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Cómo ser dichosos
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Libro electrónico218 páginas3 horas

Cómo ser dichosos

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Este es un libro para que te asegures la dicha en tu vida y tengas un final feliz.

Todos buscamos la felicidad, pero ¿cómo encontrarla? ¿Es verdad aquello de salud, dinero y amor? Hay caminos que conducen a ella y no siempre damos con ellos, porque nos parecen caminos estrechos y sinuosos y preferimos otros más anchos, más cómodos y placenteros, que al final, sólo producen decepción, cansancio, tristeza y vacío.

El hombre necesita sentirse amado, gozar de autoestima, realizarse, dar un sentido a su vida, tener una esperanza que le dé seguridad.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento27 ene 2016
ISBN9788491123125
Cómo ser dichosos
Autor

Isidoro Carrasco Aguilar

Doctor en Teología y honorario en Literatura. Fundador de una ONG dedicada a la atención de los pobres sin techo. Tiene varias decenas de libros publicados, abundando los de poesía, género en el que ha sido galardonado con el premio Acentor y El Ería de sonetos. Participa en numerosas antologías y está incluido en varios diccionarios biográficos. Ha sido distinguido por la academia di Pontzen (Nápoles) con el Gran Collar Académico y Cetro de Oro. Pertenece a la institución literaria de Sevilla Noches del Baratillo.

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    Cómo ser dichosos - Isidoro Carrasco Aguilar

    Título original: Cómo ser dichosos

    Primera edición: Enero 2016

    © 2016, Isidoro Carrasco Aguilar

    © 2016, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    El texto bíblico ha sido tomado de la versión © Reina Valera, la Biblia de Jerusalén y Nácar Colunga.

    CONTENIDO

    INTRODUCCIÓN

    FELICES SEGÚN LAS SAGRADAS ESCRITURAS

    BIENAVENTURADOS LOS POBRES

    BIENAVENTURADOS LOS MANSOS

    BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN

    BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA, PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS

    BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS

    BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN

    BIENAVENTURADOS LOS PACIFICADORES, PORQUE ELLOS SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS

    BIENAVENTURADOS LOS QUE PADECEN PERSECUCIÓN POR CAUSA DE LA JUSTICIA, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS

    OTRAS BIENAVENTURANZAS

    BIENAVENTURADO AQUEL CUYA TRANSGRESIÓN HA SIDO PERDONADA Y CUBIERTO SU PECADO

    BIENAVENTURADO EL VARÓN QUE NO ANDUVO EN CONSEJOS DE MALOS… SINO QUE EN LA LEY DE YAVE ESTÁ SU DELICIA

    BIENAVENTURADA LA NACIÓN CUYO DIOS ES YAVÉ, EL PUEBLO QUE ÉL SE ESCOGIÓ COMO SU HEREDAD

    GUSTAD Y VED QUÉ BUENO ES YAVÉ; DICHOSO EL HOMBRE QUE CONFÍA EN ÉL

    BIENAVENTURADO EL QUE TÚ ESCOGIERES Y ATRAJERES A TI, PARA QUE HABITE EN TUS ATRIOS; SEREMOS SACIADOS DEL BIEN DE TU CASA, DE TU SANTO TEMPLO

    BIENAVENTURADO EL QUE PIENSA EN EL POBRE; EN EL DÍA MALO LO LIBRARÁ YAVÉ

    BIENAVENTURADO EL HOMBRE A QUIEN TÚ CORRIGES Y EN TU LEY LO INSTRUYE

    BIENAVENTURADO EL HOMBRE QUE RESISTE LA TENTACIÓN; PORQUE CUANDO FUERE PROBADO RECIBIRÁ LA CORONA DE LA VIDA QUE DIOS HA PROMETIDO A LOS QUE LE AMAN

    BIENAVENTURADO EL HOMBRE QUE BUSCA LA SABIDURÍA Y PRETENDE LA PRUDENCIA

    MÁS BIEN DICHOSOS LOS QUE OYEN LA PALABRA DE DIOS Y LA GUARDAN

    BIENAVENTURADO ES EL QUE NO HALLE TROPIEZO EN MÍ

    SI SABÉIS ESTAS COSAS BIENAVENTURADOS SERÉIS SI LAS HICIEREIS

    DICHOSOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO

    ALGUNAS BIENAVENTURANZAS MÁS

    SOBRE EL AUTOR

    INTRODUCCIÓN

    Hace algún tiempo que me viene a la cabeza la idea de reflexionar y escribir sobre las bienaventuranzas. Sé que se ha escrito mucho sobre ellas, pero además de las ocho bienaventuranzas del sermón de la montaña hay otras muchas citas bíblicas en las que se declara dichosos a los hombres que cumplen ciertos requisitos.

