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Bouvard y Pécuchet
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Bouvard y Pécuchet
Libro electrónico1002 páginas27 horas

Bouvard y Pécuchet

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La antigua crítica los asqueaba, quisieron conocer la
nueva y se hicieron enviar las reseñas de las piezas en
los diarios.
¡Qué aplomo! ¡Qué terquedad! ¡Qué falta de
probidad! ¡Ultrajes a las obras maestras, reverencias
para las banalidades, y las burradas de los que pasan
por sabios, y la estupidez de los otros, a los que se
proclama espirituales!
¿Habría tal vez que remitirse al público?
Pero las obras festejadas muchas veces les
desagradaban, y en las silbadas algo les agradaba.
A diferencia de otros libros, que se leen sin dificultad, Bouvard y
Pécuchet es una novela que fue construyendo poco a poco a sus lectores.
Pero también podría decirse que, en paralelo, generaciones de lectores
fueron construyendo su importancia e imponiendo la idea de que se trata
de un libro del todo singular dentro de la historia de la literatura mundial.
Entre otras razones, porque a ella se le puede aplicar el planteo que Michel
Foucault formuló para La tentación de San Antonio: se trata de un libro
escrito sobre la base de una biblioteca.
Jorge Fondebrider
Hay, tal vez, otra clave. Para escarnecer los anhelos de la humanidad,
Swift los atribuyó a pigmeos o a simios; Flaubert, a dos sujetos grotescos.
Evidentemente, si la historia universal es la historia de Bouvard y
de Pécuchet, todo lo que la integra es ridículo y deleznable.
Jorge Luis Borges
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ago 2023
ISBN9789877123111
Bouvard y Pécuchet
Autor

Gustave Flaubert

Gustave Flaubert (1821–1880) was a French novelist who was best known for exploring realism in his work. Hailing from an upper-class family, Flaubert was exposed to literature at an early age. He received a formal education at Lycée Pierre-Corneille, before venturing to Paris to study law. A serious illness forced him to change his career path, reigniting his passion for writing. He completed his first novella, November, in 1842, launching a decade-spanning career. His most notable work, Madame Bovary was published in 1856 and is considered a literary masterpiece.

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    Bouvard y Pécuchet - Gustave Flaubert

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    BOUVARD Y PÉCUCHET

    GUSTAVE FLAUBERT

    La antigua crítica los asqueaba, quisieron conocer la nueva y se hicieron enviar las reseñas de las piezas en los diarios.

    ¡Qué aplomo! ¡Qué terquedad! ¡Qué falta de probidad! ¡Ultrajes a las obras maestras, reverencias para las banalidades, y las burradas de los que pasan por sabios, y la estupidez de los otros, a los que se proclama espirituales!

    ¿Habría tal vez que remitirse al público?

    Pero las obras festejadas muchas veces les desagradaban, y en las silbadas algo les agradaba.

    A diferencia de otros libros, que se leen sin dificultad, Bouvard y Pécuchet es una novela que fue construyendo poco a poco a sus lectores.

    Pero también podría decirse que, en paralelo, generaciones de lectores fueron construyendo su importancia e imponiendo la idea de que se trata de un libro del todo singular dentro de la historia de la literatura mundial.

    Entre otras razones, porque a ella se le puede aplicar el planteo que Michel Foucault formuló para La tentación de San Antonio: se trata de un libro escrito sobre la base de una biblioteca.

    JORGE FONDEBRIDER

    Hay, tal vez, otra clave. Para escarnecer los anhelos de la humanidad, Swift los atribuyó a pigmeos o a simios; Flaubert, a dos sujetos grotescos. Evidentemente, si la historia universal es la historia de Bouvard y de Pécuchet, todo lo que la integra es ridículo y deleznable.

    JORGE LUIS BORGES

    sello

    Imagen de la primera edición francesa de Bouvard et Pécuchet, de 1881.

    Bouvard y Pécuchet

    GUSTAVE FLAUBERT

    Traducción, prólogo, notas y selección de comentarios de Jorge Fondebrider

    Eterna Cadencia Editora

    PRÓLOGO

    El 10 de diciembre de 2021 se cumplieron doscientos años del nacimiento de Gustave Flaubert. Como era de esperarse, hubo todo tipo de homenajes, que incluyeron congresos, coloquios, encuentros, mesas redondas, lecturas por Twitter –algo que seguramente le hubiera repugnado al escritor–, exposiciones, inauguraciones de monumentos y miles de artículos periodísticos que, en la medida de las posibilidades y la cultura de quienes los escribieron, abarcaron todos los aspectos de la vida y la obra del autor. Debo decir que, por lo que me tocó ver, abundaron los lugares comunes. Luego, en lo que a las obras respecta, la atención fue puesta en Madame Bovary, la primera de las cinco novelas clásicas de Flaubert, y acaso la más popular, pero no necesariamente la que más le gustaba a su autor. Sus méritos, no obstante, son innegables y fundamentalmente técnicos: a través de sus páginas, Flaubert desarrolló por primera vez en la historia de la literatura una multiplicidad de puntos de vista narrativos con tal sutileza que el lector –e incluso muchos traductores– no lo advierten. Luego, sin perder de vista la perspectiva de los personajes, instituyó el uso frecuente del estilo indirecto libre, recurso que hoy nos parece evidente, pero que hasta entonces casi no se empleaba. A partir de esos elementos, hizo importante una historia que refiere un caso de adulterio –tema presente en la literatura francesa desde mucho antes de la composición de Madame Bovary– que sobrevivió al tiempo, no por los hechos que se refieren, sino por la forma en que éstos fueron contados. Así, partiendo de una noticia policial y de unas memorias mal redactadas, el autor escribió su novela casi como una bravata: quiso demostrar que un tema, que para él era del todo intrascendente, podía convertirse en arte a través del estilo. Pero en ese trámite sumó un dato que iba a estar presente desde el principio al fin en toda su obra: Flaubert consideraba como parte constitutiva de la condición humana la estupidez. Ésta, desde muy distintas perspectivas, se repite una y otra vez en todos sus personajes, con todas sus posibles variantes y matices. Acaso donde más claro sea es en Bouvard et Pécuchet, la novela póstuma muy poco mencionada por los periodistas culturales durante el mentado bicentenario.

    Una obra cocinada a fuego lento

    Como suele ocurrir en Flaubert, antes de que hubiera un plan, hubo indicios. Por ejemplo, a sus dieciséis años, escribió Un leçon d’histoire naturelle – genre commis (Una lección de historia natural: género ayudante), texto publicado en la revista literaria Le Colibri, el 30 de marzo de 1837, donde se describe, desde una perspectiva fisiológica,¹ qué es un empleado administrativo.

    El tema de los administrativos y amanuenses vuelve a aparecer unos pocos años después. Maxime Du Camp (1822-1894), en sus Souvenirs littéraires (1881), señala que su amigo Flaubert, ya en 1843, tenía en mente la idea de Bouvard et Pécuchet. Escribe: Esa novela lo ocupaba en forma exclusiva; él decía: ‘¡Éste va a ser el libro de las venganzas!’. ¿Venganzas de qué? Nunca lo pude adivinar, y sus explicaciones al respecto siempre fueron confusas. Conozco la vida de Flaubert como conozco la mía, pero me es imposible descubrir en ella un hecho, un incidente del que él haya podido querer vengarse. Fue célebre de la noche a la mañana, y eso sólo fue justicia; fue el niño mimado de más de una; tuvo amigos devotos y amistades de mujeres que resultaban envidiables. ¿Venganza de qué? Vuelvo a ello sin poder responderme; sin duda de la estupidez humana, que lo ofuscaba y que, cuando no lo hacía desternillarse de risa, lo hacía ponerse rojo de furia.

