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Asuntos pendientes
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Libro electrónico126 páginas1 hora

Asuntos pendientes

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El inspector Donardo está a solo una semana de jubilarse de su trabajo de policía, una profesión en la que ha estado más tiempo ocupado en tareas burocráticas o de archivo que en verdaderas investigaciones. Cuando ya sus compañeros andan preparándole la fiesta de despedida, le encargan la resolución de un caso en apariencia sencillo y rutinario pero que, sin embargo, le proporcionará un ovillo del que, tirando, acabará por sacar a la luz varios enigmas que han quedado pendientes en el pasado y que, en gran medida, le afectan a sí mismo.
Escrita con un estilo seco y contundente, en el que se aprecia al fondo el gusto de las viejas y clásicas novelas negras, Asuntos pendientes es, tanto como una obra de trama policiaca, un texto que también encara viejas deudas con la literatura y la política. Una rememoración de aquellos tiempos en que las novelas tenían un significado para entender el mundo y, en especial las policiacas, pretendían desvelar el poso de corrupción, miserias y espurios intereses sobre el que se halla levantada nuestra refulgente sociedad.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 jul 2012
ISBN9788415414384
Asuntos pendientes
Autor

Luis García

Luis García, fue colaborador habitual durante varios años de diferentes medios escritos tanto con críticas literarias y artículos como con entrevistas, medios entre los que cabe citar las revistas literarias "Clarín", "Lateral", "Prima Littera", "Cuadernos del Matemático", "Barcarola", "El Péndulo", "Mercurio", "Cambio 16", "La Clave", así como "El Diario de Ávila" en su edición dominical (suplemento "El Argonauta"), "El Siglo de Almería", "La opinión de Granada", y el suplemento cultural de la "Nueva España" de Oviedo. Durante varios años mantuvo la sección Cartas del Norte en el suplemento literario "La Mirada", perteneciente al "Correo de Andalucía", y en "El Mirador", de "El Diario de Andalucía". Actualmente, es Director de Contenidos de la revista de Internet "Literaturas.com" y colabora en "El Diario de Córdoba", en su suplemento literario "Cuadernos del Sur", en el semanario "Oviedo Diario" editado en Asturias, y en el "Diario El Comercio", tanto con artículos como con reseñas, en donde además mantiene el blog cultural "Las Cartas del Norte". Sus artículos, reseñas y entrevistas se pueden leer también en las revistas "Espacioluke.com", vinculada a la Editorial Bassarai, así como en diferentes publicaciones de México ("La voz de la esfinge"). Autor de una amplia obra en prosa y verso, sus relatos y poemas se pueden leer en diferentes revistas literarias "Fábula", "El Cobaya", "La Pluma y el Tiempo", "Texturas", "Barcarola", "Galerna", "Revista Internacional de Literatura" editada por Columbia University, y en los mencionados suplementos "La Mirada" y "El Mirador".

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    Asuntos pendientes - Luis García

    Luis García

    1ª Edición Digital

    Junio 2012

    Smashwords edition

    © Jose Luis García 2012

    © de esta edición:

    Literaturas Com Libros

    Erres Proyectos Digitales, S.L.U.

    Avenida de Menéndez Pelayo 85

    28007 Madrid

    http://lclibros.com

    ISBN: 978-84-15414-38-4

    Diseño de la cubierta: Benjamín Escalonilla

    Smashwords Edition, License Notes

    This ebook is licensed for your personal enjoyment only. This ebook may not be re-sold or given away to other people. If you would like to share this book with another person, please purchase an additional copy for each person. If you’re reading this book and did not purchase it, or it was not purchased for your use only, then please return to Smashwords.com and purchase your own copy. Thank you for respecting the hard work of this author.

    Índice

    Copyright

    Asuntos pendientes

    Sobre el autor

    Para Any y Henar.

    Para Pablo, que siempre me pregunta por lo que estoy escribiendo.

    No es extraño que un hombre sea asesinado, pero a veces resulta extraño que lo asesinen por tan poca cosa y que su muerte sea el sello de lo que llamamos civilización.

    Raymond Chandler

    A modo de introducción

    —¿Ha visto el fiambre, comisario?

    —No, aún no lo he visto.

    —Pues... le sugiero que lo haga, y pronto. Siempre es mejor un rápido análisis preliminar. Suele resultar bastante preciso, sobre todo cuando se deja la mente abierta y trabajar a la intuición.

    —Muchas gracias por la clase académica, Fernández, pero lo veré cuando me salga de los cojones y nunca antes. ¿Está claro?

    —Claro y diáfano, señor comisario.

    Interrogatorios rutinarios

    —¡A ver, que pase el siguiente! —dije con escaso convencimiento mientras me anudaba el nudo de la corbata.

    —¡Sebastián Garrido! —leyó un uniformado y escrupuloso policía que aún rebosaba colonia barata por entre sus poros—. Pase por aquí, por favor, y tome asiento.

