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La reliquia de Wood
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Libro electrónico317 páginas4 horas

La reliquia de Wood

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Mac Travis se fue a los cayos de Florida para desaparecer, pero su nuevo trabajo de buzo comercial resulta ser más de lo que había previsto. Un objeto descubierto mientras trabaja en los pilares de un puente, rápidamente llama la atención de un magnate inmobiliario, un mafioso de Jersey y dos jefes indios gemelos, todos ellos tratando de abrir un casino en los prístinos cayos. Cuando su psicópata exnovia encuentra su paradero las cosas se ponen aún más interesantes.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 may 2016
ISBN9781507141151
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    La reliquia de Wood - Steven Becker

    CAPÍTULO 1

    Lo único que separaba a los dos hombres eran dos palmos de agua. Wood se debatía con el timón y la palanca del acelerador, luchaba contra el viento para mantener la barcaza tan cerca de la dársena como fuera posible. Y estuvo bien, demasiado, porque si hubiese podido alcanzar a Eli Braken, lo habría estrangulado. Fuera como fuese, no pudo sino quedarse sujetando en la mano el pedazo de manguito.

    —Alguien lo ha cortado. No se rompió así sin más.

    —Otra vez estás borracho, Wood. Joder, ¡apenas es mediodía! —gritó Braken al aire.

    —Necesito que vuelvas a tomar las riendas de este trabajo o voy a romper el contrato y acabar contigo.

    Wood bajó la cabeza. Estaba parado en el timón de la barcaza, con el torso desnudo y el mono cubierto de grasa, ¿qué diablos importaban un par de copas? Estaba deslomándose para reconstruir ese trozo de puente. Desesperado por pagar sus facturas después de que su compañía de seguros le cancelara la póliza, se vio forzado a aceptar trabajos menos rentables, en vez de ofrecer sus servicios para proyectos mayores que requerían garantías. La crujía de altura en la que trabajaba entre Big Pine y No Name Key había quedado dañada por un bote a la deriva que se había soltado de su amarre. Una víctima del huracán Andrew. La compañía de seguros le había echado la culpa del fallo a la construcción de la crujía, lo que le exasperaba aún más. —La terminaré, Braken. Sabes que siempre lo hago.

    —Siempre lo hacías querrás decir —dijo Braken—. Entiendo que no puedas comprometerte y que estés cabreado con el mundo, pero te estoy dando trabajo. Las aseguradoras están jodiendo a todo el mundo, no solo a ti, para tratar de resarcirse de las pérdidas del temporal. Lo siento, te tocó —Braken se inclinó en dirección al viento—. Sabes que si fuera por mí te daría cuartelillo, pero tengo inversores en este proyecto a los que contentar— No apaciguó a Wood.

    —Este viento me está matando. No puedo trabajar en estas condiciones. ¿Qué te parece si nos vemos en tu oficina y me das lo que me debes?

    Perder su seguro al comienzo de la tormenta había sido mala suerte. Malditos peritos, echarle la culpa a su trabajo cuando había sido un barco sin rumbo el que había chocado contra el pilar del puente. Todos los demás proyectos que había construido durante los últimos veinte años habían sobrevivido indemnes a la tormenta. Esta parte del puente fue su único fracaso y había sido por culpa de una embarcación, no por la construcción. En ese momento, sin capacidad para presentar ofertas para los grandes proyectos por los que era conocido, el equipamiento estaba ocioso y sus talonarios de pagos apilados en el escritorio de casa. Pensó en el dinero atrasado que debía a Hacienda, por las retenciones a sus empleados antes de la tormenta, y apretó los puños. Por supuesto, para empeorar las cosas, el banco había seguido el ejemplo de la aseguradora y había cancelado su línea de crédito.