    Hoy se habla mucho de calidad de vida, de felicidad, de esa aspiración innata en todo hombre. Pero ¿cómo conseguirla? El hombre se afana en buscarla por muchos caminos y difícilmente la encuentra, porque lo más normal es que la busque por caminos equivocados. Hay un dicho que pretende resumir las fuentes de esa felicidad: salud, dinero y amor.

    Sin embargo, resulta que la salud no está en nuestras manos, con frecuencia se pierde y se puede llegar a enfermedades crónicas o que terminan en una invalidez.

    El dinero es el objetivo por el que más se lucha, creyendo que con él podremos tenerlo todo y nos hará felices. No es así, en primer lugar, no siempre se consigue, o si se consigue es con un esfuerzo que ya nos está robando felicidad, o mediante métodos no del todo limpios, que de un modo u otro puede traer consecuencias negativas o intranquilidades, y al final, una vez conseguido se tiene la experiencia de que el dinero sólo te da cosas, pero no felicidad.

    El amor si puede dar felicidad, pero la mayoría de las veces lo entendemos como el amor del enamoramiento o la pasión, amor que es temporal, pasajero y sujeto a muchos vaivenes, que cualquier comportamiento o circunstancia puede romper; a la vista tenemos la cantidad de divorcios, cada vez más numerosos y precoces.

    Cierto que la felicidad completa será muy difícil obtenerla en esta vida,

    pero la fe sitúa al hombre en otra dimensión, dándole una esperanza de vida y dicha eternas, que le hacen considerarse como peregrino en esta tierra y ciudadano del cielo, por lo que esa búsqueda insaciable de felicidad no es su objetivo, se ha creado en él una nueva mentalidad acorde con la de Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida por los demás, así no procura vivir para sí mismo y, además, ha recibido de Jesús su Espíritu, que es quien le hace pensar, sentir y obrar de otro modo, pudiendo comprobar que cuanto más se olvida de sí mismo y se entrega a los demás se encuentra más satisfecho y feliz.

    Desde esta nueva dimensión es cómo se comprenderá que uno puede ser dichoso cumpliendo lo expresado en cada bienaventuranza. Incluso puede darse el caso de quienes externamente se les ve sufriendo, perseguidos o encarcelados, y sin embargo interiormente conservando una paz y un gozo, que les hace más dichosos y esperanzados que los que creen tenerlo todo.

    En las bienaventuranzas se recogen y se perfeccionan todas las promesas hechas en el Antiguo Testamento desde Abrahán hasta los profetas, ordenándose a esta tierra, pero sobre todo al reino de los cielos, ese don gratuito, que será el fin último de toda promesa y de todo hombre.

    Jesús nos ha resumido su modo de pensar en las bienaventuranzas, para que ese modo sea también el nuestro.

    FELICES SEGÚN LAS SAGRADAS ESCRITURAS

    Si Jesús trae la culminación de cuanto se recoge en el Antiguo

    Testamento, quiere decir, que su sermón de la montaña reúne el

    resumen de todas aquellas condiciones con las cuales los hombres se pueden considerar dichosos, condiciones que según la mentalidad natural del hombre -según la carne- parecen contradecir a lo que por propia naturaleza se apetece y, sin embargo, esas condiciones, aparentemente contrarias, son las que realmente proporcionan paz y dicha.

    Bienaventurado viene del hebreo ASHAR, raíz de ASHÉM que puede significar, recto, estable, feliz, honesto, que prospera, que es guiado.

    En griego sería Macarios, que podemos traducir por afortunado, sumamente bendecido, dichoso, glorioso. Bienaventurado, por tanto, es lo mismo que decir, afortunado, dichoso, feliz, y se puede ser ya aquí, a pesar de pruebas y sufrimientos, pero estas bienaventuranzas tienen una dimensión más hacia la vida eterna que hacia la temporalidad.

