Movimientos sociales e internet
Por Varios Autores
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Movimientos sociales e internet - Varios Autores
MOVIMIENTOS
SOCIALES
E INTERNET
Juan Carlos Valencia Rincón
Claudia Pilar García Corredor
(EDITORES)
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS
© Pontificia Universidad Javeriana
© Juan Carlos Valencia Rincón
Claudia Pilar García Corredor
Patricia Bernal
Irene Vélez-Torres
Francia Márquez-Mina
Claudio Maldonado Rivera
Gustavo Cimadevilla
Claudia Kenbel
Camilo Tamayo Gómez
Isaura Castelao
Eduardo Viveros
Ana Lúcia Sá
Carla Mansilla Hernández
Alcides Velásquez
Primera edición: septiembre del 2014
Bogotá, D.C.
ISBN: 978-958-716-717-7
Número de ejemplares: 300
Impreso y hecho en Colombia
Printed and made in Colombia
CORRECCIÓN DE ESTILO:
Nicolás Barbosa López
DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN:
Claudia Patricia Rodríguez Ávila
DISEÑO DE CUBIERTA:
Claudia Patricia Rodríguez Ávila
DESARROLLO EPUB:
Lápiz Blanco SAS
Editorial Pontificia
Universidad Javeriana
Carrera 7 No. 37-25, oficina 1301
Edificio Lutaima
Teléfono: 3208320 ext. 4752
www.javeriana.edu.co/editorial
Bogotá, D.C.
Movimientos sociales e internet / editores Juan Carlos Valencia Rincón y Claudia Pilar García Corredor. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2014.
272 p. : ilustraciones, tablas ; 24 cm.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN: 978-958-716-717-7
1. MOVIMIENTOS SOCIALES. 2. INTERNET (RED DE COMPUTADORES) -- ASPECTOS SOCIALES. 3. CIUDADANÍA. 4. TECNOLOGÍA Y CIVILIZACIÓN. I. Valencia Rincón, Juan Carlos, Ed. II. García Corredor, Claudia Pilar, Ed. III. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Comunicación y Lenguaje.
CDD 303.484 ed. 21
Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.
dff. Agosto 12 / 2014
Prohibida la reproducción total o parcial de este material,
sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.
Tabla de Contenido
Portada
Portadilla
Créditos
Prólogo Germán Rey Beltrán
PRIMERA PARTE. Reflexiones teóricas
Capitulo 1.
Propuesta de tipología de los movimientos sociales en Internet
- Juan Carlos Valencia Rincón
Capitulo 2.
Totalitarismos y nacionalismos: reflexiones desde la filosofía de la técnica
- Patricia Bernal
Capitulo 3.
Los movimientos sociales y los pasajes digitales: convergencias de un horizonte político alrededor del sujeto
- Claudia Pilar García Corredor
SEGUNDA PARTE. Casos de estudio
Capitulo 4.
Territorios para la autonomía de los pueblos e ¿Internet para qué? Reflexiones sobre procesos comunicativos de organizaciones afrodescendientes en Colombia
- Irene Vélez-Torres, Francia Márquez-Mina
Capitulo 5.
Apropiación tecnológica y producción de Narrativa Hipertextual Mapuche: Nuevas estrategias de lucha y autoidentificación en el conflicto Estado-nación y Pueblo Mapuche
- Claudio Maldonado Rivera
Capitulo 6.
Medios y públicos ¿Quien es quién en las secuencias on y offline?
- Gustavo Cimadevilla, Claudia Kenbel
Capitulo 7.
Ciudadanías transnacionales y comunicativas en contextos contemporáneos: acciones político-comunicativas de algunos movimientos sociales en Birmania e Irán
- Camilo Tamayo Gómez
Capitulo 8.
El uso de las redes sociales como instrumento de organización en movilizaciones sociales: el caso de #YoSoy132 en México
- Isaura Castelao, Eduardo Viveros
Capitulo 9.
Las voces de los Sin Voz: de las cibercomunidades a los movimientos en Guinea Ecuatorial
- Ana Lucía Sá
Capitulo 10.
