Manucraft y la invasión de los no-muertos
Por Manucraft
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Manucraft está en la bodega del barco cuando se empiezan a escuchar truenos, explosiones y gritos. Ha llegado el momento de la batalla: la bruja de las Cuatro Lunas ha llegado con su ejército de no muertos para invadir todos los mares y las tierras. ¡Hay que huir!
Cuando por fin logra estar a salvo, Manu se da cuenta de que algo va mal. Siente algo raro en su interior, y poco a poco la transformación comienza... ¡la bruja le ha lanzado un hechizo! Lo que nadie podía prever es que, sin pretenderlo, el conjuro de magia provocaría LA AVENTURA MÁS ÉPICA DE MANUCRAFT.
Manucraft
Manucraft es uno de los gamers con más seguidores de Youtube. Cuenta con más de 5,6M de suscriptores y sus vídeos acumulan casi 2.000 millones de visualizaciones. En ellos utiliza videojuegos como Minecraft para recrear historias cargadas de humor, muchas de ellas junto con youtubers como TinenQa o SoyKiron. En 2018 autopublicó el libro Dimensiones: El rey de las sombras.
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Comentarios para Manucraft y la invasión de los no-muertos
4 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Sep 26, 2021
Me encanta el libro es muy bueno??
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Manucraft y la invasión de los no-muertos - Manucraft
PRÓLOGO
Son tiempos de guerra. La bruja de las Cuatro Lunas y su ejército de no muertos están invadiendo el mundo de los humanos por tierra y mar. Solo le falta una cosa para ser invencible: el libro negro de brujería, el tesoro más preciado por todos los seres que habitan la Tierra. Pero un valiente capitán de barco, cuyo nombre no hace falta conocer, y su tripulación han llegado a la isla del Pentágono antes que nadie. Tras una batalla épica, se ha hecho con la reliquia que todos desean. Nadie va a dejar que se salgan con la suya, mucho menos la bruja. Pues su sed de poder puede hacerle perder el juicio... y acabar con el mundo entero.
1
«¡Por fin he terminado de fregar la cubierta del barco!», pensó con alegría Manu mientras depositaba en el cubo una fregona desgastada por el uso. Decidió sentarse un momento en el suelo a descansar antes de volver a las cocinas a limpiar las mesas del almuerzo de los soldados.
Manu era el encargado de limpiar el barco de arriba abajo a cambio de un plato de comida en la mesa, que recibía después de que todos los soldados y los marineros del navío hubiesen desayunado, comido y cenado. El poco dinero que ganaba por sus servicios se lo enviaba a su familia y les ayudaba poco a poco a hacerles la vida un poco más feliz.
se dijo a con una gran sonrisa en la boca.
Era duro ser el último hombre del barco, pero se sentía satisfecho cada vez que terminaba su trabajo. Él sabía que la limpieza era primordial en un buque lleno de soldados que debían mantenerse sanos y fuertes para cualquier batalla inesperada.
Pero, un momento... ¿Lo había limpiado todo todo? ¡Ay, no! ¡El puente del timón! Otra vez se le había vuelto a olvidar lo más importante. Se puso de pie enseguida y agarró el cubo con la fregona a toda velocidad. Esos escasos segundos de descanso podían costarle muy caros si alguien lo había visto relajarse sin terminar la faena. «¡Cochinarro!», le gritarían otra vez. Era la forma que tenían los soldados de insultarlo cuando se olvidaba de limpiar alguna cosa. Aunque, para ser sinceros, siempre se dejaba alguna cosa.
«¡Oh, vaya!»
De camino al puente, Manu se dio cuenta de que había tres soldados sentados en las escaleras con los platos del almuerzo. A algunos les gustaba salir al aire libre a comer para disfrutar un poco del sol y de las vistas del mar. Manu no se llevaba bien con los soldados o, más bien, a los soldados no les caía muy bien Manu... porque no era uno de ellos. Siempre que tenían la oportunidad, se burlaban de él o intentaban encerrarlo en contra de su voluntad en algún barril vacío de cerveza.
Había unas cajas de madera apiladas justo debajo de la barandilla; quizá podría subir por allí con sumo cuidado. Los soldados no le habían hecho caso esta vez, preferían seguir con sus risas bobaliconas mientras devoraban la poca comida que les quedaba en las manos. Manu decidió subir primero el cubo lleno de agua sucia a las cajas para poder trepar él después. La idea le pareció buena, pero justo cuando iba a dar el salto hacia arriba sintió una mirada clavada en su nuca.
—¡Enano! —le gritó uno de los soldados, el del parche en el ojo.
Manu se giró con fastidio, pero antes de que le viesen la cara consiguió transformar su boca en una sonrisa pacífica.
—¿Qué estás haciendo, cochinarro? —le preguntó otro soldado, el que tenía solo tres dientes.
—Iba a subir a limpiar el puente del timón... —contestó nervioso.
—¿Y por qué no subes por las escaleras, mequetrefe? —le volvió a interrogar el tuerto.
Manu odiaba las peleas y por eso dejaba que le tratasen de esa manera. Además, ser más flaco y bajito que los demás no le hacía sentirse demasiado a favor de la violencia. Aunque eso no le impedía usar otros métodos.
—Es que tenía que limpiar estas cajas también y así aprovecho para hacer un poco de ejercicio, muchachos.
Los soldados se miraron entre ellos, como si buscaran complicidad para gastarle una broma pesada a Manu.
—Manu, déjanos echarte una mano con la limpieza —dijo con una sonrisa maliciosa el soldado del garfio, que aún no había pronunciado una sola palabra.
—No, de verdad, muchas gracias. ¡Me gusta hacer mi trabajo! —contestó Manu con miedo.
De repente, uno de los soldados saltó hacia donde estaba la fregona y de un manotazo le arrojó el agua sucia a Manu, que se puso completamente perdido. Los demás soldados estallaron en sonoras carcajadas.
—se rio el tuerto con sorna.
—Sí, Manu, ¡hueles peor que un arenque! —le soltó el soldado sin dientes.
—Vaya, chicos. ¡Qué bien! —contestó Manu.
—¿Te ha gustado, Manu? —le preguntó el tercer soldado.
—Claro, chicos. Por fin puedo ser parte de vuestro grupo.
