Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El español en América: Aspectos teóricos, particularidades, contactos
El español en América: Aspectos teóricos, particularidades, contactos
El español en América: Aspectos teóricos, particularidades, contactos
Libro electrónico391 páginas7 horas

El español en América: Aspectos teóricos, particularidades, contactos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Los estudios integrantes de este volumen proponen nuevos métodos o sitúan problemas ya conocidos dentro de novedosos marcos metodológicos ofreciendo una valiosa aportación a los estudios sobre el español de América. Así, se incluyen estudios sobre la teoría del contacto del español con las lenguas amerindias, la orientación perceptiva y evaluativa de los hispanohablantes a ambos lados del Atlántico en materia lingüística, los orígenes y la evaluación del español en américa, así como una revisión de la teoría del andalucismo, análisis sociolingüísticos sobre el Paraguay, dos estudios sobre el presente y el futuro del español en los Estados Unidos, y cuestiones lexicológicas del vocabulario no-estándar y del vocabulario informático. Se incluyen, asimismo, estudios sobre el voseo, los arcaísmos, las actitudes ante las palabras que designan partes del cuerpo y las influencias sintácticas entre el español, el portugués y el guaraní.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2014
ISBN9783865278937
El español en América: Aspectos teóricos, particularidades, contactos

Relacionado con El español en América

Títulos en esta serie (28)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Lingüística para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El español en América

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El español en América - Iberoamericana Editorial Vervuert

    Neumann-Holzschuh

    I. Cuestiones teóricas y metodológicas

    LA REALIDAD SUBJETIVA EN EL ESTUDIO DEL ESPAÑOL DE AMÉRICA

    ROCÍO CARAVEDO

    Pisa

    1. La subjetividad

    En esta reflexión partiré del concepto de subjetividad propuesto por John Searle, característico de los hechos sociales y específicamente de los institucionales (como son las lenguas); es decir, aquellos que son producto de procesos de simbolización, más que intrínsecamente físicos o materiales (Searle 1995: 27 ss.). Subjetivo, en el pensamiento de Searle, quiere decir relativo al observador (observer’s relative). Ahora bien, tanto la subjetividad cuanto la objetividad se pueden enfrentar —según este autor— en un sentido epistémico (epistemic sense) y en un sentido ontológico (ontologic sense). El primero de ellos se refiere a predicados de juicios, mientras que el segundo a entidades o tipos de entidades y a sus modos de existencia (Searle 1995: 8). Así, valiéndome de los propios ejemplos de Searle, un enunciado como Rembrandt es mejor pintor que Rubens es subjetivo en un sentido epistémico, mientras que Rembrandt vivió en Amsterdam durante 1632 es objetivo en este mismo sentido. Paralelamente, el sentido ontológico, aplicado a la distinción entre objetividad y subjetividad implica, que ciertos tipos de entidades como el dolor son ontológicamente subjetivas, mientras que otros, como las montañas, son ontológicamente objetivas.

    Más aún, Searle establece la posibilidad de ciertos entrecruzamientos: se puede aludir a juicios epistémicos subjetivos sobre entidades ontológicamente objetivas y, a la inversa, a juicios epistémicos objetivos sobre entidades ontológicamente subjetivas.¹ Tales interrelaciones permiten concebir que los hechos ontológicamente subjetivos, como las lenguas, puedan ser abordables de modo objetivo en un sentido epistémico.

    Precisemos un poco más cómo se aplicaría el carácter subjetivo ontológico a las lenguas. De acuerdo con el concepto de subjetividad de Searle, el observador no puede ser sino el hablante. ¿Cuáles son los alcances de esta afirmación? Como es obvio, ella no implica que cada sujeto pueda modificar de modo antojadizo la forma de su lengua. La idea de dependencia o relatividad respecto del sujeto se refiere más bien al consenso, vale decir, en la aceptación colectiva, lo cual a la vez supone cierta coincidencia de comportamiento: que se ponga en juego un carácter deóntico, de obligatoriedad no coactiva.²

