Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Redes sociodigitales en México
Redes sociodigitales en México
Redes sociodigitales en México
Libro electrónico254 páginas3 horas

Redes sociodigitales en México

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Este libro reúne un conjunto de ensayos e investigaciones sobre las posibilidades y realidades de la interacción de individuos a través de redes digitales (Facebook, Twitter) y sus repercusiones en distintos ámbitos de la vida pública en México como el ejercicio de la democracia, el activismo y la opinión política, las manifestaciones artísticas y religiosas, o la defensa y la definición de la identidad étnica.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 dic 2016
ISBN9786071642707
Redes sociodigitales en México

Relacionado con Redes sociodigitales en México

Libros electrónicos relacionados

Cultura popular y estudios de los medios de comunicación para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Redes sociodigitales en México

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Redes sociodigitales en México - Rosalía Winocur Iparraguirre

    2015

    México enredado

    AUGE, LIGEREZA Y LIMITACIONES EN EL USO POLÍTICO

    DE LAS REDES SOCIODIGITALES

    RAÚL TREJO DELARBRE

    Definitivamente: las redes sociodigitales son un elemento fundamental en el proselitismo y el debate políticos. Pero aún son recurso de pocos. En México prácticamente no hay personaje público, especialmente entre aquellos que se dedican al quehacer político, que no tenga una cuenta en Twitter y con frecuencia también en Facebook y YouTube. La posibilidad de llegar a públicos amplios sin intercesión de los medios de comunicación tradicionales, la disponibilidad de centenares de miles o millones de usuarios conectados a tales redes y la simpleza y la rapidez, así como el bajísimo costo de esos espacios de interrelación con los ciudadanos, los han vuelto instrumentos irremplazables en el quehacer político.

    Sin embargo, los ciudadanos, que se han volcado masivamente en las redes sociales y que las hacen ya espacios esenciales en sus rutinas de socialización, por lo general soslayan los contenidos de carácter político y los ubican dentro de una muy amplia constelación de mensajes, lo mismo icónicos que textuales.

    INFORMACIÓN POLÍTICA SIN JERARQUÍAS

    En los medios convencionales —prensa, telediarios, informativos en la radio— los asuntos políticos son aquilatados y presentados como resultado de una jerarquización que les permite a sus audiencias reconocer, siempre a juicio de quienes toman decisiones en tales medios, cuáles contenidos son más relevantes que otros. La política, por sus implicaciones en la vida de todos nosotros pero también debido a compromisos e intereses específicos de quienes manejan cada medio de comunicación, por lo general es presentada de manera destacada. Anuncios y declaraciones, comparecencias y acciones de los gobernantes y los dirigentes políticos aparecen en primeras planas o entre los temas iniciales de los noticieros en medios de radiodifusión. Cada lector, televidente o radioescucha encuentra en el medio de su preferencia una selección de asuntos de actualidad. La confianza que tenemos en cada medio, e incluso el recelo que nos pueda merecer, nos permiten valorar la relevancia que le reconocemos en la selección informativa que nos ofrece.

    En las redes sociodigitales la selección de asuntos y fuentes depende de cada usuario. En esos espacios nos enteramos de muchísimos contenidos y cada quien de acuerdo con sus propias conveniencias, aficiones, convicciones y experiencias elige cuáles de ellos irá consumiendo. El menú que nos ofrece Facebook depende de los textos, las imágenes o los videos, así como los comentarios que coloquen nuestros amigos en esa red social. Como cada uno de nosotros tiene su propia red, mezcla de amistades fraguadas en el mundo fuera de línea junto con otras que hemos encontrado o consolidado en el espacio digital, los contenidos que cada quien recibe son expresión de inclinaciones y gustos que hemos expresado al elegir a esos amigos y no a otros. Entre ellos puede haber personajes políticos a cuyas páginas nos hemos adherido, lo mismo que a páginas de cantantes, deportistas, escritores, medios de comunicación u organizaciones sociales que nos interesa seguir.

    La oferta de lectura y contemplación así conformada carecerá de jerarquías. A diferencia de la primera plana del periódico, en donde se nos muestra una selección de temas que los editores del diario han considerado la más relevante, en Facebook nos enfrentamos a una sucesión miscelánea de temas.

