Capricho de la reina
Por Jean Echenoz
3.5/5
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En Capricho de la reina Jean Echenoz reúne varios relatos previamente publicados en revistas de arte y proyectos diversos, como una publicación teatral. Son siete cuentos que nos transportan a siete lugares: un parque, un puente, el fondo marino, Suffolk, Mayenne, Babilonia y Le Bourget. Siete historias en las que veremos desfilar al decrépito y heroico almirante Nelson, vencedor en la batalla de Trafalgar, o al obsesivo ingeniero de puentes Gluck; en las que seguiremos el trazo de la pluma de un escritor que dibuja una exquisita panorámica de la campiña de Mayenne, y nos acercaremos a las estatuas de los jardines de Luxemburgo en París. Se trata de «caprichos», tal vez por su aparente arbitrariedad temática. Pero entre pieza y pieza descubrimos un hilo invisible que los engarza, y no es otro que el impecable estilo de un escritor que construye con las palabras justas y la precisión de un miniaturista un espléndido conjunto de grandes relatos.
Jean Echenoz
Jean Echenoz (Orange, 1948) ha publicado en Anagrama trece novelas: El meridiano de Greenwich (Premio Fénéon), Cherokee (Premio Médicis), La aventura malaya, Lago (Premio Europa), Nosotros tres, Rubias peligrosas (Premio Novembre), Me voy (Premio Goncourt), Al piano, Ravel (premios Aristeion y Mauriac), Correr, Relámpagos, 14 y Enviada especial, así como el volumen de relatos Capricho de la reina. En 1988 recibió el Premio Gutenberg como «la mayor esperanza de las letras francesas». Su carrera posterior confirmó los pronósticos, y con Me voy consiguió un triunfo arrollador. Ravel también fue muy aplaudido: «No es ninguna novela histórica. Mucho menos una biografía. Y ahí radica el interés de este espléndido libro que consigue dar a los géneros literarios un nuevo alcance» (Jacinta Cremades, El Mundo). Correr ha sido su libro más leído: «Hipnótica. Ha descrito la vida de Zátopek como la de un héroe trágico del siglo XX» (Miquel Molina, La Vanguardia); «Nos reencontramos con la ya clásica voz narrativa de Echenoz, irónica, divertidísima, y tan cercana que a ratos parece oral... Está escribiendo mejor que nunca» (Nadal Suau, El Mundo). Relámpagos «devuelve a la vida al genial inventor de la radio, los rayos X, el mando a distancia y el mismísimo internet» (Laura Fernández, El Mundo). La acogida de 14 fue deslumbrante: «Una obra maestra de noventa páginas» (Tino Pertierra, La Nueva España). Capricho de la reina, por su parte, «es una caja de siete bombones: prueben uno y acabarán en un santiamén con la caja entera» (Javier Aparicio Maydeu, El País), y en Enviada especial destaca «el ritmo y la gracia de la prosa, una mezcla cada vez más afinada de jovialidad y soltura» (Graziela Speranza, Télam).
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Comentarios para Capricho de la reina
18 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I loved this compilation, particularly the one about the Queens of France in the Jardin du Luxembourg, which generated a sort of gurgle in me which just grew over a day or so, until I laughed at all kinds of things and a friend wondered whether I was drunk...The importance attributed to those queens and the care taken with various symbols they hold, some of which have become unrecognisable due to natural erosion or accidents of fate: here we get a view of them through the eyes of (I decided) a pubescent boy who naturally notices above all the queens with the biggest breasts...I read a review where someone wondered about the point of the title story, the Queen's Caprice, and I thought, it can be rewarding to work a little more, to wonder, Why is that man, the man whose voice is telling the story, why is he outside the house? Why does he walk right around it without going in? Who might be inside the house? And to give the game away, could he be projecting onto the ants he sees hurrying on the orange garden hose the thoughts he has about his own queen's most recent tantrum? Add to that the slight paranoia regarding the cows: did they stay where they were, gathered in a group in the field, or did they frolick around happily as soon as his back was turned, hurriedly recongregating to their previous position in time to fool him into thinking that they had been serious and immobile all along, doing the expected cow-thing, eating grass. It's hilarious. I don't feel at all sorry for the translator - rather jealous in fact!
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5THE QUEEN'S CAPRICE: STORIES, by Jean Echenoz. I remember that I was extremely impressed with Jean Echenoz's recent novel of WWI, titled simply 1914. But I have to confess right up front that I don't quite know what to make of this brief collection. To even call these seven abbreviated pieces "Stories" is, I think, something of a stretch. A couple of the quirky pieces briefly charmed me: "Nelson," with its description of the famous Naval officer's various infirmities and weird eccentricities, topped off by a brandy-soaked ending, was darkly funny. And "Civil Engineering" and "Nitrox" held my attention at first, but then seemed to just stop in mid-story. I thought, "What the hell?" The title story never seemed to actually get off the ground - a detailed, not very interesting description of a tiny piece of French countryside as viewed from a terraced house - and an oblique reference to a "queen ant." Again, What the ...? "In Babylon" pokes some sly fun at Herodotus, explorer and historian, noting that "all authors exaggerate..."The final piece, "Three Sandwiches at Le Bourget," takes us (and Echenoz seems to favor a first-person plural voice, i.e. 'We,' and 'Let us') on a tour of historically significant streets and landmarks in old Paris, now gone downhill to slum-like areas. Again, I just wanted it to be over.In summary, although I found a few bright spots here and there in the book, my overriding feeling in reading this odd collection, if you'll pardon my French, was ennui. I also felt sympathy for the translator, Linda Coverdale, feeling bad that she wasted her time on this strange collection of pieces that would have been better left alone, in obscurity.Jean Echenoz is apparently well-regarded, even famous, in his native France, but nearly unknown here in the U.S. I'm afraid THE QUEEN'S CAPRICE will do little to enhance his reputation here. Not recommended, unless perhaps you are a confirmed Francophile.