    Quizás haya aquí una interpretación de Du Camp, quien pudo haber confundido los términos del pasado con las evidencias que muchos años después le ofreció el presente. Tal vez la idea de un libro que le permitiera a Flaubert vengarse de la estupidez fue cobrando poco a poco la forma del Dictionnaire des idées reçues, al que menciona por primera vez, el 4 de septiembre de 1850, durante su viaje por Oriente, cuando le escribe a Louise Colet: Este libro íntegramente realizado y precedido por un buen prefacio en el que se indicaría cuál fue el trabajo realizado con el fin de ligar al público a la tradición, al orden, a la convención general, estaría dispuesto de tal forma que el lector no supiera si uno se burla de él o no, sería quizás una obra extraña, y capaz de funcionar, porque tendría mucha actualidad. Hay, luego, otras menciones posteriores en sendas cartas a la misma destinataria. Una es del 10 de febrero de 1851; otra, acaso más importante, del 16 de diciembre de 1852. Allí Flaubert se refiere al Prefacio, que, dice, lo entusiasma mucho porque, según lo concibo (sería todo un libro), ninguna ley podría tocarme, aunque yo atacaría todo. Sería la glorificación histórica de todo lo que se acepta. Allí demostraría que las mayorías siempre tuvieron razón, que las minorías siempre se equivocaron. Inmolaría a los grandes hombres a todos los imbéciles, los mártires a todos los verdugos, y eso en un estilo llevado al límite, vertiginoso. Y continúa: Esta apología de la canallada humana en todas sus facetas, irónica y escandalosa de punta a punta, llena de citas, de pruebas (que probarían lo contrario) y de textos espantosos (va a ser fácil), diría que es parte de mi objetivo para terminar, de una vez y para siempre, con las excentricidades, sean éstas las que fueren. El Prefacio, que según se lee empieza a funcionar como una especie de motor, vuelve a ser mencionado en otra carta a Louise Colet, del 27 de febrero de 1853. Luego, por su correspondencia de ese mismo año, sabemos que hay un primer plan de todo el proyecto –nunca encontrado–, al que va a mencionar en otras cuatro oportunidades.

    Luego, en 1858, Flaubert se topó con Les Deux Greffiers (Los dos amanuenses), un cuento de Barthélemy Maurice,² cuya trama prefiguraba parcialmente las peripecias de Bouvard y Pécuchet. En él, según la síntesis de Claudine Gothot-Mersch, "dos amanuenses,³ cuya vida ‘transcurre uniforme y tranquila como el agua del canal Saint Martin’, deciden retirarse al campo, intentan la caza, la pesca, luego la horticultura, se aburren, se amargan, y sólo recuperan su humor cuando vuelven a escribir turnándose, según el dictado del otro, alegatos y fallos extraídos de La Gazette des tribunaux".⁴ No hay que ir demasiado lejos para advertir que con ese cuento muy probablemente haya aparecido el germen de una trama.

    Hay un largo hiato, ocupado por la escritura de Madame Bovary (1852-1856), por una segunda redacción de La Tentation de Saint Antoine (1856-1857) y por la escritura de Salammbô (1857-1862). Concluidas esas tareas, Flaubert se refiere a dos proyectos de índole distinta: L’Éducation sentimentale –del que entre enero de 1843 y enero de 1845 había intentado una primera versión– y Les Deux Cloportes (Los dos porteros), que luego será Bouvard et Pécuchet. Su plan está en el Carnet 19, donde habla de una Histoire de deux cloportes – Les deux commis. Son dos hojas y se compone de tres partes: 1) los dos personajes se encuentran y deciden instalarse en el campo, 2) sus diversas experiencias y 3) la vuelta a su trabajo de copistas. En otra hoja habla de un segundo volumen e indica que va a insertar allí su Dictionnaire des idées reçues.

    Entre 1864 y los cinco años siguientes, Flaubert retoma su proyecto de redacción de L’Éducation sentimentale, que se publica, finalmente, el 17 de noviembre de 1869. Mientras tanto, mantiene en barbecho lo que, con el tiempo, va a constituir el proyectado segundo volumen de la obra.

    Aquí hace su irrupción la historia, porque el 19 de julio de 1870 estalla la guerra entre el Segundo Imperio francés y el Reino de Prusia, respaldado por la Confederación de Alemania del Norte y los reinos de Baden, Baviera y Württemberg. En diciembre, las tropas enemigas fijan su base en Normandía, donde permanecen durante dos años. Luego de la ocupación de Ruan, los prusianos comenzaron a instalarse en los pueblos y localidades vecinas. En el invierno llegaron a Croisset y, entonces, un grupo de diez soldados permaneció allí durante cuarenta y cinco días, ocupando las instalaciones de la casa de Flaubert, lo que lo obligó a él y a su madre a buscar refugio en Ruan, donde vivieron precariamente.

    En el lapso que va de 1870 a 1872, Flaubert llevó a cabo la tercera y definitiva redacción de La Tentation de Saint Antoine, cuya publicación tendría lugar dos años después.

    Entre 1872 y 1874, retomando el proyecto de Bouvard et Pécuchet, se dedica a realizar lecturas preliminares y a tomar apuntes sobre lo leído. Finalmente, el 1º de agosto de 1874, a las cuatro, después de una tarde de tortura, Flaubert escribe la primera frase de la novela y continúa ese año con el capítulo I, y en 1875, con el capítulo II.

    Sin embargo, en ese momento, la novela se interrumpe bruscamente por distintos problemas ligados a una crisis económica sin precedentes, fruto de la mala administración de Ernest Commanville, marido de Caroline –la sobrina de Flaubert–, quien, desde 1865, además de ocuparse de sus propios negocios, estaba a cargo de los bienes del escritor. Pierre-Marc de Biasi cuenta que Commanville "había pedido préstamos para cubrir los déficits. Lejos de enderezarse, la situación se había agravado más, y, a principios de 1875, su empresa estaba al borde de la quiebra, con un déficit de más de un millón de francos oro. Flaubert debe rendirse a la evidencia: toda su fortuna mobiliaria está perdida. Le queda la granja de Deauville, que podría garantizarle 10.000 francos de rentas, pero tiene que venderla con toda urgencia para evitarle a su sobrina la humillación de la quiebra: los 200.000 francos que obtiene por ella apenas bastarán para evitar lo peor. En algunos meses, se encuentra así completamente privado de recursos y amenazado con tener que vender hasta su propia casa de Croisset para sobrevivir. Asqueado, aplastado por la desesperación, Flaubert no puede escribir ni una línea más. Sufre de ahogos, de crisis de llanto incontrolables, vuelven sus ataques nerviosos,⁵ piensa seriamente en el suicidio".⁶

    Considerando todos estos elementos, la situación de Flaubert no puede ser peor, por lo que decide viajar a Concarneau, a visitar a su amigo, el naturalista Félix-Archimède Pouchet. El descanso, acaso la necesidad de un cambio, llevan a Flaubert a embarcarse en una nueva aventura. Es así que, entre 1876 y 1877, se dedica a la redacción de los Trois Contes, que se publican el 24 de abril de ese último año. El éxito es inmediato y unánime, y compensa las malas críticas recibidas por sus dos novelas anteriores.

    Así, habiendo recuperado la confianza, en octubre de 1877, retoma el proyecto de Bouvard et Pécuchet. Entre ese mes y noviembre, escribe los capítulos III y parte del IV; a lo largo de 1878, concluye el capítulo IV y continúa hasta el VIII; en 1879, continúa con el capítulo VIII y escribe el IX; en 1880, buena parte del capítulo X, que, el 8 de mayo, con la muerte de Flaubert por un derrame cerebral, queda inconcluso.

    Un repaso de la estructura

    La muerte de Flaubert hizo que su obra quedara trunca, aunque, a lo largo de más de un siglo, los investigadores han ido logrando reconstruir su probable estructura. Por lo pronto, se sabe que Bouvard et Pécuchet constaba de dos partes.