Democracia Digital: redes sociales y movimientos ciudadanos en Chile durante el año 2011
- Carla Mansilla Hernández
Capitulo 11.
Construcción de escalas de medición de activismo individual y colectivo en línea
- Alcides Velásquez
Epilogo.
Unos y ceros. La tensión entre el tecnoutopismo y el desencanto
- Juan Carlos Valencia Rincón, Claudia Pilar García Corredor
Autores
Prólogo
Los movimientos de la sociedad. Descolocación, reajustes y cambios desde las tecnologías
Germán Rey Beltrán
Mientras leía el borrador de este libro, los jóvenes reunidos en la plaza Taksim de Estambul protestaban contra el proyecto del Gobierno de construir un centro comercial en el Parque Gezih. El primer ministro Recep Tayyip Erdogan se lamentaba de los estragos de Twitter, al que calificó como productor de mentiras absolutas
, y de las redes sociales, a las que consideró una fuente de problemas para la sociedad actual
. Por supuesto, no mencionó que, de las cuentas en Twitter de políticos del mundo, la suya es la quinta con más seguidores, cerca de 2.700.000. Unos días después, las calles de varias ciudades del Brasil se llenaron de manifestaciones, muchas de ellas convocadas a través de redes sociales y móviles, para rechazar, inicialmente, el incremento de las tarifas del transporte público y, después, para criticar los actos de violencia policial, la corrupción de los políticos, el despilfarro estatal en estadios construidos para el Mundial de Fútbol y las necesidades apremiantes en servicios de salud y educación para la ciudadanía. Una de las consignas que se escucharon en las calles no dejaba mucho lugar para el equívoco: No es un problema de centavos, sino de derechos
.
Mientras avanzaba en la lectura de los once capítulos que componen el libro coordinado por Juan Carlos Valencia y Claudia Pilar García, un joven estadounidense, Edward Joseph Snowden, revelaba a The Guardian y The Washington Post que la Agencia de Seguridad Nacional (ANS), en la que trabajaba, utilizaba el programa Prisma para acceder a millones de correos electrónicos, búsquedas de Internet, archivos enviados y conversaciones online de ciudadanos. Más adelante, se supo que la práctica de vigilancia y control se expandía a los propios países amigos de la Unión Europea, quienes reaccionaron airadamente frente a lo que llamaron una práctica de la Guerra Fría
. Esta cuenta con la ayuda de grandes corporaciones privadas de la era digital, como Google, Apple, Facebook, Microsoft y Skype, las cuales se escudan en declaraciones elusivas y se rebotan tímidamente sus propias complicidades.
Mientras paso las páginas de Movimientos sociales e Internet, Snowden deambula como un tránsfuga sin identidad por el aeropuerto de Moscú, el avión del presidente boliviano Evo Morales no recibe permiso de Francia, Italia, España ni Portugal para aterrizar y abastecerse de combustible en su viaje de regreso a La Paz, y los militares egipcios derrocan al presidente Mursi mientras vuelven las manifestaciones a la plaza Tahir, ahora sobresaltadas por la caída del representante de los Hermanos Musulmanes. La Primavera Árabe no parece ceder.
Es posible que, mientras concluya este prólogo, las turbulencias sean aún mayores. Pero ocurra lo que ocurra, el propósito del libro que el lector tiene entre sus manos es aún más pertinente. Los acontecimientos históricos dejan mella en los trazos de la escritura y los discursos, pero la realidad móvil en que se inscriben las ideas que aquí se plantean continúa siendo válida por los debates que propone, los conceptos que arriesga y hasta los parentescos inevitables de las experiencias que analiza. Porque si de familiaridades se trata, en este libro las hay -y muchas- con los sucesos presentes y, probablemente, con otros que se escaparán de las páginas de este texto. Es interesante observar la tensión originaria que le da sentido a este libro: por una parte, la puesta en cuestión del concepto de movimientos sociales
y, por otra, la irrupción en el panorama de la política contemporánea de otras formas de relación y de comunicación afianzadas en las nuevas tecnologías.
