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Los colores del conocimiento: Una visión policromática de la sabiduría humana
Los colores del conocimiento: Una visión policromática de la sabiduría humana
Los colores del conocimiento: Una visión policromática de la sabiduría humana
Libro electrónico336 páginas30 horas

Los colores del conocimiento: Una visión policromática de la sabiduría humana

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El colectivo de blogueros de Tendencias 21 ha confeccionado este libro con la finalidad de compartir los conocimientos adquiridos en sus respectivas disciplinas. Su finalidad es prestar un servicio de valor añadido a la sociedad, ayudándole a comprender la riqueza y complejidad del conocimiento humano en aquellas áreas en que cada bloguero es competente.

No pretendemos ser exhaustivos, sino que en este esfuerzo nos anima un sabio pensamiento de Einstein: lo más incomprensible del universo es que sea comprensible. Aquello que hemos comprendido, lo compartimos con los demás.
IdiomaEspañol
EditorialLola Books
Fecha de lanzamiento31 jul 2015
ISBN9783944203195
Los colores del conocimiento: Una visión policromática de la sabiduría humana

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    Los colores del conocimiento - Blogueros de Tendencias21

    Cardeñosa.

    EDUARDO MARTÍNEZ DE LA FE

    1. El simio coronado: Historia de todos nosotros

    Eduardo Martínez de la Fe es periodista científico y filósofo de la ciencia. Fundador y creador, junto a Alicia Montesdeoca, del proyecto Tendencias, ha dedicado los últimos 25 años a la difusión del conocimiento científico desde una perspectiva compleja e interdisciplinar.

    El hombre tiene dos ojos

    Uno ve sólo lo que se mueve en el tiempo fugaz

    El otro lo eterno y lo divino

    EL LIBRO DE ANGELUS SILESIUSI¹

    Una especie con principio y fin

    En un principio era el pie, señala el antropólogo Marvin Harris² para explicar el origen histórico de nuestra especie y la importancia que tuvo para nuestros antepasados los homínidos, hace cinco millones de años, el hecho de caminar erguidos antes incluso de adquirir el uso de la palabra o de la razón. El empleo de herramientas que impulsó la evolución posterior de estos homínidos va asociado al hecho de caminar erguidos.

    La antropología moderna considera que gorilas, chimpancés y los seres humanos primitivos tuvieron a los simios como antepasado común hace no más de seis millones de años. La vida de los simios se remonta a unos 30 millones de años. Al final de esta rama de la vida se encuentra el retoño de nuestra familia zoológica, el homínido, del que surge el homo sapiens.

    Si aumentamos el zoom, descubrimos que el universo se formó hace una quincena de miles de millones de años y que nuestro hábitat natural que es el planeta Tierra tiene aproximadamente la mitad de la edad del universo. Escalas de tiempo que, a pesar del desarrollo de nuestra especie, seguimos sin poder asumir: sólo hace un millón de años que nos pusimos de pie sobre la Tierra y hemos perdido el rastro de nuestro pasado más remoto.

    Desde la Edad de Piedra hemos invertido poco más de 100.000 años en pasar de la caza y la recolección a la sociedad de nuestros días, lo que representa el ocho por ciento del tiempo total de nuestros antepasados los erectus. Si nuestra especie resiste tanto como el erectus, tenemos otros 1,2 millones de años por delante, señala Harris³. Desde la antropología es todo lo que podemos saber sobre nuestro futuro más lejano.

    La zoología es más explícita: el 99,999 % de las especies conocidas ha desaparecido y esta desaparición es, seguramente, el destino reservado a todas las especies, señala el zoólogo de Harvard Richard Lewontin.⁴ Antes o después de 1,2 millones de años nuestra especie será historia, un episodio más de la evolución cósmica, nos indica la experiencia de otros seres vivos.

    El ya desaparecido Aurelio Peccei, fundador del Club de Roma, estableció en 1981 una escala de la evolución que nos ayuda a situarnos en las dimensiones temporales en las que nuestra especie ha desarrollado su experiencia.⁵ Si medimos la historia del universo en los seis días de la creación relatados por el Génesis, del lunes al sábado, la Tierra habría surgido en los primeros minutos de la madrugada del lunes y los gérmenes de vida el jueves por la mañana. Estos gérmenes no alumbraron a los especímenes más evolucionados, los mamíferos, hasta la tarde del sábado. Cuando faltaba un cuarto de hora para la medianoche de ese sábado irrumpieron los antropoides y homínidos, nuestros más remotos antepasados biológicos. La aventura humana comienza la medianoche del sábado y desde entonces sólo ha transcurrido menos de un minuto (un millón de años).