    La primera parte es el relato propiamente dicho con las peripecias de Bouvard y Pécuchet, dos copistas que trabajan en París y que el azar reúne. En esa primera parte, asistimos entonces a su encuentro y a su mudanza al campo, donde se proponen recorrer y revisar todo el espectro de los saberes humanos. Esa primera parte se compone de diez capítulos, nueve de los cuales Flaubert había dejado listos y uno, escrito por la mitad. Para ser todavía más claros, cada capítulo trata un tema o una serie de temas. Así, el capítulo I describe el encuentro de Bouvard y Pécuchet, su amistad, la herencia que recibe Bouvard y la decisión de ambos de irse a vivir al campo; en el capítulo II se habla de la agricultura (la arboricultura, la jardinería, la horticultura, la arquitectura de jardines, la técnica de la destilación de licores) y, a mitad del capítulo, la mera experiencia va a ser precedida por lo que dicen los libros; en el capítulo III, se discute la química, la anatomía, la fisiología, la medicina práctica, la higiene, la hidroterapia, la agronomía, la veterinaria, la reproducción animal y la geología; en el capítulo IV, los saberes implicados son la arqueología, la geología, la paleontología, la arquitectura, el coleccionismo, el celtismo, la historia, la Revolución francesa, la historia antigua, la cronología, la mnemotecnia y la biografía del duque de Angulema; en el capítulo V, se revisa la literatura en todos sus géneros, la teoría literaria y la gramática; el capítulo VI está centrado en la política (la Revolución de 1848, la Segunda República, el golpe de Louis-Napoléon), la filosofía política y la economía; el capítulo VII trata sobre el amor (Madame Bordin y Bouvard, Mélie y Pécuchet) y concluye con distintas opiniones sobre las mujeres; el capítulo VIII comienza con la gimnasia, el espiritismo, el magnetismo, el esoterismo y la magia y concluye con la filosofía (la lógica, la metafísica y la moral); en el capítulo IX se discute a fondo la religión; por último, en el capítulo X (que quedó inconcluso) se habla de la pedagogía y la frenología. Como el capítulo se interrumpe súbitamente, para su publicación en libro, Caroline Commanville, la sobrina de Flaubert, incluyó una nota donde explica: Ofrecemos a continuación un fragmento del plan argumental encontrado en sus manuscritos, que permite imaginar cómo debía terminar el relato. Para cerrar ese primer volumen, cada editor ha decidido incluir el Plan argumental del final del capítulo X, al que se llama Conferencia, donde se plantean los posibles desarrollos no terminados y la vuelta de los dos protagonistas a su oficio de copistas.

    La segunda parte es entonces el resultado de esa decisión y se suele denominar La Copie (La copia). En palabras de Pierre-Marc de Biasi, fue supuestamente escrita por los dos viejos copistas como venganza por sus experiencias desafortunadas y debía presentarse bajo la forma de un conjunto que contenía segmentos narrativos como el florilegio de los textos más estúpidos y de las ideas más ridículas que encontraron en el curso de su travesía por los saberes.⁷ Ese texto, cuya estructura final desconocemos, comprende varias partes posibles, que, enumeradas, incluyen una recopilación de citas más bien descabelladas –que Flaubert le había encargado a su amigo Jules Duplan y posteriormente a Edmond Laporte– a la que, más adelante, los sucesivos editores pasarán a llamar Sottisier (Estupidario), el breve Catalogue des idées chic, el Dictionnaire des idées reçues y el descartado L’Album de la Marquise.⁸

    Hay, sí, distintas conjeturas sobre la posible estructura final. Algunas provienen de la copiosa correspondencia de Flaubert, y otras, de los distintos planes que fueron encontrados entre los papeles del escritor.

    Por el lado de las cartas, importa aquí citar una del 7 de abril de 1879, dirigida a Madame Roger des Genettes. En ella se lee: "Después de tres meses y medio de lecturas sobre filosofía y magnetismo, me propongo comenzar esta noche misma (tengo julepe) mi capítulo VIII, que comprenderá la gimnasia, las mesas de espiritismo, el magnetismo y la filosofía hasta el nihilismo absoluto. El IX tratará sobre la religión, el X sobre la educación y la moral. Va a quedar el segundo volumen, que es sólo notas… Están casi todas tomadas. Finalmente, el capítulo XII será la conclusión en tres o cuatro páginas".

    Por el lado de los planes, hay uno, correspondiente a 1862-1863, incluido en el Carnet 19 y luego, otros dos que corresponden a un capítulo XI y a un capítulo XII. Ambos se refieren a la labor de copistas que retoman Bouvard y Pécuchet y, según De Biasi, sólo existen en el estado de esbozo preparatorio. Y eso es prácticamente todo. El resto son hipótesis de trabajo.

    Las locaciones

    La acción de la novela transcurre fundamentalmente en París (capítulo I) y en Chavignolles, un pueblo imaginario, situado entre Caen y Falaise, en el Departamento de Calvados, Normandía (capítulos II a X). Ambos amigos llegan ahí después de una minuciosa investigación de dieciocho meses, que incluyó viajes desde París a Amiens y a Evreux, y de Fontainebleau a Le Havre.⁹ Finalmente, un amigo les recomienda la propiedad de Chavignolles, que cuenta con una especie de castillo y un huerto en plena producción, y, a un kilómetro de distancia, una granja de treinta y ocho hectáreas.

    El escritor Gilles Henry señala que, respecto de la locación, Flaubert realiza dos viajes, como un reportero que anota todos los detalles interesantes en un cuaderno. En el primero de esos viajes, que tuvo lugar en junio de 1874, recorre Alençon, La Ferté-Macé, Domfront, Condé-sur-Noireau, Caen, Bayeux, Port-en-Bessin, Arromanches, Marigny y Falaise. Durante el segundo, en septiembre de 1877, recorre Caen y alrededores, Bayeux, la costa, Thury-Harcourt, Domfront, Falaise, Orne y Mayenne.

    A las observaciones in situ, Flaubert suma los apuntes tomados en la biblioteca municipal de Caen, donde recoge diversos detalles que posteriormente va a incorporar en la novela. Entre otros títulos, consulta Explorations en Normandie (Exploraciones en Normandía), Le Calvados pittoresque et monumental (Calvados pintoresco y monumental), Histoire de Balleroy (Historia de Balleroy), Recherches historiques sur la prairie de Caen (Investigaciones históricas sobre la pradera de Caen), Allons à Falaise par Notre-Dame-de-Laize (Vayamos a Falaise por Notre-Dame-de-Laize), Topographie rurale et économique (Topografía rural y económica), Voyage de Cadet-Cassicourt (Viaje de Cadet-Cassicourt) y Statistique Monumentale du Calvados (Estadística Monumental de Calvados), de Arcisse de Caumont.

    Así munido, sabe perfectamente cuáles van a ser los lugares en los que va a transcurrir la novela.

    Lugares en los que transcurre la acción, en un mapa de Licquet y Darmet, de 1835.

    La cronología

    La acción tiene lugar, aproximadamente, entre 1838 y 1861; vale decir, abarca distintos períodos de la historia francesa; a saber, el gobierno de Louis Philippe, la Revolución de 1848, la instauración de la Segunda República y parte del Segundo Imperio.

    Entre los pocos datos precisos está el 14 de mayo de 1839, día en que está fechada la carta del notario Tardivel, quien el 20 de ese mes le dirá a Bouvard que es heredero de parte de la fortuna de su tío. Luego, el 20 de marzo de 1841, tiene lugar la mudanza. Se mencionan, asimismo, febrero de 1848, fecha del ascenso al poder de Louis-Napoléon, y el 2 de diciembre de 1852, cuando, ya presidente, da el golpe de Estado que le permitirá coronarse como Napoléon III, emperador de Francia. Se menciona, igualmente, mayo de 1859, que es cuando el emperador lleva a cabo su expedición a Italia.

    En síntesis, considerando que, cuando se conocen, los dos personajes centrales tienen cuarenta y siete años, siguiendo la cronología propuesta, cuando vuelven a ser copistas, ambos ya tienen unos setenta años. Si se tienen en cuenta todas las peripecias por las que pasan, algunas resultan poco coherentes para su edad. Borges, sin embargo, con su habitual perspicacia, en "Vindicación de Bouvard et Pécuchet, resuelve la cuestión. Allí dice que la ‘acción’ no ocurre en el tiempo sino en la eternidad, razón por la que, aparentemente, los personajes no envejecen. Y más adelante, René Descharmes ha examinado, y reprobado, la cronología de Bouvard et Pécuchet. La acción requiere unos cuarenta años; los protagonistas tienen sesenta y ocho cuando se entregan a la gimnasia, el mismo año en que Pécuchet descubre el amor. En un libro tan poblado de circunstancias, el tiempo, sin embargo, está inmóvil".¹⁰

    Los protagonistas de la historia

    El texto suma continuamente datos sobre la naturaleza de los dos personajes principales. Prácticamente desde el principio, sabemos que Bouvard, que es bajo, gordo, rubio, infantil y amable, tiene como nombres de bautismo François-Denys-Bartholomée. Es viudo y trabaja como copista en una firma comercial. Por su parte, Pécuchet, que es alto, delgado, moreno, grave y serio, se llama Juste-Romain-Cyrille. Es soltero y copista en el Ministerio de Marina. Cada uno de ellos tiene sus propias relaciones, con funciones muy claras a lo largo de la novela: Barberou, amigo de Bouvard, es viajante de comercio, mientras que Dumouchel, amigo de Pécuchet, es además de autor de algún libro, profesor de literatura en un pensionado de señoritas.