    Sin esperar una respuesta, tiró de la palanca del acelerador y los motores gemelos dieron marcha atrás, alejándolo de la dársena. La embarcación bordeó hacia aguas más profundas, allí giró el volante y apuntó la proa al sur, hacia Bogie Channel, lo que lo condujo a su amarre en Spanish Harbor. Braken se quedó parado en la dársena, los brazos en jarra, mirándolo fijamente.

    El agua chocaba contra el bajo francobordo a medida que la barcaza se movía lentamente entre el tajo de la construcción. El arreglo era peligroso en este tipo de aguas; una excavadora John Deere estaba posada sobre la proa y un contenedor en la popa. El casco de veinte por quince flotaba sobre dos pontones, con un motor Mercury de 115 CV montado en cada uno. Dos anclajes cilíndricos de acero, usados para fondear la barcaza, se proyectaban veinte pies en el aire. Una gran ola por encima de cualquier costado podría afectar a la pesada nave haciendo que zozobrara.

    Wood entró en Spanish Harbor y se aproximó al noray de amarre. Juzgó mal la corriente en la primera pasada y tuvo que moverse en círculos. Su pequeño bote de aluminio se mecía en la corriente desde un cabo amarrado a la gran bola blanca. Volvió a enfilarse y avanzó con la barcaza, esta vez dejando antes los motores en punto muerto, permitiendo que la barcaza se acostase para atracar en la boya. Agarró el cabo suelto con un arpón de pesca y enhebró la soga más gruesa de la barcaza por el guardacabo. Una vez asegurada, la barcaza osciló alrededor de la boya y se detuvo, flotando en el oleaje.

    Apagó los motores, bebió la última cerveza del portavasos y se dirigió al bote. Mientras aseguraba la barcaza y saltaba al esquife pensó en que ojalá consiguiera suficiente dinero de Braken para recuperar sus garantías y volver a las obras de verdad.

    ***

    —¿Qué quieres decir con que no me vas a pagar? —balbuceó Wood.

    —Escucha bien lo que te digo. Te pagaré cuando te pongas al día con los plazos. Vas con tres semanas de retraso. Me está costando el dinero. No puedo enseñar las propiedades en No Name hasta que termines el puente.

    —¿Qué prisa hay? No hay nada de provecho en ese montículo de coral. ¿Cómo vas a vender esa porquería? Todo el mundo por aquí sabe que es casi tan inútil como las tetas de un jabalí.

    Braken no contestó y la sonrisa de su cara fue suficiente para llevar a Wood al límite. Se puso en pie y cerró el paso al escritorio tratando de forzar la respuesta que buscaba. Sin la línea de crédito su flujo de caja era inexistente. Braken había estado en el mundo de la construcción el suficiente tiempo para saber que se tenían que engrasar los engranajes para que las cosas funcionasen. Con un poco de dinero podría contratar alguna ayuda y terminar el trabajo. Tal como estaba todo, quedaban pocos trabajadores cualificados, la mayoría se habían ido a Miami donde los daños de la tormenta habían provocado escasez de obreros y los salarios habían subido. Los pocos hombres que quedaban insistían en cobrar por semanas, algunos por jornada. La única ayuda que tenía era el viejo Ned, que era buena compañía, pero demasiado viejo para muchos trabajos. El pequeño depósito que Braken le había dado cuando empezó apenas era suficiente para cubrir el coste de los materiales que había comprado.

    —Ese es tu calendario. No está en el contrato y no lo acordamos. Tampoco hay prórrogas por el clima —Dio un puñetazo en el escritorio—. Nunca he hecho un trabajo aquí sin margen por las condiciones climatológicas. Pregunta por ahí— Desvió la mirada de la mesa, más allá de Braken, por la ventana hacia las palmeras encorvadas—. El viento sopla a más de veinte nudos y no se trabaja cuando los vientos son tan fuertes. Ha sido así todo el tiempo que me he dedicado a esto.

    —Puede ser —dijo Braken—, pero mis inversores son los que ponen los cheques y no les importa un carajo el tiempo que haga aquí. Solo hazlo.

