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El Problema con Scarlett
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El Problema con Scarlett
Libro electrónico430 páginas6 horas

El Problema con Scarlett

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Es 1936 – Se lanza a la venta Lo que el viento se llevó, primer libro de la autora Margaret Mitchell y se convierte en un éxito internacional. De repente todo el país está obsesionado con responder una sola pregunta: ¿quién ganará el rol de Scarlett O’Hara?

Verano de 1936: Lo que el viento se llevó, la primera novela de Margaret Mitchell, ha cautivado al mundo. Todos saben que las películas sobre la Guerra Civil no ganan dinero, pero el productor renegado David O. Selznick adquirió los derechos de la película y de repente en Estados Unidos solamente hay una pregunta: ¿quién será Scarlett O’Hara?

Cuando Gwendolyn Brick pone la manos en el libro, las nubes se abren y los ángeles cantan el coro del Aleluya. Solamente una belleza sureña puede ser Scarlett—¿y acaso su mamá no la crió con historias de la marcha de Sherman y los malditos yanquis? Después de vender cigarrillos en el Cocoanut Grove, Gwendolyn encuentra un nuevo llamado: representar a Scarlett. Pero no es la única chica en la ciudad con un acento muy sureño. Va a tener que destacar más que una falda en una parrillada de Twelve Oaks para conseguir ese papel.

Marcus Adler es el chico mimado de Cosmopolitan Pictures, el estudio William Randolph Hearst inició para su amante, Marion Davies. Cuando el guion de Marcus se convierte en el primer éxito de Davies, lo invitan a pasar el fin de semana en el Castillo Hearst. El chico al que botaron de Pennsylvania se codea con Myrna Loy, Winston Churchill y Katharine Hepburn—pero cuando el viaje se vuelve un fracaso, empieza a hundirse rápidamente. Necesita una nueva historia, de verdad grande y muy rápido. Así que cuando F. Scott Fitzgerald se muda el Garden of Allah con un contrato de mil dólares a la semana con MGM pero sin idea de cómo escribir un guion, Marcus dice: “Encantado de conocerlo. Tenemos que hablar”.

Cuando Selznick le píde a George Cukor que dirija Lo que el viento se llevó, es la primicia del año para Kathryn Massey, la más reciente columnista de Hollywood Reporter. ¿Pero se atreve a publicarla? Las primicias son el dominio exclusivo de la todopoderosa, omnisciente y muy majadera Louella Parsons, de los periódicos de Hearst. Nadie en Hollywood jamás se ha atrevido a quitarle una primicia a Louella—hasta ahora. Cuando Louella regresa por lo bajo y jugando sucio, el jefe de Kathryn la deja colgada como un espantapájaros en una tormenta de verano. Entonces suena el teléfono. Es Ida Koverman, la secretaria personal de Louis B. Mayer, y tiene una propuesta que hacerle.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento23 abr 2015
ISBN9781507108604
El Problema con Scarlett

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    El Problema con Scarlett - Martin Turnbull

    ROBERT COLLIER

    porque cuando los viejos amigos se encuentran por primera vez,

    así es como se debe sentir.

    CAPÍTULO 1

    Kathryn Massey dejó caer la caja de cartón de sus brazos en el linóleo moteado, donde aterrizó con un golpe seco. Se dio la vuelta y se dirigió a su amigo con mejillas sonrosadas que estaba parado en la entrada. ¿Qué diablos había ahí?, le preguntó. ¿Bolas de boliche?

    El hombre dejó caer sus valijas, se acercó a la caja y sacó una brillante máquina de escribir Remington. Es un regalo de bienvenida de Robert Benchley y Dorothy Parker. Esbozó una sonrisa de vértigo que ella no había visto en años. No puedo creer que uno de ellos sea mi vecino ahora, menos que lo sean los dos. Benchley está en la villa de al lado, ¡y Dottie está justo debajo de mí!

    Kathryn le devolvió la sonrisa a su amigo y contempló la villa. El sol vespertino se filtraba a través del árbol de olmo afuera de la ventana abierta, y llenaba la sala de estar con calor y el aroma de jazmín a través de la piscina.

    Pues bien, señor Marcus Adler, dijo ella, poniendo las manos en las caderas, déjeme ser la primera en darle oficialmente la bienvenida a su nuevo hogar en el número veintitrés de la villa de Garden of Allah. Espero que usted y el señor Remington sean muy felices.

    ¡Hay tanta luz acá!, dijo Marcus, instalando la máquina de escribir en su nueva mesa de comedor. Echó un vistazo alrededor. Apenas puedo creer que todo este espacio sea mío.