    En la Introducción a su edición, Claudine Gothot-Mersch se pregunta si Bouvard y Pécuchet son realmente imbéciles. Y, luego de aclarar que la cuestión no es fácil de responder, señala: Es claro que, al principio de la novela, los dos hombrecitos son bastante ridículos. Su presentación, en las primeras páginas, es caricaturesca. Cuando fracasan en sus experiencias de agricultura o en la esterilización de las conservas, la culpa es más de ellos que de los libros: se lanzan a la ligera en empresas para las cuales no están preparados. No están a la altura de los otros personajes: el conde de Faverges administra perfectamente su propiedad. Pero hacia el fin del libro la perspectiva se invierte: Bouvard y Pécuchet son más lúcidos que sus vecinos […], y sacan muy bien a la luz las debilidades de los libros. Esa evolución, por otra parte, está señalada por una frase del capítulo VIII: ‘en su espíritu, se desarrolló una facultad penosa: la de ver la estupidez y ya no tolerarla’; Flaubert no puede anunciar con mayor desenvoltura que sus personajes se convierten en sus portavoces; con más claridad que la estupidez no está en ellos, sino en el exterior. Los dos hombrecitos son capaces, a partir de entonces, de estigmatizar, consignándolas por escrito, las estupideces de los otros.¹¹

    Más adelante, apoyándose en la correspondencia de Flaubert, Gothot-Mersch destaca que, si bien Bouvard y Pécuchet dan muy claras pruebas de inteligencia –lo que se demostrará de manera progresiva a medida que se despliega la novela–, también son, en opinión de su creador, un par de imbéciles. A esa primera contradicción, se suma otra que la investigadora plantea en estos términos: "¿[…] cómo ese hombre que estigmatiza las ideas aceptadas –vale decir, las de la gente que no piensa– puede, al mismo tiempo, ridiculizar a los que tratan de pensar? Barbey d’Aurevilly –siempre feliz de poder hablar mal de su viejo enemigo–¹² había puesto inmediatamente el dedo en la llaga: ‘Bouvard y Pécuchet, a quienes Gustave Flaubert ha hecho dos imbéciles de cabo a rabo, experimentan, desde el fondo de su imbecilidad, el deseo de volverse seres inteligentes y sabios sin instrucción obligatoria; si a Flaubert se le hubiera dicho eso cuando vivía, no podría no haber dicho que era un movimiento noble, una inspiración honorable’.¹³ La explicación de Gothot-Mersch es ésta: El escritor quedó en medio de dos exigencias opuestas. Bouvard y Pécuchet tienen que ser bastante inteligentes para hacer que su ‘copia’ […] sea una crítica terrible. Pero, dado que Flaubert ha elegido presentar su enciclopedia crítica bajo una forma novelesca, y de manera cómica (preocupación de la que la correspondencia da constante testimonio), necesita héroes ingenuos, un tanto bobos, listos para embarcarse en todo; hombres que, porque creen en ellas, pondrán en práctica las teorías y demostrarán de ese modo, concretamente, su absurdo; Voltaire, en Candide, procedió de ese mismo modo".¹⁴

    Lo cierto es que el lector, a medida que avanza en la novela, puede sentir una clara simpatía por ambos personajes,¹⁵ cosa que no resulta tan evidente con el resto de los muchos que transitan por las páginas del libro.

    Los habitantes de Chavignolles: un resumen del mundo

    A los efectos de la acción, es claro que reducir el mundo a un pueblo perdido otorga una serie de ventajas. Así, Chavignolles y su gente ofrecen la posibilidad de representar la diversidad presente en lugares más populosos, a partir de una serie de estereotipos muy claramente definidos. Estos podrían articularse en grupos: los notables de provincia, las fuerzas del orden, el clero, el maestro, los comerciantes, un grupo variopinto de criados, otro de enfermos y dos niños a los que los protagonistas tratarán de educar.

    El principal exponente de la nobleza local es el conde de Faverges, en otro tiempo diputado. Faverges está casado con una esposa innominada, con quien tuvo a Mademoiselle Yolande. Ésta es la novia del barón de Mahurot, ingeniero y futuro yerno de los Faverges. El grupo se completa con Madame de Noaris, la dama de compañía de Madame de Faverges.

    Otro notable es Monsieur Vaucorbeil, un famoso doctor del distrito, que tiene una mujer retacona y con aire cascarrabias.

    También está Monsieur Marescot, el notario, que vive con su mujer y su hijo Arnold. A su vez, los frecuenta Mademoiselle Laverrière, antigua institutriz de Madame Marescot. Y, en cierto momento, aparece Monsieur Alfred, primo de Madame Marescot, venido de París.

    Los otros notables son Monsieur Foureau, el alcalde –un hombre grosero y conservador que vende madera, yeso y toda clase de cosas–, el cura Jeufroy, Coulon, que es el juez de paz, y Madame Bordin, una ávida viuda que vive de rentas.

    Aunque no aparecen realmente, hay que mencionar de todos modos a dos eminencias intelectuales con las cuales Bouvard y Pécuchet guardan contacto: Monsieur Larsonneur, abogado, miembro del colegio de abogados de la vecina comuna de Lisieux y arqueólogo, y Varlot, profesor exiliado, amigo de Dumouchel.

    Otros miembros de la comunidad se identifican con las fuerzas del orden, representadas por el capitán Heurtaux, el jefe de bomberos Girbal, el guardia rural Placquevent (cuyo hijo menor se llama Zéphyrin) y el guardia de caza Sorel.

    El maestro del pueblo es Alexandre Petit, socialista que vive en la miseria, es despótico con su mujer e hijos y añora la dictadura de Robespierre.

    Están asimismo Monsieur Hurel –encargado de negocios del conde de Faverges– y el ujier Tiercelin.

    Entre los comerciantes, hay que mencionar al posadero Beljambe –antiguo cocinero en Lisieux–, a la dueña de la taberna Madame Castillon, al almacenero Langlois, al hilandero Voisin, al peluquero Ganot, al zapatero Dauphin, a Aubain –que es vendedor ambulante–, a Oudot –que es el gerente de una laminadora–, al orfebre Mathieu. Y en lugares mucho más ambiguos, dos personajes dudosos: Gorgu, antiguo carpintero y oportunista, y Goutman, un judío usurero que vende objetos de santería.

    La lista del personal doméstico incluye a Germaine, criada de Bouvard y Pécuchet, así llamada por el difunto Germain, su marido. También pasan por la casa de los protagonistas Mélie (criada joven) y Marcel (un criado que tiene labio leporino). A cargo de la granja está el arrendatario Gouy, a quien lo acompaña su mujer. Luego, Marianne es la cocinera de Madame Bordin; Reine, la criada del cura, y Eugène, el criado de Monsieur Marescot.

    Hay una última categoría de personajes representados por los enfermos de los que Bouvard y Pécuchet se ocupan durante sus andanzas con la medicina: la Barbée –hija del viejo Barbey, veterano de la marina mercante–, el albañil Migraine, el sacristán Chamberlan, la vieja Varian, que tiene un tumor en el cuello, y el viejo Lemoine, enfermo de gota y antiguo maestro, ahora alcohólico.

    Finalmente, están los niños Victor y Victorine, hijos de Touache, un criminal, a quienes Bouvard y Pécuchet intentarán civilizar.

    Cada uno de ellos cumple una función. Habrá quienes tengan una participación constante en la trama y quienes simplemente aparezcan y desaparezcan de la novela, pero ninguno carece de razón de ser.

