Lamiel - Espanol
Por Stendhal
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Se convierte en dama de compañía de la duquesa de Miossens una notable local, y es atendida por el Dr. Sansfin, hombre feo, jorobado, cínico y ambicioso.
Después de haber seducido al hijo de la duquesa de Miossens, huye con él antes de partir hacia París con su dinero. Allí encuentra otro amante, el conde Nerwinde, al que ama más que el anterior, pero sin encontrar la felicidad que tanto desea.
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Lamiel - Espanol - Stendhal
Lamiel
Capítulo 1
Creo que somos injustos con los paisajes de esta bella Normandía a donde cualquiera de nosotros puede ir a dormir esta noche. Se cantan las alabanzas de Suiza; pero hay que pagar sus montañas con tres días de aburrimiento, las vejaciones de las aduanas y los pasaportes llenos de visados. Mientras que nada más llegar a Normandía, un océano de verdor se ofrece a los ojos cansados de las simetrías de París y de sus muros blancos.
Quedan atrás, hacia París, las tristes llanuras grises, la carretera avanza por una serie de hermosos valles y de altas colinas cuyas cumbres, cubiertas de árboles, se dibujan en el cielo y limitan, audaces, el horizonte, ofreciendo algún punto de partida a la imaginación, placer muy nuevo para el habitante de París.
Si seguimos adelante vislumbramos a la derecha, entre los árboles que cubren los campos, el mar, sin el cual no puede haber paisajes verdaderamente bellos.
Si los ojos, despiertos a las bellezas de los paisajes por el encanto de las lejanías, buscan los detalles, verán que cada prado forma como un recinto rodeado de muros de tierra, y estos muros regularmente dispuestos al borde de todos los prados están coronados de innumerables olmos jóvenes. Aunque estos árboles jóvenes no tengan más de treinta pies y los predios estén plantados sólo de modestos manzanos, el conjunto es verde y da la idea de un generoso fruto de la industria.
El panorama de que acabo de hablar es precisamente el que, al venir de París y acercarnos al mar, encontramos a dos leguas de Carville, un pueblo grande en el que, hace pocos años ocurrió la historia de la duquesa de Miossens y del doctor Sansfin.
Llegando de París, el comienzo del pueblo yace, perdido entre manzanares, en el fondo del valle, pero a doscientos pasos de sus últimas casas, cuya vista se extiende del Noroeste hacia el mar y el Mont Saint-Michel, se pasa por un puente muy nuevo sobre un bonito riachuelo de transparentes aguas que tiene el inteligente acierto de ir muy de prisa: todas las cosas tienen su inteligente acierto en Normandía, donde nada se hace sin su porqué, y a menudo un porqué muy sutilmente calculado. No es esto lo que me place en Carville, y cuando yo venía aquí a pasar el mes en que hay perdices, recuerdo que me hubiera gustado no saber francés. Yo, hijo de un notario de escasa fortuna, iba a instalarme en el castillo de madame Albert de Miossens, esposa del antiguo señor de la comarca, que no volvió a Francia hasta 1814. Hacia 1826, esto era un gran