    No más cuartitos oscuros para usted, señor.

    Francamente, apenas puedo creer nada de lo que ha pasado en mi vida en estos días.

    Kathryn había escuchado que una película exitosa podía cambiar la vida de una persona, pero nunca antes lo había visto con sus propios ojos. Había estado sentada al lado de Marcus en el restaurante chino de Grauman agarrándole la mano cuando el crédito de Devuélvase al remitente, un vehículo de Marion Davies, apareció en la pantalla: ESCRITO POR ROBERT MCNULTY. Él dejó escapar un gemido y sujetó la mano de ella en su puño muy fuerte, casi como para hacerle estallar el nudillo. No le tomó mucho tiempo a Kathryn darse cuenta de lo que había pasado. McNulty era el jefe de Marcus, y el sinvergüenza le había robado el crédito al ver el estupendo guion que Marcus había entregado. Pero como punto a su favor, Marion Davies había aclarado las cosas con W.R. Hearst, y el salario de Marcus había pasado de setenta y cinco dólares a la semana a ciento cincuenta a la semana. Adiós, horrible cuartito oscuro, hola soleada villa.

    El lugar tenía exactamente la misma disposición que el que Kathryn ocupaba con su compañera de cuarto Gwendolyn, pero el de las chicas estaba pintado de coral pálido y salpicado de jarrones de flores. Acá, las austeras paredes blancas, repisas llenas de libros como Corazones indomables y Paso al noroeste, y esa maciza máquina de escribir ya lo hacían parecer el hogar de Marcus. Kathryn abrazó a su amigo. Nunca dudé por un segundo que triunfarías.

    Recibí mi primer nuevo pago ayer, dijo. ¿No lo sabes? Empiezo a ganar una cantidad decente el mismo mes que comienzo con el impuesto sobre la renta. Tal vez Hearst tenga razón. El impuesto sobre la renta es un complot comunista y deberíamos negarnos a pagarlo.

    Al menos ganarás suficiente dinero como para pagar impuesto sobre la renta. Gwendolyn Brick apareció en la entrada con una botella de 7-Up en cada mano. El sol brillaba a través de su cabello rubio miel y sobre sus hombros ligeramente bronceados. Cómo es que ningún estudio cinematográfico la había descubierto era un misterio para Kathryn. No es champán, pero es todo lo que tenemos.

    Mientras haya burbujas. Marcus la invitó a entrar con un gesto a su pequeña soleada cocina. Estaba tintineando sus vasos cuando una voz teatral llenó el lugar.

    ¡Viva la villa veintitrés, bebé!

    Los tres voltearon y encontraron a George Cukor parado en la entrada sujetando una enorme botella de Dom Perignon. Cuando vio que Marcus no estaba solo, se disculpó con un rubor adorable.

    Habían pasado meses desde esa noche loca en que Kathryn y Marcus corrieron por todo Los Ángeles tratando de pagar la fianza para que el pobre George saliera libre antes de que los depravados periodistas de la ciudad empezaran su pesca nocturna a través de los calabozos en búsqueda de noticias jugosas. Marcus nunca lo había vuelto a mencionar, así que Kathryn había decidido comportarse como si nada hubiera pasado.

    ¡Un regalo de bienvenida!, exclamó ella. ¡Qué considerado!

    George miró a las cajas. ¿Es hoy?

    Entonces si las burbujas no son un regalo de bienvenida....

    Los ojos de George sonrieron a través de sus anteojos de borde de metal pero no dijo nada más hasta que Marcus apareció con cuatro copas de champán. George las llenó y pidió a todos levantar sus copas. A riesgo de sonar empalagosamente interesado, dijo, con una sonrisa tan amplia que amenazaba con dividir su rostro en dos, ¡brindo por mí!

    ¿Cuál es el acontecimiento?, preguntó Gwendolyn. Miró de cerca su champán pero no tomó ni un sorbo. Su historia con el trago no era bonita. Kathryn se preguntó por un segundo si Gwendolyn iba a ofender al mejor director de la MGM por no compartir su deliciosamente costoso champán.

    George tomó aire. "El señor David O. Selznick acaba de comprar los derechos de transmisión de Lo que el viento se llevó y me ha pedido que la dirija".

    ¡Santos cielo!, Marcus exclamó, palmeando el hombro de su amigo.

    ¡Eso es grandioso! Gwendolyn dijo, y dio su primer trago. Leí el otro día que ese libro habrá vendido medio millón de copias para finales de año.

    Kathryn se inclinó hacia George y le insinuó una sonrisa. Bueno, ¿señor Cukor...?