    La publicación de Bouvard et Pécuchet y las primeras reacciones

    A partir del 15 de diciembre de 1880 –vale decir, siete meses después de la muerte del autor–, por decisión de Caroline Commanville, ejecutora testamentaria de Flaubert,¹⁶ luego de haberse pactado un pago de 8000 francos de la época, Bouvard et Pécuchet se empezó a publicar por entregas –seis, para ser exactos– en la Nouvelle Revue, que se arrogó el derecho de censurar alguna escena juzgada escandalosa.¹⁷ Luego, en marzo de 1881, aparece la primera edición en libro, que contiene sólo los primeros diez capítulos (el último, inconcluso, acompañado por la nota ya mencionada), que, de acuerdo con lo que posteriormente se supo, integraban lo que, en el plan de Flaubert, era apenas el primer volumen de Bouvard et Pécuchet.¹⁸ Alphonse Lemerre Editeur los publicó, indicando debajo del título "oeuvre posthume (obra póstuma"). Dicho lo cual, para los lectores, durante un buen tiempo, Bouvard et Pécuchet fue sólo esos diez capítulos.

    El desconcierto fue general. Hubo, sí, un primer artículo de Guy de Maupassant, publicado en Le Gaulois, el 6 de abril de 1881. Allí se lee: "[…] no debe haber malentendidos entre el autor y el público, que el lector que busca aventuras no venga a decir: ‘¿Eso es una novela? Pero, no hay intriga’. Es una novela, sí, pero una filosófica, y la más prodigiosa que jamás se haya escrito. Los críticos, seguramente, van a proclamar cosas sorprendentes, y, en nombre del arte para todos, atacar este arte al servicio de las inteligencias. Es incluso probable que se discuta el derecho del autor de darle esta forma imaginada de novela a discusiones puramente filosóficas. Lo lamento por los que vayan a pensar así; será porque no van a entender. Este libro toca todo lo que hay de más grande, más curioso, más sutil y más interesante en el hombre: es la historia de la idea bajo todas sus formas, en todas sus manifestaciones, con todas sus transformaciones, en su debilidad y en su poder".¹⁹ Asimismo, conocedor de lo que faltaba publicar, Maupassant dirá: Cuando Bouvard y Pécuchet, asqueados de todo, vuelven a dedicarse a copiar, abren naturalmente los libros que leyeron, y, retomando el orden natural de sus estudios, transcriben minuciosamente los pasajes elegidos por ellos en las obras de las que se sirvieron. Entonces empieza una espantosa serie de tonterías, de ignorancias, de contradicciones flagrantes y monstruosas, de errores enormes, de afirmaciones vergonzosas, de inconcebibles inobservancias de los más altos genios, de las más vastas inteligencias. Cualquiera que haya escrito sobre cualquier tema alguna vez dijo una estupidez. Esa estupidez, Flaubert la encontró de manera infalible y la recogió; y, sumándola a otra, y luego a una más, y a otra, formó un formidable conjunto que desconcierta toda creencia y toda afirmación. Ese dossier de la estupidez forma hoy una montaña de notas. Tal vez, el año próximo, se le pueda ofrecer al público.²⁰

    Está claro que Maupassant sabía algo que el resto de los críticos desconocía. Poco importó. El novelista, poeta, dramaturgo y crítico literario Henry Céard (1851-1924), por ejemplo, en L’Express, del 9 de abril de 1881, escribió: "Bouvard et Pécuchet es una especie de Fausto en dos personas, un Fausto de la negación que proclama la estupidez eterna de todo, del mundo, de sí mismo, de todo lo que es inteligencia alrededor de él. Nada se parece menos a una novela. Hay una cierta lógica abstracta, pero nada de verdad humana en la sucesión de acontecimientos. Bouvard y Pécuchet no existen, no se los ve. Apenas, por un instante, se los distingue a uno del otro".²¹ Y más adelante, hablando del proyecto: Deja a los lectores indecisos y a la inteligencia en suspenso. ¿Qué significa? ¿A qué tiende? ¿Qué es lo que exalta? ¿Qué es lo que condena? ¿La ciencia? ¿O a la gente que no sabe aplicarla? ¿Los descubrimientos y los inventos porque, con frecuencia, son explicados en un mal estilo, o que un gran sabio, con frecuencia, suele ser un pésimo literato? Busco el patrón a partir del que Flaubert pretendió medir todas estas cosas, y si lo juzgo por el montón de frases grotescas que recogió, creo justamente tener que concluir que él llevó todo a la literatura. Por lo que se equivocó gravemente.²²

    El golpe de gracia, claro, llegó con Jules Barbey d’Aurevilly. A lo citado previamente, vale la pena agregar este comentario lleno de odio: ¡Ésta es entonces la última novela de Gustave Flaubert! El último canto del cisne, convertido en el grito de un ganso, al que los editores, después de su muerte, transforman ahora en grito de pato! ¡Desdichado Flaubert! ¿Trabajó y sufrió para sacar fuera de su cabeza estas laboriosas cuatrocientas páginas? No sabemos si son ellas las que agotaron su vida, pero, es seguro, puede afirmarse, que agotaron su talento….²³

    En síntesis, más allá de que la primera publicación de la novela resultó incompleta, está claro que Flaubert había escrito un libro que, en su época, prácticamente no tuvo lectores. Como muy bien señaló Pierre-Marc de Biasi, Flaubert había previsto perfectamente la mala acogida de su libro: ‘Con tal que me guste a mí… y a unos pocos, que sea mal entendido me importa poco’. Esos pocos, grupo realmente ínfimo entre sus contemporáneos, desde entonces, se ha ido ampliando un poco, principalmente, gracias a los escritores, bajo el efecto de una evolución intelectual que, a lo largo del siglo XX, se orientó por el gusto y la inteligencia de las obras que hacen de la verdad un problema.²⁴

    El Dictionnaire des idées reçues

    Como ya fue dicho, el Dictionnaire des idées reçues podría pensarse como núcleo original de lo que, con el tiempo, fue Bouvard et Pécuchet. Su primera publicación, según se vio, fue en la edición de Bouvard et Pécuchet de Louis Conard, en 1910. Tres años después, E.-L. Ferrère lo publicó por primera vez de manera autónoma respecto del resto de la novela, tradición que muchos mantuvieron incluso hasta muy recientemente.

    Sin embargo, con Flaubert, las cosas nunca son fáciles. De hecho, hasta nosotros llegaron tres versiones del texto, que la crítica dividió en manuscrito A, manuscrito B y manuscrito C. Aparentemente, el único autógrafo es el A, y, de acuerdo con las distintas hipótesis sostenidas, el B y el C son algo así como un reservorio de lo aportado por Edmond Laporte, encargado, entre 1877 y 1879, de recopilar ideas para las distintas partes de La Copie.

    La primera que integró los tres manuscritos fue la edición diplomática²⁵ de Lea Caminiti, publicada en Nápoles por Liguori y en París, por Nizet, en 1966.

    Luego, en 1979, hubo una edición de Claudine Gothot-Mersch, a la que, en 1990, siguió otra, anotada por Marie-Thérèse Jacquet y publicada por Schena y Nizet. Posteriormente, en 1997, apareció otra edición muy anotada de Anne Herschberg-Pierrot, que hoy se considera central, la cual, además del Dictionnaire des idées reçues incluye el Catalogue des idées chic.

    Por si hiciera falta aclararlo, la lectura del Dictionnaire des idées reçues, tanto en francés como en cualquier otra lengua a la que sea traducido,²⁶ plantea problemas mucho más serios que, por ejemplo, los que uno podría encontrar en la Théologie portative (1768; Teología portátil), del franco-alemán Paul Heinrich Dietrich von Holbach, o en The Devil’s Dictionary (1911; El diccionario del diablo), del estadounidense Ambrose Bierce. Esas dificultades tienen que ver con dos cuestiones: la primera remite al texto mismo del primer volumen de Bouvard et Pécuchet, ya que muchas de las palabras definidas son coherentes con las ideas que expresan los distintos personajes de la novela; la segunda se vincula con la contemporaneidad de esas ideas respecto de la historia francesa y lo que Flaubert leyó y escuchó de sus propios contemporáneos. Dicho de otro modo, el Dictionnaire des idées reçues, sin notas, resulta mucho menos interesante y gracioso que anotado. Y anotado, es del todo coherente con el texto que lo precede.