    No sólo la génesis de nuestra especie ha sido apoteósica, sino que en la escala de la evolución aún somos recién nacidos. Un millón de años, que es lo que nuestra especie lleva sobre la Tierra, equivale a diez mil siglos, pero el 99% de este período, que corresponde a la prehistoria, no tiene pasado conocido, sino vestigios. De la experiencia humana sólo conocemos los cien últimos siglos, es decir, diez mil años, el uno por ciento de nuestra historia, medio segundo de la escala temporal del Génesis. ¿Cómo amar a nuestra especie si apenas la conocemos? Estamos en el ecuador de nuestra experiencia evolutiva y somos la mayor incógnita del universo.

    Este desconocimiento de nuestro más remoto pasado nos lleva a olvidar que somos descendientes directos del homo sapiens primitivo, con el que no tenemos vínculos afectivos. Nuestra memoria personal se remonta sólo a unos siglos atrás, pero hubo un tiempo en el que vivíamos en cavernas. La inteligencia de la que hoy disfrutamos es el resultado de miles de años de evolución. Cien mil millones de seres humanos antes que nosotros, tantos como las estrellas conocidas de nuestra galaxia, han compartido esta cadena evolutiva para posibilitar que aquella dura experiencia primigenia de convivencia e inteligencia, de interpelación a mundos oníricos, madurase.

    Nuestras manos son como las suyas, compartimos con el sapiens primitivo el mismo hábitat y en nuestros genes está escrita la historia de esta epopeya humana. Pero somos irreverentes con ese pasado, como si no fuera nuestro. La presión del presente y del futuro es más intensa en nuestras conciencias que la presión del pasado. Este desequilibrio nos lleva a olvidar también que somos efímeros, un instante insignificante de la vida del universo.

    El principio de la inteligencia y la cooperación

    La línea evolutiva que conduce al hombre moderno se separa de los simios hace unos cinco millones de años. Los simios son cuadrúpedos, el hombre es bípedo. Los simios tienen mandíbulas grandes y cerebro pequeño, el hombre mandíbula pequeña y cerebro grande. La mayoría de los simios está adaptada a la vida en los árboles; el hombre vive sobre la superficie terrestre. Cuando algunos grupos de simios dejaron los árboles comenzó la primera fase de la historia humana: Un simio bípedo y bimano sólo tiene sentido desde el punto de vista de la evolución porque podía hacer en el suelo algo que ninguna otra criatura había hecho nunca tanto ni tan bien: utilizar las manos para fabricar y transportar herramientas y utilizar herramientas para satisfacer necesidades cotidianas.

    Al bajar de los árboles, nuestros antepasados más remotos debieron sustituir la protección natural que les proporcionaba la altura por sus miembros superiores. Ya no los necesitan para colgarse de las ramas y de sus brazos dependen cada vez más. Sólo sobreviven las bandas cuyos miembros desarrollan las capacidades que reclama su particular método de supervivencia: destreza manual, control corporal y sensibilidad táctil. Es así como se consigue la primera proeza evolutiva: detallar en la corteza cerebral la representación de la mano y, especialmente, del pulgar.

    Merced a esta creciente utilización de las manos, las mandíbulas dejan de ser útiles para la defensa y pierden los grandes caninos y los premolares. Al reducir su tamaño original, las mandíbulas dejan más espacio a la masa cerebral. Es así como surge nuestra especie, bípeda, erecta, de gran cerebro, mandíbula pequeña y pulgar oponible, los rasgos distintivos del homo sapiens.