    George le devolvió la sonrisa. Sí, señorita Massey...?

    Perdón por ser indiscreta, pero, por curiosidad profesional y todo eso. ¿Le importaría compartir con nosotros a quién ve como Scarlett O’Hara?

    Tal vez quieras decirle a tu antigua jefa que es una de las favoritas.

    Kathryn se mordió el labio superior. Cualquier cosa relacionada con Lo que el viento se llevó era gran noticia en estos días, pero ella no podía usar nada de esa información en su columna. Solamente una mujer en Hollywood podía hacer eso: Louella Parsons.

    Louella Parsons gobernaba el mundo del chisme de Hollywood como una Borgia apenas instruida y se las había arreglado para construirse un éxito inimaginable: cuarenta y ocho horas de exclusividad en todas las primicias. El hecho de que escribiera para el todopoderoso William Randolph Hearst probablemente tenía algo que ver con eso. Entonces, se preguntaba Kathryn, ¿por qué estaba George Cukor lanzando esta valiosa información como si fuera papel picado?

    ¡Oh!, George giró la cabeza para enfrentar los ojos de corderito de la compañera de cuarto de Kathryn. Solamente sumé dos más dos. Tú debes ser Gwendolyn. La muchacha del prendedor.

    Sin empeñar el prendedor de diamante de Gwendolyn, regalo de uno de sus admiradores, Marcus y Kathryn nunca hubieran podido pagar la fianza de George esa noche.

    George se puso pálido. Nunca les agradecí correctamente—a ninguno de ustedes—por lo que hicieron esa noche. He sido terriblemente descuidado.

    Kathryn se encogió de hombros ligeramente. Es mejor no meterse en algunos asuntos, dijo.

    Pero ya estaba escribiendo mentalmente su titular. Bueno, le preguntó, ¿cuándo vas a compartir tus novedades con Louella?

    La expresión de George se agrió. La señorita Louella Parsons y yo no nos hablamos actualmente. Esta semana, irrumpió en el set de Camille sin haber sido invitada y echó a perder una de las escenas más difíciles de Garbo. Todo el asunto molestó tanto a Garbo que le lanzó su guion a Louella, pero golpeó una lámpara antigua y la hizo añicos. Entonces Garbo salió hecha una furia y se fue a casa. Una tarde desperdiciada. ¡Yo estaba absolutamente furioso!

    Kathryn trató de imaginar a la reservada y serena Greta Garbo haciendo erupción como una diva de la ópera. Entonces George le dio una sonrisa astuta y puso su mano encima del brazo de ella. Querida, esta es toda tuya.

    Kathryn escuchó a sus amigos jadear suavemente mientras ella sostenía la mirada imperturbable del director. Es imposible que estés diciendo lo que creo que estás diciendo, pensó. Eso hubiera sido inconcebible.

    Ella puso su mano encima de la de él y la apretó suavemente. ¿Esta?

    Selznick ha adquirido los derechos y me ha reclutado como director. Es toda tuya por las próximas veinticuatro horas.

    La garganta de Kathryn se secó. Miró su vaso vacío. Louella siempre tiene las primicias primero.

    Los ojos del director brillaron. Aparentemente no siempre.

    * * *

    Eran bien pasadas las once cuando Kathryn logró que el guardia nocturno la dejara entrar al Hollywood Reporter. La sala de redacción estaba desierta; filas de escritorios vacíos se alineaban en las sombras como lápidas, y ella tenía solamente el débil brillo de las luces de la calle para guiarse. Recorrió su camino hasta su escritorio y encendió su lámpara de un golpe. Se iluminó su silenciosa máquina de escribir en un círculo solitario.

    Tenía hasta la medianoche antes de que se cerrara la edición matutina. Todo debía pasar por el dueño del periódico, pero Billy Wilkerson no había contestado cuando lo llamó a su casa y al club. El curso de la historia, decidió ella, debería cambiar sin su aprobación.

    Puso una hoja de papel en blanco en su máquina de escribir.

    Selznick Adquiere Derechos de Transmisión de Lo que el Viento se Llevó, Nombra a Cukor como Director

    Evalúa incluir a Tallulah Bankhead como Scarlett

    por Kathryn Massey

    Sus dedos retrocedieron de las teclas. No puedes hacer eso, se dijo. Era estúpido pensar que podía salirse con la suya y romper la regla irrompible; Louella usaría sus tripas como portaligas. Y el hombre más poderoso del mundo era la última persona que quería como enemigo.

    Releyó lo que había escrito, luego sacó la hoja de papel de la máquina de escribir. Fuiste un bonito sueño mientras duraste, le dijo.