    El video de un político al que hemos resuelto seguir aparecerá antecedido por el mensaje de cumpleaños para alguno de nuestros amigos, un chascarrillo simplón que colocó el amigo de un amigo y los resultados del futbol en un país tan distante del nuestro que nos interesa poco o nada. La política, en las redes sociales, se entremezcla con otros temas de la vida cotidiana. Nunca como ahora, gracias a esas redes sociodigitales, la política se ha acercado tanto a los ciudadanos. Y nunca como cuando estamos frente a ese batiburrillo de temas, imágenes, frases, la política nos ha resultado tan desjerarquizada.

    EN LAS REDES DIGITALES,

    ESPACIO PÚBLICO ENSANCHADO

    Las redes sociodigitales conectan a unas personas con otras y a las personas con grupos e instituciones. La inmersión en el océano de datos, imágenes y frases que encontramos a nuestra disposición en tales redes es tan intensa y extensa como cada individuo decida. Ya no se trata de una contemplación desde fuera como la que ejercemos cuando miramos el televisor o leemos una revista. El consumo de contenidos en línea, cuando accedemos a ellos desde nuestro muro en Facebook o nuestra cuenta en Twitter, es una acción personalísima y determinada por las condiciones y los intereses de cada quien.

    Los políticos por lo general no se hacen cargo de esas características en el consumo de contenidos en las redes sociales. Los mensajes que colocan allí son de carácter general, dirigidos a todo tipo de ciudadanos y sin reconocer grupos, preferencias y tendencias que esos mismos ciudadanos conforman y expresan en tales redes. En ellas se entremezclan intereses personales y colectivos, privados y públicos. Y de ellas surgen expresiones, afinidades, animosidades o adhesiones que, cuando son recuperadas por los medios de comunicación convencionales, alcanzan mucho mayor notoriedad social.

    Las redes sociodigitales son parte de un ecosistema de informaciones que lleva mensajes de la sociedad a ellas, de allí a los medios de comunicación de masas, entonces de regreso a espacios de encuentro e intercambio en la sociedad y de allí otra vez a Facebook o Twitter, entre otras redes. Esa intensa y constante circulación de ideas, actitudes, contenidos y convicciones, que con frecuencia va de las redes digitales hacia espacios fuera de línea como los medios de comunicación, permite reconocer que nos encontramos ante la ampliación y la diversificación del espacio público.

    El investigador de origen sueco Peter Dahlgren describe puntualmente ese nuevo panorama que ha modificado al menos algunas de las coordenadas tradicionales del quehacer político y que indudablemente altera, ensanchándolo y haciéndolo más accesible, el espacio público:

    Internet claramente marca una diferencia: contribuyendo a las transformaciones masivas de la sociedad contemporánea a todos los niveles, ha alterado los paradigmas y la infraestructura de la esfera pública de forma variada y espectacular. Poniendo a disposición grandes cantidades de información, fomentando la descentralización y la diversidad, facilitando la comunicación y la interacción individual y proporcionando nada más y nada menos que un espacio de comunicación sin límites a velocidad instantánea para quienquiera que lo necesite. Esto ha redefinido las propuestas y el carácter de la participación ciudadana.¹

    Los ciudadanos tenemos más información que nunca. Pero además la intercambiamos y con frecuencia la contrastamos. Todas nuestras creencias, preferencias y convicciones, entre ellas las que tienen que ver con asuntos públicos, son constantemente confrontadas con las opiniones de otros, y por ellos. Esa abundancia de fuentes de información y diferenciación puede enriquecer el entendimiento e incluso la deliberación de asuntos públicos relevantes. Las redes sociodigitales, e internet de manera más amplia, nos interconectan con asuntos cuya discusión y solución hasta ahora eran patrimonio de especialistas y de los políticos (gobernantes, legisladores, dirigentes). Pero ese acercamiento a los asuntos públicos es concurrente con el involucramiento de las personas en los más variados temas (tendencias sociales y culturales, información trivial mezclada con la que podríamos considerar esencial, situaciones personales, etcétera).