El concepto de movimientos sociales, tal como se conoció en las últimas décadas, parece hacer agua no solo en su conceptualización teórica, sino sobre todo en su protagonismo social. En América Latina, los movimientos sociales han tenido una presencia muy activa, insertados entre los tiempos de las dictaduras y la época de la imaginación de la democracia, y dibujados con rostros, propósitos y caracterizaciones muy diversas: desde los movimientos sociales de resistencia, hasta los movimientos juveniles, pasando por los movimientos de los sin tierra, los habitantes urbanos, las mujeres o las minorías. Con una visión premonitoria, Orlando Fals Borda escribió en la conferencia inaugural del VII Congreso de Sociología, celebrado en Barranquilla en 1989, que los movimientos sociales, que para entonces tenían dos décadas, no eran nuevos y estaban adquiriendo otras modalidades.
Millones de personas subordinadas y olvidadas por los poderosos -dijo- han logrado articular expectativas propias y realizar luchas independientes por soluciones democráticas. Con ello se ha demostrado una vez más la fuerza del impulso creador del hombre y de la mujer y su capacidad de resistencia ante las injusticias. La mayoría de los observadores de estos movimientos los ha visto con buenos ojos y les ha deseado buena suerte. Estiman que los movimientos han asumido la necesaria función histórica de articulación para la protesta. Los movimientos todavía alimentan la esperanza del progreso real en las comunidades, ven la posibilidad de construir un nuevo orden social más equitativo y próspero con paz y justicia, para contribuir a resolver las contradicciones del capitalismo y enmendar las inconsistencias éticas de la democracia burguesa.¹
Con estructuras partidarias muy desiguales y, en muchos países, endebles, con temporalidades que tenían la fugacidad de lo episódico o por el contrario la persistencia de la obstinación, los movimientos sociales irrumpieron combinando capacidad de movilización con debilidades estructurales, vocerías de actores invisibles con posibilidades relativas de incidir en las agendas del poder. Pero, en general, estos movimientos tenían líderes identificables, objetivos que se alimentaban discursivamente y estrategias que se concertaban a pesar de las dificultades para construir consensos.
En los días de internet, los movimientos sociales parecen definitivamente descolocados, pero no por la acción de las tecnologías, sino por las transformaciones de la sociedad. Si esta descolocación fuera solamente tecnológica, caeríamos en una explicación nuevamente instrumental que nada tiene que ver con los procesos que unen, como sucede en este libro, a las organizaciones afrocolombianas con las luchas del pueblo mapuche, el movimiento verde de Irán, el movimiento nacional de la no violencia de Birmania y la defensa de los derechos de participación ciudadana en Guinea Ecuatorial. Este es uno de los tejidos que intenta proponer este libro: el de los hilos que unen y a la vez diferencian a movimientos sociales de nuestra contemporaneidad, que son fuertemente locales y comprometidamente globales. La que se descoloca
es la sociedad, pues, de sobra, ya se conocen los cambios de encuadres, lugar y perspectiva que vivimos en la economía, la política o la cultura.
No es solo que hoy los movimientos sociales se convoquen por Internet, sino que crezcan sin las predicciones del pasado cuando lentamente se fraguaban, con un denso trabajo de grupos y liderazgos que se comprobaban en la acción. Las inmensas manifestaciones del Brasil desconcertaron a los políticos, acostumbrados a las grandes convocatorias masivas que los partidos controlaban con detalle milimétrico. Las protestas que aparentemente brotaron por las intromisiones gubernamentales en un parque que conserva los recuerdos de millones de personas
, según lo recordaba el premio nobel turco Orhan Pamuk, suscitaron el fervor de un político a la vieja usanza, que encaramado sobre el techo de un autobús reconvenía a sus simpatizantes mientras se sorprendía de esta insurrección de jóvenes que, además, no aceptaban la prohibición de besarse libremente en el metro de Ankara. Es posible que las causalidades del pensamiento político del pasado presentes en preguntas como, por ejemplo, hasta dónde estos movimientos son salidas efectivas frente al poder o qué grado de permanencia tienen las propuestas políticas ante las oscilaciones de las voluntades, ya no sean apropiadas para explicar los ascensos y descensos de la protesta e inclusive sus ceremonias y rituales.