    Un estrépito de vidrios astilló el silencio y Kathryn asomó la cabeza por el corredor. La luz estaba ahora en el otro extremo.

    ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

    La puerta de la oficina de Wilkerson estaba apenas entreabierta y una rebanada de luz iluminaba el piso de parqué. A medida que se acercaba, pudo escuchar una respiración pesada. Lo último que quería era entrar y encontrar a si jefe retozando con alguien—sobre todo si ese alguien no era su esposa. Pero cuando escuchó a Wilkerson gritar ¡JESÚS! decidió que estaba sufriendo.

    Empujó la puerta de su oficina y atisbó hacia adentro. Su elegante jefe estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo con una mano apretujada contra la otra. La sangre se escurría entre sus dedos.

    ¡Señor Wilkerson! ¿Está bien?

    Él no se sorprendió de que hubiera alguien ahí. ¿Tienes un pañuelo?

    En mi bolso. Voy a traerlo—.

    Bolsillo del pecho. Señaló con la cabeza la chaqueta del traje que colgaba del respaldar de su silla. Kathryn rodeó el escritorio de su jefe y sacó un pañuelo de lino. No fue hasta que se arrodilló para amarrarlo alrededor de su dedo cuando pudo percibir el olor de whisky que estaba sobre él.

    Con cuidado, le dijo. Vidrio roto.

    Gruesos vidrios rotos de lo que había sido una botella de Royal Crest estaban desperdigados a su alrededor.

    ¿Un pequeño accidente?, preguntó Kathryn, mientras envolvía el pañuelo de Wilkerson alrededor de su dedo índice, que tenía un desagradable largo tajo. Creo que esto puede necesitar unas puntadas.

    Olvídalo, balbuceó. Merezco morir desangrado.

    Ella lo ayudó a pararse. ¿Morir desangrado?, preguntó, haciendo un nudo con los extremos del pañuelo. Ahora se está poniendo melodramático.

    Wilkerson apoyó su espalda contra el borde de su escritorio y se desplomó sobre su dedo que sangraba, protegiéndolo con la otra mano. Estuvo inmutable y en silencio un segundo o dos, luego balbuceó algo que sonó como Sananee....

    ¿Sana... qué?

    Bien, ¿qué estás haciendo acá?

    Me encontré con una gran primicia. O por lo menos lo pensé, pero no he verificado.

    Él levantó la cabeza lentamente y la miró por primera vez. Sus ojos estaban inyectados en sangre y ella pudo darse cuenta de que no había estado escuchando.

    Santa Anita, dijo él, quedo y ronco.

    Tomó un momento para que se captara el significado de esas dos palabras. ¿Perdió mucho dinero en las carreras? No debe haber sido la primera vez. Si no le importa que se lo diga, señor Wilkerson, huele como una fábrica de whisky. Tal vez deba pensar en irse a ca—

    No fue solamente mucho dinero. Los ojos de Wilkerson dejaron de mirarla. Fue toda la nómina.

    Kathryn sintió que su mandíbula se cayó mientras una descarga de preguntas se agolpaba en su mente.

    Apostó la nómina—¿toda la nómina? ¿Soy la única persona que lo sabe? ¿Recordará esto cuando esté sobrio? ¿Debo contárselo a alguien? ¿Por qué me lo está contando?

    El impulso de abofetear a su jefe consumía a Kathryn como un incendio forestal. Cruzó los brazos y los fijó ahí. ¿Toda?

    Wilkerson tenía la cabeza gacha. "No hay nada que me digas que no me haya dicho cien veces esta noche. Soy un desgraciado y me merezco que me den un tiro. Mi personal me va a abandonar, y es lo que deben hacer. Se merecen un jefe que los cuide. Todo por lo que he trabajado tanto, todo lo que Hollywood Reporter representa quedará pfffft. Miró hacia ella, arrugando la frente sudorosa. ¿Qué dijiste de una primicia?"

    No es importante.

    Fue lo suficientemente importante como para que vinieras a la oficina a medianoche.

    "Pensé que lo era, lo corrigió. Pero pensándolo bien, causará más complicación de lo que merece. Así que no se preocupe. Debe pensar en ir al hospital. Ese corte —".

    Cuéntame.

    De verdad, señor Wilkerson, yo no—.

    Vamos, suéltalo y déjame ser el juez.

    Pasó el peso de un pie al otro mientras relataba las novedades de Lo que el viento se llevó. Los ojos de Wilkerson crecieron como platos y su sonrisa se estiró de oreja a oreja. ¿Cómo está tu fuente?