    De acuerdo con esta interpretación, la subjetividad no implicará —como podría desprenderse de una interpretación trivial del término— arbitrariedad, desorden ni individualismo. Supone, más bien, la aceptación consensual de un ordenamiento preestablecido, esto es, una dirección normativa. Hasta aquí la propuesta de Searle, que, al presentar una filosofía sobre la realidad social en general, no entra —por lo menos en el texto al que aquí me refiero— en el terreno específico de las lenguas particulares. De la idea de un consenso normativo podría inferirse que la normatividad implica el carácter homogéneo, más que heterogéneo, de las lenguas. Sin embargo, no existe una única dirección normativa para todos los hablantes de una lengua, ni aun en el caso de aquellas que han alcanzado un alto grado de estandarización, como el francés (piénsese, por ejemplo, en la variedad de Québec, para citar un solo caso). Esto lleva a afirmar la relatividad de las normas, pues éstas pueden dejar de regir o cambiar de orientación en relación con circunstancias de muy diverso orden. En otras palabras, en cualquier otra colectividad puede surgir una dirección normativa diferente, hasta cierto punto contraria a la presuntamente general³. Y —a mi juicio— este hecho no supone —como puede imaginarse— una contradicción respecto del aspecto colectivo o deóntico señalado por Searle; antes bien, su confirmación, dado que por más que se acepte el carácter heterogéneo de las normas, éstas siempre involucran a grupos de hablantes, y no a individuos aislados. Además, las propias diferencias de dirección normativa en el dominio de una misma lengua pueden considerarse también una confirmación de su carácter subjetivo intrínseco. El reconocimiento de la condición relativa de la normatividad en las lenguas constituye un punto de partida capital para la comprensión de la diversidad y del cambio lingüísticos como hechos naturales.

    2. El plano evaluativo

    Dejando ya de lado las argumentaciones de Searle, ¿qué aspectos se pueden incluir en el estudio de la subjetividad en las lenguas? Aparte los principios constitutivos de cada una de ellas ligados a los procesos de simbolización (concernientes a la intencionalidad),⁴ cuestión en la que el mencionado estudioso se ha detenido con amplitud, pero en la que no vamos a entrar aquí, consideraré en esta exposición solo lo concerniente al plano estrictamente evaluativo como manifestación natural de la condición subjetiva de las lenguas, aun cuando —como es sabido— no todos los rasgos característicos de una lengua son materia de evaluación explícita por parte de sus hablantes. Enfrentaré, sin embargo, la dimensión evaluativa de un modo más amplio deslindando en ella un aspecto directo y otro indirecto.

    El último supone que a pesar de que es por todos conocido que la conciencia evaluativa no se ejercita en relación con todas las características de una lengua o de un modo de hablar, los hablantes que comparten un mismo espacio social coinciden de modo general en la producción de determinados usos, que normalmente no someten a discusión. Así, por ejemplo, formas como el seseo en Hispanoamérica no constituyen, por lo general, en la actualidad, objeto de evaluación ni positiva ni negativa: simplemente se dan en esa modalidad, aunque no exista la autoconciencia por parte de los hablantes. Es el propio uso generalizado el que indica ya una aceptación tácita o, por lo menos, su no discriminación negativa. La evaluación negativa solo puede provenir de sujetos con una modalidad diferente, en este caso, sin duda la castellana no seseante. Debo, no obstante, precisar que la evaluación indirecta no debe confundirse con el uso en general, sino que puede estar implícita solo en relación con ciertos usos caracterizadores o distintivos de una comunidad o de un grupo en el dominio de una lengua.

    Por otro lado, la evaluación directa supone la percepción de un rasgo determinado o de una modalidad global y su consiguiente valoración explícita por parte de los hablantes. Aquí es preciso establecer la diferencia entre la autoevaluación, vale decir, el reconocimiento y calificación de un rasgo de la propia modalidad (p.ej. los hablantes del castellano central evalúan como forma ideal la distinción /s/ y /θ/), y la evaluación de las modalidades diferentes de la propia. Ambos tipos pueden influir en la dirección de la variación de una lengua.