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Capricho de la reina - Javier Albiñana Serraín
Índice
Portada
Nelson
Capricho de la reina
En Babilonia
Veinte mujeres en el parque de Luxemburgo y en el sentido de las agujas del reloj
Ingeniería civil
Nitrox
Tres bocadillos en Le Bourget
Notas
Créditos
Nelson
Invierno de 1802, mansión en la campiña inglesa, acude a cenar el almirante Nelson. Los demás invitados se agolpan tan pronto aparece él en el salón entre tapices, candelabros, retratos de ancestros, pinturas florales y flores. Nelson suscita la admiración general a su regreso de la batalla de Copenhague. Parece cansado, se comenta, pero qué guapo, piensan ellas. Cansado, desde luego, y con razón, después de todo lo que ha visto.
Problemático fue ya para un marino el malestar que le invadió la primera vez que subió a un barco, marinero a los trece años en el buque de guerra de tercera clase Raisonnable. Entonces pensó que se le pasaría, pero nada de eso, en los treinta años que lleva navegando no ha dejado de sufrir día tras día un espantoso mareo.
La gente se afana en torno al almirante, sentado junto al ventanal desde donde se divisan jardines ingeniosamente desordenados, flanqueados por sotobosque y por un muro de árboles. Un criado con una bandeja en la que tiemblan copas se inclina hacia Nelson, que coge una con mano blanda. Nelson es un hombrecillo delgado, afable, juvenil, de excelente presencia, en efecto, pero acaso un poco pálido. Y aunque sonríe como un actor haciendo de sí mismo, tiene un aire extremadamente frágil, quebradizo, a punto de romperse algo a cada momento.
Fina figura ataviada con medias blancas, zapatos con hebillas de acero, calzón y chaleco blancos bajo una levita azul cuyo bolsillo izquierdo parece abultado por un puñado de chelines y en cuya pechera refulge la Orden del Baño, sus ojos brillan también pero cada uno con un fulgor distinto, el derecho con menor viveza que el otro. Su mano ha vacilado al coger la copa porque desde que veinte años atrás contrajera el paludismo en las Indias mientras se hallaba al mando de la fragata Hinchinbrook, los recurrentes accesos de fiebre, jaquecas, polineuritis y toda la pesca no han vuelto a abandonarlo.
En el salón, comoquiera que la conversación discurre sobre la paz de Amiens, alguien llama la atención del almirante sobre un punto delicado respecto a la evacuación de la isla de Elba y le tiende un periódico que aborda el particular. Nelson coloca la hoja al bies a su izquierda pues al parecer no puede leer más que de ese modo, lateralmente, y es que en otra ocasión, durante el bombardeo de Calvi, mientras cruzaba el Mediterráneo a bordo del navío de setenta y cuatro cañones Agamemnon, el impacto de un cañonazo le proyectó en pleno rostro esquirlas de gravilla que le hicieron olvidar el uso de su ojo derecho.
Los invitados pasan a la mesa, y aunque se habían dispuesto pequeñas partes previamente cortadas para el almirante, éste muestra suma pericia en el manejo del cuchillo y el tenedor utilizando una sola mano, y es que, en otro infortunado episodio, éste a la altura de Santa Cruz de Tenerife, cuando a bordo del Theseus proyectaba hacerse con una importante cantidad de oro codiciada por un navío enemigo, Nelson resultó alcanzado por un disparo de mosquete que, fracturándole el húmero en varios puntos, le privó del uso del brazo derecho, que hubieron de amputarle de inmediato.
Convertido en zurdo, el almirante tuvo que reaprender a escribir y a utilizar, en la mesa, los cubiertos –si bien hubo de recurrir diariamente al opio para mitigar los sufrimientos de su miembro fantasma–, y se desenvuelve perfectamente, la cena transcurre con entera normalidad. Sin embargo, al observar que la luz declina y que no tardarán en colocar los candelabros, hete aquí que Nelson se levanta abruptamente entre dos platos, pide a la concurrencia no sin rudeza que se sirvan disculparle durante unos minutos y se retira. Abandona el comedor, atraviesa antecámaras y salones y sale al jardín mientras los invitados se miran frunciendo el ceño.
Y así, manco, tuerto y excitado, el almirante se interna entre macizos y arriates y se aleja a solas hacia los bosques, no sin pasar por un cobertizo donde echa mano de una regadera. Avanza en el día declinante, recreándose en la contemplación de la campiña y de los bosques. Podría perfectamente vivir allí pero, en su ansia de hacerse a la mar, prefiere acudir a casas ajenas para ejecutar la operación siguiente.
En la linde del bosque, Nelson recorre el espacio que lo separa de los primeros árboles: toma medidas, escogiendo distintos puntos a unas veinte yardas unos de otros y cuyo emplazamiento marca con una piedra. Arrodillándose ante el primero, procede a cavar el suelo a una profundidad de dos o tres pulgadas; con una sola mano no resulta fácil, pero el almirante se ha visto en peores lides. Acto seguido, se hurga en el bolsillo y extrae no el supuesto puñado de chelines, sino una docena de bellotas, e introduce la primera en el fondo del agujero para luego taparlo y prensar aplicadamente la tierra, que a continuación riega lo necesario, así se lo parece –un poco demasiado en realidad–, tras lo cual Nelson rehace esa operación tantas veces como se lo permite su provisión de bellotas.
Porque planea las cosas a