    El muy cerdo escupió en el quicio de la puerta nada más entrar, mostrándome de esa forma su peculiar saludo. Acababa de llegar al lugar del crimen, y aún no había tenido tiempo para centrarme en él, aunque sí para percatarme del enorme retrato del Viejo General que aún presidía la sala donde nos encontrábamos, y de la mugrienta bandera que descansaba sobre su hastiado pedestal posiblemente escocida de tanto haber sido sobada. Me resultaba especialmente extraño que me hubieran encargado este caso cuando apenas me quedaban cinco días para «licenciarme», cinco, nada menos, y cuando el Departamento estaba más que repleto de tiburones ansiosos por ganarse las «espuelas de oro». Además, y en contra de las ordenanzas, ni tan siquiera me habían dado tiempo para leer el informe de rigor, aunque habida cuenta que no había pasado la noche en casa..., posiblemente tampoco me hubiera molestado en hacerlo. ¿No era aquel acaso uno más de los crímenes a los que tan acostumbrados estábamos, aunque este dispusiera de ciertas reminiscencias político-sindicales? Por un momento me acordé de Sergio, al que no veía desde hacía varios años, y del que tan solo sabía que trabajaba desde hacía tiempo en la misma fábrica donde ahora me encontraba, y donde había aparecido asesinado el presidente del Comité de Empresa. ¡Comité de Empresa! Qué curioso eufemismo para continuar haciendo las cosas como siempre se habían hecho. Con el recuerdo de Sergio, me entró «morriña». Quizás tuviera la oportunidad de charlar con él, y de solucionar, ahora que los dos estábamos próximos a la madurez, aquel malentendido que nos había separado cuando aún éramos jóvenes.

    Elevé la ceja izquierda mientras depositaba lenta y pausadamente la pluma estilográfica sobre la mesa. Siempre me había gustado redactar mis informas con pluma, y ahora, ya próximo a la jubilación, tan sólo deseaba que esta llegara lo antes posible, para así entregarme en cuerpo y alma a lo que desde joven había sido mi verdadera vocación, aunque esta, como casi todas, hubiera florecido tardíamente y a destiempo, como la mala hierba.

    Tenía en mente escribir una novela, acaso en tono autobiográfico, sobre todo cuanto había visto y oído en todos mis años de permanencia en el Cuerpo. Y por si con la misma llegaba a herir alguna sensibilidad, tenía la intención de trasladar mis últimos años a una pequeña casita que me había comprado en el centro de la plaza de Jemaa el Fna, en Marrakech, desde cuya terraza divisaría todo el trajín de los encantadores de serpientes y aguadores, mezclados con los turistas y con el sabor agridulce de los pinchos morunos que se servían por las calles. Todo esto, por supuesto, aderezado con una pluma estilográfica Montblanc que sabía me regalarían mis compañeros en mi despedida, y con la que pensaba iniciar una nueva vida, lejos del bullicio de la Gran Corte donde estaba destinado. Quizás no la terminase nunca, o lo que era peor, quizás no llegase nunca a comenzarla. No era sino uno más de los sueños que me envolvían desde mi juventud.

    —Usted es... —empecé diciendo.

    —Sebastián Garrido, señor —contestó, mientras se cuadraba sin tan siquiera darme tiempo a buscarlo en el listín informático que me había proporcionado la Jefatura de Personal.

    —Siéntese, Sebastián, y por favor, relájese. Esto es una mera formalidad, no es ningún Consejo de Guerra.

    —Sí, señor.

    Quise intuir un cierto desdén en su respuesta, sobremanera en el apostillamiento que había hecho recalcando lo de señor. Levanté la vista tan solo un instante, el suficiente para percatarme de que me encontraba ante otro loco que posiblemente había hecho la «guerra» y a quien también le habían inculcado las disciplinas castrenses, con tal calado que no se encontraba capacitado para distinguir unos galones de unas suelas de zapato gastadas por el uso. Cargado de medallas de latón envejecido, tocado con una boina color azul cobalto similar a la que nos hicieron llevar el día de la Patrona del Cuerpo, y cruzado por una banda roja, más parecía un personaje de cómic recién salido de algún tebeo que un hombre de carne y hueso, y lo que era peor, con mando. Por un momento creí revivir una pesadilla salida del infierno que hacía tiempo guardaba el sueño de los justos. Con este ya eran trece los interrogados, y parecía que nunca se iban a acabar.

    —Por favor —repetí, convencido que, al igual que había pasado con los anteriores, este tampoco iba a hacer ningún caso—, tome asiento. Será solo un momento.

    —Muchas gracias, señor. Pero si no le importa prefiero contestarle de pie.

    —Muy bien, como usted prefiera. Veamos. Se llama usted...

    —Sebastián Garrido, señor. Es la segunda vez que se lo repito, y espero que sea la última —contestó, con cierto aire de prepotencia en su voz.

    —Cierto, me lo ha repetido, Sebastián —dije un tanto indeciso ante el cariz que estaba tomando aquel interrogatorio—. Bien, amigo, voy a ser muy claro y yo tan solo se lo voy a repetir una vez. ¿Correcto? En primer lugar, yo y tan solo yo soy quien hace las preguntas. Y tú te limitarás a contestarlas. ¿Okey? Pues empecemos ya y acabemos con toda esta mierda de una puta vez. Pero, ¿a quién cojones se le habrá ocurrido el encargarme este caso?

    —Lo que usted diga... señor.

    —¡Y deja ya de llamarme señor, joder, no lo soporto! ¡Fernández, tráeme un café solo con mucho azúcar, lo necesito!

    —Sí, señor.

    Lo miré a los ojos mientras intentaba ocultarme tras una taza de café. Solía pedirlo con mucho azúcar porque así me evitaba la molestia de tener que revolverlo. Siempre había sido partidario de prescindir de todas aquellas tareas inútiles que pudieran causarme un trastorno en mi vida, y esta era una de ellas. Observé lentamente a Sebastián Garrido. Se trataba de un hombre corpulento que nunca habría de cumplir los sesenta años, a juzgar por el sospechoso color de su cara que denotaba una más que incipiente alcoholemia, y cuya mirada dejaba entrever todo el odio que sentía hacia la gente que, como yo, acostumbran a indagar en los asuntos ajenos.

    —Sebastián Garrido..., observo que falta en el listado su segundo apellido. ¿Podría decirme cuál es?

    —Perdón... señor...

    —Que si me podría decir

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