    La justificación de la compilación de notas

    Guy de Maupassant, que había trabajado como asistente de Flaubert en las últimas etapas del libro, fue uno de los primeros en explicar su sentido: El libro es […] una revista de todas las ciencias, tales como aparecen en dos inteligencias lúcidas, mediocres y simples. Es, al mismo tiempo, una formidable acumulación de saber y, sobre todo, una prodigiosa crítica de todos los sistemas científicos, que se oponen unos a otros, destruyéndose mutuamente por las contradicciones que presentan, contradicciones de lugares aceptados, indiscutidos. Es la historia de la debilidad de la inteligencia humana, un paseo en el laberinto infinito de la erudición siguiendo un hilo; ese hilo es la gran ironía de un pensador que comprueba sin cesar, en todo, la eterna y universal estupidez. […] Se exponen creencias establecidas durante siglos, desarrolladas y desarticuladas en diez líneas por la oposición de otras creencias también limpia y vivamente demostradas y demolidas. De página en página, de línea en línea, se yergue un conocimiento y, de inmediato, se levanta otro a su vez, que derriba al primero y que también cae, impactado por su vecino. Y Maupassant remata: "Lo que Flaubert había hecho con las religiones y las filosofías antiguas en La Tentation de Saint Antoine, volvió a hacerlo con todos los saberes modernos. Es la torre de Babel de la ciencia, donde todas las doctrinas diversas, contrarias, absolutas, hablan cada una su propia lengua, demostrando la impotencia del esfuerzo, la vanidad de la afirmación y siempre la ‘eterna miseria de todo’. La verdad de hoy se convierte en el error de mañana; todo es incierto, variable y contiene en proporciones desconocidas lo verdadero y lo falso. A menos que no haya ni verdadero ni falso. La moraleja del libro parece contenida en esta frase de Bouvard: ‘La ciencia está hecha de acuerdo con los datos suministrados por un fragmento de lo que abarca. En una de ésas no corresponda a todo el resto de lo que ignoramos, que es mucho más grande, y que no podemos descubrir’".²⁷

    Más adelante, en el mismo texto Maupassant va todavía más lejos: "En Bouvard et Pécuchet, los verdaderos personajes son los sistemas y no los hombres. Los actores sirven únicamente como portavoces de las ideas que, como si fueran seres, se mueven, se unen, se combaten y se destruyen. […] Hay una comicidad muy particular, una comicidad siniestra que se desprende de esa procesión de creencias en el cerebro de esos dos pobres hombrecitos que personifican a la humanidad. Siempre tienen buena fe, siempre son apasionados; e, invariablemente, la experiencia contradice la teoría mejor establecida, el razonamiento más sutil es demolido por el hecho más sencillo. […] Ese sorprendente edificio de ciencia, construido para demostrar la impotencia humana, debía ser coronado por algo, una conclusión, una justificación impactante. Después de esa formidable requisitoria, el autor había amontonado una fulminante provisión de pruebas, un expediente de estupideces recogidas de los grandes hombres. […] Esa estupidez, Flaubert la encontró infaliblemente y la atesoró; y, uniéndola a otra y luego a otra, y posteriormente a otra más, formó un conjunto formidable que desconcierta toda creencia y toda afirmación. […] Ese informe sobre la estupidez humana formó una montaña de notas que quedaron demasiado desperdigadas, demasiado mezcladas para ser publicadas alguna vez todas juntas".²⁸

    Las notas en sí

    Por los dichos de Maupassant, queda en claro que, a la muerte de Flaubert, su sobrina y única heredera descubrió miles de páginas de notas y recortes, que el autor, así como sus colaboradores Duplan, Laporte y Maupassant, había ido compilando a través de los años. Su destino, absolutamente asociado a los muchos sistemas y teorías que se exponen en la primera parte de Bouvard et Pécuchet, era ilustrar la estupidez de todo el mundo, integrando el volumen de La Copie, donde también iba a ubicarse el Dictionnaire des idées reçues.

    En el texto antes citado, Maupassant explica que ese cúmulo de estupideces había sido clasificado por Flaubert según una serie de categorías: moral, amor, filosofía, misticismo, religión, profecía, socialismo (religioso y político), crítica, estética, ejemplos de estilo (perífrasis, palinodias, rococó), estilo de grandes escritores, periodistas y poetas (clásico, científico {médico, agrícola}, clerical, revolucionario, romántico, realista, dramático, oficial de los soberanos, poético oficial). Y luego, considerando la historia de las ideas científicas y las bellas artes (bellezas {del partido del orden, de la gente de letras, de la religión, de los soberanos}), opiniones de los grandes hombres, clásicos corregidos, extravagancias, ferocidades, excentricidades, insultos, estupideces, cobardías, exaltación de lo bajo, jerigonzas oficiales {discursos, circulares}.²⁹

    Esta apoteosis de la sottise³⁰ (estupidez) empezó a ser publicada parcialmente a lo largo de muy diversas ediciones de Bouvard et Pécuchet, y muchos editores, apoyándose en Maupassant, terminaron nombrándola Sottisier³¹(Estupidario), palabra que Flaubert no necesariamente consideró en sus planes, pero que, hasta tiempos muy recientes, nombraba al cúmulo de notas encontradas en los archivos del autor.³²

    Las notas, a las que con el tiempo se fueron sumando nuevos descubrimientos, conocieron así ediciones parciales, hasta llegar a la edición en línea realizada por Stéphanie Dord-Crouslé para el sitio de la Université de Lyon, donde se encuentra la totalidad de los papeles existentes sobre Bouvard et Pécuchet.³³ La proeza de trasladar esa masa gigantesca al papel la cumplieron Anne Herschberg-Pierrot y Jacques Neefs en su edición de Bouvard et Pécuchet, para las Œuvres complètes V 1874-1880, publicadas por la Bibliotheque de la Pléiade, en 2021, que, hasta la fecha, es la más abarcativa y exhaustiva de todas las que existen.

    Alternativas de las ediciones de Bouvard et Pécuchet

    La edición de un libro póstumo, con tantos problemas como los que presenta éste, no fue tarea de un único editor, sino una empresa colectiva que comprendió diversas etapas y que, todo deja suponer, no termina en la actualidad.

    Luego de la primera edición de 1881, hubo una segunda y una tercera, editadas por Conard, en 1910 y en 1923. A los diez capítulos del primer volumen, se sumaron una serie de documentos, entre los cuales se mencionan diversas notas y esbozos, el Dictionnaire des idées reçues –título general en el que se incluyen un Catalogue des opinions chic (Catálogo de opiniones chic) y una selección de Extraits d’auteurs célèbres (Fragmentos de autores célebres).³⁴ A partir de entonces, fue una práctica común plantear hipótesis sobre el contenido y el orden del segundo volumen.

    En 1945, Les Belles Lettres publicó en dos volúmenes la edición de René Dumesnil (1879-1967), quien, durante un tiempo, estuvo casado con la hija de Edmond Laporte³⁵ (1832-1906), lo que le permitió acceder a diversos materiales que su suegro había conservado y que empleó en esa edición y en otros libros dedicados al autor.

    Luego, en 1964, el italiano Alberto Cento (1920-1968) dio un paso gigantesco con la edición crítica que publicó en el Istituto Universitario Orientale, de Nápoles, conjuntamente con Librairie A.-G. Nizet, de París, en la que se ofrece el primer volumen de la obra, precedido por los planes inéditos.

    Dos años después, Geneviève Bollème editó Le second volume de Bouvard et Pécuchet en la editiorial Denoël.

    En 1973, Alberto Cento y Lea Caminiti Pennarola sumaron un Commentaire de Bouvard et Pécuchet, publicado en Nápoles por Liguori.

    La próxima edición francesa que, junto con la de Cento, constituye el núcleo central de todas las futuras ediciones fue la de Claudine Gothot-Mersch, publicada por Folio Classique, en 1979, como Bouvard et Pécuchet avec un choix de scénarios, du Sottisier, L’Album de la Marquise et Le Dictionnaire des idées reçues. Su principal problema es que carece de notas.

