Elena, la última mujer en la Tierra
Por Jovita Espinoza
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Elena vive los últimos tiempos de destrucción de la tierra. Lucha por sobrevivir con su familia y personas que llegan al refugio. Cada uno de ellos cuenta su historia de cómo vamos exterminando poco a poco nuestro planeta. En el transcurso salva la vida de Enrique, hijo del Presidente de la República, joven cruel y despiadado, sin consciencia. Esta es la primera novela de la autora publicada en Internet. Sin embargo, tenemos que reconocer que, cuando se publicó en papel, su éxito fue rotundo y definitivo, se agotó la inmediatamente. Por todo ello, les garantizamos una lectura amena, escrita en lenguaje claro y directo.
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Elena, la última mujer en la Tierra - Jovita Espinoza
Índice
Sinopsis
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Sinopsis
Elena vive los últimos tiempos de la destrucción de la tierra. Lucha por sobrevivir con su familia y personas que llegan al refugio.
Cada una de ellas cuenta su historia de cómo vamos exterminando, poco a poco, nuestro planeta.
En el transcurso, salva la vida de Enrique: joven cruel, despiadado sin conciencia; además, no mantiene respeto alguno por la humanidad. Hijo del presidente de la república.
Ir al inicio
Capitulo I
Iniciaba un día más, con un clarear amarillento —casi rojizo—; el aire, espeso y humeante, donde el hombre ya no podía sobrevivir.
Sonidos y alarmas se escuchaban a lo lejos; nosotros sobrevivíamos en una caverna a la orilla de lo que fue una gran ciudad.
Mi familia, padre (Daniel), madre, hermanos y alguna otra gente que temporalmente se estaban refugiando.
Constantemente cambiaban de lugar en busca de alimento.
Todos éramos muy delgados —como cadáveres vivientes— por escasez de comida.
Optamos permanecer en ese lugar, porque había aviones que pasaban arrojando víveres en diferentes puntos de la zona.
Hoy conseguimos salir. Llegamos pronto al lugar donde arrojan la comida; en ocasiones, hemos arribado sin éxito alguno.
Corríamos el riesgo de que el alimento se contaminara con tantas esporas tóxicas que había en el aire. En la ciudad la concentración de smog era mayor.
Así murió nuestra madre una mañana que salimos a recoger comida. Teníamos varios días alimentándonos muy poco. Mi madre corrió por ella y, sin esperar más, comió al aire sin precaución, quitándose su cubre bocas, motivo por el cual se contamino.
Su envenenamiento fue lento y doloroso. Días y noches de agonía sin alguien quien nos pudiese ayudar, en un lugar donde el agua estaba contaminada. La que brotaba de las cavernas, era muy escasa — solo para tomar y refrescarnos un poco—. Así murió mi madre y más gente.
No había niños ni ancianos, ya que fueron más débiles. Las pocas personas que no morían por alguna epidemias eran atacadas por fieras hambrientas; otras, por bombas cuando salían a buscar alimentos y ropa o cuando salían a enterrar sus muertos; muchos se desesperaban y decidían cambiar de refugio. Y nunca los volvíamos a ver, jamás alguien regresó para contarnos si existía otro lugar mejor.
Escuchábamos un radio muy viejo — papa Daniel cuidaba como si fuera miembro de la familia—, donde se informaba las actividades del ejército y el sitio donde arrojarían alimentos.
Al sentir que se hacía tarde, yo cerraba los ojos tratando de recordar mi niñez: de cómo nuestros padres, nos llevaban a los parques, donde había grandes árboles y, respirábamos el aire fresco con diferentes aromas.
También recordaba a los vendedores de aguas frescas, fruta picada, palomitas, chicharrones y tantas cosas más que podíamos comer. El correr de nuestros amigos para jugar un partido o echarnos una cascarita, como luego dicen, pasear en los juegos y en bicicleta, bebés que sus padres enseñaban a caminar. Adolecentes en skate. Yo quería crecer para que me compraran mi patineta.
Con vergüenza mirábamos a los novios que compartían su amor detrás de los grandes árboles, nos secreteábamos, nos echábamos a correr cuando éramos descubiertos.
Nunca más tendremos esos hermosos domingos, atardeceres y días lluviosos; solo hay tormentas acidas, que destruyeron las plantas a causa de la contaminación.
Los rios se llenaron de basura. De poco sirvió tanta recicladora. Las empresas más ricas nunca dejaron de producir y ganar dinero.
Los huracanes cada vez venían con mayor intensidad.
Por todas partes del planeta los fenómenos naturales eran devastadores.
En las tardes largas los hombres y mujeres mayores nos platicaban acerca del trabajo que realizaron en su vida, decían que cada vez era más difícil vivir en el campo y dejaban sus tierras solo para irse a la ciudad a buscar trabajo para poder sustentar a su familia, comentaban que el campo no deja para comer. Quedaban abandonadas grandes extensiones de tierra donde antes sembraban maíz, frijol, habas, quelites, etc.
—Teníamos, nuestros propios