La idea de lo internacional se vuelve demasiado pequeña y casi anacrónica cuando se intentan percibir los flujos que, como oleadas, permiten afirmar que todos ellos forman parte de un mar semejante y familiar. Uno de estos flujos es el que dibuja Camilo Tamayo en su texto cuando resalta la manera como se están reclamando y exigiendo contemporáneamente los derechos fundamentales en las diversas esferas públicas
y explicita los que conforman a las ciudadanías comunicativas. Diferentes ciudadanías dan lugar a nuevos derechos que se agregan a los conocidos o, peor aún, a los olvidados. He aquí una clave para entender los movimientos sociales contemporáneos y, por ende, algunas de las prácticas políticas más habituales en nuestros días.
Los análisis de la situación turca y de la brasileña parecen ir por esta senda. No son los céntimos sino los derechos, como decía la pancarta de Sao Paulo, no es solamente la defensa de un parque sino también el repudio del autoritarismo, la protesta social por la pérdida de libertades civiles y la intromisión de las disposiciones religiosas en el transcurso de la vida cotidiana de millones de personas. Refiriéndose a la aparición de otras ciudadanías, Tamayo escribe que todas ellas han querido llamar la atención sobre las nuevas formas con las cuales los ciudadanos buscan reclamar, apropiarse, vivir, expresar o experimentar nuevos niveles de ciudadanía y de acción política a través de la conformación de movimientos sociales de cuarta generación (Keane, 2001), algunos muy ligados a la apropiación de las nuevas tecnologías y en especial del uso de Internet
. Aquí esta otra clave. Desde los estudios de la comunicación, los movimientos sociales han interesado ya sea por sus reivindicaciones comunicativas, el uso estratégico de la comunicación en la práctica política y social, las relaciones/reacciones comunicativas frente al poder político o las conexiones de democracia y ciudadanía con comunicación. Pero las cosas han cambiado radicalmente desde que las nuevas tecnologías se convirtieron en un campo específico de la lucha política y en un mediador del encuentro, la protesta y las formas organizativas de la política.
El viejo problema de los medios de comunicación y la política, ya sea desde la perspectiva de las formas de representación, los modos de narrar o su democratización, ha sido desbordado por las discusiones -provechosas política y comunicativamente- que han traído las nuevas tecnologías y, más concretamente, Internet. Durante años, la ficción mediática de la política atrajo a los investigadores e incluso a los mismos políticos: a los primeros porque trataban de explicar fenómenos como la construcción de la opinión pública, los contradiscursos de los que hablaba Nancy Frazer o la revelación social de las acciones y las propuestas de los gobernantes o de las instituciones políticas (por ejemplo, de los partidos). A los segundos, porque calificaron a los medios como poderes fácticos, opuestos a los poderes institucionales y, por lo general, generadores de desconfianzas, de paso los mayores causantes del descenso de la reputación, la credibilidad y la legitimidad de los políticos.
En Panorama desde la plaza Taksim
, la escritora turca Elif Shafak escribió que salvo algunos periódicos, los grandes medios de comunicación se han mostrado increíblemente reacios a informar sobre las protestas, agregando además que: a falta de una cobertura amplia e imparcial, las redes sociales han florecido. Un estudio de la Universidad de Nueva York revela que, en solo ocho horas, se enviaron dos millones de tuits sobre el Parque Gezi
.²
Lo que atrae a los ojos de los investigadores, como sucede en este libro sobre los movimientos sociales, son sus nuevas conexiones comunicativas y tecnológicas. No se trata de la preocupación de hace unos años sobre medios y política, sino de dos oportunidades inéditas: la primera, contrastar el significado de los movimientos sociales contemporáneos con los sentidos comunicativos que hoy se tramitan en la sociedad, es decir, la íntima vecindad que existe en nuestros días entre la política y la comunicación; y la segunda, indagar con mayor propiedad el nuevo campo de derechos, ciudadanías, debates y conflictos que compagina a la política con las nuevas tecnologías y, sobre todo, con el catálogo de sus apropiaciones.