    Primera fuente.

    ¿El propio Selznick?

    Una de las fuentes vecinas, admitió.

    Caramba, ¡esa fastidiosa se va a enfurecer cuando lo lea en la edición matutina!

    No podemos publicar esto, le dijo Kathryn. Usted conoce la regla. La quebrantamos bajo riesgo mortal.

    Los oscuros ojos de Wilkerson se estrecharon y una mueca astuta apareció en su cara. ¿Me estás diciendo que no tienes las agallas de jugar con los grandes? Kathryn Massey, me sorprendes. Creí que estabas hecha de material más resistente.

    Yo y mi material resistente estamos bien, muchas gracias, pero alguien en esta habitación debe ser sensato. No olvidemos, le falta toda una nómina completa.

    William Randolph Hearst puede irse al demonio. Esto es lo que hemos estado esperando. ¿Por qué no habríamos de imprimir esto?

    Empezó a apretujar sus manos como puños, pero aflojó el trabajo de Kathryn y empezó a sangrar de nuevo. Cuando ella fue para volver a amarrar el vendaje improvisado, él la empujó. Ella tomó su mano de todas maneras y la jaló hacia ella, y ajustó el pañuelo mientras lo miraba firmemente.

    Vamos a trazar una línea acá, señor Wilkerson. Quitarle la primicia a Parsons liberará a los cuatro jinetes del apocalipsis, seguido por las siete plagas, los sabuesos de los Baskerville y todo el contenido de la caja de Pandora. No habrá vuelta atrás.

    Wilkerson aspiró profundamente. ¡ANDA! La empujó hacia la puerta. Haré que la sala de impresión detenga la primera plana. Se lo prometí a DeMille, pero me puede morder el trasero.

    Kathryn se paró en la puerta de la oficina y miró fijamente a su jefe, deseando que cambiara de opinión. Él la miró. ¿Ahora qué?, preguntó.

    Esto es una locura. Usted está ebrio. No hay manera de que esto termine bien.

    Se inclinó sobre su escritorio y torció el gesto. Yo tengo las agallas si quieres la gloria.

    Era posiblemente lo único que Billy Wilkerson podía haber dicho para hacerla cambiar de idea. Oh Dios mío, pensó Kathryn, de verdad me va a dejar hacer esto. Confía en mí. Confía en mí. Ella miró su reloj; faltaban veinte minutos para la medianoche. "¿Acaso va a haber Hollywood Reporter mañana?"

    Él asintió con la cabeza.

    ¿Qué va a hacer con respecto a la nómina?

    Si sacas a la luz una primicia como esa, yo puedo sacar a la luz trescientos mil billetes.

    CAPÍTULO 2

    Gwendolyn se paró en el vestíbulo de mármol del Edificio Guarantee en Hollywood Boulevard y abrió su bolso para sacar un pañuelo. Mientras respiraba el aire frío y se sacaba el brillo de julio de la frente, leyó de nuevo el nombre de la tarjeta de presentación en su mano.

    ELDON LAIRD. Ahí estaba el nombre de una estrella de cine. Lo sabe Dios, el hombre tenía el aspecto de una estrella de cine. Su grueso cabello tenía el color de la miel de arce y recién se estaba poniendo gris en las sienes. Sus dientes eran blancos como el pan, y tenía una mandíbula donde se podían afilar tijeras. Como vendedora de cigarrillos del club nocturno de Cocoanut Grove en el Hotel Ambassador, Gwendolyn Brick estaba acostumbrada a estar cerca de hombres elegantes con aspecto de estrellas de cine, pero Eldon Laird era mucho más valioso para una aspirante a actriz de lo que sería una estrella de cine —era agente de talentos.

    Sin embargo, atraer el interés del hombre había sido todo un desafío. Había estado yendo al Cocoanut Grove durante meses, por lo general solo y siempre lanzado una mirada fría a la alborotada multitud. Nunca la había llamado con señas.

    Cuando Gwendolyn llegó a Hollywood casi diez años antes, se le ocurrió una argucia absurda para hacer que toda la ciudad hablara de ella. Recorrió Hollywood a lo largo y a lo ancho y marcó todos los menús, posavasos y servilleta de cóctel que se cruzaron en su camino con Gwendolyn estuvo aquí. Nada resultó de todo eso, incluso se había olvidado del asunto hasta que la encargada de guardarropa del Grove sacó un posavasos con Gwendolyn estuvo aquí del bolsillo del abrigo de casimir de Eldon Laird. Le dio a Gwendolyn el valor de abordarlo, y él respondió entregándole su tarjeta y pidiéndole que le llevara sus cigarrillos favoritos y escasos a su oficina.