    En el aspecto evaluativo de la lengua se incluye asimismo tanto el sentido técnico cuanto el ingenuo, esto es, aspectos de la metalengua formal y también la informal propia del saber común, las cuales mantienen estrecha relación en modos difíciles de calibrar. Esta consideración es fundamental, en el sentido de que la propia constitución de objetos de estudio diferenciados desde el punto de vista geográfico (sea con alcance continental, como el español de América; sea regional, como el español del Caribe, el español andaluz; sea nacional, como el español de México, de Puerto Rico, de Colombia), y naturalmente los contenidos de conceptos como norma culta, norma ejemplar, lengua estándar, implican de suyo un entrecruzamiento de aspectos provenientes de la evaluación directa e indirecta, tanto formal cuanto informal. Baste recordar la variación en los juicios sobre el seseo o el voseo, en un tiempo desestimados en las visiones académicas de autores incluso como Menéndez Pidal, para citar un caso notable.⁵ No hay que pasar por alto que quienes construyen el discurso disciplinario de una lengua son, por lo general, los hablantes de ella, los cuales provienen de espacios sociales determinados, son representativos de modalidades específicas y poseen además sus propios modelos o ideales de referencia. Por lo demás, el aspecto subjetivo se expresa en el ámbito disciplinario, de modo patente en la orientación de las preferencias descriptivas, en la selección de los problemas y de los fenómenos centrales de la investigación, en el énfasis de lo relevante en materia de observación científica.

    3 La percepción lingüística

    Ahora bien, el mecanismo básico que se pone en juego en la evaluación tanto directa cuanto indirecta es la percepción lingüística. Existe una relación unilateral entre percepción y evaluación: mientras no toda percepción conlleva una evaluación, toda evaluación presupone la percepción. Quiero decir que el conocimiento de una lengua, y las valoraciones que forman parte de él, implican necesariamente una percepción selectiva y orientada de modo arbitrario hacia unos hechos lingüísticos y no hacia otros. ¿Qué justificación objetiva puede existir, por ejemplo, para que la palatal lateral /ʎ/ esté subvalorada y estigmatizada en ciertas regiones hispanoamericanas, mientras que en el español peninsular forme (o haya formado parte) parte del modelo prestigioso o ideal?

    Antes que nada hay que deslindar entre los tipos de percepción que pone en juego el hablante a partir del proceso de adquisición y aprendizaje lingüísticos, y que luego se van debilitando con la estabilización de tales procesos en la adultez. Me refiero a la diferencia entre la percepción analítica y la sintética, deslinde que he desarrollado en otro lugar.⁶ Respecto de la primera, un individuo es capaz de percibir rasgos aislados, como los descritos y analizados en la observación científica, y concomitantemente puede (o no) interpretarlos social-mente o calificarlos en cualquier dirección, esto es, evaluarlos de modo directo. Puede suceder también que el plano evaluativo no se explicite directamente en relación con cierto tipo de hechos percibidos, como sucede con lo que he llamado evaluación indirecta, de modo que la aceptación de un rasgo por parte del hablante se expresa no a través de la expresión clara y definida de juicios de valor, sean positivos o negativos, sino más bien mediante la presencia generalizada del rasgo en cuestión e incluso de su difusión, o de lo contrario, de su ausencia o desaparición. Sucede así, por ejemplo, con fenómenos como el dequeísmo (la presencia de la preposición de ante verbos que desde el punto de vista de la norma académica no la requieren). Por ejemplo, en algunas pruebas de percepción realizadas con grupos sociales de clase media originarios de Lima, los hablantes no solo parecían no percibir las formas, sino que no expresaban juicios evaluativos directos ni en relación con la forma canónica ni con la dequeísta. Sin embargo, la intensidad de formas dequeístas en sus propios discursos, incluso en estilos muy formales, hace suponer la puesta en juego de algún mecanismo indirecto de evaluación positiva de este fenómeno o, por lo menos, no negativa, cuya motivación debe ser todavía materia de estudio. En el caso del fenómeno complementario denominado queísmo los hablantes que lo practican tampoco lo perciben; no obstante la adición de la preposición, que correspondería al uso canónico, en formas como estoy seguro de que, el hecho de que es curiosamente percibida como incorrecta.

