Instrucciones Para Misioneros
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Este libro, no terminado antes de morir, fue escrito con la intención de mantener a los primeros misioneros enviados al interior de África, por Francisco M. P. Libermann, animados y fieles a la misión conferida a ellos por la Iglesia. Las dificultades, el apostolado arduo, la soledad, las enfermedades, el clima, la falta de comprensión y la respuesta lenta de los evangelizados pueden resultar en el abandono de la misión, si el mismo misionero carece de una espiritualidad auténtica y práctica.
En sus Instrucciones a los Misioneros, Libermann, describe las actitudes y ejercicios espirituales fundamentales para mantener la vida del misionero centralizada en Cristo y no en la satisfacción de su propio egoísmo o deseos de éxito, que surgen de nuestra naturaleza humana caída. Libermann se manifiesta un maestro de la vida espiritual y un sicólogo bien adiestra en identifica las trampas mentales que pueden desviarnos del rumbo de la cruz y lejos de la voluntad divina.
Este librito no es para el lector casual, sino para el verdadero discípulo de Cristo del misterio pascual, que interesa una amistad con Jesús que es a la vez profunda e íntima. Seguidores inauténticos no encontrarán palabras para hacerlos sentirse bien y satisfechos con su vida plástica, sino un desafío a vaciarse completamente para permitir al Señor llenarlos con su Gracia Divina.
Francis M. P. Libermann, C.S.Sp.
Fransico Libermann fue el primer Superior General de la Congregación del Espíritu Santo después que unió con su sociedad del Inmaculado Corazón de María, la primera congregación de enviar misioneros al interior del Continente de África. Hijo de un Rabbí, Jacobo se convertió a la fe católica, fue ordenado sacerdote y escribó cientos de cartas que contienen una riqueza de consejos espirituales a pesar de sufrir migrañas casi todos los días hasta su muerte en 1852.
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Instrucciones Para Misioneros - Francis M. P. Libermann, C.S.Sp.
Por mucho tiempo he deseado ardientemente el darles algunas instrucciones que les sirvan de consuelo y aliento en el camino hacia la perfección de la santidad que, por la gracia y la misericordia de Dios, ustedes se están esforzando en alcanzar con celo y perseverancia. Quisiera además que les sirvan para mantener vivo entre ustedes el espíritu de la Congregación.
Me siento una gran vergüenza de hablarles acerca de la perfección ya que no hago nada mientras que ustedes se sacrifican continuamente por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Me encuentro indigno el Divino Maestro de participar de sus sufrimientos gloriosos, me avergüenzo cuando me comparo con ustedes, que viven sólo por el sufrimiento.
Sin embargo, no ignoren las instrucciones de este su padre pobre y miserable porque no ha complacido a Dios quien los dota tan abundantemente con el don del sufrimiento. Saben que Dios distribuye sus diversos dones de acuerdo a los múltiples y diversos diseños de su misericordia y sabiduría divina para que se alcance el objetivo que Él propone: la santificación de sus criaturas. Él les ha apartado por toda la eternidad como víctimas a ser inmolados por la salvación de las almas de los pobres degenerados que desde el principio del mundo han estado bajo el dominio de Satanás. Es por ello que Dios se ha servido de sus sufrimientos superabundantes, para elevarlos a un alto grado de amor y santidad. Tales víctimas deben ser santas como la gran víctima de propiciación universal era santa y debe estar en unión con la víctima. Por lo tanto, mientras a menudo me abruma la angustia ante la idea de sus dolores incesantes y su aflicción, también estoy lleno de alegría porque sé que la vida de este mundo no es sino una sombra vana, un sueño fugaz. Yo sé que ustedes valoran poco esta vida y entiendo muy bien la alegría desbordante del que sufre por la gloria de su Dios y es bendecido con tan santo sufrimiento. Y si no he sido encontrado digno de esta gracia que está por encima de todas las otras gracias, por lo menos se me ha concedido la alegría de ver las bendiciones con que Dios los ha colmado a ustedes, sus siervos privilegiados tan queridos por Él.
Si Dios no se ha complacido en ofrecerme la gracia inestimable de salvar a los demás a través del sufrimiento de su Hijo amado, y no ha querido hacer de mí una víctima del sacrificio por las almas desamparadas sí me ha dado la gracia de la dirección de aquellos siervos que Él ha adoptado para este fin y a quienes Él quiere santificar a través del trabajo entre las almas abandonadas.