    Aunque en el sermón de la montaña se recogen las ocho principales bienaventuranzas, realmente en los evangelios aparece una bienaventuranza antes de que ni siquiera hubiera nacido Jesús. Podríamos llamarla la primera bienaventuranza evangélica. La encontramos en el relato de Lucas cuando describe la visita de María, embarazada, a su prima Isabel, igualmente embarazada:

    En aquellos días se puso María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno e Isabel se llenó del Espíritu Santo, y clamó con fuerte voz: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque así que sonó la voz de tu saludo en mis oídos exultó de gozo el niño en mi seno. Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor. Lc. 1, 39-45.

    Esta es la bienaventuranza: dichoso el que cree que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor. Bienaventurado el que tiene fe. El que cree que lo que Dios ha expresado en su Palabra es verdad y se cumple. María creyó contra toda lógica, puso la fe en la Palabra que recibió por encima de su razón.

    El evangelio se abre con esta bienaventuranza y se cierra con la misma, como comentaremos más adelante: Dichosos los que creen sin haber visto, que es la respuesta de Jesús a Tomás por su incredulidad.

    BIENAVENTURADOS LOS POBRES

    El evangelio de Mateo comienza relatando así estas enseñanzas:

    "Viendo a la muchedumbre, subió a un monte, y cuando se hubo sentado, se le acercaron los discípulos, y abriendo él su boca, les enseñaba diciendo:

    Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos." Mt. 5, 1-3.

    Jesús ya había recorrido muchos territorios predicando y sanando enfermedades, por lo que su fama se había extendido y venían de muchos sitios para oírlo y ser curados. Después de haber recorrido Galilea:

    "Le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán.

    Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos y abriendo su boca les enseñaba…" Mt. 4, 25; 5, 1-2.

    Viendo a la multitud subió al monte. Dios dio las tablas de la Ley a Moisés sobre un monte. Jesús sube al monte y desde él dará toda la doctrina que completa y perfecciona la Ley y mandamientos anteriores, las bienaventuranzas y todos los mandatos que le siguen en este discurso y que S. Mateo recoge en los capítulos del cinco al siete de su evangelio.

    Sus discípulos, sus preferidos, suben con Él, que predica para todos, pero sus discípulos han de ser los futuros depositarios de su doctrina, doctrina que no habrá de esconderse, sino publicarse desde los tejados.

    Y sentándose, porque esa era la postura habitual que se usaba por los rabinos, que tras enrollar el libro, lo daban al ministro y se sentaban. (Lc. 4, 20; Mt.13,2; 23,2; 24,3).

    Y abriendo su boca. Entonces no había altavoces, debía tener una voz fuerte y enérgica. Sus palabras eran solemnes, como oráculos. Hablaba con libertad y autoridad. Los rabinos se tenían que apoyar en la autoridad de otro, Jesús hablaba con autoridad propia; incluso citando frases de la Escritura puntualizará: antes se dijo… pero yo os digo.

    Les enseñaba. Era el sol que nace de lo alto para iluminar a los que están en tinieblas y sombras de muerte, según el canto de Zacarías. Esta enseñanza, de un modo u otro estaría presente en todas sus predicaciones, porque son las características que deben encontrarse en cualquier creyente, conllevan un estilo de vida, un modo de vivir.

    En este discurso Jesús nos deja como el ideario del cristiano.

    Jesús le habló a Nicodemo de que hacía falta nacer de nuevo y predicaba la conversión, parte de la cual es un cambio de mentalidad, porque se puede pensar según la carne o según el espíritu.

    La mentalidad normal del hombre parece contraria a lo que van a expresar las bienaventuranzas. Los hombres dicen dichosos los ricos, los que tienen mucho dinero y tenemos los listados de quienes son los hombres más ricos del mundo y de cada país. A esos son los que creemos como triunfadores, porque con su dinero pueden hacer de todo. Sin embargo, según la primera bienaventuranza, los pobres serán los dichosos. Concretamente se dice los pobres de espíritu. Porque se puede ser pobre materialmente pero ser codicioso, pretendiendo ganancias de cualquier modo, creyendo que ellas serán las que le solucionen todo, poniendo en lo poco que tenga su corazón.

    Cuando en la Escritura se habla de las riquezas, siempre es para mal. Ya Jesús diría:

    Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios. Mc. 10, 25.

    S. Lucas dice:

    Mas ¡ay de vosotros, los ricos! porque ya habéis recibido vuestro consuelo. Lc. 6, 24.

