En esta época del año, las plataformas –y algunas intrépidas salas de cine– se llenan de películas navideñas, diversas televisiones en abierto emiten los títulos de toda la vida y es habitual ver con nuestros hijos algunos clásicos del género. Sin embargo, poco se habla de las pelis que suceden unos días más atrás, en esas nocheviejas o días de año nuevo en los que pasa de todo, en los que todo es posible, en los que empiezan o terminan grandes y pequeñas historias. Historias, muchas de ellas, con nombre de mujer.
Comedias, dramas, musicales, películas corales, telefilmes… No hay género que se escape a una noche tan recurrente y mágica. Pero, seguramente, en la comedia romántica es donde hay títulos más vibrantes. Una de las más icónicas de la década de los 80, , narra la historia de dos amigos, Meg Ryan y Billy Crystal, a lo largo de once años hasta que, en una noche que parece destrozar su amistad. Y es que ese camino ya manido del género en que el protagonista no sabe lo que quiere ni lo que siente, lo abrió este guion de Nora Ephron en 1989 con una ingeniosa y simpática historia inspirada en las comedias del cine clásico de batalla de sexos. Él comprende que la quiere al final, en esa fiesta de Nochevieja en la que se lo explica: "Te quiero cuando tienes frío estando a 21 grados, te quiero cuando tardas una hora en pedir un bocadillo, adoro la arruga que se te forma en la frente cuando me miras como si estuviera loco, te quiero cuando después de pasar el día contigo mi ropa huele a tu perfume y quiero que seas tú la última persona con la que hable antes de dormirme por las noches. Y eso no es porque esté solo ni porque sea Nochevieja. He venido aquí porque cuando te das cuenta de que deseas pasar el resto de tu vida con alguien, deseas que el resto de tu vida empiece lo antes posible". Romántica a más no poder, esta fue la película que abrió las puertas del género tal y como lo entendemos hoy.