    Esta transición de los rasgos corporales del simio al humano se presenta de modo continuo, sin rupturas. Es tan fluida que resulta imposible, basándose en los rasgos de los esqueletos, decidir dónde ha de trazarse una frontera entre el estadio prehumano y el humano.⁸ En cualquier caso, puede ser explicada naturalmente: no parece haber nada demasiado sobrenatural en la evolución de nuestra especie.⁹

    La cooperación para la supervivencia es otro de los rasgos distintivos del homo sapiens desde sus orígenes: los individuos mutantes que tienen una habilidad superior para comunicarse entre sí, transforman el lenguaje genético de los simios, basado en los signos, en un sistema más flexible de símbolos compartidos, que es el fundamento del lenguaje. El papel crucial del lenguaje en la evolución humana no fue la capacidad para el intercambio de ideas, sino el incremento de las posibilidades de cooperación, señala Fritjof Capra.¹⁰

    Como consecuencia de estas transformaciones, la conducta social se libera del dominio genético y se adapta a las circunstancias, provocando nuevos cambios en la neocorteza cerebral relativos a la comunicación y la socialización. Esencialmente, el homo sapiens no ha cambiado nada desde entonces. Somos sus descendientes directos.

    La primera revolución que vive nuestro antepasado sapiens es la del fuego, utilizado ya por el erectus al menos medio millón de años atrás. Las diferentes posibilidades de este descubrimiento, desde aprovechar su aparición natural hasta conseguirlo rozando piedras, lleva al sapiens a emplear el fuego como herramienta o arma y posibilita a nuestros ancestros un control sobre la naturaleza que no había alcanzado ninguna otra especie.

    El despegue es inmediato: el control de los miembros superiores, la sociabilidad y la superioridad obtenida sobre las demás especies por las herramientas, las armas y el fuego, desencadena la construcción de viviendas y el almacenamiento de comida. Una vez asegurada la supervivencia, es posible colonizar territorios fértiles. Se inicia la revolución neolítica: aparecen los cultivos y se domestican animales. Las bandas nómadas de homínidos devienen agricultores sedentarios.

    La agricultura representa la mayor metamorfosis de nuestra especie, ya que le permite no vivir exclusivamente para la supervivencia. Hay tiempo para algo más que comer y defenderse, ya que las necesidades básicas están controladas mediante las cosechas, la caza y la arquitectura. Comienzan los tiempos históricos porque, por primera vez, nuestros antepasados dejan indicios de su pensamiento, de sus modos de expresión, de sus vidas. Estamos sólo a cien siglos del tercer milenio.

    En la cúspide de la complejidad

    En los últimos cien siglos se conforma lo que denominamos cultura humana: el homo sapiens toma conciencia de sí mismo y se descubre como el ser más perfecto y mejor dotado de la evolución biológica. Después de domesticar plantas y animales, nuestro espécimen controla otros procesos más amplios y fundamentales de la naturaleza o los interfiere con sus descubrimientos y proezas. Gracias a su inteligencia, se ha convertido en un agente decisivo de la evolución en toda la biosfera y, por ello, también en una amenaza para la supervivencia de la especie y de su hábitat.

    Al término de estos cien siglos, que es cuando se ha cimentado la antropología, el homo sapiens comprende el proceso evolutivo que le ha permitido disfrutar del nivel más alto de inteligencia en la escala biológica. Al mismo tiempo, descubre la razón por la cual se ha convertido en un peligro para sí mismo y la naturaleza de la que forma parte: es una criatura sujeta a los procesos evolutivos, marcados por las leyes de la estabilidad y la competitividad. A la estabilidad tienden los primeros niveles de la materia, a la competitividad los niveles más elevados y complejos.

    El homo sapiens se encuentra situado en la cúspide de la complejidad. La humanidad está al servicio de la complexificación, señala incluso Lyotard.¹¹ Los sistemas complejos se forman por la asociación de partículas elementales, unidas entre sí por las fuerzas naturales: nucleares (que son dos), la electromagnética y la gravitacional. Una molécula de agua incorpora 76 partículas elementales (electrones y quarks); un ser humano 10²⁹.

    Las partículas, por sí mismas, no necesitan preservar su identidad ni realizar intercambios con el mundo exterior. Sin embargo, las asociaciones de partículas necesitan un intercambio con la biosfera (de materia y energía) que introduce en los procesos la vulnerabilidad y la dependencia. Por eso en las estructuras complejas surge la competencia por la supervivencia: los recursos disponibles, particularmente el alimento, no son ilimitados.

    Esta interactividad entre los sistemas complejos y la biosfera favorece a las estructuras más competitivas, a las que por su capacidad de adaptación aseguran la supervivencia. Ya se trate de la dureza de la piel, de la velocidad o de la visión nocturna, todas estas ventajas se producen por mutaciones genéticas que se engendran espontáneamente en el ADN de las células. Merced a sus cualidades para la supervivencia, estas mutaciones se han ido estabilizando en el material genético de las especies.