    Ahora bien, la percepción analítica puede estar motivada por la presencia de formas con alto grado de frecuencia en una comunidad, frecuencia que favorece la reproducción en la rutinariedad de la actuación lingüística. En este caso, me refiero a una orientación generalizadora de la percepción. Al lado de esta, la percepción analítica puede tener, asimismo, una orientación singularizadora, esto es, dirigirse hacia fenómenos representativos de una lengua, aun cuando éstos se presenten con baja frecuencia. Esto sucede con formas como la asibilación de la vibrante múltiple, o la alternancia vocálica i/e, o/u, en el castellano andino, que aun cuando de modo objetivo en el recuento estadístico resultan con bajas frecuencias de aparición, los hablantes del castellano no andino las perciben de modo notorio y las evalúan negativamente hasta el punto de la estigmatización.

    Por otro lado, la percepción sintética —sea científica, sea ingenua— supone el reconocimiento de modalidades o variedades en sentido global, sin que se puedan aislar rasgos discretos. Se trata de la percepción de conjuntos integrados como una totalidad donde concurren muchos rasgos simultáneamente (puede tratarse incluso de una estructura melódica), que el observador no puede discriminar de modo consciente. Este tipo de percepción está presente en la propuesta de la existencia de variedades unitarias, como el español peninsular, el español de América, u otras variedades de tipo regional.

    De modo análogo, una buena parte de la percepción científica es también analítica, en cuanto persigue la descripción detallista y minuciosa de los rasgos considerados típicos de las modalidades dialectales del español. Hay que precisar, sin embargo, la conexión interna que puede darse entre la percepción analítica y la sintética, de modo que muchas veces basta el reconocimiento de un rasgo característico de una modalidad convertido en estereotípico, para que se reconozca una variedad en un sentido totalizador. Fenómenos como el voseo y el rehilamiento de la palatal no lateral en la zona rioplatense pueden ser suficientes para la caracterización de una variedad, aunque ésta no existiera sino en razón de la percepción de esos dos rasgos típicos.

    De acuerdo con esta perspectiva, que he podido sólo esbozar aquí, la cuestión medular que debe ponerse en el centro de la investigación es la siguiente: ¿Cuáles son los factores fundamentales que contribuyen a la dirección perceptiva de los hablantes en materia lingüística? ¿Por qué unos rasgos se perciben, mientras que otros no, de modo diferenciado en ciertos grupos sociales o en ciertos espacios geográficos, sobre todo cuando se trata de una misma lengua y, en cierta medida, del mismo sistema cognoscitivo sobre ella?

    Para responder a esta pregunta, hay que partir del conocimiento empírico y razonado de cada una de las organizaciones (desorganizaciones) socioculturales en que se desarrolla la lengua. Resulta obvio, por ejemplo, que no se puede esperar un sistema cognoscitivo uniforme y único por parte de individuos en sociedades móviles o en proceso de conformación (como las post-coloniales) sujetas a cambios demográficos de envergadura, en las cuales se confrontan modalidades dialectales diversas o incluso sistemas lingüísticos distintos. Es verdad que la percepción tiene su fuente primaria en el proceso adquisitivo dentro del ámbito familiar, pero hay que tener en cuenta que se desarrolla ante diferentes tipos de información que el hablante recoge directa o indirectamente del ambiente social más amplio en el que le ha tocado insertarse. Esto sucede a través de la inmersión en distintas esferas además de la familiar: vecinal (la del barrio y los compañeros de juego), escolar, laboral, amical, cultural más amplia (regional, nacional e internacional, si se da el caso), y en general la esfera comunicativa de los individuos. De acuerdo con tales complejas redes de interacción, la percepción lingüística se orienta hacia distintos puntos de la lengua, que pueden diferir en mayor o menor medida según los diferentes espacios sociales, y aún más según los variados grupos que no se relacionan de modo simétrico dentro de tales espacios. Si retomamos el ejemplo de la bifurcación perceptiva de la palatal lateral en España y en América, solo teniendo en cuenta el contexto de la migración interna y la consiguiente minusvaloración del castellano andino en el Perú (cosa que probablemente no ocurre con el castellano andino de Ecuador o de Bolivia), se explica que esta forma fonológica prestigiosa en el modelo estándar peninsular sea objeto de una percepción negativa hasta el punto de la estigmatización por parte de los hablantes del castellano de tipo costeño, que es considerado prestigioso en el mismo estado nacional.

