué es el fenómeno teatral? Para dar respuesta a tal interrogante, nos dice que debemos despojar al espectáculo de aquellos elementos que no hacen parte de su esencia; a saber: la escenografía, el vestuario, el maquillaje, la ambientación luminosa y sonora, el espacio físico, entre otros. Solo así se puede llegar al núcleo esencial que le da vida al fenómeno teatral. ¿Cuál es ese núcleo central? Con sus palabras: No es otro que el encuentro de un ser humano (el actor) que se presenta transformado o en proceso de transformación, y en tiempo presente y sin mediaciones, ante otro ser humano que lo observa (el espectador)
(2013, p. 9).
Dicho encuentro esencial, continúa argumentando el autor, es el resultado de dos impulsos propios de algunas personas: el de transformación y el lúdico. El primero, corresponde al actor, capacidad de imitación (mímesis), el segundo, al espectador, necesidad lúdica, que le lleva a jugar y experimentar el ámbito de la libertad no utilitarista, el campo de las acciones gratuitas en las que encuentra placer, gozo y aprendizaje. Estos impulsos constituyen los elementos esenciales del fenómeno teatral la relación entre el actor y el espectador, que se realiza en tiempo presente y sin mediaciones.
Finaliza sus reflexiones Jorge Plata Saray, uno de los actores, directores, dramaturgos y profesores más representativos del teatro colombiano, haciéndonos caer en la cuenta de que el asunto quedaría incompleto si no se responde la pregunta ¿por qué se hace teatro? He aquí su respuesta: Este es un arte cuyo único tema de representación es el comportamiento humano. En un espectáculo dramático, de manera realista o simbólica y en un escenario, se representan comportamientos humanos, individuales y sociales para que sean conocidos, analizados, comprendidos y para que se susciten la adhesión o el rechazo de la comunidad, presente y participante, de los espectadores
(2013, p. 10).
Si despojamos a la formación de sus ropajes, entiéndase de las casas de formación con todos sus recursos físicos y materiales (hábitat, mobiliario, computadores, internet, etc.) como también de sus proyectos formativos, aflora la esencia del fenómeno formativo: la relación entre el formador y el formando, que es lo mismo que decir la interacción entre maestro espiritual y discípulo. Y si nos preguntamos, dentro de este contexto, ¿por qué se hace formación? podríamos responder, llana y simplemente, para iniciar al joven candidato en un carisma e itinerario espiritual particular, dentro del cual se autentica o no su llamado vocacional; y el aspirante hace opciones profundas a la vida religiosa, comprometiéndose con un estilo de vida particular: la vida fraterna en comunidad con su correspondiente misión dentro de la Iglesia.
Modelos de casas de formación
Ya hemos visto cómo la esencia del fenómeno formativo fue, desde los inicios de la vida religiosa, una relación educativa personalizada como acompañamiento fraterno, dentro de la inspiración evangélica: quédate con nosotros
(Lc 24, 29) y ven y lo verás
(Jn 1, 46). A medida que el testimonio de este estilo de vida fue cautivando y atrayendo a un número cada vez más significativo de aspirantes, fue necesario crear estructuras formativas que respondieran a la demanda creciente, lo cual vino a oficializarse a través de los siglos con la ya clásica expresión: casas de formación.
Así como la sociedad ha cambiado y sigue cambiando vertiginosamente la vida religiosa no se ha quedado atrás en su puesta al día, lo cual ha implicado, a su vez, una transformación radical del rol de formador y de la idea misma de casa de formación con sus correspondientes concreciones. A medida que fue evolucionando la vida consagrada, durante los siglos, de igual modo fueron apareciendo visiones distintas de casas de formación asociadas a cada nuevo estilo de vida religiosa. El arco de tiempo, dentro del cual se enmarcan las disquisiciones del presente libro, corresponde a los últimos cincuenta años, más exactamente al lapso comprendido entre la clausura del Concilio Vaticano II, en diciembre de 1965, y nuestro 2015 —año dedicado a la vida consagrada por iniciativa del papa Francisco—. Podemos señalar que estas décadas han sido muy creativas para responder a la manera de ser de las nuevas generaciones de candidatos a la vida religiosa, como también a las nuevas demandas de la sociedad y de la historia, que han interpelado y modificado la misión lasallista. Al menos en estas cinco décadas es posible rastrear cinco modelos distintos de casas de formación: modelo clásico, modelo familia, modelo inserción, modelo inter y, el más reciente, modelo neoconservador.
Figura 1. Modelos de casas de formación
Fuente: elaboración propia.