    Wood gruñó.

    —Tengo problemas aquí y tú eres uno de ellos. Y recuerda, fui comprensivo con las órdenes de modificaciones la última vez que me viniste a llorar sobre tus inversores. Ahora ese viejo pilote que apuntala el puente tiene que remplazarse desde los cimientos. Van a hacer falta algunas voladuras y excavar. Después tendré que encontrar algún sitio donde verter los escombros. No puedo dejarlos ahí.

    Entonces se arrepintió de no haber sido más diligente a la hora de documentar los cambios. Algunos contratistas se ganan la vida licitando obras al costo y cuentan con sacar de las inevitables modificaciones el beneficio. No era su estilo, pero le había ofrecido a Braken un precio irrisorio solo para conseguir el trabajo.

    Braken se reclinó, como sumido en sus pensamientos.

    —Se lo plantearé a mis inversores. Puedo conseguirte algo si así sigues trabajando. Pero tienes que conseguir terminarlo.

    —Dame diez de los grandes y lo terminaré en una semana —fanfarroneo Wood, sin saber si podría cumplir ese plazo sin encontrar a un buzo y algún equipamiento.

    Las previsiones meteorológicas tampoco parecían favorables, pero haría lo que fuera para echarle el guante a algo de liquidez; no importaban las promesas que tuviera que hacer, las haría. Maldijo su amor propio por seguir su instinto.

    —Hecho —Braken fue a por su chequera y comenzó a escribir lentamente—. Si no se termina, habrá consecuencias. ¿Me has entendido?

    Wood no respondió. Agarró el cheque de las manos de Braken, se giró y salió por la puerta. Una mirada a su reloj le mostró que eran las 4:45 de la tarde; tendría que darse prisa para llegar al banco y cobrar el cheque. En su cabeza se formó una lista mientras asignaba el dinero, esperando que nada más saliera mal. Con un poco de suerte esto haría que se terminase el trabajo y pagaría algunas de las facturas que acumulaban polvo sobre su escritorio.

    La lluvia lo azotaba mientras se dirigía a la destartalada camioneta Datsun. La puerta chirrió sobre sus goznes al abrirse. Se metió de un salto y la cerró de un portazo. El motor arrancó, frotó el parabrisas con el viejo trapo que tenía sobre el salpicadero, entreabrió las ventanillas, puso en marcha los limpiaparabrisas y empezó a salir del estacionamiento. El tráfico era lento, la lluvia disminuía la visibilidad a la distancia de un automóvil. Cuando por fin llegó al banco, se bajó y corrió hacia la entrada.

    La cajera miró el cheque húmedo, como si esperara que la tinta desapareciera. —Deme un minuto. Tengo que buscar al señor Bailey.

    —¿Para qué? Te conozco desde que no eras más alta que un neumático.

    —Es mucho dinero. Más que mi límite.

    Cerró su cajón del dinero en efectivo y se encaminó hacia la oficina.

    Wood esperó impacientemente hasta que regresó con el director.

    —¿Qué tal, Bill?

    —Señor Woodson. ¿Puede venir a mi oficina?

    —¿Qué mierda es esa de señor Woodson?

    —Vamos, Wood.

    Caminaron hacia la parte posterior del banco y entraron en la minúscula oficina, a continuación, se sentaron el uno frente al otro. Bailey posó sus manos sobre el escritorio.

    —Mira, Wood. Tengo que retenerte esto para girarlo contra tu línea de crédito. Sabes que el banco te lo reclamó —permaneció estoicamente, esperando el estallido.

    —Malditos banqueros y aseguradoras, me vais a llevar a la tumba. Mira, Bill, sabes cómo funciona, nunca podré devolverlo si no puedo trabajar. Este cheque es capital circulante.

    Bailey contempló el cheque.