De acuerdo con la economía de la gracia, en este mundo yo soy el superior de ustedes y por lo tanto deben escuchar mi voz como la voz de Dios. Porque es Él quien habla a través de mí, es su gracia divina que está dentro de mí la que impregna mis palabras con el mismo propósito, la santificación de sus propias almas y la salvación de las almas por quienes Dios quiere que se sacrifiquen. Sin embargo, en el otro mundo nos encontraremos con el orden cambiado, entonces ustedes serán más grandes que yo porque ahora ustedes están bendecidos con una mayor participación de los sufrimientos de Jesucristo, que es la fuente y principio de nuestra vocación y nuestra santificación. Y así su palabra divina se cumplirá: Los últimos serán los primeros y los postreros, primeros
. (Mateo 21: 16)
Mis queridos cofrades, su existencia en la tierra es breve y deben aprender a valorar todas las cosas correctamente y con referencia a Dios. Entonces este mundo miserable y mezquino se convertirá en rico y glorioso por ustedes. Porque sus sufrimientos son la verdadera fuente de riqueza y gloria gracias a la compasión de nuestro Dios Omnipotente que está lleno de bondad y amor. Permanezcan firmes y alegres en el santo camino laborioso al que Dios en su bondad les ha destinado. La senda a seguir es la de Jesucristo, su divino Maestro. Proceder como él lo hizo, crezcan en santidad al hacerse como él, de modo que a través de su semejanza a Cristo los demás sean santificados en la verdad de Dios.
Cristo, porque fue enviado por su Padre vivía sólo para su Padre. Ustedes, han sido enviados por Cristo y por lo tanto deben vivir sólo para Él y en el espíritu de su santidad.
Nuestro Señor Jesucristo siendo santo se ofreció a sí mismo y ofreció sus sufrimientos por la salvación de las almas y la redención de los pecadores a través del sufrimiento. Sin embargo, un apóstol, enviado por Jesucristo que no aspire a convertirse en santo y a hacer sobrenatural su sufrimiento, no puede llevar a la verdad redentora a las almas. El apóstol tiene que poseer la santidad de Cristo. Esta santidad visible debe fluir de su corazón, en su vida de sufrimiento y en su trabajo. Teniendo a Jesucristo como su prototipo, los misioneros engendran almas para Dios porque pueden alimentarlas de la verdadera vida del Salvador que ellos comparten.
Todos debemos considerarnos víctimas consagradas a la infinita compasión de Dios ordenados para dar gloria a Él por la salvación de las almas a través del esfuerzo, la fatiga, el sufrimiento e incluso la muerte Y si no se nos otorga el mismo grado del sufrimiento, todavía aún somos nombrados víctimas para la salvación de las almas. Todos estamos llamados a participar en la santidad de nuestro Maestro, Jesucristo.
Con la humildad y la paz de Cristo en nuestro corazón, alegrémonos de haber sido llamados a por Dios para ser víctimas con su amado Hijo. Aquellos de nosotros que seamos favorecidos con mucho sufrimiento debemos buscar la alegría en las aflicciones y sobrenaturalizarlo en el amor a Jesús. Aquellos de nosotros que soportan la pérdida, deben ponerse a la disposición de Jesús para sufrirla por él y en vez de llorar deben utilizar sus anhelos y trabajos para ser más santos, para crecer en humildad y en el amor a Jesús.
Estoy completamente convencido de que Dios ha destinado la misericordia y la santidad a todos nosotros para un propósito especial. Esto me anima grandemente a darles estas pocas instrucciones y, con la ayuda de Dios, inspirarles la santidad que nuestro llamado especial demanda y que Jesucristo en su bondad quiere que iniciemos sin demora así como para compartir con ustedes cualquiera luz que yo haya recibido.
¡Qué calamidad, qué terrible desastre, si corre en vano, si se convierta en un hombre que golpea el aire! Y éste será el caso si la lentitud, su la tibieza entra en sus almas, si los vicios, malos hábitos, el descuido y la molicie, o a las imperfecciones de la naturaleza caída se les permitan prevalecer sobre las innumerables gracias que fluyen sin cesar de la divina bondad de Dios y que fácilmente se multiplicarán, si sólo son fieles.
Es difícil ver cómo, como hijos del Corazón de María podrían ser infieles. Pero nuestra naturaleza es débil e inclinada al mal, y con demasiada frecuencia hemos visto muestra de deslealtad, a pesar de que María, nuestra madre amorosa, vela por nosotros con especial cuidado. Pido a Dios, por intercesión de María, para que dé a mis palabras vanas y estériles la energía, la frescura, el coraje, la estabilidad necesaria para que ustedes perseveren con fervor en el camino de la santidad y el amor para con Jesús.