    Gwendolyn no contaba con que su oficina estuviera en el último piso de un edificio que no tenía ascensor. De haberlo sabido, no hubiera usado tacones tan altos. Pero quedaban tan bien con el nuevo vestido que se había hecho, de algodón blanco salpicado con girasoles amarillo pálido que combinaban con su pelo. Cualquier otro par no hubiera quedado tan bien, y ella necesitaba que quedara bien. Un hombre como Eldon Laird era el premio mayor para una chica bonita en Hollywood.

    La oficina central del agente de talentos no se parecía a nada que ella hubiera visto antes. Todo el lugar estaba hecho de blanco lustroso —no solamente las paredes, sino también el escritorio de la secretaria, el piso de linóleo, el archivador, hasta el tazón de cerámica que tenía un helecho en maceta. Las únicas excepciones eran brillantes cortinas verde esmeralda que rodeaban la ventana sobre Hollywood Boulevard y la lámpara carmesí que estaba encima del archivador. En medio del mar de blanco sobre blanco, sus matices atrevidos eran un verdadero impacto.

    La puerta de la oficina interior estaba abierta. Gwendolyn llamó: ¿Hola?

    Lo puede dejar en el escritorio, gracias. La voz del agente de talentos era suave como cuero italiano.

    No creo que pueda hacer eso, señor Laird.

    Por el amor de Dios, solamente—¡oh! Eres tú.

    Eldon Laird había aparecido en la puerta de su oficina. Las mangas de su camisa estaban enrolladas hasta sus codos, y su corbata, un estampado de flor de lis anaranjado oscuro sobre un fondo azul oscuro, estaba metida dentro de su camisa.

    Parece que su secretaria no está.

    Es maravilloso verte, dijo, deslizándose hacia ella. ¿A qué debo este inestimable e inesperado placer? Gwendolyn, ¿no es cierto?

    Haz bien tu jugada, se dijo Gwendolyn. Las chicas como tú no tienen muchas oportunidades de impresionar a hombres como él.

    Ella sacó seis paquetes de Viceroys con corcho en la punta. La última vez que lo vi en el Cocoanut Grove, me pidió que pasara por su oficina con todos los que pudiera conseguir.

    Una sonrisa a fuego lento. Te acordaste.

    Pregúntale a la muchacha de los cigarrillos sobre cigarrillos....

    ¿Quién iba a saber que iban a ser tan tremendamente difíciles de conseguir? Ni siquiera Bobo los pudo encontrar, y había estado a cargo del puesto de tabaco del Hotel Ambassador durante años. Al final, los ubicó por un vecino en el Garden of Allah que trabajaba para Technicolor y cuyo cuñado conducía un montacargas en el puerto de Los Ángeles.

    En Nueva York son casi imposibles, dijo Eldon.

    Hay algunas cosas que solamente se pueden encontrar en Los Ángeles. Ella dejó esa insinuación de sonrisa entre sus labios que había estado practicando en el espejo.

    Él sonrió, también. ¿Cuánto te debo?

    Tres cincuenta y cinco.

    Entra.

    Ella siguió a Eldon a un espacio mucho más grande, también hecho de blanco, pero para una enorme pintura detrás de su escritorio. Gruesos trazos de azul cobalto, bermellón y caqui llenaban el lienzo, pero no parecía ser nada en particular.

    ¿Te gusta?, preguntó Eldon.

    ¿Esto?, Gwendolyn señalando la pintura. ¿Qué es?

    ¿Tienes que saber qué es algo antes de poder decidir si te gusta o no?

    Gwendolyn había lidiado con su buena cuota de clientes delicados en el Cocoanut Grove, pero este ricachón era un personaje. No siempre.

    Es arte abstracto. Eres libre de ver acá lo que desees.

    ¿Al menos tiene nombre?

    "Duda. Temor. Deseo. Es un nuevo artista local que me gusta mucho. Alistair Dunne. ¿Has oído de él?"

    Gwendolyn dijo que no, que no lo conocía, pero que le gustaba su trabajo—que no era el caso en lo absoluto. Ella prefería que sus pinturas fueran sobre algo, una persona que pudiera reconocer. Hasta donde sabía, artistas como este simplemente eran personas que no podían pintar rostros ni paisajes marinos ni castillos. Pero le gustaban los colores audaces.

    Ese azul cobalto es divino, pensó. Me pregunto dónde puedo encontrar ese tono en seda tornasolada.

    Eldon Laird sacó una cartera negra de un cajón del escritorio y le entregó un billete de diez dólares.