    —Se ha emitido en el banco al otro lado de la calle —le devolvió el cheque a Wood—. Llévalo allí y cóbralo. Tendrán que aceptarlo. Nunca lo he visto —le guiñó.

    —Te lo agradezco, Bill —Wood se levantó y fue hacia la puerta—. Te debo una por esto.

    Caminó hacia la puerta cabizbajo, como si hubiera hecho algo malo. Algunos minutos después, salió del otro banco con un fajo de billetes en el bolsillo. De vuelta en la camioneta, metió la mano bajo el asiento y tomó la botella que ocultaba allí. Se inclinó y bebió un trago largo de bourbon antes de ponerle el tapón y arrancar el motor. La marcha entró mientras soltaba el embrague.

    La camioneta se abrió paso por la US1, pasando por el aeropuerto mientras se dirigía al sur. La lluvia golpeaba el capó de la camioneta, los limpiaparabrisas funcionaban a toda marcha sin hacer mella en el creciente torrente. Se vio obligado a reducir la velocidad y salirse al arcén a aguardar que cesase la tormenta. Varios otros coches se habían refugiado en el mismo terraplén. Tomó de nuevo la botella y la vació mientras esperaba. Justo se había agachado por debajo del salpicadero para guardar la botella vacía cuando un golpe en el parabrisas lo sobresaltó.

    —Eh, tío. ¿Me puedes llevar allí arriba?

    —No soy tu tío y voy hacia abajo, no hacia arriba.

    —Perdona. Solo busco quien me lleve a Cayo Hueso —dijo el extraño mientras se inclinaba ligeramente para mostrar su rostro.

    Wood estaba a punto de decirle que se perdiera cuando vio las aletas de buceo Scuba Pro asomando de su mochila. —¿Has trabajado alguna vez como buzo?

    —Claro, tío. De hecho, estoy aquí buscando trabajo. Me saque la licencia en Galveston y he trabajado en algunas plataformas petrolíferas por allí. Mi novia se cansó de eso y...

    —No te he pedido tu currículo. Súbete y quítate de debajo de la lluvia —esperó mientras el desconocido tiró su bolsa en la parte trasera de la camioneta y la rodeó hasta la puerta del copiloto. Cuando el hombre se metió en la camioneta, le tendió la mano.

    —Mac Travis.

    —Bien, Mac, lo que sea, ahora trabajas para mí.

    Un humo negro surgió del tubo de escape cuando la camioneta carraspeó y se caló. Al final, en el tercer intento, el motor revivió y Wood aceleró sobre el pavimento mojado. Pisó el acelerador, no pareciendo darse cuenta de que un camión daba un volantazo en el carril derecho para evitar el contacto.

    —¿No crees que quizás debería conducir yo? —preguntó Mac.

    —Quiero que hagas una cosa, yo te preguntaré.

    El rebufo del semirremolque empujó a la pequeña camioneta al arcén y Wood rectificó demasiado, golpeando el bordillo Puso la camioneta en punto muerto, salió y se dirigió a la puerta del copiloto.

    —De hecho, ha sido un día largo. Puedes llevarlo desde aquí.

    Wood bajo de la camioneta, dejando la puerta abierta mientras iba hacia la parte del copiloto y esperaba a que Mac se bajase. Condujeron en silencio, Wood dándole indicaciones a su casa y, tras un par de minutos, Mac aparcó en el camino que se encontraba entre una casa sobre pilotes a un lado y un garaje grande al otro. Tras las edificaciones había una dársena y un muelle.

    Wood observó a Mac.

    —Coge tus cosas. Puedes quedarte aquí con mi hija y conmigo un tiempo. No parece que tengas mucho donde elegir.

    —Gracias, señor —dijo Mac mientras salía de la camioneta y agarraba su bolsa de la parte de atrás.

    —Nunca me llames señor de nuevo, o te atizaré en la cabeza.