Utilizamos la categoría modelos en tanto nos permite construir una abstracción teórica de un fragmento de la realidad, caracterizar sus rasgos más sobresalientes, presentar de manera pedagógica una aproximación a lo que se ha ido creando, lo que ya murió y lo que está naciendo en cuanto a formación para la vida religiosa se refiere. Los modelos son artificiales en cierta manera, subjetivos e incompletos. También son integradores, pues no son puros en sí mismos, ya que recogen lo perenne de la tradición formativa en consonancia con las innovaciones del presente, son permeables a la novedad impredecible de la acción del Espíritu, quien renueva las cosas donde quiere y cuando quiere, a tiempo y destiempo (Jn 3, 8; 16, 13).
El modelo clásico corresponde a unas grandes edificaciones de dos o más pisos, diseñadas, normalmente, siguiendo el típico claustro del convento monacal con sus amplios corredores, arcadas, patios y capilla central, y rodeadas de canchas deportivas al igual que de campos para las labores agropecuarias. Se escogían, para su construcción, lugares alejados de los centros urbanos. Su tamaño y sus múltiples servicios (habitaciones, salones de clase, salas de estudio, comedor, cocina, etc.) imitaban los grandes internados de la época. En estos se alojaban varios cientos de jóvenes que se formaban desde muy niños para la vida religiosa. Llegaban, como aspirantes, a terminar su primaria o bachillerato, seguían de postulantes, luego novicios y finalmente escolásticos. Todas las etapas de formación se hacían, habitualmente, en el mismo lugar, en algunas ocasiones el noviciado contó con su propia casa en una ubicación diferente, y con locales apropiados con capacidad para cincuenta o más novicios. Por estos años, las distintas comunidades religiosas registraban en sus estadísticas números elevados tanto de personal religioso como de formandos.
El modelo familia aparece cuando la realidad numérica de las congregaciones religiosas experimenta un descenso vertiginoso tanto por las salidas de sus efectivos, con votos temporales o perpetuos, como por el reducido número de nuevas vocaciones que ingresaban cada año. Las grandes construcciones se quedan vacías, la fraternidad religiosa que, normalmente, contaba con cuarenta o cincuenta religiosos para dirigir una obra educativa, de repente se ve drásticamente disminuida a diez, siete o menos Hermanos. Se abandonan las grandes casas de formación, el aspirantado (especie de colegio exclusivo para niños y jóvenes destinados a la vida religiosa) es suprimido. Desde este momento se ingresa a la formación inicial teniendo como mínimo el grado de bachiller, y cada etapa de formación cuenta con su casa específica: una para el postulantado, una para el noviciado y otra para el escolasticado. Tanto el postulantado como el escolasticado son trasladados a casas de familia adaptadas a tal propósito, situadas en barrios no muy distantes de los lugares de estudio (universidades) e instituciones educativas donde se hacía la práctica pedagógica (escuelas y colegios). La idea de fondo era no estar alejados de la cotidianidad de la gente, compartir su vida y su experiencia. Para el noviciado se construyó una edificación, que se caracterizó por la funcionalidad y sobriedad, con capacidad para una docena de novicios, y eso sí, siguió siendo en un lugar retirado en medio de la naturaleza.
El modelo inserción surge cuando la vida religiosa opta por comprometerse con los más pobres, siguiendo el carisma primigenio de sus fundadores; para ello inicia un éxodo que la lleva a encarnarse en barrios populares, en municipios alejados de las grandes capitales, a realizar su misión en aquellas poblaciones con mayores necesidades y menores oportunidades. Las casas de formación, especialmente postulantado y escolasticado, son desplazadas a los barrios de estratos más bajos de las ciudades o a lugares de misión en regiones de frontera y carentes de las posibilidades, servicios y bienestar de los grandes centros urbanos. El noviciado, con su tradicional encierro y aislamiento, sufre una gran apertura, permitiendo que los novicios puedan trabajar en la evangelización y promoción de la justicia de los más pobres de las veredas de su zona de influencia. Es una época de múltiples experimentos e innovaciones, toda una revolución.
El modelo inter expresa el nuevo rostro de la vida consagrada que pasa de un formato isla, donde cada congregación religiosa realiza su misión en solitario y totalmente independiente de las demás, a un talante colaborativo y de pastoral de conjunto. Las casas de formación lasallistas se reinventan cuando empiezan a funcionar de forma interdistrital, internacional, intercultural e intercongregacional. De ahora en adelante cada provincia religiosa no tendrá sus propias y exclusivas casas de formación, pues los postulantados, noviciados y escolasticados se tornan en subregionales o regionales, interdistritales, internacionales y multiculturales. Toda una novedad y riqueza, cuyo caminar fue dando sus frutos, mostrando poco a poco las mejores rutas y estrategias formativas. Mención especial merecen las casas de formación intercongregacionales, para nuestro caso lasallista, únicamente un país tuvo casas con formandos procedentes de diferentes congregaciones de Hermanos; camino ya desaparecido, no suficientemente exitoso, pero que expresó en su momento la búsqueda de una nueva manera de ser de la vida religiosa.