    En palabras de la profesora Zizi Papacharissi, de origen griego y avecindada en los Estados Unidos y que ha estudiado la internet como espacio social ampliado, los ciudadanos monitoreamos constantemente asuntos de lo más variados y en ese escrutinio vamos de los medios convencionales a la red y viceversa para encontrar asuntos que nos llaman la atención por los más variados motivos:

    El ciudadano monitorial es simultáneamente monitor y voyeur, así como las culturas dominantes de infoentretenimiento político mezclan información que satisface el ojo vigilante del monitor cívicamente responsable, tanto como la curiosidad inherente del voyeur. Los usos cívicos de los medios convergentes son, simultánea o desfavorablemente, participativos y pasivos.²

    Ese ciudadano monitorial discute acerca de todos los asuntos y está en contacto con personajes de la más variada índole porque no solamente los ve en televisión y los escucha en la radio sino además, a menudo, forman parte de las redes que cada quien articula. Algo ha cambiado en nuestra relación con los asuntos públicos cuando entre los individuos a quienes seguimos en Twitter están nuestros compañeros de trabajo o escuela, algunos vecinos y varios antiguos conocidos, junto al diputado que nos representa, el dirigente del partido político en el que tenemos interés o el presidente de la República. A todos los monitoreamos tanto en los medios de comunicación como, antes y después de ello, en las redes sociodigitales.

    Además de enterarnos, podemos discutir a esos personajes. En las redes sociales, hipotéticamente al menos, existen las condiciones para que se cumpla el ciclo que va de la discusión a la deliberación y de allí a la democracia. Los asuntos públicos podemos discutirlos con nuestros pares (amigos, colegas, vecinos, etc.) y también es posible abrir ese intercambio a los protagonistas o a quienes deciden esos temas. De allí se deriva, siempre en el plano de las suposiciones, una conversación que tiene todos los atributos para ser considerada plenamente ciudadana.

    En términos de varios autores que han estudiado la conformación de la conciencia cívica a partir del intercambio en redes sociodigitales:

    La discusión interpersonal es clave en el funcionamiento de la democracia debido al papel que la discusión juega en el buen estado de la deliberación política […] La conversación política a menudo propicia e incrementa el deseo de participar en asuntos políticos debido a que el mero acto de interactuar con otro ayuda a solidificar las opiniones. La deliberación también sirve para empoderar a los ciudadanos. La conversación política contribuye al desarrollo de opiniones de alta calidad debido a la sofisticación que es inherente al diálogo.³

    NUEVAS MEDIACIONES ENTRE CIUDADANOS

    Y ASUNTOS PÚBLICOS

    Los ciudadanos, inmersos en las redes digitales, tienen más recursos que nunca para deliberar. Pero esas posibilidades las emplean poco. Todavía es más frecuente que los usuarios de Twitter o Facebook se limiten a contemplar lo que otros dicen más que a decir ellos sus propias aportaciones. Sobre todo, tratándose de asuntos políticos, las opiniones en esas redes suelen reducirse a encomios o descalificaciones. Hacer click en el botón que indica me gusta es el comportamiento más frecuente en Facebook. Indicar que un tuit es de nuestros favoritos también es sencillo. Pero el tránsito de esas adhesiones contemplativas a las expresiones activas sigue siendo patrimonio de pocos en tales redes.

    Las capacidades que esos espacios de información, deliberación e interacción abren para el desarrollo de la cultura cívica parecieran colocarnos en una nueva fase en el compromiso público y la participación de los ciudadanos. Sin embargo, salvo casos de excepción, por lo general las personas que se asoman a enterarse de temas políticos en las redes digitales participan poco. Además, a menudo los ciudadanos, dentro y fuera del entorno digital, comparten esa suerte de escepticismo y desavenencia que se extiende en nuestras sociedades respecto de los partidos políticos.

    Los defectos y desperfectos que padecen y ocasionan los partidos políticos han incrementado la desconfianza respecto de ellos y el repliegue de muchos ciudadanos de los asuntos públicos. Las redes sociodigitales, con todas las facilidades que ofrecen para poner en circulación posiciones críticas, información y exigencias acerca de las decisiones de los políticos, son poco utilizadas para el empoderamiento de los ciudadanos, al menos todavía. En México siguen siendo minoría quienes aprovechan las capacidades comunicativas de redes como Twitter y Facebook para difundir versiones de la vida pública distintas de las que ponen a circular los partidos y las instituciones a cargo de la política.

    Cuando en 2012 la Encuesta Nacional de Cultura Política preguntó qué tan necesarios eran los partidos políticos para que el país mejorara, 64% de los entrevistados respondió que son necesarios o muy necesarios. Pero 34.5% contestó que los partidos son poco o nada necesarios. El dato relevante —y preocupante— es que más de la tercera parte de los mexicanos considera que los partidos son prescindibles.