    La percepción del mundo exterior que realiza el reino animal a través de los sentidos y de las imágenes mentales de ese mundo externo que elabora el cerebro, es el origen de la principal ventaja competitiva de la evolución: la inteligencia, resultado de la necesidad de asociar imágenes mentales para asegurar la supervivencia.

    La inteligencia emerge en el marco evolutivo como una vía natural de la complejidad, como parte de la vulnerabilidad de las estructuras complejas y de su estrategia de supervivencia. Por eso no es exclusiva del homo sapiens: pájaros e insectos manipulan también imágenes mentales. Compartimos básicamente la misma inteligencia con numerosas líneas animales que proceden en algunos casos de orígenes bien diferentes.

    Merced a su inteligencia, el homo sapiens se ha convertido en los últimos cien siglos en la especie más competitiva. Está adaptado a todas las condiciones climáticas, ocupa todos los rincones del planeta e incluso emprende la colonización del espacio. Su civilización se encarga de eliminar a todos los enemigos naturales y sacrifica numerosas especies, que desaparecen cada año sin dejar rastro.

    Esta constatación lleva al homo sapiens a dudar de su voluntad de supervivencia: si la competitividad se lleva hasta el final, la especie humana podría convertirse en su última víctima.¹²

    Historia de cien siglos

    Muchos antropólogos piensan que la revolución agrícola fue la respuesta al crecimiento demográfico.¹³ Hace unos 8.000 años, la población humana alcanzó los 10 millones de personas, todas nómadas y cazadoras. Esta densidad de población obliga a competir por plantas y piezas, que escasean por el nivel de población alcanzado.

    Como consecuencia del desequilibrio entre recursos y población, una parte de esta primera humanidad emigra de Oriente Próximo y África y puebla otros predios ricos en caza. Les llamamos neandertales. Finalmente desaparecen. Otra parte es la que domestica animales y cultiva plantas. Es la que traza la línea evolutiva que conduce a nuestros días.

    En esa época de cultivos, empieza a tener sentido poseer tierras. Los agricultores sedentarios pueden asimismo acumular objetos. Surgen las primeras diferencias sociales porque algunas personas pueden acumular más que otras. También emergen las ideas derivadas del concepto de propiedad: riqueza, herencia, comercio, dinero, poder.

    Estas ideas primitivas abren nuevas posibilidades: los excedentes alimenticios de unos permiten a otros vivir de oficios, las propiedades jerarquizan la sociedad, las rivalidades de poder crean los ejércitos, las concentraciones de población en torno a núcleos económicos generan las ciudades y las epidemias.

    La agricultura, más estable que la caza, permite que la población continúe creciendo: los 10 millones de humanos del neolítico llegan a 800 millones en 1750. Surge de nuevo la escasez, particularmente en tierras y energía, y se origina la segunda gran revolución después de la agrícola: la industrial.

    La madera escasea y se recurre al carbón, que desencadena nuevas convulsiones históricas: prospecciones mineras, concentraciones de mano de obra, necesidades tecnológicas nuevas y apremiantes. Pero sobre todo, la revolución industrial alumbra la máquina de vapor, detonante de una era de desarrollo que se prolonga hasta nuestros días, y a la que debemos todas las mejoras de nuestra actual civilización.

    Esta segunda metamorfosis de la especie profundiza en las ideas primitivas derivadas del concepto de propiedad, pero sobre todo en la idea del dinero: A medida que las necesidades se multiplicaron, a medida que los mercados se hicieron cada vez más aventurados, el vínculo entre los humanos y el resto de la naturaleza se redujo a un desnudo instrumentalismo.¹⁴

    El éxito de la revolución industrial engendra un nuevo desequilibrio entre los recursos y la población que se prolonga hasta nuestros días: ya no quedan espacios nuevos por explotar y constatamos que los recursos que soportan nuestro modo de vida son limitados. Además, el hábitat está dañado por el impacto humano y los desequilibrios sociales han alcanzado dimensiones insostenibles. De persistir las tendencias actuales, el colapso de este modelo de mundo que nos hemos inventado puede sobrevenir en el siglo XXI: hemos rebasado los límites del crecimiento.¹⁵