    4. La diferencia estilística como medio de percepción

    ¿Pero qué puede motivar la diversidad en el modo de percibir y de evaluar las características dentro de un mismo sistema lingüístico? Para intentar enfrentar esta cuestión hay que remontarse a la adquisición lingüística que no es, en esencia, otra cosa que un proceso de orientación perceptiva hacia los fenómenos relevantes que permiten hablar una lengua. En principio, el niño aprende una lengua a través de una manifestación concreta de ella: la de sus padres y la de su espacio social, a partir de las situaciones comunicativas a las que se expone (pero puede no coincidir con la de sus padres, sobre todo cuando se trata de sociedades de migración, donde se da el contacto de lenguas, o cuando se trata de sociedades con gran asimetría interna). Al dar prioridad a este aspecto pragmático del aprendizaje, en la perspectiva laboviana de la variación, se ha enfatizado el hecho de que el niño capta desde muy temprano las distinciones estilísticas de su lengua mucho antes que las diferencias de clase social.

    Como se sabe, la variación estilística, según esta corriente, se expresa en la oposición informal/formal, la cual se define como el grado de conciencia y autocontrol del individuo respecto de su discurso (y añado yo aquí, de los recursos de su lengua).⁸ En la propia definición de esta dicotomía está en juego —a mi entender, aunque no se lo haya precisado— el modo de percibir o de llevar a la conciencia la percepción lingüística. Este punto no ha sido bien explorado en la investigación sobre la diversidad del español. Resulta obvio que cuando se presta atención al propio discurso y cuando se reflexiona sobre su construcción, la elección de determinadas formas supone una agudización de la percepción lingüística y, en consecuencia, un acercamiento a los ideales normativos del sujeto. Esta distinción me parece compatible con la de distancia/inmediatez comunicativa, desarrollada por Koch y Oesterreicher (1985), aun cuando esta última polaridad remite de modo particular a las diferencias graduales entre modos de concepción escritural y oral de los discursos. Hay que precisar que en contraste con la mencionada propuesta, la oposición laboviana es, más bien, de naturaleza sociopsicolingüística, en la medida en que, al relacionarse con el grado de atención, involucra necesariamente los mecanismos de percepción del discurso, graduables en las diferentes etapas de conocimiento de una lengua. Salvando las diferencias, no obstante, resulta natural imaginar que un discurso situado en el polo de la distancia comunicativa (o cercano a él) comporte una activación de los mecanismos perceptivos y, por lo tanto, sea equiparable a un grado alto de formalidad, mientras que un discurso en el extremo de la inmediatez podría aparejarse, al mismo tiempo, con el grado mínimo de formalidad (i.e. con la informalidad). Sin embargo, hay que cuidarse de las equivalencias apresuradas, pues no siempre los tipos de discurso asignados al polo de la distancia, que responden a ciertas tradiciones en las que el hablante se inscribe, exigen una mayor atención por parte de éste que aquellos marcados por la inmediatez (por ejemplo, una comunicación escrita puede considerarse informal si es rutinaria y no demanda una mayor atención por parte del constructor del mensaje). Y, en el extremo opuesto, asimismo, muchos discursos espontáneos muy cercanos al polo de la inmediatez podrían requerir una mayor conciencia y control por parte del hablante, si éste no está integrado en el medio social o cultural al que se circunscriben tales tipos de discursos (por ejemplo, una comunicación privada, incluso dialógica, donde se dé también una libertad temática puede ser formal desde el punto de vista de la atención, si los participantes se sitúan en distintos sectores sociales, y si cada uno maneja una pragmática diferente). Ambas polaridades apuntan, pues, a órdenes reflexivos diferentes, aunque sea posible establecer algunas conexiones entre ellos.