    Otros estudios indican que el nivel de confianza en los partidos ha sido bajo desde hace varios años. La firma Consulta Mitofsky pregunta regularmente en sus encuestas qué calificaciones les adjudican los ciudadanos a diversas instituciones. En abril de 2004 los partidos políticos tuvieron una calificación de 4.7 en escala de 10; en enero de 2006 esa apreciación subió a 6.4, pero para febrero de 2008 había disminuido a 5.5. En los siguientes años se mantuvo constante en 5.7, pero para febrero de 2014 había caído, ligeramente, a 5.1.

    Errores y abusos de los partidos políticos propician esa desconfianza en todo el mundo. Esos yerros ahora son conocidos con más detalle y resultan ampliamente propagados por los medios de comunicación —cuando hay suficiente libertad de prensa para que los medios puedan asumir posturas informativas vigilantes y críticas—. Estancamiento de los partidos y creciente divulgación de desaciertos que antes permanecían ocultos o que no eran tan conocidos se conjugan para propiciar un bajo perfil de las organizaciones políticas. Pero en ese proceso posiblemente también influye el desarrollo de nuevas capacidades de los ciudadanos para relacionarse directamente con los asuntos públicos.

    Hasta hace poco tiempo, una de las funciones cardinales de los partidos políticos consistía en servir como intermediarios entre los ciudadanos y el poder gobernante. El partido cumplía así con una doble función: les servía a los ciudadanos como representante directo y era mediador entre el gobierno y la sociedad. En no pocas ocasiones esa capacidad mediadora del partido político, o de los políticos simplemente, propiciaba formas de relación clientelares: votos, o adhesiones de diversa índole, a cambio de servicios, subsidios o concesiones gubernamentales.

    Ahora comienza a desarrollarse una relación directa entre los ciudadanos y las instancias responsables de atenderlo. La posibilidad de presentar reclamos, solicitar servicios, requisitar formularios e incluso conocer el desempeño de variadas áreas de la administración pública a través de espacios en línea está comenzando a cambiar la distancia entre el gobierno y los ciudadanos. Un observador de tales procesos explica: El rol de los partidos políticos como mediadores entre ciudadanos y Estado se pone en tensión, se cuestiona y en algunos casos se debilita, dada la creciente habilitación de canales directos de comunicación entre las personas y las instituciones.

    El factor que más detiene esos cambios es la todavía presente brecha digital. Las dificultades para que la población tenga acceso a internet implican deficiencias en infraestructura, políticas públicas para tender conexiones pero también para regular tarifas y servicios e incluso problemas de alfabetización digital. En México, en 2013 había 51 160 000 usuarios de internet, que representaban 43% de la población. El avance en ese campo no ha sido pequeño, sobre todo si se considera que tan sólo siete años antes, en 2006, los mexicanos con acceso a la red eran 20.5 millones (algo menos de 19% de toda la población).⁷ Alrededor de 2015 la mitad de los mexicanos estará conectada a la red. Será un porcentaje alentador pero la insuficiencia que también demuestra es evidente: la otra mitad de los mexicanos aún no tendrá conexiones a internet. Además, no todos los mexicanos que tienen posibilidad de conectarse lo hacen desde sus domicilios. Por primera vez, en 2013 los mexicanos con conexiones en sus casas fueron más (56%) que aquellos que solamente pueden conectarse en sus centros de trabajo o escuelas.

    EN FACEBOOK, POLÍTICA RELEGADA

    A NIVELES MARGINALES

    Las redes sociodigitales son instrumentos que los ciudadanos utilizan para enterarse de asuntos políticos. Pero como se trata de recursos que ofrecen la posibilidad de interacción, entonces funcionan como instrumentos que acercan a cada ciudadano de manera diferente. Cada usuario de Facebook o Twitter, como señalamos antes, tiene su propia colección de relaciones con amigos, organizaciones, personajes públicos, causas o instituciones. Cada quien construye sus propias redes, de tal suerte que (salvo que se trate de cuentas fantasma, diseñadas para abultar artificialmente el número de seguidores de una organización o un personaje público) no hay dos cuentas iguales.

    En esas redes cada usuario tiene amigos (Facebook) o seguidores (Twitter) aunque por lo general, respecto de personajes y asuntos públicos, cada ciudadano es, a su vez, seguidor de muchos otros. Los artistas y cantantes, los periodistas que aparecen en televisión o los deportistas notorios suelen tener muchos seguidores en comparación con aquellos a los que siguen. Igual que en tantos otros aspectos de la vida fuera de línea, en las redes sociodigitales no hay equidad. No existen relaciones horizontales, de tú a tú, porque los personajes

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1