    Y Santiago:

    Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. St. 5, 1.

    Son muchos los textos que se podrían mencionar en relación, tanto con la riqueza como con la pobreza y muchos de ellos podremos tenerlos en mente.

    ¿Por qué es tan mala la riqueza? En primer lugar puede serlo por el modo de adquirirla. No es lo más común hacerse rico con un simple trabajo. Puede haber muchos modos injustos de acumular riquezas, aunque sean legales, pueden ser incluso sutiles. Jesús lo tuvo en cuenta cuando nos contó aquella parábola del administrador infiel, que fue astuto al ser despedido haciendo firmar a sus acreedores recibos por mucha menor cantidad de la adeudada para poder ser recibido por ellos. Jesús contempló esta posibilidad y dijo que nos hiciéramos amigos con el dinero injusto para que fuéramos recibidos en la eternas moradas. (Lc. 16,9).

    Por tanto, ya en la consecución de las riquezas podemos encontrar el primer tropiezo. Mas una vez conseguidas las riquezas, éstas pueden ensoberbecernos, creyéndonos superiores a los demás, alimentando nuestra codicia que siempre quiere tener más, haciéndonos mezquinos no pagando lo debido a obreros o subordinados, utilizándolas para hacer mal, para buscar placeres, impidiéndonos compartir con los necesitados, aparte del tiempo de debemos dedicarle, de las preocupaciones que puede acarrearnos. Las riquezas pueden hacer que creamos no necesitar a Dios, que pongamos en ellas nuestra confianza. Los muy ricos fácilmente se alejan de conocer la Palabra, ya que ésta les pone en evidencia. La riqueza corrompe, esclaviza, da fama, prestigio, honores, gloria en definitiva. El amor al dinero puede mantenernos adheridos a él y con tanto equipaje no podemos entrar por la puerta estrecha.

    La pobreza nos evita todos esos males. Entendamos que pobreza no es miseria. Por supuesto que Dios quiere que tengamos lo que necesitamos. Pero el creyente sabe que Dios proveerá todo lo que necesitamos, por lo que su búsqueda de lo necesario no es angustiosa, es en paz y confiada en la acción providente de Dios. Sabe que debe trabajar para buscarse el sustento, conoce lo que S. Pablo decía en una de sus cartas: el que no trabaje que no coma (2Tes., 3, 10), o el que no provee a su familia es peor que un infiel (ITim. 5,8), pero no es codicioso, se conforma con lo que tiene, con cubrir sus necesidades, sin anhelar lo que otros tienen, sin buscar las riquezas como meta, porque no tiene en ellas su corazón, sino en Dios.

    Es rico el que se cree que lo tiene todo, que no necesita nada y por eso no busca a Dios, porque se cree autosuficiente, por su dinero, por sus conocimientos o incluso por sus buenas obras.

    El pobre de espíritu, no sólo no busca el dinero como lo que le puede satisfacer, sino que se siente pecador, débil, necesitado, que no puede confiar en sí mismo, se sabe dependiente de Dios, del que espera misericordia, gracia, fuerza y consuelo, vive en humildad y sencillez, en Dios tiene puesta toda su confianza y esperanza. No se busca a sí mismo, su propia gloria, porque sabe que cuanto tiene lo ha recibido, que ni siquiera es dueño de sí mismo, sino que le pertenece a Dios, de quien recibe la existencia, la vida y la gracia. No piensa en lo que tiene y en lo que quiere tener, sino en agradar a Dios. Por eso es libre y capaz de compartir, comprendiendo que las riquezas no aseguran nada.

    El evangelio nos muestra dos figuras en relación con las riquezas, una es la del joven rico, que le pregunta qué tendría que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le contesta:

    Ya sabes los mandamientos, no mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. Él entonces le dijo: Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud. Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme. Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Mc.10, 19-22.

    Claramente vemos que aún guardando los mandamientos, las riquezas crean unas adherencias difíciles de romper y así, este joven, que fue amado y llamado por Jesús, no pudo responder, impedido por sus riquezas.

    La otra figura es el caso contrario, representado por Zaqueo, rico y jefe de publicanos. Algo en su interior le hacían anhelar conocer a Jesús y no tiene vergüenza de subirse a un árbol para verle pasar:

    "Cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede yo en tu casa. Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo todos murmuraban diciendo: ha ido a hospedarse a casa de un

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