El modelo neoconservador toma la delantera cuando la última innovación tras la exploración de una nueva manera de ser de la casa de formación para el siglo XXI se diluye. Consistió en que, ante el impulso de la misión compartida entre religiosos y seglares, se establecieron casas de formación donde futuros Hermanos y Colaboradores laicos vivían y se formaban juntos en los idearios lasallistas; la cuestión no funcionó por la sencilla razón que se trató de mezclar dos vocaciones muy diferentes, que requerían sus particulares procesos de formación. Así es como la casa de formación actual se identifica por ser autorreferencial y endogámica, por mezclar todo tipo de enfoques y vivencias, sobresaliendo por una vuelta al pasado, en la que se recuperan expresiones ya superadas de la antigua vida religiosa. El modelo actual, en su generalidad, es de tendencia neoconservadora, porque se da una especie de involución y estancamiento, perdió su norte de seguir en fidelidad creativa tras un itinerario de búsqueda de las mociones nuevas, a las cuales siempre llama el Espíritu.
Hasta aquí esta tipología de modelos de casas de formación. Es oportuno aclarar que, intencionalmente, nos hemos centrado en una breve descripción de su arquitectura, de su ubicación geográfica, de sus destinatarios y, someramente, de algunos rasgos distintivos de sus correspondientes proyectos formativos. En los próximos capítulos nos referiremos más ampliamente a sus fines, pedagogías y procesos de manera tal que se pueda contar con una radiografía más completa de cada modelo.
También es importante precisar que los cinco modelos anteriores no se suscitaron en la historia de manera lineal, uno tras otro, de forma tal que al desaparecer uno fuera remplazado de inmediato por otro. Tampoco fueron producto de previsiones rigurosas ni de planeaciones milimétricas. El cincuentenario al que hacemos referencia se caracterizó por ser más que una época de cambios, un cambio de época; la cual se tradujo, en la cotidianidad, en un permanente e inusitado florecer de novedades, experimentos y transformaciones en todos los campos. En consecuencia, en cuanto a casas de formación se refiere, el camino se hizo al andar, generándose con el discurrir del tiempo una especie de cohabitación de los distintos modelos, hasta llegar a nuestro hoy, donde predomina una especie de mixtura ecléctica de modelos.
Inventar algo nuevo
Frente al anterior panorama podríamos interrogarnos de la siguiente manera: ¿son necesarias las casas de formación hoy?, ¿todavía siguen siendo válidas de cara a la esencia y al quehacer del hecho formativo?, ¿no habrá que suprimirlas e inventarse otra manera novedosa para la formación de los aspirantes a la vida consagrada? Preguntas duras y candentes a las cuales no debemos rehuir. Tal vez la primera pista, para solucionar el dilema, consistiría en ahondar en la memoria del caminar de la vida consagrada que nos revelara, por una parte, lo fundamental, a lo cual no se puede renunciar, y por otra, las tendencias estimulantes del futuro.
Una segunda pista comprendería un abordaje del itinerario formativo, que se ha recorrido en los lustros posteriores al kairós del Concilio Vaticano II, examinar cómo se cristalizaron sus mejores intuiciones de renovación evangélica, evaluar y valorar lo que ocurrió en las casas de formación, sus procesos, sus políticas formativas, sus éxitos y fracasos, para con objetividad dilucidar ¿qué se debe mantener?, ¿qué se debe renovar?, y ¿qué se debe crear?
Finalmente, una tercera pista conllevaría el ponernos en estado de discernimiento y volvernos a preguntar: ¿qué nos pide Dios en este aquí y ahora? Pero no tanto con una actitud nostálgica por el pasado, sino, ante todo, con una mirada esperanzada de futuro, pensando y construyendo un modelo alternativo para las casas de formación que requiere el siglo XXI. Entonces, hacer de la ocasión una oportunidad de reflexión hermenéutica, de abordaje proyectivo, germinal y generador. Mirar hacia delante, hacia lo que se ha de construir para el mañana. Hacer de nuestra coyuntura histórica un tiempo simbólico de renovación de proyectos,