    En los últimos doscientos años ha crecido todo: la población, la producción industrial, la contaminación, el uso de fertilizantes, el consumo de energía, el uso de materiales. El crecimiento ha resuelto unos problemas, pero ha engendrado otros: dependemos de los flujos constantes de aire, agua, alimentos, materias primas y combustibles fósiles, pero estamos tropezando con la incapacidad de la naturaleza para atender todas nuestras demandas y para absorber la contaminación y los residuos. Una de las razones por las que las especies desaparecen es por no atender los límites de su crecimiento.¹⁶

    Cuestión de civilización

    El sapiens es la única especie que, merced a sus capacidades superiores, ha creado un medio distinto del medio ambiente primario y natural, al cual está totalmente adaptado. Es un medio secundario y artificial formado con los elementos técnicos y de civilización desarrollados durante su evolución, pero no es un medio biológico, sino que actúa en contra de la naturaleza: la doblega al servicio del hombre.

    Esta civilización ha protegido a la especie humana de la violencia de la naturaleza y puede incluso que le evite en el futuro un desastre como el de los dinosaurios merced a su tecnología, pero al mismo tiempo el medio artificial al cual nos hemos adaptado ha engendrado nuevas amenazas.

    La ruptura con la naturaleza que hemos consumado en los últimos cien siglos ha supuesto, gracias a la prosperidad biológica, la superación de la selección natural y el crecimiento no sólo exponencial, sino explosivo de la población humana: si tardamos 50.000 años en alcanzar los mil millones de habitantes sobre la Tierra, en sólo ochenta años más hemos alcanzado los dos mil millones y los tres mil millones en sólo treinta años más. Los cuatro mil millones llegaron 16 años más tarde. Han pasado otros 85 años y ya somos 7.000 millones de habitantes (7.061.052.218 habitantes el 21 de enero de 2013, según el contador del Departamento de Comercio de EE.UU.)

    Este fenómeno de saturación ha sido estudiado en otras especies: originan cambios en los comportamientos, provocados por el estrés y la acción hormonal. Por lo general desaparecen las pautas más antiguas relativas al cuidado de la prole y los comportamientos altruistas. Disminuye la tendencia al apareamiento y el comportamiento sexual se hace anormal. Se descuidan las crías, que incluso pueden ser sacrificadas, se pierden los sentimientos sociales dentro del grupo, aumenta la agresividad, desaparecen los prejuicios acerca de la muerte de un compañero de grupo. ¿Cómo no reconocer en estos comportamientos biológicos algunas de las pautas actuales de nuestra especie? Es evidente que la presión demográfica nos afecta y engendra comportamientos impropios de nuestro nivel evolutivo.

    a muerte de una especie se produce cuando su capacidad de adaptación disminuye en exceso y cuando las alteraciones del medio ambiente plantean nuevas exigencias que no pueden resolverse con nuevas adaptaciones. Es una posibilidad que podemos contemplar respecto al futuro del sapiens, si bien nuestra especie ya asumió en Hiroshima (1945) la eventualidad de su muerte, sin necesidad de mayores adaptaciones y por decisión de un solo miembro de la humanidad.

    Al terminar estos cien siglos, nuestra especie tiene tres posibles reacciones: disfrazar la realidad e ignorar que estamos sobrepasando nuestros límites de crecimiento; aliviar las presiones sobre el medio ambiente para retrasar el colapso; reconocer que nuestra civilización no es viable, revisar la cultura que nos ha llevado al presente momento y reinventar el mundo. Se ha creado la necesidad de otra revolución.¹⁷ ¿Acaso no es hora ya de revisar las ideas primitivas de riqueza, herencia, comercio, dinero y poder, sobre las que hemos edificado 8.000 años de civilización?

    El hombre ha adquirido un poder exorbitante que sobrepasa sus conocimientos, su capacidad de controlarlos y de controlarse a sí mismo, destaca Aurelio Peccei.¹⁸ Aunque se enfrenta a problemas complejos, nuestra especie, en virtud de ese poder alcanzado, es potencialmente capaz de superar este momento crítico. Desde el punto de vista cosmológico, nuestra civilización ya ha sobrepasado la fase crítica de persistencia, que según el astrofísico alemán Sebastian von Höerner, es de 4.500 años¹⁹. Aquí tenemos una de las razones para la esperanza.

    NOTAS AL PIE

    1.Citado por Paul Davies en L’Esprit de Dieu, Editions du Rocher, Paris 1995, pág. 181.

    2.Marvin Harris, Nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid 1995, pág. 13.