CAPÍTULO I
Nuestra Obligación De Aspirar A La Santidad
La obligación de luchar por la santidad se nos impone por la excelencia de nuestra vocación y por las terribles consecuencias del fracaso en el mismo. Por otra parte, el ejemplo y las palabras de Nuestro Señor, y la manera en que Él formó a sus apóstoles indican lo que es nuestro deber.
La Excelencia de Nuestra Vocación
La misericordia de Dios, respecto a nosotros, es grande y poderosa. Sólo sondean la profundidad de su nada, examine su debilidad, su pobreza y falta de autoestima, mirar hacia atrás a su pasado, y luego consideren cómo Dios los ha buscado para elevarles a una vocación, que, si son fieles a su gracia, les ubicará entre los apóstoles de Jesucristo.
Postrado en el suelo, en nuestra debilidad, que casi no tenía fuerzas para subir, incluso hasta el rango más bajo de los siervos de Dios. Pero su misericordia nos ha levantado y nos ha enderezado. Una vez estábamos sentados paralizados en el muladar de nuestro orgullo, de nuestra naturaleza depravada, y de nuestros pecados. Pero Dios nos ha librado de todo eso, no es que fuésemos hechos siervos ordinarios, sino que nos podría haber colocado entre los príncipes de su pueblo. ¿Y qué hemos hecho para merecer este favor inmenso? ¨Subiendo a los necesitados de la tierra, y levantando a los pobres del muladar: para que lo pueda colocar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo." (Salmo 112)
Cuando por fin, Dios envió a su Hijo para la salvación del mundo, Él preparó la Santa Humanidad para la salvación del género humano, santificando su víctima antes de que lo inmolara. Pero nosotros, para compartir los trabajos y sufrimientos de Jesucristo para la gloria de Dios y la salvación del mundo, nos ha tomado Dios de en medio de la miseria y el pecado y unido a su Hijo divino y de su obra de santificación del mundo.
¿Queremos nosotros confundir a los planes de Dios, para que Jesucristo sea avergonzado de nuestra empresa? Mi queridos hermanos, habría sido muy vergonzoso y degradante para nosotros y nuestro Divino Maestro, si persistiéramos en la depravación de nuestra naturaleza caída y no entráramos en el camino de la santidad divina.
Jesús nos ha escogido y nos ha adoptado para que podamos poner en fuga al demonio y destruir su reinado sobre las almas. Él nos ha investido de su poder sobre el infierno. Pero si Jesucristo no reina en nosotros, ¿cómo esperaríamos destruir el dominio del infierno, si el demonio todavía se mantiene el dominio sobre nuestras almas? No puede ser su esclavo y su amo.
Consideran que nuestra vocación es el mayor bien que Dios otorga a cualquier criatura, que se requiere la santidad consistente con el propósito de la misericordia de Dios y con la vocación a la que Él llama. Si no lo logramos, no somos dignos de preferencia amorosa de Dios, que frustra los designios de su compasión, que deshonra a una llamada gloriosa por la que Él nos elevaría por encima de todas las criaturas.
Un hombre llamado al apostolado ha sido investido para este propósito con el carácter de Jesucristo, que repudia la santidad de su Maestro con el fin de vivir como un hombre del mundo, que guarda las fallas y los vicios de su naturaleza es como un rey que, con una corona sobre su cabeza, se cubre con trapos de inmundicia y pasa su tiempo en los antros de vicio.
Desastrosas Consecuencias de Nuestra falta de Santidad
No debemos detenernos en considerar sólo la idea general de nuestra vocación. Debemos tener en cuenta su naturaleza más íntima, y así estar convencidos de lo desastroso que sería para nosotros y para las almas, y cuan repugnante a los Corazones de Jesús y María, si nos quedaremos en las sendas ordinarias de los demás hombres, si tuviéramos que quedarnos sujetos a las propensiones de la naturaleza caída, sus vicios y defectos. Ustedes saben mejor que yo la tristeza inmensa de las almas entre los que se viven en la oscuridad que los envuelve y la degradación moral en el que están inmersos. Ustedes que trabajan en las misiones captan mil veces mejor que yo, el misterio de la misericordia de Dios, quien se encarnó por la salvación de esas personas. ¡Qué glorioso, qué divina es su compasión infinita!
Pero esta misericordia, cuyo rigor es proporcional a su inmensidad, exige de nosotros una gran santidad. Porque si no somos hombres de Dios, su misericordia llega a ser nula y se cambia para nosotros en una justicia que nos condena. El Hijo de Dios, contemplando el abismo de la