    Wood se dirigió hacia arriba por las escaleras y Mac lo siguió con su gran bolsa al hombro. Esperó pacientemente, viendo a Wood tropezar varias veces antes de llegar a la puerta delantera que se abrió justo cuando la tocó con la mano.

    —Papá, otra vez no —dijo la joven. Wood se irguió.

    —Melanie, no seas irrespetuosa. Ha sido un mal día.

    —Y, ¿quién es este que has traído a casa?

    —Mmm, eh... Se llama Travis o algo así. Se va a quedar con nosotros hasta que encuentre un lugar.

    —Bueno, hola, quien seas, y gracias por traerlo a casa, pero creo que debes encontrar otro sitio donde quedarte —tiró de Wood hacia el interior de la casa.

    Wood se volvió hacia la puerta abierta.

    —Quédate sentado aquí un minuto. Al menos te ofreceré una cerveza —se giró y volvió adentro, Mel tras de él. En la cocina, abrió la puerta del frigorífico y sacó dos cervezas.

    —Oye, no me tomes por idiota. Solo porque tengas diecisiete y todo eso, no significa que lo sepas todo —quitó una de las chapas—. ¿Has visto las aletas de buceo que asoman de su petate? —no esperaba respuesta—. No, porque estabas demasiado ocupada criticándome. Pues bien, resulta que es buzo profesional. ¿No te parece que podría ser útil tenerlo cerca?

    —Me asusta tener a un extraño viviendo aquí. Ni siquiera sabes su nombre.

    —El asunto es, hija, que no habrá un aquí en el que vivir si no somos capaces de terminar el trabajo, y ese muchacho de ahí puede ser exactamente lo que necesitamos —volvió a la puerta sin esperar respuesta y se volvió hacia ella antes de abrirla—. Acomódalo en la habitación de invitados —abrió la puerta de un tirón y le dio a Mac la cerveza—. Bienvenido a casa.

    CAPÍTULO 2

    —Cody, ven aquí. ¿Has escuchado una maldita palabra de lo que te he dicho? —Braken esperó a que entrara y se volvió hacia la puerta cerrándola tras de él de un portazo—. Todo lo que necesito es que les eches un ojo. Eso es todo. Sé que cortaste ese manguito de la excavadora y que ayer te lo callaste.

    Su hijo se paró frente a él, cabizbajo, aguantando la reprimenda como siempre hacía. Braken esperaba que, antes o después, el chaval madurara. Demonios, ya estaba en la veintena y tenía un crío. Lo único que tenía que hacer era sacarse la cabeza del culo. ¿En qué pensaba al sabotear el equipo de Wood? ¿Cómo iba a ayudar eso a que se acabara el puente? La apertura de la veda de la langosta atraería hordas de turistas a la zona, el mejor momento para empezar a mostrar su nueva promoción y vender algunas parcelas. Aparte de las próximas dos semanas, tendría que esperar hasta la salida de las aves migratorias en diciembre para vender algo. Mientras miraba a su hijo movió la cabeza. A veces el chaval hacia cosas solo por despecho, sin pensar, y esta había sido una de ellas.

    —¿Qué quieres decir con echarles un ojo? Pensé que íbamos a echar a ese viejo del negocio de una vez por todas.

    —Hijo, tienes que pensar —debió haber dicho algo, sin pensarlo, de echar del negocio a Wood y Cody debió haberlo malinterpretado—. Por desgracia, lo necesitamos. Y cuidado con el cuento de lo de viejo. Tiene la misma edad que yo, cuarenta y ocho, pero como está si lo hubieran molido a palos. No hay nadie al sur de Miami que podamos conseguir y que arregle ese puente en una semana, aparte de Wood. Si pudiera encontrar a alguien más, créeme, lo haría. Solo necesito saber si está acabando el trabajo.

    Cody se volvió para irse.

    —Está bien. Si eso es lo que quieres.

    Braken se volvió hacia su teléfono.

    —Nicolle —gritó.

    —No está aquí —dijo Cody mientras salía.