    Un foco de atención central por parte del hablante, en cuanto a la intensidad y a la dirección de la percepción lingüística es justamente para Labov la oposición formal/informal, la primera que —según este estudioso— permitiría al niño ordenar la variabilidad de su lengua, en vez de las diferencias de clases sociales, o de prestigio. Pero resulta que tal dicotomía se expresa de una manera diferente en la infancia, y se desarrolla, siguiendo las hipótesis labovianas, cuando el niño se confronta con los ambientes disciplinarios de la escuela, en los cuales se produce el contacto directo con los patrones académicos y se comunican las formas ideales o consideradas estándares de una lengua. Al mismo tiempo, el niño se expone también a las formas no estándares que se dan en los ambientes lúdicos en los que participa, y aprende a asociar unas formas con los contextos impositivos y controlados, mientras que otras, resultan compatibles solo con los relajados. De aquí que tales diferencias contextuales se transformarán en las de formalidad durante la adultez, en la medida en que el autocontrol define el polo formal, mientras que la espontaneidad y el descuido caracterizan el informal. Al investigar el comportamiento lingüístico de un adulto durante todo el día, Labov ha registrado las variaciones y reajustes contextuales que tienen lugar conforme cambian los contextos de interacción, familiar, laboral, amical, y ha llegado a descubrir al lado de la producción de rasgos estándares en la situación formal de los ambientes laborales, la aparición de rasgos correspondientes a clases populares cuando el individuo interactúa en los contextos relajados de los amigos o la familia íntima. La gradación de formalidad permite un viaje a través del espectro de la escala social.

    Sin embargo, no resultaría legítimo inferir de los resultados de la investigación laboviana que todo rasgo que lleve una marca diastrática inferior ocurra en los estilos informales de los grupos situados en los rangos superiores de la escala social: siempre se pueden encontrar rasgos circunscritos a los estratos sociales inferiores que no son aceptados ni en las situaciones más coloquiales y de mayor proximidad entre los hablantes de estratos superiores (me refiero, por ejemplo, a formas estigmatizadas como: fuistes, hayga, nadies). Y, por el lado contrario, existen también aquellos rasgos que actualizan los grupos populares en situaciones formales que no coinciden exactamente con los actualizados por los grupos superiores (la oclusivización de las fricativas intervocálicas b-d-g, o el uso de ciertos vocablos pseudocultos). Las diferentes elecciones revelan una divergencia en los contenidos de los modelos lingüísticos y, como es obvio, una distinta orientación perceptiva según los diferentes grupos sociales dentro de un espacio determinado. Solo así se puede explicar la variabilidad de usos y patrones en el dominio de una misma lengua.