    No sé si tengo cambio para eso.

    El resto es por tus molestias. Resulta que no puedo fumar otra cosa, así que agradezco profundamente el favor. Apiló los seis paquetes en una torre perfecta. Me encantaría poder devolverlo, agregó con los ojos puestos en la torre.

    "Usted es un agente, ¿no es así?, le preguntó ella.

    Oh, ¿entonces eres actriz?

    Gwendolyn estaba impresionada con la manera en que él trató de parecer genuinamente sorprendido. , se burló. Una encargada del guardarropa de un club nocturno de Hollywood quiere llegar al cine. ¿Quién supo de algo así alguna vez?

    Él lanzó la risa de un padre indulgente, pero sus ojos la estudiaron con cuidado. Tengo que decir que me sorprende que Benny Thau en MGM no te haya contratado de inmediato.

    No.

    ¿Minna Wells de Warner Brothers?

    No.

    ¿Te has registrado en Elenco Central?

    Claro, pero nunca surge nada para mí.

    Él dejó salir un largo silbido de lobo. ¿Me estás diciendo que nadie en esta ciudad te ha ofrecido su sillón para audiciones?

    Ya quisiera.

    Gwendolyn sintió que se sonrojaba. Todo estaba saliendo exactamente como lo había ensayado toda la semana: charla juguetona, intercambios ingeniosos, sonrisas astutas. Pero ahora se había hecho una zorra. Lo que quiero decir es que me sentiría honrada si pensaran que soy suficientemente buena como para que me ofrezcan el sillón para audiciones.

    Él señaló con la cabeza a la pared del fondo, donde un sofá extra largo con inmaculado damasco estaba debajo de una ventana. ¿Qué piensas de mi sillón?

    A ella le empezaron a languidecer los hombros. Esto es lo más cercano a tener un pie en la puerta que has estado desde que viniste a Hollywood, se dijo, y tú misma te mostrarás la salida si dejas que esto se te escape. Si esto era lo que se necesitaba, entonces esto era lo que se necesitaba.

    Cuidadosa, deliberadamente, cruzó el piso y se sentó en el borde del sillón. Él la siguió y se sentó a su costado. No tan cerca como para tocar, pero bastante cerca. No parece estar muy cómoda, señorita Gwendolyn Brick.

    Escuchar su nombre completo hizo que Gwendolyn se encogiera. La etiqueta con su nombre en el Cocoanut Grove decía solamente Señorita Gwendolyn. ¿Cómo sabe mi apellido?

    Estuve preguntando por ahí. El tipo detrás del bar es terriblemente protector contigo.

    ¿Chuck? Es un buen hombre.

    ¿Es tu novio?

    No, solamente un buen amigo. Del tipo hermano mayor.

    Sigue sin parecer muy cómoda. A Gwendolyn le impresionó lo raro que era que él pudiera mantener su tono suave, apenas distante, y que suavizara la luz en sus ojos.

    Fue a deslizarse de nuevo en el sillón, pero las caras de sus amigos pasaron ante sus ojos. Kathryn había querido tanto escribir para Hollywood Reporter, y mírenla ahora. Su primicia le había valido quitarle la primicia a Louella Parsons. Y el querido Marcus tomaba ahora el Auto Rojo a MGM todas las mañanas. ¿Alguno de ellos había recurrido a acostarse con otros para realizar sus sueños?

    Gwendolyn se puso de pie abruptamente.

    Váyase al diablo, espetó ella, y empezó a ir hacia la puerta.

    ¿Qué pasa? Eldon levantó las manos en el aire como si fuera Ma Barker y esto se hubiera convertido en un asalto a mano armada.

    Regresó para enfrentarlo más directamente. Claro que era guapo, con su bronceado de tenis y su mirada lasciva. Si esta fuera una visita social, ella hubiera estado más que feliz de volver a sentarse en ese sofá de damasco blanco y beber a lengüetazos cualquier crema batida que él sirviera. Pero era una visita de negocios: actriz ambiciosa e influyente agente de talentos, no un pequeño y lindo canario y donjuán itinerante.

    ¡Usted!, dijo ella, clavándole un dedo en el ojo, y todos los oportunistas de esta ciudad—pueden todos irse al diablo.

    Dio un dramático giro sobre sus tacones y estaba a medio camino hacia la oficina de afuera cuando él llamó: Espera, espera, me entendiste mal.

    En realidad no lo creo. Ella seguía enfrascada en su salida dramática, pero disminuyó su paso.

    Si voy a representar a alguien, debo conocerla muy bien.