    —¿Qué quieres decir? —miro su Rolex de imitación, con el ceño fruncido—. Son casi las diez.

    —Sí, probablemente aún esté durmiendo. Anoche tuvo que trabajar hasta tarde en el bar.

    —Tenemos que hablar de eso. No hay necesidad de que tenga dos trabajos para mantener tu lamentable culo.

    —Vale, consígueme alguna excursión más, entonces —estalló Cody.

    Braken abandonó la oficina y se dirigió al tarjetero giratorio de la mesa de recepción. Cuando encontró el número que buscaba, se retiró a su oficina y cerró la puerta tras de sí. Agradecido por que Cody se hubiera marchado, se tomó un minuto antes de marcar. Un mes de retraso ya, y ahora había que sustituir un pilar antes de que se pudiera usar el puente. Iba a necesitar todo su ingenio para satisfacer a sus inversores.

    Si tan solo pudiera abrir el puente, podría empezar a vender parcelas. Galleon Bay se había aprobado, pendiente de las obras de alcantarillado y los caminos para catorce viviendas, y tan solo necesitaba que se reparara el puente para empezar a mostrar la nueva promoción. Entonces el dinero vendría rodando. Si realmente pudiera poner en marcha el casino indio, tendría el porvenir asegurado.

    Si Wood hiciese su maldito trabajo.

    Marcó, se echó hacia atrás en el asiento y espero. Se sintió aliviado cuando salto el contestador automático, dejó un mensaje y se hundió en su silla.

    ***

    Mac estaba ansioso por empezar tan tarde. Le gustaba empezar temprano, el tiempo aquí era como en la costa de Texas; las tormentas eran frecuentes en las tardes de principios de verano. Por el aspecto del cielo, hoy no sería diferente. Pudo ver varios nubarrones formándose y tan solo eran las diez. Apenas habían dejado el muelle quince minutos antes. Mac estudió la ruta, tratando de recordar los cambios de dirección por los canales, pero pronto se desorientó. El esquife se detuvo junto a una gran gabarra. Mac alcanzó la soga de nailon que flotaba desde la boya de amarre, ató el esquife y a continuación arrojó su bolsa sobre la plataforma de acero y saltó a la barcaza. Wood se las tuvo que apañar para mantener el equilibrio de la nave más pequeña mientras le entregaba dos bombonas de buceo a Mac y también saltó.

    Wood se adelantó hacia el timón.

    —Suelta amarras y larguémonos. Veamos si sabes bucear o no.

    Los motores se encendieron y la barcaza salió de Spanish Harbor entrando en Bogie Channel. Fueron costeando hasta el viejo muelle.

    —Eh, chaval, echa el gancho.

    Mac se adelantó y arrojó el ancla sobre la proa, la soga se deslizó entre sus manos hasta que sintió el acero alcanzar los corales.

    —Ponte el equipo. Yo que tú me pondría un traje de tres milímetros. No se sabe qué clase de cosas te encontrarás ahí abajo que pueden hacerte trizas.

    Minutos más tarde, Mac estaba en el agua debatiéndose con la corriente que lo alejaba del pilote. Con la esperanza de que estuviera más calmado en el lecho marino, soltó el aire de su chaleco de buceo y descendió hasta el fondo arenoso. La visibilidad era escasa, quizás cinco pies, por causa de la corriente que movía la arena. Con cuidado infló el chaleco de buceo con suficiente aire para mantenerse a dos pies sobre el fondo, comprobó su brújula y siguió el rumbo hacia el pilar invisible. Quedó al alcance de su vista y nadó hasta él. Con la mano enguantada, soltó el cable acoplado a su cinturón de lastre y trabajó alrededor de la base de hormigón. Sujetarse con el cable le permitiría observar el pilar sin tener que desperdiciar energía luchando contra la corriente.

    El pilar mostraba cada detalle de su antigüedad. De la breve lección de historia que le había dado

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