De las dos oportunidades se tienen ejemplos en este libro. De la primera, porque interesa la autorrepresentación de los indígenas mapuche en Chile, que acuden al espinoso tema de los vínculos entre comunicación e identidad. También muestran la confrontación entre lo que representa el retorno del PRI y su pasado, el cual pocos jóvenes conocieron, a través del movimiento Yo soy 132
. De la segunda, porque Internet es un campo fecundo para convocar, movilizar, protestar, ponerse en contacto. La política es mucho más que esto, pero parece que esta opción ayuda a derrumbar los modos en que la política movilizaba en el pasado. De la plaza a los medios y de los medios a Internet, este es el camino que se ha recorrido en poco tiempo desconfigurando las maneras en que los partidos o inclusive los movimientos sociales originarios convocaban a la protesta. Lo que se observa en los movimientos de conectados es una complementariedad de los modos de movilizar políticamente. Ahí están las plazas, ahora no solo como recipiente sino sobre todo como contenido. Tahir, Taksim, Wall Street y la plaza del Sol son íconos con una carga simbólica y política indudables. También los medios, aunque muchos de ellos se han convertido en objeto de la protesta, como sucedió con las críticas a O Globo o los cercos a Televisa en México. Se les criticaba precisamente los compromisos políticos de sus agendas, así como las distorsiones de sus relatos. Y en todos los movimientos recientes, las redes sociales y el teléfono celular han sido instrumentos rápidos y flexibles de convocatoria y diálogo. La política es más que Twitter o las redes sociales, como es más que la televisión o la concentración pública. Significa proyecto, sentido colectivo, organización durable, liderazgos, accountability. ¿O es precisamente todo ello lo que se está replanteando?
Pero hay otra vertiente de los análisis sobre las relaciones entre movimientos sociales e Internet que Juan Carlos Valencia plantea desde el inicio del libro. Es la aparición de movimientos y grupos de activistas que tienen como lugar de expresión el mundo de las nuevas tecnologías e Internet: "hackers, defensores del software libre, abanderados del copyleft, diseñadores de virus informáticos, anarquistas del mundo digital, cyberpunks, grupos antimarcas y anti grandes compañías, propulsores de los digital commons; estos y más activistas convergen, se comunican, complotan y proponen en Internet." Se trata de uno de los campos más abigarrados de la lucha política, que además pone en evidencia uno de los ejes centrales de la vida contemporánea: el de las tecnologías. Un campo que atraviesa los comportamientos más disímiles, que une globalmente lo que es diferente y que revela las tensiones de sectores de la sociedad que en el pasado tenían límites muy precisos. El de la política que ya no es un sistema tan monolítico y homogéneo, el de la economía que empezó hace unas décadas a pesar enormemente en las decisiones públicas y a tener un poder que desafiaba a los propios Estados, el de la cultura que hoy transita de manera muy importante por los flujos informáticos y la multiplicidad de los soportes técnicos. Pero no se trata de replanteamientos abstractos o generales. Por el contrario, hacen que política, economía o cultura se encuentren a bruces entre ellos, con las tecnologías y, sobre todo, con su apropiación social por parte de hombres y mujeres. Las discusiones sobre las grandes corporaciones empresariales se cuelan en las casas de la mano de los problemas del servicio de banda ancha o de la oferta televisiva por cable, así como de los sistemas globales de control y vigilancia. La política, que antes tenía un conjunto de mediadores institucionalizados, se replantea con los procedimientos de interacción tecnológica de los ciudadanos con el Estado, así como con las posibilidades inmediatas de reacción de las redes sociales frente a las decisiones de los gobernantes y la cultura. En el pasado, esta se aposentaba -a veces demasiado complacientemente- en instituciones reconocidas, como los grandes teatros de cine, espacios cerrados para los museos, archivos bibliográficos para los museos o inclusive los CD de música, los cuales ahora conforman