    3.Ibid, pág. 60

    4.Richard C. Lewontin, L’evolution du vivant: enjeux idéologiques, en la obra Les scientifiques parlent, Hachette, parís 1987, pág. 65.

    5.Aurelio Peccei, Testimonio sobre el futuro, Taurus, Madrid, 1981, pág. 34. Con posterioridad, David Brower ha desarrollado en California otro modelo similar. Ver al respecto Let the Mountains Talk, let the rivers run, Harper Collins, NY, 1981, pág. 18

    6.Marvin Harris, ibid, pág. 15

    7.Ervin Laszlo, La gran bifurcación, Gedisa, Barcelona 1990, pág. 21

    8.Heinrich K. Erben, ¿Se extinguirá la raza humana?, Planeta, Barcelona, 1982, pág. 197.

    9.Ervin Laszlo, ibid., pág. 20

    10.Fritjof Capra, La trama de la vida, Anagrama, Barcelona, 1998, pág. 302

    11.Jean François Lyotard, La posmodernidad, Gedisa, Barcelona, 1994, pág. 100.

    12.Hubert Reeves, De l’Univers a l’homme, en Les scientifiques parlent, ibid., pág. 50. De esta autor están tomados los apuntes sobre la escala de la complejidad explicada en los párrafos anteriores.

    13.Ver al respecto la teoría desarrollada por Dennis Meadows et alia en Más allá de los límites del crecimiento, El País-Aguilar 1992, pág. 260 y ss.

    14.Donald Worster, The ends of the Earth, Cambridge University Press, 1988, págs. 11-12. Citado por Meadows, ibid, pág. 262

    15.Meadows, ibid., pág. 29 yss.

    16.Heinrich K. Erben, ¿Se extinguirá la raza humana?, Planeta, Barcelona, 1982, pág. 139.

    17.Meadows et alia, ibid, pág. 262

    18.Ibid, pág. 40

    19.Citado por Jojanes von Buttlar en Más allá de Einstein, Timon Más, Barcelona, 1999, pág. 23

    ALICIA MONTESDEOCA RIVERO

    2. El conocimiento de las posibilidades humanas

    Alicia Montesdeoca es socióloga y divulgadora del conocimiento. Creadora junto con Eduardo Martínez de la Fe del Proyecto Tendencias, ha participado en su desarrollo a través de distintos cometidos: redactora jefe, directora y en la actualidad como coeditora.

    Desde su más tierna infancia, el medio de comunicación que hoy se llama www.tendencias21.net y que nació en papel y con formato tabloide en marzo de 1988 con el nombre de Tendencias Científicas y Sociales, fue movido por la necesidad de hacer llegar los avances de la ciencia a todos aquellos humanos inquietos por los procesos sociales, por los avances científicos y tecnológicos, por las nuevas lecturas que, a partir de los nuevos conocimientos que emergían, se podían hacer de los aconteceres humanos.

    Unos aconteceres que en estos 25 años de existencia del proyecto Tendencias se han acelerado y han producido cambios a un ritmo cada vez mayor. Como muestra de ello, sólo una pequeña muestra, este proyecto de comunicación que nació en una pequeña máquina de escribir y que editó sus primeros ejemplares en un PC, con 3.000 ejemplares de tirada que se enviaban por correo postal, hoy circula en el ciberespacio, sin aparentes fronteras que lo impidan.

    Desde sus primeros números, Tendencias pretendía mostrar el mundo bajo miradas diversas para conseguir una imagen única, coloreada por todos sus matices. Desde ese tiempo ya los filósofos trataban de encontrar un concepto que vinculara lo que había sido desmembrado para ser conocido, y cuya consecuencia fue la pérdida de la intuición de la inmensidad y de su complejidad, quedando el concepto de realidad limitado por la focalización de cada conocimiento parcial.

    Reconstruir el puzle de lo que fue parcelado era el sueño que perseguíamos, inspirados por la filosofía y cada vez más confirma do por las ciencias físicas, biológicas y neurológicas. Hoy, desde el punto de vista del Proyecto Tendencias, esto significa continuar profundizando en la visión y en la intuición que puso en marcha este proyecto: divulgar el conocimiento para una mayor comprensión de lo que nos sucede y que se resumía en el lema "No sabemos lo que nos pasa y eso es lo que pasa" (Ortega y Gasset), dando un

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