    A continuación, nuevamente Cento y Caminiti, en 1981, publicaron en Nápoles Le Second volume de Bouvard et Pécuchet, le projet du «Sottisier», reconstitution conjecturale de la «copie» des deux bonshommes d’après le dossier de Rouen.

    En el terreno de las muy buenas ediciones anotadas para un público amplio, deben considerarse las que, en 1999, hicieron Pierre-Marc de Biasi, para Le Livre de Poche, y Stéphanie Dord-Crouslé, para Flammarion.

    La importancia de Bouvard et Pécuchet

    Conviene advertir que, a diferencia de otros libros, que se leen sin dificultad, Bouvard et Pécuchet es una novela que fue construyendo poco a poco a sus lectores. Pero también podría decirse que, en paralelo, generaciones de lectores fueron construyendo su importancia e imponiendo la idea de que se trata de un libro del todo singular dentro de la historia de la literatura mundial. Entre otras razones, porque a ella se le puede aplicar el planteo que Michel Foucault formuló para La Tentation de Saint Antoine: se trata de un libro escrito sobre la base de una biblioteca.³⁶

    En ese largo decurso, hubo momentos de stasis y otros de cambios rápidos³⁷ determinados por los intereses de cada generación de escritores y críticos, y por las distintas coyunturas estéticas y teóricas.

    Entre los escritores, ya fue mencionada la temprana relevancia del artículo de Maupassant de 1881. En la lista también entra Marcel Proust, quien, en Les Plaisirs et les Jours, un libro fragmentario de 1896, incluye "Mondanité et mélomanie de Bouvard et Pécuchet", texto donde hace que los dos personajes discutan sobre literatura contemporánea.

    Por su parte, Ezra Pound, quien en artículos previos sobre Dubliners y A Portrait of the Artist as a Young Man ya había comparado a Joyce con Flaubert –sobre todo en términos de precisión y, claro, de lo que hoy se denomina intertextualidad–, en James Joyce et Pécuchet (1922) hizo notar la influencia del escritor francés sobre el irlandés, señalando además que Ulysses es algo así como una continuación mejorada de Bouvard et Pécuchet.

    Asimismo, desde otra perspectiva, en Le Puits de la vérité, Rémy de Gourmont, escribió: "Se acaba de publicar una buena edición de este libro, del que murió Flaubert, con una selección de los materiales de todo tipo que había acumulado para construirlo. Esta era mi oportunidad de releerlo por décima o duodécima vez. Tal vez lo haya entendido un poco mejor, tal vez menos, no lo sé. La correspondencia, así como los documentos reunidos en el apéndice, no dejan lugar a dudas sobre las intenciones de Flaubert: persiguió hasta el fondo la estupidez humana. Sus dos hombres son tontos, pero de una calidad tan superior que no es frecuente encontrarse con hombres más inteligentes. De hecho, aunque eternamente derrotados, dominan todo su entorno y son conscientes de ello. Mientras que la mayoría de los hombres no se interesan por nada o se interesan, aparte de ellos mismos, por una sola cosa, la curiosidad de Bouvard y Pécuchet se extiende a todo, se apasionan sucesivamente por todas las experiencias y todas las ideas. Pero les falta método y se cansan tan pronto como se entusiasman. De desilusión en desilusión, se sumergen en el desánimo final. Su superioridad es haber conservado, a pesar del fracaso de cada uno de sus intentos, la suficiente juventud de espíritu para recomenzar, otros Sísifos, para poner en movimiento la piedra que no saben que les caerá sobre los talones. El coraje maravilloso de los dos caballeros es el de la humanidad misma, de la cual, quiéralo o no, Flaubert resumió la historia en unas pocas páginas de una novela lúdica, divertida y con un fondo amargo. Es una obra tal que ni siquiera el Quijote se le puede comparar. Probablemente correrá la misma suerte de ver invertido su significado a lo largo de los siglos. Ya, dudo si Bouvard, si Pécuchet no son héroes de la inteligencia, sumergidos al final por las olas de la estupidez, que los engullen".

    Otro escritor que asumió la causa de Bouvard et Pécuchet fue Raymond Queneau, quien, en 1947, escribió un breve prefacio muy citado a la edición de Bouvard et Pécuchet de la editorial Point du Jour, más tarde incluido en Batons, chiffres et lettres, de 1950.

    En 1957, Borges incluyó "Vindicación de Bouvard et Pécuchet", artículo de enorme importancia, en la edición aumentada de Discusión –la segunda después de la de 1932– de 1957. Allí traduce la admiración que él, detractor de las novelas, sintió por ésta en particular. De hecho, según confesó en diversas oportunidades, la leyó once veces.

    Luego, llegaron las lecturas de otros escritores y las opiniones suscitadas se multiplicaron. Fue el turno de Marguerite Duras, el de Samuel Beckett, el de los autores del Nouveau Roman –Michel Butor, Nathalie Sarraute, Alain Robbe-Grillet y Claude Simon–, el de Michel Tournier, J.M.G. Le Clézio, Georges Perec. Y, algo más tarde, el de Mario Vargas Llosa, Italo Calvino, Julian Barnes, Annie Ernaux, Jean Échenoz, Pierre Michon, Orhan Pamuk y William Boyd, para nombrar apenas a algunos de los más conocidos.

    En forma paralela, hay que mencionar que a los primeros trabajos importantes de René Descharmes, René Dumesnil, Albert Thibaudet y Maurice Nadeau, entre las décadas de 1960 y 1980 –al decir de Pierre-Marc de Biasi y Anne Herschberg-Pierrot–, Flaubert estuvo en el centro del denominado momento crítico;³⁸ vale decir, los veinte años en que diversos teóricos franceses provenientes de distintos horizontes desarrollaron nuevas teorías críticas. Roland Barthes, Jean-Paul Sartre, Pierre Bourdieu, Michel Foucault, Gérard Genette, Raymonde Debray-Genette, Jean-Pierre Richard y, posteriormente, Jacques Rancière, entre otros, se ocuparon de su obra, leyéndola de frente y de perfil, y añadiendo nuevas perspectivas a lo que había revelado la crítica previa, generalmente identificada con el biografismo.

    El último capítulo, y acaso el más espectacular, es el que pone en el centro de los estudios flaubertianos a la crítica genética,³⁹ de la que participaron la mayoría de los investigadores nombrados en las páginas previas y en la bibliografía al final de este volumen. Justamente, sin el paciente cotejo de los muchos manuscritos, de los planes y apuntes que Flaubert tomó a lo largo de más de una década, habría sido imposible recorrer el asombroso universo de citas sesgadas debidas a la lectura de mucho más de 1500 obras. Luego, considerando que se trata de una obra inconclusa, la labor detectivesca llevada a cabo por legiones de investigadores sobre los papeles de Flaubert ha permitido el desarrollo de distintas hipótesis de trabajo para que algo parecido a su libro pudiera llegar de manera relativamente satisfactoria a los lectores.

    Esta edición

    Según se dijo previamente, las distintas ediciones de Bouvard et Pécuchet han introducido sucesivos cambios y nuevos ordenamientos, reflejando de ese modo el avance de las investigaciones filológicas y genéticas. Cada nuevo documento ha permitido acercarse –o al menos, haber tenido la impresión de hacerlo– a la idea que Flaubert tenía en mente para alcanzar la culminación de su libro. Por ello, para la traducción del presente volumen se ha partido de aquellas ediciones consideradas como de referencia. Se trata de las citadas al principio de la Bibliografía, con especial acento en las de Cento, Gothot-Mersch, De Biasi y, más cerca en el tiempo, Herschberg-Pierrot y Neefs.

    Uno de los problemas que supone la publicación de este libro es su ordenamiento. En este sentido, las distintas partes de La Copie siguen la secuencia que plantea uno de los últimos planes de Flaubert, que es el que también propone la edición de La Pléiade. En esa misma edición, se publican asimismo los textos que componen los tres manuscritos existentes del Dictionnaire des idées reçues, criterio que se sigue por primera vez en castellano en esta traducción.

    Otra de las novedades que presenta este volumen es la inclusión de tres apéndices. En el primero, se transcribe L’Album de la Marquise, que no es obra de Flaubert, sino de Jules Duplan. En el segundo, se traduce el texto de Les Deux Greffiers, de Barthélemy Maurice; en el tercero, se pasa revista a las ediciones de la obra, totales o parciales, que existen en castellano, dando los debidos créditos en cada oportunidad.

