La excelencia: un retorno hacia lo humano
acido en la Ciudad de México (1997), hijo de químicos egresados de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la vida de Pablo se desenvolvió en una familia “normal”: lejos de un legado tradicional de juristas y de privilegios derivados de las riquezas. Apasionado deportista y con un paladar siempre en búsqueda de nuevas experiencias, Pablo descubrió su apetito por la justicia desde una edad muy temprana, aun desde antes que la palabra adquiriera algún significado. Desde pequeño—recuerda—siempre le había atraído “esta noción de defender a las personas, de ayudar a la gente que no siempre se puede defender”. Ya sea por su gran estatura o por razones que le tocara descifrar con el tiempo, reconoce en ese apetito la necesidad por comprender qué es lo justo y de qué manera puede obtenerse. En su memoria hablada también evoca los recuerdos de su madre, quien al notar las cualidades argumentativas de su hijo decía, como suelen decir los padres: “Seguramente serás un buen abogado”. Como todo niño, aquella imagen augurada por los padres se instaló en él y prefiguró la búsqueda que hasta el día de hoy lo atraviesa: ¿qué es un buen abogado? En sus andanzas comenzó “a descubrir qué era lo que quería ser”; que quizá no sería “el abogado típico que uno ve en las películas,
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