    Respecto de la propuesta de Labov vale la pena tener como punto de referencia la relación formal/informal, pero adaptándola a la estructura de cada sociedad, como puede ser, en el caso que nos ocupa, la sociedad hispánica y, de modo particular, las hispanoamericanas.⁹ Antes que nada hay que reconocer la inexistencia de un único patrón normativo, lo cual se muestra de modo patente en la diferente orientación perceptiva y evaluativa en los lugares de habla española, que no corresponden a la diferencia continental, ni aún a las diferencias nacionales (porque puede ser que en la misma nación convivan distintos modelos de referencia, y por eso tendríamos que ir con cuidado con la propuesta del pluricentrismo referido exclusivamente a las naciones). De hecho los rasgos considerados estándares que tienen valor en el español peninsular no son transmitidos ni siquiera de modo uniforme a través de la escolaridad, institución cuyas características distan mucho de ser simétricas o uniformes en todas las regiones hispanoamericanas. Por otro lado, en muchas zonas, a la pobreza educativa se une el desarrollo deficiente de la práctica de la escritura, el medio fundamental para la formación de la capacidad de conformar discursos de la distancia. Todo esto hace poco viable que la lengua estándar, si se entiende por ésta un conjunto de características comunes que se cristalizan sobre todo a través de la escritura pueda cumplir su función unificadora o referencial de los usos, y pueda orientar de modo uniforme la percepción. Por ello, es de suponer que las situaciones formales o de mayor autocontrol no se orienten a partir de las pautas de escritura (de ahí que tampoco parezca probable que el medio concepcional de escrituralidad rija los discursos de la distancia) y deban remitirse, más bien, a ciertos tipos de interacciones orales de carácter asimétrico que revelan a su vez desigualdades en un orden social más general.

    5. La percepción fenoménica

    Para ilustrar los aspectos fundamentales que he buscado subrayar, detengámonos brevemente en el carácter subjetivo subyacente a algunos fenómenos típicos en la diferenciación del español de América a partir de la percepción analítica científica. De las pocas características comunes a todo el español hispanoamericano, utilizadas para establecer la principal distinción con el español peninsular, el llamado seseo (indistinción entre /s/ y /θ/), considerado característico también del español andaluz, ocupa sin duda alguna el primer lugar. Sin embargo, hay que considerar que en Andalucía no se presenta de modo exclusivo la indistinción, como sí ocurre en América; antes bien, se presenta una gran variabilidad en lo que se refiere al tratamiento de las sibilantes. Puede darse —según las zonas, los grupos y las situaciones— la realización del patrón distintivo, además de realizaciones entrecruzadas de ambos patrones, incluso en un mismo hablante, junto con realizaciones no canónicas que invierten las posibilidades permisibles en el patrón distintivo.¹⁰ La causa de esta diferencia se entiende mejor desde una perspectiva subjetivista, si se acude a la dimensión perceptiva y se tiene en cuenta que en cada una de las modalidades rigen distintos patrones referenciales. En América —hasta donde se me alcanza— el seseo en la actualidad no constituye materia de percepción por parte de los propios hispanoamericanos, de modo que no resulta término de contraste con el patrón distintivo.¹¹ No sucede así en Andalucía donde tal patrón está omnipresente en el mismo país, a través de distintos tipos de información (educativa, cultural, política, televisiva). Desde este punto de vista, no debe interpretarse el seseo como un fenómeno único en el mundo hispánico, aunque así lo sea desde el punto de vista material-estructural, sino de dos fenómenos cualitativamente distintos con sus propias peculiaridades reinterpretables en un trasfondo sociohistórico divergente.

    Con otro fenómeno fónico, aunque no general, la asibilación de las vibrantes, sucede algo similar. Puede ser un fenómeno común a distintos lugares desde una perspectiva objetivista (Perú, Chile, México, Argentina) apoyada en determinaciones geográficas. Pero se trata de fenómenos, no solo con una distribución interna no equivalente, sino con un estatuto distinto en cada territorio, a juzgar por la información proporcionada por la percepción científica de sus distintos rangos valorativos según su distribución interna. Así, por ejemplo, en algunos puntos del Estado de México se trata de un fenómeno muy difundido entre grupos de clase media, que no parece generar actitudes valorativas negativas ni discriminatorias, como sí ocurre en el Perú donde, a partir de la migración interna hacia la costa, la asibilación ha adquirido un valor negativo en cuanto representativa de una modalidad subvalorada como el español andino.¹² En contraste, la asibilación que se da en Chile en los grupos tr, dr y en final implosivo no suscita valoración negativa, mientras que en Costa Rica, en esas mismas posiciones el fenómeno está estigmatizado. Curiosamente también en Chile la asibilación

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1