    Se comprende que emprender la traducción de Bouvard et Pécuchet a cualquier lengua supone realizar una travesía relativamente similar a la de Flaubert. Por eso esta novela, del todo inusual para cualquier época, necesita muchas precisiones, ya que el autor desliza ideas encubiertas que remiten a fuentes muy diversas y frecuentemente lejanas que es necesario identificar y conocer para alcanzar el sentido completo de la historia. Esas referencias abarcan, como la novela, todos los saberes imaginables: van desde las alternativas del cultivo de los melones hasta la paleontología y la arqueología, pasando por los titubeos de las ciencias médicas, las ideas principales de Spinoza, los detalles políticos de las distintas etapas de la Revolución francesa, la Restauración, la Segunda República y el Segundo Imperio, así como diversas concepciones pedagógicas de Jean-Jacques Rousseau; y todo esto es apenas un botón de muestra. Cabe añadir que ni siquiera un lector francés actual puede entender de qué habla Flaubert sin la ayuda de un abundante cuerpo de notas como el que presentan las ediciones destinadas al público lego en Francia. Y hay que añadir que esas ediciones francesas dan por conocidos muchos detalles de la historia y la geografía nacionales. Por eso la presente edición está doblemente anotada.

    Las notas corresponden a muchas categorías. Las hay provenientes de muy diversos autores –cuyos nombres se especifican puntualmente en cada oportunidad, con el debido crédito y, desde ya, el agradecimiento correspondiente– y las hay debidas a la propia investigación del traductor. En el caso de estas últimas, la mayoría se refieren a cuestiones de índole histórica y cultural, pero, en algunos casos, hay notas que hacen a problemas planteados por la traducción en sí.⁴⁰

    Respecto de los problemas de orden lingüístico, como en otras oportunidades (cfr. Madame Bovary y Tres cuentos, en las ediciones de Eterna Cadencia, de Argentina, y LOM, de Chile), el diccionario tomado como referencia para las definiciones de palabras ha sido el de Émile Littré, contemporáneo y amigo de Flaubert, porque debe considerarse que muchas de las palabras empleadas en el original cambiaron de significado con el paso del tiempo o simplemente desaparecieron del léxico francés. En consecuencia, resultó indispensable mantenerse próximos al sentido original con que fueron escritas y, en el caso de los neologismos, intentar construcciones semejantes en castellano.

    Tanto la edición como la traducción de Bouvard et Pécuchet a cualquier lengua ha sido una empresa colectiva, dependiente de decisiones que reposan en la labor de editores y traductores. Esta edición en castellano debe ser considerada apenas como un eslabón más de una larga cadena de ediciones que la preceden, cada una con sus méritos y defectos. A su turno, como todas, ésta será superada por otras. Todos los libros traducidos necesitan ajustes periódicos a la altura de su época. Mucho más en el caso de un libro como éste, que, ya se ha visto, está en permanente construcción.

    JORGE FONDEBRIDER

    Buenos Aires, mayo de 2022

    ¹ Vale decir, tomando como objeto de estudio los mecanismos que animan a la profesión.

    ² Según señala Claudine Gothot-Mersch, quien sigue a René Descharmes y a René Dumesnil –autores de Autour de Flaubert. Études historiques et documentaires (2 tomos, París, Mercure de France, 1912)–, primero fue publicado en La Gazette des tribunaux, con fecha del 14 de abril de ese mismo año y vuelto a publicar, de inmediato, en el Journal des Journaux, del mes de mayo, con una reedición posterior en L’Audience, en 1858.

    ³ Vale decir, personas que tienen por oficio escribir a mano, copiando o pasando en limpio escritos ajenos, o escribiendo lo que se les dicta.

    ⁴ Claudine Gothot-Mersch. Introduction de su edición (cfr. Bibliografía).

    ⁵ Desde joven, Flaubert sufrió diversos problemas de naturaleza presuntamente nerviosa; entre otros, neuralgias, gastralgias, dolores occipitales, cefaleas, depresiones, alucinaciones visuales, obsesiones, etc. Luego, a los veintidós años, tuvo un primer ataque de epilepsia, al que seguirían otros.

    ⁶ Pierre-Marc de Biasi. Le Testament Littéraire, en Gustave Flaubert. Trois Contes, Introducción y notas de Pierre-Marc de Biasi, París, Les Classiques de Poche, Le Livre de Poche, 1999.

    ⁷ Pierre-Marc de Biasi en su edición de la obra (cfr. Bibliografía).

    ⁸ Se sabe que fue íntegramente redactado por Duplan y que, luego de constar en los planes iniciales, ya no figura en los planes finales.

    ⁹ Se trata de viajes efectivamente realizados por Flaubert –algunos en compañía de Laporte–, buscando la locación apropiada para su historia.

    ¹⁰ Jorge Luis Borges. "Vindicación de Bouvard et Pécuchet" (cfr. Bibliografía).

    ¹¹ Claudine Gothot-Mersch. Introduction, ob. cit.

    ¹² Hijo de una familia normanda –como la de Flaubert–, pero de raigambre monárquica, el escritor y periodista francés Jules Amédée Barbey d’Aurevilly (1808-1889), autor principalmente de la célebre novela Les Diaboliques (1874), odiaba al autor de Madame Bovary, a quien criticó en los términos más duros durante toda su vida. La crítica contra Bouvard et Pécuchet fue publicada en Le Constitutionnel, el 20 de mayo de 1882.

    ¹³ Claudine Gothot-Mersch. Introduction, ob. cit.

    ¹⁴ Ibidem.

    ¹⁵ Considerando que Flaubert era un gran admirador de Cervantes, hay quien ha llegado tan lejos como para relacionar a Bouvard y Pécuchet con Alonso Quijano y Sancho Panza. Luego, no fueron pocos los que llegaron a establecer algún tipo de analogía con Laurel y Hardy, Abbott y Costello y, claro, los personajes de Vladimir y Estragon en la obra de Samuel Beckett.

    ¹⁶ En numerosas ocasiones, la sobrina de Flaubert se habría tomado muchas libertades respecto de la obra de su tío, llegando incluso a expurgar la correspondencia, que fue vendiendo, junto con otras obras, a lo largo de los siguientes cincuenta años.

    ¹⁷ Se trata de una revista bimensual, fundada en octubre de 1879 por la escritora Juliette Adam (1836-1936), quien presidía un salón político-literario, de tendencia republicana. En su edición por entregas de Bouvard et Pécuchet, eliminó la escena de seducción entre Pécuchet y Mélie, incluida en el capítulo VII.

    ¹⁸ Corresponde aquí aclarar que Caroline Commanville le había entregado a Guy de Maupassant, asistente de su tío, los documentos que correspondían al segundo volumen. Luego de examinarlos, considerando la enorme dificultad, Maupassant declinó editarlos.

    ¹⁹ Guy de Maupassant. Bouvard et Pécuchet, en Didier Philippot. Gustave Flaubert. Mémoire de la critique, París, Presses de l’Université Paris-Sorbonne (PUPS), 2006.

    ²⁰ Ibidem.

    ²¹ Henry Céard. Gustave Flaubert, en Didier Philippot. Gustave Flaubert. Mémoire de la critique, ob. cit.

    ²² Ibidem.

    ²³ Jules Barbey d’Aurevilly. Bouvard et Pécuchet, par Gustave Flaubert, en Didier Philippot. Gustave Flaubert. Mémoire de la critique, ob. cit.

    ²⁴ Pierre-Marc de Biasi. "La galaxie Bouvard et Pécuchet", ob. cit.

    ²⁵ Se llama edición diplomática a la que busca la simple transcripción del texto original, respetando todas las particularidades del texto, incluidos los errores evidentes.

    ²⁶ Corresponde aquí aclarar que las llamadas idées reçues no son en castellano ideas recibidas, tampoco lugares comunes ni ideas corrientes, sino más bien ideas aceptadas, que es la traducción que se emplea en esta edición. La expresión, en francés, tiene su prosapia, estudiada en detalle por Anne Herschberg-Pierrot, que remonta, por lo menos, al Siglo de las

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