    Gwendolyn se odió por vacilar, pero sintió que su resistencia disminuía. Volvió a enfrentarlo. ¿’Qué está diciendo?

    Que vas a ser la invitada de honor en una fiesta que estoy organizando. La voz de Eldon Laird ahora era tierna, casi suave, como la sonrisa en sus ojos.

    Ella contó lentamente hasta cinco. ¿Cuándo?

    ¿Cuándo es tu día libre?

    Los lunes.

    "Entonces será en una noche de lunes.

    Gwendolyn se congeló mientras le examinaba el rostro buscando alguna señal de falsedad. No vio nada de eso. ¿Qué noche de lunes?

    Yo te aviso.

    Gwendolyn le agradeció—aunque en realidad no estaba segura de por qué—y salió de la oficina. Estaba casi en la entrada principal cuando él dijo su nombre. Cruzó el espacio entre ellos en seis zancadas y se inclinó lo suficientemente cerca como para que ella oliera su colonia. Era pesada y ahumada, como el interior de un club de hombres, se imaginó ella.

    No puedo dejarte ir sin decirte que creo que eres tan hermosa que quitas el aliento. Y quiero que sepas que el hombre de negocios de agente de talentos que hay en mí le está diciendo al soltero que hay en mí que se aparte—que esto es meramente negocio, y que las reglas son las reglas.

    Gwendolyn sabía que no debía—¡esto son negocios!—pero la pregunta salió de todas maneras.

    ¿Y qué es lo que el soltero tiene que decir?

    Esto.

    Eldon se inclinó y besó a Gwendolyn en los labios con más ternura con la que nadie la había besado antes.

    CAPÍTULO 3

    ¿Maldita sea, por qué estás tan tenso?, quiso saber Alice Moore mientras Marcus miraba fijamente por la ventana del tren.

    Era casi medianoche; no había más que ver que noche. Él mantuvo sus ojos en las sombras que pasaban e insultó a los dioses de la fortuna. De todas las personas con las que estar en deuda, ¿tenía que ser con esta rubia pintada con tinte barato?

    Vamos al Castillo Hearst con mucha gente importante y famosa, dijo. Esto es realmente grande.

    El enorme rancho de William Randolph Hearst quedaba cerca de la pequeña ciudad costera de San Simeón, a una noche en tren al norte de Los Ángeles. Oficialmente, se llamaba La Colina Encantada, pero no oficialmente —y siempre fuera del alcance de los oídos del dueño—se le conocía como Castillo Hearst. El magnate de los periódicos lo había estado construyendo desde 1919, y en esos diecisiete años su lujo había empezado a lindar con lo absurdo.

    Alardeaba de tener más de quince habitaciones, algunas decoradas con techos levantados de capillas europeas del siglo XVI. Una sala de cine, un aeródromo y un zoológico privado estaban dispuestos en medio de cien jardines. No había otro pedazo de terreno que le hiciera competencia en el país, y una invitación a pesar el fin de semana ahí era la cumbre de todas las invitaciones sociales.

    ¡No!, Alice siguió desplomada contra el tapizado suave como mantequilla como un borrachín al final de una larga noche. Tal vez sean importantes y tal vez sean famosos, pero siguen siendo solamente personas, ¿no es así?

    Espero que no hables así delante de Winston Churchill, Marcus respondió.

    ¿Ese británico gordo que me señalaste en la plataforma? Ella le golpeó la rodilla con el pie, y probablemente le dejó una mancha sucia en el traje, pero él no quiso aparentar ser más melindroso de lo que ya parecía, así que resistió las ansias de mirar.

    Recuérdame otra vez quién es, dijo Alice.

    Es un pez gordo de la política británica. Algunos dicen que tiene la mira puesta en convertirse en primer ministro. Alice, de veras necesito que tengas el mejor de los comportamientos este fin de semana. Por favor, recuerda que todo lo que hagas y digas se refleja en mí.

    Alice dio un rápido movimiento a su cabello oxigenado en casa. Estás tomando todo esto muy en serio, si me lo preguntas.

    Me han invitado acá a conocer a Hearst, insistió Marcus. Tengo que dejar una buena impresión.

    Tú siempre dejas una buena impresión. Es como eres. Así que ya relájate. Alice sacó su lima de uñas y empezó con su meñique.

    Todavía estaba asimilando que era el escritor principal de algo, por no mencionar la empresa cinematográfica fundada por el hombre más rico de Estados Unidos. El día en que Devuélvase al Remitente se convirtió en el mayor éxito en la historia de Cosmopolitan Pictures, a Marcus lo hicieron jefe

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